El imperdonable 'blanqueo' a los golpistas catalanes
Editorial Estrella Digital 3 Enero 2021
Nos hemos acostumbrado como pueblo, como si la nuestra fuese una
nación subdesarrollada o bananera, a que nuestros dirigentes nos
agredan sin tregua con sus lesivas políticas. No porque éstas se
traduzcan en equivocaciones o meteduras de pata que termine pagando
el ciudadano de infantería (ni siquiera los políticos son
infalibles), sino porque esas políticas llevan en ocasiones la
pornográfica e inaceptable horma de la prevaricación.
Así, es frecuente que quienes están ahí arriba, hoy el gobierno de
España, adopten decisiones, sabedores del daño inmenso e inmediato
que causan a los gobernados: en sus derechos, en sus intereses… en
mil aspectos. ¿Por qué lo hacen, entonces? ¿Acaso a ellos sí les
benefician esas maniobras o iniciativas suicidas en términos de
interés general? Hay mil motivos. La ceguera ideológica, el
sectarismo puro y duro, el revanchismo frente al adversario, a quien
se ve directamente como ‘el enemigo’…
Hoy es obscena la artimaña barriobajera planificada y, en su
momento, veremos si ejecutada por el mismísimo Sánchez para lavarle
la cara a los golpistas catalanes que (aún siendo advertidos por
tierra, mar y aire, por supuesto por el Tribunal Constitucional)
consumaron hace poco tiempo en Cataluña la mayor agresión a las
instituciones democráticas en España desde el tejerazo, que se dice
pronto. Pura barbarie. Vandalismo al por mayor. Totalitarismo de
barretina.
Sánchez no sólo confunde errores con delitos, que es por lo que esta
banda (como tal operó el 1-O, antes y después) fue condenada en
firme. Además, atropella sin tapujos a una institución como la
Fiscalía. Y, encima, envía un mensaje patético y peligroso a todos
los que se saltan la ley gravísimamente y van a prisión: si al
presidente del gobierno le conviene, el presidente del gobierno les
sacará de la celda… y pelillos a la mar. Ni en las más asilvestradas
y caudillistas dictaduras africanas.
Hace unos años, cuando emergieron nuevos partidos como Ciudadanos y
Podemos, cuando la corrupción a nivel autonómico y local le salía a
España por las orejas (también la corrupción empresarial), se
alcanzó el consenso sano de que los indultos no eran aceptables.
Hoy, si desde La Moncloa no se recupera el juicio y se detiene por
completo esta humillante, arbitraria y descarada operación, PSOE y
Podemos tendrán que asumir el riesgo de que las calles se llenen de
españoles denunciando la indefensión que genera un poder ejecutivo
que no sólo perdona caprichosamente sino que premia, con gran
escándalo, a quienes incluso tras los barrotes amenazan con seguir
violentando las instituciones cuando les suelten. Imperdonable.
Una contraproducente subida fiscal
Editorial ABC 3 Enero 2021
Hasta ocho impuestos subirán este año con la adenda del castigo a
los planes de pensiones, esos que deberían aliviar en el futuro la
asfixia de la Seguridad Social. Esto es lo que ha dispuesto el
Gobierno, con la ayuda de sus socios parlamentarios, de tal forma
que España emprende en plena pandemia el camino contrario al tomado
en el resto de Europa, donde entienden que no es momento de
practicar un hachazo fiscal a ciudadanos y empresas, de la misma
manera que el Ejecutivo aquí optó en 2020 por la cicatería en las
ayudas a la economía, siendo estas muy inferiores a las puestas en
marcha en los países de la UE con un peso homologable al nuestro. Se
trata, al parecer, de compensar el desbocado incremento del gasto,
acometido sin criterio en los Presupuestos, un ejemplo perfecto de
populismo administrativo elaborado además sobre un cálculo
fantasioso sobre los ingresos previstos, inflados según el Banco de
España y otros organismos que han advertido del exagerado optimismo
de un Gobierno que siempre marcha a contramano del sentido común.
Propaganda política: de Goebbles a Redondo
Ignacio Ruiz-Jarabo. vozpopuli
3 Enero 2021
Fue el ministro de Hitler quien dio una nueva dimensión a la
agitación propagandística hasta convertirla en acción estratégica
del gobierno nazi. Salvando todas las distancias -históricas y por
supuesto ideológicas-, Iván Redondo se viene revelando como el
alumno más aventajado de Goebbles.
Una buena muestra es el reciente Informe o Balance de la gestión del
Gobierno elaborado desde el Palacio de la Moncloa y recientemente
presentado por Pedro Sánchez. Si el propagandista de Hitler
preconizaba que todo aquello que pudiera dañar la imagen del
nacionalsocialismo debía desaparecer de la propaganda nazi, en el
panfleto de Iván Redondo se ha pretendido camuflar los aspectos más
controvertidos de la gestión gubernamental.
Así, con el revoltijo de innumerables cuadros, tablas, gráficos y
esquemas que inundan el llamado informe o balance se intenta
disimular los sucesivos pactos con partidos nacionalistas extremos,
la preparación del indulto -explícito o implícito- a los
secesionistas catalanes, la irregular gestión sanitaria de la
pandemia, la deficiente reacción ante la debacle económica y la
ambigua posición ante la crisis institucional. Emulando a Goebbels,
todo lo expuesto se ha pretendido diluir con un laberinto
ininteligible de cifras, datos y porcentajes para intentar que los
árboles no permitan ver el bosque.
Compromisos asumidos
En la misma dirección, también se ha aplicado la técnica de la
simplicidad en el mensaje que utilizaba Goebbels. Parece obvio que
el torbellino sin fin de excentricidades que figuran en el
informe/balance persigue que solo una idea fuerza sea la que cale:
El Gobierno está cumpliendo con lo que prometió. A tal fin obedece
el esotérico porcentaje del 23,4% que se transmite como grado de
cumplimiento de los pretendidos ¡1.238 compromisos asumidos!. Es
otra técnica goebbeliana, la de adaptar el mensaje al menor nivel de
inteligencia existente entre sus destinatarios.
Además y en el sentido penal del término, el Goebbels de la Moncloa
es claramente reincidente en su conducta.
Ha podido percibirse con ocasión de la distribución de las dosis de
una de las vacunas con las que aspiramos a inmunizarnos contra el
virus maldito. El hecho, indudablemente positivo, resultó
emponzoñado por su obscena utilización como arma de propaganda
política, recubriendo las cajas con una pegatina gigante en la que
se leía “Gobierno de España”. Atribuirse la autoría de cualquier
hecho o circunstancia que resultara positivo para los alemanes fue
otra constante de la propaganda hitleriana.
La polémica por la vacuna
Aún más, las justificadas críticas que recibió semejante tropelía
fueron contestadas por el ministro de Sanidad solicitando que no se
empañara un éxito colectivo con disputas políticas. Salvador Illa
recurría así a la técnica de la trasposición (utilizada por
Goebbels), mediante la que se presentan los fallos propios como
errores del contrario. Señor ministro: quien empañó la distribución
de las primeras vacunas fue el que lo aprovechó para su propaganda
política, no los que criticaron -criticamos- semejante intento de
aprovechamiento.
Remontándonos unas semanas recordemos lo sucedido en el Congreso de
los Diputados, cuando el presidente Sánchez acudió a informar sobre
el acuerdo alcanzado en la Unión Europea relativo a la aprobación y
distribución de fondos para luchar contra los efectos de la
pandemia. Pese a las restricciones de movilidad y de reunión que
sufríamos todos los españoles, vimos por televisión que la bancada
socialista estaba repleta hasta la bandera. Codo con codo, sin
respetar la distancia social e incumpliendo el criterio de
asistencia limitada a los plenos del Congreso, la totalidad de los
hooligans allí concentrados echaron humo por sus manos en un aplauso
de autómatas conveniente y redondeadamente dirigidos. Todo para
mayor gloria de su Presidente en un nuevo intento de apropiación de
un éxito colectivo, en este caso de todos los europeos.
La intensidad y la orientación de la propaganda política es
responsabilidad del que la emite. Allá cada cual si su estrategia
obedece a las técnicas preconizadas y aplicadas por Goebbels. Pero,
por una mínima dosis de ética y de decoro, las panfletadas de Iván
Redondo no deben ser costeadas con nuestros impuestos. Que cese el
uso y abuso de recursos públicos para la agitación propagandística
del Goebbels monclovita.
El bucle catalán
Alejo Vidal-Quadras. vozpopuli
3 Enero 2021
Los socialistas catalanes han cambiado de caballo en la última curva
de la carrera que tiene su meta el próximo 14 de febrero. La
sustitución ha sido realmente sustancial, han pasado de un cabeza de
lista orondo y festivo, con contoneos de animador de discoteca, a
otro ascético y lúgubre, con aspecto de empleado de pompas fúnebres.
El hecho de que Salvador Illa haya desempeñado el cargo de ministro
de Sanidad durante un año que ha visto morir por covid-19 a ochenta
mil españoles, principalmente ancianos atrapados en residencias
geriátricas, presta a su candidatura un tono especialmente tétrico.
Curiosamente, Pedro Sánchez ha impulsado esta pirueta de última hora
con el argumento de que la notoriedad adquirida por el exalcalde de
La Roca del Vallés como responsable máximo de la cartera encargada
de evitar este drama contribuirá a obtener para el PSC un resultado
mucho mejor que el que hubiera conseguido el trepidante Iceta. Se ha
publicado que las encuestas avalan esta penetrante intuición del
presidente del Gobierno, personaje al que, como es sabido,
caracterizan su amor a la verdad y su capacidad de cualquier
renuncia personal que sirva al interés general.
La mentira como mérito
Veinticuatro horas antes de que se hiciera público este curioso
relevo, el hoy ya cabeza de lista designado había afirmado
rotundamente, con una convicción indubitada, que el cartel
socialista en Cataluña sería liderado por el que ya se ha caído del
mismo, circunstancia que demuestra que hemos llegado a un punto en
que la mentira es en la política española actual no sólo un método
de trabajo perfectamente aceptado, sino un mérito que debe adornar a
cualquiera que aspire a ser alguien en su decepcionante
constelación. Esperemos que a partir de ahora el número de cadáveres
acumulados a lo largo de una ejecutoria ministerial no adquiera
también la condición de punto fuerte del cursus honorum de nuestros
gobernantes, sobre todo porque padecemos un serio problema de
descenso demográfico que no parece indicado agravar.
Este episodio pone de relieve otro logro notable del inquilino de la
Moncloa y es que ha acabado de un manotazo con el mito de la
autonomía política y organizativa del PSC dentro del PSOE y con el
cacareo de los dirigentes socialistas catalanes de que sus siglas no
son unas más en el seno del conglomerado que se maneja desde Ferraz,
sino poco menos que una entidad independiente que se distingue del
resto de vulgares federaciones mesetarias y meridionales por su
exquisitez estética, su lengua propia y su habilidad para engañar a
sus votantes, originarios casi todos ellos en primera, segunda o
tercera generación de territorios primitivos como Andalucía, Murcia,
Extremadura o Castilla, y llevarles en dóciles reatas a las urnas
para que otorguen su sufragio a posmodernos figurines que les
desprecian hasta el punto de hacerles renegar de sus raíces.
Induce a la melancolía el pensar que, de cara a las inminentes
elecciones catalanas, casi todo el pescado está ya vendido y que
nada podrá evitar que el número de escaños de las fuerzas
secesionistas y de sus compañeros de viaje superen con creces al de
las menguadas huestes constitucionalistas, que verán redistribuir
entre ellas su montante total, mientras contemplan impotentes la
victoria del golpismo subversivo. Cataluña seguirá sumida en su
bucle autodestructivo que millones de catalanes creen liberador de
una opresión inexistente y puerta abierta a una dicha imaginaria.
Aunque se pueden encontrar en la historia otros ejemplos de
colectividades humanas que han tomado voluntariamente el camino del
colapso, como los habitantes de la isla de Pascua, los mayas, los
vikingos de Groenlandia, los haitianos o los alemanes entre 1930 y
1939 -hay que leer el esclarecedor libro de Jared Diamond sobre el
tema-, es doloroso constatar cómo tantos catalanes de finales del
siglo XX optaron entre las dos sendas que les ofreció la Transición
de 1978, una recta, luminosa, sensata, inteligente y prometedora y
otra sinuosa, oscura, disparatada e irracional, por aquella que les
está hundiendo sin remedio en la pobreza material, el desprestigio
internacional, la división social violenta y el embrutecimiento
moral. Si esta catástrofe ha de ser atribuida en exclusividad a la
mezcla de codicia, mediocridad pretenciosa, fanatismo y cobardía que
han predominado en las elites catalanas de las últimas décadas o
deben también cargar con su parte de culpa los altos estratos de la
sociedad española por su pasividad, su desidia y su egoísmo
cortoplacista ante la tragedia que se iba gestando paulatina pero
irremediablemente ante sus ojos, es un análisis que debe hacerse con
rigor para entender en su compleja dimensión este desgarrador
fenómeno.
Error y perdón
En la campaña de las elecciones generales de 2019, la número uno de
la lista del PP, Cayetana Álvarez de Toledo y el presidente de esta
formación en Cataluña, Alejando Fernández, organizaron un acto
íntimamente melancólico al que invitaron a una serie de personas de
todo el arco ideológico que habíamos combatido con denuedo el
nacionalismo separatista a lo largo de las últimas tres décadas,
políticos, profesores, periodistas, juristas, activistas sociales y
demás. En el transcurso de este encuentro, tanto Cayetana como
Alejandro protagonizaron uno de los gestos más lúcidos, nobles y
valientes al que he asistido en mis treinta años de vida pública.
Ambos pidieron perdón por el abandono en el que su partido había
dejado durante largo tiempo a los catalanes que deseaban y desean
seguir siendo españoles. El tan traído y llevado problema catalán
sólo hallará solución cuando el desastre tan dilatadamente gestado
se consume y el reconocimiento de los inmensos errores que lo han
motivado sea por fin, no una encomiable muestra de honradez
intelectual y moral como la que he evocado, sino el duro choque con
la realidad que devuelve a los pueblos la cordura, eso sí, pagando
el precio de un inmenso sufrimiento.
Cinco lecciones sobre economía y vacunas que Pablo Iglesias no ha
aprendido
Domingo Soriano Libertad Digital 3 Enero 2021
Los gobiernos reaccionaron tarde y mal. Mientras, en enero de 2020,
las grandes farmacéuticas ya dedicaban recursos a la lucha contra la
covid-19.
Este año acaba también con esperanza, por la llegada de una vacuna
que representa un hito de la ciencia, tan solo 10 meses después de
que la pandemia sacudiera a la humanidad.
Si algo nos ha enseñado este 2020, es el valor de la solidaridad,
los cuidados y el apoyo mutuo. Nos ha mostrado que, cuando vienen
mal dadas, lo que nos protege al conjunto de la ciudadanía es lo
común y lo público, lo que es de todos y todas.
Pablo Iglesias, Twitter – 31 de diciembre de 2020
El vicepresidente segundo del Gobierno terminó el año 2020 como lo
comenzó, en las redes sociales y con mensajes sobre el valor de "lo
público", "la solidaridad", "lo que es de todos y todas"...
Resulta curioso que Iglesias identifique estos valores y actitudes
con la actuación del Estado. Como si las personas, las familias, los
vecinos y las comunidades no se ayudasen sin que les obligasen a
ello. Refleja una visión muy pesimista del ser humano. Quizás en su
caso sea cierto y él sólo haga aquello a lo que la ley le obliga;
pero, para la mayoría de los ciudadanos, ayudar a los demás es algo
natural, no el resultado de una norma.
De hecho, hablar de "solidaridad" para explicar una medida política
es muy equívoco. La solidaridad real sólo puede darse si es
voluntaria. Un ejemplo clásico, los impuestos: si yo soy rico y
quiero ser solidario, ayudaré a mis vecinos porque creo que es mi
deber. Pero si el Gobierno me tiene que obligar por ley y yo sólo
pago la parte a la que estoy obligado, no parece muy adecuado usar
ese término. Alguien puede defender que esos tributos son
"necesarios", "legítimos" o "legales". Y otros pensarán lo
contrario. Pero, ¿"solidarios"?
En cualquier caso, y dejando a un lado la retórica, en lo que sí
tiene razón Pablo Iglesias es en que disponer de varias vacunas en
apenas 10-12 meses desde que se tuvieron las primeras noticias sobre
la covid-19 es un logro espectacular. Y que nos ofrece numerosas
lecciones económicas. Aquí van cinco. Eso sí, apuntan en la
dirección contraria a la que señala el vicepresidente.
1- ¿Sólo el Estado piensa a largo plazo?: un clásico para justificar
la intervención pública. El argumento es más o menos de este tipo:
"Las empresas, obsesionadas por los beneficios de corto plazo, van
siempre por detrás de nuestras necesidades. Sólo cuando tienen muy
claro que pueden ganar dinero, se arriesgan a invertir. Por eso, la
investigación básica o las primeras fases de cualquier nuevo
desarrollo tecnológico sólo se pueden financiar con dinero público".
2020 no ha sido un buen año para los defensores de esta teoría. En
realidad, ha ocurrido exactamente lo contrario. Los gobiernos de
todo el mundo reaccionaron tarde y mal (con la excepción de algunos
asiáticos, como Singapur o Taiwan, por cierto países muy
pro-capitalistas y libre mercado). También el Ejecutivo del que
forma parte Iglesias: en el Consejo de Ministros, hasta bien entrado
el mes de marzo, predominaba el sologripismo.
Mientras tanto, qué hacían las compañías farmacéuticas: invertir
mucho dinero, esfuerzo y recursos humanos en la vacuna contra la
covid-19. No es cierto ese relato de "los gobiernos de todo el mundo
se dieron cuenta de lo grave que era la situación y encargaron a los
laboratorios que se pusieran en marcha cuanto antes". Aquí y aquí
dos artículos de Nature sobre cómo ha sido esta carrera
contrarreloj. Pues bien, ¡en enero de 2020!, Moderna o BioNTech ya
estaban dejando de lado otros proyectos y centrándose de lleno en
este nuevo coronavirus. Y se la jugaron: si hubieran tenido razón
los que el 7 de marzo todavía aseguraban que esto no era más que una
gripecilla, esos laboratorios hubieran perdido mucho dinero.
2- ¿"Lo público" lo ha hecho posible?: el siguiente gráfico ha sido
uno de los más comentados en redes sociales en las últimas semanas.
Tiene dos partes. A la izquierda, la primera versión de la BBC sobre
las fuentes de financiación de las vacunas. A la derecha, la versión
final y más cercana a la realidad, que los autores tuvieron que
modificar porque el primer gráfico tenía numerosos errores.
Es cierto que cualquier cifra en este punto puede discutirse y que
no está claro qué se puede entender como financiación para un
determinado fin. Por ejemplo, el coste del edificio en el que se
investiga, ¿se imputa o no se imputa a la vacuna? Y también, por el
otro lado: si uno de los investigadores principales obtuvo la
licenciatura en una universidad pública, ¿cómo se contabiliza?
Como la discusión podría ser eterna, aceptaremos estos datos de la
BBC (los correctos: es decir, los de la derecha). Como vemos, en la
mayoría de los ejemplos, la financiación ha sido mayoritariamente
privada. Y con un apunte clave: aquí sólo vemos los casos más
conocidos. Seguro que hay laboratorios por todo el mundo que lo han
intentado y han fracasado: ¿quién les compensa por su esfuerzo?
Pero más allá de esa cuestión, una pregunta interesante: ¿qué
hubiera pasado si hubiera faltado una de las dos patas de la
ecuación? Es decir, asumiendo que hubo colaboración público-privada,
la pregunta es cómo habría sido el proceso si uno de estos dos
sectores no hubiera estado presente.
Pues bien, como apuntamos, cuando no había ayudas públicas ni los
gobiernos occidentales estaban pensando en la covid-19, los
laboratorios privados ya estaban investigando a toda marcha. ¿Ha
acelerado algo la ayuda pública, minoritaria, este proceso? Pues
quizás. Pero no parece que la participación gubernamental haya sido
decisiva o imprescindible para el resultado.
Y ahora pensemos al revés: si no hubiera habido intervención del
sector privado, ¿tendríamos ya vacuna o estaríamos cerca de tenerla?
¿Un departamento gubernamental a las órdenes del Salvador Illa de
turno habría sido capaz de conseguir lo que Pfizer-BioNTech,
AstraZeneca o Moderna han logrado en estos meses?
3- Las farmacéuticas, sus beneficios y nuestra salud: uno de los
efectos colaterales del coronavirus es que los malos-malísimos han
pasado, al menos durante unos meses, a ser los buenos-buenísimos.
Nos referimos, por supuesto, a los laboratorios farmacéuticos.
Durante años, en muchos medios de comunicación y desde determinadas
formaciones políticas (por ejemplo, Podemos) se acusaba a las
compañías del sector de todo tipo de maldades que podríamos resumir
más o menos así: "Sólo se mueven por sus beneficios, no les importa
la salud, juegan con nosotros para aprobar cuanto antes sus
medicamentos..."
En realidad, las empresas y los trabajadores de la industria son los
mismos y se comportaron de igual forma en 2019 que en 2020:
- Beneficios: sí, claro que los buscan. Para empezar, para
recompensar a sus accionistas, que son los que han puesto el dinero
que ha permitido sus investigaciones. Pero también porque los
beneficios son una señal de que están generando valor para sus
clientes. Esto último no siempre se entiende bien, pero es clave: en
el mercado, las empresas hacen cada día miles de apuestas sobre lo
que demanda el público. Y a priori no saben cuáles son buenas
(cuáles generan valor) y cuáles no. ¿Cómo saberlo? Con precios y
beneficios-pérdidas: si los clientes pagan más de lo invertido es
que la apuesta tenía sentido y se ha generado un valor para la
sociedad; si hay números rojos es que se destinaron recursos a algo
que los clientes no valoraron (estaríamos destruyendo valor y
malgastando recursos).
- Incentivos: una vez que asumimos que los beneficios son
importantes, entramos en un terreno conocido, el de los incentivos.
Por supuesto, la expectativa de importantes ganancias es una ayuda
para acometer inversiones que no está claro cómo saldrán. En este
caso, esa expectativa ha funcionado. No hay más que ver la evolución
en Bolsa de muchas de estas compañías. ¿Qué hay de malo?
Por cierto, otra cuestión que hemos aprendido este año: en lo que
respecta a los incentivos y el dinero, no hay muchas diferencias
entre los trabajadores públicos y privados del sector de la salud.
¿Los empleados de las farmacéuticas van a sus laboratorios cada día
sólo por dinero? No. ¿Irían los funcionarios del sistema público al
hospital si no les pagasen su sueldo cada mes? Tampoco. Claro que el
dinero les importa a todos ellos. Y claro que les importan muchas
más cosas. La extrema izquierda habla mucho de conceptos como
"solidaridad"... pero al final, en el fondo de su pensamiento, creen
que lo único que mueve el mundo es el dinero. No sabemos con qué
tipo de gente se juntan. Es obvio que el dinero es importante, pero
también es absurdo pensar que es lo único que nos importa.
- Salud, pruebas, riesgos de los nuevos medicamentos, plazos...:
aquí siempre existe una tensión entre dos objetivos muy valiosos.
Por un lado, tener un medicamento cuanto antes puede salvar vidas;
por el otro, acelerar los procesos de aprobación puede llevarnos al
error y a los temidos efectos secundarios.
Durante años, nos dijeron que los larguísimos procesos -en muchas
ocasiones, de más de una década de duración- desde que se iniciaba
la investigación de un medicamento hasta que se ponía a disposición
del público eran imprescindibles. Llegó la covid-19 y los mismos que
nos decían que acelerar los trámites era jugar con nuestra salud,
ahora denuncian con la misma furia cualquier comentario o duda sobre
las nuevas vacunas.
En realidad, la alternativa era la misma en 2019 que en 2020:
riesgo/beneficio. Y es una alternativa sin una respuesta cerrada.
Retrasar la aprobación definitiva de un medicamento puede hacer que
éste sea más seguro, pero también puede costar vidas, las de los
enfermos no tratados. También es lógico que las farmacéuticas
presionen para sacar los medicamentos al mercado cuanto antes y es
razonable que existan organismos que valoren los pros y contras en
cada caso (otra opción sería un esquema bien definido de seguros e
indemnizaciones por daños, pero escapa al objetivo de este artículo
entrar al fondo de este debate). Y, por supuesto, siempre existe el
riesgo de que estas grandes empresas traten de influir en los
gobiernos para que aprueben una nueva regulación que les beneficie.
En lo que hace referencia a la vacuna, se ha ptiorizado la puesta a
disposición de los pacientes cuanto antes. Y se han hecho estudios
con más participantes que nunca. ¿Riesgos? Siempre los habrá. Pero
la conclusión ha sido que adelantar los plazos merecía la pena,
porque eran más los riesgos de no hacerlo (las muertes por covid-19
que habría habido durante ese período de tiempo) que los posibles
efectos secundarios.
Es una decisión razonable, pero no olvidemos que el esquema es el
mismo con cualquier otro medicamento y que en los demás casos hemos
optado por lo contrario: alargar muchísimo los plazos de aprobación,
como si eso no tuviera contrapartidas. Pues bien, las tiene y
muchas: enfermos no tratados, investigaciones que no se ponen en
marcha porque el laboratorio no quiere enterrar dinero en un
medicamento que quizás tarde 15-20 años en rentabilizar, pequeños
laboratorios que no pueden competir con los grandes por lo costoso
del proceso, nuevos desarrollos tecnológicos paralizados porque los
laboratorios prefieren invertir en lo de siempre...
4- El papel del Estado: aceptemos la visión más pro-estatal. Sin la
ayuda pública no habría sido posible. Es mucho aceptar, pero no
queremos discutir.
Ahora bien, ¿de qué intervención pública hablamos? ¿Se ha montado un
Ministerio de las Vacunas? ¿Se ha puesto a funcionarios a
investigar? ¿Un ministro dirigiendo el proceso? ¿Una decisión
burocrática y centralizada? ¿Una ley previa que decidiera cómo se
iba a hacer? ¡No a todo!
Incluso aquellos que defienden el papel del Estado deben reconocer
que éste se ha limitado a ser un mero financiador. Ha pagado, pero
quienes se han organizado, han decidido, han tomado unas opciones y
no otras, han competido entre sí con diferentes tecnologías... esto
lo han hecho las empresas y organismos independientes
(universidades, organizaciones sin ánimo de lucro, etc). Incluso en
el caso de Moderna, en el que la mayor parte de la financiación ha
sido pública, el desarrollo del producto ha sido muy similar al que
tiene lugar en el mercado cada día con cientos de otros bienes.
En este punto, surge una pregunta muy sencilla y muy lógica: ¿y por
qué no hacer lo mismo con la educación? ¿O con los servicios
sanitarios? O con muchos otros bienes que ahora están en manos de la
burocracia y del aparato estatal. Hace años que desde el campo
liberal se defienden estas alternativas: si aceptamos que es
imprescindible que el Estado financie determinados servicios porque,
si no, el mercado no los proveería... esto no quiere decir que un
Ministerio sea el lugar más indicado para ejecutarlos.
No está nada claro que sea cierto eso de que "el mercado no los
proveería". Pero incluso si lo damos por bueno a efectos
dialécticos, ¿qué justificación hay para no diseñar un esquema en el
que el Estado financia pero es el sector privado el que presta el
servicio? Con las vacunas ha funcionado. ¿Imaginan lo que habría
ocurrido si el ministro se hubiera metido en los laboratorios de
Moderna a explicar a sus investigadores cómo tenían que hacer las
cosas? Pues eso es lo que hacen cada día con decenas de servicios
públicos.
5- ¿Orden y centralización?: la última lección la estamos viendo
ahora mismo. Con las vacunas estamos al principio del fin, pero
queda mucho por delante. Tener la fórmula es un paso pero, si no
eres capaz de llevarla al usuario final, no sirve de mucho. ¿Y qué
se necesita? Transporte refrigerado a bajísimas temperaturas,
logística, utensilios para poner esas vacunas... ¿Quién aporta todo
eso? ¿Qué administración pública ha sido capaz de multiplicar su
producción de jeringuillas para cubrir una demanda que se ha
disparado? ¿Quién coordina a todos esos productores? ¿Quién ha
organizado a tantos actores diferentes para minimizar los problemas
relacionados con cuellos de botella? La respuesta a estas preguntas
es: "Los de siempre, el mercado y los precios".
De hecho, los últimos días hemos escuchado noticias preocupantes:
tanto en la UE como en EEUU hay dudas sobre la capacidad de los
gobiernos para distribuir las vacunas. En parte, parece que lo que
ocurre es que han comprado las dosis... y se han quedado ahí. No se
han preocupado lo suficiente del resto de los pasos. Pero si vas a
vacunar a 47 millones de personas, hay millones de derivadas que
tienes que valorar: desde el flujo de dosis al número de enfermeras
que las pondrán. Además, hay un aspecto clave y que es
potencialmente muy peligroso: mantener las condiciones y la
temperatura a lo largo de toda la cadena.
Las soluciones centralizadas suenan muy bien en el titular: "El
Gobierno organiza..."; "Los plazos serán..." "Los colectivos
afectados son..." Pero no salen tan bien en la práctica. A cambio,
poner a trabajar y a pensar a los miles de participantes del proceso
(empresas de transporte, laboratorios, sanitarios, etc.) tiene el
poder del conocimiento disperso pero coordinado.
En 2020, por ejemplo, hemos visto como se disparaba la
disponibilidad de test (PCR, antígenos) y cómo los laboratorios
privados ofrecían al público, a un precio muy razonable, estas
pruebas. En muy pocas semanas, y habrían sido menos si las trabas
normativas fueran menores, han brotado como setas negocios de los
que no teníamos noticia.
Además, estas soluciones descentralizadas podrían convivir, sin
ningún problema, con las públicas. Sin embargo, con las vacunas, la
opción ha sido centralizarlo todo, no sólo la financiación, sino
también lo que tiene que ver con la distribución. Los gobiernos
quieren que cada ciudadano sienta que les debe su dosis. Las fotos
con los primeros vacunados ya están hechas y el aparato de
propaganda en marcha. Si algo sale mal, nos dirán que no es su culpa
y buscarán un chivo expiatorio. Y es que en el excel del Ministerio,
todos los números cuadraban...
******************* Sección "bilingüe" ***********************
Salud y libertad
Jesús Cacho. vozpopuli
3 Enero 2021
En un mundo tan dado a la hipérbole como el que habitamos, hay quien
sostiene que la epidemia de covid-19 se ha convertido en la partera
del siglo XXI. Primero, por la estremecedora realidad de esos casi 2
millones de personas que se ha llevado por delante en todo el mundo,
pero también por su capacidad para exigir la reclusión entre cuatro
paredes de unos humanos, urgidos a resistir más allá de la norma,
que desde hace siglos se tenían por los reyes del mambo; por la
facilidad con que ha reducido a escombros la imagen de una clase
dirigente que presumía de liderazgo y que ha fracasado a la hora de
combatir la pandemia; y, sobre todo, por su pericia para
desestabilizar la democracia, urgidos los Estados a proteger la
salud a costa de parar la economía, con escaso éxito por cierto, y
sobre todo a costa de un notable deterioro de algunas libertades
fundamentales, por no hablar del daño causado al funcionamiento de
las instituciones, caso de una actividad parlamentaria reducida hoy
a la mínima expresión. El relato ha conocido la más agraz de las
versiones en una España que ha tenido la desgracia de contar con el
Gobierno más incapaz en el peor momento posible.
Los datos están ahí. Camino de los 80.000 muertos (muy por encima de
los más de 50.000 oficialmente reconocidos) causados por la pandemia
y un destrozo económico medido por la variable del déficit público
(entre un 12,5% y un 15%) y una caída del PIB de igual proporción.
Si desde el punto de vista económico España tardará años,
probablemente no antes del final de esta década, en recuperarse de
las consecuencias del desastre, más graves me parecen los efectos
que sobre la moral pública, sobre eso que los ingleses llaman el
'mood' social o la capacidad para convivir en paz con nuestros
semejantes, está surtiendo la acción combinada de la pandemia y la
irresponsable conducta de un Gobierno empeñado en partir la sociedad
en dos mitades irreconciliables, ello con el objetivo puesto en
asegurar su permanencia en el poder. Hablo de la polarización que ha
dividido a los españoles en dos bloques a punto de llegar a las
manos, como en las peores épocas de nuestra historia. Hablo del
frentismo. Del rencor diariamente inoculado a través de los medios y
las redes sociales. Del desprecio al adversario. Del odio al que
piensa distinto. De la crispación. Y de la necesidad de poner freno,
en nombre de la concordia, a esta deriva enloquecida si no queremos
liarnos pronto a garrotazos.
La idea de que la prueba de resistencia (me niego a utilizar la
palabra de moda) que la covid iba a exigir y sigue exigiendo a los
españoles nos iba a hacer más fuertes y sobre todo mejores como
sociedad ha resultado una suprema patochada, una más de las muchas
mentiras con que el aparato de propaganda del sanchismo ha
pretendido comer el tarro a la ciudadanía. No solo no salimos más
fuertes, sino que salimos más débiles en tanto en cuanto más
enfrentados, más polarizados, más divididos, más consumidos por unas
fobias que los españoles de bien creían ya desterradas hace décadas.
Y no es tan responsable la covid como el virus del enfrentamiento
civil esparcido a trote y moche por una buena parte de la izquierda
española. Es el viaje al final de la noche iniciado por el Gobierno
de Rodríguez Zapatero, fielmente continuado ahora por su discípulo
Pedro Sánchez, empeñados ambos en reescribir la historia y dar la
vuelta a los resultados de la Guerra Civil, rechazando ese supremo
acto de perdón colectivo que estuvo en el origen de una Transición
fruto del convencimiento de que ambos bandos, en mayor o menor
medida, fueron culpables de una tragedia que jamás podía volver a
repetirse. De aquello han pasado ya más de ochenta años.
Hace escasas fechas, dos políticos franceses de ideologías tan
dispares como el “eterno gaullista” Henri Guaino, uno de los líderes
de Les Républicains, y el socialista defenestrado Arnaud Montebourg
dialogaban en Le Figaro sobre las reformas a introducir en Francia
una vez vencida la pesadilla de la covid y sobre cómo cerrar las
heridas reabiertas entre izquierda y derecha con la vista puesta en
“unir un país fracturado” (“rassembler un pays fracturé). España
necesita con urgencia restañar las heridas de un país gravemente
fracturado. Sería la primera petición que una sociedad responsable
formularía al año que acaba de comenzar tras dar cerrojazo al
dramático 2020. Acabar con la crispación, terminar con el frentismo,
enterrar el rencor y poner fin a una polarización de la que nada
bueno cabe esperar. El último día del año supimos por el diario El
Mundo que cinco diputados de distintos partidos presentes en el
Congreso -PSOE, PP, Podemos, Cs y Bildu- habían lanzado un vídeo
conjunto felicitando el Año Nuevo y “llamando a la convivencia entre
diferentes y a rebajar la crispación en la política española”. Se
trata, al parecer, de la primera iniciativa pública del grupo que se
está gestando en la Cámara para mejorar las relaciones entre los
distintos partidos. La respuesta estaba servida en el chat que
acompañaba la pieza informativa en cuestión, donde los opinadores de
uno y otro bando se asaeteaban con saña sin el menor rubor.
Acabar con la confrontación
Esa mejora de la convivencia debería empezar, cierto, por una clase
política acostumbrada a utilizar los medios para exculpar sus
errores y achacárselos con malos modos al contrario, en particular
por un Gobierno que, parapetado detrás de un estado de alarma de
nada menos que seis meses, nos obsequió en la última sesión de
control con la proverbial ristra de imprecaciones a una oposición
que intenta justificar su papel de tal. En el penoso y chabacano
espectáculo de garrulismo parlamentario al que sus señorías, a
derecha e izquierda, someten a los españoles en el Congreso de los
Diputados, Sánchez, a quien compete una especial responsabilidad
como presidente, se ha demostrado un consumado maestro en el arte de
vejar al contrario. Mención especial, y para bien, merece en mi
opinión el ministro Illa. Es evidente que aquí siempre hay un roto
para un descosido y que un profesor de filosofía puede valer para
ministro de Sanidad o para obispo de Cuenca, pero es de justicia
reconocer que el nuevo candidato a presidir la Generalidad ha
mostrado siempre un talante dialogante, alejado de los estereotipos
al uso, y un trato respetuoso con quienes diariamente le zaherían
con ardor. Una conducta que en este país dominado por la crispación
me parece del todo encomiable y digna de elogio.
Es ese espíritu de confrontación permanente lo que impide alcanzar
los grandes acuerdos que el país necesita para mejorar la calidad de
nuestra democracia y el nivel de vida de los ciudadanos españoles.
La educación, por ejemplo, que este año recién terminado ha recibido
una patada en la boca de la mano de una inaceptable, por sectaria,
'ley Celaá', una norma que, entre otras desgracias, acaba con el
ascensor social que para los niños inteligentes de familias humildes
suponía una educación basada en la promoción del talento y el
esfuerzo individual. ¿Está España, que acaba de inaugurar su enésima
ley educativa de la democracia, condenada a carecer de un modelo
capaz de servir los intereses colectivos en un mundo crecientemente
competitivo y globalizado? No soy optimista. Nadie puede serlo en un
país gobernado por una coalición dispuesta a arrumbar el sistema
que, con todos sus fallos, incontables, ha proporcionado a este país
paz y bienestar durante décadas, para sustituirlo por un sucedáneo
de peronismo cutre y chavismo atrabiliario, y por un presidente del
Gobierno que conscientemente ha renunciado a serlo de todos los
españoles. Difícil, si no imposible, esperar el milagro de la
reconciliación con estos apóstoles de la mentira, lo cual no impide
que la búsqueda de esa concordia civil sea la primera obligación a
la que tendrán que atender los españoles cuando la pesadilla de este
Gobierno pase a mejor vida.
El mundo desarrollado, incapaz de contener la pandemia, ha sacado a
relucir no lo mejor de la especie, como cabría haber esperado, sino
a menudo lo peor, lo más mezquino, lo más “animal”. El virus ha
polarizado a las sociedades, ha empobrecido a las clases medias y ha
fomentado las pasiones colectivas, retroalimentando la desconfianza
hacia la democracia parlamentaria. Situación tan exigente como
crítica ha venido en España a poner en evidencia una vez más el
fracaso de nuestro modelo de administración territorial, el famoso
Estado autonómico, y a dar alas a las fuerzas que pugnan por la
ruptura de la unidad del Estado, fuerzas que hoy cuentan con un
presidente cautivo en Moncloa. Reconocer que estamos en un tris de
caer en la irrelevancia como país para muchas décadas, incluso tal
vez en la querella civil y desde luego en la pobreza, no es pecar
ahora mismo de alarmista, razón por la cual luchar por la
reconciliación entre españoles es casi un deber moral. Frente a
descripción tan negativa justo es reconocer también que de la
pandemia han brotado flores para la esperanza. La evidencia de que
la globalización ha mostrado una resistencia asombrosa, manteniendo
abiertos los intercambios comerciales y añadiendo a los mismos
nuevas cadenas de valor. La iniciativa privada, a caballo de la
movilización de las grandes farmacéuticas y de la comunidad
científica, ha sido capaz de poner a punto en menos de un año varias
vacunas eficaces a la hora de acabar con la covid-19, una nueva
hazaña a apuntar en la historia de la medicina. Nada está perdido.
Nada está escrito. Una vez más se ha demostrado que el hombre libre
es dueño de su destino. A condición de que tenga arrestos
suficientes para movilizarse en defensa de la paz y la prosperidad
colectiva. Salud y libertad para todos en este 2021.
Laporta se anuncia en el Bernabéu, Illa en la Puerta del Sol y
Sánchez en Telesánchez
Federico Jiménez Losantos Libertad Digital 3 Enero 2021
Lleva el Barça tanto tiempo identificado con el separatismo catalán,
que el separatismo catalán ha acabado identificándose con el Barça y
su campaña permanente contra el Real Madrid, Madrid o, por
extensión, España. Laporta, que vivió días de gloria y champán, nada
de cava, en el Barça de Guardiola, Xavi, Messi y el villarato
arbitral, se presenta de nuevo a las elecciones del club con un
gigantesco cartel frente al Bernabéu. Sólo un acomplejado patológico
o una sociedad gravemente enferma de paranoia pagarían por anunciar
su futuro en tierra ajena para reivindicarse en la suya. Pero como
el Ministerio de Pompas Exteriores Catalanas vive obsesionado con
los éxitos del Real Madrid, para hacer creíble que puede recuperar
los éxitos de ayer, Laporta se anuncia frente a la sala de Trofeos
del Bernabéu.
Illa, un ministro contra Madrid y España
Antes de que Laporta se anunciase en la Castellana como redentor de
la Ciudad Condal, una extraña versión filiforme de Doña Croqueta
llamada, paradójicamente, Salvador, y apellidada, más
razonablemente, con el sufijo despectivo Illa, apareció como
ministro contra Madrid. De la hemeroteca ya no quedan más que
cachitos, la memoria se vende troceada en historietas y pensar en lo
de hace un año es acercarse por la espalda a Nostradamus, así que
nadie recuerda que el nombramiento de Illa ya se presentó en su día
como el rodaje de un posible candidato a la Generalidad o a la
alcaldía de Barcelona, dado que Iceta era por entonces el único
personaje conocido del PSC, y ni solía ganar elecciones ni arrasaba
en las encuestas. Un prospecto. Como Sanidad no tenía competencias
claras, su trabajo era salir en la tele.
Casi nadie lo recordaba como el suplente de Iceta en la gigantesca
manifestación española contra el golpe de Estado del 2017. En su
lugar apareció un tipo con aspecto de cobrador del frac que hubiera
perdido la chistera. Era Illa. A la segunda manifestación, la del
"circo romano" de Borrell, no tuvo más remedio que ir Iceta, y el
espiritado faquir, primo del deshollinador de Mary Poppins, se
esfumó. Imposible competir con el oblongo Iceta, que quiso saltar la
valla rodando a lo Fosbury y casi se mata.
Pero llegó el virus, el estado de alarma y el súbito protagonismo de
Illa, ministro de Sanidad que recuperó todas las competencias del
Estado y con las que no supo qué hacer. Salvo lo único para lo que
estaba preparado: atacar a Madrid, que es la forma de hacer política
en Cataluña desde Pujol.
Por supuesto, en primer lugar, atacó a España, que es lo que para
los nacionalistas catalanes significa atacar a Madrid. Y cabe decir
que nadie en su cargo ha hecho más daño nunca a las vidas y
haciendas de los españoles. Primero, acompañado por un muñeco de
origen rajoyano llamado Simón, negó la posible gravedad del virus
chino. Luego, que pudieran producirse contagios, "si acaso uno o
dos, por el turismo". Después, que pudieran ser mortales o coger
desprevenido a su Ministerio. Porque ya en enero los tres partidos
de la entonces Oposición le preguntaron por sus planes frente a la
covid. Tranquilidad, todo bajo control, dijo Illa, el ministro de
Sanidad.
Una inactividad criminal
Junto al flamante vicepresidente Iglesias, máximo responsable de las
residencias de ancianos, Illa aseguró frente a las insidias de la
Oposición que su ministerio estaba "perfectamente preparado" para
hacer frente al virus, si llegaba, que no llegaría. Lo importante
era preparar el 8 de Marzo. Esa fue la prioridad del Gobierno en
pleno y de su sicariato desinformativo. Mientras todas las cadenas
de televisión, con criminal frivolidad, tomaban a broma la covid-19
o decían que era una treta de la Derecha para sabotear la apoteosis
feminista del 8M, los contagios se multiplicaban y llevaban un mes
largo produciendo víctimas mortales. El nefasto día iban ya
diecisiete.
Pero hasta culminar la apoteosis feminazi o transcomunista del 8M,
el ministro Illa ni informó ni dejó informar sobre la situación
sanitaria en España. Y era demasiado tarde. Se cree que cada día de
retraso en tomar medidas produjo miles de contagios y decenas de
muertes evitables. Pero el dichoso Illa se tiró dos meses sin hacer,
preparar o preocuparse por nada más que salir en televisión, que era
para lo que lo habían hecho ministro.
El protagonismo del mamarracho Simón nos ha hecho olvidar que, como
el payaso serio del circo, el Augusto, frente al clown había un tío
alto, serio y de oscuro que, con voz baja y el estilo
pasivo-agresivo típico del catalanista profesional en Madrid, mentía
como un bellaco sobre lo que pasaba, los que morían y las
iniciativas que desarrollaba su ministerio. Illa adjudicó a
empresarios fulleros cercanos a su partido la compra a toda prisa de
las EPI que había dicho que tenía su Ministerio, cuando no tenía
nada.
Tras dos estafas y un acuerdo oficial con China, igualmente
estafador, dejó en manos de las comunidades autónomas la compra de
material sanitario cuyo uso, en el caso de las mascarillas,
desaconsejó públicamente. Meses después, Illa confesó que lo dijo
porque no tenía mascarillas. Y en vez de ahorcarse o meterse
cartujo, el tío siguió tan fresco, centrando su actividad en agredir
a Madrid escudándose, como Sánchez, en unos "expertos" que, según se
supo después, nunca existieron. Eran un grupo de funcionarios de su
cuerda que inventaron sobre la marcha los argumentos para injuriar a
diario a la presidenta de la Comunidad y al Alcalde de la Villa y
para descalificar la política sanitaria de Madrid como ejemplo de lo
que no se debía hacer. Ni pusieron controles en Barajas, ni hicieron
test masivos ni adoptaron las medidas que habían demostrado su
eficacia en los sitios que las pusieron en marcha. Illa se limitó a
insultar.
Los dos peores crímenes de Illa
Y pasado el verano, tras proclamarse Sánchez salvador de 450.000
vidas y vencedor del virus y después de invitarnos a consumir y
disfrutar, llegó la segunda ola, de la que Madrid fue la primera
víctima, no la única, pero sí la única que había tomado medidas en
previsión de lo que podía pasar. Ahí es donde el candidato a la
Generalidad catalana, como si fuera el candidato a la presidencia
del Barça, se enceló con Madrid. Hasta el punto de que puede
presumir que, por maldad y por la propensión criminal más
desvergonzada de que pueda presumir ningún ministro del ramo, se
atrevió y se enorgulleció, a confinar Madrid, para intentar
humillarlo y arruinarlo.
Hay dos momentos criminales que deberían impedir a Illa seguir en
cualquier cargo público, antes de ser juzgado por prevaricación: el
primero, cuando mantuvo a Madrid, sin ningún argumento, en fase
cero, impidiendo la apertura de bares, restaurantes y demás
infraestructura turística; y el segundo y más ruin, cuando declaró
una especie de estado de alarma sólo contra Madrid, manipulando de
forma desvergonzada con sus "expertos", los datos epidemiológicos de
la Comunidad, cuando realmente era la única que había empezado a
revertir los datos catastróficos de la segunda ola, en buena parte
culpa de la ligereza y frivolidad del infame Gobierno Sánchez.
Hay otras fechorías de Illa, mezcla de vileza y estulticia, pero
esas dos, el asalto desde el Gobierno a la legalidad y a la economía
de Madrid, bastarían para mandarlo a la cárcel en cualquier país
donde rigiera algo parecido al Estado de Derecho. Es el máximo
responsable técnico de los más de 80.000 muertos en España, la peor
gestión sanitaria del mundo. Y, sin embargo, la banda de Sánchez,
como muy acertadamente la describió Albert Rivera, presenta la
candidatura de Illa a la Generalidad de Cataluña porque, según las
encuestas, mejora muchísimo las expectativas del PSC.
¡Infeliz año nuevo!
Lo malo es que puede ser verdad. España ha dejado de exigir una
mínima moralidad en la conducta de sus dirigentes, sobre todo si son
del Gobierno y habitan en la televisión. Sánchez ya no es un
presidente, es Telesánchez, 24 horas de teletienda ideológica. La
candidatura de Illa es el triunfo de la desvergüenza de Sánchez, y
de la Izquierda sobre la Derecha, y también una tristísima muestra
de lo que nos puede reservar este Infeliz Año Nuevo. Porque poca
felicidad cabe esperar de un país en el que la única ley, hecha a
toda prisa y sin el menor debate, pero que, sin duda, todos piensan
cumplir es la de eutanasia.
"El reto nacional para 2021 es recuperar la sanidad, la economía y
la cordura"
Espinosa de los Monteros habla con 'Vozpópuli' sobre el año de la
pandemia y sus expectativas de cara al 14-F. Asegura que los
gobernantes no han sabido responder a la crisis porque, entre otras
causas, el sistema sanitario "está dividido en 17 reinos de taifas"
Marina Alías vozpopuli.es 3 Enero 2021
Iván Espinosa de los Monteros(Madrid, 1971) da la bienvenida al año
dando las gracias por no haber salido peor parado del accidente de
moto que tuvo en una carretera cántabra el pasado mes de agosto.
Todavía le quedan algunas secuelas, pero asegura que hay que
apreciar "todo lo bueno que nos pasa". Incluso en los peores
momentos.
Así lo ha dejado plasmado en Twitter, red social a la que vive
'enganchado'pues se considera "un yonqui de las noticias". Aunque
también le trae algún quebradero de cabeza. El portavoz de Vox en el
Congreso reconoce la existencia de trolls en todo el espectro
político, también en la órbita de Vox. "No razonan, ven a los
partidos como a un equipo de fútbol", sostiene en una entrevista con
Vozpópuli.
Padre de cuatro hijos, Espinosa de los Monteros no da demasiado
pábulo al último estudio del Ministerio de Igualdad, donde se
denuncia el sexismo en el sector de los juguetes. "Hay mas
estulticia en el mundo de los políticos que machismo en el mundo de
los juguetes, en la economía y en España, en general", responde a
este diario.
¿Cuáles son los retos de España para 2021?
El reto común, sin duda, es recuperarnos como nación en lo
sanitario, económico y social. Y recuperar la cordura. Estamos
perdiendo por completo la cordura y nos estamos viendo dirigidos por
un atajo de personas con mucha ideología pero muy poca preparación y
experiencia. No han dirigido ni la comunidad de vecinos y han pasado
de ser profesores no numerarios de la facultad a ser ministros con
demasiada facilidad. Todo esto está generando mucho daño.
Acaba el año de la pandemia y arranca el de las vacunas. Usted es de
los pocos dirigentes de Vox que no se contagió de Covid-19, ¿se va a
vacunar?
En un principio, el número de dosis será limitado y se reservará
para los grupos de riesgo. Yo todavía no me la pondré porque no
tengo prioridad.
¿Y llegado el momento?
Cuando llegue ese momento, que no será en los próximos seis meses,
evaluaré con mejores datos de los que tengo ahora.
La campaña de vacunación se ha convertido en un nuevo campo de
batalla política a raíz de la supuesta propaganda del Gobierno.
¿Cree que están siendo unos y otros, oposición incluida,
irresponsables con la población desde el punto de vista sanitario?
No sé muy bien en qué sentido la oposición puede estar siendo
irresponsable. Lo que hemos tenido es una enorme irresponsabilidad
de los gobernantes, tanto del Gobierno central como en las
Comunidades Autónomas. No han estado a la altura.
Tenemos gobiernos de todos los colores políticos y ninguno lo ha
hecho bien, así que quiero creer que no solo se debe a que tenemos
dirigentes muy ineptos, que los hay, sino que también responde a un
sistema sanitario inapropiado para abordar la situación actual y
competir en un mercado global.
Llegado el momento, que no será en los próximos seis meses, evaluaré
con mejores datos de los que tengo ahora si me pongo la vacuna
¿Cuál es la principal debilidad que encuentra en el sistema?
Está fragmentado en 17 reinos de taifas y esto impide que los
gobernantes puedan dar mejores soluciones. Han demostrado una
absoluta falta de coordinación y de respuesta ante la crisis
sanitaria, económica y social.
¿Y cree que centralizar la Sanidad es la panacea para resolver una
crisis con tantas aristas?
No. Lo que creo es que tener una sola respuesta sanitaria al
conjunto de los problemas sanitarios españoles, no solo al del
coronavirus, es una condición necesaria pero no suficiente. No puede
ser la panacea porque, además de tener un sistema unitario, este
debe estar bien gestionado y dotado, adaptado a los tiempos modernos
y mejorar en su colaboración con la medicina privada.
Araceli, la primera vacunada de España, se santiguó y dio las
gracias a Dios para después convertirse en el blanco de algunas
críticas en Twitter. ¿Qué le parecen este tipo de juicios, sobre
todo, hacia las personas mayores?
Muy sintomático de la falta de respeto a las creencias de muchos
españoles. En España se está en un esfuerzo constante de inyectarnos
una sociedad multicultural en la que todo tiene que ser respetado
menos lo nuestro. Menos aquello que supone la identidad milenaria
española.
España es un país cristiano: es un tema cultural y no religioso. Si
hubiera dado las gracias a Alá, hubieran dicho '¡Qué tierna la
abuelita!. Criticar que se santigüe solo demuestra odio hacia uno
mismo porque el origen cultural de un español es cristiano.
¿Quiénes están detrás de ese esfuerzo que menciona?
Todos los políticos progres de todos los partidos que llevan años
intentando desmontar nuestras raíces históricas, culturales e
identitarias de manera activa o pasiva. Y, en especial, el
nacionalismo porque trata de hacer de esto una palanca de ruptura
con España.
Usted es uno de los parlamentarios más asiduos a Twitter, caldo de
cultivo para polémicas de este tipo. ¿Qué es lo que más le gusta de
esta red social y qué dejaría de lado?
Lo que más me gusta es la capacidad de poder tener contacto directo
con partidarios y no partidarios. En muchos casos se establecen
diálogos muy enriquecedores. Es una herramienta muy buena para estar
al día instantáneamente de cualquier noticia y yo soy un poco yonqui
de las noticias. Lo he sido siempre y, ahora, con más motivo.
Lo peor son los trolls y el desprecio por el diálogo y el análisis
crítico. Hay mucha gente de todo el espectro político que no razona
y se toma su partido político como su equipo de fútbol, de una
manera forofa e irracional.
¿Reconoce que también hay 'trolls' entre los partidarios de Vox?
Los hay en todas partes.
El Grupo Parlamentario Vox se ha convertido en uno de los más
activos del Congreso al registrar iniciativas parlamentarias. ¿Qué
recorrido les augura?
Nosotros las presentamos como ejercicio de responsabilidad con el
trabajo que nos han encomendado. Tenemos la función de controlar al
Gobierno como partido de la oposición y también de hacer propuestas.
Aunque el 99% no salgan adelante tienen una doble utilidad. La
primera es defender unas ideas que nadie defiende en el Parlamento.
La segunda es crear un acervo de iniciativas que quedarán
registradas y que formarán parte del núcleo del proyecto cuando
gobernemos.
¿Tienen expectativas de formar parte del Gobierno de España?
Sí. Más pronto que tarde.
A la ofensiva parlamentaria, se suma otra judicial. ¿Cuáles son los
frentes más importantes para usted?
Hemos presentado once recursos de inconstitucionalidad y hemos
anunciado dos más. Todos son importantes, como lo fue la causa del
procés, pero destaco el relativo a la ley de la eutanasia. Esta ley
es un ataque a la vida de muchas personas, especialmente de nuestros
mayores.
Se genera una cultura de presión hacia las personas que dejan de ser
útiles desde el punto de vista productivo, como si fuesen un
estorbo. Esto no se señala en ningún punto del articulado, pero es
la consecuencia práctica que hemos visto en otros países.
¿Teme que los jueces traduzcan ese aluvión de recursos en
incapacidad para resolver los asuntos en el Parlamento?
El Tribunal Constitucional es un órgano al que no se llega
fácilmente. Está para lo que está. Que haya un partido político que,
con más de 50 diputados, presente más recursos que otros y que haya
estimulado a hacerlo a los demás no debería sorprender a nadie.
Lo raro es que no se haya hecho en el pasado. No tiene que ver con
incapacidad política, sino con el rodillo que están imponiendo, a
nuestro juicio, de manera inconstitucional. La pregunta es más bien
cómo es posible que el TC se permita estar 10 años sin resolver
algunas causas como la del aborto. O, ahora, con las prórrogas del
estado de alarma.
Presentar recursos ante el TC no tiene que ver con incapacidad
política, sino con el rodillo que se impone, a nuestro juicio,
inconstitucional
Hablando de otras denuncias, acaba de ser archivada una contra usted
por decir que "un extranjero es tres veces más propenso a violar que
un español". La jueza ve "absolutamente desafortunada" la expresión,
pero descarta el delito de odio. ¿Mantiene la frase?
Fue en noviembre de 2019. Yo estaba siendo entrevistado en la
televisión y me preguntaron si no me parecía peligroso dar unos
datos que dio Abascal cuando los extranjeros solo generaban el 30%
de las violaciones.
El tema ya pasó de los delitos en manada a los que se refirió
Abascal a las violaciones en general. Y me limité a explicar que si
el 10% de la población comete el 30% de los delitos de esa
naturaleza significa que lo cometen tres veces más de lo que cabe
esperar por su tamaño de población. Es una cuestión de estadística.
No es una opinión, es un dato matemático.
No puede ser odioso dividir 30 entre diez. Por otro lado, la jueza
no ha dicho que "la política antiinmigración de Vox" sea "odiosa"
como titula 'El País'. Para empezar, Vox no va en contra de la
inmigración, sino de la inmigración ilegal.
Vox lleva meses refiriéndose a 'El País' como 'Lo País'. ¿Qué
quieren expresar?
'El País' es un medio que tuvo un enorme prestigio. Siempre fue un
medio de izquierdas, pero era un buen medio. En Economía,
Internacional y Cultura destacaba mucho, tenía a gente muy buena y
una visión muy certera de todo lo que pasaba por el mundo.
Pero la crisis de los medios de comunicación ha provocado que
algunos hayan perdido su credibilidad y se hayan convertido en
panfletos reaccionarios desconectados de la realidad. Ya no se
distingue de un blog de un chaval de segundo curso de Política o de
lo que dice una influencer en Instagram. Eso es lo que viene a decir
ese apodo: que ha perdido credibilidad.
Ha comparado la labor de algunos medios con las prácticas de
Goebbels…
Claro, porque repiten una mentira mil veces hasta que parece que es
verdad. Además ya mienten con cosas absurdas.
¿Y le parece una práctica democrática vetar a periodistas y
señalarles públicamente? Las asociaciones de periodistas lo han
denunciado…
Yo pensaba que tenían algún prestigio hasta que empezamos a ver cómo
funcionaban. Presentamos no menos de una docena de denuncias sobre
mentiras publicadas sobre nosotros. No eras errores, ni críticas, ni
opiniones, eran falsedades.
No hubo reacción y, al contrario, cada mínima denuncia de un
periodista contra cualquier cosa que hiciéramos nosotros, enseguida
sacaban el comunicado. En teoría, están para velar por el
cumplimiento de las buenas prácticas.
Insisto, ¿justifica los vetos a periodistas y medios en función de
lo que Vox considera que son mentiras?
Yo no era partidario de vetar a nadie. No tenemos un solo medio que
nos trate bien, ninguno. Ni lo pido. Tampoco nos hace falta. Lo que
sí pido es que nos traten exactamente igual que a los demás, con
críticas incluidas, pero igual que a los demás. Si tú no nos vas a
tratar como a los demás partidos y lo afirmas así en un editorial,
yo tampoco te voy a tratar a ti como a los demás medios.
Es absolutamente democrático. Dicho esto, Vox tiene menos cobertura
mediática que ningún otro grupo en las ruedas de prensa tras las
juntas de portavoces. Van menos periodistas y muchas veces no hay
preguntas. ¿Es eso democrático? En esta profesión a veces veis la
paja en el ojo ajeno y no veis la viga en el propio...
Le vimos emocionado con Ignacio Garriga durante el debate de la
moción de censura contra Pedro Sánchez. ¿Qué representa para usted
su candidatura a la presidencia de la Generalitat?
Representa un halo de esperanza en una región en la que los
constitucionalistas de cualquier signo político han sido abandonados
y dejados a su suerte. Hace décadas hubo un atisbo de esperanza con
Vidal-Quadras, pero el PP ha ido cambiando de candidatos
constantemente.
Después surgió Ciudadanos, llenó de esperanza a mucha gente y tuvo
una actuación brillante. Pero su líder decidió dar el salto a la
política nacional y dejar tirados a sus votantes. Se quedó Inés
Arrimadas y logró ganar las elecciones. Otro momento ilusionante,
pero ni se presentó como candidata, ni intentó formar gobierno. De
nuevo, otro abandono.
Frente a esto, Garriga significa el compromiso y la esperanza. Es
una persona joven pero experimentada como diputado. Tiene su vida
invertida en Cataluña y no va abandonar.
Usted mismo pronunció palabras en catalán desde la tribuna de
oradores del Congreso y hace poco se presentó en Barcelona con una
señera en la mascarilla. ¿A qué responde este giro?
No hay ningún giro. Yo siempre he hablado algo de catalán. No tiene
nada de particular. Las banderas constitucionales de cada región son
perfectamente legítimas, unas más que otras, pero las históricas con
motivo.
¿Pero están potenciando más los símbolos autonómicos en Cataluña que
en otras regiones como Galicia y País Vasco, donde hubo elecciones
recientemente?
No son símbolos autonómicos. Son símbolos regionales. La bandera
catalana, que es la bandera de Aragón, tiene cientos de años,
mientras que la comunidad autónoma solo unos pocos. El respeto por
la cultura, la tradición, la literatura, el idioma y las costumbres
regionales no tiene nada que ver con el sistema administrativo de
gobierno, que es un invento de anteayer y no tiene nada de
histórico. Pero igual que la Comunidad de Madrid y su bandera. Es
otro invento sin fundamento histórico.
El respeto por la cultura, el idioma y las costumbres regionales no
tiene nada que ver con el sistema administrativo de gobierno
Las encuestas pronostican buenos resultados para Vox en las
elecciones catalanas, ¿sigue sin confiar en ellas?
No confiamos mucho. Pero sí confiamos mucho en otros dos
indicadores. El primero es objetivo: el número de afiliados. Cuando
crece, suele ir acompañado de un crecimiento del número de votantes.
Esto falla muy poco y en Cataluña está creciendo sustancialmente.
El segundo es el trato en la calle. Es algo subjetivo, pero ahora
mismo vemos cómo en Cataluña se ha pasado de ignorarnos a darnos las
gracias y a animarnos en las calles. Mucha gente se atreve a
acercarse y esto no era así al principio.
¿Le gustaría fichar a Cayetana Álvarez de Toledo en Cataluña?
Álvarez de Toledo está muy bien donde está porque en el Partido
Popular hace falta alguien que diga las cosas que muchos de sus
votantes piensan pero ninguno de sus dirigentes dicen. Con ella hay
una coincidencia en la valentía de decir las cosas y hacer frente al
nacionalismo y a la izquierda. Pero también hay muchas diferencias.
Es una diputada que, dentro del PP, dice las cosas. Nosotros somos
52.
Salvador Illa será candidato del PSC y Lorena Roldán se pasa al PP.
¿Prepara Vox alguna incorporación de cara al 14F?
No. Nuestro candidato es Ignacio Garriga y lo que tenemos son
docenas de personas muy cualificadas en distintos ámbitos que nos
asesoran desde fuera con propuestas. Hay mucha gente partidaria de
Vox, entre ellos, abogados, juristas, inspectores y otros altos
cargos del estado, que no pueden ni deben significarse. El día que
gobernemos podremos tirar de este nutrido banquillo y esto nos da
tranquilidad. Quizá tendremos el mejor Ejecutivo de la historia de
España en cuanto a cualificación técnica.
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