Los agujeros negros de esta guerra
Javier Caraballo El Confidencial 17 Noviembre 2015
Una de las mayores complicaciones de toda sociedad, a lo largo de la
historia, consiste en algo tan elemental como saber reconocer los
problemas a los que se enfrenta. ¿Qué está pasando a nuestro
alrededor? La respuesta parece muy fácil cuando miramos hacia atrás
y analizamos acontecimientos históricos, pero en realidad no fue así
en aquel tiempo. Cuando son los propios contemporáneos los que deben
reconocer un problema y enfrentarse a él para solucionarlo, lo
normal es la duda, la controversia, la trivialización o el
desentendimiento.
Hasta un año antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial,
Francia y el Reino Unido mantenían relaciones diplomáticas formales
con el Tercer Reich, como aquellos Acuerdos de Múnich en los que se
aceptaba la invasión de países que ya había iniciado el nazismo.
Hitler, para muchos, era un jefe de Gobierno que ganaba elecciones y
que tenía encandilados a los alemanes. La contundencia y la claridad
con la que ahora contemplamos aquellos años no existían entonces. De
ahí, la inquietud fundamental de estos días: ¿Nos estará ocurriendo
a nosotros igual? ¿Será eso? ¿Es esta la tercera guerra, la Tercera
Guerra Global?
Tendríamos que empezar por la propia definición del problema. El
Estado Islámico no es un grupo terrorista más; el Estado Islámico es
una ‘potencia internacional’ con un afán expansivo sobre otros
territorios. El objetivo es volver a instaurar un potente Califato
en el mundo, un sistema totalitario, dirigido por un califa y regido
por la ley islámica. Cuando Hannah Arendt, la filósofa alemana,
hablaba del totalitarismo, decía que se sostenía como un sistema de
campos que sirven para aterrorizar y explotar, matar y humillar a
las personas, pero cuya finalidad es arrebatar al ser humano toda
espontaneidad y reducirlo a objeto, a cosa. La definición servía
para el nazismo y sirve para el Estado Islámico.
Comenzó en Siria y ya domina una superficie equivalente a un país
como Italia, con la peculiaridad de que controla una quincena de
pozos de petróleo. El cálculo es que producen 100.000 barriles por
día. ¿Cómo los comercializa? Por ahí, por ese agujero negro, tendría
que empezar la guerra contra el Estado Islámico, porque lo que sí se
sabe es que se trata del grupo insurgente más rico del mundo. Hace
unos meses, la BBC sostenía en un reportaje que solo en dinero en
efectivo, el Estado Islámico manejaba una fortuna de 2.000 millones
de dólares.
Los ingresos le llegan, además de los campos de petróleo y de gas,
por secuestros, extorsiones y contrabando. ¿Y también por donaciones
de jeques árabes de países fundamentalistas? El agujero negro se
amplía y no encuentra respuestas en la comunidad internacional que
se ve amenazada porque, como es patente, no existe una declaración
de guerra formal, un bloque aliado que combata al Estado Islámico
con los mismos objetivos y una estrategia planificada para
someterlo.
Lo ocurrido en Francia el pasado viernes, y la reacción posterior a
la masacre, es una muestra patente de todo ello. Francia ha
intensificado los bombardeos de forma unilateral, pero no se sabe ni
cuánto durará la ofensiva ni qué otros países se van a implicar.
Desde el verano, se han arrojado sobre supuestas posiciones
estratégicas del Estado Islámico en Irak y en Siria casi 8.000
bombas, pero no parece que ninguna de ellas lo haya doblegado. Quizá
porque otro de los agujeros negros a los que nos conduce lo que está
ocurriendo es que, aunque lo podamos considerar una guerra, el campo
de batalla ya no es el mismo. Los muertos ya no están en las
trincheras, los frentes se establecen en las terrazas de alguna gran
ciudad.
Solo en los discursos ya se aprecia una diferencia inquietante. Lo
que para el presidente francés es ‘un estado de guerra’ no tiene
nada que ver, por ejemplo, con la declaración acordada por los
miembros del G-20, que se limita a una condena expresa de los
atentados de París y una promesa vaga de solidaridad y mayor
cooperación.
Ni siquiera en la Unión Europea se detecta una actuación paralela,
en intensidad y efectivos, a la que ha desplegado Francia, a pesar
de que el propio Tratado comunitario incluye una ‘cláusula de
solidaridad’ (artículo 222) que especifica que “la Unión y sus
estados miembros actuarán conjuntamente con espíritu de solidaridad
si un Estado miembro es objeto de un ataque terrorista o víctima de
una catástrofe natural o de origen humano. La Unión movilizará todos
los instrumentos de que disponga, incluidos los medios militares
puestos a su disposición por los estados miembro”.
Si Europa ni siquiera consigue una política exterior común ante un
desafío como el del Estado Islámico, nada bueno puede augurarse en
el futuro inmediato. Sobre todo porque la faceta más inquietante del
Estado Islámico es el reclutamiento de miembros en todos los países
y la instrucción para cometer atentados. ¿Están controlados todos
los posibles yihadistas? ¿Cuántos hay en Europa, en España?
Tras los atentados de 'Charlie Hebdo', a principios de año, el
presidente Hollande prometió, como ahora, incrementar la lucha
contra el Estado Islámico y el control de los yihadistas en
territorio francés, pero, 10 meses después, se ha producido esta
masacre de ahora, con participación de más terroristas y mayor
planificación. La globalización, que es el arma más letal que
utiliza el Estado Islámico, es fundamental para reclutar a futuros
terroristas y formarlos en todos los países del mundo.
¿Cómo lo consiguen? ¿Qué puede atraer a un joven formado en un país
libre, democrático, europeo, de un movimiento que le promete el
regreso al medievo? Es, quizás, el agujero negro más inquietante de
todos. Tan difícil de entender como hace unas semanas, cuando se
supo que la Policía española había detenido en Barajas a una joven
de Huelva, dispuesta a ingresar en el Estado Islámico, la ‘yihadista
rociera’.
La mayor dificultad de un contemporáneo, como nosotros ahora, es
saber reconocerse en su tiempo, aceptar los nuevos retos que se le
plantean, saber desechar las inercias y respuestas desfasadas.
De ahí la inquietud fundamental de estos días: ¿Nos estará
ocurriendo a nosotros igual? ¿Será eso? Miramos alrededor y solo
vemos preguntas sin respuestas, como agujeros negros en los que nos
perdemos.
Hollande quiere despertar a Europa
EDITORIAL Libertad Digital 17 Noviembre 2015
El discurso de François Hollande ante el Parlamento francés, reunido
ayer en sesión conjunta, ha constituido una soberbia respuesta a la
matanza de París, el peor ataque terrorista en toda la historia de
la V República. El presidente francés prescindió de lugares comunes
y de llamamientos a la paz y el diálogo, inútiles cuando el enemigo
es un grupo islamista que ha jurado destruir Occidente, y, en su
lugar, dio cuenta de la batería de medidas que ha decidido adoptar
para acabar con esta amenaza y velar por la seguridad de sus
conciudadanos.
Además de manifestar su firme voluntad de golpear al Estado Islámico
hasta su aniquilación, Hollande prometió una profunda reforma
legislativa en materia antiterrorista y poner en marcha una serie de
medidas para relacionadas con la presencia de terroristas en suelo
francés. El presidente galo anunció también que se modificará la
Constitución para permitir a las autoridades una acción más eficaz
en la materia.
En conjunto, se trata de un ambicioso programa político que no elude
cuestiones polémicas, como la expulsión de islamistas radicales o la
extensión de los poderes del Estado en lo relacionado con la
seguridad. Para llevar adelante una reforma de tal calado, que
afecta a los propios cimientos de la República, hace falta un fuerte
liderazgo político y François Hollande bien pudiera desplegarlo.
Francia es el ejemplo en el que debe mirarse el resto de Europa,
porque lo ocurrido el viernes en París puede pasar en cualquier otro
lugar del continente. David Cameron ha anunciado ya medidas
parecidas para combatir a la amenaza terrorista en el Reino Unido.
En España, el Gobierno y el principal partido de la oposición
firmaron un pacto antiyihadista que, no obstante, no supone un
cambio sustancial en las herramientas al servicio de Estado para
combatir la amenaza islamista. Un terrorismo que se aprovecha de la
ingenuidad de unos y el colaboracionismo de otros para agudizar la
debilidad de las sociedades abiertas y golpearlas duramente.
Hollande ha dado el primer toque de atención a una Europa dormida,
que no tiene más remedio que despertar de su letargo si quiere
preservar la seguridad de todos sus ciudadanos y su modo de vida .
Como dijo ayer el presidente francés, estamos ante una "guerra de
civililzación", con todo lo que eso implica.
J’aimerais bien être français aujourd’hui
Javier Orrico Periodista Digital 17 Noviembre 2015
La tragicomedia de España, eso que la sitúa como exponente de la
farsa, del esperpento, del sainete, no es que convivan en ella
malamente avenidas varias naciones, como sostienen sus células
cancérigenas nacionalistas, y los tontos interiores, sino que no
tiene ninguna. España fue una gran nación, una de las más grandes de
la Historia, la que creó una civilización universal y llevó su
lengua, su religión, sus leyes y sus universidades a medio mundo.
Pero hoy ya no es una nación, porque la cesión permanente frente a
quienes han trabajado sin pausa por corroerla ha terminado dando su
fruto. Ahora bien, los que tampoco son una nación en absoluto son
precisamente aquellos que presumen de serlo: vasconavarros y
catalanes.
Ellos menos que nadie. Ellos son los que han vivido y aún viven en
guerra civil, divididos y enfrentados, con la huella de sus crímenes
aún caliente, los unos; mientras los otros han recuperado la que ya
han vivido en diversas ocasiones, esa escisión de identidades que
hoy ha alcanzado su exacerbación. Los españoles hemos tenido que
sufrir las luchas intestinas de vascos y catalanes, en las que nos
hemos visto envueltos durante los dos últimos siglos, sobre todo, y
que son las que han acabado con nosotros. Nuestras guerras civiles
tuvieron siempre tres componentes: el ideológico-económico, el
religioso y el tribal. El ideológico y el religioso eran comunes a
todos, el tribal era exclusivo de ellos, los enfrentaba entre sí y
contra nosotros. Pero de haber sido verdaderas naciones, de haberse
presentado alguna vez unidos ante la Historia, hace tiempo que ya no
serían españoles o acaso no lo habrían sido nunca. Por eso jamás
fueron independientes, porque no fueron nunca una nación. Entre
otras cosas, porque siempre necesitaron nuestra lengua para salir al
mundo.
Una nación es lo que yo he visto esta tarde en la comparecencia del
presidente Hollande ante la Asamblea conjunta de todos los
parlamentarios franceses. La he podido ver en francés en TV5 (que no
es el telecinco de aquí, donde el francés sería otra cosa). Un
discurso bellísimo, vibrante, absolutamente democrático y, por ello,
radicalmente convencido de la necesidad de defender la civilización
frente a la barbarie. Con todos los medios. Sin complejos para
anunciar un aumento de las fuerzas de seguridad que, en una
democracia, nos representan a todos. Sin miedo para enviar a su
portaviones más poderoso al Golfo para darles su merecido a estos
canallas. Sin miedo, como una nación, para cantar juntos, oposición
y gobierno, derecha e izquierda, la Marsellesa con una emoción que
nosotros desconocemos.
Como una nación.
Como una nación en la que la oposición no se planta, tras los
atentados, en la sede del partido gobernante a pedir sus cabezas, ni
se pasan mensajes para dar palizas a sus militantes. Como una nación
que llora y canta unida y orgullosa de lo que es y de lo que ha
sido. De haber dado, por ejemplo, estudios, servicios y hasta
nacionalidad a aquellos que hoy pretenden destruirla. Como una
nación dirigida por hombres y mujeres que saben lo que defienden, y
no por mequetrefes miserables y tontos del haba sin arreglo que
siempre se rinden preventivamente y hablan de los niños que mueren
en el Líbano, como si eso fuera culpa de los que bailaban heavy
(¡Viva el heavy!) en una sala de París. Como una nación que no sólo
no retira sus tropas, sino que las incrementa. Como una nación de
ciudadanos, sin otra identidad que la ley, que es el progreso y la
libertad, frente a los asesinos y sus cómplices ideológicos, los
únicos que hoy buscan conservar todavía un mundo premoderno donde
los hombres se diferencian por razones de sexo, de color, de
religión o de lengua. Es el terror contra la libertad. Y nuestra
fuerza, lo ha dicho Hollande, es el Derecho: “La force est le
Droit”. Por eso el Estado francés, la Nation, no tiene miedo a usar
la fuerza, porque saben que la ley está con ellos. Por eso cantan la
Marsellesa, que es la canción del orgullo y la defensa de la
libertad. Y nosotros solo tenemos cánticos regionales.
LO QUE NOS VENDEN NUESTRAS ELITES
El Islam y Occidente
Carlos Esteban www.gaceta.es 17 Noviembre 2015
Como cada vez que los islamistas protagonizan una espantosa matanza,
nuestros medios de comunicación se han centrado en lo que realmente
importa: la islamofobia. Porque se diría que cuando nos matan eso no
es tanto prueba de que nos odien como de que les odiamos. Si usted,
lector, no ve en esta reacción ya habitual algo patológico es que se
ha acostumbrado al mundo al revés que nos venden nuestras élites.
A la historia no le importa en absoluto quién tiene razón. Los
historiadores discutirán eternamente qué factores dieron a tal
tribu, nación, civilización o raza la hegemonía sobre otras;
debatirán si fue la geografía, o un afortunado modelo económico o
social, quizá la demografía, o la perfección de las leyes, su
tecnología o su superioridad estratégica. Pero en ningún caso "tener
razón" o contar con la causa más justa es factor determinante.
Después de la victoria, de la conquista, del dominio, los autores
áulicos eleborarán teorías más o menos sofisticadas para explicar
que no solo se venció, sino que se debió vencer, porque es quien
gana quien escribe la historia. Desde el virgiliano "Tu regere
imperio populos, Romane, memento" al "Austriae Est Imperare Orbem
Universi", todos los imperios se han sentido llamados a triunfar y
gobernar a los otros, se han sentido tan "providenciales" como se
denomina aún hoy los Estados Unidos, la "nación excepcional".
Pero eso viene siempre después. Primero viene la batalla o las
batallas, aunque estas sean a veces metafóricas, incruentas, una
superioridad evidente que no necesita, al menos no siempre,
desplegar su fuerza militar.
Occidente, todavía hegemónico, es una civilización eminentemente
moral, lo que significa que siempre ha tenido necesidad de buscar
una justificación ética a su dominio, basada en una concepción
cristiana de la vida. Perdida esta, descristianizadas nuestras
élites y en bastante medida la base misma de la sociedad, la
consecuencia no ha sido el fin de toda traba moral, sino un
enloquecimiento intelectual, un extraño deseo de muerte, un
inexplicable masoquismo civilizacional abanderado por nuestros
intelectuales pero que ya ha calado en todas nuestras estructuras.
Es, si se quiere, un supremacismo inverso: seguimos siendo lo más
importante, los número uno, pero ahora somos los número uno del mal,
lo peor, "el cáncer de la historia", por decirlo en palabras de
Susan Sontag.
Esto describe, si no explica, porqué somos los únicos que, ante un
ataque, nuestro primer instinto no es tanto protegernos como
preguntarnos qué hemos hecho mal esta vez y qué justas razones
tendrán nuestros enemigos para ir contra nosotros. Es, de hecho, un
cristianismo que ha desechado a Cristo y la transcendencia para
centrarse en los mensajes más peligrosos de la fe cuando no tiene
una Iglesia que lo contextualice y un 'corpus' que lo encuadre: los
últimos serán los primeros, amad a vuestros enemigos y demás máximas
paradójicas y antiintuitivas. Eso es el progresismo hoy. Mi primer
impulso hubiera sido llamarlo "la izquierda", pero ya ha fagocitado,
al menos, a la derecha 'oficial', que apenas se aparta de esta pauta
sino en el énfasis y la urgencia.
Pero el progresismo olvida que el instinto de supervivencia es la
primera ley, que si bien lo hemos sublimado en algo tan complejo
como el Estado nación, el ser humano es irremediablemente tribal y
territorial. Y el islamismo radical, que parte de concepciones
absolutamente ajenas a las nuestras (y, en un sentido, más sanas),
no tiene nada que "dialogar" con nuestra civilización, nada que
negociar salvo nuestra rendición. Lo decía el propio Bin Laden en
una de sus celebradas alocuciones: cuando cualquiera ve un caballo
fuerte y un caballo débil, naturalmente prefiere el fuerte. Menos
nuestra izquierda.
Para nuestra izquierda -y, por contagio, todas nuestras élites-,
todo conflicto nace de algún agravio que hemos cometido. Y,
naturalmente, hay muchos donde elegir, no porque hayamos sido una
civilización especialmente injusta o implacable, sino porque el "¡ay
de los vencidos!" es una ley inexorable de la historia, y la utopía
se define por no existir ni ser posible. Hay apelaciones lejanas a
las Cruzadas, más cercanas, a la colonización, y casi inmediata a
las guerras abiertas o encubiertas en el corazón de Oriente Medio.
Las razones pueden ser la existencia del Estado de Israel, el
control del petróleo, oscuras conspiraciones financieras...
Y cualquiera de estas razones o una combinación de las mismas pueden
ser perfectamente ciertas. No niego, en principio, que tengan su
grano de verdad muchos -todas es imposible- de los agravios que
esgrimen los progresistas.
Pero, al final, ¿saben qué? Da igual. Da igual porque, cuando llegue
la hora de la verdad, será cuestión de supervivencia. Puede que nos
queden aún muchas más cesiones que hacer, cesiones que irán
debilitándonos cada vez más, pero como los otros tienen sus propios
principios, más cercanos al orden que ha sido habitual en la
historia, ninguna cesión va a satisfacerles sino el pleno dominio. Y
ahí todos, y la izquierda muy especialmente, lo tiene todo que
perder. Ese punto de inflexión definirá el conflicto entre
sobrevivir como civilización y mantener, mal que bien, nuestra forma
de vida, o desaparecer.
Cuando estalla el conflicto existencial, el verdadero, el
definitivo, el hombre no busca cuál de los bandos tiene razón, sino
quienes son los suyos. Eso es lo que no parecen entender nuestros
mandarines, que en ese momento todo el mundo sabrá cuál es su tribu,
quiénes son los enemigos y quienes han sido los traidores.
Prefiero ser Francia que no ser
Fernando Zurita www.gaceta.es 17 Noviembre 2015
En política, como en cualquier otro aspecto de la vida en que se
requiere decisión y coraje siempre se camina solo. Pensemos en
situaciones de acoso y violencia en el seno de las parejas, ¿quién
toma la decisión de denunciar o no y con qué apoyo?; Imaginemos
circunstancias de mobbing, ¿cuántas veces los responsables miran
para otro lado?. En política, en los momentos en los que de verdad
uno se la juega, siempre se estará solo. Es verdad que si sale bien,
rápidamente saldrán los moscones agenciándose medallas asegurando
que ellos siempre estuvieron “ahí”, pero el primer paso siempre se
realiza sin compañía. Nadie se compadece (padecer con) de nadie por
simpatía con la raza humana; menos aún apoya decisiones que puedan
poner en un aprieto a quien las secunda.
Cuántas veces nos hemos preguntado, a raíz de las atroces
ejecuciones televisadas por EI, acerca del motivo por el cual no se
intervenía, de una u otra forma, en favor de la justicia. Porque se
trata precisamente de eso. No se trata de venganza, sino de justicia
y de la salvagurda de la libertad que en esencia nunca existió para
aquellos que a diario siembran el odio entre seres humanos. Es
impresentable que alguien pueda poner encima de la mesa, siquiera
sugerir, que las macabras hazañas a las que asistimos desde hace ya
no poco tiempo, tengan su fundamento, para algunos justificación, en
las vergüenzas de Occidente. Debemos tener claro de una vez por
todas que detestan lo que tenemos. Y no pretenden quitárnoslo para
apoderarse de ello, pretenden quitárnoslo para acabar con ello.
Mantener posturas comprensivas tendentes a buscar “el motivo” en
nuestro comportamiento y castigar nuestro modo de vida, es legitimar
mensajes autodestructivos y dañinos. Es estancar la evolución del
ser humano y vivir en la frustración indefinida. Si optamos por esta
pueril explicación no estamos entendiendo nada. La situación en
Siria o en cualquier otra parte del mundo no es el canal comunicador
con matanzas gratuitas. Tenemos que tener meridianamente claro que
de lo que se trata es de la necesidad de materializar un mensaje de
carácter invasivo y dominador. El multiculturalismo que en España se
ha instaurado pretendiendo la equiparación del modo de vida
civilizado con el que se pretende por parte de estos salvajes,
afianza la debilidad de Europa y genera desconcierto entre los
propios ciudadanos que notan cómo la certeza en la que viven se
diluye sin remedio.
Ante esta situación es el momento de los buenos gobernantes. De los
líderes que tengan el coraje y la decisión de caminar solos. Que no
tengan reparos en defender las raíces cristianas del viejo
continente como gérmen de la civilización de que disfrutamos, a
pesar de sus aspectos mejorables. Es la ocasión para que políticos
carismáticos, con sentido común y sabedores de lo que son
manifiesten con arrojo el mensaje de los ciudadanos a los cuales
tutelan, que de otro modo quedan abandonados a la deriva de la
mediocridad.
Hay quienes recuerdan que Francia no estuvo al lado de España cuando
tanto sufrimos por culpa del terrorismo de ETA. Es cierto. Es
probable que hasta encontraran justificaciones políticas a los casi
mil asesinatos. Y bien que me pesa. No obstante queda como argumento
inconsistente, cuando nosotros mismos como españoles mantenemos
discrepancias en la forma en que se debe afrontar la desarticulación
de este grupo, aún activo. Sea como fuere, prefiero ser Francia que
no ser.
Mírala cara a cara, que es la tercera.
Antonio Burgos. ABC 17 Noviembre 2015
No, no es la letra de la sevillana de Manuel Melado. Es la
actualidad de esta hora, que muchos se niegan a ver. Mírala cara a
cara, que es la Tercera: la III Guerra Mundial. No es guerra
convencional, ni guerra fría entre dos grandes potencias. La tenemos
tan cerca que nos falta perspectiva sobre la guerra santa que han
declarado a nuestra civilización. Suele ocurrir en la Historia. Mi
padre estuvo en la Batalla del Ebro, con la 40 División de González
Badía, pero no se enteró de que aquello era El Ebro. Sabía que los
rojos habían roto el frente y que la ensalada de tiros era de no te
menees. Pero no sabía qué era aquello. Como siempre ocurre en todas
las batallas: se bautizan cuando ya se han ganado o se han perdido.
Como en todas las guerras. La inmediatez de los hechos nos impide la
perspectiva. Seguro que cuando mataron al Archiduque en Sarajevo no
sabían que había empezado la Gran Guerra. Ni que cuando Hitler
invadió Polonia había comenzado la II Guerra Mundial. Como tampoco
supimos que había empezado la Tercera aquella tarde de septiembre de
2001 en que nos llamaron para decirnos que pusiéramos la tele, que
parecía que una avioneta se había estrellado contra las Torres
Gemelas. A las que habíamos subido todos los que una vez que fuimos
a hacer el cateto a Nueva York. Vimos poco después cómo se
desplomaban. Nadie pudo contemplar cómo se derrumbaba el Imperio
Romano: nosotros sí vimos, en vivo y en directo, cómo se hundía
nuestro mundo. Pero como cuando Sarajevo y cuando Polonia, no
sabíamos que lo que estaba comenzando, con el siglo, era nada menos
que una nueva guerra. Una medieval guerra santa. ¡Vaya fiesta de
moros y cristianos!
París no era el sábado precisamente una fiesta según Hemingway. Era
la demostración de que si esto en lo que andamos, todos hasta las
mismas trancas, no es la III Guerra Mundial, yo no sé qué será la
III Guerra Mundial. Guerra sin frentes ni partes. Una guerra con los
ejércitos, mientras, repartiendo chocolatinas, bombones y caramelos,
por citar muchas absurdas y costosas misiones internacionales de
nuestras gloriosas, heroicas y constitucionales Fuerzas Armadas
Españolas. Cuando los franceses aislados por la batalla salían del
Estadio de Francia cantando «La Marsellesa» (antier vamos a hacer
los españoles igual), y cuando los taxistas de París se brindaban
otra vez a participar patrióticamente en la contienda, como antaño,
como la primera vez de aquel primer amor con la muerte, alguien
tendría que habernos dicho a todos, mientras las lamentables
televisiones españolas continuaban con sus paquirrines y otras
bazofias de consumo masivo: «Es la guerra, imbéciles».
Una guerra por entregas. Como un coleccionable del terror. Por
fascículos. La guerra de las Torres Gemelas; la guerra del
sangriento Atocha del 11-M; la guerra de las explosiones en el Metro
de Londres; la guerra de los ametrallamientos de turistas en Egipto.
Hasta aquella guerra que trajo desde Bombay a Esperanza Aguirre con
unos ridículos calcetines tobilleros blancos. Una guerra con un
enemigo cambiante, que unas veces tiene nombre de diosa egipcia,
Isis, y otras de televisión árabe en los canales del satélite en el
cuarto del hotel: Al Qaida. Donde si no sabemos quiénes son ellos,
menos quiénes son los nuestros, porque se nos pasan de bando y
linchan al que dice, como Cañizares, que cuidado con tanto sirio
refugiado que llega. Y donde hasta hubo un imbécil que se gastó una
millonada garantizando que él solito arreglaba esta guerra con la
«Alianza de Civilizaciones». ¡Tócame los que riman! En esta guerra
rarita hasta estamos sin líderes. Aquí no tenemos un Churchill que
nos pida y anuncie «Sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor». Mírala cara
a cara, que es la Tercera. La guerra, y yo con estos pelos... Digo,
con esta mierda de líderes, que se creen que las guerras las ganan
las ONG y no la Infantería poniendo el pie sobre el terreno
conquistado al enemigo, porque o matas o te matan...
No bombardear, que es peor
Cristina Losada Libertad Digital 17 Noviembre 2015
Tan predecible. En cuanto se supo que Francia había bombardeado uno
de los bastiones sirios del grupo terrorista responsable de la
masacre en París, nuestros listos habituales salieron al patio de
vecindad para decir lo que dicen siempre en estos casos: ¡no
bombardear que es peor! ¡Bombardear no es la solución! ¡No hay que
hacer lo que hizo Bush! Habrá alguna variante más, pero la esencia
permanece, y permanece, en realidad, sea cual sea el atentado y el
grupo terrorista de que se trate.
Esa esencia, la idea implícita, es que no hay que combatir el
terrorismo, porque al combatirlo sólo provocaremos una reacción más
virulenta, y que debemos centrarnos, en cambio, en erradicar sus
causas. Unas causas que los partidarios del desistimiento aseguran
que podemos erradicar porque no estarían en ellos, en los
terroristas, sino en nosotros, en nuestra conducta y, más en
concreto, en la política de nuestros gobiernos.
Huelga decir que un mensaje así reúne enseguida a seguidores. El
miedo, que es el miedo que quieren instigar los terroristas, induce
a persuadirse de que atacarlos tendrá las peores consecuencias: que
nos atacarán y matarán más. Claro que quienes así reaccionan eluden
las consecuencias que tendría hacer lo que dicen.
La consecuencia más evidente y grave de no atacar los feudos del
ISIS sería su fortalecimiento: tendría vía libre para continuar
ocupando territorio, aterrorizar, esclavizar y masacrar a las
poblaciones locales, como ha venido haciendo, y aumentar sus
recursos económicos, que proceden sobre todo de la venta de
petróleo, de la extorsión y del saqueo.
Añádase otra evidencia: si Francia no continuara los bombardeos de
posiciones del ISIS después de la masacre en París, los terroristas
cantarían victoria y su causa enloquecida y bárbara tendría mayor
capacidad de atraer a quienes están predispuestos al fanatismo y la
violencia. Porque hay que estar predispuesto: no bastan las
explicaciones del desarraigo y el desempleo que tanto circulan. Hay
una tendencia preocupante a achacar la atracción por el yihadismo a
condiciones sociales y a menospreciar la influencia de otros
factores.
Ha hecho bien Hollande en ordenar esos bombardeos –y recordemos que
Francia había lanzado muchos menos ataques aéreos contra el ISIS que
Estados Unidos–, como hizo mal, terriblemente mal, Rodríguez
Zapatero cuando ordenó la retirada de las tropas de Irak nada más
llegar a la presidencia del Gobierno después de los atentados del
11-M. En Francia, afortunadamente para Francia y para todos los
europeos, no hay masas a favor del desistimiento ni dispuestas a
culpar al Gobierno de la masacre, como las hubo aquí en 2004.
El miedo, sin embargo, no es el único elemento en juego. Mejor
dicho, el miedo se hace presentable a través del discurso de las
causas: en lugar de combatir, de atacar al terrorismo, ataquemos sus
causas, solucionémoslo de raíz, porque está en nuestra mano hacerlo.
Lo decisivo ahí es que atacar las causas, las supuestas causas, se
presenta como alternativa a atacar a los terroristas. El historiador
Walter Laqueur escribía en Una historia del terrorismo lo siguiente:
Se cree que el terrorismo aparece allí donde las personas tienen
legítimos y verdaderos motivos de queja. Si se eliminan los agravios
y la pobreza, la desigualdad, la injusticia y la falta de
participación política, el terror cesará. Estos sentimientos son
loables y todos los hombres y mujeres de buena voluntad los
comparten. Como remedio contra el terrorismo resultan no obstante de
un valor limitado: tal como muestra la experiencia, las sociedades
con una participación política mínima y una injusticia máxima son
las que se ven más libres del terrorismo en la actualidad. Siempre
han existido motivos de queja y, dado el imperfecto carácter de los
seres humanos y de las instituciones sociales, sabemos que pueden
reducirse, pero no erradicarse por completo.
(…) Por muy democrática que sea una sociedad, por muy próximas que
estén las instituciones sociales de la perfección, siempre existirán
personas desafectas y alineadas que afirmen que el actual estado de
cosas resulta intolerable, y siempre existirán personas agresivas
más interesadas en la violencia que en la libertad y la justicia.
Y decía también Laqueur en la introducción, escrita después del
11-S:
No hay ningún Clausewitz ni ningún Maquiavelo que pueda servirnos de
guía en el campo del terrorismo y el contraterrorismo. Pero aún
siguen existiendo algunas intuiciones fundamentales basadas en las
experiencias pasadas, así como en el sentido común. Ninguna sociedad
puede proteger a todos sus miembros de un atentado terrorista. Sin
embargo, puede reducir el riesgo pasando a la ofensiva, obligando a
los terroristas a la desbandada, en vez de concentrar sus esfuerzos
en defenderse del terrorismo.
Pero habrá ahora en los platós españoles muchos sabios dedicados a
exponer la estrategia adecuada para combatir al ISIS y al yihadismo.
Lo sabrán mejor que los gobiernos de Francia o de Estados Unidos,
que llevan décadas afrontando el terrorismo islamista, y nos darán
esa larga reflexión que han hecho sobre el terrorismo, esa
experiencia que tienen en encararlo, sintetizada en siete puntos o
en cuatro. Escúchelos quien quiera perder el tiempo.
Los falsos mitos islamistas
José García Domínguez Libertad Digital 17 Noviembre 2015
Entre ese muy nutrido arsenal de lugares comunes al que por norma se
recurre cada vez que hay otro atentado islamista en Europa destaca
el tópico mil veces repetido de que el Estado Islámico, lo mismo que
antes Al Qaeda, supone un retroceso a la Edad Media. Y sin embargo
nada más lejos de la verdad. Bien al contrario, si por algo se
caracteriza esa variante teocrática del terrorismo es por su
absoluta, definitiva modernidad. Una modernidad que, por definición,
remite su origen al Occidente contemporáneo, no a tradiciones
culturales arcaicas propias de Oriente. Ben Laden o Zarqaui eran
hermanos gemelos de Lenin, de Pol Pot y del camarada Abimael Guzman,
el líder de Sendero Luminoso, no de ningún olvidado califa
mahometano del Medioevo.
John Gray, sin duda el pensador más lúcido que nos queda en Europa,
trató del asunto en un pequeño librito, Al Qaeda y qué significa ser
moderno, que muchos deberían leer estos días. Y es que, nos guste o
no, las raíces intelectuales del islamismo radical se encuentran en
Europa. ¿O acaso existe algo más genuinamente occidental y europeo
que el rechazo de la razón, repudio que da forma a una parte
inextricable de nuestra alta cultura desde los tiempos de la
Contrailustración? La vanguardia –otro concepto específicamente
europeo– del islamismo está mucho más cerca de Nietszche, por
ejemplo, que de cualquier teólogo mahometano de hace varios siglos.
Por lo demás, las formas privatizadas de violencia que caracterizan
a esas corrientes fundamentalistas, simplemente, eran desconocidas
en el marco medieval. Como ajeno a cualquier cosmovisión arcaica es
el afán por el impacto espectacular de los atentados en que se
enmarcan los crímenes del ISIS.
Los islamistas no solo viven por y para la imagen televisada, de ahí
el crescendo sanguinario de sus atrocidades, sino que también
participan de la misma mentalidad estratégica que los extremistas
occidentales de todo pelaje. Desde los nihilistas rusos del XIX
hasta las Brigadas Rojas en Italia o la Baader-Meinhof alemana, la
creencia de que es posible alumbrar un orden nuevo sobre las cenizas
de la civilización conocida, todo merced a actos de destrucción
icónicos, retrata al maximalista político en Occidente. Nada de eso
se encuentra en las tradiciones políticas del mundo musulmán.
Desengañémonos, la violencia milenaria del islam más radical no es
fruto, tal como insiste Grey, de ningún choque de civilizaciones.
¿Oscuras rémoras medievales? Al revés, son nuestros definitivos
contemporáneos.
LA BESTIA HUMANA... UNA VEZ MÁS: PARÍS Y
MUCHOS PARISES MÁS
Antonio García Fuentes Periodista Digital 17 Noviembre 2015
Lo que ha ocurrido en París… “era de esperar”; como lo ocurrido sólo
días antes “en el aire” a ese avión ruso, que hicieron explotar
causando más de doscientos muertos (murieron todos los que iban en
la nave); como (seguro) va a seguir ocurriendo “a uno y otro lado
del frente de guerra” (que ya hay que verlo así, puesto que esto es
una nueva guerra “de religión”) como y desde ya muchos años atrás,
viene ocurriendo en este perro mundo, dirigido por “bestias” que
todo lo quieren solucionar con la violencia máxima y no hablando y
razonando, cediendo cada cual lo que por lógica correspondiera en
cada uno de “los frentes de batalla”; pero no… “sigue imperando el
ancestral código del vencedor contra el vencido”; y además, los
instigadores y mantenedores de las masacres, se escudan en
“religiones y democracias”, que no sirven para nada y a la vista
está como está en estos momentos gran parte de este planeta, asolado
por guerras intestinas, que en realidad lo que dirimen son intereses
materiales de “hunos y hotros”… no hay más, siempre y tras cualquier
guerra solo hay expoliados y expoliadores… “y nadie se asombre,
puesto que ello viene desde la época de las cavernas y cuando ese
mal denominado ser humano, encontró cuartel y armas”.
El actual arzobispo de Valencia Monseñor Antonio Cañizares,
recientemente dijo valientemente, que en la invasión de las oleadas
de refugiados que vienen huyendo de las guerras, entrarían nuevos
terroristas mezclados entre ellos y por cuanto sigue, llevaba toda
la razón del mundo; cosa fácil de entender para los “no muy
despiertos”; veamos el porqué.
“El terrorista con pasaporte sirio que falleció en los atentados de
París pasó como refugiado por la isla de Leros, según afirma el
viceministro de Seguridad heleno Nikos Toscas. "Pasó por allí el 3
de octubre de este año y ha sido identificado según las reglas de la
Unión Europea", ha anunciado Toscas en declaraciones a Reuters, que
desconoce la ruta que pudo tomar posteriormente el terrorista. La
Unión Europea ha pedido a sus países miembros que comprueben los
números de los pasaportes encontrados para ver si estaban
registrados previamente”. (Vozpópuli 14-11-2015)
Esto es una simple muestra de la infinidad de “grietas y coladeros
que hoy hay”, por el movimiento de masas, que legal e ilegalmente
andan por el mundo. Otra muy importante es el dinero (“el mucho
dinero”) que se necesita para mantener el terrorismo, que
indudablemente no lo mantienen, “afiliados con su dinero”, sino
potencias estatales, que en la sombra, abastecen a toda esta gentuza
sin creencias algunas y pese a los fanatizados suicidas, que también
adoctrinan clérigos fanáticos que no creen en dios alguno, sino en
el poder que pueden obtener sobre la base de crear miedo terrorífico
en los lugares a conquistar; por lo que la lucha contra estos “virus
mortales”, será dificilísima cuando no imposible; por lo que ya digo
de “grietas” infinitas para actuar prácticamente en cualquier lugar
del mundo; que por cuanto estamos viendo, siempre será en las
grandes ciudades o capitales del mundo, donde por múltiples motivos,
la gente se masifica en lugares determinados y donde el atentado,
con pocos elementos y las suficientes armas y explosivos, lograrán
las masacres que se vienen padeciendo. O sea y más claro, que esto
es ya “una tercera guerra mundial”, donde los frentes serán
incalculables y los muertos también.
Pero insisto… “como nunca una guerra se hace por otra cosa que por
intereses materiales”; puestos a pensar… ¿Es que hay intereses
internacionales para cargarse de una vez, la precaria “UE o Unión
Europea” y que este continente, se disgregue y vuelva a sus luchas
intestinas, para que nuevos imperios dominen la mayor parte del
actual mundo? Lo iremos viendo a medida del desarrollo de los
hechos; aquí hay un inmenso plan de destrucción y de intereses,
puesto que matar “unas docenas en un país u otro”, eso en términos
de confrontaciones mundiales, no significa nada, puesto que nada
soluciona. Triste porvenir de una humanidad en la que abundan los
asesinos sin escrúpulo alguno y los sedientos de poder, por el que
harán lo que sea y como sea.
Por otra parte todo este tinglado no viene de hace pocos años sino
de más atrás (varias décadas) puesto que mientras escribo, recuerdo
mi primer viaje a París (noviembre de 1984; fruto del mismo fue mi
libro inédito, “Viaje a París 1984” donde ya indico yo “la invasión
musulmana” ) y recuerdo que en aquel entonces, la embajada de
Irán/Persia en la ciudad, estaba cercada por la policía francesa,
puesto que entonces empezaba a “hervir” el nuevo movimiento
islámico, promovido por los ayatolás iraníes, que derrocaron al
entonces sah de Persia, a lo que siguió una guerra “entre dos mundos
y tres religiones”, la que aún sigue. Entonces la guerra se decía
era por el control del petróleo, pero pienso que quieren más, mucho
más.
Los pueblos y como siempre estamos indefensos y a merced de fuerzas
que nunca controla el pueblo, “como unidad y percha de todos los
palos”; solo nos dejan y en determinados lugares, “la triste
realidad de decir lo que pensamos”, pero aun así, “la palabra es la
mejor arma que tenemos los seres humanos”, por ello…
“El precio de desentenderse de la política es el de ser gobernado
por los peores hombres”: (Platón). La política nos afecta a todos y
por ello no debemos dejarla sólo en manos de los políticos, que
siempre han terminado por llevarnos al degolladero”.
Antonio García Fuentes
(Escritor y filósofo)
www.jaen-ciudad.es (aquí mucho más) y
http://blogs.periodistadigital.com/nomentiras.php
El enemigo indefinido
María Blanco www.vozpopuli.com 17 Noviembre 2015
Uno de los recursos más utilizados por los guionistas de cine de
suspense es el de la indefinición del enemigo. Tanto si se trata de
un extraterrestre que ha adoptado una forma de vida desconocida,
como si los protagonistas son médicos que han de atajar una
misteriosa enfermedad difícil de identificar, el elemento alrededor
del cual gira toda la trama es no saber a qué atenerse, qué arma
emplear, dónde está el contrincante, cómo se manifiesta, sus puntos
débiles. Comiendo con Juanma López Zafra, mi bigdatero favorito, me
explica que en estadística, econometría, y en general en ciencias,
si las hipótesis de partida no están bien definidas, entonces no hay
nada que hacer con el problema. Y así es como he percibido a gran
parte de la población en estos trágicos días. Creo que provocar en
la población la sensación de que hay un enemigo indefinido es la
mejor arma para inmovilizarnos.
Cuando en una capital se produce un atentado terrorista como el del
13-N, con un elevado número de víctimas, en un lugar público no
identificable con ninguna ideología o religión se abre una herida en
la población. No solamente en el país, por empatía, ciudadanos de
otros países sentirán el reflejo del dolor de los afectados
directamente.
París, Beirut, Madrid y el mundo
En España nos duele más París porque tuvimos nuestro 11-M y es una
ciudad vecina. En Beirut sienten más su atentado y seguramente
también los países del entorno. En Guatemala se duelen de su etapa
en la que el terrorismo asolaba al país, igual que en Perú, con
Sendero Luminoso, o en cualquier otro lugar. Los casos de París,
Madrid y Beirut son más parecidos porque la causa va envuelta en una
visión de la religión pervertida por el fanatismo. El rector de mi
universidad, después de guardar un minuto de silencio en solidaridad
con el pueblo francés decía: “Nadie puede matar en nombre de Dios.
Ese Dios no existe. Existe el Dios del amor y de la vida”.
Desafortunadamente, a lo largo de la historia, ha habido facciones
religiosas de todo tipo que han interpretado las cosas de otra
manera. Y ahora también. ¿Cuál es la diferencia? Que antes se veía
venir y ahora no sabemos quién mata.
El efecto de no hacer el duelo de su pérdida en una persona o grupo
de personas es grave. Perpetúa el dolor y la rabia. Necesitamos
cerrar las brechas, por eso me parece relevante rescatar cuerpos de
fosas comunes y cunetas, de todos los bandos, de todas las guerras,
para que todos cerremos adecuadamente la herida y no transmitamos
más el odio derivado de un luto inconcluso.
La otra diferencia es que ahora, como pasa en todos los ámbitos, el
dolor también se politiza. De manera que no se trata exclusivamente
de fanatismo religioso, sino también de alta política internacional.
Esa de la que no nos enteramos nunca los pagadores de impuestos con
cuyo dinero se financian las medidas de alta política internacional.
Ser consciente de esta segunda dimensión del problema provoca una
sensación de ser el bobo de turno que casa muy mal con el dolor por
la muerte de familiares, amigos, conocidos, y con la empatía que
despiertan. Por eso hablamos de cómo se financia quién, de si es
mejor cerrar fronteras o no, de si la política es la verdadera
causa.
La parálisis permanente de la sociedad
He leído a mi amiga - que reflexiona (de la mano de DV8 Physical
Theatre) sobre la “parálisis piadosa” en la que ha caído Occidente y
que nos hacer sentirnos incapaces, por miedo a ofender, de decir que
somos superiores a los talibanes. Y se pregunta cuáles son las
razones. En mi opinión, la parálisis a la que se refiere Marion
tiene mucho que ver con la confusión inducida, inoculada vía
millones de tuiteros y usuarios de redes sociales, a quienes se nos
lleva de la mano a dudar de si son nuestros presidentes quienes
provocan los atentados, mientras la corrección política nos tapa la
boca para que no podamos decir en alto que los Estados no nos
defienden y que queremos recobrar la responsabilidad de la defensa,
al menos un poquito.
La parálisis de la sociedad es provocada por décadas mirando las
noticias en la televisión donde somos testigos de corrupción
política cada vez más obscena, de la que nadie rinde cuentas, nadie
devuelve el dinero, nadie paga, excepto nosotros. Y a la vez, cada
año electoral, se nos aterroriza con el miedo al otro partido, el
miedo a los que van a venir a quitarte lo tuyo, o a comerse a los
niños, o a volver a épocas pasadas, con el único objetivo de
mantener su escaño o de alcanzarlo por primera vez, en un sistema
político cerrado, sin posibilidad de que votes a una persona
independiente, porque te tienes que tragar a la lista completa.
Es la parálisis de quien lucha en la niebla de la desinformación
contra un enemigo que no ve, ni sabe qué forma tiene, ni cuáles son
las armas adecuadas. Y lo peor, y esto me hace temblar, es que a
veces me planteo si realmente hay voluntad política de acabar de
verdad con esta amenaza invisible pero cierta que se manifiesta en
número de muertos.
La onda expansiva
Ignacio Camacho. ABC 17 Noviembre 2015
«Puede ser hasta con agua hirviendo. Sí, literal. Hay en la red
llamamientos de Al Bagdadi y del Daesh que instan a los yihadistas a
atacar en España con las armas que tengan más a mano, incluso
domésticas, y mencionan eso. Por ello la cuestión clave, dicha con
crudeza, no consiste en si se va a producir un atentado aquí, sino
cuándo y con qué magnitud, con qué alcance. Las fuerzas de seguridad
y de inteligencia están trabajando bien, yo diría que muy bien; el
control de sospechosos es eficaz e intenso, pero ni te imaginas lo
fácil que puede ser matar sin motivo y aún más si no te preocupa la
escapatoria». Habla un experto antiterrorista, asesor de organismos
internacionales, especialista académico. «Estos días estamos
cruzando información en varios think tanks europeos y la conclusión
es ésa: Reino Unido, Alemania y España somos los próximos escenarios
potenciales, en ese orden de probabilidad. Nosotros tenemos la
ventaja relativa de que nuestros inmigrantes son en su mayoría de
primera generación, bastante integrados, pero ya hay muchos jóvenes
radicalizados y además su captación se efectúa en muy pocos meses a
través de internet. La consigna es atentar sin entrenamiento si es
menester: de cualquier manera y en busca del mayor daño».
«En estas circunstancias, el problema no es sólo de seguridad y de
prevención, sino político: la importancia crucial de las reacciones
de opinión pública, más allá del sentimentalismo y la emotividad
blanda. Y en ese sentido no soy optimista; tenemos precedentes poco
alentadores, ya sabes de qué hablo. El Pacto Antiyihadista es un
paso muy importante, que garantiza cierta estabilidad en la cúpula
dirigente, pero el ruido social es muy intenso. Existe un sector
ideológico radicalizado, con mucho liderazgo de comunicación, que
insiste en la culpa occidental y en la relativización de las
responsabilidades, y todavía percute sobre la invasión de Irak, las
Azores y todo eso. Y una corriente antiislámica creciente, excitada
por la crisis de los refugiados. Un esquema muy bipolar, de
enfrentamiento interno cruzado con el debate nacional y los
rescoldos del 11-M. El clima de división que, sumado al efecto
espectáculo de los medios, multiplica la onda expansiva del terror».
«El artículo de Julio Rodríguez –¡¡un ex-Jemad, Dios Santo!!– y el
gesto de Pablo Iglesias de rechazar el Pacto de Estado son signos
muy desalentadores: restan cohesión colectiva y le dan expresión
política al antioccidentalismo acomplejado de cierta izquierda.
Después de una tragedia lo segundo peor es que se desate un
desencuentro civil. Es una cuestión de imperativo ético, de unidad
democrática sin fisuras. No, creo que no estamos preparados para una
reacción serena y entera. Este también es un combate de fortaleza
moral y hay mucho trabajo que hacer aún en ese sentido, demasiado
quizá. La duda es si vamos a tener tiempo...».
Un crimen contra la Humanidad y la guerra
inevitable contra el EI
José Oneto. Republica.com 17 Noviembre 2015
El mundo y, especialmente Europa sigue, en estado de schock,
indignada y, también, aterrorizada, el desarrollo de los
acontecimientos en Francia, tras la masacre provocada por el Daesh (
Estado Islámico ) el pasado viernes en París, en lo que es, sin
duda, el mayor atentado de la historia de Francia después del final
de la Segunda Guerra Mundial, un atentado múltiple que se ha
saldado, por el momento, con 129 muertos y, en torno a 350 heridos,
de los cuales, ochenta, son de gravedad extrema.
Descubrir, de pronto, que los autores de la masacre no son como se
creía “lobos solitarios”, sino miembros de varias células
perfectamente organizadas desde el exterior ; que el belga
Abdelhamid Abaaoud, un yihadista huido a Siria y condenado en
Bélgica, en ausencia, a 20 años de cárcel, es el supuesto cerebro de
la operación y que ha preparado los ataques desde Siria ; que el
Santuario de la mayoría de los militantes diaristas se encuentran a
escasos kilómetros de Francia, en Bruselas, en el barrio de
Moleenbeek, de poco más de noventa mil habitantes, la mayoría de
ellos, jóvenes en paro de distintas nacionalidades y no integrados;
que se había advertido casi proféticamente en el mes de Septiembre
por parte del juez antiterrorista francés Mar Trevidic que lo más
grave estaba por llegar y que “nos quieren hacer el mayor daño
posible y a largo plazo, lo harán”; que algunos de los kamikazes que
se suicidaron con chalecos explosivos estaban catalogados como
“peligrosos” pero que no estaban vigilados o habían escapado del
control de la policía y, en fin, que alguno estaba fichado
policialmente como delincuente de pequeños robos y droga, ha sido,
sin duda, la gran sorpresa y el gran descubrimiento de la opinión
publica, en estas últimas horas en las que se han vuelto a anunciar
nuevos ataques en los próximos días o en las próximas semanas .
Solo se habla de guerra. La palabra más repetida en los editoriales
y comentarios de todos los periódicos, la más oída en la radio y la
televisión, la más repetida en la calle desde minutos después del
primer balance de la masacre, y especialmente desde los primeros
bombardeos sobre Racca, la capital del Estado islámico, por parte de
aviones Refale para destruir bases de entrenamiento, suministros, y
mando de operaciones ( con ayuda de información norteamericana), ha
sido, precisamente, la de guerra. La han utilizado tanto el
Presidente de la Republica Francois Hollande como el primer Ministro
Valls Tanto uno como otro, han escogido el lenguaje que va asociado
a esa guerra. Francia actuará ‘sin piedad’ (Hollande) y piensa
‘acabar’ (Valls) con sus enemigos.
Desde que se conocieron los primeros datos de la tragedia, el
presidente Hollando utilizó la expresión de “acto de guerra”, una
expresión que era reflejo de una dura realidad que iba mucho más
lejos que los atentados contra los periodistas del semanario
satírico “Charlie Hebdo”, condenados por supuestas ofensas al
Profeta Mahoma. Esta vez, la condena a muerte era indiscriminada. A
ciudadanos que tranquilamente cenaban en terrazas, celebraban el
final de la semana o asistían a un concierto de heavy metal. Eran,
sin duda, verdaderos “actos de guerra”. Aleatorios, pero
perfectamente coordinados y planificados. Eran lo más parecido al
bombardeo de las ciudades enemigas llevado a cabo durante la Segunda
Guerra Mundial. La diferencia esta vez es que no había sirenas, no
había refugios antiaéreos, tan sólo el miedo y el terror de que
pueden producirse nuevos ataques, nuevas amenazas, en cualquier
lugar, en cualquier momento.
Pero esa guerra ya, en cierto modo, la había emprendido Francia con
los primeros ataques en septiembre contra los centros de
entrenamiento en Siria, convertida en una fábrica de terroristas,
Sin embargo, esa guerra, según los expertos, no debería emprenderla
Francia en soledad porque en este caso, es Europa, en especial y el
mundo occidental, los que están amenazados Ha sido un crimen contra
la Humanidad. Ahora es el momento de una acción concertada de la
OTAN para erradicar a Daesh. La OTAN y sus aliados regionales deben
desplegar tropas sobre el terreno y fuerzas aéreas contra los
bastiones del Estado Islámico en Siria e Irak. Si Occidente no actúa
con decisión el Estado islámico seguirá ganando fuerza en Oriente
Medio, África y el Sur de Asia. Seguirá reclutando y entrenando a
combatientes de todo el mundo, algunos de los cuales viajarán a los
países occidentales para emprender esa cruzada en la que están
empeñados.
Y, lo más grave es que los sondeos de opinión que suelen realizar
todos los centros de estudios internacionales, indican el
espectacular aumento del nivel de apoyo entre los musulmanes, hacia
quienes han conseguido lo que no ha conseguido Al Qaeda: hacer
realidad el viejo sueño del Califato. Un Califato dominado por el
terror pero que produce admiración entre esas jóvenes generaciones
que no están integradas en Occidente pero que manifiestan el mismo
nivel de apoyo que existe entre musulmanes de todo el mundo. En los
términos utilizados por Osama Ben Laden, Isis, es “el caballo
ganador”, que se opone de manera heroica “ y exitosa “ a Occidente y
a las naciones musulmanas traidoras. Este apoyo es vital para el
reclutamientointernacional y para su capacidad de golpear a
Occidente.
Es el camino que parece haber emprendido Hollande al anunciar que ha
pedido la convocatoria del Consejo de Seguridad de la ONU, para que
se apruebe una resolución que exprese la determinación de la
comunidad internacional de combatir al Estado Islámico. El objetivo,
ha insistido, “no debe ser contener, sino destruir al EI”.
Sana envidia
Cayetano González Libertad Digital 17 Noviembre 2015
Es inevitable que los brutales atentados terroristas del pasado
viernes en París nos hayan hecho recordar no sólo las imágenes,
también todo lo que vivimos los españoles el 11 de marzo de 2004 y
en los días posteriores, con motivo del atentado en los trenes de
cercanías de Atocha, en los que murieron 192 personas y cerca de
2.000 resultaron heridas.
La primera conclusión que personalmente saco de esa comparación es
bastante obvia, pero no por ello deja de ser importante no perderla
de vista: el dolor que causan los terroristas en sus víctimas y la
destrucción que siembran con sus acciones es el mismo,
independientemente del lugar donde cometan los atentados o la
procedencia geográfica de sus autores.
Poco a poco vamos conociendo las historias personales y vitales de
las víctimas de París. En muchos aspectos, son muy similares a las
que dejaron su vida en los trenes de Atocha. Gente joven o menos
joven, con un proyecto de vida a punto de consolidarse o ya
consolidado, que por mor del fanatismo, de la locura y de la
sinrazón del terrorismo lo vieron truncado en escasos segundos: los
necesarios para que los terroristas disparasen sus kalashnikov o
hicieran explotar las bombas que llevaban adosadas al cuerpo, o, en
el caso de Madrid, que habían dejado en las mochilas colocadas en
los vagones de los trenes.
Desgraciadamente, los españoles tenemos una triste y larga
experiencia del dolor que causa el terrorismo. Los 50 años de
actividad terrorista de ETA, con sus 857 personas asesinadas, y el
atentado del 11-M no nos han dejado indiferentes como sociedad, a
pesar de los esfuerzos de algunos para pasar página, en el caso del
terrorismo de ETA, o de no investigar hasta el final quién estaba
detrás del atentado el 11-M. Por eso todas las personas de bien
tenemos muy claro que, ante una situación como la que se vivió en
París en la noche del pasado viernes, lo primero es estar siempre y
de forma incondicional al lado de las víctimas de los ataques
terroristas. Para ellos, para sus familiares, tiene que ir todo
nuestro afecto, nuestra solidaridad y el esfuerzo de los poderes
públicos para que, dentro del drama que vivirán seguramente durante
el resto de su vida, nunca se sientan solas ni olvidadas. De esto
último, de la soledad y del olvido, también sabemos algo en España.
Pero hay otros aspectos de lo que está sucediendo en estas horas en
Francia que, comparados con lo que hemos vivido en España, no sólo
el 11-M pero sobre todo ese día, producen lo que señala el titular
de este artículo: una sana envidia. La imagen del público que
asistía al Francia-Alemania saliendo del estadio de Saint Denis
cantando La Marsellesa creo que es una lección de fortaleza, de
unidad, de sentirse parte de una Nación, de la que deberían tomar
buena nota todos aquellos que en nuestro país se acomplejan a la
hora de exhibir o de defender nuestros símbolos.
Un segundo motivo de envidia ha sido ver la claridad y la
determinación que han tenido tanto el presidente de la República,
François Hollande, como el primer ministro, Manuel Valls, en sus
declaraciones públicas tras los atentados. No les ha temblado el
pulso al calificar el ataque terrorista como un acto de guerra y
asegurar que la respuesta de Francia sería implacable contra quienes
ordenaron esos ataques. A las cuarenta y ocho horas de los
atentados, aviones franceses bombardeaban en Siria posiciones
estratégicas del llamado Estado Islámico, y Hollande ha anunciado en
la tarde del lunes ante la Asamblea Nacional de su país: "No habrá
tregua alguna; no se trata de contener, sino de destruir el IS".
En España todavía hay un sector de la población que sigue culpando
al expresidente Aznar del atentado del 11-M, incluso desearían que
se le declarase criminal de guerra, junto a Bush o Blair. Y no hay
que olvidar que Zapatero lo primero que hizo al llegar a La Moncloa
fue retirar las tropas de Irak e incluso animar a los países aliados
a que hicieran lo mismo.
Por último, la sociedad francesa, en estas horas de dramatismo, se
muestra unida, sin divisiones; no hay algaradas callejeras ni se
fomentar el enfrentamiento. ¿Se nos ha olvidado lo que sucedió en
España en las manifestaciones que tuvieron lugar al día siguiente
del 11-M, o el cerco a las sedes del PP en la jornada de reflexión?
¿Ya no nos acordamos de los medios de comunicación que azuzaron ese
estado de cosas?
El ejemplo que está dando Francia, sus autoridades, sus
instituciones sus ciudadanos, merece el elogio, la admiración, el
respeto de muchos y, por qué no, reconozco que produce un poco de
sana envidia.
Las mezquitas del odio
Guillermo Dupuy Libertad Digital 17 Noviembre 2015
Las personas religiosas, como las que no lo son, tienen derecho a
disfrutar de la libertad, no a constituir una amenaza para ella. Me
parece, pues, estupendo lo que ha dicho Sarkozy de expulsar manu
militari a "los imanes que recen oraciones de signo radical", como
también me lo parecen las medidas legales que el ministro del
Interior, Bernard Cazenueve, ha anunciado para cerrar las mezquitas
en las que haya personas que propaguen el odio.
Es más, teniendo presente el odio y la violencia que destilan
numerosos pasajes del Corán, habría que someter toda mezquita y todo
centro cultural musulmán a una estricta vigilancia que garantice que
nada de lo que se predica en ellos constituye una amenaza para la
integridad física de nadie, incluidos los muchos pacíficos
musulmanes que no hacen una lectura tan integrista y violenta de sus
textos sagrados.
No obstante, de la misma forma que hay ideologías que constituyen
una amenaza para el pluralismo ideológico, debemos asumir que, bajo
el pabellón de la religión, también se esconden fanáticos que
amenazan, entre otras cosas, el pluralismo y la libertad religiosa.
No se trata, pues, de criminalizar las ideologías o las religiones,
sino, por el contrario, de impedir que sean víctimas del
totalitarismo, ya sea este laicista o religioso.
Los territorios no profesan ninguna religión, como tampoco hablan
ninguna lengua. El principio de reciprocidad no exige, tal y como
erradamente creen algunos, que haya que cerrar mezquitas hasta que
se puedan abrir iglesias en los países sometidos coactivamente al
islam. Naturalmente, debemos aspirar a que la libertad religiosa
impere en todo el mundo, pero lo que se tolere o impida en el ámbito
de nuestra civilización no puede ni debe estar determinado por lo
que se haga o deje de hacer fuera de ella. La reciprocidad, como la
tolerancia, es una relación entre personas y no entre territorios.
Si en una mezquita se condena el terrorismo y se predica un islam
pacífico y respetuoso con las creencias de los que no son
musulmanes, nada hay que objetar; como tampoco lo hay contra el club
de ateos, la sinagoga, la iglesia o cualquier otro recinto en el que
no se predica la violencia contra el infiel.
Por ello, una cosa es someter a vigilancia a la comunidad islámica y
reclamarle la más estrecha y activa colaboración en la
identificación de los violentos y otra cosa, muy distinta, predicar
contra ellos una persecución religiosa como la que sufren los
cristianos en tantos lugares del mundo. Una cosa es la reciprocidad
y otra muy distinta la imitación.
Teniendo, pues, bien presente que el objeto a defender es la
libertad y la tolerancia, y no una determinada identidad religiosa,
bienvenida sea la represión de toda manifestación de odio y de
violencia allá donde se predique, sea o no en nombre de Dios.
Guerra sin cuartel
José María Carrascal . ABC 17 Noviembre 2015
SI quedaba alguna duda de que el yihadismo ha declarado la guerra a
Occidente, su, por ahora, último atentando en París las ha
despejado. Nos golpearán allí donde puedan, siempre que puedan, con
la mayor fuerza posible, sin respetar ninguna de las normas de paz o
de guerra. Es verdad que también atacan a los musulmanes que no
comparten su versión estricta del islam. Pero saben que su verdadero
enemigo es Occidente. Se dan cuenta de que nuestro estilo de vida,
nuestras libertades y nivel de desarrollo representan la mayor
amenaza para su concepción restringida, dogmática y misógina de la
existencia, por lo que tienen que derrotarnos, demostrar que son más
fuertes, más duros, más resistentes, mejores, en fin, que nosotros,
con todas nuestras riquezas, ejércitos y arsenales.
Como armas tienen sólo la fe y las que arrebatan a los ejércitos
árabes que derrotan, más las que compran en el mercado negro con el
dinero y el petróleo de los territorios que conquistan. Pero la fe
hace milagros, como muestra la historia, con victorias de
desarrapados contra poderosos imperios, la del cristianismo entre
ellas. En este caso, su ejército en la sombra son los jóvenes
musulmanes que viven, y algunos han nacido, en sociedades
occidentales que les segregan o creen que les segrega. A los
soldados del Estado Islámico que combaten en distintos países del
Oriente Medio es relativamente fácil contenerlos e incluso hacerlos
retroceder con las tropas locales apoyadas por los cazabombarderos
más modernos, dotados de los más sofisticados medios de detección,
como están haciendo los rusos y los norteamericanos.
Pero a los jóvenes musulmanes de ambos sexos que han nacido o
crecido en los arrabales de París, de Londres, de Berlín, de Roma,
de Madrid o de cualquier otra ciudad europea, sintiéndose extraños
en ella, ¿cómo se les detiene si una mala noche, o día, deciden
obedecer una llamada profética y, provistos de un kalashnikov o de
cualquier otro rifle de asalto, meterse en un local concurrido y
matar a cuantos encuentren por delante antes de que le maten a él o
a ella? Pues ni siquiera la reinstauración de la pena de muerte
bastaría para disuadirlos. No se puede detener a alguien dispuesto a
morir por su causa. En pocas palabras: nadie en Europa está hoy
seguro y todas las medidas que nuestras autoridades hagan para
protegernos serán pocas.
Ahora se ve en toda la amplitud la estupidez de Bush hijo al invadir
Irak y destruir el frágil equilibrio del Oriente Medio y el
infantilismo de la progresía europea al saludar la "primavera árabe"
como un triunfo occidental. Con líderes políticos e intelectuales
tan cortos se explica que salir a un concierto o a cenar pueda
costarnos la vida. Hay que hablar claro, señores y señoras: nos
encontramos en una guerra sin cuartel, ya medio perdida, al tener el
enemigo dentro de casa. La casa de la que alguno quiere marcharse y
vivir a la intemperie. ¿Cabe mayor arrogancia y necedad?
Victor Laszlo contra el "No a la guerra"
Elías Cohen Libertad Digital 17 Noviembre 2015
Para derrotar al ISIS y a otras organizaciones yihadistas, como el
Frente Al Nusra o Al Qaeda en el Magreb Islámico, se han planteado
varias estrategias. Desde actuar como en una guerra convencional,
desplegando tropas sobre el terreno (en Siria e Irak), que plantea
entre otros el historiador Andrew Roberts, hasta menos
intervencionistas, como ha propuesto Podemos (aunque los puntos 1 y
2 de sus medidas requieren fuerza militar).
Sin embargo, por encima de las teorías y los planteamientos de unos
y otros para acabar con el ISIS, sujetos a debate y discusión, la
población y los dirigentes de Europa y el resto del mundo occidental
han demandado, previa y vehementemente, unidad, permanecer juntos
para aguantar, luchar y finalmente prevalecer ante la sangre fría y
voracidad de los que han declarado santa una guerra en la que
quieren matarnos y acabar con lo que nuestras sociedades
representan.
En París lo entendieron instantáneamente: un grupo de ciudadanos,
evacuando el estadio de Saint Dennis de forma ordenada y sosegada,
comenzó espontáneamente a cantar La Marsellesa, ese himno que
emociona a los amantes del cine siempre que lo cantan los clientes
del Rick’s Cafe Americain. Eso no es chovinismo ni patriotismo
fascista: es entender que, estando sitiados, hay que presentar
batalla, tal como la historia nos ha demostrado en demasiadas
ocasiones. Los franceses seguramente tendrán cientos de debates
sobre cómo mejorar y reformar su república, pero acabar con ella y
con los valores que representa no tiene cabida en la mayoría de
ellos. La República puede tener muchos defectos, pero es lo que les
hace ciudadanos libres, lo que les une.
Cuanto menos, esa dramática pero hermosa escena, protagonizada por
personas dispuestas a no dejarse llevar por el miedo, el pánico o la
ira, evoca admiración. Sentimos orgullo, incluso la envidia
reconocida por David Jiménez, de unos ciudadanos conscientes de su
posición y de su responsabilidad, de que su preciado sistema de vida
y de garantías está siendo atacado por un enemigo contra el que no
cabe otro remedio que presentar batalla. Porque, acudiendo de nuevo
a ese milagro del séptimo arte que es Casablanca, Victor Laszlo
advierte que "renunciar a luchar es estar muertos". Uno de nuestros
filósofos de cabecera, afrancesado, y enamorado también de la
película de Michael Curtiz, Gabriel Albiac, lo ha escrito cada vez
que el zarpazo del yihadismo ha sacudido Occidente: la libertad se
defiende con las armas.
Pero aquí, en nuestra querida España, ya han aprovechado los de
siempre –léase: los que duermen a pierna suelta mientras el ISIS
asesina y degüella a miles en Siria e Irak, o mientras los aviones
de Putin dejan caer sus bombas, pero que se sobresaltan si un a un
occidental se le ocurre intervenir en la zona, no digamos si es
israelí– para hilar fino y señalar a otros culpables, empezando por
las víctimas, y a advertir que no cabe respuesta militar si queremos
seguir siendo europeos.
Nadie con responsabilidad política que haya calificado a los
atentados de París como "acto de guerra" ha dicho que hay que
perpetrar un genocidio de musulmanes, ni ha propuesto intervenir en
Siria para llevar a cabo una masacre de civiles. Ninguno de los
líderes políticos y analistas que consideran que hay que responder a
estos brutales ataques defiende que los musulmanes deben ser
encerrados en campos de concentración. No he oído ni he leído que
haya que marcarlos con un distintivo, o recluirlos en guetos.
Cualquiera de esas opciones es una barbaridad moral y estratégica, y
ninguna de ellas es realizable si se quiere vencer la amenaza del
yihadismo. Hasta el último de los oficiales de la fuerza aérea
francesa sabe que bombardear posiciones del ISIS no es lo único que
debe hacerse para acabar con las fuerzas yihadistas.Caben muchas
respuestas, y no sólo la militar. Lo que está sobre la mesa es que
estamos en medio de una maldita guerra y que debemos ganarla.
No obstante, la mayoría de los que hoy claman "No a la guerra"
responden a un pacifismo interesado, que sólo resurge según quién
está implicado en el conflicto; de no ser trágico e hipócrita,
luciríamos cierta sonrisa al pensar no ya sólo dónde estaban todos
los que acusan a los propios occidentales de ser asesinados, casi
300.000 muertos en Siria después, sino también qué habrían dicho o
hecho cuando Hitler se anexionó Austria y Checoslovaquia, o cuando
invadió Polonia. Son los mismos que resucitaron las dos Españas esos
trágicos días de marzo de 2004 y luego, al terminar las elecciones,
se olvidaron de todo.
Aceptar la idea de responsabilidad colectiva, de que somos culpables
del ISIS, tolerar la histeria que entre líneas deja entrever un "nos
lo merecemos", es sinónimo de derrota. Estamos perdiendo la
narrativa, la idea de que lo que hemos creado vale la pena ser
salvado. Hoy, de existir, Victor Laszlo estaría en contra de lo que
envuelve el No a la Guerra tras los atentados de París. Y también
Churchill, todos los que no se doblegaron y sacrificaron todo para
vencer a los nazis.
"La guerra es el infierno", que dijo el general Sherman, y nadie
quiere ser un "apóstol del demonio" por predicarla, como dijo John
Ray. Aunque no queramos tener nada que ver con la sangre y la
pólvora, ni con la muerte y la destrucción, sí queremos ignorar que
un enemigo está dispuesto a destruir todo por lo que nuestros padres
y abuelos lucharon y, al decir de Edmund Burke, tenemos que hacer
algo. Podríamos empezar a unirnos un poco, como hacen los franceses.
Las campanas de Hemingway
Ignacio Camacho. ABC 17 Noviembre 2015
En enero, recuerdas, eras «Charlie Hebdo». Eso pusiste en las redes
sociales: je suis Charlie. Pero no, tú no eras Charlie. Porque tú
estabas vivo y Charlie, los charlies, estaban muertos, como los
guardias y los judíos del supermercado de los que nadie se acordó en
la solidaridad plañidera del pensamiento débil. Muertos como los del
viernes, tirados en la calle mientras tú corrías a cambiar la foto
del perfil de Twitter y de Facebook. ¿Y ahora qué nombre vas a
poner? ¿Bernard, Marion, Lucien, Françoise, Phillipe? Tienes 130,
elige. Ah, bien, je suis Paris, qué hermoso; qué bonita esa torre
Eiffel enmarcada en el símbolo hippie de la paz. Sólo que no estamos
en paz. Y que tú tampoco eres París.
Tú eres el que ayer por la mañana, la luminosa mañana de este cálido
noviembre, hacías jogging en el Retiro. La que se compraba un bolso
y unos zapatos en la Gran Vía. La que paseaba el perrito por la
plaza soleada. El que se iba a comer con la familia en el chalé de
los suegros. La que se quedó viendo el programa de telebasura en la
noche de la masacre. Tú eres uno cualquiera de los que se sentían,
nos sentíamos, provisionalmente a salvo. Uno de los que descargaron
su conciencia con una frase bonita en internet, amor y fraternidad,
#portesouvertes, justo cuando allá en París la Policía ordenaba,
pistola en mano, cerrar las ventanas.
Qué vas a ser París. París es esa ciudad donde la gente salió del
estadio evacuado cantando el himno nacional, el que aquí abucheamos.
París es esa ciudad donde los periódicos hablan de guerra sin
tapujos, y donde el presidente socialista promete una respuesta sin
piedad, «impitoyable». París es la capital de un país que considera
su libertad y sus valores algo mucho más importante que su miedo.
Y tú… tú eres parte de un pueblo que hace once años, en una
situación similar, en unos días iguales de sangre y plomo, se
amedrentó y echó la culpa a su propio Gobierno. Que duda de su
modelo de sociedad y todavía hoy piensa que si nos vienen a matar es
porque algo habremos hecho. Que no ha aprendido, basta ver cómo
olvida a las víctimas, de su larga experiencia de sufrimiento. Tú
eres un superviviente del terrorismo, pero no lo sabes porque te
cuesta pensar que los asesinados murieron en tu nombre. Porque
prefieres creer que basta con no odiar para defenderte del odio.
Ese bonito emblema de la torre Eiffel no te va a proteger. Ni el
pacifismo samaritano, ni las palabras emotivas, ni las cadenas de
cibermensajes, ni el ritual de las firmas, las velas y las flores.
Vienen a por nosotros, jesuis, y más vale que te vayas enterando. Te
diré lo que eres: la próxima potencial víctima. Así que cuando subas
a Facebook una velita por los muertos de París, sube otra por ti. Y
acuérdate de por quién doblaban las campanas de Hemingway
Blog de Pablo Sebastián. Presidente y fundador del diario de
internet Republica.com
‘La Vanguardia’ enseña el camino
Pablo Sebastián Republica.com 17 Noviembre 2015
Los ataques terroristas de París han concitado una solidaria y a la
vez enérgica respuesta de la Unión Europea que es aplicable frente a
todo acto de terror, venga de donde venga, y ha estrechado los lazos
entre los gobiernos y ciudadanos europeos en defensa de la vida, la
libertad, la democracia y la ley como lo subrayaron los primeros
gobernantes de Francia.
Una UE que se enfrenta al problema de los inmigrantes refugiados y a
la salida de la crisis económica europea y que no consentirá -y
menos aún en las actuales circunstancias- ninguna aventura
secesionista en el territorio de la UE o la violación de la
legalidad nacional y europea tal y como lo ha pretendido Artur Mas
con el anunciado inicio del ‘proceso’ hacia la independencia de
Cataluña, ahora suspendido por el Tribunal Constitucional.
En Cataluña no hay más salida que la rectificación y eso pasa por la
dimisión de Artur Mas y la convocatoria de elecciones anticipadas.
Rectificación y regreso a la legalidad como lo ha solicitado el
diario La Vanguardia, que también ha hecho su propia reconversión,
ahora que conocen el engaño y se sienten defraudados por Artur Mas y
CDC tras abandonar la legalidad, desafiar al Estado y ponerse al
servicio de los grupos antisistema de la CUP.
En su editorial de ayer lunes el rotativo barcelonés, donde figura
como Presidente y Editor Javier Godó, se escribía bajo el título de
‘Parálisis catalana’: “Se han cometido errores de bulto. Fue un
error anticipar las autonómicas del 27-S, en lugar de celebrarlas
tras las generales. Lo fue contar escaños y no votos para seguir con
el proceso. Lo ha sido dar por agotada la vía negociadora y situarse
al margen de la ley. Lo ha sido hacer concesiones a la CUP lesivas
para la dignidad institucional”.
Solo les faltó señalar al autor y responsable de esos errores, la
persona que ha de asumir su responsabilidad con la dimisión que es
Artur Mas. No hay otra salida porque quienes han conducido Cataluña
a tan desastrosa situación carecen de autoridad moral y política
para liderar una nueva etapa de reencuentro y rectificación.
Y no deja de ser llamativo que la dimisión de Mas sea inevitable
para reconducir la situación catalana, empezando por el regreso al
campo de la legalidad. E incluso que la pidan algunos de sus
compañeros de viaje de la CUP, ERC y CDC como la solución para
desbloquear la investidura de otro candidato a presidente de la
Generalitat. De lo que se deduce que Artur Mas no tiene, al día de
hoy, escapatoria posible.
Lo sabe desde la noche del 27-S cuando, fracasado el plebiscito y el
intento de lograr una mayoría absoluta de ‘Juntos por el sí’ no
quiso reconocer la verdad y se ofreció a la CUP. Desde entones Mas
sabe que el ‘proceso’ está muerto y que,incluso pasando la línea
roja de la desobediencia al TC y de la provocación al Estado no
logrará nada. Pero él esperaba que su salida de la política se
debiera a la suspensión de sus funciones de President por el
Tribunal Constitucional y le llegara sentado en el primer despacho
de la Generalitat. Por eso le imploraba a la CUP una investidura
para solo unos meses de gobierno.
El cambio de la línea editorial e informativa de La Vanguardia en
pos de la defensa de la legalidad y de la unidad de España, ahora
que ven que cualquier atisbo de dialogo o de negociación es
imposible desde la ilegalidad, puede ser importante por la
influencia de este diario en sectores influyentes de la sociedad
catalana. Los que han amparado la locura de Mas y han visto en la
ruptura de la legalidad y las cabriolas y reverencias de su ídolo
ante la CUP el verdadero rostro de una ambición personal, ajena al
interés general del pueblo catalán y a los valores y programas que
hasta hace poco defendía CDC.
Y entendemos que, en las actuales circunstancias catalanas, no es
fácil posicionarse con claridad y determinación frente a
sentimientos y a posiciones encontradas en una sociedad muy
dividida, casi partida por la mitad. Pero éste es el tiempo de la
verdad y del realismo político. Y de anteponer el interés general al
partidario o al particular. Y por más que a muchos en Cataluña,
defraudados y frustrados con la situación, les duela la idea de la
rectificación que propone La Vanguardia, pronto verán -si las aguas
regresan a su cauce-, que es el mejor camino posible y el único que
un día no muy lejano permitirá recomponer la unidad catalana y abrir
las puertas al diálogo y al entendimiento nacional.
Guía práctica de neoespañol: cuando son los
'más cultos' quienes están a punto de cargarse la lengua
Karina Sainz Borgo www.vozpopuli.com 17 Noviembre 2015
El castellano se empobrece, cada vez con más rapidez. En su lugar se
impone una nueva lengua hecha de los destrozos de la primera. Se
trata del neoespañol, un fenómeno propagado justamente por aquellos
que más correctamente deberían emplear el idioma: escritores,
periodistas, políticos... Ese es el tema del libro Guía práctica de
neoespañol (Debate)
Quienes mejor deberían conocer y emplear el castellano son los que
están contribuyendo con más entusiasmo a destruirlo. Esa es la tesis
de una editora, quien con el pseudónimo Ana Durante, ha escrito Guía
práctica de neoespañol (Editorial Debate), un libro que recoge el
resultados de sus investigaciones realizadas durante los últimos
cuatro años y en el que da cuenta de cómo el desconocimiento del
castellano por parte de personas supuestamente cultas (escritores,
periodistas y demás profesionales de la comunicación) ha producido
un nuevo idioma lleno de expresiones sin sentido y que se expande
cual contagio a través de los libros, la televisión, la radio,
Internet.
Escrito con humor, pero sin perder de vista la rigurosidad que el
asunto requiere, el libro Guía práctica de neoespañol presenta un
catálogo de imprecisiones y errores. Verbos mal conjugados,
preposiciones, conjunciones y adverbios intercambiados, construcción
de frases a partir de otras ya hechas, circunloquios involuntarios
y, sobre todo, neologismos nacidos a partir de traducciones
absurdas.
-Cuesta pensar que alguien que diga “abnegarse en lágrimas” no
detecte el salto lógico. ¿El español está peor hablado porque está
peor pensado, porque carece de razonamiento?
-Sin duda. El pensamiento está en la base de la expresión hablada o
escrita de todos nosotros y a su vez es sustentado por ésta. Es
decir, cuanto peor pensamos, peor hablamos, pero también a la
inversa. Descuidamos el lenguaje, decimos lo primero que se nos
ocurre con la primera palabra que tenemos a mano y eso a la larga es
posible que acabe influyendo también en una falta de rigor en
nuestra manera de pensar. Resulta difícil decir qué va primero. Si
según dijo Ludwig Wittgenstein en una cita que incluyo en el libro,
“Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mente”, tenemos
motivos para preocuparnos.
-Habla usted de un peor español pero… ¿cómo puede ocurrir esto en un
momento en que la RAE se precia de ser más inclusiva y de considerar
el español de todas las naciones americanas?
-Aunque existan instrumentos extraordinariamente buenos para la
lengua, como es la Real Academia y la labor que lleva a cabo, si no
se hace uso de ellos, no se los tiene en cuenta, no se incorporan a
nuestra vida cotidiana, da igual lo buenos que sean. Por otra parte,
vivimos en una época en que la RAE no es la única fuente de que se
dispone, sino que esa institución compite en régimen de igualdad con
lo que diga el bloguero más ignorante y con los programas basura más
vistos, por citar sólo algunas de las cosas.
-Es decir, entre lo correcto y lo que nos rodea hay un abismo…
-Quiero decir que la lengua nos llega por una gran cantidad de
fuentes y nosotros escogemos determinadas expresiones o imitamos
otras a menudo sin pensarlas ni cuestionarnos nada desde el punto de
vista lingüístico, sólo porque las oímos o las leemos. En mi
opinión, el verdadero problema de por qué esa gran cantidad de
información, que en sí misma no es ni buena ni mala, hace que cada
vez hablemos y seguramente pensemos peor, es que carecemos de
criterios para seleccionar, no dominamos nuestro propio idioma. Éste
nos baila como si fuera una lengua aprendida y avanzamos por ella a
ciegas, tanteando.
-¿Dónde se cometen más errores: en el castellano que emplean los
españoles o el que se habla en Hispanoamérica?
Creo que cada uno cometemos nuestros propios errores, y que éstos
son muchos, sin que nadie se lleve especialmente la palma. Aunque
quizá en algunas zonas de Latinoamérica, en especial en América
central, se haya conservado un español más preciso y rico.
-Señala usted la responsabilidad de portavoces políticos y medios de
comunicación en la creación de un neoespañol. Sin embargo un buen
sistema educativo frenaría ese efecto.
-Eso es lo que se intenta señalar en el epílogo del libro. En la
base de todo está la endeble educación que desde hace ya muchos años
se está impartiendo en España Y no sólo en cuanto a los contenidos,
sino también respecto al valor que se le da a esa educación. A
menudo la cultura se desdeña, si no de manera explícita, sí desde
luego en los hechos: individualmente al no querer saber más de lo
que se sabe, al no hacer uso de los instrumentos de que disponemos
para formarnos más, y no pienso sólo en la enseñanza en las aulas,
sino también en recursos como las bibliotecas, el cine, las
exposiciones, etc., pero sobre todo por parte de los responsables
políticos, que se han mostrado y se siguen mostrando como auténticos
y activos enemigos de la cultura entendida en sentido amplio.
-La depauperación del español... ¿es reversible?
-Por desgracia creo que no. A no ser que se inicien unos planes muy
serios para racionalizar y fortalecer la enseñanza. Cuanto más se
sabe, más se valora el saber y más consciente se es de lo que se
desconoce, una toma de conciencia que, como ya se dijo hace siglos,
es el principal estímulo para el aprendizaje. Quizá de esta manera,
con los años se conseguiría una población más culta y más formada.
Aunque cabe preguntarse por qué, disponiendo de los medios para
ello, eso todavía no se ha hecho. Por qué, en una situación de
recursos económicos reducidos se priorizan cosas que se podrían
considerar más superfluas, por delante de otras básicas como son la
educación y la sanidad. En la manera como los gobernantes
administran los presupuestos sin duda hay implícita una declaración
de intenciones de cómo quieren que seamos, pensemos y vivamos los
ciudadanos.
-Resulta curioso que en un momento en el que el idioma se ha
convertido en sinónimo de 'Marca España' su estado resulte tan
perjudicado. ¿Hay una relación? ¿Existieron épocas peores?
-Existieron épocas muchísimo peores, en las que libros y la letra
impresa en general y en todo el mundo eran bienes escasos sólo
accesibles para unos pocos, por no hablar de la enseñanza. España
vivió su Ilustración, pero en los dos siglos posteriores las
consecuencias de la misma se borraron del mapa. La Segunda República
llevó a cabo una meritoria labor de recuperación de la enseñanza
para todos, y cuanto más amplia en contenidos mejor, pero, como
todos sabemos, esa forma de gobierno duró poco, barrida por la
sublevación fascista de 1936, con lo que el país, educativamente
hablando, y también en otros muchos aspectos, pasada la guerra civil
se sumió en la más completa miseria. Luego, con las sucesivas leyes
de educación y, sobre todo, con la obligatoriedad y gratuidad de la
enseñanza, se empezó a salir un poco de esa situación. Por qué ahora
la educación vuelve a ser la pariente pobre, se vacía de contenidos,
no se combate el abandono escolar, no se sube el nivel general de
los conocimientos que se imparten, y un larguísimo etcétera, como he
dicho antes creo que es algo a lo que debe responder sobre todo la
clase política.
-¿Por qué ha optado por un pseudónimo para escribir sobre este tema?
En primer lugar por un cierto instinto de conservación, por la
posibilidad no tan improbable de que pudiera perder mi trabajo. Y en
segundo, porque, como digo en el libro, con éste pretendía hablar de
un fenómeno de destrucción del español que creo que se está dando,
pero no es mi intención señalar ni perjudicar a nadie, y si se
supiera quién soy quizá sería más fácil identificar algunas de las
fuentes de las que me he servido.
-Hagamos el ejercicio contrario. ¿Cuáles son, a su juicio, las
instituciones que han trabajado para mantener un español correcto?
-Diría que todas las que trabajan en pro de la lengua. Pero, como le
decía antes, que una cosa excelente exista no quiere decir que los
ciudadanos hagamos uso de ella, con lo que ahí se queda, criando
polvo, metafóricamente hablando. Porque no estoy pensando sólo en
publicaciones, sino en actividades y herramientas que esas
instituciones ponen a nuestro alcance y que no usamos. Tal vez
cabría añadir a la lista de los “benefactores” algunos sellos
editoriales que de verdad cuidan, a nivel de la lengua, el producto
que ponen a la venta, puede que algunos jefes de redacción de medios
informativos hablados y escritos, y seguramente una gran cantidad de
enseñantes de todos los niveles de la educación, un pequeño ejército
de Quijotes luchando contra enormes molinos de viento.
******************* Sección "bilingüe"
***********************
La retórica batasuna, Cataluña y París
Pablo Planas Libertad Digital 17 Noviembre 2015
Durante los años de plomo y gomadós etarra, su brazo político se
aferraba a la siniestra forma de "condenar" la violencia "venga de
donde venga" para equiparar los atentados de sus terroristas con las
acciones contra ETA de las Fuerzas de Seguridad del Estado. En esa
"guerra" el lenguaje siempre estuvo del lado criminal: ETA era una
"organización armada" en vez de una banda de asesinos, que luchaba
por la "liberación" del País Vasco en vez de asesinar personas de
manera indiscriminada, por la espalda o con mando a distancia. Lo
que no era previsible es que la manipulación abyecta del relato
hubiera calado tanto y hasta el punto de formar parte de la retórica
podemita y de no pocos nacionalistas catalanes de los que se definen
como "cívicos, pacíficos y festivos".
Abrió el turno del escarnio la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau,
quien manifestó que "las balas que se dispararon en París son las
mismas balas que matan a los vecinos y vecinas de las ciudades de
Siria, del Líbano, de Somalia y de Irak". Después llegó la CUP, el
partido de moda entre los vecinos y vecinas de una parte de
Cataluña, para advertir al mundo de que la masacre francesa es culpa
de las "guerras imperialistas" y criticar que sobre la fachada del
Ayuntamiento de Barcelona se proyectara una gran bandera francesa,
que la alegre muchachada que concurre coaligada con Bildu, Sortu o
como se llamen ahora los proetarras en las elecciones europeas
también considera "imperialista". Ni Willy Toledo es capaz de
superar en estulticia a los voceros cuperos y colauitas.
Como la estupidez es contagiosa, la presidenta de la Diputación de
Barcelona y alcaldesa de Sant Cugat, la muy convergente y
trespercéntica Mercè Conesa, se ha largado una nota de condena en la
que no consta en línea alguna que los autores de los atentados son
islamistas. Todo es muy execrable, todos somos París y la condena de
la Diputación va más allá incluso al ampliar su rechazo a "cualquier
forma de violencia terrorista, intolerancia y retórica del miedo y
el odio, que abonan el terreno para actos como los sucedidos en
Franca o en cualquier lugar del mundo". Ni Arnaldo Otegi se habría
expresado peor ni de forma más mendaz.
"Cualquier forma de violencia terrorista" no es lo ocurrido en
París. La violencia terrorista es muy concreta, procede del Estado
Islámico, opera intramuros de nuestras ciudades y no es la
consecuencia de una supuesta islamofobia, de la intrínseca maldad
del capitalismo occidental o del presunto expolio de los países
árabes, como también se ha sugerido por los expertos locales.
Lloro por ti, Cataluña
Eduardo Goligorsky Libertad Digital 17 Noviembre 2015
El energúmeno Joan Tardà, diputado de ERC, sentenció que no apoyar
el acuerdo de secesión implica "una traició al poble de Catalunya".
Responde el periodista Sergi Pàmies ("Qué es España", LV, 13/11):
Este "poble de Catalunya" debe entenderse como un recurso retórico,
pero Tardà debe saber que, al decirlo, a algunos se nos activa una
sensación de resignación y melancolía. A mí me gustaría formar parte
del "poble de Catalunya", pero por la literalidad de la afirmación
interpreto que tengo que quedar excluido. (…) Quizás hemos llegado a
un punto en el que muchos catalanes ya no podemos aspirar a formar
parte del pueblo de Catalunya que, legítimamente, aspira a separarse
de España.
Pensamiento racional
Si Pàmies, que nació en Francia, hijo de exiliados durante la
dictadura franquista, pero que desarrolló toda su actividad
profesional en el espacio catalán de España, debe plantearse esta
disyuntiva, sin dejar por ello de opinar sobre los conflictos en los
que se siente implicado, ¿qué puedo decir yo, que nací hace 84 años
en Argentina y llegué hace 39 a Barcelona?
Vayamos por partes. Tengo doble nacionalidad, argentina y española.
Resido en Barcelona. Pero la identidad del individuo que intenta
cultivar el pensamiento racional va más allá de la que emana de sus
documentos o del territorio donde nació o donde está afincado. No
caeré en la frivolidad de decir que soy ciudadano del mundo, porque
la mayor parte de este me resulta sentimental y culturalmente ajena.
Sí afirmo, en cambio, que en todos los rincones del mundo, y sobre
todo en las sociedades abiertas de Occidente, existen conglomerados
humanos e individuos a los que me unen los vínculos propios de
nuestra civilización.
Eso sí, es obvio que, por razones de proximidad física, pasada y
presente, estoy más concernido por lo que sucede en Argentina, en
España y, siempre dentro de España, en Cataluña. Incluso me atrevo a
confesar que las asocio a las tres cuando me sublevo contra la
amenaza de que se contagien a España y su prolongación catalana las
lacras del nacionalismo, el autoritarismo, la corrupción y el
populismo que, conjugadas en el peronismo, provocaron la decadencia
y el aislamiento de Argentina, enmascarados tras aquel himno a la
dama de la demagogia: "No llores por mí, Argentina".
Una vez radicado en Barcelona, procuré integrarme en la sociedad
catalana, entonces acogedora, desprovista de tics etnocéntricos y
ejemplarmente bilingüe. Y evité acercarme al gueto argentino, cuyos
centros estaban copados por grupos afines a la guerrilla y el
terrorismo castroperonistas. Asistí con un amigo catalán a la Diada
de 1977, donde las senyeras no estaban groseramente deformadas por
estrellas revolucionarias, y marché en la columna que acompañó la
llegada de Josep Tarradellas. Desde 1982 escribí regularmente en La
Vanguardia sin disimular mis ideas liberales y mi aversión al
nacionalismo, hasta que en el 2000 me despidió el inquisidor José
Antich. Escribí un libro que no por casualidad se tituló Por amor a
Cataluña. Con el nacionalismo en la picota (Flor del viento,
Barcelona, 2003). Desde el 2010 desarrollo la misma crítica al
nacionalismo, ahora trocado en secesionismo, en Libertad Digital y
La Ilustración Liberal.
Desvaríos nihilistas
¿Se justifica tamaña intromisión en la política española y catalana
por parte de alguien que no forma parte del pueblo catalán? Como muy
bien explica Sergi Pàmies, la pertenencia o no pertenencia a dicho
pueblo es materia de controversia. Sin embargo, pienso que, ahora
más que nunca, quien tiene mucho que agradecer a la sociedad
catalana por su acogida cordial y solidaria, complementada por la
apertura de oportunidades para el trabajo, aun crítico, en la prensa
y la industria editorial locales, traicionaría, él sí, a esa
sociedad, si no contribuyera a desenmascarar, junto a los más
patriotas de sus conciudadanos, la agresión de que está siendo
víctima Cataluña desde su misma entraña.
Ya no hay pretextos para escaquearse. Recordemos el escándalo que
armaron los secesionistas y algunos promotores de la tercera vía
cuando Felipe González comparó el proceso secesionista con lo
sucedido en Alemania e Italia en los años treinta. Ahora es nada
menos que el gurú Enric Juliana quien ha evocado dos veces (LV,
11/11 y 13/11) el "cuanto peor, mejor" de los comunistas en los años
30 como desencadenante de la tragedia alemana. La comparación ya no
es blasfema.
A nadie -y menos todavía a los antiguos convergentes y
democristianos moderados- se le escapa que lo que está sucediendo no
tiene nada que ver con el nacionalismo ni con la independencia.
Artur Mas sólo aspira a satisfacer su megalomanía desmadrada y
cuidar las espaldas de su padrino y sus adláteres enjuiciados. Si no
lo consigue, enrocándose en la cabina de mando aunque sea con los
tiburones mordiéndole los tobillos, la independencia puede quedar
relegada para las calendas griegas. Y a los cupaires la
independencia como tal les importa un rábano, porque lo que se
proponen es convertir los Països Catalans en un campo de
experimentación para sus desvaríos nihilistas.
El colmo del esperpento lo pone, como de costumbre, Pilar Rahola
("El germen", LV, 13/11). ¿Quién tiene la culpa de que el procés
haya desembocado en una disputa tabernaria entre salvapatrias sin
escrúpulos? España, por supuesto. Al cabo de tres siglos de
opresión, los catalanes se han vuelto hostiles a toda forma de
poder, incluido el propio.
Si cabe buscar, pues, el germen libertario que anida en el alma
catalana, tiene que ver con esa autoridad ajena y represiva que
difícilmente podía sentirse como propia. (…) Siempre divididos en
castas puras, incapaces de tener sentido de Estado.
Ante el fracaso de sus planes descabellados, con la misma
arbitrariedad e insolencia con que usurpan la representación de todo
el pueblo catalán para embarcarlo en la secesión que es únicamente
el horizonte de una minoría de embaucadores, cargan sobre una
ficticia alma catalana la culpa de lo que era inevitable que
sucediese. Vista la insensatez de los mandamases provisorios, sólo
cabe decir, ahora sí con justicia: lloro por ti, Cataluña.
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