Los verdaderos tentáculos del poder
Manuel Muela www.vozpopuli.com 20 Agosto 2015
Una vez aprobado el tercer rescate de Grecia, cuya cadencia es de
dos años de duración, se puede prever que el cuarto llegará hacia
2017 y su cuantía superará notoriamente a los 86.000 millones de
éste último. Los desastres causados se comentan por sí mismos y eso
invita a reflexionar sobre la política de rescates financieros que
ha tomado carta de naturaleza en Europa y que nos recuerda que no se
puede estudiar la historia política y económica del Continente sin
considerar el poder de las armas y del dinero. De lo primero hay
constancia acreditada y dolorosa durante el Siglo XX, y de lo
segundo, que es a lo que quiero referirme hoy, vamos teniendo
pruebas abundantes desde hace dos décadas, cuando la Unión Europea
quedó subyugada por las bondades aparentes del capitalismo
financiero y abandonó casi todo aquello que la había hecho florecer
en humanidad y en democracia después de la Segunda Guerra Mundial.
Lo de ahora es una caricatura amarga, movida por los hilos de
quienes dominan, ya sean personas o corporaciones de inversión, los
mercados financieros, cuyos tentáculos se extienden y dominan
instituciones y gobiernos, sin distinción de color político. En mi
opinión, se trata de un fenómeno que escapa a los análisis
tradicionales de las relaciones de poder y que habrá que estudiar
con detenimiento, si bien ya es posible destacar su enorme carga de
totalitarismo que, pensábamos, era una ideología desterrada a sangre
y fuego de Europa.
Los mercados financieros son la industria dominante
La gran industria de los mercados financieros tiene un
funcionamiento bastante autónomo y libre, a diferencia de la
industria tradicional. Esta última crea riqueza allí donde se
encuentra y retribuye a los diferentes factores que la integran,
fundamentalmente el capital y el trabajo, según el orden
tradicional. No es el caso de los mercados financieros, cuyo
objetivo básico y fundamental es la obtención permanente del
beneficio allá donde se encuentre, porque su materia prima son las
ingentes masas monetarias que circulan por el mundo, explorando y
explotando al máximo las posibilidades de obtención del beneficio,
sin importar demasiado el efecto que ello cause en los países o
regiones en los que pongan su punto de mira. En este sentido, se
podrían comparar a la industria de extracción del petróleo, que va
agotando yacimientos y busca otros nuevos. En Europa, concretamente
en la Unión Monetaria, tenemos ejemplos claros de esa actuación
descarnada de los mercados: no importan demasiado los países, el
objetivo es explotar a la propia Unión hasta dejarla exangüe.
Después habrá otros lugares, porque el mundo financiero se ha
convertido en un fenómeno de deslocalización permanente.
Las entidades e instituciones en que se concretan los mercados son
muchas y variadas, forman un abanico que va desde los fondos de
pensiones e inversión, pasando por los bancos de inversión, hasta
las propias agencias de calificación, que actúan como complemento
necesario para justificar las decisiones de los operadores
financieros, sin olvidar dos aspectos que interesa destacar: uno, el
casi monopolio del mundo anglosajón, Estados Unidos y Reino Unido,
en el manejo de la industria; y, segundo, el papel subsidiario, y
muchas veces mendicante, que ejercen los diferentes gobiernos e
instituciones políticas en ese campo de batalla, como lo denominan
algunos autores. El debate, por llamarlo de alguna manera, de
nuestro Congreso de los Diputados sobre el rescate griego es un
ejemplo cercano de lo que digo.
La política democrática convertida en vicaria de las finanzas
El que la política oficial, gobiernos y parlamentos, tenga un papel
secundario o vergonzante, no significa, en mi opinión, que la
política esté ausente de los mercados financieros; lo que sucede es
que es otra política, que no tiene más legitimación que su propio
ejercicio y la obtención del beneficio para quienes la diseñan o
dirigen, que son hombres, no máquinas, aunque estas hayan adquirido
una importancia creciente con el avance tecnológico. Resalto estos
dos aspectos, porque una de las tantas mistificaciones que circulan
sobre los mercados es aquella que los presenta como un compendio de
racionalidad y de objetividad en contrapunto con otras actividades
humanas, más condicionadas por intereses políticos o sociales. Es
una demostración más de hasta donde ha llegado la corrupción de
valores y la perversión del lenguaje político. También es la
evidencia de la pereza doctrinal y de la dejación de quienes tenían
la obligación de preservar el valor de la política y de la
democracia, y no lo han hecho.
Parece evidente que el crecimiento de los mercados financieros, que
ha sido exponencial desde 1980 hasta la actualidad, coincidiendo con
el auge de las tesis y de las políticas neoliberales, personificadas
por Thatcher y Reagan, seguidas por la gran mayoría de los
gobernantes, ha supuesto una transformación revolucionaria de la
economía y de las finanzas mundiales. Sus resultados han sido muy
lesivos para la mayoría de las sociedades: la concentración de la
riqueza en unos pocos es mucho mayor y el empobrecimiento de los
demás, que incluye a las clases medias, va avanzando inexorablemente
ante la inepcia, cuando no claudicación, de los gobiernos. En
Europa, con las políticas de rescate y de recortes, lo estamos
viviendo en directo. Una verdadera bomba de relojería, que amenaza
la paz social y la estabilidad de la propia democracia.
Se puede pensar que una revolución como la producida por los
mercados, con efectos claramente perniciosos, solo puede ser
contrarrestada por proyectos de cambio radicales. Probablemente
tendrá que ser así, porque, desde mi punto de vista, se está
librando, ante la ceguera de algunos y la confusión de muchos, una
batalla entre la dictadura y la democracia. Por el momento, esta se
encuentra en franco retroceso ante el avance del nuevo
totalitarismo, que sirve de coartada perfecta para los que, a
derechas e izquierdas, ponen en solfa las instituciones
democráticas. Por eso, convendría apuntar a qué tipo de cambios me
refiero: serían aquellos que devuelvan a la política democrática la
autonomía perdida con el objetivo de regular y limitar el fenómeno
de la globalización financiera, convertida en la actualidad en una
hidra de múltiples cabezas al servicio de poderes que escapan a todo
control. No será una empresa fácil, pero los riesgos de no
acometerla son inmensos y los daños incalculables.
Las falsedades de Luis de Guindos
Juan Laborda www.vozpopuli.com 20 Agosto 2015
El descaro, la sinvergüencería y las mentiras hace tiempo que se
adueñaron definitivamente de los mentideros políticos, económicos y
mediáticos patrios. El último ejemplo fue la comparecencia de
nuestro inefable ministro de economía Luis de Guindos en el Pleno
del Congreso donde se debatía la aportación de España al tercer
rescate griego. De acuerdo con el ministro de Economía el único
culpable de haber llegado a esta situación es el populismo. Guindos
acusó al Gobierno de Syriza de haber llevado al país heleno a una
situación límite, al plantar cara a las políticas de ajuste de la
Unión Europea. Lo menos que podía hacer es callarse, pasar
desapercibido.
Solo espero que algún día Yanis Varoufakis saque a la luz las
grabaciones que pongan de manifiesto la posición de Luis de Guindos
y de nuestro gobierno en las reuniones del Eurogrupo. Varoufakis ya
ha detallado como los gobiernos de los cuales deberían haber
esperado un mayor apoyo, aquellos cuya principal pesadilla son las
ingentes cantidades de deuda, se convirtieron en realidad en sus
peores enemigos. Como señala explícitamente, estos gobiernos tendrán
que responder algún día ante sus ciudadanos ¿por qué no negociaron
pensando en ellos?, ¿por qué no apoyaron una solución justa y
eficiente económicamente para Grecia? ¿Cómo es posible que un país
como España con una deuda total y externa superior a la de Grecia, y
con una expansión de la deuda soberana estratosférica, ni siquiera
haya sentido la más mínima empatía por el nuevo gobierno heleno?
No se preocupen, en el caso de que algún día se conozcan ni siquiera
se ruborizarán por semejante deslealtad a la ciudadanía española.
Para ello contarán con la inestimable ayuda de la maquinaria
mediática del Totalitarismo Invertido patrio.
Lo que Guindos no dice de Grecia
Guindos, como nuestros voceros mediáticos, se olvida de lo básico.
Quiénes arrastraron a Grecia a la situación actual fueron los
gobiernos de Nueva Democracia y PASOK. Ellos fueron quienes crearon
una deuda impagable. Parte de la misma, además, era y es ilegítima,
al ser contraída con el fin último de financiar a terceros, los
bancos. Y otra parte, nada desdeñable, es ilegal, ya que
determinadas aves de rapiña indujeron la creación de la misma. Los
bonos griegos daban altos rendimientos, muy por encima del activo
seguro, lo que implicaba un riesgo de impago implícito, pero ahora
esos inversores no quieren saber nada del riesgo que asumieron.
Nueva Democracia, el equivalente al PP, mintió deliberadamente sobre
las cifras económicas oficiales de Grecia –de aquellos barros, estos
lodos–. Y el PASOK de Papandreu, el equivalente al PSOE, exageró las
cifras del déficit público para que el FMI participara en el sarao
del rescate a Grecia. Además ND y PASOK, como PP y PSOE, bajo la
cantinela de que griegos y españoles hemos vivido por encima de sus
posibilidades, han acatado imposiciones políticas del norte y centro
de Europa vergonzosas. Según éstas, griegos y españoles deben sufrir
sangre, sudor y lágrimas porque vivieron por encima de sus
posibilidades. Lo que no cuentan es que tanto en el país heleno como
en nuestra querida España quienes vivieron por encima de sus
posibilidades fueron el sector financiero y determinadas sociedades
no financieras. Pero lo más ignominioso es como los “mass media”
callan sobre las consecuencias de las políticas de austeridad. Dejen
ya de hablar de reformas estructurales. El destrozo social es
brutal.
Lo que Guindos no dice de España
Las reflexiones de Luis de Guindos sobre los populismos realmente me
exacerban, me irritan, me exasperan. Cómo es posible que aquel
gobierno que nos ha endeudado como nunca en nuestra historia
reciente hable de populismos. Cómo es posible que quienes han
aumentado la pobreza de sus conciudadanos a niveles insoportables
hablen de populismos. Cómo es posible que aquel ejecutivo cuya
reforma laboral ha creado un mercado donde trabajar ya no garantiza
salir de la pobreza, donde empleo es sinónimo de precariedad
extrema, se erija como ejemplo de buen gobernante. Cómo es posible
que el ejecutivo actual, uno de los representantes del Totalitarismo
Invertido patrio, muñidor de esa tradición tan hispana de alimentar
oligopolios, lobbies, grupos de poder, hable de populismos.
La principal herencia que nos dejará el gobierno actual –de la mano
del anterior– es deuda, deuda, más deuda, sin mejora alguna del
aparato productivo y de nuestra fuerza trabajo. Los mismos que
generaron la mayor burbuja inmobiliaria de la historia nos dejarán
como herencia una deuda total y externa récord. La vulnerabilidad de
unos pasivos tan elevados frente al exterior se pone de manifiesto
al ver que cada año España tiene que captar entre 250.000 y 300.000
millones en el exterior para refinanciar la deuda.
España está altamente endeudada y si no hay una reestructuración
ordenada de la misma entrará en un círculo vicioso -crisis de deuda
soberana, crisis bancaria, crisis de deuda externa, crisis de
Seguridad Social, y reactivación de la recesión de balances
privados-. Dos son los posibles catalizadores: la ausencia de un
crecimiento nominal estable en el tiempo y/o cualquier incremento de
la aversión al riesgo en los mercados financieros. En ese momento,
señor De Guindos, ¿nos dirá también que la culpa es de los
populismos?
Cómo enfrentar el nacionalismo
Federico Ysart ABC 20 Agosto 2015
Según se va acercando el día de las elecciones regionales catalanas
crece el cruce de opiniones sobre la idoneidad del tratamiento
dispensado por el Gobierno nacional al disparate secesionista.
Echar o no leña más al fuego; esa es la cuestión básica de la
polémica. Para unos, el Ejecutivo ha actuado con prudencia; otros
piensan que, sencillamente, no ha actuado.
La capacidad de victimismo exhibida por los nacionalistas es la gran
razón que aquéllos esgrimen para defender la no beligerancia de un
gobierno que, además, se vería sólo en su enfrentamiento con los
sediciosos.
La deriva que está siguiendo el equipo rector del PSOE hace a muchos
temer que un conflicto a cara de perro instaría a Sánchez a
mantenerse alejado de la confrontación para ofrecerse al país como
nuevo príncipe de la paz. Por otra parte, la franquicia catalana del
partido socialista no le permitiría nada distinto, so pena de
terminar rompiendo definitivamente con su matriz.
Sin embargo, otros opinan que la cascada de disparates que han
venido levantando un muro de fraccionamiento debería haberse cortado
desde el remedo de referéndum convocado por la Generalidad el pasado
año. El cómo no se concreta; desde la intervención de la autonomía
hasta la denuncia de su presidente como autor de un cúmulo de cargos
propios de las felonías hay diversas formas, incluida la del ajuste
fiscal.
Nadie es capaz de asegurar que las decisiones de Mas y sus cómplices
no tengan como objetivo primario provocar una reacción de esta
naturaleza. En todo caso, el victimismo de unos dirigentes políticos
que celebran las derrotas de sus presuntos antepasados parece
garantizado.
Más allá de todo ello, por encima de lo que unos y otros opinen, lo
cierto es que cuando las naciones europeas están en ciernes de dejar
de serlo para integrarse en una gran confederación europea -es
decir, Francia dejar de ser Francia como España, España-,
enfrentarse a la corriente de la Historia para crear un estadito es
grotesco. Sencillamente grotesco.
¿De qué nacionalismo hablan estos pastores cuando las naciones están
a punto de disolverse en un ambicioso proyecto de superación de
barreras y otras historias de confrontación? Los nacionalistas están
incapacitados para debatir desde la razón, pero no los millones de
ciudadanos que los Mas, Junqueras y demás caudillos de la reacción
pretenden aislar de todo progreso. Algo parecido a una nueva guerra
carlista.
Podemos y la ley de hierro
Aleix Vidal-Quadras Gaceta.es 20 Agosto 2015
Ha causado un gran revuelo la carta de baja de un militante de
Podemos de Málaga en la que critica fuertemente a su organización
con expresiones de gran dureza. Afirma el desilusionado podemita que
todo el esfuerzo realizado para constituir y consolidar la formación
de extrema izquierda sólo ha servido para situar en puestos de
responsabilidad a trepas, incompetentes y aduladores, que la tan
cacareada democracia interna brilla por su ausencia y que al final
las grandes proclamas de cambio y transformación social se han
reducido a la ocupación de una pequeña parcela de poder en un
sistema que sigue inalterable.
Todo el que milita o ha militado en un partido conoce este tipo de
debates y de decepciones, sin que estas melancólicas percepciones
sean propias de un determinado color ideológico, sino que aparecen
por igual a lo largo del arco parlamentario. Por tanto, la
frustración de Manuel Meco no es nada nuevo y muchos miles de
afiliados a unas u otras siglas han pasado por tales trances en
diversas épocas, contextos políticos y latitudes. El hecho de que
parezca imposible solucionar este problema no impide que de manera
recurrente los partidos experimenten crisis internas en las que las
bases se rebelan contra la oligarquía que las pastorea o que surjan
nuevas siglas impulsadas por reformadores que se comprometan a
acabar con estas deficiencias. Normalmente, las convulsiones
provocadas por la tensión entre los militantes y la cúpula de la
organización se solventan con la llegada de una dirección distinta
que sustituye a la acusada de modos tiránicos para que el proceso se
repita sin remedio. En cuanto a las fuerzas emergentes que nacen con
la promesa de que por fin existirá una verdadera participación del
conjunto de los miembros del partido y de que los cargos se
atribuirán de acuerdo con criterios de mérito, trabajo y capacidad,
terminan cayendo, como Manuel Meco se lamenta de que ha sucedido en
Podemos, en vicios análogos a los que habían venido a suprimir.
Como con cualquier aspecto de la estructuración de la vida pública y
del funcionamiento de las instituciones, un desarrollo correcto de
la actividad de los partidos ha de basarse en una normativa adecuada
y en una cultura democrática que oriente los comportamientos de los
dirigentes y los dirigidos. Elementos tales como la financiación, el
modo de selección de los candidatos a las elecciones y de
designación los cargos de gestión interna, el sistema electoral
imperante en el país, los cauces de participación de los militantes
en las decisiones, los mecanismos de control y de rendición de
cuentas, la garantía de la neutralidad del aparato en las primarias,
son decisivos a la hora de evitar el cumplimiento inexorable de la
ley de hierro enunciada por el sociólogo alemán Robert Michels hace
ya un siglo. Es evidente que la regulación de los partidos
actualmente vigente en España presenta enormes lagunas en cada uno
de estos puntos y que mientras no se implante un marco legislativo y
jurídico que impida que un reducido grupo cooptado haga y deshaga a
placer en el seno de la organización, el número de los Manuel Meco
seguirá creciendo y el peloteo, la capacidad de intriga y la
sumisión al líder continuarán operando frente a la preparación, la
experiencia y la excelencia. Y así, después de un tiempo largo en el
que una normativa inteligente y completa vaya creando los hábitos de
conducta requeridos mediante los incentivos de premio y castigo
apropiados, se conseguirá que los partidos políticos operen de forma
medianamente aceptable. En tanto no se legisle en la dirección
descrita, tanto la corbata como la coleta tenderán al autoritarismo,
la corrupción, el nepotismo y la arbitrariedad.
Cataluña ante el desafío secesionista
Lidl recibe más de 1.000 quejas en un día
por rotular solo en catalán en sus supermercados
El formulario de su página web, donde se admiten sugerencias, recibe
un millar de escritos
Redacción La Voz Libre 20 Agosto 2015
Madrid.- La cadena de supermercados Lidl ha recibido en un solo día,
más de 1.000 quejas por rotular solo en catalán en sus
establecimientos. Después de que saltara la noticia, que La Voz
Libre recogió el pasado lunes, de que la empresa alemana había
decidido quitar al español de sus carteles, -dejándolos solo en
catalán e inglés-, el formulario de sugerencias y quejas de su web
ha recibido más de un millar de mensajes.
Y es que han sido cientos los ciudadanos de Cataluña que quisieron
dejar su queja a Lidl, expresando su malestar por ver los carteles
solo en catalán y en inglés, menospreciando así al español, lengua
oficial en la comunidad autónoma. Un monolingüismo que, además, es
bandera del proceso secesionista. Aunque algunos usuarios expresaron
su intención de dejar de comprar en la cadena de supermercados
alemanes, otros muchos han optado por quejarse y dejar constancia de
su enfado por no utilizar el idioma con el que se expresan
habitualmente.
Quejas que quizá sirven para que Lidl cambie su política de rotular
solo en catalán. Una decisión que adoptaron tras las presiones
recibidas de grupos independentistas, que llamaron al boicot contra
la cadena y pidieron que se adecuara a las peticiones. Presión a la
que Lidl cedió.
******************* Sección "bilingüe"
***********************
¿Reforma de la Constitución?
Enrique Domínguez Martínez Campos Gaceta.es 20 Agosto 2015
Parece que ahora es cuando, a los dos grandes partidos que han
dominado desde la Transición la situación política en España
–mediatizados, eso sí, por el nacionalseparatismo, sobre todo desde
1993-, les ha entrado una prisa enorme por introducir algunos
cambios en la Constitución para ponerla al día. A los socialistas
para cambiar la estructura del Estado y hacer una España federal
que, según ellos, bastaría para calmar a los separatistas catalanes
en su incesante afán –hoy y dentro de 100 años- de lograr la
secesión de España. A los de este PP, de no se sabe bien qué ideales
u objetivos políticos persigue, para modificar unos cuantos de sus
artículos que, en efecto, es necesario acometer.
El líder de este PP de centro reformista (?), señor Rajoy, ha
anunciado que en la próxima legislatura se debía abordar el tema de
la financiación autonómica y la reforma de la Constitución, siempre
que se disponga del consenso necesario entre los principales
partidos políticos. ¿Se imagina alguien hoy acuerdos de esta
naturaleza entre quienes lo que prima en ellos es su propio interés
(en virtud de sus intereses ideológicos y económicos) mucho antes
que el bien general para todo el pueblo español? Sobre todo cuando
en ese pueblo, además, prevalecen los intereses de los territorios
en los que han sido compartimentados mucho más que el etéreo y
lejanísimo interés de lo que constituye la unidad territorial de
nuestro país.
De modo que las propuestas de uso y de otros para reformar la
Constitución no parecen, de momento que coincidan en prácticamente
casi nada, en todo caso, en el tema de la sucesión a la Corona para
eliminar la prevalencia del hombre sobre la mujer. Y eso en el caso
de que el PSOE mantenga el compromiso que adquirió con el gobierno
de Arias Navarro (sus servicios de información) en relación con el
tema monárquico con el que, por cierto, no le ha ido nada mal.
Soy de la opinión de que, en efecto, es preciso actualizar una
Constitución que necesita importantes retoques, especialmente en
todo lo relativo a su desafortunadísimo Título VIII. ¡Ojalá los
partidos políticos españoles tuvieran la altura de miras, la
generosidad y la visión de futuro precisa para acometer tan
necesaria y trascendental labor! Pero me temo que ni siquiera el PP
y el PSOE son capaces ya de ponerse de acuerdo para abordar el tema,
pensando en el beneficio que pudiera reportarle a los españoles y no
el que, egoístamente, desean para ellos mismos, tanto desde el punto
de vista ideológico como electoral.
Pero fijémonos en este hecho curioso: tanto ese señor del PSOE que
usa como telón de fondo una gran bandera de España –aunque luego
permita que en otros lugares de nuestro país el socialismo utilice
las independentistas- como el señor Rajoy, sí parece que siguen
estando de acuerdo en otros asuntos que son fundamentales para que
esta peculiar democracia española se convierta, simplemente, en una
democracia (sin adjetivos). Me refiero concretamente al hecho de que
ambos partidos mantienen la politización de la Justicia en sus más
altos niveles porque les conviene. Desde que en 1985 así lo
determinaron F. González/A. Guerra interpretando a su favor la
Constitución, ni el PSOE ni el PP han hecho lo más mínimo por
rematar a Montesquieu. Al revés, son felices determinando qué jueces
son los míos y cuáles son los tuyos. Con lo que, al menos, el 50% de
los jueces se dedican a politiquear para buscarse una excelente
poltrona desde la que se pueda influir en multitud de asuntos y, a
la vez, cobrar un salario muy superior al del presidente del
gobierno.
También están de acuerdo en que esa politización de la Justicia se
extienda al desacreditado Tribunal Constitucional, cuyos miembros
son designados también por los partidos políticos. Y qué decir, por
ejemplo, de la antihistórica y sectaria Ley de la Memoria Histórica.
Hoy, por ejemplo, algunos miembros del PP han salido criticando lo
que los “derivados” de Podemos desean hacer en algunas ciudades
cambiando el nombre de algunas de sus calles. ¿Cómo es posible que
sean tan estultos, tan cínicos y tan poco coherentes con lo que su
propio partido ha permitido? A lo largo de toda una legislatura de
cuatro años el PP no ha modificado ni suprimido –que hubiera sido lo
correcto- una ley zapaterista llena de revanchismo, sectarismo y
completamente innecesaria, menos para reabrir las heridas y los
odios entre los españoles.
Por supuesto, ese acuerdo PP-PSOE también se extiende a otros tema
políticos como, por ejemplo, el mantenimiento de miles de cargos y
asesores en toda clase de organismos públicos y empresas del mismo
signo, como las televisiones autonómicas y otras, que son verdaderos
agujeros por donde se van millones y millones de euros de dinero
público. O el sostenimiento de instituciones innecesarias por
completo, como las Diputaciones provinciales (¿para qué sirven las
Delegaciones del Gobierno y las Autonomías?) o el inútil Senado,
etc.
Y no me negará nadie que PP y PSOE (el PP a remolque del PSOE)
también están de acuerdo en el mantenimiento de una ley del aborto
que es en sí misma, desde el punto de vista del fundamento básico en
que se asienta, una auténtica aberración y una total contradicción
con el principio fundamental de la ley natural. Lo mismo que en el
nombre con que se ha decidido unir legalmente a los homosexuales
para que, con esa unión, puedan tener derechos e, incluso, adoptar
niños: el de “matrimonio”.
De modo que, si por un lado las ideas de unos y de otros difieren
mucho en el tema de la revisión constitucional, por otro las
coincidencias de este PP que, en verdad, parece haber perdido sus
más elevados principios, con el PSOE –del que siempre puede
esperarse cualquier cosa y generalmente nunca buena- son
numerosísimas. Fíjense también en otra coincidencia que tiene
abochornada y muy enfadada a otra franja de la población española
que no entiende de ninguna manera a este PP: el haber asumido en su
práctica totalidad las negociaciones políticas del PSOE con los
terroristas de ETA, con el único propósito de que los asesinos
dejaran de matar a cambio de ser reconocidos políticamente para
hacerse cargo de Diputaciones, Ayuntamientos, etc., controlar así no
sólo la “pasta” con que nutre sus arcas sino a miles de españoles
para conocer domicilios, situación financiera, ideología, etc.
Porque ETA sigue ahí, sin disolverse y con BILDU y otras terminales
políticas hasta en el congreso de los Diputados.
Estamos, por tanto, en un caso realmente singular de posible
disparidad de criterios para abordar la reforma constitucional –y la
ley Electoral- en la que es esencial el acuerdo entre los dos
grandes partidos para que esta peculiar democracia española no
termine de hundirse del todo, mientras que, por otro lado, la
identificación de ideas y conceptos en otros muchos aspectos de la
vida política española –como hemos visto- es absoluta entre el PP y
el PSOE.
Pero hemos de reconocer también en este PSOE del señor Sánchez otro
par de discrepancias con el PP, de gran calado, que también serían
fundamentales para dificultar aún más los posibles acuerdos para
lograr una reforma constitucional imprescindible y duradera. Una es
la diferente e, incluso, opuesta visión del tratamiento de la
economía por parte del PSOE respecto del PP. Y los socialistas ya
han demostrado, en las dos ocasiones en que han gobernado, que están
totalmente capacitados para arruinar España y aumentar el paro a
índices sobresalientes. La otra es su capacidad para aliarse con
quien haga falta para que la derecha (¿qué derecha?) no gobierne
España y sean ellos sus únicos amos. Ahora ya están aliados con la
extrema izquierda (Podemos) y con los separatistas (BILDU) en
Autonomías, Ayuntamientos, etc. Ya están dando a entender que, tras
las próximas elecciones, generales, a base de pura partitocracia, el
PSOE puede aliarse con cualquier formación política si éso es lo que
pide el pueblo en las urnas (?). Naturalmente, se refiere a los
leninistas de Podemos y derivados.
En definitiva, la degradación política, moral, ética y estética y,
sobre todo, la debida a la corrupción que ha afectado de lleno a
estos dos partidos desde hace años (el socialista Alonso Puerta
comenzó a denunciarla en su partido en 1977), les lleva a
enfrentarse en asuntos fundamentales, mientras que en otros de gran
magnitud parece que sus posturas coinciden. Esta ambivalencia o
dicotomía a quien más perjudica es al pueblo español que, en gran
medida harto y desesperado, ya no cree en estos partidos
considerándolos uno de los peores males que padece España (encuestas
del CIS).
Por tanto, difícil lejana veo en estos momentos la imprescindible
reforma de la Constitución. A no ser que se obrara un milagro
después de que el PSOE visitara Lourdes.
Rajoy confía en el miedo
EDITORIAL Libertad Digital 20 Agosto 2015
El presidente del Gobierno se ha mostrado convencido este miércoles
de que el PSOE pactará con todas las fuerzas de izquierda, incluida
Podemos, para llegar a La Moncloa aunque no gane las elecciones. No
es la primera vez, sin embargo, que el PP apunta a tan temible como,
ciertamente, probable frente popular: este mismo martes era el
ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo, el que advertía
de la "catástrofe de dimensiones bíblicas" que supondría semejante
alianza, y no hace ni un mes era el propio Rajoy y el vicesecretario
de Comunicación, Pablo Casado, los que fijaban la atención en esa
alarmante amenaza a la continuidad del PP en el Gobierno.
Los cierto es que, aunque Pedro Sánchez descartara en su día
cualquier alianza con los radicales de Podemos, la realidad de los
pactos alcanzados entre ambas formaciones tras las elecciones
municipales, así como las más recientes declaraciones del líder
socialista asegurando que su partido podría pactar "con todos menos
con Bildu y el PP", abren las puertas de par en par a la posibilidad
de ese frente popular. Ahora bien, por proclives que los socialistas
se muestren a esa alianza con Podemos, no es de recibo que el PP
haga del temor a ese pacto su única estrategia electoral. Eso es
tanto como hacer realidad aquello que pronosticó hace más de un año
Pedro J. Ramirez, cuando dijo que el nuevo lema electoral del PP
sería "In fear we trust", "Confiamos en el miedo".
Se supone que un partido político debe aspirar a ganar las
elecciones ilusionando al electorado, no esperar a que lo voten con
la nariz tapada y como mal menor frente a una "catástrofe de
dimensiones bíblicas". Eso es tanto como fijar la decadencia como
única alternativa a la revolución. Se supone que el PP lo que
debería poner en valor es su programa electoral, su fidelidad al
mismo y los logros cosechados.
La realidad, sin embargo, es que Rajoy ha protagonizado una
monumental traición a su programa político que la crisis de España
como nación y como Estado de Derecho es muy profunda y que los
logros alcanzados por su Gobierno son escasos y se reducen al ámbito
económico, donde la recuperación se debe más al influjo exterior y a
los ajustes de la sociedad civil que a una escasamente practicada
política liberalizadora y reformista. A todo ello hay que sumar la
lacra de la corrupción, ante la que el PP de Rajoy sigue sin
reaccionar con la suficiente contundencia.
Esta falta de regeneración, que en el caso concreto del PP pasa
principalmente por recuperar en el ámbito ideológico y en la acción
de gobierno sus traicionadas señas de identidad, aboca a Rajoy a
hacer del miedo a Podemos prácticamente su única baza electoral. Lo
terrible es que la falta de regeneración y el fracasado consenso
socialdemócrata en el que el PP también se ha instalado son, a su
vez, los que paradójicamente dan y van a seguir dando alas a un
populismo antisistema.
Así las cosas, habrá que confiar en la cuña que puedan introducir
formaciones regeneracionistas como Vox o Ciudadanos; porque lo que
es seguro es que no habrá mayor triunfo para la degeneración del
statu quo que el que la ciudadanía se sienta obligada a renunciar a
la regeneración por temor a la revolución.
¿Unionistas, españolistas, constitucionalistas?
Rafael Núñez Huesca Cronica Global 20 Agosto 2015
Cuando el referendo quebequés del 98, los estudios sociológicos
advertían que el apoyo a la secesión bajaba 20 puntos -ahí es nada-
si se empleaba el término "independencia" en lugar de "soberanía".
La forma en la que se presentan las ideas es determinante para que
estas triunfen o fracasen. En Cataluña el separatismo no abandonó la
marginalidad política hasta que no abandonó el concepto
independencia para adoptar el mucho más amable y en apariencia
incuestionable, “derecho a decidir”. Una construcción que alcanzó
gran predicamento y logró moldear la realidad sociológica catalana.
Fueron los días más duros para los catalanes partidarios de seguir
compartiendo país con madrileños, canarios o asturianos. La potencia
de aquel enunciado lo hacía casi irrefutable. No había por dónde
meterle mano. ¿Qué clase de antidemócrata negaría semejante derecho?
Para desenmascarar el invento hacía falta demasiado tiempo,
demasiados argumentos, mientras que la citada construcción resultaba
directa, emocional y apelaba a un valor tan elevado en el imaginario
colectivo como el principio democrático.
El relato nacionalista hace uso de sofismas y da por supuestos
numerosos conceptos que, al ir alojados en un conjunto más amplio de
mercancía semántica, suelen pasar desapercibidos. Replicar la
narrativa nacionalista resulta agotador. Se hace imprescindible la
aplicación del viejo principio de la lógica escolástica: nego
suppositum, niego el supuesto. Y una vez 'deconstruido' el
pseudoargumento, si hay tiempo, hay que armar el propio. Lo dicho,
agotador.
Hay que reconocerle al nacionalismo una habilidad extraordinaria en
el uso del lenguaje. Ya no son separatistas, ni siquiera
independentistas: son soberanistas. No aspiran a romper ni a
separar, simplemente reclaman poder ejercer su soberanía.
Gobernarse. De nuevo, ¿quién será capaz de negarle a un pueblo la
capacidad de gobernarse a sí mismo?
Una construcción léxica coherente y seductora, si es suficientemente
replicada por medios y líderes de opinión, acabará por crear el
marco mental deseado. Acceder a compartir dicho marco, prestarse a
participar de él, es un suicidio político. Ningún equipo se resigna
a jugar todos los partidos fuera de casa. Por ello es
imprescindible, ya no renunciar a las figuras e imaginarios
nacionalistas, que también, sino construir un campo semántico
propio. Y aquí está todo por hacer.
El primer paso habrá de ser designar un nombre de consenso, una
denominación que reúna a todos los catalanes que se sienten
normalmente españoles. Tal denominación aún no existe, y si existe,
no goza de consenso. Frente al vocablo aglutinador 'independentista'
('indepe'), no hay sino una amalgama de nombres, la mayoría salidos
del imaginario nacionalista, y por ello con una evidente carga
peyorativa. Es el caso de 'unionista', en cuyos ecos aún se escucha
los disparos del Ulster. Además de que para llevar a cabo la acción
de unir ha de partirse, necesariamente, de la fragmentación, de la
división, y no es el caso de España, de momento.
La voz 'españolista', al contrario que catalanista, que goza de un
amplio consenso y normalidad, incomodará a muchos en Cataluña, donde
España y sus derivados acusan el desprestigio de tres décadas de
nacionalismo. Definirse en negativo (no-independentista) sería
igualmente un error en tanto reconoce todo el protagonismo al
concepto original en contra del cual nos definimos
(independentista).
Quizá 'constitucionalistas' sea el más recurrente. Pero es
insuficiente e imperfecto pues, frente a un escenario épico y
emotivo, constitucionalista tan solo ofrece un frío marco legal.
Nada puede hacer un término exclusivamente jurídico, habermasiano si
se quiere, frente a una marea de ilusión identitaria. Además de que,
si durante los años del plomo etarra la Constitución revestían a sus
defensores de un halo de responsabilidad y sensatez, hoy la Carta
Magna parece insoportablemente vetusta y a pocos evoca ya las
connotaciones positivas de antaño.
27-S: Elecciones legales, plebiscito
fraudulento
La convocatoria es moralmente fraudulenta porque quien la hace
promete algo que sabe de antemano que no ocurrirá. Es un engaño
consciente
Ignacio Varela El Confidencial 20 Agosto 2015
Yo, que no soy catalán, sí creo que Cataluña es una nación, lo que
no significa que tenga que ser un Estado. El mundo está lleno de
Estados plurinacionales, de naciones sin Estado y de construcciones
estatales que no se corresponden con ninguna realidad nacional.
Creo que la expresión “nación de naciones” es la que mejor se ajusta
al origen histórico de España y a su naturaleza como unidad política
desde el matrimonio fundacional de Isabel y Fernando.
Sí creo que hay un hecho diferencial de Cataluña dentro de España.
Tan cierto es que Cataluña forma parte de España desde el nacimiento
de ambas como que tiene una personalidad singular –histórica,
cultural, lingüística, jurídica, incluso económica- que está en su
derecho de preservar.
Detesto el nacionalismo en todas sus modalidades pero, si fuera
catalán, no renunciaría a nada de eso; y sí, demandaría que la norma
que establece las bases de la convivencia entre los españoles lo
reconociera como parte del patrimonio común y no como un problema.
La historia nos enseña que la posición de Cataluña dentro de España
se contamina de crispación cuando desde el nacionalismo catalán se
quiere convertir la diferencia en un pretexto para la secesión o
cuando desde el nacionalismo español se intenta negar o sofocar la
singularidad catalana. Ahora están ocurriendo ambas cosas.
Creo, con Miquel Iceta, que, en el punto al que ha llegado el
conflicto, ya no existe una solución efectiva que no pase por las
urnas. La dificultad está en encontrar el método que haga compatible
una votación decisoria de los catalanes (solos o en compañía del
resto de los españoles, o quizá una combinación de ambas cosas) con
la legalidad constitucional, que es inquebrantable aunque no
irreformable.
No digo que sea fácil, pero más difícil será todo si se mantiene la
cerril negativa de los Mas y los Rajoy a siquiera intentarlo. Me
importa un rábano quién tenga la razón teórica: para mí, la razón
práctica la tendrá quien señale el camino de la solución y sea capaz
de persuadir a unos y otros para transitarlo. Eso sería genuino
liderazgo político y no la baratija del postureo banal que hoy
usurpa tal nombre.
Les diré en lo que no creo:
No creo que existan unas elecciones plebiscitarias.
En las elecciones se eligen personas: representantes del pueblo y
gobernantes. Normalmente esas personas son avaladas por formaciones
políticas y se presentan con un programa de gobierno para realizar
durante su mandato. Hay varias candidaturas y un sistema para dar a
cada una de ellas la cuota de representación y poder que le
corresponda según los votos obtenidos.
Y los plebiscitos sirven para adoptar colectivamente una decisión
concreta de especial importancia, planteada habitualmente de forma
dicotómica.
Mezclar ambas cosas es tóxico para la democracia. Las elecciones son
un sistema para organizar el reparto civilizado del poder político,
no para fundar Estados y mucho menos para escindirlos.
Lo que ha convocado Artur Mas es formalmente legal como elecciones y
materialmente fraudulento como plebiscito.
Es un fraude jurídico porque lo que pretende obtenerse de esa
votación no cabe dentro de la ley. Supongamos que el 100% de los
catalanes con derecho a voto acudieran a las urnas el 27 de
septiembre y que todos ellos apoyaran a la candidatura en la que
figuran camuflados Mas y Junqueras: estaríamos ante un gigantesco
problema político, pero seguiría siendo jurídicamente imposible que
de ahí naciera un Estado independiente.
Si existiera algún camino legal hacia la independencia, desde luego
no pasa por unas elecciones autonómicas convocadas por un
representante del Estado español (el Presidente de la Generalitat)
de acuerdo a una ley española (el Estatuto de Cataluña) con la
competencia que le atribuye la Constitución Española votada por el
pueblo español.
Es un fraude político porque en una votación plebiscitaria tienen
que darse al menos tres condiciones: primera, que todos los que
participan en ella acepten que se trata de un plebiscito válido;
segunda, que el voto de todos los ciudadanos valga lo mismo; y
tercera, que la opción vencedora cuente con el respaldo de la
mayoría de la población.
Ninguna de esas tres condiciones se cumplen en este caso.
Sólo dos de todas las candidaturas que se presentan a estas
elecciones, la de Junts Pel Sí y la de la CUP, les dan carácter
plebiscitario. Todas las demás candidaturas ni reconocen ni aceptan
ese carácter. Por tanto, no admitirán que los votos se interpreten
en tales términos.
No hay, afortunadamente un “Junts pel no”: me ha parecido
increíblemente torpe la propuesta de Rivera de enfrentarse a la
coalición independentista con una coalición unionista. ¿No se da
cuenta de que eso hubiera sido precisamente avalar el planteamiento
plebiscitario de la elección?
Los votos ciudadanos tienen distinto valor porque, como ha señalado
José Antonio Zarzalejos, para obtener un escaño en Gerona, Lérida o
Tarragona se necesitan muchos menos votos que en Barcelona. Por
tanto, en este plebiscito de Mas y Junqueras el voto independentista
de un gerundés valdrá más que el voto no independentista de un
habitante, por ejemplo, de Hospitalet. ¿Adivinan ustedes la
intención?
Está, además, el hecho comprobado de que en las elecciones
autonómicas la participación tiende a descender; y quienes se
abstienen son precisamente los ciudadanos menos concernidos por la
pulsión nacionalista. Esto lo sabe muy bien Mas, y cuenta con ello
para sus propósitos.
Sabe también que se puede alcanzar la mayoría absoluta de los
escaños sin tenerla en votos. De hecho, CiU ha gobernado en varias
legislaturas con más de la mitad de los escaños sin haber llegado
jamás al 50% de los votos.
Por eso es doblemente tramposo asociar una mayoría de escaños de las
candidaturas independentistas con una mayoría social por la
independencia. Con el resultado de las últimas elecciones de 2012,
la suma de CiU + ERC +CUP no habría llegado al 50% de los votos y,
sin embargo, habría obtenido una mayoría parlamentaria muy holgada.
Es más, en esas elecciones los tres partidos independentistas
sumados obtuvieron el apoyo del 32% del total de los ciudadanos con
derecho a voto (y ahora habría que restar los de Unió).
¿De verdad se proponen Mas y Junqueras declarar unilateralmente la
independencia con el respaldo de apenas un tercio de los ciudadanos
adultos de Cataluña?
Y la convocatoria es moralmente fraudulenta porque quien la hace
promete algo que sabe de antemano que no ocurrirá. Es un engaño
consciente.
Para que exista un Estado independiente no basta autoproclamarse
como tal, hace falta que el resto del mundo lo reconozca. Y al señor
Mas le consta que ni España ni la Unión Europea ni las Naciones
Unidas van a dar por buena semejante declaración unilateral.
Lo único que habrán conseguido es inyectar una dosis masiva de
frustración traumática a los catalanes que hayan votado de buena fe
a la candidatura independentista creyendo sus palabras mentirosas.
Y al día siguiente, ¿qué? Cuando se compruebe que el camino de la
independencia no es transitable, ¿qué? Cuando se vea que no puede
salir un gobierno sostenible de ese frente amalgamado en el que la
derecha comparte viaje con la extrema izquierda, ¿qué? Cuando haya
que gestionar la sanidad, la educación y los servicios públicos,
¿qué harán, otras elecciones?
Está claro que ni los españoles nos merecemos a Rajoy ni los
catalanes a Mas. En momentos así, la pregunta terrible es: ¿Hay
alguien ahí? No, no contesten: conozco la respuesta y prefiero no
escucharla.
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