"Cuando Marx puede más que las hormonas no
hay nada que hacer"
El drama socialista ha acabado en tragedia. Pedro Sánchez ha sido
incapaz de gobernar su partido, al que ha dejado inane para unas
nuevas elecciones. Fin de la partida
Carlos Sánchez El Confidencial 2 Octubre 2016
Contaba Julián Marías en sus prodigiosas memorias un recuerdo
imborrable. Cursaba el último curso de la facultad de filosofía, y
un día, tal y como hacía cada mañana, tomó el tranvía número 46 en
la Plaza de Santa Bárbara, de Madrid. Fue entonces cuando subió a la
plataforma, como la describe el filósofo, “una mujer espléndida, de
gran belleza y atractivo, elegante y bien vestida”. El joven Marías
confiesa que se quedó mirándola con complacencia.
Al cabo de 11 horas de acaloradas discusiones, recesos, gritos y
hasta lloros, el comité federal del PSOE votó a mano alzada para
convocar un congreso extraordinario y Sánchez salió derrotado por
132-107 votos
Instantes después el conductor del tranvía volvió los ojos para ver
si los viajeros habían terminado de subir para reanudar su marcha. Y
miró a la mujer, recuerda Marías, con un “odio inconfundible”. Al
filósofo, confiesa, le recorrió un estremecimiento de sorpresa y
consternación, y pensó: “Estamos perdidos. Cuando Marx puede más que
las hormonas no hay nada que hacer”. Efectivamente, a las pocas
semanas había comenzado la guerra civil.
Marías, alumno destacado de aquella facultad fabulosa en la que
impartían docencia Ortega, Zubiri, García Morente o José Gaos,
concluye en sus memorias: “Aquel hombre no había visto una mujer
estupenda, atractiva y deseable. Había visto una enemiga”.
Sin duda, por algo que sostenía el propio Marías, y que tiene que
ver más con la prepolítica que con la política entendida como un
campo de juego abierto en el que se discuten ideas. “Lo más grave
fue la politización, iniciada dos años antes. Se atendía sobre todo
a lo político; ante una persona, no se miraba si era simpática o
antipática, guapa o fea, inteligente o torpe, decente o turbia, sino
de derechas o de izquierdas”.
El Partido Socialista ha caído, fatalmente, en ese ridículo
maniqueo. Quienes respaldan que el PSOE se abstenga son traidores a
la causa socialista y unos vendidos al Ibex coordinados por ese
sindicato de intereses que forman Cebrián y Felipe González. Quienes
reclaman la solución Frankenstein, como la ha llamado
despectivamente Rubalcaba, son, en realidad, unos ‘vendepatrias’ por
aliarse con Podemos y los independentistas. Como se ve, todo muy
verraco. Sin matices.
La equidistancia, sin embargo, no ayuda a explicar la tragedia
socialista. Objetivamente, es a Pedro Sánchez a quien se le fue de
las manos todo el proceso cuando rodeado de mediocres —Luena,
Hernando, López…— fue incapaz de ordenar una discusión política de
altura. Y quien no es capaz de gobernar su partido, parece evidente,
no puede gobernar un país.
Sánchez, en su lugar, urgió a celebrar un Congreso extraordinario
con el fin de seguir siendo secretario general. Anteponiendo, como
es evidente, su futuro político al de una organización con casi 140
años de historia. Si en cualquier organización es al líder a quien
le corresponde crear un clima de diálogo y de entendimiento, lo es
más en el caso de un partido político, donde las posibilidades de
que todo acabe en un pavoroso incendio son mayores. Sobre todo
cuando los últimos desastres electorales han llevado al Partido
Socialista a una situación inédita desde la recuperación de la
democracia. Ya se sabe que, como dice el refranero, cuando no hay
harina, todo es mohína.
Un líder vulgar
Sánchez no ha sido más que un líder vulgar sin producción
intelectual que no solo ha perdido votos a espuertas, aunque la
culpa no sea solo suya, sino que ha sido incapaz de identificar con
precisión a su adversario político, que no estaba únicamente a su
derecha, sino fundamentalmente a su izquierda, lo que ha llevado al
PSOE hacia el desastre.
Exactamente, la misma izquierda que ayer celebraba como aves
carroñeras la tragedia socialista, con tuits tan ruines como
rudimentarios, y que habitualmente se llena la boca con mensajes de
unidad. Y que a la postre ha sido la responsable de que Mariano
Rajoy siga en la Moncloa tras decir ‘no’ al pacto Ciudadanos-PSOE.
Si esa izquierda que ahora se rompe las vestiduras por el triunfo
del PP hubiera sido más sensata, es probable que el ecosistema
político fuera hoy muy distinto.
La pérdida de centralidad política —que no tiene nada que ver con
posiciones centristas o con venderse al gran capital— hay que
vincularla, sin duda, a una cierta banalización de la política que
convierte la cosa pública en un espectáculo mediático preñado de
frivolidad, y donde lo importante es quedar estupendos ante la
opinión pública para evitar jirones. Ya sea proponiendo fantasías o
simplemente argucias para ganar votos o tiempo.
Pedro Sánchez, en este sentido, convirtió la política en un
territorio ajeno al sentido de la responsabilidad. Hasta el punto de
que no dudó en llevarse por delante a su partido, proponiendo un
congreso exprés en unos momentos especialmente importantes para el
país y para su propia organización.
Y si es verdad que tenía argumentos sólidos para seguir diciendo
‘no’ a Rajoy y negociar un Gobierno alternativo, debería haberlo
planteado desde el principio en la dirección de su partido. Con
transparencia y humildad. Con explicaciones convincentes. Existen
razones de sobra para no respaldar al PP en un debate de
investidura, pero no a costa de llevarse por delante al partido
negociando a hurtadillas y al margen de los órganos de dirección.
Ese es el debate que Sánchez ha perdido y que ha acabado con
estrépito, dejando a su partido inane para unas nuevas elecciones.
O lo que es lo mismo, Sánchez quiso tomar decisiones al margen de
sus consecuencias acudiendo a las ‘bases’ como fuente de
legitimidad. Un viejo argumento de todos los populismos que
arrincona y margina la democracia representativa. Y cuando en una
organización no existen cuadros intermedios ni órganos de dirección
capaces de canalizar el debate y controlar al líder, la debacle está
asegurada, como ayer se vio en Ferraz 70 a las 20:21 horas.
¿Para qué sirven una comisión ejecutiva o un comité federal cuando
el secretario general puede acudir a las bases cuando le venga en
gana? Peronismo en estado puro que necesariamente ha acabado en
tragedia. El triunfo de la prepolítica no es más que un regreso al
pasado simplista carente de argumentos. Y Sánchez tenía millones de
argumentos para oponerse a Rajoy, pero no para arrastrar al partido
a una guerra civil de la que tardará una generación en recuperarse.
Pedro Sánchez, con todo, no es el único responsable de la tragedia
socialista. El PSOE corre el riesgo de convertirse en un partido de
barones regionales con enorme influencia sobre el secretario
general. Hasta el punto de cercenar la democracia interna del
partido. Ese fue el pecado original de Pedro Sánchez: ser un
secretario general por delegación autonómica. Y cuando ha intentado
‘matar al padre’ (o a la madre), lo que en realidad le ha salido es
su propio suicidio político. Y de ahí que el PSOE, en algún momento
de su tiempo político, esté obligado a reflexionar sobre su modelo
organizativo.
La elección del secretario general por todos los militantes —sin
duda una buena idea— es incompatible con un candidato con
personalidad y vida propias. La célebre autonomía que reclamaba
Felipe González cuando llegó a la Moncloa frente al aparato de
Ferraz, entonces gobernado por Alfonso Guerra. Y de ahí que es
probable que el PSOE -y otros partidos- tenga que mirarse en el
modelo del PNV, donde el candidato a 'lehendakari' no coincide con
el del partido. Sin duda, la mejor manera de evitar que una crisis
de liderazgo se lleve por delante la organización. Y Sánchez no ha
sido más que una anécdota cruel que ha acabado en tragedia.
QUIEBRA DE LA SEGUNDA RESTAURACIÓN
La crisis del PSOE, o la pesadilla de
Sagasta
El PSOE es uno de los “partidos dinásticos” del sistema, con el PP.
No puede jugar a levantar banderas rojas. Sería como si Sagasta se
hubiera hecho anarquista en 1901. Por eso era preciso acabar con
Pedro Sánchez. Para salvar tanto al sistema como al propio PSOE.
Pero quizá sea ya demasiado tarde. O demasiado inútil.
José Javier Esparza gaceta.es 2 Octubre 2016
La crisis del PSOE no es una cuestión de clanes, territorios o
proyectos personales de poder. Todo eso está ahí dentro, por
supuesto, pero el incendio de Ferraz va mucho más allá. El PSOE no
es sólo un partido político. El PSOE –más incluso que el PP- ha sido
una de las columnas que han sostenido al sistema de 1978 desde su
origen. Es el partido que más años ha gobernado desde la
reinstauración de la monarquía constitucional. Es también una
extensa estructura de poder, presión e interés que no se limita al
campo de la política, sino que amplía su influencia a la finanza, a
la judicatura, a la comunicación, a la escuela, a la universidad, a
la administración del erario público. Si ahora el PSOE se cuartea,
es porque todo el sistema ha entrado en colapso. Y las grietas del
socialismo institucional, a su vez, agravarán la crisis general del
sistema hasta lo irreparable.
La segunda restauración
El PSOE ha venido cumpliendo una función institucional de primera
importancia: representar y, a la vez, neutralizar a la izquierda
social, del mismo modo que el PP y antes la UCD han representado y
neutralizado a la derecha. En eso la segunda restauración borbónica,
la de 1975, se ha parecido bastante a la primera, la de 1874. ¿Hay
que recordarlo? La primera Restauración borbónica se construyó sobre
la alternancia controlada de dos fuerzas: los conservadores
(Cánovas, Silvela, Maura) y los liberales (Sagasta, Canalejas,
Romanones). La misión de estos dos partidos –en realidad, una
mixtura de grupos de presión y redes clientelares- no era tanto dar
vía libre a la democracia como garantizar la estabilidad del sistema
institucional. Nada, por otra parte, más necesario en un país que
arrastraba medio siglo de golpes militares (generalmente liberales),
revoluciones populares y tres guerras carlistas, con el patético
colofón de la monarquía postiza de Amadeo I y la esperpéntica
Primera República. ¿Cómo poner fin a tanto desatino? Precisamente,
organizando la vida política en torno a partidos que neutralizaran
la regular tendencia a echarse al monte.
Fórmula mágica del pasteleo borbónico: “Representación +
Neutralización”. Ese es el sentido del castizo legado de Alfonso XII
a su viuda, María Cristina, en su lecho de muerte: “Cristinita,
guarda el coño, y de Cánovas a Sagasta y de Sagasta a Cánovas”. Ni
nuevas aventuras dinásticas –de ahí la alusión “reproductiva”- ni
experimentos políticos fuera del gran pacto nacional. Los
conservadores daban voz a los sectores tradicionales y católicos,
los representaban frente a los militares y burgueses masones; la
preeminencia de una corona cristiana les permitió creer en la
ilusión de que la revolución había sido vencida. De hecho, nunca más
hubo insurrecciones carlistas. Al mismo tiempo, los liberales daban
voz a los sectores que se habían sublevado en 1868, a la burguesía
progresista, a los herederos de Riego y Espartero; la existencia de
un parlamento y de ciertas libertades públicas les permitió creer en
la ilusión de que la reacción había sido derrotada. De hecho, nunca
más habrá levantamientos liberales. Fuera del sistema quedaban, a la
derecha, un tradicionalismo pujante, pero pacífico, y un socialismo
revolucionario, pero aún sin fuerza para volver el país cabeza
abajo. Sólo el anarquismo pondrá manchas de sangre en el paisaje. Y
el equilibrio durará hasta los años 20.
El montaje de los partidos dinásticos funcionó. No era una
democracia ejemplar, pero es que su objetivo no era ese, sino
proporcionar estabilidad donde sólo había zozobra. Y las fuerzas
mayoritarias, relativamente cómodas en un paisaje pacificado,
renunciaron a sus aspiraciones máximas. O sea: representación +
neutralización.
La segunda restauración, la de 1975, vista hoy con la perspectiva de
cuarenta años, ha guardado un esquema bastante semejante. Cambian
los protagonistas, pero no el concepto de fondo: representación +
neutralización. O sea, el sistema político como frigorífico
institucional. Dos grandes fuerzas políticas se han repartido el
campo bajo la convicción implícita de que ese era el mejor modo de
dar estabilidad a la vida pública (habría que añadir a la nómina a
los nacionalistas regionales, pero eso nos abriría otro capítulo).
El PP, como antes AP y UCD, ha asumido la representación exclusiva
de la España “nacional” apartándola de cualquier veleidad
neofranquista. Por eso en España no ha amanecido una derecha
nacional como en Francia o en otros lugares. Con ese capital en la
mano, la derecha no ha hecho la política que le dictaban sus
principios, sino la que le convenía al sistema para su
supervivencia, incluso contra las ideas de sus votantes. Tan en
serio se lo ha tomado Rajoy que su tarea de gobierno podría haberla
rubricado Felipe González en 1994. Y del mismo modo, el PSOE ha sido
durante cuarenta años el hogar institucional de la izquierda
española, e igualmente ha neutralizado toda tentación
revolucionaria: representación + neutralización. No yerra Pablo
Castellanos cuando llama a PP y PSOE “partidos dinásticos”.
El PSOE, partido dinástico
El PSOE no es un partido revolucionario. No puede serlo porque es un
partido del sistema. De hecho, es el principal “partido dinástico”
de esta segunda restauración que normalmente llamamos “transición”.
El PSOE metió a España en la OTAN, negoció las condiciones de
ingreso en la Comunidad Europea, pilotó el subsiguiente
desmantelamiento de la industria nacional (“reconversión”, lo
llamaron) y la jibarización del sector agrario, organizó la
transformación de los monopolios públicos del franquismo (CAMPSA,
Telefónica, etc.) en oligopolios privados, creó su propia élite
financiera, inauguró la superconcentración bancaria, apadrinó –de
consuno con el PP- el control del poder judicial por los partidos,
el reparto oligárquico del poder mediático y el desembarco de los
políticos (sindicatos incluidos) en las cajas de ahorros, aplicó las
primeras reformas laborales de corte liberal y también los primeros
recortes de pensiones… Pudo hacer todo eso, que era lo que el
sistema buscaba, precisamente porque su función ha sido representar
y neutralizar.
Nuestra izquierda siempre ha dicho, con bastante petulancia, que el
gran mérito de Fraga fue “llevar a la derecha española a la
democracia”. En realidad, con más razón puede decirse lo mismo de un
PSOE que en 1976 todavía apostaba por la ruptura revolucionaria.
Hasta que Felipe dijo aquello de que “hay que ser socialista antes
que marxista”. Nos acordamos, ¿verdad? El PSOE terminaría aportando
al primer español que ocupaba la secretaría general de la OTAN. Y
después, comisarios para la superburocracia de la Unión Europea, y
asientos en la banca transnacional, y consejeros en las grandes
empresas privatizadas, y derecho de pernada sobre el presupuesto
público, y créditos blandos e incluso condonaciones para la deuda
del Partido y bula de indulgencia para la corrupción… ¿A qué cree
Pedro Sánchez que se refería Susana Díaz cuando dijo aquello de que
“el PSOE es algo más que su militancia”? Y Susana tiene razón.
Todo eso cambió con Zapatero, ciertamente. No en el plano de las
políticas “sistémicas”, donde el PSOE siguió a pies juntillas los
intereses de la “nueva clase” transnacional, pero sí en el de la
percepción de la función del partido dentro del orden político
nacional. Zapatero rompió los pactos implícitos de la transición.
Señaló a la “derecha” como enemigo absoluto mientras flirteaba con
el separatismo catalán y negociaba con el terrorismo vasco. Quiso
expulsar a media España de la vida pública mediante una brutal
ofensiva de sustracción de legitimidad (la ley de “memoria
histórica” es el ejemplo máximo). La operación puede entenderse en
el contexto europeo de unas socialdemocracias que se habían quedado
sin discurso: “a falta de lucha de clases, construyamos otras
luchas”. Pero los efectos de semejante ocurrencia sobre el paisaje
político español han acabado siendo devastadores: por así decirlo,
se abandonaba el campo de la razón práctica –campo en el que los
socialistas, es cierto, bien poco podían inventar ya- y se pasaba al
de las pasiones, los sentimientos, los afectos y los odios. Hemos
asistido a una primitivización galopante del discurso político. En
el caso concreto del PSOE, hemos visto cómo un partido con
abundancia de millonarios pretendía hacerse pasar por
revolucionario. Era inevitable que le surgiera por la izquierda una
contestación “cátara”, una izquierda que pedía más pureza. Podemos
es hijo del zapaterismo. Es vino rancio en odres nuevos, pero al
menos –piensan muchos- resulta más presentable que el viejo botijo
lleno de lascas de la segunda restauración. “Que no, que no nos
representan”, gritaban aquellos muchachos. Y sin representación, no
hay neutralización.
La tentación radical
Vayamos ahora a Pedro Sánchez. Este caballero es un típico producto
del PSOE zapateriano. Lleva viviendo de la política desde que tiene
26 años y su mundo es el PSOE desde el año 2000, desde aquel
congreso que eligió a Zapatero, precisamente. Pedro Sánchez es un
hombre crecido en esa atmósfera, completamente ilusoria, que
pretende envolver en banderas rojas a un partido dinástico. Le falta
experiencia para entender que la posición del PSOE no puede ser esa
y, visto lo visto, le falta seso para comprender que la ambición
personal tiene un límite fatal: la ambición del grupo. Acorralado
por la herencia ominosa de Zapatero, por la destrucción de elites
relevantes dentro del partido (ZP lo dejó hecho un erial), por el
desvanecimiento del discurso socialista (incapaz de precisar un
modelo económico o un modelo territorial más allá de la retórica),
por el crecimiento de una ultraizquierda incontrolable y por la
pérdida galopante de votos, todo ello aderezado sin duda por
rencores personales que algún día alguien tendrá que explicar, Pedro
Sánchez ha apostado por una política de ruptura que en la práctica
supone llevar al extremo la cizaña sembrada por Zapatero: antes
náufrago que ver a la derecha en el poder. Pero, oiga: ¿qué derecha?
Es difícil saber si Sánchez cree realmente que la salvación del PSOE
y la suya propia está en la izquierda o si todo es, simplemente, una
maniobra de supervivencia personal. Es difícil saber si Sánchez se
ha tragado el cebo podemita de ser “el Tsipras ibérico”, como se
tragó Largo Caballero el del “Lenin español”, y si acaso terminará
entregando a las Juventudes a Moscú (o a donde sea), como Carrillo
en el 36. Sería llamativo en alguien que hace sólo cuatro años era
la esperanza blanca de la socialdemocracia. Pero eso, en todo caso,
importa bastante poco. Lo que cuenta son los hechos, y los hechos
son que la negativa de Sánchez a permitir que el PP forme gobierno
en minoría parlamentaria, después de dos victorias electorales
consecutivas del centro-derecha, ha conducido a la ruptura
definitiva del sistema.
Por supuesto, nadie en el PSOE se lo reprocharía si el fruto de esa
estrategia de bloqueo hubiera sido un aumento de votos que
permitiera cobrarse el poder. Pero es que no: en diciembre de 2015
Sánchez tuvo los peores resultados de la historia del PSOE desde
aquel 12,5% de Largo Caballero en 1933, y no los mejoró en junio de
2016. Sorprendentemente, el análisis de Sánchez parece haber sido
este: “No hemos sacado más votos porque no hemos sido
suficientemente rojos”. Y cuanto más insiste en esa estrategia, más
votos pierde en beneficio de la ultraizquierda de Podemos. Las
elecciones regionales vascas y gallegas han sido la puntilla. La
conclusión es evidente: a Sánchez se le ha ido la cosa de las manos.
Hoy el PSOE está a punto de dejar de ser un partido dinástico. Y eso
es una catástrofe no sólo electoral.
Seamos claros: el PSOE no puede dejar de ser un partido dinástico
porque todo el poder real que aún le queda –no sólo en lo político,
sino también en lo financiero, lo judicial, lo mediático, etc.-
depende precisamente de que permanezca dentro del sistema, esto es,
dentro del reparto efectivo de poder arbitrado desde 1978. Salirse
de ahí es tanto como abanderar un suicidio colectivo. Es como si en
1901 el viejo Sagasta, llevado de un trastorno senil, hubiera
decidido que el verdadero lugar del Partido Liberal Fusionista no
estaba en la componenda monárquica, sino en las barricadas, con los
anarquistas y con el entonces naciente PSOE. Sin duda muchos de sus
seguidores (o sea, “la militancia”) habrían bailado de gozo, pero el
partido, sencillamente, habría estallado en mil pedazos. Pues bien:
la actual crisis del PSOE tiene mucho de locura de Sagasta. Era
inevitable que resucitara Felipe González para volver a poner las
cosas en su sitio y recordar, sin necesidad de explicitarlos, los
pactos fundacionales de la segunda restauración: “Cristinita…”.
La quiebra del sistema
El verdadero problema, con todo, es que esta crisis pone en riesgo
al sistema en su conjunto, ya bastante baqueteado por la corrupción
institucional y la incapacidad para dar respuestas nacionales a la
crisis global. Cuando a una tenaza se le rompe un brazo, es toda la
herramienta la que se hace inútil, y no sólo la mitad. Eso es lo que
convierte a la crisis del PSOE en mucho más que un enojoso episodio
interno de un partido atribulado.
El brazo derecho de la tenaza institucional que sostiene al sistema
de 1978 sigue funcionando bien: el PP mantiene neutralizada a la
derecha social a pesar de que su política de impuestos exorbitados,
aborto libre, matrimonios homosexuales, mantenimiento de los pactos
con ETA, debilidad calculada con el separatismo catalán,
politización de la justicia y limitación de la pluralidad mediática
(paremos aquí la lista) viola todos y cada uno de los principios de
sus votantes. ¿Quién va a protestar? Nadie. No hay ya poderes
fácticos –es decir, poderes de hecho- con capacidad de alzarse: ni
masas de pequeños propietarios (ahora los propietarios son pocos,
grandes y, muy frecuentemente, de izquierda), ni Iglesia (demasiado
ocupada en parecer lo más progre posible), ni ejército (más
dispuesto a combatir en Afganistán que en Barcelona). La aplastante
hegemonía mediática “progre”, sostenida y multiplicada por el PP de
Rajoy y Soraya, contribuye a imponer en la sociedad la idea de que
no hay vida moral fuera de la izquierda. Y eso, al PP, le viene
bien: mantiene a la derecha social estabulada y callada.
Representación + neutralización. Y así seguirá siendo si Rajoy no
comete el error de meter en España un millón de inmigrantes o de
flaquear demasiado ante el separatismo catalán.
El brazo izquierdo, por el contrario, está hecho pedazos. Todos los
partidos socialistas europeos están conociendo una severa crisis
tanto ideológica como política (porque todos ellos han sido, a su
modo, “partidos dinásticos” en sus respectivos países), pero el PSOE
es sin duda el más frágil porque ya no es capaz de controlar los
procesos de radicalización que él mismo ha desencadenado y, aún
peor, buena parte de su clientela está dispuesta a dejarse seducir
por la sirena de la ruptura. Hablemos en serio: ¿qué política
económica podría hacer el PSOE que fuera sustancialmente distinta a
la que ha hecho el PP? ¿Qué repertorio que no le alejara de las
instrucciones de Bruselas y de los intereses de los bancos y fondos
que tienen en sus manos la deuda pública española, superior a
nuestro PIB? No hay salida. Al menos, no dentro del sistema. Como no
hay salida, y los socialistas lo saben, el partido ha optado por
radicalizar su discurso buscando en la retórica extremosa del “no,
no y no” una última bandera que la izquierda social pueda reconocer.
O sea, representar sin neutralizar. Pero al no neutralizar, se corre
el riesgo de que la izquierda social vaya a buscar representación en
otra parte. Es lo que está pasando. Al aprendiz de brujo, por
definición, se le escapan las fuerzas que conjura. Así Zapatero y
así Sánchez.
¿Y ahora qué? Imposible saberlo. Lo único seguro es que esta ruptura
va a ser prólogo de nuevas convulsiones. Hipótesis vertiginosa: que
esta segunda restauración termine como la primera. La izquierda
dinástica de la primera restauración entró en crisis cuando dejó de
representar a la izquierda social y, por tanto, perdió la
posibilidad de neutralizarla. Hubo un hecho decisivo que fue el
asesinato de Canalejas –un tipo de primera, por otro lado- bajo las
balas de una pistola anarquista. A partir de ese momento, el viejo
Partido Liberal terminó convertido en una cáscara vacía en manos de
un oligarca como Romanones. Eso rompió la tenaza. La crisis fue tan
grave que se hizo preciso llamar a un espadón, el general Primo de
Rivera, para que pusiera orden (con la entusiasta colaboración del
PSOE, cabe recordar). Pero para entonces la izquierda social ya
estaba fuera del sistema y se reconocía mucho más en el magma
republicano, que es lo que terminó aflorando en 1931. Hoy no caben
“espadones” –no hay-, sino que el espíritu del tiempo empuja más
bien hacia los “billetones”: tipos como Monti o Macron, capaces de
mantener la apariencia de democracia bajo el gobierno de la finanza
global. Pero en las actuales circunstancias, con el sistema entero
quebrado, es difícil pensar que esa izquierda vaya a dejarse
“neutralizar” por mucho aborto y mucho matrimonio gay que le pongan
como señuelo. La derecha, por cierto, también haría mal en
“neutralizarse”. ¡Pero es tan cobarde…!
Las tenazas se han roto. Corroídas por el tiempo, tal vez, o por las
circunstancias. Eso es todo. Y aquí cabe una última reflexión. El
sistema de 1978 estaba pensado para aplicarse a un cuadro que era el
de la oposición derecha/izquierda sobre el eje del mercado libre y
las libertades públicas, pero ese paisaje quedó atrás hace mucho,
mucho tiempo. Hoy, 2016, el paisaje es el de la pugna entre la
construcción de un mundo global y, enfrente, la resistencia que le
puedan oponer las soberanías nacionales y populares, y eso es
transversal a derecha e izquierda. Ahora bien, en España, ni nuestra
derecha ni nuestra izquierda han dado todavía el paso para entrar en
el nuevo escenario. El sistema del 78 tampoco, por supuesto,
acomodado como parece a la corriente del “mundo global”. Pero cuanto
haya de venir, lo hará por esa vía nueva, que es ya el aire de
nuestro tiempo. Abrir ventanas.
Socialdinosauria y el KO del PSOE
TEODORO LEÓN GROSS El Mundo 2 Octubre 2016
La retórica de re-novar el partido, re-construir los puentes rotos,
re-formar sus estructuras obsoletas, re-hacer el prestigio perdido,
re-definir su sitio en la sociedad, todo ese arsenal del prefijo re
para re-cuperar el esplendor perdido como "partido que más se parece
a España", en el que se re-conocía la sociedad hasta darles seis
legislaturas... Todo eso es básicamente mentira.
No hay que dudar de las buenas intenciones, claro. Pero con buenas
intenciones, como ironizaba Gide, ni siquiera se hace buena
literatura. Y en definitiva de buenas intenciones está el infierno
lleno. Se trata de los hechos. Y esa retórica de momento sólo trata
de encubrir el descalzaperros de la lucha por el poder. Ya se ha
contado la trama de esta espiral envenenada, la autonomía imposible
de Madina, el pacto y traición de Sánchez, la tutela de la vieja
guardia, la ambición de Su Susanísima, la rebelión de las taifas.
Eso es lo que hay, sin necesidad de más analogías con Juego de
Tronos.
En todo caso querer no es poder. Incluso si de verdad quisieran
renovar, es dudoso que pudieran. Falta masa crítica. Más allá del
duelo al sol entre Sánchez y Susana, sin el glamour de Gregory Peck
y Jennifer Jones, en el puesto de mando de esta generación no se ven
líderes. La nueva estrella lanzada por Susana Díaz, la niña Verónica
de Sevilla, su alter ego, presume de llevar en el partido desde los
14, y no acabó los estudios para dedicarse a esto. No se trata de
tener títulos sino cerebro, claro; pero la falta de fundamento acaba
por aflorar. La socialdemocracia tiene problemas de identidad
incluso en partidos como el SPD alemán o el SAP sueco, donde los
comités de sabios están formados por sabios y no por cabezas de
huevo del funcionariado orgánico.
La socialdemocracia hoy tiene mucho de socialdinosauria. Quizá su
rostro canónico es Corbyn, perdedor capaz de inspirar a una
militancia melancólica pero desconectada de la sociedad. En Francia,
tradicionalmente potente, Valls marcó una claudicación total; en
Alemania no acaban de recuperarse de Schröder, con su Neue Mitte
(nuevo centro) para enterrar las ideologías, como la tercera vía del
Nuevo Laborismo, hasta que la clientela prefirió el original tory a
la copia. En Italia, Renzi triunfa pero sin programa. Apenas hay
discurso socialdemócrata con espacio propio. Urgen líderes, y aquí a
los mandos están Sánchez&Luena.
En tanto el PP deja poco sitio a Ciudadanos por el centro, el PSOE
ha cedido mucho margen por la izquierda a Podemos. Y si la
socialdinosauria europea sufre fugas de la clientela de clase a los
populismos de derecha, en España hay un trasvase masivo a Podemos
por ese flanco natural. En definitiva, el nicho de mercado del PSOE
se ha estrechado. Y sufre envejecimiento, pérdida del voto urbano y
clase media. En este proceso es cuando se necesita más talento, más
liderazgo y más puesta al día. Exactamente el problema del PSOE.
Los coqueteos con el nacionalismo ("concepto discutido y
discutible") y las improvisaciones como la Operación Susánchez
(cuando Susana+Sánchez eran pareja de baile frente a Madina) delatan
su deriva errática. Tras perder seis millones de votos en ocho años,
el actual secretario general, aferrado a los militantes, aún
sostiene que los votante son secundarios. Hay otras formas de
suicidarse políticamente, pero no tan efectivas. Llevan años, como
cantaba Sabina, haciendo turismo al borde del abismo. Ya sólo las
tres comunidades del sur pasan del 25%. No tardarán mucho en ser
menos.
¿Cuándo se jodió el PSOE?
Javier Orrico Periodista Digital 2 Octubre 2016
Alguien va a tener que exiliarse de España. O los españoles o su
clase política. De lo contrario, la más vieja nación de Europa
desaparecerá, al fin, y a pesar del dictamen de Bismarck, muerta de
risa y de vergüenza ante el gigantesco esperpento que venimos
viviendo desde hace años y que estos días ha alcanzado su cima. Al
PSOE se lo cargó Zapatero y lo ha venido a enterrar Sánchez. Diré
más: el socialismo español se empezó a joder, en fórmula genial de
Vargas Llosa, el día en que se dejó absorber por el PSC en Cataluña,
y se jodió del todo cuando Zapatero convirtió al centenario, español
y socialdemócrata PSOE en un partido de progres nacionalistas.
Y más exactamente, en una confederación de partidos nacionalistas,
tan inmanejable ya como la propia España, de la que, en efecto, son
fiel reflejo, en estas tristes horas en que Cataluña proclama ya la
independencia y la derecha ni sabe ni contesta.
Pero lo que debería ocupar nuestros caletres no es sólo el PSOE, ni
Sánchez, el Felipito Tacatún definitivo de una clase política
aferrada a los cargos y los sillones hasta haber llegado a este
espectáculo final. Ya conocíamos algo que se ha hecho durante este
año ya no metáfora, sino realidad: no les interesa más que el poder,
su futuro personal es su única patria.
La pregunta, creo, que debemos hacernos es otra: ¿cómo fue posible
que Zapatero y Sánchez llegaran a la cúspide del partido de
Indalecio Prieto, de Besteiro, de Nicolás Redondo Urbieta, de su
hijo Redondo Terreros, de Pablo Castellano, de Boyer y Solchaga, de
Leguina, de Guerra, de González?
Más allá del juicio que nos merezcan, eran gente de talento. Ir de
aquellos a éstos de ahora nos sumerge en una secuencia melancólica,
una suerte de ejemplo palmario de la decadencia de Occidente, de la
de verdad, y sobre todo de la de España. Lo que debiera preocuparnos
seriamente es qué país antimeritocrático hemos construido,
atravesado de incompetentes, el dechado de necios ignorantes que nos
encontramos cada día en nuestras fuerzas políticas, en nuestras
instituciones educativas, hasta en nuestras empresas, al punto de
que al final incluso las ruinas empresariales las pagamos entre
todos. Hemos edificado una sociedad sin mérito y, por tanto, sin
responsabilidad.
He conocido altos funcionarios de los partidos que no sabían
construir una frase completa. Y no hablemos ya de eso que llaman
segundos o terceros escalones. Frase estupenda, por cierto, porque
de lo único que saben es de subir escalones. España ha apadrinado a
una especie de iletrados, simples listillos cuyo único mérito ha
consistido en comportarse como lacayos fieles de los que mandan,
felpudos de cacique partidario que han suplido con la adulación y el
servilismo su ausencia de talento y de cultura. Gentes que cuando
suben se explayan en humillar a los que creen tener debajo, como
ellos se humillaron. No creo ni que lo hagan con mala intención: son
unos hijos de sus propias trayectorias: creen que todos son y deben
ser como ellos. Y la mentira, la falsedad, la doblez, la inmoralidad
al servicio de sus intereses, han sido y son su líquido elemento.
Sánchez no es más que el penúltimo de los mentirosos que nos han
estallado. Pero no se preocupen: nos quedan muchos más.
Dimisión de Pedro Sánchez
El PSOE que conocimos ha dejado de existir
Jesús Cacho vozpopuli 2 Octubre 2016
Jamás una reunión de junta de vecinos logró mantener a España en
vilo durante casi 12 horas. Porque en eso, o en algo muy parecido,
devino la reunión del Comité Federal que este sábado celebró el PSOE
en su sede de Ferraz. Dos bandos enfrentados a muerte, divididos por
un muro de odio del que brotaron acusaciones, gritos, lágrimas,
maniobras, y hasta un intento de agresión física sobre la persona
del todavía secretario general. Tensión dentro y periodistas fuera,
para que nadie viera el espectáculo en directo. Huelga el relato de
esas horas de enredo perdidas en la diferente interpretación de los
estatutos. Pedro Sánchez, justo es reconocerlo, se defendió como un
bravo. Tenía todo que perder. Con la noche cayendo sobre Madrid, el
Viriato pastor socialista que ha transitado deslumbrado por el
resplandor de los faros de Podemos desde que fue nombrado, perdió el
pulso por 133 votos contra 107. Se lo llevó por delante una votación
–justamente lo que él había tratado de impedir a toda costa desde
las 9 de la mañana, sabedor de que si se votaba perdía- a mano
alzada para dilucidar el segundo punto del orden del día, el
relativo a la celebración de un Congreso Extraordinario el día 23 de
octubre. A las 8 horas y 21 minutos de la tarde, Pedro anunciaba la
dimisión, mientras en la calle los fieles seguían apoyando al
carismático líder. “Fuera los fascistas”, gritaba el gentío.
Terminaba el drama personal del personaje; la tragedia del PSOE
apenas acababa de empezar.
Los funerales de Pedro el Guapo, también conocido como Pedro Nono,
habían comenzado la tarde noche del viernes, cuando él mismo salió a
dar el parte de guerra a las 9 de la noche, la hora del telediario,
con esa cara suya esculpida en piedra, cantos rodados en el río del
máximo estrés que terminan por aflorar en sus mandíbulas como
vesubios a punto de estallar, para hacer una declaración que es
resumen del manual del perfecto maniqueo. Porque, lo que en
resumidas cuentas vino a plantear fue una ecuación diabólica que, en
el fondo y casi en la forma, es el epitafio del partido, la esquela
mortuoria de un PSOE, o un aparte del mismo, aquejado, vía contagio
con el virus de Podemos, por la enfermedad infantil del
izquierdismo: O Mariano Rajoy o yo. En otras palabras, quienes están
contra mí, quienes censuran mis derrotas en las urnas y se alarman
ante el callejón sin salida al que he llevado a España en momento
tan delicado como el actual, están con Rajoy. No son socialistas.
Son bandidos vendidos a la derecha. “Fascistas”, rezaba este sábado
alguna pancarta que la militancia más rancia exhibía a las puertas
de Ferraz. El eterno o conmigo o contra mí.
Empeñado en esconder los perfiles de su drama, Pedro Nono dedicó
gran parte de su intervención a arrojar basura sobre un Rajoy más
que acostumbrado a caminar sobre el fango, como si eso importara al
personaje o dañara sus expectativas electorales. Sánchez ha
satanizado al PP como responsable de la corrupción, la de los demás
que no la propia, al mismo tiempo que ha estado negociando bajo
manga un gobierno con los independentistas catalanes que, como todo
el mundo sabe, son lo más honesto del mundo, gente nada corrupta.
Dice no a la abstención, en efecto, y propone “explorar” un posible
Gobierno alternativo, apellidado “de progreso”, con más de 40
formaciones de la izquierda radical, independentistas incluidos, un
experimento que sabe imposible, entre otras cosas porque ese mismo
Comité Federal se lo había prohibido. Es la permanente contradicción
en la que se ha acostumbrado a vivir el PSOE desde hace tiempo.
Son esas contradicciones que, como una bomba de relojería, han
terminado por hacer explotar al socialismo hispano. Nada nuevo bajo
el sol en un partido que nunca ha tenido claro qué hacer con España,
nunca han sabido si la querían con fervor o la detestaban con
idéntica pasión. Las dos caras del PSOE de siempre, la de Largo
Caballero y la de Julián Besteiro, más cerca en el tiempo, la de un
Felipe González y la de un Rodríguez Zapatero para quien España no
pasaba de ser “un concepto discutido y discutible”. Y porque lo era
prometió “apoyar la reforma del Estatut que apruebe el Parlamento
catalán”, porque esa era su visión de “la España plural que temen
independentistas y centralistas”. Y cómo se mofaba el personaje de
quienes, alarmados, advertían de las consecuencias de dar vía libre
a las aspiraciones independentistas, ja, ja, ja, reía el insensato,
ja, ja, ja, replicaban sus monaguillos en los medios, “y ya han
visto que España no se ha roto”, aseguraba casi al día siguiente,
olvidando que los grandes cambios sociales y políticos, como los
movimientos geológicos, tienen una gestación lenta pero segura, de
forma que cuando maduran explotan con la violencia que la naturaleza
imprime a sus impredecibles caprichos.
El Pacto del Tinell de Pedro Sánchez
Es el zapaterismo lo que, pasado el tiempo, ha terminado de saltar
por los aires. Es la doctrina mendaz de un personaje empeñado en
sacar a la luz la guerra civil para ganarla esta vez en las páginas
de una historia escrita con renglones torcidos por mano amiga. Pedro
Nono no es nadie, o casi nadie, en la historia de un partido
centenario. Él no pasa de ser un aventurero sin escrúpulos dispuesto
a defender su poltrona con uñas y dientes porque fuera hace mucho
frío, porque en ese mundo ferozmente competitivo que asoma tras las
ventanas de Ferraz es difícil ganarse la vida, de modo que la suya
ha sido una permanente pelea por ganar tiempo y sobrevivir como
candidato del PSOE a unas terceras generales. El problema no es él.
El problema son las termitas ideológicas que han carcomido el alma
de una organización que no ha sabido, que sigue sin saber, si
reconocerse española, independentista o medio pensionista. Es
Zapatero y el Pacto del Tinell lo que ha terminado por explotar en
la calle Ferraz, aquel pacto que en 2003 suscribieron los
socialistas con ERC e ICV, y que incluía una cláusula por la cual se
comprometían “a no establecer ningún acuerdo de gobernabilidad,
acuerdo de legislatura y acuerdo parlamentario estable con el PP en
el Gobierno de la Generalitat. Igualmente se comprometen a impedir
la presencia del PP en el Gobierno del Estado y a renunciar a
establecer pactos de gobierno y pactos parlamentarios estables en
las cámaras estatales”.
Un pacto que aspiraba, ni más ni menos, que a dejar fuera de juego,
lejos de la gobernación, extramuros del sistema democrático,
prácticamente a la media España que vota centro derecha. El Tinell
de Pedro Nono ha sido ese esforzado “no es no, y ¿qué parte del ‘no’
no ha entendido Rajoy?”. Como si los millones de personas que votan
PP votaran la insoportable corrupción de Rajoy y no a unas siglas en
las que creen reconocer una forma de gobernar y afrontar el futuro
más en línea con sus aspiraciones de paz, progreso y libertad,
valores que creen en peligro por la amenaza del populismo rampante.
Pedro y el PSOE, incluida esa Susana Díaz especialista en tirar la
piedra y esconder la mano, lo tenían muy fácil: haber exigido como
condición sine qua non la nominación de otro candidato popular a la
presidencia para abstenerse en la investidura, imponiendo, además,
una serie de reformas que el nuevo Gobierno hubiera tenido que
cumplir. Negociar la abstención. Lo escribió Pepe Borrell en un
artículo en El Periódico el 3 de julio: “Haría falta una abstención
del PSOE. Y eso podría producirse de dos maneras. Una, sin
contrapartidas ni condiciones. Otra, poniendo el precio de un
conjunto de medidas de tipo económico, social e institucional que el
Gobierno minoritario se comprometa a impulsar”. Lo confirmaba ayer
Santos Juliá en El País: “El secretario general del PSOE y su
comisión ejecutiva cegaron a conciencia todas las salidas, se
sumieron en profundo silencio y no se emplearon nunca en negociar su
no. Y ahí están, plantados ante la peor de las alternativas, la que
lleva a unas terceras elecciones”.
Eso hubiera sido hacer política, política propia de una sistema
democrático de representación parlamentaria que ha enterrado de una
vez por todas al maldito guerracivilismo. Lo que ha hecho el PSOE de
Pedro Nono Sánchez, sin embargo, lo que hizo el Comité Federal del
29 de julio pasado negando el pan y la sal al PP, ha sido algo peor.
Ha sido tratar de cerrar las puertas al futuro de un país que
necesita echar a andar cuanto antes. El PSOE que hemos conocido tras
la muerte de Franco, porque nadie lo conoció en vida de Franco, ha
dejado de existir. En unas semanas sabremos si la explosión se
transforma en escisión. Los destrozos causados por un insensato, un
temerario como el secretario general cesado, son cuantiosos y
tardarán en ser arreglados, porque no se puede arreglar en unas
semanas el estropicio de muchos años, dramáticamente acelerado a
partir de 2004 por un piernas en la presidencia del Gobierno cuyos
desafueros nadie se atrevió a denunciar en las filas de barones y
baronesas socialistas.
El PSOE como epítome de un régimen que
termina
Si hoy ha saltado por los aires el PSOE, que durante décadas ha
ostentado un poder extraordinario, cualquier cosa es ya posible,
incluso que el PP siga sus pasos si no escarmienta en cabeza ajena.
Editorial vozpopuli.com 2 Octubre 2016
Al final el tapón saltó, el primero de dos. Pedro Sánchez, a pesar
de su resistencia numantina, del filibusterismo desplegado en el
comité federal, con el que ha alargado innecesariamente una muerte
anunciada, no ha podido torcer el pulso de los barones socialistas
amotinados, que, ahora, habrán de gestionar una herencia envenenada
y ver la manera, si ello es aún posible, de recomponer un PSOE, más
que roto, hecho añicos.
Por más que el dimitido secretario general planteara la jornada de
ayer de tal suerte que pareciera que se iba a dirimir si el PSOE se
entregaba al PP o enarbolaba la bandera de la verdadera izquierda,
lo cierto es que Sánchez ha pagado por sus muchos errores y su
incompetencia, no por su impostada pureza ideológica. Incapaz de
recomponer a un partido ya partido en dos por su antecesor, José
Luis Rodríguez Zapatero, ha ido de derrota en derrota electoral
hasta la dimisión final. Tal ha sido su falta de reflejos, su nula
habilidad política que, para conservar algún poder, ha terminado por
suplicar a sus íntimos enemigos; aquellos que aspiran a canibalizar
al Partido Socialista para, en un futuro, asaltar los cielos.
Pedro Sánchez no es un mártir de la izquierda, ni mucho menos: es
víctima de su propia mediocridad. Una mediocridad que, de manera muy
burda, ha intentado travestir a última hora de pureza ideológica,
olvidando convenientemente que pocos meses antes había firmado un
acuerdo de investidura con Ciudadanos, partido al que en esa
izquierda pura tachan de “marca blanca del PP”, u ocultando que,
para salir del atolladero en el que él solo se había metido, no
tenía ningún reparo en pactar con los nacionalistas catalanes,
devenidos hoy en secesionistas, que, como es sabido, son gente de
bien, ajena a la corrupción que exuda España, no como el malvado
Mariano.
Con todo, lo peor es que la mediocridad de Pedro Sánchez no es la
excepción sino la norma. El fondo de armario del PSOE no incita ni
mucho menos al optimismo. Con unos cuadros dirigentes tanto o más
mediocres que el dimisionario, no parece que el futuro vaya a ser
mejor que el sonrojante presente socialista. Sin ir más lejos, el
espectáculo ofrecido ayer por la crème de la crème de sus cuadros
dirigentes, con instantes verdaderamente apoteósicos, donde la
crispación de los presentes a punto estuvo en degenerar en algarada
general, no se corresponde, o no debería, con lo que cabe esperar de
una formación política que ha gobernado durante más de dos décadas
un país que, hoy por hoy, es la decimosegunda potencia económica
mundial. Espectáculo que no es ya síntoma de un partido roto, hecho
añicos, sino prueba bochornosa del bajísimo nivel de sus cuadros
dirigentes y de buena parte de la tropa que aspira a sucederles.
Pase lo que pase ahora, y sea cual fuere la hoja de ruta que
alcancen a pergeñar los que quedan en el puente demando del pecio
llamado PSOE, es evidente que el monumental lío no se va a arreglar
en dos días, ni siquiera en dos años, de hecho, puede no tener
remedio. Así pues, el único partido con implantación nacional que
queda aparentemente entero es el PP, unido, claro está, por el
pegamento del poder. Todas la demás formaciones del mapa político
español, exceptuando un Ciudadanos muy desdibujado, o bien son
partidos-movimiento, como Podemos y sus mareas, o bien son
nacionalistas o bien son agrupaciones para gobernar a lo sumo una
polis, como sucede con Ada Colau en Barcelona. Asistimos pues a una
atomización del mapa político que, en cierta manera, se corresponde
con la lenta pero inexorable pulverización del sistema institucional
surgido en 1978. Desde esta perspectiva, el PSOE no es más que otro
pilar fundamental en el equilibrio de ese modelo que se viene abajo.
Queda pues el PP de Mariano como garante del Estado, lo cual vistos
y conocidos sus méritos no resulta demasiado reconfortante.
Tiene su lógica que un modelo nacido para ser controlado por
partidos construidos de arriba abajo, terminara siendo dinamitado
por los excesos de los propios partidos. De hecho, diríase que, a
día de hoy, los partidos no son la solución sino el problema. Y el
PSOE es prueba de ello. Esa explicación romántica que venden los
derrotados y sus simpatizantes, según la cual el PSOE ha terminado
rompiéndose al traicionar la pureza de la izquierda, es falso. El
PSOE ha saltado por los aires porque hace demasiado tiempo que es
una organización refractaria al talento, al mérito… y al altruismo;
un partido cerrado, endogámico y destinado al medro, en el que cada
cual se sirve a sí mismo y donde, una vez cogido el sitio, nadie se
mueve del asiento. Al fin y al cabo, Pedro Sánchez no cayó del
cielo; como Zapatero, vino impuesto por quienes manejan los hilos.
Sin embargo, en el PP en vez de salivar ante una investidura a
priori mucho más cercana, deberían tomar buena nota y escarmentar en
cabeza ajena. Si hoy ha saltado por los aires un PSOE que durante
décadas ha ostentado un poder extraordinario, cualquier cosa es ya
posible, incluso que el PP siga sus pasos. Así que tomen nota,
porque esto no es el final, ni siquiera es el principio del final,
pero sí tal vez, el final del principio.
La escopeta socialista
Toni Bolaño gaceta.es 2 Octubre 2016
La escopeta nacional fue una gran película de Berlanga que retrataba
ácidamente la clase empresarial y política del tardofranquismo. En
estos días, algún director de cine avispado puede inspirarse en lo
que está sucediendo en la sede socialista de la calle Ferraz. En el
exterior, militantes socialistas indignados que llaman “traidores” a
los que no están de acuerdo con Pedro Sánchez en un alarde de
libertad de expresión. Ningún dirigente opuesto a Sánchez se libraba
de su ira. En el interior, bronca y enfrentamiento sin solución de
continuidad. Ninguno reconoce a la otra parte. Todos los puentes
están dinamitados.
Junto a la militancia enfurecida, militantes de otros partidos que
no tienen, ni tendrán, ninguna intención de votar al PSOE pero que
ahora ensalzan la figura de Sánchez. En las sedes socialistas de
toda España, decepción y desasosiego. “Esto es un desastre”, me
comentaba ayer un miembro del comité federal. “Los militantes están
hartos”, sentenciaba. Otro dirigente socialista, ministro con José
Luis Rodríguez Zapatero y ahora situado en una discreta segunda
fila, también dejaba entrever su frustración, “deberían irse todos”,
porque todos son culpables. Unos, por cerrarse en su burbuja y no
asumir ningún fracaso; y los otros, por no tener los arrestos
suficientes para plantear una alternativa política al “no es no”.
Una alternativa que pasa inevitablemente por la abstención y
permitir un gobierno del PP. Nadie ha sido capaz de levantar esta
bandera que necesita de una fuerte dosis de explicaciones.
En este panorama, esquizofrénico, la escopeta socialista toma el
protagonismo y dispara su (pen)último tiro en el pie. Pedro Sánchez
y los críticos comparten responsabilidad conjuntamente. En primer
lugar, es responsable y culpable el secretario general porque no ha
sabido coser los rotos que se iban produciendo sistemáticamente en
el conjunto del partido, porque ha echado gasolina al fuego en lugar
de intentar apagarlo, y porque no ha conseguido hilvanar un discurso
sólido más allá del no a Mariano Rajoy que ha llevado al PSOE de
derrota en derrota.
Se le ha dado voz a un discurso que le permite afirmar “o Rajoy o
yo”, pero que el “yo” tiene pocas posibilidades de erigirse en
alternativa a través de ese misterioso “gobierno transversal”.
Podemos ahora le da la zanahoria pero le da luego el palo al
obligarle a abrirse a los partidos independentistas. Ahí, radica el
problema porque el socialismo del sur no tienen ninguna intención de
avenirse a negociar con ERC y PDC. El discurso anticatalán aún tiene
predicamento en una buena parte del partido, y no nos engañemos,
también en algunas comunidades.
Como conclusión, el socialismo español no es creíble en su discurso
de izquierdas, porque Podemos le roba la cartera; se aleja del
centro político perdiendo votos en otros partidos o en la
abstención; no tiene un discurso ante la nueva situación territorial
lo que le hace insignificante y no determinante en los territorios
históricos: Galicia, País Vasco, Navarra y Cataluña.
En segundo lugar, son responsables y culpables el conjunto de los
críticos. Su oposición a Sánchez no hace vislumbrar un mensaje
alternativo e ilusionante al del líder socialista. No parece que
tengan ideas para que el PSOE vuelva a tener relevancia electoral.
Su discurso no parece que aporte nuevas novedades. Han sido
desleales con el líder desde que fue elegido hace dos años
haciéndole la vida imposible y no son conscientes de que este
aquelarre público los llevará a la oposición en sus respectivos
territorios. “Les quedan dos telediarios”, afirma un alcalde
socialista que se declara “abochornado”. ¿Por qué? Porque han
quedado en evidencia entre los militantes, los votantes y el
conjunto de la sociedad española. Y, por último, por no tener, no
tienen un líder dispuesto a competir con Sánchez en unas hipotéticas
primarias. ¿Será por eso que no quieren iniciar ahora un proceso
electoral congresual?
Además, han jugado con las cartas marcadas. Sus diferencias con
Sánchez son personales y orgánicas, pero también políticas. Sin
embargo, como saben que la abstención del PSOE en una investidura
con Rajoy tiene una furibunda oposición en la mayoría de la
militancia socialista, le han puesto sordina. Escuchan a los poderes
fácticos --económicos y políticos-- de este país, capitaneados por
un desmelenado diario El País que ha abandonado hasta los más
mínimos elementos de ética periodística, mientras no alzan la voz en
favor de una abstención. Dicho así, lisa y llanamente. Excepto
Guillermo Fernández Vara, el resto de líderes críticos han ocultado
su posición entre filigranas lingüísticas.
No dejen de seguir la película. Ahora está en un momento de alta
tensión pero el final de La Escopeta Socialista no está escrito y
promete más tiros en el pie.
¿Cuánto más habrá que aguantar del
separatismo catalán?
Amenaza al Estado español con pedir la independencia de Cataluña
Miguel Massanet diarioalsigloxxi.com 2 Octubre 2016
Una vez más esta rara simbiosis entre la familia Godó y el
separatismo catalán nos ha proporcionado la posibilidad de escuchar,
de boca del presidente de la Generalitat, señor Puigdemont, una de
las muestras de cómo, la pasividad del gobierno de España y la
indefinición de muchos de los partidos políticos respeto al desafío
catalán a la unidad de la nación española, está produciendo nefastos
y, cada día, más atrevidos intentos de los políticos catalanes de ir
avanzando en su proyecto soberanista, hasta llegar a la amenaza y la
coacción hacia los que vivimos en Cataluña, como un anticipo de lo
que sería este hipotético gobierno catalán con el que nos vienen
amenazando desde que, el señor Mas, en uno de sus delirios de
locura, amenazó al Estado español con pedir la independencia de
Cataluña.
Primero, el jueves, en la 8TV, el señor Conde de Godó y Grande de
España (¿cuándo el Rey le privará a este señor que, por lo visto no
quiere saber nada con España, de este título nobiliario español que,
como viene demostrando claramente, es indigno de seguir
ostentando?), a poco que el señor Puigdemont recibiera, en el
Parlamento catalán, el respaldo, condicionado, eso sí, de la CUP
para seguir su carrera independentista, fijando una fecha para el
llamado referendo “por el derecho a decidir”, aunque no consiguió
obtener el respaldo del grupo comunista para la aprobación de los
PGC; este viernes los Godó, de nuevo, le prestaron los micrófonos de
la RAC1 (emisora del grupo de La Vanguardia) para que se pudiera
explayar respecto a lo que tiene en mente en cuanto a lo que
supondría, para los ciudadanos que vivimos en esta autonomía, el
vivir en la Cataluña con la que sueña, con la vana pretensión e idea
de que sería él y no los comunistas, mayoritarios en la política
catalana (junto con los miembros de ERC), los que, en realidad,
fueran quienes se harían con la dirección del nuevo estado,
suponiendo que, el resto de España, decidiera consentir que, una
parte tan importante de la misma, dejara de pertenecer a la madre
patria.
Y es que, señores, este caballero, que lleva el camino de dejar al
señor Mas como un simple aprendiz de traidor a España y a la
Constitución, que juró fidelidad a la Constitución como miembro de
un gobierno comunitario de la nación española, cuando ya está dando
pasos que, si España no estuviese en un periodo de extrema
dificultad, sin gobierno y en manos de una serie de partidos
empeñados en acabar con el actual sistema democrático (del que nos
dotamos los españoles cuando aprobamos mayoritaria la Constitución
de 1978 que ha sido la garante de la unidad de la nación y la que ha
fijado las condiciones por las que se deben regir las autonomías y
los que las gobiernan), no distrajesen la atención del tema catalán,
ya debiera hacer tiempo que, quienes debieran velar por el orden, la
prosperidad, la obediencia a las leyes y la hermandad con el resto
de territorios de nuestra nación, hubieran puesto freno a quienes,
por su cuenta, alegando derechos que nunca han tenido y amparándose
en una falsa democracia, a la carta, ignorando que lo que están
llevando a cabo no es más que una traición a España, un acto de
sedición y un ataque directo a la democracia; siguen en la brecha
intentando la separación de Cataluña de España, cuando ésta goza, en
estos momentos, de una democracia al igual de las que están vigentes
en todas las naciones con las que nos relacionamos y compartimos
alianzas.
Cada vez que los políticos nacionalistas catalanes se escudan en una
supuesta democracia reducida a los límites de su autonomía, están
incurriendo en lo que podríamos entender como un sofisma que les
permitiría a unos cuantos, no importa qué número, decidir por su
cuenta ir declarando democracias, cada vez más pequeñas como, en su
día, ocurrió con el efímero cantón de Cartagena. Resulta insultante
para cualquier mente que sepa razonar que, una y otra vez, insistan
en que su petición de independencia se basa en la democracia ¿de
cuántos? ¿de uno o dos millones de catalanes? Cataluña, en la
actualidad tiene cerca de 7 millones de habitantes. La última vez
que lo intentaron resultó que los que deseaban la independencia
fueron minoría y los que no, mayoría. Sólo en el Parlamento catalán
consiguieron la mayoría y de ello se han valido para afirmar que
toda Cataluña quiere separarse de España.
En todo caso, estos que nos quieren vender que, si Cataluña se
independizara, los catalanes iban a vivir en la tierra de Jauja, que
todos cobraríamos mejores pensiones, que la sanidad sería un
prodigio, que seguiríamos en Europa y que, a poco que nos
descuidáramos, nos pondríamos delante de las naciones importantes en
cuanto a desarrollo económico; parece que no se enteran de lo que,
en estos momentos, está ocurriendo en las tierras catalanas y de lo
que ocurriría si nos desgajáramos del resto de los españoles.
Empecemos por hablar de la situación económica de Cataluña, de esta
situación que se nos vende como de color de rosas intentando
presentarla como un país que está situado por encima del resto de la
península. ¿Qué sucede con los más de 68.000 millones de deuda que
tienen contraída, para cuya renovación y pago de intereses se ven
obligados a emitir bonos que las agencias de ratio califican como
basura y, sólo porque el Estado español los avala, consiguen que
alguien los compre a intereses astronómicos?, ¿Qué ocurriría cuando
se independizaran y el Estado se desentendiese de ellos? Cataluña ha
recibido del Estado por el FLA, desde el 2012 la cantidad de 57.994
millones de euros lo que supone el 30% del total que el estado
destina para todas las autonomías españolas. No obstante, siguen
quejándose porque lo consideran insuficiente, lo que se callan es
¿cómo devolverían estos préstamos si partieran peras con el resto de
los españoles? O ¿acaso pretenderían que, aparte de dejar España, el
resto de los españoles les condonasen las deudas por las inversiones
que el resto del Estado ha hecho en la comunidad catalana?
Pero, el señor Puigdemont permanece ajeno a cualquier otra
consideración, se pone chulo y nos amenaza a los que nos
consideramos españoles antes que catalanes y nos advierte de que va
a perseguir a los contribuyentes que residan en Cataluña que
pretendan seguir pagando sus impuestos al Estado español, con la
siguiente soflama: “Quien no pague a la Generalitat, el “Estado
catalán”, será requerido” o lo que es lo mismo que ¡quien no pague a
los que intentan suplantar al gobierno español, van a ser obligado a
hacerlo” ¿cómo? Habrá que verlo, como también habrá que ver qué les
va a ocurrir a todos estos farsantes que se atribuyen facultades de
las que carecen, entre ellas destinar el dinero de nuestros
impuestos a destinos delictivos como es crear estructuras para un
gobierno distinto del español, cuando saben que esta posibilidad no
cabe dentro de lo contemplado en nuestra vigente Constitución. O
esperan que el resto de España siga indiferente mientras unos pocos
engallados pretenden imponernos sus leyes y obligarnos a renunciar a
nuestra nacionalidad como españoles.
El señor Puigdemónt, con su apariencia chopiniana, parece que
pretende constituirse en el Sabino Arana catalán y sigue la senda de
sus predecesores en tales lides, el señor Maciá y el señor Companys.
Ambos fracasaron y, el último, acabó en la cárcel, siendo fusilado.
Puede que algunos “valientes” que no saben cómo se empiezan las
guerras, que nunca han visto una trinchera ni conocen los
sufrimientos de la población civil, puedan pensar que el resto de
españoles van a aceptar pacíficamente, sin alterarse y amedrentados,
que un puñado de impresentables osen intentar quedarse Cataluña para
sí solos, pretendan engañar a los ciudadanos de buena fe,
prometiéndoles el oro y el moro y se atrevan a amenazar a los que no
les sigan con represalias. Pero convendría que, antes de amenazar,
coaccionar o vender la pieza antes de cazarla, tomaran nota de lo
que les ocurrió a los que, en otros tiempos, intentaron hacer lo que
ellos se proponen ahora. ¿Quién puede asegurar que estos osados
políticos catalanes, si siguen empeñados en conseguir su objetivo,
en lugar de dirigir un hipotético gobierno catalán independiente, no
acaben con sus huesos en la Modelo o cual fuera la nueva prisión que
la sustituya? Tienen más posibilidades de que esta última
contingencia tenga lugar que, que sus proyectos contra la unidad de
España, lleguen a tener éxito.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie,
tenemos que manifestar nuestra indignación ante la poca reacción del
gobierno español, los partidos políticos, las autoridades y los
funcionarios judiciales ante el desafío catalán. Que sigan en stand
by mientras las posibilidades de que, el tema catalán, acabe
teniendo un desenlace cruento cuando, cada día parece que existen
más posibilidades de que acabe produciéndose. Entendemos la
necesidad de una cierta prudencia pero, la verdad, cuando ya
llevamos una serie de años en los que, los distintos gobiernos
españolas se ven sometidos al continuo chantaje de los
nacionalistas, parece que el tiempo de los intentos de acuerdos, de
las transacciones, de la paciencia y la inacción, debiera de darse
por concluido, para dar paso al imperio de la Ley que, en el caso
que nos ocupa, solo los ciegos, los mojigatos y los inconscientes,
pueden entender que, a esta colección de traidores, no se les
apliquen los correctivos de toda índole que nuestro Estado de
Derecho tiene previstos para estas ocasiones.
******************* Sección "bilingüe"
***********************
Por qué ha muerto el PSOE
La crónica de la muerte del PSOE, porque ya nunca será lo que fue,
es una muestra de la crisis del régimen.
Jorge Vilches vozpopuli.com 2 Octubre 2016
Podemos decir que en el PSOE se dirimen ahora dos ideas de España, o
que se discute la conveniencia de echarse todavía más en brazos del
populismo socialista, pero no sería verdad. Incluso se podría hacer
una referencia histórica y hablar de los tiempos de IndalecioPrieto
y FranciscoLargo Caballero, y confundir a la gente, porque el
primero fue quien ideó el Frente Popular, y el segundo el que llamó
a la guerra civil desde 1933. Prieto y Caballero acordaron contar
con el estalinista PCE, y a partir de ahí cualquier opción moderada
o legalista era imposible. No se trata de nada de eso. Hoy es una
cuestión de poder y supervivencia entre dos oligarquías del PSOE, y
la consecuencia de una incoherencia: la incompatibilidad entre un
Estado autonómico basado en marcar identidades diferenciadas, y la
existencia de partidos nacionales fuertes.
Es cierto que Pedro Sánchez tenía casi cerrado un gobierno con
Unidos Podemos y los independentistas, que contemplaría, claro está,
alguna fórmula para convocar un referéndum de autodeterminación. Tan
cierto como que Miquel Iceta y Carmen Armengol eran los contactos
con los nacionalistas catalanes. No molestaba entonces a los ahora
críticos la idea de unirse a los podemitas, porque si así hubiera
sido habrían estallado cuando Pedro Sánchez decidió que era preciso
un “mapa rojo” de España y pactó en ayuntamientos y comunidades
autónomas con los chicos de Pablo Iglesias.
La clave de la crisis está en que el pacto con los independentistas
sería letal para las aspiraciones electorales de determinados
barones en sus territorios. No es posible presentarse a unos
comicios en Andalucía, Extremadura, Asturias, o Castilla-La Mancha,
y defender el “derecho a decidir” de ERC y la CUP. Todo el voto
moderado y constitucionalista se iría al PP, a Ciudadanos, o a la
abstención, y eso lo saben los Susana Díaz, Fernández Vara, Javier
Fernández, García Page y compañía.
En definitiva, lo que se ha dirimido en el Comité Federal era la
supervivencia de los barones territoriales o la de Pedro Sánchez,
cuya única salida era ese gobierno rupturista. El ex secretario
general creía que podía liderar una resurrección del partido
socialista apoyándose en Iglesias y Junqueras, con la vana esperanza
de que esa apariencia de poder hiciera que volviera el votante
socialista. Pero, además, pensaba que ese radicalismo copiado de los
podemitas, llamando a la militancia contra la casta del partido,
desarmaría a los populistas, que también viven con dos almas en su
estrategia de deglución del PSOE. Sánchez vinculaba así su
continuidad a la supervivencia del PSOE, al lema del “No a Rajoy”
como pegamento de las izquierdas e independentistas. En su
ingenuidad, o maldad, creía que el poder lo curaba todo.
Los barones territoriales, un conjunto de sargentos sin capitán,
pensaban que la estrategia de Sánchez ya había fracasado. Porque ese
acercamiento a Unidos Podemos y a los independentistas, como hizo la
sanchista Idoia Mendía al referirse a un posible acuerdo con EH
Bildu, no solo hizo que el PP se recuperase en las urnas, sino que
el PSOE se desangrara. El fracaso en Galicia y el País Vasco fue la
última prueba, y perdió. La responsabilidad de Sánchez en el fracaso
fue tan palmaria que hizo salir a César Luena a dar explicaciones
para evitar la imagen personal de perdedor.
Los “aliados” de Sánchez vieron entonces la ocasión ideal para
desatar la guerra civil en el PSOE. ERC desveló que tenían un plan
de gobierno con el PSOE, y Podemos rompió el acuerdo de investidura
con García Page. Los independentistas quieren un régimen lo más
débil posible para que sea más fácil la secesión, y destruir al PSOE
se lo hace más fácil. Los populistas socialistas ven como la
posibilidad de erigirse en la alternativa de las izquierdas se puede
convertir en realidad. El conjunto era demasiado peligroso para esa
oligarquía territorial del PSOE que veía peligrar su poder.
Felipe González dio el pistoletazo, el golpe de autoridad, el
anclaje histórico, el supuesto sentido de Estado, la referencia
necesaria para unos militantes socialistas que añoran tiempos en los
que creían que ellos eran la democracia, el Estado de Bienestar, el
único partido con derecho a gobernar. Y los barones, aterrorizados,
se decidieron a dar la batalla para sobrevivir. Había que desalojar
a Pedro Sánchez, ya fuera con dimisiones en la Comisión Federal, con
una moción de censura en la Ejecutiva Federal, o derrotando a
Sánchez en cualquier votación. Y así ha sido.
La gestora dirigirá el partido hasta el Congreso extraordinario del
PSOE, y podrá encaminar a los diputados socialistas, que no sabemos
si se mantendrán unidos o si habrá disciplina de voto, hacia una
abstención a un gobierno de Rajoy. Pero quizá sea esto lo menos
importante visto con perspectiva. La crónica de la muerte del PSOE,
porque ya nunca será lo que fue, es una muestra de la crisis del
régimen, de sus instituciones, en una democracia sentimental,
partitocrática, donde se premian o toleran los proyectos de
subversión del orden social o de ruptura territorial, con una
sociedad infantilizada de individuos dependientes del Estado.
La conclusión es que tenemos un gobierno en funciones, el partido de
la oposición roto, un populismo socialista constituido en
partido-movimiento que anhela tomar el poder para instaurar un
régimen autoritario, un golpe de Estado a cámara lenta en Cataluña,
y un Ciudadanos desgastado, que se ha quedado sin gas y no genera
ilusión.
Gallego y euskera, el voto nacionalista no
siempre habla su idioma
Manuel Varela - Adrián Blanco El Confidencial 2 Octubre 2016
http://www.elconfidencial.com/espana/2016-10-02/elecciones-galicia-pais-vasco-resultados-analisis-voto-idioma-edad_1268665/
(para los gráficos)
En Sarreaus, no muy lejos de la frontera ourensana con Portugal,
rara vez se escucha una palabra en español. El 97% de sus habitantes
asegura utilizar el gallego a diario. El resultado de las elecciones
autonómicas del pasado domingo dejó una victoria aplastante del
Partido Popular en este municipio: se llevó siete de cada diez
papeletas. Las opciones nacionalistas de BNG y En Marea apenas
sumaron 80 de los 824 votos depositados.
Sarreaus ejemplifica la actitud de los votantes en zonas rurales de
Galicia hacia el partido de Núñez Feijóo. El 60% de este electorado
apostó por los populares el 25-S. Pero el apoyo a Feijóo pierde
fuerza al alcanzar los grandes núcleos urbanos. Su porcentaje de
voto apenas llega al 40% en las ciudades, donde menos gallego se
habla, mientras En Marea y BNG suben. “Al mirar los datos hay una
coincidencia, pero son otros los factores que lo explican”, explica
Xaime Subiela, investigador social y coordinador del grupo
parlamentario de En Marea en el Congreso. El idioma no parece ser un
factor determinante para el voto en Galicia.
Podemos y PSOE comparten un perfil de votante muy similar
El PP arrasa en todo tipo de municipios hablen o no gallego sus
ciudadanos
Al menos siete de cada diez personas son monolingües en gallego en
más de la mitad de los municipios de la comunidad (181 de 314) y, en
la mayoría de estas localidades, el voto al PP alcanza una holgada
mayoría absoluta. Lo hace a pesar de que se haya recortado a
inversión en normalización lingüística un 60% desde la llegada de
Feijóo a la Xunta en 2009 y de su defensa por el bilingüismo. “A
partir de los 60 años, que la gente hable gallego no implica
necesariamente que tenga aprecio por el idioma. No puede deducirse
una predisposición social o política a partir de un uso”, argumenta
Subiela.
“A partir de los 60, hablar gallego no implica aprecio por el idioma
ni voto nacionalista”, indica Subiela
En las ciudades con más de 100.000 habitantes, donde solo el 18,6%
dice hablar siempre en gallego, En Marea encuentra el mayor apoyo
(24,96%). “Solía decir que el Bloque es el partido con menos
gallegohablantes”, bromea Subiela, que observa en la formación de
Ana Pontón un perfil social de gente urbana y joven: “justo la que
habla más en español”. El politólogo considera que En Marea se hizo,
en buena parte, con esa masa votante. “El apoyo, antes al BNG y
ahora a En Marea, no es necesariamente por una cuestión
nacionalista, sino a la alternativa del cambio con la que se
identifica”, concluye.
Euskaldún y rural: perfil del voto nacionalista
A 630 kilómetros de Sarreaus, en Orexa, un pequeño municipio de la
provincia de Guipúzcoa, de apenas un centenar de habitantes
vascoparlantes, el panorama da un giro de 180º. De los 77 votos que
se registraron el pasado 25-S, 74 fueron para Bildu, 2 para el PNV y
uno para Podemos. El resultado de las autonómicas refleja la
relación entre voto nacionalista e idioma en Euskadi, pero el
reparto de éste es un poco distante a la realidad ya que el PNV es
el partido más votado.
PNV y Bildu atraen a la mayoría de votantes euskoparlantes
Puede parecer que la relación entre voto nacionalista e idioma no es
muy acusada. En el País Vasco, los hablantes euskera representan
menos de un tercio de la población. Pero entre los votantes de Bildu
y PNV se encuentra un buen número de hablantes de euskera. La
formación jeltzale, de hecho, es la que mejor rentabiliza los votos
de las zonas rurales (por debajo de 2.000 habitantes), donde la
proporción de vascoparlantes es superior al 20%.
Por su parte, los principales rivales de Bildu por la izquierda,
Podemos y PSOE comparten un votante tipo muy similar. Y, a tenor de
los resultados, Podemos se afianza como la alternativa no
nacionalista en Euskadi.
El PP gallego pierde la absoluta entre los jóvenes
Pero no sólo el idioma explica los resultados del pasado 25-S. De
hecho, y asociado a éste, la edad del elector condiciona su apoyo a
un partido u otro. En el caso de Galicia, los más jóvenes se
decantan, en su mayoría, por hablar español, mientras que en el País
Vasco son ellos los que conocen y ponen en práctica el euskera.
En los 45 municipios gallegos donde la población tiene una media de
60 o más años, más de seis de cada diez eligieron al Partido Popular
para ocupar el Parlamento. Por debajo de los cincuenta años, el PP
sigue siendo la primera opción, aunque solo para la mitad de los
votantes. En este grupo es donde mayor porcentaje saca el BNG, casi
el 10%.
En el caso de Euskadi, la edad condiciona el voto, en especial si
éste se analiza en función de la ideología. La tendencia es clara, a
mayor edad, los votos se dirigen hacia la derecha. A diferencia de
Galicia, el PP se ve relegado como quinto partido en número de
votos, debido a las fuertes raíces nacionalistas del PNV en la
población. De hecho, en municipios cuya edad mediana supera los 45
años, los jeltzales rozan el 50% de los apoyos.
Los populares gallegos también se llevan la mayor parte en el sector
de la población que carece de graduado escolar, cayendo al 43,3% de
los apoyos en ayuntamientos con estudios superiores.
En Marea encuentra mayor apoyo en los votantes más formados
Bildu es un caso opuesto. A día, de hoy, el futuro le pertenece al
grupo abertzale, ya que los más jóvenes se decantan en las urnas por
la formación liderada por Laura Mintegi. Su porcentaje de apoyos es
superior entre la población que todavía no ha alcanzado la
cuarentena. Aún así, Bildu también cuenta con apoyos en los
municipios más envejecidos.
Pese a que el aprendizaje del euskera, un factor importante en el
perfil del votante de Bildu, se promueve en las aulas desde hace ya
varios años, el grupo abertzale también encuentra un importante
caladero de votos entre electores sin graduado escolar.
Bildu se impone en los municipios con menor tasa de escolarización
“El euskera es en buena medida una lengua recuperada y ha ido
creciendo en número de hablantes. Allí sí puede haber bastante
relación entre entornos que lo hablan y afinidad hacia PNV y Bildu,
y adverso con PP y PSE”, apunta Subiela.
Metodología
Para la elaboración de este reportaje se han utilizado los datos del
Padrón de 2016 de las dos comunidades autónomas en cuestión. Entre
la información analizada se encuentra la edad, el grado de
escolarización, el tamaño de los municipios de los electores de
Galicia y País Vasco.
Los tamaños de los municipios se han clasificado en cuatro grandes
grupos. Los ayuntamientos con poblaciones de entre 1 y 2.000
habitantes se incluyen en el grupo de ‘zonas rurales’. Entran en
‘pueblo’ aquellos que cuentan con 2.001 a 10.000 empadronados. Los
que tienen entre 10.001 y 50.000 personas son ‘ciudades’, mientras
que de 50.001 en adelante se clasifican como ‘grandes ciudades’.
Estos datos se han cruzado con una cuarta variable como es la del
idioma. En el caso del País Vasco, los datos han sido recabados del
Instituto de Estadística Eustat, en concreto de la sección sobre
‘Población de Euskadi por lugar de nacimiento y lengua hablada en
casa’ . La última encuesta disponible es del año 2011. Por su parte,
la información relativa a Galicia ha sido extraída del Instituto
Galego de Estadística (IGE), en el apartado ‘Población en viviendas
familiares de 5 o más años según uso del gallego’
Para el análisis y visualización de los datos se ha utilizado el
software estadístico R.
La Justicia destierra los actos de apoyo a
los presos de ETA de los programas de fiestas
Los tribunales declaran ilegal la actuación del Ayuntamiento de
Oñati, en Guipúzcoa, que incluyó cinco eventos para ensalzar a los
etarras en su plan festivo
José Mari Alonso. Vitoria El Confidencial 2 Octubre 2016
Incluir en el programa oficial de las fiestas actos a favor de los
presos de ETA es ilegal por constituir una opción de adhesión o
apoyo de una causa que “no puede ser tenida por general”, ya que
“compromete la propia neutralidad política” del Ayuntamiento y “su
objetividad al servicio del interés de los vecinos”. Los tribunales
han asestado un golpe judicial a los consistorios que se valen de
las fiestas para ensalzar a los reclusos de la banda terrorista.
La sentencia del Juzgado de lo Contencioso Administrativo número 1
de San Sebastián alude a la actuación del Ayuntamiento de Oñati, en
Guipúzcoa, pero su argumentación es extensible al resto de los
consistorios vascos por constituir esta práctica “una infracción del
principio de neutralidad política” que debe regir la actuación de
los entes locales.
La resolución, dictada el pasado 19 de septiembre, echa por tierra
la defensa a la que se agarran los ayuntamientos de negar
vinculación con los actos de apoyo a los presos y por la
inexistencia de un acuerdo municipal que apruebe el programa de
fiestas, por lo que no hay acto administrativo impugnable. Frente a
esta argumentación, el juzgado replica que es “evidente” la
intervención municipal en el programa de fiestas. Y pone como prueba
el saludo del alcalde, Mikel Biain, de EH Bildu, en el que se
indica: “Una vez más, los actos organizados son muy diversos. No es
fácil confeccionar un programa de fiestas que sea del agrado de toda
la ciudadanía, pero en éste que tienes entre manos se ha realizado
un esfuerzo para poder ofrecer la oferta más amplia y variada. Por
ello, desde el Ayuntamiento queremos mostrar nuestro agradecimiento
a todas aquellas personas que han participado para que las fiestas
sean cada vez más participativas y populares”.
En este saludo, determina el juez Gonzalo Pérez, existe una
“evidente alusión” a la intervención del Consistorio en la
elaboración del programa festivo, por lo que existe “actuación
administrativa impugnable”. “La inclusión en el programa de fiestas
de un acto lo oficializa y supone que hay asunción municipal de su
contenido, con lo que cabe acudir a la jurisdicción contencioso
administrativa”, sostiene la sentencia, que declara la actuación del
Ayuntamiento de Oñati “no ajustada a derecho”, por lo que la anula y
la deja sin efecto.
De este modo, estima el recurso interpuesto por la Abogacía General
del Estado a instancias del delegado del Gobierno en Euskadi, Carlos
Urquijo, contra el programa de fiestas de 2015 de esta localidad
guipuzcoana, que contenía hasta cinco actos de apoyo a los presos y
“refugiados” de ETA: dos concentraciones, una manifestación, una
comida popular y un acto “en defensa de los derechos del colectivo
de presos políticos y exiliados vascos”.
En su momento, la Abogacía General del Estado logró la suspensión
cautelar de estos actos de apoyo a los presos incluidos en el
programa, si bien el recurso siguió su curso para dirimir el fondo
de la cuestión, que ahora ha quedado resuelto con la sentencia que
declara la actuación municipal nula de derecho. La resolución se
dictó además a escasos cuatro días de que se iniciaran las fiestas
de este año de Oñati, que comenzaron el 23 de septiembre y se
prolongarán hasta este martes 4 de octubre. Pese a ello, el programa
elaborado por el Ayuntamiento para este 2016 vuelve a recoger los
mismos cinco actos en apoyo a los presos y “refugiados” de ETA,
según se refleja en la programación festiva colgada en la web del
consistorio. Así, este sábado 1 de octubre estaba previsto “un acto
en defensa de los derechos del colectivo de presos políticos y
exiliados vascos” en las casetas festivas a las 19.00 horas.
Con la sentencia, que puede ser recurrida, el Ayuntamiento gobernado
por EH Bildu está inhabilitado para incluir eventos en apoyo a los
presos en las fiestas. Para dictar resolución, el magistrado ha
aplicado la doctrina jurisprudencial a propósito de la neutralidad
política con varias sentencias del Tribunal Superior de Justicia del
País Vasco. Ésta determina que un ayuntamiento “no puede actuar como
portavoz, instrumento o cauce de expresión de las reivindicaciones
por legítimas que sean de individuos, colectividades o grupos
singularizados por una determinada ideología u opción política” ya
que “en este contexto se produce en menoscabo del interés general la
confusión de ese ideario, creencia o religión con los cometidos y
fines del ente local”. De este modo, concluye que la entidad local
no puede actuar en representación o al servicio de grupos o
colectivos de una determinado signo político sino al servicio del
interés general”.
El magistrado reprocha al Gobierno municipal que pretenda
“confundir” al aludir que estos actos objeto de impugnación son
“organizados y promovidos” por terceras personas dejando ver que “no
ha decidido ni autorizado la ejecución de ningún acto de
reivindicación de los derechos de los presos” de ETA, que tienen los
correspondientes permisos. El proceso judicial, según señala, no
tiene por objeto la celebración de estos actos y sí “el carácter
municipal que le atribuye la inclusión en el programa festivo” de
los mismos. En esta línea, argumenta que lo que se suspende es la
“naturaleza oficial” derivada de la actuación del Ayuntamiento,
“dándole cobertura al introducirlo en el programa” de fiestas. “El
apoyo municipal a esta causa no puede tenerse por general”, sostiene
el fallo, al que ha tenido acceso El Confidencial.
Denuncia de Covite
La sentencia que invalida a los ayuntamientos a apoyar actos de
apoyo a los presos en los programas festivos coincide con una nueva
y polémica movilización en respaldo a los reclusos. El colectivo de
Víctimas del Terrorismo, Covite, ha anunciado que interpondrá una
denuncia por un presunto delito de enaltecimiento del terrorismo y
humillación a las víctimas contra el instituto Agustín Iturriaga de
Hernani, en Guipúzcoa, que el pasado martes permitió que medio
centenar de menores “homenajeasen a 22 miembros de ETA en las
instalaciones escolares” al posar junto a imágenes de etarras.
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