Con datos, por favor: La gran mentira de la
recuperación económica de Sánchez
Cynthia Díaz Nobile okdiario 8 Enero 2021
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, asegura que 2021 será «el
año de la gran recuperación» a pesar de que todos los principales
indicadores económicos dibujan una realidad económica bien distinta
a la proyectada por el líder del Ejecutivo. Y esa es, precisamente,
la gran mentira de la recuperación económica de Sánchez.
El pasado mes de mayo, el presidente del Gobierno comparecía ante
los españoles para dar a conocer los devastadores efectos económicos
que iba a afrontar el país a consecuencia de la pandemia del
coronavirus. Aquel día, Sánchez afirmó que «España vivirá una
recuperación en v» y ésta «se iniciará en el último trimestre de
este año». Pues bien, una vez finalizado el 2020, la recuperación
económica brilla por su ausencia.
Lo cierto es que el Gobierno socialcomunista no pierde la esperanza,
ni el optimismo. Con los datos en la mano, todos los indicadores de
crecimiento, todos, dibujan una realidad bien distinta a la
proyectada por el líder del Ejecutivo.
Paro
Uno de los efectos más devastadores que trajo consigo la pandemia
del coronavirus es el desempleo. En febrero de 2020 la cifra total
de parados se situaba en 3.246.047. Nueve meses después, cuando el
Sánchez asegura que 2021 será «el año de la gran recuperación», la
cifra se ha disparado a los 3.888.137 desempleados.
La subida del paro en 2020, motivada por la crisis del coronavirus,
ha roto con siete años de bajadas del desempleo y el peor dato que
se registra desde 2009.
Deuda
En el mes de febrero la deuda pública subió en 5.890 millones, hasta
alcanzar el 96,3% del Producto Interior Bruto (PIB). Con los datos
de septiembre- últimos datos disponibles-, la deuda de las
administraciones públicas se incrementó en 9.703 millones de euros,
hasta lograr un nuevo máximo histórico de 1,3 billones, lo que
supone el 114,1% del PIB.
Destrucción de empresas
El 2020 se ha llevado por delante, nada menos que 98.925 empresas.
No obstante, la destrucción del tejido empresarial español no se
inició con el coronavirus. Basta con remontarse a junio de 2018,
cuando Pedro Sánchez llegó al poder. Desde entonces hasta los
primeros días de marzo cuando el líder del Ejecutivo decretó el
estado de alarma, cerca de 25.000 empresas se han visto obligadas a
echar el cierre en España.
Previsión de crecimiento
En el mes de febrero, el ministerio de Economía estimaba un alza del
PIB entorno del 1,5% o el 1,6%. Sin embargo, en noviembre el PIB
experimentó un desplome histórico del 11,1%.
El virus son ellos
Rafael Bardají https://gaceta.es 8 Enero 2021
Les había pedido a sus majestades los Reyes Magos que me trajeran el
año que me han hecho perder, no el virus, sino nuestros gobernantes
que, lejos de reaccionar a la pandemia con rigor, efectividad y
mesura, eligieron improvisar, encerrarnos a todos, acusarnos de
irresponsabilidad y abandonarnos criminalmente a nuestra suerte.
Porque de ninguna otra manera puede calificarse una actuación que se
jacta de haber impuesto las medidas más rigurosas de todo el planeta
y encabezar el penoso ranking de muertes por millón de habitantes,
de sanitarios contagiados, de falta de recursos básicos y, ahora, de
carencia de un plan de vacunación que no esté motivado más que para
ganancias electorales.
Hay quien desea olvidar cuanto antes el 2020. Craso error. El año
pasado debe ser inolvidable, un antes y un después en nuestra
memoria individual, familiar y colectiva porque lo que han hecho -y
como lo han hecho- con todos nosotros no se puede olvidar. No se
debe olvidar para que no dejemos que se reputa nunca más. Si pasamos
página y llevamos estos meses al baúl de los olvidos, estaremos
dando un cheque en blanco a nuestros dirigentes para que sigan con
sus mismas decisiones definiendo a su antojo lo que es una
emergencia nacional.
Se habla mucho de los fallecidos que el gobierno de Pedro y Pablo se
niegan a admitir a pesar de las muchas instancias oficiales que les
desacreditan. Pero se habla mucho menos de cómo dejaron morir a
todos esos pobres desgraciados, solo, aislados, impedidos de recibir
el cariño de los suyos. Uno tras otro, todos los días, mes tras mes.
Y con sus restos, muchas veces, vagando de sitio en sitio, perdidos.
No solo ha sido el gobierno socialcomunista un ejecutivo enterrador,
ha sido esencialmente inhumano. Pero es que la izquierda siempre ha
sido así, el enemigo número uno de la persona, de sus valores y de
su alma.
Un gobierno que sólo tiene prisa para acabar con la educación
religiosa y para aprobar la ley de la eutanasia, pero que no
moviliza los recursos del Estado para acelerar una campaña de
vacunación de la que venían presumiendo y que les ha servido durante
meses para tener a los españoles esperanzados, dice mucho de sus
prioridades. No podemos hacernos ilusiones, el año que acaba de
empezar, el 2021, no va a ser mejor que el que hemos despedido. Que
el gobierno esté dispuesto a usar las vacunas como un arma política
a favor de sus socios y en contra de la oposición no augura nada
bueno.
¿Cómo hemos podido llegar hasta esta lamentable situación? ¿Se puede
caer aún más bajo? Se puede porque España está infectada de un virus
para el que no hay vacuna: la sed de venganza de la izquierda, la
corrupción de las instituciones y el pesebrismo de los políticos.
Sólo con educación, civismo e identidad nacional, el sentimiento de
compartir un espacio, una cultura, una historia y un proyecto de
futuro podría nuestra querida España curarse. Por eso el actual
gobierno ataca todo lo que tiene que ver con su sanación. Del
Parlamento a la Corona, pasando por una judicatura independiente y
una prensa libre. Podremos criticar de Israel cuantas políticas
queramos, pero es una envida que en menos de dos semanas estén
rozando el 20% de su población vacunada. Porque allí sus dirigentes,
sean de izquierda o conservadores, tienen una cosa muy clara: su
principal responsabilidad es mantener a su pueblo sano y salvo.
Aquí, por contra, el Estado sólo nos quiere para exprimirnos con
impuestos y poder pagar los privilegios de la clase política y los
lujos de los inmigrantes ilegales. España, si, está muy enferma,
pero no de coronavirus. El verdadero virus mortal son ellos,
nuestros gobernantes.
El caos de nunca acabar
Juan Pablo Colmenarejo vozpopuli.es 8 Enero 2021
Ni el mando único, ni las 17 velocidades autonómicas, ni nada que se
le parezca a ese artefacto que La Moncloa llama “cogobernanza del
Estado compuesto”. España no funciona ni llegando a un acuerdo, que
tampoco es el caso. Nos estamos tragando las olas de la epidemia una
detrás de otra. La primera fue negada, la segunda olvidada y la
tercera se mezcla con el desastre nacional de una campaña de
vacunación inexistente. Por mucho que se relea la Constitución no se
encuentra la definición de España como “Estado compuesto”, sino la
evidente suma de las personas que forman la soberanía nacional de la
que emanan los poderes del Estado.
El reconocimiento de la autonomía de nacionalidades y regiones se ha
interpretado como la negación del todo del que forman parte. La
legalidad constitucional ha sido desarrollada por el Tribunal
Constitucional con decenas de sentencias que han llevado al sistema
a un colapso que la pandemia ha dejado de nuevo al descubierto.
Nadie ha querido aprender la lección de la crisis del euro, que dejó
como herencia el hundimiento de la mitad del sistema financiero
español. Las cajas de ahorro, controladas por miles de cargos
políticos nombrados a dedo, sin tener en cuenta su origen o
cualificación profesional, formaron el brazo financiero de los
gobiernos autonómicos. Unos juguetes muy caros, todavía sin pagar.
Los políticos autonómicos, amparados por sus dirigentes nacionales,
hicieron tambalear el conjunto del sistema financiero español. Hay
escenas memorables de enfrentamientos tribales dentro del mismo
partido por el control de una caja. No eran bancos ni tenían
accionistas, pero servían para colocar a los amigos o desplazar a
los adversarios a un lugar confortable donde dejaran de molestar.
Sistema fallido
El rescate a la banca no fue para el sector privado, sino el
público; mejor dicho, al sector partidista del sistema financiero.
No es cierto que se ayudara a la banca con el rescate que el
Gobierno de Rajoy pidió el 9 de junio de 2012. Se sacó del fango a
cajas de ahorro controladas por las autonomías, arruinadas tanto por
la izquierda como por la derecha, nacionalistas e independentistas
incluidos. Los 42.000 millones del rescate sirvieron para que los
clientes de esas entidades tuvieran dinero en sus cuentas corrientes
tras las fechorías cometidas por militantes de partidos políticos
metidos a banqueros. Antes de la crisis del euro se les veía como
poderosos e intocables. Pero no era verdad, sino otra realidad
virtual propia de un país que no tiene por costumbre mirarse al
espejo, salvo cuando se rompe.
Las cajas de ahorro formaban parte de un sistema autonómico en el
que cada parte actúa por su cuenta. Ya no se puede volver a meter la
pasta de dientes dentro de mismo tubo, pero algo habrá que hacer y
no vale dejarlo pasar de nuevo y echarle la culpa a la pandemia en
la presente ocasión. El sistema autonómico ha resultado fallido con
la inestimable colaboración de la vaciada Administración General del
Estado, incapaz, por ejemplo, de comprar mascarillas en el mercado
internacional al carecer del personal cualificado para dicho empeño.
En la primera ola del virus, el Gobierno de Sánchez negó la realidad
y cuando quiso reaccionar ni sabía como hacerlo, ya que el
Ministerio de Sanidad no es más que un gabinete de estudios y
programas dirigido por el señor Simón. Como gato escaldado, Sánchez
huyó de la quema traspasando la respuesta de un problema global a
instituciones regionales que solo sirven para cerrar bares, llamar
irresponsables a los ciudadanos, imponer normas que arruinan el
tejido productivo y recortan las libertades individuales como si
nada. Por si faltaba algo, los gobiernos regionales han empezado a
almacenar vacunas para tener reservas de seguridad confirmando que
en España ya no hay ciudadanos libres e iguales, sino habitantes de
territorios fronterizos entre sí. Un sálvese quien pueda secular.
El descontrol organizativo con la vacunación se suma al caos
autonómico de nunca acabar. No había un plan. Solo una caja y su
pegatina del Gobierno de España. La ruptura de la unidad de mercado
en 17 autonomías no solo es un problema que preocupe a la Unión
Europea, lastra el crecimiento y eleva fronteras en un territorio
supranacional que las suprime, sino una disfunción crónica que la
pandemia ha puesto al descubierto, una vez más, cuando se trata de
responder con eficacia en la gestión a un problema de España. Si la
crisis del euro se llevó por delante el control autonómico de las
cajas de ahorro, en este caso debería ocurrir otra rectificación,
reorganizando las competencias sanitarias, para que España no sea
todavía un país más pequeño dentro de una pandemia mundial. No
obstante, habrá que abandonar toda esperanza.
Ni el actual PSOE, con su variante sanchista enamorada del
independentismo regional, ni el PP fragmentado en 17 trozos, ni
Ciudadanos, que ha olvidado sus orígenes en cuanto ha tocado poder
regional, ni tampoco Vox, que desde que tienen escaños autonómicos
rugen con la boca pequeña, van a ser capaces de admitir la realidad
y lo que se viene encima con la crisis económica y social. Mientras
tanto, los independentistas catalanes, vascos y gallegos, por un
lado, y el vicepresidente Iglesias, por el otro, aprovechan el caos
autonómico y el Estado vaciado para desmontar lo que queda,
especialmente los primeros cuatro artículos de la Constitución. Si
se agrietan los cimientos, ya se sabe lo que pasa después.
De aquella violencia izquierdista, estos
lodos
Editorial https://gaceta.es
8 Enero 2021
El pasado 22 de noviembre, grupos izquierdistas asaltaron e
incendiaron el Congreso de Guatemala de mayoría derechista. No hubo
entonces reacciones escandalizadas de los gobiernos progresistas del
mundo. No hubo trinos indignados reclamando respeto a la democracia
ni se acusó a los asaltantes de golpistas. Los medios subvencionados
pasaron de puntillas por el asunto y las voces pagadas por la nueva
y destructiva internacional socialista reunida en torno al Grupo de
Puebla exigió a un Gobierno electo por amplia mayoría como el
guatemalteco que escuchara la voz del pueblo.
Ayer, 6 de enero, una turba de indignados trumpistas —entre los que
ya se han detectado infiltrados antifa— asaltó de manera increíble
el Capitolio en Washington. Las reacciones que le sucedieron a unos
hechos objetivamente irresponsables, inútiles y dramáticos para
aclarar el más que evidente desastre para la confianza de los
electores —de los que van a ser gobernados— por lo que ocurrió en
aquella noche electoral del 3 de noviembre, son otra constatación de
que a la izquierda no le importa el qué, sino el quién.
El qué es la violencia. Una violencia que cuando es la izquierda la
que la jalea, promueve y ampara desde el poder, «es la manifestación
de la voluntad de un pueblo en defensa de sus derechos». El 99 por
ciento de los actos violentos políticos ocurridos durante el año
pasado en toda la Iberosfera (Perú, Chile, Bolivia, Guatemala,
Estados Unidos…) son responsabilidad de esa izquierda amoral que
cuenta con la complicidad de los medios de comunicación
subvencionados que disculpan a los violentos como actores necesarios
que buscan corregir —incluso disculpando la posibilidad de que haya
una sobrecorrección— inventados y disparatados sistemas de opresión
como el racismo o el heteropatriarcado.
Ayer, Estados Unidos estaba ante su última oportunidad de aclarar
por la vía legal la multitud de sospechas de fraude electoral que se
acumula sin que la Corte Suprema haya tenido el coraje de ordenar
una investigación federal. Durante los próximos cuatro años, el
presidente Joe Biden gobernará a media nación (70 por ciento de
votantes republicanos y 30 por ciento de demócratas según las
encuestas) que considera que la elección ha sido fraudulenta. El
descrédito de las instituciones y, sobre todo, la percepción de que
se ha roto la cadena de custodia de la voluntad de los electores,
son cargas terribles para la primera democracia del mundo, la que un
día fue la tierra de los hombres libres y que hoy vive ya encadenada
a políticas identitarias izquierdistas y la violencia que generan.
De esa violencia, los lodos de ayer. Y los que vendrán.
Lamentable espectáculo en los EE.UU.
Julio Ariza https://rebelionenlagranja.com 8 Enero 2021
Una vez hemos confirmado esta noche que el ser humano hace las
mismas tonterías en todas partes del mundo es preciso realizar un
breve resumen de urgencia de lo visto oído y vivido en Washington DC
el día 6 de enero de 2021.
Durante dos meses hemos intentado explicar en rebelionenlagrnaja, en
Torotv y a través de telegram todo lo que se ha podido conocer sobre
un gran fraude electoral en una serie de estados clave durante las
últimas elecciones norteamericanas. Papeletas desaparecidas,
aparición de voto masivo de última hora en favor de Biden, voto por
correo irregular, sistema informático de dudosa neutralidad,
cuestionable papel de los administradores e interventores
electorales, etc, Un escándalo democrático que parecía inconcebible
que se pudiera producir en la primera democracia del mundo.
Decenas de personajes relevantes de la vida política y periodística
norteamericana han denunciado ese fraude y han respaldado al
presidente Donald Trump en esa denuncia, comenzando por su propio
vicepresidente Michael Pence.
Durante ese mismo periodo los grandes medios americanos han
silenciado las denuncias de los seguidores y cercanos a Donald
Trump. No digamos el papel de los medios europeos, plegados a una
sola y uniforme versión de los hechos, la de los partidarios de
Biden y del establishment globalista.
Sin embargo, según las encuestas ,una gran parte de la población
americana, por encima del 70 % ,está convencida de que en las
elecciones hubo un fraude clarísimo. Trump sigue teniendo 86
millones de seguidores en twitter.
La imposibilidad de que un juez, un periodista, o un legislador,
diera una explicación razonable y suficiente sobre esas denuncias de
fraude ha sacudido a una parte importante de los votantes
republicanos y los ha encolerizado. Puede decirse sin miedo a error
que los 76 millones de norteamericanos que han votado a Trump tienen
conciencia de que les han arrebatado las elecciones.
Con la convocatoria de esta gran marcha sobre Washington el día 6 de
enero Trump ha mantenido la tensión y la confianza en algún tipo de
salida airosa a todos sus seguidores.
Pero el día ha llegado y la montaña ha parido un ratón. Un desastre.
Trump ha sido incapaz de hacer un discurso con un contenido
suficientemente importante y novedoso como para mantener viva esa
llama y dar un argumento definitivo al conjunto de la población
norteamericana.
Los sicarios habituales de la pluma se han apresurado a dar amplia
cobertura al asalto de juguete del Capitolio sobre el que cabe tener
enormes dudas acerca de su real autoría. Cuando el caos se apodera
de la política el resultado puede ser grotesco.
Calificar de golpe de estado lo que hemos visto en las imágenes del
día de ayer solo puede describirse como una tremenda idiotez. Creo
que el general al mando de la guardia nacional todavía se está
tirando por el suelo de la risa.
Lo que de verdad se ventilaba en estas elecciones, que era la
atribución de un auténtico poder a un pueblo bien formado e
informado, un modelo de hombre y de sociedad anclado en el derecho
natural y el respeto a la tradición y a la historia, ha quedado
malbaratado y opacado por la ineptitud de unos personajes que están
causando un verdadero deterioro a la causa de la libertad.
Si tengo que elegir una sola palabra, la palabra es LAMENTABLE.
Ayer asediaban el Congreso, hoy son los
grandes defensores del Capitolio
EDITORIAL Libertad Digital 8 Enero 2021
Sería hasta gracioso si no resultase tan grotesco y, sobre todo, si
esos liberticidas no estuviesen en el poder.
Es lógico que las escenas que se vivieron este miércoles en el
Capitolio de Washington provoquen una conmoción notable en Estados
Unidos, que ha sentido la vulnerabilidad de su propio sistema al ver
indefenso uno de sus centros de poder y uno de los grandes símbolos
de la democracia, en una jornada que no se puede calificar sino de
aciaga.
Lo cierto, no obstante, es que el asalto al Capitolio solo es un
paso más en una larguísima serie de situaciones en las que las
fuerzas de seguridad no han sabido o no han querido imponer el
orden, algo que no solamente ocurre en EEUU –aunque allí lo hemos
visto con especial intensidad el pasado año gracias a los disturbios
del Black Lives Matter–, sino que también pasa en Europa y,
singularmente, en España. Lo cierto es que a un lado y otro del
Atlántico ha cundido, y con razón, la sensación de que ser parte de
una masa iracunda garantiza la impunidad, se haga lo que se haga. Y
eso es, sobre todo, lo que acaba llevándonos a episodios como el de
este miércoles.
Tampoco conviene eludir la responsabilidad de Trump en lo ocurrido:
la manifestación que convocó era una enorme irresponsabilidad, tal y
como se ha podido comprobar, como irresponsable ha sido el
comportamiento del presidente en las últimas semanas, alentado a sus
seguidores con promesas que ha sido incapaz de cumplir y generando,
a la postre, mayor frustración y mayor enfrentamiento.
Sin embargo, llama poderosamente la atención la ola de fervor
proamericano y exquisito respeto institucional que se ha levantado
en España, especialmente entre aquellos que durante toda su vida han
lucido un antiamericanismo a prueba de hechos y por los que han
promovido en España acciones muy similares al asalto al Capitolio.
Porque España es, por poner sólo unos ejemplos, el país en el que se
ha rodeado el Congreso, se ha asaltado el Parlamento de Cataluña y
se han organizado manifestaciones para tratar de impedir el
nombramiento de un presidente democráticamente elegido en Andalucía.
España es también el país en el que unos golpistas han tratado de
subvertir la legalidad desde el poder planteando una ruptura del
sistema constitucional vigente y de la propia unidad nacional. Y,
muy especialmente, España es el país en el que los mismos que
planearon el golpe y trataron de ejecutarlo ahora son socios del
Gobierno y, sin renunciar a una sola de sus pretensiones ilegales,
deciden la dirección de la política nacional con el apoyo y la
complacencia de los dos partidos que forman el Ejecutivo.
En resumen, los que han dado el golpe de Estado en Cataluña critican
la algarada en Washington como si hubieran entrado los Marines en el
Capitolio en lugar de una banda de impresentables; mientras los que
animaban a rodear el Congreso quieren ahora destacarse en la defensa
de la sede de la soberanía popular en Estados Unidos. Sería hasta
gracioso si no resultase tan grotesco y, sobre todo, si esos
liberticidas que presumen de demócratas cuando no comandan ellos el
asalto a las instituciones no estuviesen tan cómodamente instalados
en el poder.
Trump devorando el trumpismo
Jorge Soley Libertad Digital 8 Enero 2021
Quienes seguimos con atención la vida política estadounidense no nos
vamos a aburrir, y esta constatación no es precisamente una buena
noticia.
Hoy teníamos que estar hablando de otras cosas, de las decisivas
elecciones en Georgia, por ejemplo, pero nuestra mirada,
estupefacta, difícilmente puede alejarse de esas imágenes del asalto
al Capitolio en Washington DC. Imágenes de manifestaciones masivas
primero, de caos absoluto después, con frikis de todo pelaje
campando a sus anchas por el emblemático edificio y haciéndose
selfis mientras ponían sus pies sobre las mesas de los congresistas,
una escena a medio camino entre el saqueo de Roma por los godos y
una de esas películas estudiantiles que siguen el camino iniciado
por Desmadre a la americana a la que se le han añadido unas gotitas
directamente sacadas de Jackass. Porque la foto de los frikis con
cuernos no puede ocultar los cuatro fallecidos durante el asalto al
Capitolio, más propio de una república bananera que de lo que se
supone es una república consolidada e institucionalmente modélica.
Una situación bochornosa que probablemente sea el punto final de una
deriva que se iniciaba el pasado mes de noviembre.
Entonces se vivieron unas elecciones singulares, donde el voto
masivo por correo debido a la pandemia y la extrema polarización que
durante todo el año había provocado estallidos de violencia
auguraban una situación inédita. No había que ser un lince para
prever numerosos casos de fraude electoral (días antes de las
elecciones lo advertíamos aquí), y las anomalías e irregularidades
de las que se han ido teniendo noticia confirmaron la impresión de
que no estábamos ante los más limpios de los comicios. Pero una cosa
es tener esa impresión y otra muy distinta ser capaz de probarlo. Se
trataba, además, no de probar alguna irregularidad puntual, sino un
fraude masivo que deslegitimaba el sistema y tendría que llevar a la
cárcel a la plana mayor del Partido Demócrata. El famoso Kraken, las
pruebas irrefutables que se nos prometían y que no se han podido
aportar.
Hablaba antes de deriva. Porque intentar reunir pruebas de fraude y
luchar por la limpieza de las elecciones no es que sea legítimo,
sino que es muy saludable. Pero cuando no consigues reunir esas
evidencias, cuando el Supremo rechaza tu caso, cuando todas las
puertas se cierran, continuar azuzando a un tigre cada vez más
desbocado es una grave irresponsabilidad. También lo señalábamos
cuando aún las espadas estaban en alto: “No estamos hablando de un
juicio por robar unas galletas en el súper o saltarse un semáforo:
la estabilidad de todo un país está en juego”, y advertíamos de “una
guerra institucional de consecuencias imprevisibles para salvar a
Trump”. Lo que no imaginábamos es que llegaríamos a la locura del
espectáculo al que hemos asistido en el asalto el Capitolio. Y
aunque es cierto que la izquierda ha jaleado sin pudor acciones
violentas cuando se producían bajo el amparo de Black Lives Matter o
de los grupos Antifa, hay que reconocer que el componente simbólico
de la toma del Capitolio es muy superior al de las algaradas
callejeras.
¿En qué momento Trump decide seguir adelante a sabiendas de que no
tiene ninguna probabilidad de éxito fuera del golpe de Estado? No lo
sabemos, aunque sospechamos que el Rubicón se cruzó hace ya
bastantes semanas. Los resultados del 3 de noviembre, a pesar de
todo, trajeron elementos positivos para los republicanos: la ola
azul demócrata se desvaneció, los resultados en el Congreso fueron
buenos, Trump consiguió avances entre las minorías étnicas que
apoyan mayoritariamente a los demócratas. Se podía vislumbrar una
amplia plataforma para un trumpismo sin Trump, integrando las
grandes intuiciones de Trump pero evitando el histrionismo del
personaje, capaz de galvanizar a una amplia base, es cierto, pero
también fuente de viscerales rechazos. Pero quizás eso, un trumpismo
sin Trump era precisamente lo que Trump quería evitar, convencido de
que con su estrategia iba a ser capaz de dar forma a un movimiento
de protesta que, si no le iba a poder mantener en la Casa Blanca,
bien podría llevarle de regreso a ella en cuatro años. Una apuesta
arriesgada, como estamos viendo, y que parece inverosímil, pero que
es probable que Trump, con una elevada visión de sí mismo, no
descarte. De hecho, la deriva que han ido tomando los
acontecimientos dañará irremisiblemente el legado de Trump: sus
éxitos en política exterior, la creación de empleo durante su
mandato, la reindustrialización del país, sus designaciones para el
Tribunal Supremo, todo ello queda en un segundo plano ante la imagen
de un líder cuyos seguidores más fanatizados aparecen ante la
opinión pública como un hatajo peligroso de frikis enloquecidos
capaces de vejar los símbolos más sagrados de la patria que dicen
defender.
Y mientras tanto no hablamos de lo ocurrido en Georgia, donde se
decidía en unas cruciales elecciones quién iba a controlar el
Senado. Los republicanos partían con mejores cartas, pero Trump,
sencillamente, decidió no competir y focalizar todos sus esfuerzos
en sus intentos de darle la vuelta a los resultados de las
presidenciales de noviembre. Las apariciones de Trump en Georgia no
fueron para apoyar a los candidatos republicanos y explicar lo que
ellos iban a hacer por Georgia o por los Estados Unidos, sino que
fueron usadas como plataforma para reclamar su victoria en las
presidenciales y, de paso, amenazar e insultar a quienes, en el
Partido Republicano, no veían con buenos ojos su estrategia, entre
ellos el gobernador de Georgia, Brian Kemp. Ahora los demócratas se
encuentran en una infrecuente tesitura, con la presidencia, el
Congreso y el Senado en sus manos. Van a poder hacer lo que quieran
(y no tendrán la posibilidad de culpar a los republicanos en caso de
fracaso) y el único check que se puede interponer en su camino es el
Tribunal Supremo… que prometieron ampliar para llenarlo de jueces
favorables a las tesis demócratas. Un movimiento que muchos verían
como la quiebra definitiva del statu quo institucional y cuyas
consecuencias son imprevisibles. Biden va a tener en sus manos un
inmenso poder, y por la misma razón, una inmensa responsabilidad.
Los hechos vividos ayer no son una anécdota, como tampoco lo son los
violentos disturbios que asolaron los Estados Unidos a lo largo del
año pasado y a los que los demócratas restaron importancia. Charles
Murray, Robert Putnam, Christopher Caldwell o J. D. Vance, entre
otros, llevan tiempo advirtiendo de lo rota, dividida y enfrentada
que está la sociedad norteamericana, tanto que cada vez resulta más
problemático concebirla como una única comunidad política. Esta
violencia no nace de la nada y tampoco se desvanecerá por arte de
magia, sino que persistirá. Algunos incluso hablan ya de una guerra
civil en el horizonte, y aunque no se puede descartar nada, aciertan
en lo que va a ser el futuro inmediato en las filas republicanas,
abocadas a un conflicto interno que puede acabar con la creación de
un tercer partido. Quienes seguimos con atención la vida política
estadounidense no nos vamos a aburrir, y esta constatación no es
precisamente una buena noticia.
¿De qué nos sorprendemos?
Javier Villamor https://rebelionenlagranja.com 8 Enero 2021
Veo y escucho a muchas personas de distinta índole clamar al cielo
desesperadas por lo ocurrido el 6 de enero en Washington con el
asalto al Capitolio. Unas dicen que es el fin del movimiento
provida, otras que no se puede hacer nada. Igual peco de optimista:
en el caos siempre hay una oportunidad.
Han pasado cuatro años desde que Donald Trump tomase el poder en
Estados Unidos y la esperanza invadió los corazones de millones de
personas en todo el mundo que se rigen por los pilares (más o menos)
de Dios, Patria y Familia. No voy a negar que yo también me vi
arrastrado por ese ímpetu frente a unos años de apabullante
dominancia de una izquierda cada vez más globalista, más violenta y
más dictatorial. Las cosas como son.
Desde hace mucho tiempo veo y siento que todo en este mundo está
atado y bien atado. Que en política nada hay casual y todos los
acontecimientos pasan uno detrás de otro como en cualquier guión de
película. Puede haber algún sobresalto para el espectador, pero todo
sigue su rumbo como el agua sigue el cauce del río. Es la sensación
de estar en una barca de la cual no se tiene el control y al que
tampoco te dejan acceder.
Este impás trumpista me había hecho olvidar esa visión del mundo y
había vuelto a confiar (no sé si esa es la palabra) en un sistema
cuya etiqueta de “democrático” parece más digna del frontispicio
podrido de un edificio abandonado más que de una palabra viva.
Desde las últimas elecciones en nuestro país con Pedro Sánchez y
compañía, y el fraude más que evidente en las de Estados Unidos
(“plandemia” de por medio), me ha venido a la mente la imagen
recurrente de mi abuelo paterno. Dedicaba horas y horas al día a
jugar al ajedrez. Yo, niño ignorante, no entendía cómo alguien era
capaz de pensar en tantas variantes de cada jugada con tal de vencer
a una máquina.
Eso era antes, y ahora entiendo el porqué de esa imagen en mi
cabeza. Como periodista, siempre me ha gustado pensar en la “cara B”
de las cosas: ¿cuál es la motivación de esta o aquella persona?,
¿quién se beneficia?, ¿esta pieza en qué parte del puzle encaja?,
etc. Sin saberlo, he estado jugando constantemente a una partida de
ajedrez informativa en mi cabeza soñando despierto distintas
situaciones con sus agentes involucrados, diversos análisis
conceptuales de las cosas.
Hoy en día, este ejercicio mental y sus conclusiones algunos lo
llaman “teorías conspirativas”; otros, “thinking out of the box”
(pensar fuera de la caja). Sencillamente creo que es una forma de
pensamiento independiente de toda propaganda política o mediática.
Esto te da la tan ansiada independencia como ciudadano. Paz mental,
en definitiva. Me importa un bledo lo que piense la gente de los
razonamientos que tenemos muchos de nosotros, ni qué decir de la
opinión que tengan de nosotros como personas. Por eso me he hecho
esta pregunta estos días con lo acontecido con Donald Trump y
Estados Unidos: ¿de qué nos sorprendemos?
Sabemos que una camarilla de hienas internacionales, muchas de ellas
apátridas, han diseñado nuestra Matrix desde hace décadas, por no
decir siglos. Sabemos que como ciudadanos comunes no tenemos el
poder de cambiar las cosas (lo del chiste de que cambiamos el mundo
con nuestro voto mejor lo dejamos para otro momento), sabemos que
las grandes revoluciones de los últimos tres siglos han sido
promovidas desde altas esferas en su mayoría (guerras civiles en el
Imperio español, revoluciones comunistas, revoluciones sexuales…),
sabemos que las crisis son provocadas para mayores concentraciones
de poder… Entonces, ¿de qué nos sorprendemos?
El Foro Económico Mundial publicó recientemente sus “previsiones”
para el año 2030 entre las que se incluían la pérdida de hegemonía
de Estados Unidos en favor del polo asiático (China, para que nos
entendamos) y el fin de la predominancia de los valores occidentales
(podemos entender esto como la libertad intrínseca del ser humano,
los derechos de todos los ciudadanos, la libertad de expresión…),
Esto que para algunos puede ser una locura, no lo es tanto si vemos
cómo se está actuando desde determinados entes supranacionales. En
los últimos años hemos visto una gran erosión de nuestras libertades
más básicas como las de expresión y pensamiento -todo bajo el
sacrosanto concepto de “delito de odio”-, censura o ridiculización
de ciertas posturas en medios, censura en redes sociales y en los
centros de enseñanza y un largo, larguísimo etcétera.
El mundo está dando pasos hacia una dictadura global dominada por
una serie de empresarios con más empatía por sus cuentas bancarias
que por el bien común de toda la humanidad.
¿De qué nos sorprendemos con la, por ahora, caída de Trump? ¿Nos
servirá esta zancadilla momentánea para entender que no podemos
esperar nada de los sistemas políticos actuales, muchos de ellos
regados de dinero público para comprar la voluntad de propios y
extraños?
Hace tiempo que se perdió el honor y el decoro en la vida pública.
Vivimos en el reino de la mentira, la manipulación constante y la
propaganda. Cada vez que damos un paso hacia adelante en la
comprensión del mundo, los que lo dirigen ya han dado 1.000 en todas
direcciones.
Si seguimos apegados a entender la realidad con nuestros sentidos,
especialmente la vista, nunca llegaremos siquiera a atisbar ni de
lejos toda la complejidad que implica un mundo como el actual:
operaciones psicológicas (psyops en inglés) para programar el
pensamiento mediante trauma, agencias de inteligencia y
contrainteligencia, medios de propaganda y desinformación que te
presentan el mundo como blanco o negro, sistemas educativos
diseñados para adoctrinar y no para enseñar a pensar, guerras
híbridas económicas, tecnológicas… La lista es demasiado larga.
Perdonen ustedes que me lie a explicar todo esto, pero creo
necesario dejarlo muy claro para que entendamos de una vez por todas
que lo que vemos es solo la punta del iceberg de otros
acontecimientos que sacuden nuestra realidad como si del choque de
placas tectónicas se trataran.
No hay nada fortuito en política, por lo tanto, ¿de qué nos
sorprendemos? Dejemos de pensar como ellos quieren que pensemos y
atrevámonos a ver la realidad desde el otro lado del espejo. Nos
llevaremos menos decepciones y sorpresas, podremos anticiparnos a
ciertas jugadas y, sobre todo, podremos pensar con muchísima más
claridad.
Esta es la ventana de oportunidad. No podemos dejar toda una causa
en manos de una persona ni de un solo frente. Mientras millones nos
hemos centrado en Estados Unidos, cientos de operaciones se han
hecho a nuestras espaldas avanzando agendas abortistas como ha
ocurrido en Argentina y se va a intentar en toda Iberoamérica.
Las élites crean constantemente cortinas de humo. Cuando nos dicen
que miremos para un lado, debemos mirar para el otro. Así, espero,
dejaremos de sorprendernos.
******************* Sección "bilingüe" ***********************
Un año de Pedro Sánchez, de largo el peor
presidente de la historia de España
ESdiario 8 Enero 2021
Este Gobierno ha agravado todos los problemas sobrevenidos en un
tiempo terrible y ha generado otros, muy graves, que no existían y
ha inducido de manera irresponsable.
Se cumple un año de la investidura de Pedro Sánchez como presidente
del Gobierno y ni en la peor de las pesadillas el balance hubiera
sido peor. Nada funciona en España y, a los problemas inevitables
como la pandemia, se le han añadido otros irresponsablemente
inducidos por el peor Ejecutivo de la democracia.
Incluso en la crisis sanitaria, motivada por un virus ajeno a la
responsabilidad de cualquier dirigente, su rendimiento ha oscilado
entre la negligencia, el error y el ocultismo.
Primero desechó las incontables alertas internacionales; después
escondió su retraso con un estado de alarma tan prolongado como
ineficaz y, finalmente, se quitó de en medio, dio por vencido al
virus y ha alimentado la tercera ola con su indiferencia absoluta.
La misma que le lleva, aún hoy, a esconder hasta la cifra real de
fallecidos.
Grave crisis institucional
De todo ello se ha derivado una crisis económica sin precedentes,
que va a hipotecar el país tal vez por décadas y se demuestra con la
cadena de estragos en todos los epígrafes: el paro, la deuda y el
déficit están desbocados, a niveles solo superados en el mundo por
Argentina; el cierre de empresas se cuenta ya por decenas de miles y
los remedios anunciados son inútiles o contraproducentes. Porque más
gasto público con dinero europeo y más impuestos solo agravarán el
drama.
Sánchez ha agravado todos los problemas sobrevenidos y ha creado
otros nuevos en la peor gestión desde 1978
A todo eso, se le añade una crisis institucional sin precedentes,
sustentada en una agenda ideológica frentista que divide como nunca
a la sociedad española, resucita fantasmas absurdos del pasado y
excava trincheras donde deberían construirse puentes.
En lugar de entenderse con el PP; Sánchez ha optado por hacerlo con
Podemos, Bildu o ERC; convirtiendo en propia una hoja de ruta
marcada por la fractura, el populismo y el desafío a la
Constitución.
La degradación democrática que supone atacar a la separación de
poderes; poner en discusión el papel de la Corona o avalar las
aspiraciones rupturistas del separatismo completan un cuadro
desolador y retratan la catadura política de un presidente que en el
pasado hipotecó los valores clásicos de su propio partido y, en el
presente, alquila los cimientos del país: entonces fue para llegar y
ahora es para perpetuarse. Y siempre, al precio que sea.
Maldigo el asalto al Capitolio
Hermann Tertsch https://gaceta.es 8 Enero 2021
Es curiosa España. Sabemos que estamos sometidos a una implacable
doble vara de medir. Sabemos que llega al extremo de que por el
mismo hecho unos son castigados y vilipendiados y otros son
premiados y elogiados. Pero una mayoría, al menos de la opinión
publicada, tiene ya tan interiorizada esta perversión, que ni
siquiera se percibe la escandalosa injusticia y la maldad
implícitas.
Hoy tiene mucha actualidad porque los que más se mesan los cabellos
por el asalto al Capitolio en Washington son los que han llamado
incontables veces a rodear y asaltar el Congreso de los Diputados. Y
han aplaudido tomas de parlamentos en el resto del mundo. Nadie
olvida que para los comunistas es un acto fundacional la toma del
despreciable poder burgués.
Pero hipócritas y cínicos no son solo los comunistas de Podemos y
sus colegas etarras y golpistas. También los ultracentristas —hoy
les gusta ya que los llamen socialdemócratas— se escandalizan con un
acto de violencia por parte de partidarios de Trump tras un año de
salvaje violencia izquierdista por todo EEUU que no le molestaba
demasiado, no fuera a decir alguien que defendían a Trump. Así,
bandas ultras del izquierdismo y racismo de Black Lives Matter han
incendiado, saqueado, acosado, aterrorizado ciudades y barrios y
asesinado a inocentes que se resistían. Todo en aras del
progresismo. Era mejor callar, porque al fin y al cabo, a quién le
gusta que le llamen facha o trumpista, que es como franquista pero
viajado.
Sabemos que tenemos un partido en el gobierno, Podemos, cuyo origen
conocido está en la decisión de Hugo Chávez de utilizar a unos
comunistas españoles para montar una cabeza de puente en Europa que
tanto prometía para lograr su ansiada mayor influencia política en
el continente europeo. Y para extender su amplia trama del crimen
transnacional puesta en marcha con el régimen de Irán, dirigida por
entonces por su amigo Ahmadineyad.
Sabemos también que el otro partido del gobierno español, el PSOE,
ha tenido inconfesables relaciones con el régimen venezolano, ahora
acusado por la ONU de crímenes de lesa humanidad. Que van desde las
comisiones por armamento y equipo hasta el colosal saqueo de Pdvsa,
la petrolera venezolana, literalmente esquilmada por la mafia
comunista chavista y sus amigos, muchos socialistas españoles.
Pero resulta que no son ellos los que tienen que explicar sus
vínculos trasatlánticos con criminales y asesinos como esa Delcy
Rodriguez, que tiene prohibida la entrada en la UE, y trae decenas
de maletas de contenido desconocido que desaparecen en Madrid tras
pasar la frontera sin control gracias a la intervención directa y
nocturna del ministro Ábalos. No sabemos cuántas veces ha traído a
Madrid maletas esta Delcy, conocida traficante de cocaína, oro y
divisa. Ni si los socialistas son destinatarios de parte o todas
esas maletas. Ni tampoco sabemos si vienen maletas regularmente para
esos otros íntimos amigos del mayor régimen narcotraficante del
mundo, Podemos.
Resulta que saltan desde los etarras y comunistas, valga la
redundancia, hasta los ultracentristas blanditos del PP a aullar en
conmovedora armonía a pretender que sea Vox quien debe explicarse
sobre el asalto al Capitolio que se atribuye a Donald Trump. Yo no
creo que tenga que hacerlo. Porque Vox tiene tanto que ver con el
asalto al Capitolio como Sánchez con el asesinato de 1.500 jóvenes
iraníes a manos de los policías torturadores amigos de su gobierno.
Pero ante tanto ruido y visto que ya se percibe la consigna del
globalismo socialdemócrata —al que obedecen desde los terroristas a
los casadistas y gamarreños— de utilizar el lamentable suceso del
Capitolio para lanzar un masivo pogromo contra las fuerzas
nacionales y conservadoras en EEUU y en Europa, voy a dejar una
serie de cosas claras desde un punto de vista personal, aprovechando
el margen que me otorga mi condición de independiente en las listas
de Vox. Como desde la plena coincidencia con todo lo expresado por
Vox al respecto.
A los tsunamis de mentiras a los que estamos acostumbrados no
respondo. Pero sí quiero explicar por qué en ningún momento
justifico el asalto al Capitolio. Por mucha y justificada que sea la
ira de quienes se sienten estafados. Que ven cómo es política
progresista oficial la vejación, el desprecio y la destrucción de su
mundo. Y que han sido menospreciados e insultados por los medios
desde 2016. Y el presidente legítimo al que votaron ha sido agredido
durante toda su mandato como nadie nunca en la historia de su país.
La violencia es injustificable y condenable en sí. Pero este asalto
conlleva además un trágico crimen añadido, porque significa una
inmensa catástrofe política para aquellos que, en mi opinión, tienen
la razón y la verdad de su parte. Este asalto solo beneficia a los
enemigos de Trump y de las fuerzas conservadoras y nacionales. Y a
los enemigos de la civilización y de la libertad.
Puede que sean ciertos o no los indicios de la existencia de agentes
provocadores, ciertas son en todo caso las inauditas facilidades de
una protección policial absurda por inexistente ante una jornada de
esas características. Claro está que los seguidores de Trump cayeron
en la trampa fuera propia o ajena y le entregaron la carta final
decisiva de esta partida al enemigo.
Hoy están felices quienes quieren olvidar todo lo sucedido para que
estas elecciones fueran las más sucias desde la guerra civil tras
meses de violencia sistemática de las fuerzas izquierdistas agitadas
si no por Biden sí por Kamala y todos los medios a su disposición
que son prácticamente todos. Meses de incendio, acosos y asesinatos
y terror en ciudades ocupadas, en los que el entorno de la
candidatura de Biden pagaba las fianzas de los criminales violentos
detenidos, asesoraba en las acciones y movilizaba para ese voto por
correo que al final resultó incontrolable.
Todo ello tras cuatro años de invención de casos contra Trump para
tenerlo acosado por los medios de comunicación. Entre ellos la trama
rusa, que hoy se sabe fue una fabricación encargada por el entorno
de Obama y Biden a la progresía de los cuadros dirigentes del FBI y
CIA. Las elites en la administración norteamericana son ya en su
inmensa mayoría esos productos marxistas salidos de las
universidades que ya son el ideal de Gramsci gracias a la
apabullante herencia de la Escuela de Frankfurt. Compañeros de
facultades de los periodistas de unos medios convertidos en
maquinaria de combate contra Trump con censura total a todo lo que
pudiera favorecer al presidente como la corrupción probada de Biden
y su familia.
Mientras se fabricaban casos para atacar a Trump, se ocultaban con
coordinación cuasi soviética en la alianza de medios todas las
informaciones que hubieran ofrecido a los norteamericanos un cuadro
más real y completo del corrupto, calculador, falsario y libidinoso
personaje que es Joe Biden.
Cierto es que es especialmente grave el asalto a la sede del
Capitolio como parlamento que es. Por eso hay que recordar que una
turba violenta ocupó por la fuerza el Senado cuando juraba su cargo
el juez del Supremo nombrado por Trump, Brett Kavanaugh. Los medios
informaron de aquel asalto como una gesta y fiesta feminista en
favor del progresismo y en contra de un juez reaccionario. Cuando
son los progresistas los que planean y llevan a cabo un asalto al
Senado nadie reprocha nada a todo el coro del Partido Demócrata y
los medios que difaman y vejan al juez de forma inconcebible. Cuando
en el tumulto y caos de una gran manifestación y extrema tensión se
produce un asalto desde luego no preparado por los manifestantes, el
culpable es Donald Trump que había pedido manifestación pacífica
hasta el Capitolio.
Trump ha errado mucho en su defensa. No ha sabido cultivar aliados.
Su personalidad reúne todos los rasgos de genialidad que se le
vuelven en contra. Lo cierto es que jamás nadie en la historia se
enfrentó a tamaña alianza de intereses. Nadie jamás ha estado
expuesto a ataques más brutales y violentos de las fuerzas más
poderosas del planeta, empezando por las propias de su país que le
habían jurado lealtad. Al final, la colosal alianza ha ganado y ha
cumplido su objetivo: impedir a toda costa que, decidiera, quisiera
o votara el norteamericano lo que decidiera, quisiera o votara. El
resultado jamás podía ser un nuevo mandato de cuatro años para
Donald Trump.
Una alianza internacional que va desde Bill Gates a Merkel, desde Xi
Jiping a Soros, desde la Disney a Bertelsmann, desde Putin a Twitter
o la Comisión Europea, desde Facebook a Rohaní, desde Amazon a
Maduro, al Papa chavista o a toda la industria del cuento/negocio
climático, ha utilizado todos los medios a su disposición, que son
literalmente todos, para liquidarle porque era el obstáculo más
peligroso para sus planes generales de homogeneización global de
gobierno, trabajo, información, control, producción y conductas. Cae
así el presidente más auténtico que ha tenido EEUU desde luego desde
Ronald Reagan. El que más beneficios efectivos y reales ha logrado
para su gente. Sí, señores, cae con Trump el principal bastión que
tenía el mundo libre para seguir siéndolo.
Por eso no solo condeno el asalto al Capitolio, señores. Por eso lo
deploro. Y lo maldigo. Porque lo planeara quien lo planeara. Lo
iniciaran provocadores o provocados, ha sido el paso decisivo para
el triunfo de la gran alianza contra la libertad frente a un hombre
valiente, libre y visionario. Será difícil que los defensores de la
civilización occidental y de la sagrada libertad, identidad e
individualidad del ser humano encuentren un sustituto pronto para
esta inmensa pérdida.
Pero como dice John Voight, otro gran admirador de Trump, en esta
guerra entre la verdad y la mentira, la ventaja de defender la
verdad está en que, aunque se pierda y se sufra horas, días, años o
décadas, la verdad nunca te traiciona, aunque no vivas para verla
triunfar. Las alianzas de mezquinas conveniencias basadas en la
estafa y la mentira y dirigidas por pequeños miserables hombres de
poder, por poderosas que lleguen a ser, tienen fecha de caducidad.
Adoctrinadores hasta el final
Sergio Fidalgo okdiario 8 Enero 2021
Cuando la portavoz de la Generalitat golpista, Meritxell Budó,
regaló una urna de la consulta ilegal del 1-O para la campaña
benéfica «Ningún niño sin juguete» no hizo más que mostrar, a las
bravas, el ánimo adoctrinador del secesionismo catalán. Budó
consideró que un objeto que representa un golpe de Estado contra la
democracia era digno de un acto solidario infantil, lo que indica el
alto nivel de enfermedad moral del independentismo, que está tan
fanatizado que ya no distingue entre lo conveniente y lo ridículo.
El vídeo que acompañaba la entrega de la «ofrenda» de Budó, que
tenía el «valor añadido» de estar firmada por ella, es, al mismo
tiempo, ridículo y estremecedor. Ridículo porque su discurso es
patético, estremecedor porque la actual portavoz de la Generalitat
está tan fuera de la realidad que da miedo pensar en manos de
quiénes está el porvenir de más de siete millones de catalanes. Por
cierto, la urna significó un nuevo ridículo del separatismo, ya que
el precio final de la subasta fue de 110 euros. Ningún ‘patriota’
quiso pagar por ese símbolo de la ‘libertad’ más de lo que vale una
mariscada para dos en Casa Lolita o Mesón Pepe. Este es el nivel del
secesionismo en Cataluña cuando le toca rascarse el bolsillo y no
tira del dinero de todos los españoles.
Gestos como el anteriormente citado forman parte de la lógica
adoctrinadora del separatismo. Se entregan urnas del 1-O para
campañas infantiles, en las cabalgatas de los Reyes Magos hay
farolillos con lazos amarillos y pancartas de «libertad presos
políticos», en las funciones infantiles navideñas en muchas escuelas
hay símbolos separatistas en el escenario, en centenares de colegios
hay esteladas y pancartas de entidades independentistas con el lema
“la escuela sólo en catalán”, no faltan las actividades infantiles
organizadas por entidades ‘cívicas’ con los ‘presos’
independentistas como lema…
El separatismo basa su fuerza actual en su capacidad de
adoctrinamiento, en su total dominio y control de la escuela pública
y buena parte de la privada; en el control de las universidades
públicas; en su hegemonía en los sindicatos y entidades relacionadas
con la educación. Todo ello ha facilitado que su cosmovisión sea la
que se haya impuesto en buena parte de la sociedad catalana. Dominan
el mundo educativo, lo que significa que dominan el futuro de los
catalanes. Los forman y deforman a su gusto, sólo con la oposición
de un puñado de docentes valientes que son perseguidos y hostigados
por la Generalitat y sus aliados secesionistas mientras muchos
permanecen callados por puro miedo a ser los siguientes en ser
perseguidos.
Recordemos como una ex estrella infantil como Ramon Peris-March se
preguntó en redes sociales si la Unidad Militar de Emergencias que
vino a desinfectar el aeropuerto de El Prat en el momento más álgido
de la pandemia hizo eso realmente, o echó “un contaminante”. Este
independentista radical fue durante años el intérprete más popular
del Club Super3, el club infantil de TV3, y en sus manos estuvo el
entretenimiento de centenares de miles de niños. Este canal infantil
fue la herramienta que creó el pujolismo para «catalanizar», o mejor
dicho “separatizar», a fuego lento a miles y miles de niños
vendiendo las bondades de una Cataluña ajena a España, en la que los
referentes del resto del país son ignorados.
El Club Super3 más que inocular odio a España ha vertido
indiferencia, por lo que muchos jóvenes sólo se sienten catalanes, y
así ha sido más fácil venderles milongas como la de «espíritu del 1
de octubre» o «la República catalana de las libertades frente a la
España dictatorial que no superó el franquismo”. Esos mantras que
repiten buena parte de las nuevas capas de votantes que se suman a
los partidos independentistas los han mamado en TV3, en los
programas de radiofórmula juveniles dominados por empresarios
secesionistas (con frecuencias y ayudas a cargo de la Generalitat),
en buena parte de los movimientos de escoltas y en las aulas.
Hay mucho trabajo por delante, pero lo primero es que el resto de
España, sobre todo los partidos que pueden alternarse en el Gobierno
de la nación, tengan claro que el separatismo adoctrina a los niños,
y que esta práctica ha de ser combatida, democráticamente, sin
descanso. De lo contrario nuestro país acabará destruido.
El PNV pone precio a su poyo a Sánchez:
5.702 millones
OKDIARIO 8 Enero 2021
Si alguien llevado de una supina candidez creía que el PNV no le iba
a pasar a Pedro Sánchez una multimillonaria factura por su apoyo ya
puede caerse del guindo: el lehendakari Urkullu ha reclamado una
doble exigencia al Gobierno socialcomunista: en primer lugar,
disponer de autonomía para negociar directamente con la UE proyectos
de inversión, como si fuera un estado soberano, y en segundo, que
casi 6.000 millones de los fondos del rescate de la UE se destinen
al País Vasco. Con ese importe, el PNV está convencido de que puede
movilizar otros 13.000 millones privados para lanzar un total de
casi 20.000 millones de capital inversor.
La demanda primera, la de reclamar un papel casi estatal para el
País Vasco en las relaciones con la UE, no es nueva: en la
conferencia regional del pasado 26 de octubre, el lehendakari
Urkullu, ante los mandatarios autonómicos, el presidente Pedro
Sánchez y la responsable de la Comisión Europea, Ursula Von der
Leyen, ya exigió poco menos que una cogobernanza, pero ahora parece
decidido a reclamar una parte sustancial de los fondos del rescate:
5.702 millones de euros concretamente. Y quiere negociarlos de forma
directa con la UE, sin intermediarios.
Dado que Sánchez permanece en La Moncloa gracias al apoyo de los
golpistas catalanes de ERC, cabe esperar que Cataluña exija lo mismo
que el País Vasco. Y como Sánchez, con tal de permanecer en el poder
es capaz de vender a precio de saldo la unidad y solidaridad
territorial, no es difícil imaginarse lo que puede pasar: que el
País Vasco y Cataluña se llevarán la mayor de las tajadas y el resto
de territorios tendrá que hacer equilibrios para administrar las
migajas.
Es el precio que otras autonomías, especialmente las gobernadas por
el PP, con Madrid y Andalucía al frente, tendrán que pagar. Y todo
para que Sánchez pueda seguir siendo presidente del Gobierno.
Conclusión: aquí siempre salen ganando los que no creen en España ni
en el marco constitucional. Se están forrando.
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