Una guerra justa
Editorial Okdiario 19 Noviembre 2015
Francia ha bombardeado por tercer día consecutivo Al Raqqa, el
bastión sirio del Estado Islámico. Es la respuesta directa a la
masacre que dejó 129 muertos el pasado viernes noche tras los
atentados de París. Cuando el primer ministro galo, Manuel Valls,
dijo que estaban en guerra dio de facto el beneplácito al uso de la
fuerza para tratar de eliminar al Estado Islámico, la organización
criminal más poderosa del mundo. Un ejército de fanáticos con
armamento pesado y una financiación basada en la lucrativa venta de
gas y petróleo.
Quizás haya quien pueda pensar que la violencia sólo engendra
violencia y recrimine a Hollande los bombardeos. No obstante, el
buenísmo de salón y red social no convencerá de nada al Estado
Islámico. Muy al contrario, inflamará su ADN impositivo y los
animará a atentar cada vez con más sadismo ya que su fuerza se
expande con rapidez gracias, precisamente, a la debilidad de los
territorios por los que pasa. Así sucedió en 2014 durante su campaña
en Irak, país donde dominan la mitad del territorio, cuando las
diferencias irreconciliables entre chiies y suníes les llevaron a
conquistar la segunda ciudad del país, Mosul, y otro enclave
fundamental como Faluya. Su ansia de territorio es insaciable, ahora
mismo poseen un tercio de Siria y Libia además de una sólida red de
maniobras en Túnez. Estamos hablando de un grupo de criminales con
más de 30.000 efectivos en todo el mundo -200 de ellos en España-
que igual entran disparando en una sala de conciertos al grito de
“Alá es grande” que llegan a Palmira y destrozan algunos de los
vestigios culturales más antiguos y valiosos que existen en el
planeta. No es una reacción al hipotético colonialismo de Occidente,
el Estado Islámico sólo entiende de su propio plan de futuro para el
mundo: el terror.
La actuación general de estos bárbaros se basa en una interpretación
religiosa que coloca como enemigos cervales a todos aquellos que no
piensen y practiquen sus ideas, sean musulmanes o no. Entre sus
normas de conducta social están la violación sistemática de mujeres,
la represión de las minorías religiosas, el secuestro, la extorsión
y la exhibición en redes sociales de todo tipo de asesinatos:
decapitaciones, torturas y crucifixiones… Por lo tanto, y como
decían en aquella Grecia clásica, madre de la actual Europa:”No hay
pactos entre leones y hombres.” Y estos leones que han tomado cuerpo
en islamistas radicales no quieren dialogar ni entender más razón
que la suya: subyugar a Occidente bajo una dictadura teocrática.
Por todo ello, los bombardeos de los aviones franceses son mucho más
que una venganza, es la respuesta de la libertad frente a la
demencia que se asienta en Oriente Medio. De hecho, lo mejor que
podría pasar para todos nosotros, para todos los nuestros, sería una
coalición militar sólida formada por Francia, Rusia, Gran Bretaña y
Estados Unidos. Esa sería la respuesta más adecuada a un régimen
tiránico que ocupa ya unos 100.000 kilómetros cuadrados, una
superficie equivalente a toda Jordania. ¿Qué pasaría si los dejaran
a su libre albedrío? Pues lo mismo que hubiera pasado si americanos
y británicos no le hubieran parado los pies a la entente fascista de
Hitler, Mussolini y Tojo.
Cuestionar a Hollande es cuestionar la esencia de lo que somos de la
misma manera que la prevalencia del pensamiento buenista y
políticamente correcto podría suponer la aniquilación de Occidente
tal y como lo conocemos. Si el país galo no bombardeara, las
próximas víctimas del terror podrían ser nuestros padres, hijos,
hermanos o amigos. Nadie está libre de este peligro. Por eso, cuando
el enemigo sólo entiende de sangre y barbarie, la guerra es la única
manera de conseguir la paz.
La defensa nacional frente al «pacifismo»
izquierdista
Editorial La Razon 19 Noviembre 2015
La decisión más compleja que debe tomar un gobernante es cómo
defender a los ciudadanos del país que representa cuando es atacado.
En el caso del terrorismo, es aún más difícil, porque sobrepasa la
guerra convencional, y cuando se trata del yihadismo –que es
violencia tribal aplicada con tecnología moderna– nos situamos en un
escenario inédito donde el enemigo es indetectable. Hablar o no de
guerra en estas circunstancias es irrelevante, incluso la
«declaración del estado de guerra» ha caído en desuso y, como
máximo, se actúa –cuando se respeta– bajo mandato de la ONU.
La cuestión es, por lo tanto, cómo defenderse del terrorismo global
impuesto por el islamismo radical. No hablamos de una fuerza
regular, sino de un ejército infiltrado en las sociedades
democráticas, que se beneficia de la tolerancia ante otras culturas
y creencias religiosas y que aprovecha la libre circulación entre
fronteras. Cuando el presidente de la República Francesa, François
Hollande, habló de que Francia estaba en guerra, debería entenderse
que la lucha contra la yihad debe ser implacable, sin cuartel, con
el objetivo de destruir las bases de Dáesh en Oriente Próximo y
acabar con una amenaza real. Una guerra total contra lo que se ha
convertido en el peor enemigo de las sociedades democráticas. Desde
la perspectiva de detectar probables terroristas, bloquear los
centros de reclutamiento en mezquitas y su capacidad de atentar en
nuestro territorio, Mariano Rajoy firmó el Pacto Antiyihadista con
el líder del PSOE, Pedro Sánchez. El acuerdo está abierto a más
fuerzas políticas; algunas lo han aceptado (Ciudadanos) y otras no
están dispuestas a firmarlo (Podemos e IU), siguiendo un tic propio
de la izquierda más ortodoxa.
Las fronteras trazadas por la Guerra Fría han sido disueltas y tomar
posición en función de criterios de estricta ideología no sólo es
retrógrado, sino que se acaban defendiendo intereses en contra de la
libertad y la democracia. El movimiento del «no a la guerra» que
aglutinó a una parte de la izquierda en nuestro país, acabó siendo
en una plataforma política que dejó atrás los principios del
pacifismo para convertirse de hecho en un movimiento anti-PP al
servicio de los que proponían, con tanta pereza intelectual como
ingenuidad, una «alianza de civilizaciones». Lo que acabó
denominándose el «buenismo» sólo fue no querer asumir el reto que
supone la defensa nacional. Por lo tanto, esa izquierda refractaria
a firmar pactos de Estado en los que primen los intereses de todos
frente a las estrategias electoralistas debería en estos momentos
difíciles no confundir una defensa legítima con una agresión a la
población civil, algo que nadie desea y confiamos en que ellos
tampoco.
El escenario abierto tras la constatación de que los ataques
terroristas de París han vuelto caducas doctrinas tan clásicas como
la de «si vis pacem, para bellum» (si deseas la paz, prepara la
guerra), lo que obliga a mantener un conflicto abierto en muchos
frentes: militar, diplomático, político y cultural. No basta con
consignas y lemas, sino con asumir la responsabilidad de que la
lucha contra el yihadismo es la defensa de la democracia. Cuando un
responsable político ofrece «diálogo» con los terroristas demuestra
ignorar la voluntad mortífera del enemigo que tenemos delante. Es
una posición cómoda que, como siempre, impide centrar el foco en el
verdadero problema. «Nunca he sido un pacifista absoluto, ni he sido
absoluto en ningún otro asunto», dijo Bertrand Russell. Es decir,
los gobernantes tienen la obligación de la defensa en nombre de la
democracia.
Un conflicto y un problema inmersos en un
eterno dilema
Vicente Baquero www.gaceta.es 19 Noviembre 2015
A nuestra sociedad actual occidental le disgusta enfrentarse a
problemas cuya solución no requiera ir más allá de una aproximación
superficial, a ser posible de rápida o de inmediata solución. Es
normal, la tecnología informática nos ha viciado la mente,
proporcionando respuestas inmediatas a preguntas concretas y
definidas, creando una falsa sensación, que queremos trasladar a
problemas complejos que afectan en profundidad a la propia
naturaleza humana. Cuando un médico se ocupa de un enfermo, lo
primero que pregunta es la edad, lo segundo su estado de salud
normal y por último cual es su dolencia concreta en ese momento.
En esta panoplia de conflictos que nos afectan, a raíz de los
recientes ataques de grupos armados islamistas en territorio
occidental, cuyo origen está en Oriente Medio, y cuya extensión
violenta nos está llegando, nos están planteando el dilema de cuál
es la respuesta adecuada. Para responder a esa pregunta tendríamos
que aproximarnos con la misma profesionalidad y paciencia que el
doctor. ¿Quién es el doctor? La historia y la objetividad, aunque su
análisis nos complique la vida, pues no hay soluciones sencillas ni
inmediatas si el diagnóstico es el correcto.
Hay que distinguir tres niveles en este eterno conflicto, porque no
pensemos que este conflicto viene de ahora, aquí es donde los
superficiales tiran la toalla y nos acusan de remontarnos a un
pasado remoto, como si las ideologías y creencias, fueran un
fenómeno pasajero encuadrable en un período electoral.
El primer nivel se encuadra bajo el epígrafe de lo que tanto
Spengler como Toynbee, denominaban “Cosmovisiones”, es decir formas
específicas de entender al mundo, al hombre y su relación con la
divinidad, que se corresponden con las civilizaciones respectivas.
Es evidente que desde tiempos lejanos la oposición entre la forma de
entender el mundo y la sociedad entre Oriente y Occidente queda
patente, desde la primera vez que Darío lanzó sus ejércitos contra
la Jonia Helénica. La acción reacción de aquella conquista frustrada
desencadenó infinitos conflictos, de avance y retroceso, a favor de
unos u otros, cuyo máximo exponente más reciente, es precisamente el
Islam como reacción al racionalismo greco-latino. Es esa tendencia
del hombre semita y oriental a poner el acento en Dios como creador
del universo y la fe como motor y guía de la sociedad. Islam
significa sumisión.
En Occidente se nos puede alegar que también participamos de una
religión semítica-oriental que es el judaísmo, pero seamos sinceros,
el paso por Roma es evidente y decisivo en la formula final
cristiana, los europeos optaron por una interpretación del mundo más
racional, incluso en los momentos de mayor religiosidad, Abelardo,
San Alberto Magno, Santo Tomás, Erasmo, Lutero… por solo citar
algunos, no son pensables integrados en el Islam, tanto Averroes,
como Maimónides el hebreo, como Avicena y la pléyade de pensadores
musulmanes de la edad media, eran considerados herejes y fueron
perseguidos y expulsados. No hay tolerancia para la herejía. De ahí
la centenaria inquina entre Shíes y Suníes dentro del propio Islam.
La Biblia Hebrea, el Evangelio cristiano, los Hechos, son textos
recopilados humanamente e interpretables. No es razón en contra, el
que eso a su vez haya generado guerras infinitas entre unos y otros.
El Corán, para cualquier musulmán ortodoxo, es un libro dictado por
Dios directamente y por tanto no opinable ni interpretable, de ahí
su imposible adaptación al paso del tiempo. Una religión que se basa
fundamental y casi exclusivamente en la fe rechaza violentamente
cualquier interpretación que lleve a ver las contradicciones
evidentes que existen en sus textos, anacronismos e inexactitudes,
simplemente no es admisible. La tradición ortodoxa, o hadiths
oficiales, igualmente respetados por ellos, van en el mismo sentido.
Por tanto el primer síntoma de la enfermedad es la edad, este
enfrentamiento tiene muchos años, que han pasado por momentos
alternativos de preponderancia: desde las conquistas islámicas
primeras, hasta las cruzadas, la destrucción de la cristiandad
ortodoxa de Bizancio, hasta la extensión del Imperio Otomano, y su
colapso durante los últimos dos siglos.
Resumiendo: es una visión del mundo en donde se enfrentan la fe y la
razón tras el triunfo definitivo de la ilustración en Europa.
El segundo síntoma: la salud concreta del enfermo. Se sigue casi
inmediatamente de la anterior situación: el colapso de la
civilización islámica, su derrota y retirada prácticamente en todos
los frentes: la ocupación militar y el reparto de su territorio
efectuado por las potencias occidentales. Del que su máximo
exponente es el tratado de Skyes-Picot firmado por Gran Bretaña y
Francia durante la primera guerra mundial, del que surgen toda una
serie de países artificiales, antes provincias del Imperio Otomano
(No Turquía esto es importante) labrados a base de la conveniencia
de ambas potencias.
Rusia anteriormente a su vez había ocupado toda el Asia Central y el
Cáucaso musulmán, llegando hasta chocar con el Imperio británico en
la India “The Great Game” se llamó entonces a ese enfrentamiento.
En resumen, fueron humillados y repartidos, su principio de
superioridad religiosa, basado en la fe, se vio aplastado por la
ciencia y tecnología, defendidos por Occidente. Surgen movimientos
fundamentalistas, que buscan recuperar los orígenes: en Arabia
central, el “Wahabismo” o en otros lugares, como Egipto los
“Hermanos musulmanes”, los Salafitas en el norte de África,
dispuestos a recuperar la ortodoxia islámica. Grupos que carecen de
importancia hasta que se descubre la utilidad del petróleo como
columna vertebral del sistema económico occidental y apoyándose en
la coyuntura de la guerra fría comienzan a aumentar sus exigencias
económicas para la explotación del mismo, consiguiendo así un
poderío económico hasta entonces inexistente. Estos fundamentalistas
utilizan esos recursos, son creyentes consecuentes, para poco a
poco, ir penetrando a la sociedad occidental y radicalizar a sus
bases locales para recuperar protagonismo y lanzarle de nuevo un
desafío a Occidente.
Veamos ahora el tercer nivel: la dolencia concreta, reconociendo que
han sido agredidos, sin complejos, como nosotros lo fuimos por ellos
en otros momentos de la historia, cada uno busca la supremacía de su
visión del mundo, cada uno interpreta la voluntad de Dios como
quiere, y el laicismo también, tiene su propia visión del mundo que
no a todo el mundo le convence, ese fue el gran fracaso del intento
de redactar una constitución europea (No así en la de EE.UU.) Estos
grupos, a los que llamamos terroristas, son los soldados de un
ejército desestructurado, (reclutados como todos los infelices que
en el mundo fueron reclutados para guerras ignorando las causas a
base de sentimiento y emoción, slogans y consignas) han aprendido la
lección, dirigidos por mentes en centros de poder económico
importante, dotados de recursos, aprovechando la tecnología y medios
modernos y nuestra falta de coherencia ideológica y debilidad, están
dispuestos a tomarse la revancha e intentan destruir a Occidente.
Por tanto cualquier medio es bueno para alcanzar sus fines. El
componente histórico y religioso, cultural y de agravio es
ineludible reconocerlo, lo que no significa aceptarlo.
Contra el primer mal, paciencia y propaganda, solo el conocimiento,
la educación, la guerra de ideas, el no abdicar de nuestros
principios, el transmitirlos claramente erosionando sus irracionales
argumentos poniendo de manifiesto, no es nada difícil por cierto,
sus textos que son una serie de incoherencias filosóficas,
científicas y contradictorias en sociedades injustas y
subdesarrolladas, de una ineficiencia que les condena a una miseria
permanente.
No dar facilidades en nombre de la tolerancia a la propagación de
tal ideología, reciprocidad, como mínimo, rechazo de sus principios
esenciales, imponiendo en el seno de nuestras sociedades el
conformarse a las exigencias ideológicas de nuestra sociedad.
Tolerancia 0 con determinadas posturas o propuestas.
Contra el segundo mal, debemos reconocer los errores territoriales
cometidos, eso es nuestro negociado, y no permitir que se diriman
esos errores a base de exterminarse entre ellos o masacrando civiles
en Occidente. Debemos ser realistas, y aceptar que cada pueblo puede
tener una escala de valores diferente, hay pueblos que prefieren
respetar la fuerza de un líder. Intentar imponer la “democracia”,
que en realidad no es más que una forma de gobierno, carece de
valores concretos, debemos insistir en los valores de Occidente
independientemente de la forma de gobierno.
Me sorprende que en estos momentos tanto desde el lado
vergonzosamente denominado “moderado” ¡se es o no se es musulmán! si
participan de esa religión defienden esas ideas, no nos engañemos,
los que no, como los agnósticos o ateos en Occidente, no lo son, y
el occidental “progre” no haya recordado a un hombre de la talla y
visión de futuro realista para el mundo musulmán que fue Mustafá
Kemal Ataturk. ¡Esa era la solución para esta segunda y primera
enfermedad! En la teoría religiosa- político-social de Ataturk se
resume lo que habría que hacer para redimir al mundo musulmán de su
subdesarrollo. Pero esa revolución la tienen que hacer ellos no
nosotros…
Eso desgraciadamente lleva mucho tiempo y apoyo por parte de
Occidente, entre otras cosas aislando y marginando en el seno de
nuestra propia sociedad, económica y socialmente, a esos déspotas
árabes, los auténticos wahabíes fanáticos vestidos de Dior, que
gracias a su dinero se pasean por el mundo pisoteando todos los
derechos humanos de sus propias poblaciones y las ajenas
El tercer punto, el mal inmediato, tiene una solo solución,
rendirlos incondicionalmente. Cuando ya no aguanten más el castigo
que se les infrinja, se rendirán como hicieron en el pasado
movimientos totalitarios y fanáticos tanto o más poderosos que ellos
para no ser exterminados. Eso es una guerra, desgraciadamente, lo
demás son acciones de policía, no hay guerra “light”. ¿Se imagina
alguien intentando llevar preso a Hitler, Tojo o Stalin, por
incumplir la carta de los derechos humanos? Todo lo que sea evitar
esa táctica o estrategia ultima, nos conducirá al desaliento y a la
derrota, es un pulso de voluntades y resistencia. Aunque mucho me
temo que el “buenísmo” imperante, al menos en Occidente, Rusia tiene
menos escrúpulos e Irán ninguno, y la publicidad de los medios haga
muy difícil resolver estos dilemas solos. No es cuestión de justicia
o moralidad, es defensa de nuestra sociedad frente a una agresión
externa. Lo que no es óbice para reconocer nuestros errores pasados
y reconocerle al enemigo cuando la fase agresiva toque a su fin,
solo entonces, sus razones.
¿Terroristas por desesperación?
Cristina Losada Libertad Digital 19 Noviembre 2015
Si fuera un joven musulmán que vive en Molenbeek, estos días me
preguntaría si no soy un idiota y un pelagatos por no haberme unido
a los salvajes del ISIS. Digo Molenbeek, aunque podría citar las
banlieues francesas, porque ese barrio de la capital belga se está
presentado en los medios como si fuera el lugar más miserable, más
injusto y más falto de oportunidades para prosperar. Yo no lo
conozco, pero me atrevo a decir que Molenbeek no es Somalia. Ni
Yemen. Ni un shantytown de los muchos que hay en el planeta. Incluso
me atreveré a dudar de que sea un barrio dejado de la mano del
Estado del Bienestar belga.
Pero a lo que iba: si yo fuera. Si fuera ese joven musulmán de
Molenbeek, desempleado como tantos otros jóvenes y no tan jóvenes en
esta larga crisis económica, me estaría diciendo que debo de ser
raro, rarito, para no haber manifestado mi frustración, mi
desarraigo, mi indignación por vivir en un piélago de injusticia tan
atroz metiéndome a terrorista de la peor calaña. Porque esa sería la
opción natural de acuerdo con todos los intentos de explicación del
terrorismo yihadista que empiezan y acaban en el viejo determinismo
socioeconómico. En la idea de que el terrorismo viene a ser el grito
de los desesperados.
La idea, tan plana y probadamente errada, es que las personas -los
jóvenes musulmanes en este caso- se radicalizan y se dedican al
asesinato, la crueldad y la barbarie a causa de la pobreza, la
marginación, la injusticia, la discriminación: en definitiva, por
los fallos y defectos de nuestras sociedades. Cuanto más crítico sea
uno con nuestras sociedades, cuanto más las rechace, cuanto menos
quiera reconocer sus logros, más se apuntará a esa explicación. Así
confirma su propia visión, negativa y contraria, de la sociedad en
la que vive.
Así confirma el crítico social -y cuidado quien no lo sea en grado
superlativo: es un conformista inane, un legitimador de un estado de
cosas intolerable- que lleva razón en su cultura adversaria. Para
él, la prueba, una más, de que nuestras sociedades son intrínseca e
irremediablemente injustas y malvadas es que producen terroristas.
Es que conducen a los jóvenes musulmanes a los brazos del islamismo
radical. Y si viven en Molenbeek, no sólo es natural que se echen en
sus brazos: es inevitable.
Por supuesto que hay condiciones socioeconómicas que contribuyen al
caldo de cultivo de la radicalización islamista en Europa. Pero ¿no
hay más? ¿Eso es todo? ¿Son realmente las primordiales? ¿Cómo
explican los que establecen nexo causal entre el terrorismo, la
pobreza y la injusticia que el principal sospechoso de la masacre de
París, residente en Molenbeek, sea miembro de una familia
relativamente acomodada e ingresara en un buen colegio, donde no
duró, por cierto, más de un año? ¿Por qué hemos de pensar que los
que entran en el ISIS lo hacen movidos por las injusticias y no por
el oscuro deseo de matar?
En el aluvión de explicaciones socioeconómicas, tan caras, insisto,
a los flageladores de nuestras sociedades, hay muchas carencias,
pero una es clamorosa: no tienen en cuenta los agravios inventados o
exagerados. No siempre la percepción de injusticia y maltrato tiene
fundamento real. Antes de darla por justificada, habrá que comprobar
cuánto hay en ella de realidad y cuánto no. De lo contrario, se
alimenta un victimismo que contribuye a la radicalización de los
jóvenes musulmanes europeos. Si uno escucha un día tras otro que es
despreciado, humillado, excluido u odiado por ser musulmán, tenderá
a culpar de sus problemas a la sociedad en la que vive y a
aborrecerla. No es el mejor camino para hacerse una vida en ella.
Estos días circula el mensaje de que "odiar a los musulmanes" juega
a favor de los yihadistas. Victimizar a los musulmanes también juega
a su favor. Además, despide un desagradable tufo paternalista.
La guerra de Francia
Manuel Muela www.vozpopuli.com 19 Noviembre 2015
La consternación por lo sucedido en París estimula y justifica la
solidaridad con las víctimas, que es la reacción lógica entre seres
humanos. Si no fuera así, estaríamos en la selva o en la barbarie,
cosa que, por mucho que se empeñen algunos, todavía no se ha
conseguido. Pero, a partir de ese consenso, conviene acercarse al
problema de la guerra de Siria para dilucidar qué intereses se
ventilan en esa zona de Oriente Medio y cuál es la posición que un
país como el nuestro debería adoptar, porque, evidentemente, los
escasos intereses de España en la región tienen poco que ver con los
de Francia, que fue la antigua metrópoli y que aspira a mantener su
influencia allí. Supongo que esa es la razón por la que el Gobierno
francés decidió, de forma unilateral, intervenir militarmente en el
conflicto sirio, cuyos daños de todo orden son conocidos. En todo
caso, corresponderá al pueblo francés valorar las decisiones de su
gobierno. Desde España, la guerra de nuestro vecino nos obligará a
redoblar las medidas de seguridad y de colaboración policial, pero
huyendo de cualquier compromiso en el plano militar. Y en este
sentido, resultan un alivio las declaraciones prudentes del jefe del
Gobierno, señor Rajoy.
Francia está en su derecho de intervenir, pero…
Desde la guerra de Irak aquella región vive en la inestabilidad, que
se ha extendido a otras zonas del Mediterráneo, mar que, otra vez en
la historia, vuelve a ser un foco de amenazas a los países ribereños
del mismo, cuyos intereses son tan heterogéneos que resulta
extremadamente complicado acordar políticas y acciones comunes. Por
eso aquellas potencias que tienen claro cuáles son sus intereses y
cómo defenderlos terminan decidiendo autónomamente la manera de
hacerlo, sin necesidad de consultar a sus vecinos o socios. Al fin y
al cabo, es la política internacional de siempre a la que no hay
nada que objetar, salvo que ese tipo de decisiones pueda afectar a
países ajenos al conflicto que es lo que está pasando ahora. En mi
opinión, ese es el contexto en el que cabe enjuiciar la actuación de
Francia, porque, dada su evolución, lleva camino de convertirse en
un problema, otro más, para la Unión Europea a la que nuestro vecino
empieza a pedir ayuda, aunque, por sí o por no, continúa con sus
acciones unilaterales y acaba de abrazarse a Putin que, creíamos,
era la bestia negra de la UE por el asunto de Ucrania.
Como es sabido, Francia fue una importante potencia colonial hasta
que en la segunda mitad del siglo XX el proceso descolonizador acabó
formalmente con su Imperio, aunque lógicamente ha tratado de
mantener la influencia en las viejas colonias extendidas por el
mundo. También debe recordarse que la política exterior francesa,
demasiado inspirada en una falsa grandeur, ha estado jalonada por
fracasos sonoros, sobre todo en relación con la descolonización: los
casos de Indochina y de Argelia provocaron una crisis sin
precedentes en la Metrópoli, que acabó con la IV República y que
sólo el genio político del General De Gaulle consiguió superar. Más
tarde, en los años 90, contribuyó a reverdecer el conflicto en
Argelia y creó graves problemas en la antigua África francesa,
especialmente Ruanda, Burundi y el propio Congo. Y de una manera o
de otra, la Comunidad Internacional siempre tuvo que acudir para
disminuir los desperfectos o para evitar el aumento de las matanzas
en conflictos mal conducidos.
España debe conservar su buena imagen en Oriente Medio
Aunque Francia es un país admirable por muchas razones hay que
fijarse con cierta aprensión en su política exterior, porque, sin
poner en duda la autonomía de la que siempre ha hecho gala, los
asuntos que afectan a la seguridad y a las vidas no sólo de los
franceses sino de los nacionales de otros países de la UE, como es
el caso, hubieran merecido una consulta y evaluación en común de su
decisión de participar en la guerra de Siria. Participación que va
in crescendo y que, lógicamente, obligará a valorar si Francia por
si misma cuenta con medios suficientes para enfrentar la guerra que
su presidente, Hollande, declara haber emprendido, haciendo hincapié
en cómo piensa ocupar la región para estabilizarla. Me imagino que
sus socios, desde Finlandia a Portugal, tendrán algo que opinar.
Después de las condolencias sinceras y del repudio del horror, se ha
de dar paso a la razón, alejándonos de la histeria mediática y de
los ardores bélicos. Y en el caso de España, que es lo que nos
interesa, debería suponer el reforzamiento de la información y de la
inteligencia en materia de terrorismo, sin descartar la limitación
severa de Schengen, procurando mantener y acrecentar la buena imagen
que tenemos como país en Oriente Medio, lo que implica descartar
cualquier participación en aventuras militares en lugares donde
carecemos de intereses.
Vigilar lo que se predica en nombre de Alá
EDITORIAL Libertad Digital 19 Noviembre 2015
A pesar de que Cataluña es la comunidad autónoma en la que más
detenciones de yihadistas se han producido y donde más mezquitas y
oratorios salafistas proliferan, no se puede negar al comisario jefe
de la Policía autonómica catalana, Josep Lluís Requero, fidelidad a
la reiterada consigna política de sus superiores de que no
estigmatizar el salafismo.
A pesar de que no puede dejar de admitir que esta corriente es "la
más extrema del islam", el comisario jefe de los Mossos asegura, tan
categórica como contradictoriamente, que lo que no hace "en ningún
caso" es "justificar la violencia entendida como la producción de
atentados". "Yihadismo no es salafismo", sentencia.
Al margen del hecho de que muchos salafistas no ya justifican sino
que practican el terrorismo, más valdría atender a las advertencias
que hace unos meses hacía en La Vanguardia el experto en temas
migratorios, y representante del Centro de Comunidades Marroquíes en
el Extranjero, Mohamed Haidu, contra el salafismo y a favor de
"controlar con más rigor el discurso que sale de las mezquitas" en
Europa en general y en España en particular.
A pesar de que internet y las redes sociales sean hoy el principal
escenario de propaganda, captación y radicalización yihadista, los
servicios antiterroristas españoles siguen considerando que no pocas
mezquitas están siendo utilizadas como graneros del terrorismo
islamista. No es tan extraño: lo que algunos perpetran en nombre de
Alá lo predican otros en nombre de Alá: que esa doctrina criminal
constituya o no el "islam verdadero" o el auténtico salafismo no es
lo decisivo; lo decisivo es que su prédica debe ser proscrita y
perseguida en toda sociedad que quiera preservar la libertad
–incluida la religiosa– y la seguridad de sus miembros.
Así parecen haberlo entendido tanto el Gobierno como la oposición en
Francia, al defender abiertamente la expulsión de los imanes que
recen "oraciones de signo radical" y el cierre de las mezquitas en
las que haya "personas que propaguen el odio". En 2010 se cerró la
mezquita Taiba de Hamburgo, donde se reunieron los autores del 11-S,
y su centro cultural asociado, desde donde se seguía reclutando y
ayudando a los yihadistas. Por su parte, el Gobierno tunecino, tras
los atentados de Susa, ordenó el cierre de ochenta mezquitas.
Aquí parece, sin embargo, que lo que impera es una suicida
corrección política obsesionada con "no estigmatizar" a nadie en
función de una tolerancia mal entendida.
Religiones unidas frente al terrorismo
MANUEL NÚÑEZ ENCABO El Mundo 19 Noviembre 2015
EL NUEVO y terrible atentado terrorista en París, aunque con
contenidos y motivaciones propias, tiene el mismo origen que el
anterior de hace 10 meses, también en la capital francesa, contra el
semanario satírico Charlie Hebdo: el fundamentalismo religioso con
el brazo ejecutor del denominado Estado Islámico (IS). Ante la clara
determinación de continuar y extender estas acciones terroristas no
sólo en Europa, sino también en otros lugares del mundo, es
indispensable un antes y después en la lucha contra el terrorismo,
porque la repetición de este atentado demuestra que se trata de
acciones no aisladas sino organizadas para ser repetidas
periódicamente, como una guerra santa y venganza contra lo que en
cada momento se consideren ofensas contra su religión, o acciones en
territorios que estimen de propiedad de su Estado Islámico, como
ocurre actualmente en Oriente Próximo, principalmente en Siria e
Irak.
Este tipo de terrorismo religioso que supone ya una amenaza mundial
necesita para su erradicación respuestas también organizadas, no
aisladas, sino coordinadas internacionalmente, lo que no se ha
realizado desde el anterior atentado de París. Las acciones
policiales, tanto en Europa -donde existen santuarios yihadistas en
algunas comunidades musulmanas con personas que colaboran con el
terrorismo-, como en el resto del mundo donde también se ha sufrido
el zarpazo terrorista, son imprescindibles, coordinadamente con las
correspondientes acciones militares en los territorios donde este
islamismo impone su violencia religiosa con imágenes sangrientas.
Por supuesto que esta coordinación debe extenderse al ámbito del
ciberespacio para desarticular las redes de la ciberdelincuencia del
terrorismo, ampliando los contenidos del Convenio del Consejo de
Europa en este tema para aplicar una política penal común ante los
cambios causados por la digitalización y la globalización de las
redes informáticas y su utilización para cometer actos terroristas y
transmitir informaciones con datos y sistemas informáticos a veces
falsificados.
Ante este panorama, se debería vigilar la financiación del
terrorismo y concretar principios relativos a la extradición y a la
asistencia mutua judicial y policial. Pero estas medidas son
insuficientes por sí solas partiendo de que la característica del
Estado Islámico es que la guerra que libra no tiene lugar sólo en
los territorios y campos de batalla sino también a través del método
programado del terrorismo basado en justificaciones religiosas de
guerra santa. Como ya señalaba en un lejano artículo anterior que
ahora completo con nuevas precisiones, ya que este terrorismo ordena
combatir a los infieles allí donde se encuentren, es imprescindible
comenzar por su deslegitimación religiosa, que debe iniciarse por
quienes tienen el reconocimiento de representantes máximos de las
religiones mayoritarias, entre las que se encuentran el
cristianismo, el judaísmo y el islam, que deberían propiciar una
reunión al más alto nivel y llegar al compromiso solemne de
prácticas religiosas a través únicamente de métodos pacíficos
alejados de toda violencia.
Se trataría de un acuerdo público de lealtad religiosa que
deslegitimaría la pretendida justificación religiosa de las acciones
yihadistas, evidenciando así su simple condición de terrorismo. No
cabe duda que en estos momentos, a diferencia del cristianismo y
judaísmo, lo más difícil es encontrar representantes con autoridad
universal en el islam con más de 1.200 millones de creyentes
desperdigados en diferentes países del mundo, lo que ha llevado a
diversas ramas -principalmente, chiíes y suníes- enfrentadas entre
sí para conseguir ostentar la representación de la religión
musulmana, y también a decisiones equivocadas del mundo occidental
guiadas principalmente por intereses de predominio político y
económico en sus alianzas coyunturales con distintos países
musulmanes.
Pero ante el descrédito que la religión musulmana puede sufrir por
las acciones del autoproclamado Estado Islámico, es indispensable
encontrar a los portavoces más representativos del islam para lograr
que se involucren en el compromiso de convivencia pacífica entre las
naciones desde el respeto a todas las creencias religiosas. Mientras
tanto, son insuficientes, aunque valiosas, las condenas del
terrorismo yihadista por parte de los representantes del islam en
los territorios donde se producen los actos terroristas.
El compromiso de lealtad religiosa debería corresponderse con otro
de lealtad política de todos los Estados, auspiciado desde la
Asamblea de Naciones Unidas, con el compromiso de actuar bajo los
principios del respeto a las creencias religiosas, sin injerencias
para subordinarlas a estrategias políticas como ha ocurrido
frecuentemente en las diversas etapas históricas de todas las
religiones y que es lo que precisamente pretende ahora el Estado
Islámico golpeando al país que, con la Revolución francesa, inició
la nueva era de separación de religión y Estado. Se comprende así en
todo su valor la reacción de los ciudadanos franceses de responder
con orgullo a las provocaciones que padecen entonando el himno
nacional, La Marsellesa.
No hay que olvidar que la Declaración de los Derechos del Hombre y
del Ciudadano de 1789 -tal vez el documento histórico más importante
del reconocimiento de la dignidad de toda persona por el hecho de
serlo- es lo que ha permitido ir desarrollando sus principios como
base para ir acogiendo en Europa a inmigrantes de otros países del
mundo desde el respeto mutuo. La muy numerosa comunidad de más de
cinco millones de musulmanes en Francia es una buena muestra de
ello. Es una aberración histórica e incomprensible que este contexto
de tolerancia existente en los países europeos se aproveche por el
fundamentalismo islámico violento para introducir caballos de Troya
que buscan destruir la convivencia pacífica lograda. Ante este
terrorismo religioso que afecta no sólo a los valores europeos sino
también a los valores universales de la humanidad, vulnerando los
derechos fundamentales, es necesario que las Naciones Unidas pongan
en práctica los principios de la Declaración Universal de Derechos
Humanos y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos,
así como la actualización de la importante Declaración de la
Asamblea General de 1981 sobre la eliminación de todas las formas de
intolerancia en las religiones, tal y como se recoge en el dossier
de Naciones Unidas sobre Consciencia y Libertad.
ESTE MARCO de acciones coordinadas policiales, religiosas y
políticas debería completarse con el factor clave de la educación en
las aulas; hace falta fomentar el respeto en todo el mundo a las
diversas creencias religiosas y, al mismo tiempo, la erradicación de
toda violencia. Una tarea que correspondería dirigir a la Unesco,
partiendo de las diversas peculiaridades de cada región del mundo,
comenzando desde Europa ante el nuevo panorama de la inmigración y
continuando por los países musulmanes, donde en algunas escuelas
islamistas se adoctrina para culpar a otras religiones de la maldad
en el mundo, introduciendo así el germen de la confrontación y la
violencia entre las diversas religiones y culturas.
También a los medios de comunicación y al periodismo, conciliando
libertad de información y responsabilidad, les corresponde la
formación de una opinión pública veraz sobre hechos tan graves y
complejos como el terrorismo actual, que no debería impedir el
desarrollo de la convivencia pacífica de las religiones que
permitan, como en algunos momentos históricos, escuchar en las
ciudades, al mismo tiempo, los rezos de las sinagogas, la llamada
del muecín a la oración desde los minaretes de las mezquitas y el
tañido de las campanas desde las iglesias.
Manuel Núñez Encabo es catedrático europeo ad personam Jean Monnet
de Ciudadanía Europea (UCM)y vicepresidente primero de la Asociación
de ex diputados y ex senadores de las Cortes Generales.
Autodestrucción, no inmolación.
Vicente A. C. M. Periodista Digital 19 Noviembre 2015
Esta madrugada Francia ha vuelto a sobresaltarse por la operación de
las FFyCCSE rodeando una finca urbana en Saint Denis, una ciudad del
Gran Paris, en donde se había escondido un grupo de terroristas
entre los que se suponía que estaba el responsable de haber ideado
los atentados del pasado viernes. Tras horas de intercambio de
disparos, de retención de rehenes y todo lo que es connatural con
estas alimañas, se ha producido el resultado de dos terroristas
muertos y siete detenidos, habiendo huido otro más. Uno de los
muertos era una mujer que había hecho estallar un cinturón de
explosivos que llevaba, de modo similar a lo que hicieron el viernes
dos de los terroristas en la Sala Bataclán. En la jerga periodística
a este acto se le lleva calificando de modo totalmente inapropiado
como “inmolación”, “se ha inmolado”. Es por eso que debemos acudir a
la RAE para ver cómo describe estas palabras de inmolar, inmolarse e
inmolación.
Inmolarse, se define como “Dar la vida, la hacienda, el reposo,
etc., en provecho u honor de alguien o algo”. Una descripción que
destila heroísmo, altruismo y algo elevado. Nada más lejos del
cobarde acto que realizan de modo póstumo estos fanatizados que no
merecen ser llamados seres humanos. Su último servicio, una vez se
ven neutralizados por las fuerzas de asalto, es detonar su mortífera
carga explosiva para morir matando al mayor número de sus enemigos
que puedan. Un ataque suicida kamikaze al que les lleva su
convencimiento de que siguiendo la voluntad de Allah, que sus
radicalizados Imames interpretan de lo escrito en el Corán por su
profeta Mahoma, lograrán alcanzar el paraíso prometido donde
eternamente serán felices y serán premiados con las siete huríes.
Para ellos sí que es una inmolación, pero para las víctimas y para
nosotros son solo despiadados terroristas que deben ser abatidos
antes de que sigan haciendo más daño.
La vida es el bien más preciado y que debe ser preservada de modo
prioritario. Otra cosa son las creencias religiosas que predican la
existencia de sucesivas reencarnaciones u otra vida eterna a la que
llaman cielo. Para este tipo de religiones la vida “terrenal” es
solo un paréntesis hacia esa eternidad y por tanto el martirio, la
inmolación por los demás, son actos supremos que les lleva de modo
anticipado a ese deseado final. Las matizaciones vienen en quienes
como los católicos no contemplan el suicidio como un método válido y
que cierra las puertas a ese cielo. Cada ser humano lleva sus
creencias religiosas o la carencia total de ellas como mejor puede e
intenta no pensar demasiado en ello. Lo que es una evidencia es que
la muerte es algo natural y que todos nosotros deberemos afrontar
irremediablemente, aunque el progreso se encargue de retrasar ese
momento.
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Yo agradecería que tuviéramos el consenso de ser respetuosos con las
palabras y sus significados porque si no, éstas acabarán por
incorporar definiciones contrapuestas e inapropiadas. Ningún
terrorista se “inmola”, solo se suicida usándose como arma mortal
detonando la carga explosiva que lleva incorporada a su cuerpo. No
hay nada digno en esa acción y sí mucho odio y deseo de matar de
modo indiscriminado. Es un acto de suprema y final cobardía en quien
siente desprecio por su propia vida y por tanto por la de los demás.
Son locos fanatizados usados por sus imames como “carne de cañón”
para que se sacrifiquen mientras ellos siguen vivos adoctrinando y
convenciendo a los crédulos de sus falsas promesas. Otros que
prometen el cielo mientras predican resignación en este infierno que
les obligan a vivir con su falta de libertad y su educación estricta
y severa. Y hoy para colmo ha sido una mujer, lo que evidencia el
poder de persuasión y de alienamiento que poseen.
¡Que pasen un buen día!
Los atentados de París desde la óptica
psiquiátrica: fanatismo yihadista
José Carlos Fuertes. Médico psiquiatra www.lavozlibre.com 19
Noviembre 2015
En momentos como los actuales, a golpe de teletipo, la primera
reacción ante la masacre de París se centra en buscar explicaciones
a lo sucedido. Frente a estos hechos, muchas voces hablan de maldad
y bondad, del 'bien' y el 'mal'. Esta dicotomía resulta, a los ojos
de un psiquiatra clínico, una respuesta tan reduccionista como
inexacta. Lo que ha pasado en París no es ajeno a la psiquiatría,
sino que es la palpación de una situación psíquica de enorme
peligrosidad criminal, el fanatismo religioso (yihadista en este
caso), una enfermedad mental con mayúsculas.
El mal existe, desde luego, y no se cura con psicofármacos, ojalá.
Por eso existen moralistas y psiquiatras, porque ni aquéllos
entienden de la mente enferma, ni nosotros somos quienes para
pronunciarnos sobre el bien y el mal. Sin embargo, en nuestra rama
de la medicina, observamos, en una mínima parte de los enfermos
(reitero mínima, porque lo contrario es estigmatizante e injusto),
una patente peligrosidad, una capacidad para desarrollar conductas
de enorme riesgo para los bienes jurídicos. El resultado es la
muerte, el dolor, el sufrimiento, lo que en suma, llamamos “lo
malo”. Ahora bien, y el origen de esa conducta, ¿es diabólico o
fisiológico? Hoy, en el siglo XXI, oír a colegas hablar de la maldad
en psiquiatría resulta tan sorprendente como que un meteorólogo crea
que un rayo es un enfado de Zeus.
El fanatismo es, en términos divulgativos, lo que los libros de
psiquiatría llaman ideación delirante. Es decir, son pensamientos
que no siguen las reglas de la lógica y la razón, y que se impregnan
de una fuerte y distorsionada carga emocional. Ello les lleva a
morir matando. Un individuo simplemente malo, usando ese término que
como psiquiatra no debo utilizar, llegaría a matar cómodamente
sentado desde un sillón a 1.000 kilómetros, pero no a ponerse una
bomba en la cintura. Para llegar al extremo de despreciar tanto la
propia existencia y vencer, coherentemente, al elemental instinto de
supervivencia, es preceptiva la existencia de una patología
psiquiátrica, en la que la mente del desequilibrado se llena de un
conjunto de creencias falsas, absurdas, desproporcionadas, cuando
menos, construidas siempre de una manera patológica y enfermiza.
El fanático (delirante) deja de pensar y razonar de forma lógica. El
individuo pasa a considerarse un “elegido”, alguien que tiene
capacidad de haber comprendido la verdadera trascendencia, un
mensaje o idea sobrevalorada al extremo. Todo ello mediatiza y
distorsiona su percepción de la realidad. Su suspicacia se dispara,
el sentimiento de persecución está presente en todo y se convierte
en un tamiz a través del cual filtra toda la información que recibe.
Todo ello se realiza de forma insidiosa, progresiva. Sus razones se
convierten en las “únicas verdades absolutas” y todo lo que no las
respalde deja de ser válido, y en ese contexto, la capacidad de
transacción se elimina, el sujeto presenta una elevada intolerancia
a la frustración (en la convicción íntima de su incólume fe en la
idea sobrevalorada) y, acto seguido, la capacidad de matar es
directamente proporcional a la insignificancia de la propia
existencia en el contexto de la defensa de la idea mitificada.
Por eso es tan difícil luchar contra estos actos usando las reglas
de la guerra convencional, no solo por las peculiaridades del acto
en sí (grupos pequeños, lobos solitarios, comandos dormidos, etc.),
sino por que la verdadera capacidad de dañar está en lo que el
sujeto se encuentra dispuesto a perder.
La sociedad puede amenazar con cárceles, con más bombas, con
persecución implacable. Sin embargo, un problema anterior y mucho
más grave nos afecta. Cuando siquiera la conservación de la propia
vida es un freno, ¿qué limita al terrorista para actuar?
Un país sin política exterior
Editorial Gaceta.es 19 Noviembre 2015
Tal y como ha explicado el ministro español de Exteriores, el
inefable García Margallo, el Gobierno no tiene decidido aún si
nuestro país aportará algo a la guerra contra el Estado Islámico.
García Margallo, en una perspectiva típicamente rajoyana, ha
explicado que es mejor posponer la decisión hasta después de las
elecciones del 20-D, o sea, dentro de un mes. La ocurrencia da el
tono de lo que en España se considera “política de Estado”: no hay.
En cualquier país normal, hay cosas que no dependen de unas
elecciones. La política exterior y la defensa –tan estrechamente
unidas- suelen formar parte de ese privilegiado grupo de asuntos que
están por encima de las querellas de partido. ¿Por qué? Porque, en
cualquier país normal, la política exterior y de defensa se adapta a
circunstancias objetivas de interés nacional que vienen determinadas
por la posición geográfica, las alianzas con otros países, etc., y
eso no cambia cada cuatro años. Como esa realidad no cambia con cada
legislatura, sino que suele ser permanente, los estados serios
trazan consensos básicos en torno a estas políticas. Pueden cambiar,
sí, las orientaciones parciales, la apertura de nuevos escenarios,
etc., pero no las líneas fundamentales. Francia y Gran Bretaña son
ejemplos nítidos de esa permanencia de las “políticas de estado”.
En España no es así. En España hay que esperar a las elecciones. ¿Ha
sido así siempre? No. Las decisiones que determinan la política
exterior y de defensa española quedaron orientadas definitivamente
en 1986, cuando un gobierno socialista metió a España en la OTAN
previo referéndum y después, en 1990, envió un barco a la primera
guerra del Golfo Pérsico. Esa política venía a prolongar, de hecho,
la misma que había llevado a cabo el general Franco y sería también
la misma que aplicaría el PP con Aznar. Todo cambió en 2003 con la
Guerra de Irak, declarada por los Estados Unidos y Gran Bretaña con
una cobertura legal muy discutible y que España apoyó. La izquierda
empleó esa guerra para erosionar políticamente al PP. ¿Por prurito
de legalidad? No: la anterior guerra del Kosovo había sido mucho más
ilegal y no por ello dejó el PSOE de apoyarla. Simplemente, el de
Irak era el argumento idóneo para debilitar a un PP que parecía
incombustible. Los atentados del 11-M de 2004 terminaron de romper
las cosas. Luego ganó Zapatero, violó de hecho sus compromisos
internacionales, retiró a las escasas tropas españolas del escenario
iraquí y abanderó un extravagante proyecto de “alianza de
civilizaciones” que nos acercó mucho a Turquía. Para hacerse
perdonar tanto dislate, la España de Zapatero tuvo que tragar, entre
otras cosas, con misiones en Líbano y Afganistán y con el apoyo a la
barbaridad de la intervención contra la Libia de Gadafi.
Intervención, por cierto, decidida por Zapatero con Carmen Chacón
como ministra de Defensa y con el general podemita José Julio
Rodríguez como JEMAD. En el terreno de los hechos, la política
exterior de Zapatero terminó siendo la única que podía ser. Sin
embargo, el despliegue propagandístico del “no a la guerra” ha
seguido funcionando como leit-motiv psicológico de buena parte de
nuestra izquierda.
Ahora, llegado un momento de enormes cambios en el panorama
internacional, con desafíos geopolíticos nuevos, España se ve
obligada a tomar decisiones y se encuentra sin instrumentos para
ello. “Después de las elecciones”, dice Margallo. O sea que nada se
hará antes, por si acaso el enemigo lo utiliza para torcer las
urnas. Pedro Sánchez ha avalado –más o menos- la intervención
militar, pero nadie ignora que mañana puede cambiar de opinión si
las encuestas lo aconsejan. Y a Rajoy, como es bien sabido, la
política exterior sólo le interesa en la medida en que puede
ayudarle a cuadrar unas cuentas imposibles. ¿De verdad puede
extrañarnos que España no pinte absolutamente nada en el panorama
internacional?
Conclusión: en España no tenemos una idea común del modelo de
nación, como ha puesto de manifiesto el problema catalán, ni tenemos
tampoco una idea común de nuestro lugar en el mundo, como pone en
evidencia la guerra contra el Estado Islámico. ¿Para llorar? Tal
vez. Pero estas carencias nos indican también el camino de los
cambios que España, urgentemente, necesita. Salvo que todos
decidamos extinguirnos dulcemente y desaparecer.
El problema está en el islam
Ramón Pérez Maura ABC 19 Noviembre 2015
Sigamos discutiendo superficialidades para no entrar en el fondo de
la cuestión. Está muy bien repetir una y mil veces que el islam es
una religión de paz. Pero es la única en cuyo nombre se va
masacrando inocentes por los cinco continentes. Y, entonces, es
cuando nos dicen que culpabilizar a esa religión es generar
islamofobia.
En 1939, ¿el problema era el nazismo o Alemania? ¿Eran nazis todos
los alemanes? Más bien parece que no. Había alemanes ejemplares,
como Konrad Adenauer, sin ir más lejos. ¿Eran alemanes todos los
nazis? Sin duda sí. Y, a partir de la influencia de Alemania,
surgieron otros movimientos filonazis que hubo que combatir. Pero
ese combate era inútil mientras no se atacara la raíz del problema.
Se declaró la guerra a Alemania y a muchos alemanes inocentes. Hoy
vivimos un reto similar. Por supuesto que no todos los musulmanes
incitan al odio ni quieren imponer su visión del islam de forma
violenta, asesinando incluso a musulmanes a los que consideran
desviados de la recta senda. Pero ese mal está dentro del islam. No
fuera. Hay que enfrentar lo que el islamismo está haciendo en nombre
del islam como en 1939 hubo que enfrentar lo que los nazis hicieron
en nombre de Alemania.
Las guerra ya no se librarán como las que vivimos hasta los albores
del siglo XXI. Ésta es una batalla diferente. Pero es una guerra en
la que, aunque no queramos aceptarlo, ya estamos inmersos. Durante
la década de 2000 el presidente Bush se enfrentó antes que nadie a
ese islamismo. Declaró la guerra al terrorismo y le tildaron de
loco. El sábado pasado Manuel Valls declaró que «estamos en guerra»
con el mismo enemigo. No he oído a nadie descalificarle ni hacer una
crítica de fondo a sus palabras. Quizá si no hubiésemos malgastado
casi tres lustros creyéndonos estupendos y que este problema era
americano y no occidental, hoy no estaríamos enfrentados a esta
amenaza. Estados Unidos sufrió el 11-S, pero no ha vuelto a tener un
ataque de gran envergadura. Sí tuvo las bombas del maratón de
Bostón, pero nadie puede evitar que un individuo aislado perpetre un
atentado así. Lo del 11-S y lo de Bataclan son de otra magnitud
logística, muy superior. Mientras el buenismo occidental se ha
seguido imponiendo, en Europa hemos visto atentados de todo tipo en
Londres el 7-J de 2005, en Madrid el 11-M de 2004, ataques menores a
lo largo de la última década y, al fin, este mismo año, Charlie
Hebdo en enero y Bataclan y Saint-Denis en noviembre. Detrás de
todos ellos estaba una visión del islam. Y no hemos visto a
gobiernos como el saudí o el de Qatar salir a perseguir a esos
criminales. En todo caso, siguen buscando silenciar las críticas por
otras vías. Pero no luchan sin cuartel contra ese terrorismo. Y no
nos explican por qué no lo hacen.
La unidad de España no importa
Enrique Calvet Chambon www.lavozlibre.com 19 Noviembre 2015
Economista y Eurodiputado
Viendo el más emotivo símbolo de una democracia fuerte y
trascendente, mi amigo me dijo: "La unidad de España no importa". El
símbolo era ese apiñamiento de ciudadanos de toda condición y
religión, de toda raza y cultura, cantando la 'Marsellesa' como
himno a la libertad, a la unidad y a los valores de nuestra
civilización como proyecto común, en un túnel ratonera, conscientes
de la dolorosa batalla perdida y de la situación de riesgo tras
haber sido retenidos en un estadio por la realidad y posibilidad de
una masacre. Cuando yo pensaba '¡Qué envidia de sociedad y de
reacción para la democracia española que ahora está sufriendo otro
ataque a la Nación democrática, por ahora incruento, (aunque
conocimos etapas de infame violencia)!' fue cuando mi amigo espetó:
"La unidad de España no importa". Ante mi mirada medio atónita,
medio cómplice (nos conocemos bien), me suspiró: "Lo que importa es
la unidad de los españoles, de los ciudadanos españoles". Y añadió:
"Una unidad en igualdad y libertad, sólida como una roca frente al
enemigo exterior o interior". Recordemos que, hasta la fecha, todos
los asesinos identificados son franceses, para comprender lo de
enemigo interior.
Pero tras este inicio, su conversación se hizo mucho más amarga. "Me
temo", dijo, "que esa guerra la perdimos los realmente demócratas
españoles, hace mucho tiempo. Y digo bien guerra, que no batalla".
Mi amigo pasó de meditabundo a triste, como el que pierde
definitivamente una ilusión de decenios, marcada por muchas
cicatrices de viejos y nuevos ruidos, la lucha contra el franquismo,
el anterior golpe de Estado ante el que sí supimos reaccionar
unidos, los yihadistas de la ETA, el paulatino desguace de España
con la aparición de las taifas siglo XX y XXI...
"No creo que ya sea posible una España de ciudadanos libres e
iguales", me dijo. "El mal está hecho, y no veo posibilidad de
reconducir la destrucción de nuestros valores de convivencia
ciudadana". Seguimos con una larga plática sobre lo que algunos
consideran soluciones. Que si una confederación, (o federación
asimétrica), que si mantener el privilegio foral sobre valores
telúricos tan arcaicos como pre-democráticos y extenderlo a otras
regiones, que si el mito patatero de "Nación de naciones" (¿de dónde
las sacamos?, ¿del etnicismo xenófobo?), que si mayor autogobierno,
que si una federación transformando fronteras regionales
administrativas (las riojanas, por ejemplo) en fronteras nacionales,
que si sustituir el Estado de Derecho por dialogo permanente con
delincuentes, etc...
"Desengáñate", me dijo "al final siempre terminas con españoles de
primera, de segunda, tercera y cuarta, sin ningún sentido de
proyecto ciudadano común y con envidia o revanchismo clanista
permanente. "Lo de ciudadanos libres e iguales desapareció, y es
tanto como decir que la democracia fracasó. Los valores son el
meollo de toda esta alagarabía, y no aspectos contables, ni
telúricos, ni jurídicos ni táctico-políticos. Y han triunfado los
valores equivocados. ¿Quién es capaz de salir a la calle para cantar
la 'Marsellesa' por los valores acertados?"
Me dió escalofrío pensar que mi amigo tal vez tuviera toda la razón.
¿Esto se acabó?
"Eso sí", añadió, "como ya soy muy mayor para cambiar, y, sobre
todo, para cambiar la educación que me han dado, seguiré luchando
por una España de libres e iguales, y una Europa ciudadana, aunque
sólo sea porque me gustan las causas imposibles románticas. Si hay
alguien dispuesto a salir a la palestra, o a la calle, para defender
lo nuestro, nuestro bien común, estaré a su lado". "Y yo", pensé.
¿Hay alguien más?
******************* Sección "bilingüe"
***********************
De ETA al ISIS, nuestra izquierda se repite
Pedro Fernández Barbadillo Libertad Digital 19 Noviembre 2015
Los comentarios sobre los atentados de París de los izquierdistas
con tribuna en los periódicos, tertulia en las televisiones y cuenta
en Twitter me han recordado los comentarios y las prédicas que
hacían cuando el terrorismo etarra asesinaba y mutilaba a docenas de
compatriotas. Incluso se repite, con algo más retórica, la consigna
difundida entonces por abertzales e izquierdistas de "algo habrá
hecho" cuando la víctima del atentado era un guardia civil o un
empresario, una condena barata, de barra de bar. Ahora, los
Centellas y las Talegones nos dicen que la culpa de que nos maten es
nuestra, porque votamos a partidos que no son los suyos o porque
salimos a cenar en vez de ir a debates sobre Gaza.
Entre los artículos más abracadabrantes que he leído estos días
destaca el del columnista Carlos Sánchez, quien se remonta al
Acuerdo Sykes-Picot, que repartía el imperio otomano entre Gran
Bretaña, Francia y Rusia, y a la Declaración Balfour, que aceptaba
la creación del Hogar Nacional Judío en Palestina. Las consecuencias
de esos actos eurocéntricos e imperialistas decididos por las elites
(el Acuerdo Sykes-Picot fue secreto hasta que los bolcheviques lo
publicaron) serían una permanente humillación árabe de la que se
nutren, por ejemplo, los terroristas pakistaníes y somalíes, y de la
que son responsables, según este discurso, los civiles franceses de
hoy, incluso los franceses descendientes de gentes que no eran
francesas en 1917.
Esta obsesión de los izquierdistas, sean de la rama que sean, por
husmear agravios en la historia que disculpen o justifiquen a los
terroristas que gritan cuando aprietan el gatillo "¡Alá es grande!"
es parecida a la que sufría cuando quienes disparaban o explotaban
bombas gritaban "Gora Euskadi askatuta!".
En los años 70 y 80 soportamos largas enumeraciones, en los medios
de comunicación y las universidades, del inmenso sufrimiento de los
vascos por culpa de los Reyes Católicos, las guerras carlistas del
siglo XIX, la abolición foral realizada por Cánovas del Castillo, el
bombardeo de Guernica o el franquismo. Entre estos disculpadores
merece citarse el nombre del madrileño republicano José Bergamín,
que llevó su odio a los españoles hasta a desearles una nueva guerra
civil y escribir en Egin, donde se jaleaban los asesinatos etarras.
Ahora los disculpadores se remontan al colonialismo del siglo XIX,
como si la mayoría de los países árabes no fueran independientes
desde hace más de medio siglo y sus dirigentes y sus pueblos (y su
religión) no tuvieran responsabilidad en su pobreza, a pesar de que
algunos flotan sobre mares de petróleo. Los obispos africanos, por
el contrario, ya renuncian a la muleta de la conspiración para
explicar las desgracias de sus naciones.
No deja de asombrarme que los paladines de la racionalidad, el
laicismo y la secularización concedan a hechos ocurridos hace 200 o
500 años una potencia que atraviesa los siglos y las generaciones,
más poderosa que todas sus propuestas ideológicas, como la
revolución, la liberación del proletariado, el Estado del Bienestar,
la igualdad, el ateísmo o el feminismo.
En los años 70 y 80 nos instruían en que el terrorismo etarra era
invencible porque contaba con las falanges interminables de los
jóvenes vascos (desde hace años, Vascongadas pierde población); en
que la "violencia del Estado" era contraproducente, y los
terroristas ejecutados y caídos en operaciones policiales se
convertían en "mártires"; en que no había que criminalizar a todos
los vascos, puesto que la mayoría no eran terroristas, aunque luego
fuesen chivatos de los etarras y no colaborasen con la Policía; en
que cualquier legislación especial era lo que deseaban los
terroristas; en que había que dar un estatuto de autonomía y dinero
a los abertzales, amén de euskaldunizar la sociedad, porque así se
quitaban razones y argumentos a los terroristas. En que había que
permitir al brazo político de ETA tener concejales, alcaldes y
diputados, porque así aprendían que podían defender sus ideas con la
palabra y no con la pistola. Pero la mejor de todas era ésta:
"Nosotros, los demócratas, no somos como ellos". "¿Quieres que haya
dos sociedades enfrentadas como en el Ulster, ¿eh?", era su
conclusión.
Gracias a este discurso acomplejado y, en el fondo, legitimador,
España siguió padeciendo el terrorismo cuando en Francia, Italia y
Alemania hacía años que habían acabado con él. Este discurso lo
volvemos a escuchar desde el viernes 13, igual que en los días
lamentables que siguieron al 11-M, cuando para toda la izquierda
española era más importante atacar al Gobierno del PP que perseguir
a los asesinos.
Otra de las lecciones que no debemos olvidar es la de los alaridos
de los izquierdistas (más algún obispo como Juan María Uriarte)
cuando José María Aznar procedió a ilegalizar Herri Batasuna: iban a
arder las calles vascas y navarras, y comarcas enteras se iban
sublevar como en las carlistadas. Otra vez el estremecimiento de
admiración, y quizás de placer, ante el valor de los terroristas. Se
ilegalizó el partido de los etarras, se encarceló a su dirección
política, se cerró su periódico, se clausuraron sus herriko
tabernas, se les echó de las instituciones… y no pasó nada. Al
contrario, los proetarras empezaron a tener miedo en vez de darlo.
Pero, ¿de dónde proviene esa comprensión de la izquierda, desde los
socialistas engordados en las poltronas a los podemitas recién
llegados de las asambleas universitarias, hacia los asesinos de
masas? ¿De una identidad ideológica? Fernando Savater escribió que
la izquierda radical europea se muestra siempre "nostálgica de una
insurrección salvadora que la libere de la rutina parlamentaria".
Savater escribió eso en un libro publicado en 1983 sobre el
asesinato del almirante Carrero Blanco. Para la izquierda española
no pasa el tiempo. Su odio a España, a los españoles y a la justicia
parece inmutable.
"Me las arreglaba para que no detuviese a
los miembros de ETA que estaban en la clandestinidad", dijo Louis
Joinet
La Audiencia Nacional investigará por colaboración terrorista a un
ex asesor de la ONU que dijo haber obstaculizado el arresto de
etarras
www.latribunadelpaisvasco.com 19 Noviembre 2015
El Colectivo de Víctimas del Terrorismo (COVITE) ha informado de que
el Juzgado Central de Instrucción número 4 de la Audiencia Nacional
ha admitido a trámite una denuncia presentada por la asociación
contra el jurista francés y ex asesor de la ONU Louis Joinet por
reconocer recientemente en una entrevista que obstaculizó la
detención de etarras huidos. Según COVITE, la Audiencia Nacional,
tras señalar que los hechos denunciados hacen presumir la posible
existencia de una infracción penal, ha dado instrucciones al
Ministerio fiscal para que proceda a investigar la denuncia. Se da
la circunstancia de que la página web que el Gobierno nacionalista
vasco dedica a lo que esta institución define como “Memoria
Histórica” se abre con una cita del propio Louis Joinet, que dice lo
siguiente: “Para pasar página, hay que haberla leído antes”.
El pasado 20 de octubre, el diario filoetarra Gara publicó una
entrevista con el ex asesor de la ONU en la que éste admitía haber
desempeñado acciones como facilitador en negociaciones entre el
Gobierno y ETA. "La gente creía que me ocupaba de la negociación
entre Francia y España, pero no, yo me ocupaba de la facilitación
interna de ETA", explicaba, para decir a continuación: "yo no sé lo
que se decían entre ellos, sacaba a algunos de la cárcel, me las
arreglaba para que no detuviesen a los estaban en la
clandestinidad".
COVITE, en su denuncia, pidió que se citase a Joinet en aras de que
explique cómo evitaba los arrestos de criminales en búsqueda y
captura, cuántas detenciones de terroristas ha evitado y los nombres
de los miembros de ETA que se beneficiaron de esta labor. El
Colectivo detallaba en su escrito que el propio Joinet es quien
había asegurado haber realizado acciones encuadradas en la
obstrucción a la Justicia e incluso de colaboración con banda
armada.
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