Prostitución semántica
Los juegos del PP con el concepto de Nación
Hermann Tertsch ABC 12 Agosto 2017
Llevamos dos días de los nervios algunos españoles porque en pleno
agosto nos ha arrebatado la última de nuestras certezas. Dice Andrea
Levy, la pensadora del Partido Popular, que en España hay naciones
sin estado. Eso lo ha dicho y aunque después ha querido dar por
desmentidas mil cosas que no ha dicho, esa que ha dicho no la
desmiente. Afirma, muy cierto, que existe una única nación, la
española, pero añade sin despeinarse que dentro de la misma existen
naciones sin estado. Es decir, que ya ha llegado la joven por sí
misma al descubrimiento de Pedro Sánchez de la nación de naciones.
El PP usa el verano para acomodarse donde se había colocado el PSOE
hace un año. Así, el PSOE se podrá ir un poco más lejos en otoño.
Siempre todos en el mismo camino, en la misma dirección hacia la
destrucción de la Nación española y la deslegitimación de la
Constitución. Sin dar jamás un paso atrás. Sin una enmienda. Sin una
mínima reflexión sobre la posibilidad de que las soluciones quizás
pudieran estar en la dirección contraria a una centrifugación de
cuarenta años cuyos resultados son palmariamente catastróficos y
amenazan con llevarnos al enfrentamiento civil a medio plazo.
Pues no. El PP, el último partido político que defiende o defendía
aún verbalmente la existencia de la Nación Española se lo está
replanteando. Dicen que no, pero saben que sí. Como siempre que el
PP abandona una posición en algo trascendental para España, lo hace
emulando las más perversas transformaciones del PSOE. Así ha
sucedido con el terrorismo de ETA, con la Memoria Histórica, con la
ideología de género, con la política fiscal, con la reforma
constitucional y ahora con este comienzo de adaptación a la demente
y vacía posición del PSOE sobre la Nación. Que no soluciona nada y
por el contrario cede de nuevo posiciones al enemigo y debilita al
Estado. Inspirada como está en aquella felonía de «la nación
discutida y discutible» de Zapatero, ser lamentable y venenoso allá
donde actúe.
Esta vez el PP parece tener prisa. Porque se le echa encima el día 1
de octubre y ya está buscando acomodo para la situación que surja
cuando una nueva brutal afrenta y desafío al Estado de Derecho quede
sin la respuesta proporcional necesaria que exigiría la suspensión o
radical revisión de la autonomía. Cada vez son más los que creen que
el Gobierno no se va a atrever a tomar las medidas necesarias para
frenar el golpe de estado, detener a los culpables y restablecer el
orden y la ley en Cataluña y toda España. Una tarea histórica que
habría sido más fácil antes, si algún líder pensante y responsable
hubiera puesto los intereses del Estado y de la Nación Española por
encima de sus mezquinos intereses de legislatura. Pero esa tarea
histórica de acabar con esta deriva suicida tendrá que hacerse más
pronto que tarde. Si no es ahora será más adelante con mayor coste.
Cuarenta años ya atacan y agreden los separatistas, con balas, odios
y mentiras a la Nación española. Y les ha cundido. Frente a ellos no
hubo ni hay una defensa integral y coherente de quienes juraron
defender Constitución y Nación. No hay respuesta con músculo moral
ni proyecto nacional frente al inmoral y totalitario desafío. La
respuesta es una baba retórica, mezcla de pensamiento débil y
miseria moral de Pedro Sánchez o la chiripitifláutica «pensadora»
del PP. Pero además de necedad e impotencia hay bajeza: porque esta
orgía de la prostitución semántica, este alarde de contorsionismo
verbal, pretende vaciar de significado todos los conceptos para que
los españoles acaben por no entender que se les está robando la
patria.
Tomando deseos por realidades
VÍCTOR PÉREZ DÍAZ El Mundo 12 Agosto 2017
Todos tendemos a tomar nuestros deseos por realidades. Ya lo
hacíamos de pequeños, por aquello de creer en la omnipotencia de los
deseos. (¡Y es tan difícil renunciar a la infancia!). Además,
tampoco es cosa de hacerlo del todo. Algunos piensan que en la
capacidad de los niños para organizar sus juegos está incluso la
clave del éxito de la ciudad de los mayores. Siempre, claro está,
que cultiven el arte de respetar y ser respetados.
Pero qué duda cabe que, ya en la edad adulta, conviene discernir
entre los tiempos cuando toca ser niños, y cuando toca no serlo.
Cuándo y cómo. Y en la vida política hay riesgos en lo de ser niños
a destiempo y de mala manera. Son riesgos comprensibles, porque el
ambiente político favorece las fantasías. Los políticos son
voluntaristas casi por naturaleza. Quieren imponer su voluntad unos
a otros, dicen cómo son las cosas y cómo van a ser, hablan de sus
sueños y del futuro, adoptan aires proféticos. Y halagan los
impulsos voluntaristas de sus seguidores, de lo que denominan (su)
pueblo, de cuya voluntad, que llaman soberana (y sobreentienden
ilimitada, en teoría, y subordinada a ellos, en la práctica), se
dicen (con la boca pequeña) mandatarios.
Pero descendamos a la realidad del lugar y el momento. Al drama
catalán. El drama comienza por ciertas ofuscaciones de una buena
parte de ambos bandos que toman sus deseos por realidades.
Primero, el lado de quienes quieren que Cataluña siga siendo parte
de España. Muchos españoles creen que no hay apenas riesgo de
secesión. Nunca ocurrirá, repiten. Porque no habrá referéndum, y/o
porque, de haberlo, ganarían ellos. Pero deberían aguzar la vista y,
para ello, considerar un "escenario peor".
Parece un hecho que (con márgenes de variación) cerca de la mitad
del electorado catalán vota a partidos independentistas o se
proclama independentista en los últimos años. Otro hecho, que dos
tercios, al menos, de los catalanes consideran legítimo el
referéndum sobre la independencia. Otro, que los catalanistas están
movilizados, y los que favorecen mantener los lazos con España no
tanto; de modo que el talante de los unos parece el de ir a más, y
el de los otros, el de poco más que estar ahí. Y otro, que si se
realiza el referéndum, es probable que un gran porcentaje de los
partidarios de la independencia votará y, en cambio, lo hará un
porcentaje no tan grande de los opuestos a ella (porque muchos se
abstendrán, en parte confusos y en parte reacios a participar en un
referéndum ilegal), lo que daría el triunfo a los primeros.
No digo que este escenario vaya necesariamente a ocurrir. Digamos
que conviene tener en cuenta este "escenario peor" para los
partidarios de que Cataluña forme parte de España, y asignarle, por
precaución, una probabilidad del 50%.
Pues bien, de realizarse, las consecuencias supondrían la difusión
en España de una sensación (bastante justificada a los ojos de
muchos) de fracaso histórico, que afectaría retrospectivamente a la
narrativa de su historia reciente (y de casi toda su historia
moderna), en primer lugar, la de la Transición democrática, así como
al papel de los políticos (y las élites de todo tipo), el sentido de
identidad y la autoestima colectiva. El país habría de atravesar
después un período largo y difícil, que pondría muy a prueba el
sentido moral, el aguante emocional y la capacidad estratégica de
unos españoles que podrían pensar haber llegado a este punto en un
estado de sonambulismo. Todo ello contra un telón de fondo de
múltiples rencores, y de incidentes diversos con los catalanes, a
propósito de lo que pudiera ocurrir, casi al día siguiente, en otros
lugares de España (en el Mediterráneo, en el Atlántico...). Y contra
el telón de fondo de una inseguridad económica y un desconcierto
social y moral que afectarían a España y Cataluña, pero también al
conjunto de una Europa muy vulnerable. Sería un paisaje para
bastante tiempo, y de bastantes gentes, depresivas e irritables.
Pero segundo, el mundo de los catalanistas podría encontrarse con
que ese mismo escenario (a primera vista el mejor para ellos) les
depararía, probablemente (de nuevo, digamos, con una probabilidad
del 50%), muy malas sorpresas. Una buena parte de ellos parece creer
que les espera un horizonte risueño. Pero, por mor de un poco de
realismo, les convendría colocarse en un "escenario peor".
Por lo pronto, no se encontrarían con una comunidad política
integrada y reconciliada, sino con dos, una hegemónica y otra, por
el momento, subordinada, a considerable distancia una de otra. Es un
hecho que la mitad, o más, del país catalán no quiere separarse. Es
un hecho que casi tres cuartas partes de los catalanes albergan
algún sentimiento de ser españoles. Gestos teatrales aparte (y nadie
duda de la importancia del teatro, todo lo contrario: durante dos
horas te absorbe y luego te deja un toque de nostalgia y merece un
recuerdo, a veces muy profundo), la clase política catalanista no
constituye un buen simbolismo de su comunidad política, y su mayoría
independentista del momento deja fuera a una parte muy extensa y
crucial de los catalanes, a los que tolera, adoctrina y margina. De
entrada, no tiene un proyecto político que una y clarifique, sino
uno que divide y confunde, tratando incluso de combinar lo que los
antiguos llamaban el colectivismo anarquizante y el individualismo
burgués, tal vez a la búsqueda del tiempo perdido.
De seguir ese impulso, sin mucho rumbo, en un contexto de crisis, y
de exclusión de la zona euro y de la Unión Europea, Cataluña se
embarcaría en un proceso de separación de su economía y de sus
tratos sociales con su entorno inmediato, con un resto de España
sobre el que ha tenido hasta ahora, como sabe muy bien, un grado
crucial de control. Deshaciendo, deshilvanando, unos tratos que se
han ido haciendo y rehaciendo a lo largo de ¿cuántos siglos? Que le
han dado tanto protagonismo, y coprotagonismo.
De quedarse, con un poco más de inteligencia y de realismo, y con
una dosis mayor de amistad cívica (y a condición de encontrar
semejantes dosis de inteligencia y amistad cívica en el resto de
España), los catalanes podrían no sólo protagonizar su propia
Cataluña (con la probable admiración de todos), sino también, y al
tiempo, una España europea. Pero ¿cómo se puede llevar adelante una
aventura europea, cuando lo que se hace es contribuir a destruir
Europa?
Mirémoslo con un poco de perspectiva, y con un talante esperanzado y
positivo. Somos parte de Europa, y esto no es ornamento sino
sustancia. Es nuestra identidad de ahora en adelante, porque lo ha
sido desde tanto tiempo atrás. Es nuestra identidad porque no
tenemos otra narrativa; y es esa narrativa la que nos dice, a
nosotros y a los demás, aunque sea de manera siempre tentativa, en
el marco de una conversación continua, quiénes somos y qué vamos
queriendo ser.
Miremos hacia atrás. ¿De dónde hemos venido? Hemos sido Hispania
romana el año 0; reino de los visigodos en el 500; cornisa de
pequeños reinos cristianos por donde se desplegarán la ruta de
Santiago y las hazañas del Cid, en forcejeo con Al Ándalus, en el
entorno del cambio de milenio; unidad de unos Reyes Católicos (que,
por cierto, "tanto montan el uno como el otro"), en el 1500, que
proyectan el país hacia Europa y ultramar; y acabamos de dejar atrás
un año 2000 que resume una historia dramática pero susceptible de un
cruce de narrativas que son como variantes, todas, de los avatares
europeos contemporáneos. Qué seamos en el futuro ya se verá. Pero
creo que la senda previa esboza el horizonte, y que el camino por
delante, permaneciendo abierto, tiene bastante sentido, para la
mayor parte de nosotros, cuando lo proyectamos imaginativamente como
una narrativa de «nosotros los europeos» a la busca de una sociedad
mejor, a la que los europeos de hoy suelen referirse,
tentativamente, con los simbolismos de la libertad y la justicia.
Creo que ése es el "nosotros" que nos incumbe, y nos incumbe en
especial ahora. Compartimos con todos los humanos muchas cosas; pero
específicamente compartimos con franceses, italianos, daneses,
polacos y tantos otros el cuidado por la casa común, para empezar,
la próxima, y, para seguir, la casa común europea. No nos toca
romper las bases de inteligencia práctica y de amistad cívica
generalizada sin las cuales esa comunidad europea acabaría siendo un
juguete roto. Ahora, precisamente ahora. No nos corresponde dejar
abierto un flanco de desorden, un foco de confusión y de arrebato en
lo que es una Europa vulnerable e incierta, que apenas puede con la
coyuntura del momento. Debemos hacer las cosas, entre todos, de modo
que eso no ocurra. Por lo pronto, sobre todo, acertar con la actitud
adecuada, hecha de inteligencia y de ánimo amistoso. Luego podrán
venir los tacticismos prudentes, que permitan evitar los desastres,
vislumbrar lo mejor, y acercarnos a ello.
El resurgir de las dos Españas
Borja Gutiérrez Gaceta.es 12 Agosto 2017
A lo largo de nuestros dos últimos siglos de Historia, hay quienes
se han empeñado en persistir en una visión dicotómica de nuestro
país, en una España partida en dos y en permanente confrontación.
El mito comenzó a nacer tras la caída de la Constitución de 1812.
Durante mucho tiempo, por cierto, el sector más progresista de
nuestro país ha reivindicado los principios de aquella Constitución,
frente a quienes en su día agitaron su animadversión hacia las ideas
procedentes de la Revolución Francesa, algunas de las cuales
formaban parte de aquel texto y otras no. Por ejemplo, la izquierda
siempre ha considerado que “la Pepa” era un ejemplo del intenso
laicismo que ellos ahora promulgan dos siglos después, sin entrar a
reparar en aspectos como que en aquella Constitución se fijaban
artículos como el que reconocía que “la religión de la Nación
española es y será perpetuamente la católica, apostólica y romana,
única verdadera”.
Pero más allá de la utilización política contemporánea que la
izquierda realiza de aquel texto, efectivamente la Constitución de
1812 fue un episodio clave para nuestra nación. Suponía que una
sociedad como la española, que aún luchaba contra el invasor
francés, se diera la oportunidad de iniciar un nuevo camino político
y social. El problema es que aquellas dos Españas, la de quienes
defendían su primera Carta Magna y la de quienes la atacaban por
afrancesada, era muy minoritaria, porque entre medias había una
inmensa mayoría del pueblo que no gritaba “Viva la Pepa”, sino “Viva
Fernando y fuera los franceses”. Como dijo el historiador Blanco
White, a la Constitución de 1812 se le olvidó lo más importante: el
pueblo. Y de eso se aprovechó el funesto monarca Fernando VII para
abolirla al poco tiempo de cruzar los Pirineos con los Cien mil
Hijos de San Luis.
A partir de entonces, el mito de las dos Españas -una avanzada, otra
retrógrada- comenzó a consolidarse en un siglo XIX repleto de
episodios de siesta y navajazos, agitación de casino, alzamientos
militares y espadones, de sentimiento trágico y falsas esperanzas,
siempre al albur y excusa del futuro de la nación. Como bien retrató
Francisco de Goya a modo de metáfora, era aquella España del duelo a
garrotazos entre españoles. Garrotazos que nuevamente dejaban al
pueblo en un segundo plano. Ese pueblo que no entendía el
enconamiento de esas dos visiones enfrentadas que desembocó en
episodios truculentos como la I República, que apenas duró un año
ante su inmenso fracaso; que luego fue sometida a la etapa del
turnismo, con Cánovas y Sagasta, con los conservadores y liberales,
repartiéndose el poder político como gran solución a todos los
conflictos; y que por último, desembocó en una II República tan
llena de excesos que fue el caldo de cultivo para que las dos
Españas se retaran a duelo y sangre en la Guerra Civil. La también
llamada Guerra Civil de 1936, porque durante el siglo XIX hubo otras
guerras civiles. Otros duelos a garrotazos.
Como muchos historiadores hoy reconocen, el mito de esas dos Españas
escondía una realidad aún más cruda, la de una tercera España que
asistía atónita e impotente al devenir de los acontecimientos. Esa
tercera España estaba formada por muchísimas personas, se podría
decir que la mayoría de la población, cuyo único interés era proveer
de futuro a su familia y vivir en una nación en la que la Justicia y
la Libertad rigieran sus destinos. Pues bien, esa tercera España
asistió muda y defraudada al agrietamiento de una nación entera.
¿Cuántas veces alguien ha escuchado a alguna persona mayor decir
aquello de que en la Guerra del 36 le “tocó” ser de un bando por el
lugar donde residía?
La aceptación del pasado y un gran acuerdo por la reconciliación
nacional, como fuente de una nueva legitimidad, fueron las claves
que propiciaron el amplio consenso social en torno a la vigente
Constitución de 1978. Una Carta Magna que cerraba casi dos siglos de
Historia para construir un nuevo relato basado en la modernidad, el
europeísmo, de Libertades y desarrollo social. Por eso no deja de
ser desgarrador que ahora, en pleno siglo XXI, la izquierda española
se empeñe en tratar de devolvernos al mito de las dos Españas. Es
más que preocupante que ahora el PSOE de Sánchez -heredero de la
memoria histérica de la era Zapatero-, y los de Podemos, esos que
como dijo Garzón -el killer de IU- son los nietos de quienes “no
pudisteis fusilar”, quieran reabrir la división entre los españoles
mediante un lenguaje cargado de confrontación y rencor.
Si nos retrotraemos al discurso marxista en torno a la necesidad de
una permanente lucha para construir un nuevo relato social, en
cierto modo es comprensible que la izquierda se eche en brazos de
volver a fracturar a los españoles. No saben salir del marxismo más
arcaico. No hay nación europea cuya izquierda política pierda más
tiempo en estas piruetas ideológicas. No han evolucionado. O mejor
dicho, han retrocedido.
Los que sí hemos evolucionado somos el resto de los españoles. Si
algo nos han demostrado estos años de Democracia, es que España es
una nación cada vez más sólida y fuerte, capaz de lograr los mayores
éxitos cuando avanza en una misma dirección, de resistir todos los
envites y encerronas que la historia coloca en el camino a modo de
trampa.
El tiempo nos ha brindado la oportunidad de comprender que con el
poder y la fuerza de todos los ciudadanos, somos capaces de superar
con éxito los mayores desafíos. Ya no somos el país del duelo a
garrotazos, no somos el país de las dos Españas irreconciliables,
por mucho que desde la izquierda insistan en agitar fantasmas del
pasado. Su sermón es tan caduco que cada vez son menos quienes se lo
compran.
SIN PLAN HIDROLÓGICO EFICAZ
De Aznar a Rajoy, pasando por Zapatero:
España y la sequía nacional
Rosa Cuervas-Mons Gaceta.es 12 Agosto 2017
Un año más, la sequía ocupa titulares en toda la prensa nacional:
‘El campo español muere de sed’, dicen para hablar de un mal
endémico agudizado por la ausencia de un Plan Hidrológico efectivo.
De Aznar a Rajoy, la historia del agua en España.
‘España encara un otoño crítico del que dependerá la entrada en
sequía severa’; ‘Se agrava la sequía en España: las reservas de agua
caen un 14% con respecto a 2016’; ‘España camina hacia la peor
sequía en 20 años’; ‘La sequía en España deja bajo mínimos las
cuencas del Segura, el Duero y el Júcar’…
Titulares, todos ellos, de la prensa de esta semana y podríamos
decir que, casi, de cualquier verano español. Que España atraviesa
por periodos de sequía no es nuevo -sí lo es, quizá, el claro
empeoramiento de las reservas de agua- y ahí radica, precisamente,
la importancia de lo que pasa hoy con el agua en España.
Vayamos casi dos décadas atrás, a 2001. El Gobierno de José María
Aznar aprueba el llamado Plan Hidrológico Nacional que contemplaba,
entonces, un trasvase del Ebro hacia cuencas mucho menos favorecidas
por la climatología y la orografía como la del Júcar. Un plan que
permitiría, mediante la creación de canales y embalses, llevar agua
de las cuencas excedentarias a las deficitarias. Repartir el agua de
España, en resumen.
La Unión Europea sometió el plan a examen y lo consideró
técnicamente posible y conveniente. Lo aprobó y destinó abundantes
fondos – el gobierno de Aznar solicitó 1.200 millones a los Fondos
Europeos- para financiar el proyecto. El trasvase estaba en marcha.
Llega Rodríguez Zapatero
Pero, la sorpresiva victoria del candidato socialista José Luis
Rodríguez Zapatero cambió los planes. El Ejecutivo socialista derogó
el trasvase en junio de 2004 y, con Cristina Narbona como titular de
Medio Ambiente, puso en marcha un nuevo Plan Hidrológico: AGUA.
Contentaba así a quienes habían protestado por la aprobación de un
plan -el trasvase- que sus detractores llegaron a calificar como
‘obra franquista’. Los pantanos (y los fantasmas) de Franco salía a
pasear y ecologistas e izquierda lamentaban que la solución al
problema del agua pasara por “cemento, cemento y cemento” (en
alusión a la necesaria creación de canales para transportar el
agua).
“El trasvase del Ebro no se hará ni ahora ni en ningún caso porque
es inviable e injustificable”, declaró Narbona, que garantizó “1.063
hectómetros cúbicos frente a los 620 hectómetros reales del trasvase
del Ebro” para abastecer al levante español. “Habrá más agua y más
barato que con el trasvase. También será más rápido porque con la
ampliación de algunas plantas desaladoras y la reutilización del
agua donde existen depuradoras, para la primera mitad de 2005 puede
empezar a llegar agua con un mínimo coste”, decía.
Y ahora, vayamos a 2016. Miren este titular del diario El Mundo.
“Desaladoras: un sobrecoste del 128%”. La situación se resumía a la
perfección: “El llamado Programa Agua contemplaba la construcción de
15 nuevas desaladoras: Águilas, Marbella, Mutxamel/Campello,
Torrevieja, Moncófar, Oropesa, Sagunto, Bajo Almanzora, Vega Baja,
Denia, ampliación de Jávea, Adra, ampliación de Mojón, Costa del Sol
Occidental y Níjar. El presupuesto oficial para todo ello se fijó en
721 millones. Cuando llegó el PP al poder [2011], de las 15
desaladoras previstas había sólo una en servicio, la de Marbella,
que se adquirió ya construida. En la etapa socialista anterior, las
sucesivas ministras de Medio Ambiente -Cristina Narbona, Elena
Espinosa y Rosa Aguilar– fueron elevando al alza la inversión y de
721 millones de euros se pasó un presupuesto de 1.337 millones, ya
entonces un 85,4% más de sobrecoste, sin haber pasado de la
redacción de los proyectos. El Gobierno actual ha llegado finalmente
a invertir 1.650 millones para completar las infraestructuras
necesarias de aquel programa y hasta 12 de las 15 desaladoras
previstas, según datos oficiales”.
Si se preguntan por qué el Partido Popular no alza la voz contra lo
que es, a todas luces, un fracaso del ‘gran plan’ socialista, echen
un vistazo a estos titulares y lo entenderán: “Seis desaladoras
adjudicadas por el PSOE tuvieron un sobrecoste de 215 millones”; “El
juez imputa a cuatro altos cargos de Acuamed de la etapa del PSOE
por las irregularidades en dos obras”; “El juez reactiva el ‘caso
Acuamed’ con la obra que salpica a un senador del PP”. Parece que ni
a PP ni al PSOE les conviene airear esto de las desaladoras…
Murcia muere de sed
Entre plan y plan -y como suele ocurrir con las guerras políticas-
lo que hay ahora en España, además de sequía, es una batalla
fratricida entre Castilla la Mancha y Murcia por el trasvase
Tajo-Segura. Unos piden agua; los otros dicen que no tienen
suficiente. Son las cuencas con más ‘sed’ y son, a la vez, las
primeras exportadoras agrícolas de España.
Desde el Sindicato Central de Regantes del Acueducto Tajo-Segura
(SCRATS), su presidente, Lucas Jiménez, señala a La Gaceta el error
que supuso dejar de lado el Plan Hidrológico Nacional del Trasvase.
“Fue por descontado un error, como también lo fue en su momento
abandonar la idea de la interconexión de Cuencas plasmado en el PHN
de 1993 –denominado Plan Borrell- y que, no olvidemos, contemplaba
un Trasvase de Ebro con un volumen superior de agua a trasvasar con
respecto al PHN de 2004. En un país con marcados desequilibrios
hídricos siempre es un error fatal dejar de lado los proyectos que
implican la realización de obras de vertebración hídrica del
territorio”.
Preguntado sobre la situación actual de las cuencas del Júcar y
Segura y, sobre todo, sobre si estarían en mejores condiciones de
haber habido trasvase, tiene una respuesta clara: “Evidentemente el
Plan Hidrológico Nacional habría acabado con el déficit estructural
que el propio Plan de Cuenca del Segura manifiesta tener”.
Desaladoras, ¿una solución?
El debate -explican a La Gaceta desde el SCRATS- no es desalación o
trasvases. “Es posible -la experiencia en este sureste así lo
acredita- y diría que fundamental, coordinar todos los recursos;
trasvases, desalación, reutilización de aguas depuradas, recursos
subterráneos y una vía de obtención de recursos poco mencionada… la
modernización de regadíos tendente al ahorro del agua. En todos
estos medios, convencionales o no de consecución de recursos el
sureste es un modelo”.
Las famosas desaladoras de Narbona, además, no se pueden contemplar
como un sustituto válido del resto de fuentes de captación de
recursos, por cuanto “presentan un coste energético que las hace
excesivamente caras para ser utilizadas en exclusividad”, no pueden
implementarse en zonas de regadío situadas en cotas elevadas sobre
el nivel del mar y el agua que proporcionan tiene “un alto contenido
en boro” por lo que debe ser diluida en otras aguas hasta que el
contenido de este elemento sea inferior a 0,3 mg/l para evitar que
sea tóxico para el cultivo”.
¿El futuro?
La realidad, más allá de la política, “es que la Cuenca del Segura,
el sureste español, presenta un déficit endémico de agua derivado de
la climatología extrema que padece. Es el territorio más seco de
Europa, sólo comparable con algunas zonas del archipiélago canario.
Es pues una situación estructural y no estacional”.
Por eso, explican desde el Sindicato de Regantes, el trasvase
Tajo_Segura soporta las tarifas por servicio de agua más caras del
país, y en esto va de la mano el ‘agua de boca’ o suministro a
viviendas”. “En el sureste aprovechamos amén del trasvase todos los
recursos no convencionales –reutilización y desalación- en índices
alejadísimos del resto del país, economizamos como nadie el poco
agua recibida y pese a eso conseguimos un entramado productivo
responsable del 70% de la exportación global de hortalizas y el 29%
de las frutas del país”.
Resumen: “Se hace preciso un Plan Hidrológico Nacional con obras que
palíen los problemas de nuestra Cuenca y del resto de cuencas que
tengan similares dificultades”.
Mientras tanto, seguiremos hablando cada verano de la sequía
nacional y la sed del campo español.
Incultos que se las dan de cultos
Jimmy Giménez-Arnau okdiario 12 Agosto 2017
Cada vez que oiga decir a alguien “poner en valor”, estará usted
ante un rebuscado que adultera el buen uso de la lengua castellana.
Con lo fácil y escueto que sería oír valorar, verbo que reconoce el
mérito o las cualidades de una persona o cosa, los incultos que se
la dan de cultos, “ponen en valor” su propia estupidez y la exhiben
ufanos, creyendo que sientan cátedra. “Cualquiera que se tome a sí
mismo demasiado en serio —según Václav Havel, lúcido escritor—
siempre corre el riesgo de hacer el ridículo”.
El idioma español, sin duda el más expresivo de todos los idiomas,
fue el correcto modo de hablar con que unos aguerridos y heroicos
navegantes instruyeron a los indígenas de Hispanoámerica entera. A
no ser por la lengua que legamos al salvaje, éste aún se expresaría
a grito pelado, imitando el garrir de las cotorras. Sobre eso trata
la conquista de América, de la conquista de otro mundo a través de
la palabra. De ahí que me joda que proliferen los incultos y
pedantes que encabezan esta crónica, los cuales, día tras día, se
cagan en la sabiduría de la RAE, empobreciendo nuestra mayor
riqueza.
El idioma es un atajo. Para comunicar, se ha de ser concreto. Cuanto
más breve lo dicho, o escrito, mejor, y cuanto más extenso, peor.
Paul Verlaine fue claro: “El estilo es la eficacia”, aunque la
manada de pretenciosos asnos siga sin enterarse. Los lerdos incultos
se alían con la retórica y complican la sencillez del habla,
soltando aperturar (por abrir), recepcionar (por recibir),
sustantivizar (por sustantivar), permisibilidad (por permivisidad) y
el puto reinicializar (por iniciar). Hoy priva extenderse. Prefieren
decir influenciar, antes que influir, significando lo mismo. De este
modo el inculto se cree Manitú.
Habría que mandar a esquilar ovejas a esa ristra de falsos eruditos
que cada vez que abren la boca denigran a la lengua española, pues
ninguno de ellos vale para “poner en valor”, su valor lingüístico.
******************* Sección "bilingüe"
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Las milicias se entrenan
Eduardo Goligorsky Libertad Digital 12 Agosto 2017
Las víctimas predilectas de la tribu descerebrada no son los
turistas sino los burgueses catalanes, que están en su punto de
mira.
Apenas estalló la guerra incivil de 1936, brotaron como hongos en
Cataluña las milicias armadas de anarquistas, trotskistas,
estalinistas y republicanos, que sembraron el terror entre
burgueses, eclesiásticos, gentes de derechas y de misa,
secuestrando, torturando, asesinando y saqueando. La Generalitat de
Lluís Companys se lavó las manos, atribuyendo estos delitos a
"incontrolados", aunque los historiadores imparciales han demostrado
que estas bandas contaban con la complicidad del Gobierno local. De
incontrolados, nada. Después del choque sangriento entre estas
milicias, en mayo de 1937, los estalinistas del PSUC monopolizaron
la represión contra los franquistas, pero también contra sus rivales
internos, en las tristemente célebres checas.
Pescado podrido
La falacia de los "incontrolados" se repite, en circunstancias menos
trágicas pero cargadas de malos augurios. Tampoco ahora son un
fenómeno espontáneo, fruto de circunstancias especiales. Como dijo
el empresario japonés-mexicano Carlos Kasuga Osaka, "los pescados
empiezan a pudrirse por la cabeza", tanto si se alude a iniciativas
privadas como a Estados.
En Cataluña el proceso de descomposición también se inicia pública y
jactanciosamente por la cabeza. Es el presidente de la Generalitat
quien anuncia cada uno de los pasos que da o va a dar el contubernio
sedicioso para alzarse contra el Estado de Derecho, al mismo tiempo
que guarda bajo llave las medidas facciosas que podrían generar más
escándalo dentro de España y en la escena internacional. Con el
añadido de que el mismo presidente se atribuye, contra toda lógica,
el privilegio de desobedecer al Poder Judicial si este lo inhabilita
por transgredir las leyes.
El cuadro se completa con un nutrido elenco de funcionarios y
legisladores que están enjuiciados por desobediencia, prevaricación
y malversación, perpetradas en distintas etapas de la operación
secesionista. Nada menos que el flamante director de los Mossos
d’Esquadra, Pere Soler Campins, argumentó: "Nuestro ordenamiento
jurídico no se acaba con la Constitución española, la Carta de los
Derechos Fundamentales de la Unión Europea tiene primacía" (LV,
31/7). ¡Vaya si la tiene, puesto que es inseparable de los pactos de
autodeterminación de Nueva York (1966), según los cuales "todo
intento encaminado a quebrantar total o parcialmente la unidad
nacional y la integridad territorial de un país es incompatible con
los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas"! No
hay vías de escape legales para los secesionistas.
Si la cabeza del pescado está podrida, la cola no lo está menos. En
realidad, no se sabe muy bien si es la cabeza la que engulle la cola
o al revés. Porque es en la cola donde anidan las milicias dotadas,
como en 1936, de un poder político e intimidatorio que excede en
mucho su fuerza numérica. Su eslogan, en la cola, podría ser una
frase que acuñó el presidente de la Generalitat, en la cabeza:
"Damos miedo, y más que daremos".
Suecas en bikini
Está claro que me refiero a la Candidatura de Unidad Popular (CUP),
gente sin oficio ni beneficio que ha barnizado su resentimiento
social con pinceladas de anarco-trotskismo mal digeridas.
Ensoberbecidos por la autoridad que delegó en ellos la camarilla
secesionista a cambio de los votos necesarios para sacar adelante
sus proyectos, hacen ostentación de su prepotencia y de su aversión
a la sociedad productiva, culta y organizada. Por ejemplo, sus
secuaces agrupados en el Sindicat d’Estudiants dels Països Catalans
aplican la lección de Puigdemont en las universidades catalanas,
repartiendo insultos, amenazas y mamporros entre alumnos y
profesores apegados a la libertad de pensamiento, para darles miedo.
Los vándalos de la franquicia juvenil Arran tienen la desfachatez de
emplear la lucha de clases como pretexto para ensañarse contra el
turismo. Es una versión actualizada de la lucha de clases, que acoge
a sus colegas hooligans del turismo de borrachera, mientras mata a
la gallina de los huevos de oro, que dejó 8.167 millones de euros en
el primer semestre de 2017 (LV, 4/8). Buscan reventar la economía de
Cataluña y crear un ejército de pobres como el que sostenía a
Nicolás Maduro hasta que la indigencia se hizo insoportable. Tampoco
son ajenos a sus desafueros la xenofobia instintiva de sus bases y
el temor a que la afluencia de extranjeros despierte interés por la
civilización y el progreso de las sociedades capitalistas, que estos
descamisados aborrecen. Su reacción es idéntica a la de los
guardianes de la moral ortodoxa que reclamaban medidas punitivas
contra las suecas en bikini en la época de Franco: turistas
corruptoras.
Planes ocultos
La pachorra con que la autoridades municipales de Barcelona actuaron
para denunciar el ataque a un bus turístico por cuatro encapuchados,
uno de ellos armado con un cuchillo, no tiene nada de extraño. La
alcaldesa y sus colaboradores más próximos nunca ocultaron su
simpatía por estos chicos rebeldes. Serán en vano las quejas de los
empresarios del sector turístico por otros ataques igualmente
brutales. Recordemos que en su libro En defensa del derecho a la
protesta, el primer teniente de alcalde, Gerardo Pisarello, se
mostró comprensivo con vándalos, okupas, escrachadores, lanzadores
de escupitajos a parlamentarios y saqueadores de supermercados.
En cuanto a las pantomimas del consejero de Empresa de la
Generalitat, Santi Vila, que prometió llevar la investigación hasta
sus últimas consecuencias, cabe preguntarle por qué no busca las
pistas en el bloque de parlamentarios de la CUP, que lo sostiene en
el cargo. La CUP, que es el pal de paller, la viga maestra del
Ejecutivo sectario, se ha hecho solidaria, por intermedio del
movimiento Endavant que lidera la ubicua Anna Gabriel, con los
ataques perpetrados por sus milicianos (Suplemento "Vivir", LV,
5/8).
Las complicidades entre todas las escamas del pescado podrido son
evidentes. Las desnuda, con su habitual ironía, Sergi Pàmies ("El
triunfo de la impunidad", LV, 1/8):
Si mañana a usted y a mí se nos ocurre encapucharnos y asaltar un
bus turístico, pincharle una rueda y pintar consignas
revolucionarias, dudo que al día siguiente nos entreviste nadie que
no sea policía o juez. Pero hace tiempo que en Barcelona impera una
impunidad selectiva que, amparada por una lasaña de administraciones
incompetentes, criminaliza el estricto cumplimiento de las
normativas y eleva la infracción y el delito a categorías de
gamberrada recreativa.
La impunidad obscena de que disfrutan estas milicias tan
estrictamente controladas como las de 1936 –y, por qué no
recordarlo, como las de los trabucaires carlistas del siglo XIX y
las de los escamots fascistas de 1934– invita a pensar que los
planes ocultos del Politburó de la secesión les reservan un papel en
la campaña previa al 1-O y, si triunfara el golpe, en el aparato
represivo de la república totalitaria. Hoy se entrenan con los
turistas, pero su verdadero objetivo es la sociedad civil catalana.
Calvario de la burguesía
Y por si no fueran suficientes las exhibiciones de vandalismo que
estos bárbaros nos dispensan diariamente (y que el hoy resucitado
Xavier Trias toleró en Can Vies y en toda Barcelona), ellos mismos
se han encargado de anunciar el calvario que tienen reservado no ya
a los turistas sino a la asediada burguesía catalana. Miquel Porta
Perales reproduce en su libro Totalismo el galimatías premonitorio
que firma Arran, "Organización juvenil de la Izquierda
Independentista en los Países Catalanes". He aquí una selección de
sus muchas amenazas, empezando por el título, "¡Que tiemblen!
Volvemos a las calles, somos la tempestad después de la calma":
Pero, ¿por qué se utiliza la violencia? A la juventud catalana se
nos ha obligado a vivir en la miseria del sistema capitalista y
patriarcal, bajo la dominación de los estados que nos oprimen (…) No
es la práctica de esta autodefensa, materializada a través de
múltiples formas de lucha plenamente legítimas, desde la
desobediencia al uso de la violencia, el método que nosotros hayamos
elegido sino el camino que nos obligan a tomar para hacer de las
vidas de todas las personas unas vidas dignas (…) Las calles son la
escenificación de nuestra ruptura (…) Su orden va muriendo poco a
poco y nosotros no paliaremos su dolor, sino que lo agudizaremos
hasta que desaparezca. Llegó la hora de reapropiarnos de la vida, de
la posibilidad de crear una existencia sin ellos, de recuperar y
habitar las calles como si ellos fueran las cenizas de una pesadilla
que ya dura demasiado. Porque juntos somos un gran incendio.
El documento, subraya Porta Perales, empieza con la siguiente cita:
Preguntaron cómo era posible que quemarais aquellos autobuses y
aquellos trenes. Cuando la pregunta correcta, la que deberían haber
hecho, es la de cómo es posible que no os lanzarais a quemar todos
los autobuses, todos los trenes, todos los bancos, todos los coches
de policía, todos los cuarteles, todas las iglesias.
Estos pirómanos y su casquería ideológica forman la base de
sustentación de la conjura secesionista. Sus milicias se entrenan
acosando turistas, pero estos volverán a sus países y elegirán otro
destino para sus vacaciones. Las víctimas predilectas de la tribu
descerebrada no son los turistas sino los burgueses catalanes, que
están en su punto de mira. Escribió José Ortega Gasset en España
invertebrada (1921):
Vano fuera el intento de vencer tales rémoras con la persuasión que
emana de los razonamientos. Contra ellas solo es eficaz el poder de
la fuerza, la gran cirugía histórica.
El consejo sigue vigente.
El 'procés' rescata al anarquismo catalán
("barrámoslos")
El proceso soberanista catalán ha cometido un cúmulo de
despropósitos. Pero el mayor ha sido el de resucitar, poner en valor
y otorgar el carácter arbitral definitivo a los nuevos anarquistas
de la CUP
José Antonio Zarzalejos El Confidencial 12 Agosto 2017
Cualquier empresario catalán de linaje emprendedor conoce bien lo
que es la CUP. Basta repasar la historia de Cataluña para entender
que lo que están ensayando con bastante éxito los antisistema no es
nuevo en aquella comunidad sino un 'revival' del primer tercio del
siglo pasado. Se trata de un anarquismo independentista que solo
tiene semejanza con el que existe, muy minoritario, en la Bretaña
francesa. Pero que enlaza con el anarquismo catalán que ha sido una
forma de expresión muy de aquella tierra coincidente en su mayor
emergencia con crisis nacionales de gran envergadura.
La CNT se creó en Barcelona en noviembre de 1910 y el POUM también
en la ciudad Condal en 1935, con aquellos líderes tan conocidos como
Joaquín Maurín y Andrés Nin. En la cercana Valencia se fundó la FAI
en 1927, y todas estas organizaciones actuaron en Cataluña
preferentemente tanto antes como durante la Guerra Civil española
protagonizando hechos de terrible violencia y, en todo caso, de
enfrentamiento e insurrección. El anarquismo español es
históricamente el catalán y regresa ahora de la mano del llamado
proceso soberanista porque el anarquismo es parasitario de
coyunturas político-sociales de convulsión.
Lo que hace la CUP, su Kale Borroka contra el turismo, es una
manifestación bien elegida de sus propósitos subversivos acompañados
de una forma de violencia que no llega, por el momento, aunque puede
hacerlo, al denominado terrorismo de baja intensidad. Hay algún
cuchillo blandido, bengalas y petardos, pintadas y coacciones, todo
ello propio de una escenografía que trata de enviciar el ambiente
social, infundir algunos miedos y, sobre todo, situarse a la
vanguardia de la ruptura de la legalidad en Cataluña llevando de
remolque a los republicanos y a los otrora convergentes.
La CUP marca el paso a unos y a otros. Sus intereses son solo en
parte coincidentes con los del PDeCAT y ERC porque la independencia
catalana es instrumental para desfondar el modelo de 1978 y abordar
un proceso constituye disolvente del sistema constitucional. Así hay
que interpretar la campaña pro referéndum presentada el pasado
jueves con el lema "barrámoslos", incluidos en esa "barrida", además
de los "españoles" (del Rey al presidente del Gobierno), también
catalanes que colaboran en la secesión con la CUP sean Pujol o Mas.
La imitación leninista del cartel sitúa a los cuperos justamente en
el pasado anacrónico que representan.
El proceso soberanista catalán ha cometido un cúmulo de
despropósitos. Pero el mayor de todos ha sido el de resucitar, poner
en valor y otorgar el carácter arbitral definitivo a los nuevos
anarquistas de la CUP, que no son herederos del PSUC sino de
aquellas organizaciones tremendamente radicales que colapsaron
Cataluña en los años veinte y treinta del siglo pasado. Podríamos
acudir al diccionario para recurrir a algunos epítetos gruesos que
explicasen, si eso fuera posible, cómo es que las clases medias
separatistas de Cataluña se entregan a sus verdugos históricos, los
nuevos anarquistas de la CUP. Que, además, no han ocultado sus
propósitos, muchos de los cuales han logrado, como el de destrozar
la articulación política de la burguesía catalana, mejorar la
posición de la menestralía de aquella tierra que siempre fue
antibarcelonesa y, ahora, asumir un papel destructor de una de las
fuentes de riqueza de Cataluña, que es el turismo, aprovechando la
inacción o la intención torticeramente omisiva de la alcaldesa Colau
y de su nuevo partido.
La CUP ya guillotinó a Artur Mas, ahora marca el ritmo a un
independentista del interior catalán con evocaciones carlistas (por
ello, tozudo y estérilmente épico) como Puigdemont. Y si los unos y
los otros flaquean en el tramo final de la apuesta, los cuperos
sacaran a relucir el arsenal anarquista que llevan dentro. Lo harán
en las instituciones que boicotean desde dentro y lo harán en la
calle, un terreno que dominan. Por eso el juicio del futuro será muy
severo con aquellos que conociendo la historia de Cataluña
entregaron la llave de su porvenir a los que en el pasado la
condujeron al desastre. Hay formas de suicidio político muy sutiles,
casi imperceptibles. La de la burguesía catalana está siendo, sin
embargo, tan evidente que resulta obscena.
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