Agenda política 2021
Agapito Maestre Libertad Digital 14 Enero 2021
He hallado a un hombre en la calle repitiendo: “¿Por qué, Dios mío,
me fui tan tarde de España y he regresado tan pronto?”. Parece que
nadie está a gusto en España. Todo el mundo quiere largarse. El
Gobierno social-comunista ha montado un infierno en solo un año.
Esto parece la tierra de Caín. La crisis sanitaria de la covid-19 y
la gran nevada han vuelto a poner al descubierto a toda la casta
política. Son todos unos malvados. España atraviesa uno de los
períodos más desgraciados de su historia. Hallamos pocas cosas donde
encontrar consuelo de esta ruina, entre otras razones porque la
casta política en el poder destruye hasta las ruinas. No quieren que
nos cobijemos en ellas. Han arrasado con todo. Nos han expulsado a
la intemperie. No nos dejan vivir en la decadencia.
El Gobierno de Sánchez-Iglesias conseguirá pronto que todos se
arrastren por sus poderes. Quieren que empecemos de cero como los
simios. Quieren para nosotros un nuevo comienzo, un nuevo amanecer,
en fin, empezar todos los días con la nueva vileza que ellos nos
impongan. Tenemos que vivir agitados, alterados, en guerra con todos
y contra nosotros mismos. En esta situación catastrófica, sus
terribles armas tienen efectos mortíferos. La agitación, la
propaganda y la represión, programa principal del Gobierno contra
los españoles, están teniendo éxito. No es nueva la cosa. Quizá la
novedad resida en el modo de llevarla a cabo. El Gobierno sigue la
tradición socialista de González de los años ochenta, y éste
continuaba, sobre todo en términos de propaganda cultural, la
social-comunista de la guerra civil.
Ya sé, ya sé que no eran tan duras y descarnadas las políticas de
los Gobiernos socialistas de González comparadas con las actuales.
Sin embargo, el otro día vi un programa de TVE del año 1987 y, de
repente, hallé el origen del mal actual. Se trataba de una tertulia
de escritores sobre el Congreso de Intelectuales Antifascistas de
1937. Todos ellos estaban participando en los fastos organizados por
el Gobierno de Gonzalez para celebrar (sic) cincuenta años después
tal acontecimiento. Se trataba de un acto de propaganda del Gobierno
de González a favor de los socialistas. Recuerdo con tristeza
aquellas celebraciones, entre otras razones porque el Congreso de
1987, lejos de plantear una crítica de la cultura al servicio del
comunismo, fue una legitimación de la barbarie comunista, o mejor
dicho, de la utilización criminal de la cultura que hacían los
soviéticos.
Por fortuna, en ese programa de TVE hubo voces críticas, por
ejemplo, la intervención de Octavio Paz sobresalía por encima del
resto de los participantes. Era el único que había asistido a las
jornadas organizadas por los comunistas durante la guerra. También
el sentido crítico expresado por Paz sobre las jornadas de 1937 era
muy superior al de sus acompañantes, seguramente porque toda su vida
intelectual fue una autocrítica a su participación, cuando apenas
tenía veinte años, en ese Congreso. La primera esposa de Paz, Elena
Garro, en mi opinión la más grande escritora de México del siglo
veinte, nos ha dado una de las mejores y, seguramente, más realista
imagen de la España de esa época tomando como pretexto el Congreso
de Intelectuales Antifascistas de 1937. Obra grandiosa es Memorias
de España 1937, de Elena Garro, para conocer el pasado de los
españoles y también su presente. Esto, repito, parece la tierra de
Caín.
La enésima cacicada contra los jueces
Editorial ABC 14 Enero 2021
El veto del PSOE y Podemos para que la Mesa del Congreso tramitase
ayer la petición de que el Consejo General del Poder Judicial, y la
llamada Comisión de Venecia de la UE, pudiesen siquiera opinar sobre
la reforma judicial planteada por el Gobierno es una arbitrariedad
impropia de una democracia. Esos partidos tienen la mayoría, y como
tal la ejercen. Pero parece razonable y lógico que si el Ejecutivo
pretende atar de pies y manos al Poder Judicial para realizar
nombramientos mientras su mandato esté en prórroga, al menos los
jueces puedan informar acerca de una reforma que afecta
sustancialmente a los equilibrios de la Justicia y a su trabajo. Por
desgracia, empieza a ser una constante el autoritarismo con el que
se desenvuelve el Gobierno y el desapoderamiento real que ha hecho
del Poder Legislativo, convirtiendo al Congreso en una Cámara a la
medida de La Moncloa y alejada de mandatos constitucionales claros.
Ya impidió a la comunidad educativa pronunciarse acerca de la «ley
Celaá» y ahora se propone hacer lo mismo ninguneando a los jueces. Y
todo, con una diferencia que agrava más aún el abuso del PSOE y de
Podemos: que la Justicia representa un poder del Estado
independiente al que se pretende sojuzgar por la vía de la
imposición silenciando su voz.
Lo primero que llama la atención es que un Gobierno con jueces como
ministros consienta un despropósito semejante, salvo que esos jueces
estén de acuerdo en limitar las funciones de un poder del Estado. Y
lo segundo es que en plena batalla interna entre Pedro Sánchez y
Pablo Iglesias a cuenta de la política presupuestaria, de la
vivienda y los alquileres, del precio de la electricidad, o de las
medidas laborales, no haya una sola fisura cuando se trata de atacar
a los Tribunales. El argumento empleado ayer por el PSOE no deja de
resultar sospechoso y, sobre todo, delator. Sostener que
precisamente la separación de poderes otorga al legislativo la
opción de acallar al judicial -en una simple opinión no vinculante,
conviene insistir- es como mínimo contradictorio. No tiene sentido
invocar el principio constitucional de la separación de poderes
cuando la operación consiste en que el ejecutivo, y a sus órdenes el
legislativo, manoseen al judicial a su capricho. Es tanto como
relegarlo a un plano de inferioridad y, en términos puramente
políticos, una cacicada para cerrarles la boca. La pregunta es por
qué. ¿Por qué el Gobierno y la mayoría parlamentaria de PSOE,
Podemos y el independentismo prejuzgan que la opinión de los jueces
va a ser contraria a su reforma? La clave no está en intereses
políticos, partidistas o ideológicos, sino en la superación de la
Constitución, que es en realidad el objetivo de Sánchez.
Desde esta perspectiva, en la decisión de Sánchez e Iglesias -es
relevante que esta sí sea al unísono- subyace la negación arbitraria
de que un órgano constitucional en prórroga esté legitimado para
hacer nombramientos judiciales. Cabe admitir que la cuestión puede
ser objeto de debate jurídico porque la obligación constitucional de
renovar órganos como el CGPJ en tiempo y forma es imperativa. Pero
la cuestión podría llevar al absurdo de que si no hubiese nunca un
acuerdo político de renovación, jamás se podrían cubrir vacantes de
la carrera judicial. Por eso la clave es otra. El PSOE tiene prisas
por imponer a sus propios candidatos para cubrir vacantes sin
alcanzar los acuerdos proporcionales que exige el funcionamiento
interno del CGPJ. A partir de ahí, se entiende bien su voluntad de
menoscabar el peso real que debe tener el CGPJ en nuestra
democracia.
Terrible situación límite
Carlos Dávila okdiario 14 Enero 2021
Mientras Pedro Sánchez, subido en un 4 por 4 como si fuera un
presidente americano de serie, aparecía en público a las cuarenta y
ocho horas de la catástrofe, su ministro Ábalos dijo: “La nevada ha
superado todas nuestras previsiones”, y añadió: “Tenemos que tomar
nota para el futuro”. Es decir, que las previsiones han fallado
notablemente, también las de los meteorólogos que no se esperaban
cosa así. La solución es que el personal, incluido su Gobierno,
aprendamos a toda prisa, no vaya a ser que a Filomena o su hermana
gemela, le dé por volvernos a hacer la puñeta.
Luego, Sanchez pidió lo de siempre: “¡Que arrimen el hombro!”, esta
vez la pala. No contentos con la irónica reconvención, Calvo, la
vicepresidenta, apostilló con mayor ufanía que Don Quijote ante los
molinos: “…Y nosotros, entre tanto… trabajando”. Llegado este
trascendental momento, el personal citado se levantó de su sofá para
suplicar: “¡No, por Dios, que no lo hagan, que son capaces de
resucitar a Filomena!”.
Aparte del escondite de los estólidos compañeros de viaje leninistas
(por cierto, ¿dónde está, dónde reposa el eximio gobernante, moño
Doña Rogelia incluido?), lo que se ha constatado en este enero
trágico, en el que ya no nos falta más que nos invadan los
marcianos, es la descomunal impericia del Gobierno que soportamos,
su total falta de preparación técnica. El propio Iglesias, ocupado
como está no en su función de vicepresidente de los Asuntos Sociales
del país, sino en agrietar aún más la pírrica solidez del Gabinete
en el que ‘okupa’ todavía un lugar, aprovecha la hórrida
contingencia actual advirtiendo que si la reforma de las pensiones
es la que pretende el ministro Escrivá, él y su cuadrilla van a
organizar un escándalo que puede terminar con la propia coalición.
Pero no se engañen: esta presión arrebatada del leninista solo es
una patraña más, no provocará el estallido de su acuerdo con Sánchez
porque, miren, ¿a dónde va a ir un tipo tan rechazado, tan
deleznable, como su persona? Es un mentiroso y porfiador que ha
escondido la jeta para no verse en el trance de explicar cómo
continúa en un Gobierno que ha subido la luz hasta términos
indescriptibles. ¿Recuerdan aquel partido Podemos (o sea, Igleisias
y su señora, que ya no queda más) asegurando, con la mayor de las
desvergüenzas, que “con nosotros en el Gobierno esto nunca se va a
producir”? Pues bien: sea ha producido, está ocurriendo, y él sigue
‘missing’, embozado tras las tapias vigiladas de su hortera
chaletón.
A su lado, el presidente sigue a lo suyo; es decir, a la nada, a
comprarse propaganda con nuestro dinero mientras el país vive una
situación límite, muriéndose a chorros, él se destaca únicamente en
su insidia abrumadora contra el Gobierno de Madrid. Ahora sus
colaboradores a media voz sugieren que van a dejar pasar el tiempo a
ver si realmente la capital y sus alrededores se merecen, porque son
buenas, la calificación de “zona catastrófica”. Su postura no se
basa en una discrepancia técnica, en acreditar que la nieve ha
dejado a Madrid en pelota viva; no, es la voluntad de no acceder a
cualquier beneficio que pueda sustentar la popularidad de Ayuso.
Para Sánchez, la presidenta regional no es un rival político, es un
enemigo al que no se le puede dar ni agua, aunque sí nieve, mucha
nieve, que Ayuso se congele de una vez y termine de dar la lata.
Este es un Gobierno patético que, encima, está esperando a este
viernes por ver si unos descascarillados políticos catalanes se
deciden a celebrar elecciones para el próximo 14 de febrero. En la
tesitura continúa escondido el aún ministro de Sanidad, Salvador
Illa, presunto candidato a la Generalidad. El bailarín que le ha
cedido el marrón, Iceta, ya ha filtrado que si no se abren los
comicios Illa tiene que seguir en Madrid. Se está vengando el
danzante de un ninguneo que, diga lo que le diga, siempre le sentó
como un tiro. Mientras, Cataluña, la región de unas elecciones
disparatadas, vive una trágica situación: 80 fallecidos en un solo
día, un riesgo de rebrote superior a 600, 2.500 infectados, 477
pacientes en las UCIS. ¿Quién que no sea un irresponsable se atreve
a abrir colegios electorales en una situación como esta? ¿El
aspirante a la Presidencia del Barcelona que quiere ganar sus
elecciones el dia 24 de ahora mismo? ¿Qué le importa a este
individuo la salud de su hinchada?
Fin: ¿cómo podrán justificar Sánchez y su tribu de propagandistas de
la fe marxista-leninista que el ministro de la cosa, de la Sanidad
abandone su puesto de trabajo y lo ponga en manos de una señora,
Darías de apellido, que lo más sanitario que conoce es la aplicación
de una tirita y creo que aún así? Estamos en situación límite,
gobernados, es un decir, por una pléyade de inútiles que no solo han
puesto en peligro la supervivencia de España como Nación, sino algo
más: su supervivencia sanitaria. Son un peligro.
Un Gobierno enfrentado y, por tanto, inservible
Agustín Valladolid. vozpopuli
14 Enero 2021
Un Ejecutivo con posiciones abiertamente contrapuestas en los
grandes asuntos de la nación, que se neutraliza a sí mismo en
demasiadas ocasiones, es un Gobierno incapaz de rendir el servicio
que reclaman los ciudadanos
Ningún gobierno está preparado para vivir en una crisis perpetua.
Este, a lo que se ve, siquiera para liderar la gestión de una
excepcional pero prevista nevada. El Gobierno de Pedro Sánchez se
diseñó pensando en neutralizar a Podemos y que el PSOE recuperara la
condición de partido hegemónico de la izquierda, ahuyentando el
riesgo del sorpaso y devolviendo a los de Pablo Iglesias al nicho
que ocupara en su día Julio Anguita. Y en ello estaba Sánchez,
reconquistando al de Galapagar espacios desde la ortodoxia pre
Suresnes, cuando al muy profesional ejercicio de ficción seriada
diseñado por Redondo para convertir al amo en líder mundial, se le
vino encima la cruda realidad, el día a día, los imprevistos o como
diablos se quiera denominar a lo que viene siendo la puñetera vida
misma.
Hasta el incordio de la pandemia, a Sánchez las cosas le rodaban
según lo previsto: la calamitosa situación de la oposición, y el
retroceso de Podemos en las elecciones de noviembre de 2019,
convirtieron el fracaso del PSOE, a tenor de las expectativas que
sirvieron para justificar la repetición electoral, en una
oportunidad para abordar el gran acuerdo nacional que tiene
pendiente este país. Sin embargo, la inteligencia ratonera del mago
de La Moncloa se impuso a lo que en otras latitudes más refinadas
habrían llamado sentido común. De tal modo que con lo que nos
desayunamos el 30 de diciembre de aquel año fue con el anuncio de
una coalición progresista exprés que, siendo en realidad el
ejercicio forzado -que no forzoso- de dos perdedores, nos fue
presentada por la vía de urgencia, sin dar opción a debate interno
alguno, como uno de esos virajes históricos que se han de aprovechar
para construir un esplendoroso futuro.
Lo que queda del ‘Robin Hood vallecano’
Lo que no podían prever los firmantes de un pacto inconveniente,
pero de mutua conveniencia, es que transcurrido algo más de un año
de aquella componenda, que sorprendió a tirios y troyanos, a Calvos,
Lastras y Ábalos, y a medio mundo civilizado, es que un inoportuno
compañero de viaje denominado covid-19 iba a desnudar impúdicamente
las debilidades estructurales del país, alterando de forma abrupta
la pirámide de prioridades y necesidades, y desplazando de la
escaleta de los telediarios la formidable agenda social que
preparaba el más progresista de los gobiernos del planeta. Aun así,
con su extraordinaria capacidad para la adaptación, el imaginativo
equipo del presidente se impuso la tarea de convertir, con
encomiable alarde propagandístico, el desastre en oportunidad.
Objetivo, dicho sea de paso, todavía no descartado. Milagros de la
resiliencia (y de la ocupación del espacio informativo).
Sucede, sin embargo, que si algo ha quedado claro en este año largo
de irregular coexistencia, es que el populismo, representado por un
sector del Gabinete ministerial, no sólo es fuente permanente de
inestabilidad, sino sobre todo productiva fábrica de incompetencia.
Incompetencia, por cierto, que la propaganda no sólo no consigue
tapar, sino que acentúa, por cuanto detrae ingentes recursos de
otras áreas de gestión, aunque no siempre seamos capaces de
advertirlo. Incompetencia en parte derivada del esfuerzo de
imposible conciliación al que Sánchez somete a las dos tribus de su
Gobierno. Porque por mucho que lo vistan de ejemplar modelo de
contraste de pareceres, la realidad, siempre la tozuda realidad, es
que un equipo en el que no hay posibilidad de entendimiento en
cuestiones básicas como el modelo de Estado, las líneas maestras de
una política económica compatible con las exigencias de Bruselas, o
el muy relevante asunto del reparto de los fondos europeos, no es un
equipo. Un Gobierno bifronte enfrentado en asuntos tales como la
reforma de las pensiones, la fiscalidad, la monarquía parlamentaria,
las prioridades en política exterior e incluso en políticas de
igualdad, no es un Gobierno.
Este es un Gobierno inservible no porque no cuente con algunos
gestores de contrastada capacidad, sino porque no es el que, en esta
coyuntura, necesita el país. Podrá aguantar largo tiempo, porque sus
líderes no parecen muy partidarios de la autodestrucción, pero no
sirve. Ni siquiera la hipótesis argumental más benévola para
Sánchez, esa que proyecta hacia fuera un noble pulso interno entre
pragmáticos y populistas, da ya para esconder la debilidad de un
Gabinete cuyos actores más fiables son sometidos a permanente
escrutinio revisionista, y en el que el verdadero enfrentamiento se
produce entre los que todavía tienen mucho que perder -o que ganar
(Calviño, Escrivá o Robles)-, y aquellos otros que viven de
contraprogramar a los citados (y de mantener esa pose, ya
inverosímil, de Robin Hood vallecano), demostrando, día sí, día
también, haber sobrepasado con creces su nivel de incompetencia (The
Peter Principle).
La Postdata
Transcribo a continuación, para aquellos que siguen relativizando la
gravedad del asalto del Capitolio, el mensaje de un buen amigo que
sabe de lo que habla, alarmado ante tanta desmemoria: “Mucho
analista en las páginas de la prensa hablando del asalto al
Capitolio de EEUU y ninguno recuerda la larga tradición fascista y
pronazi de un sector de la sociedad norteamericana. Roosevelt se las
vio y se las deseó para entrar en la Segunda Guerra Mundial. Henry
Ford era nazi y financió el partido nazi alemán, y si los japoneses
no atacan Pearl Harbor, cosa que sabía el servicio secreto
norteamericano, todavía tardan más en combatir a Hitler. Trump no es
coyuntural ni fruto de la casualidad. McCarthy tampoco lo era”.
Dicho queda.
Verdad y mentira en la política
Xavier Pericay. vozpopuli 14 Enero 2021
En su Introducción a la filosofía, publicada en 1947, Julián Marías
establecía una tipología de “relaciones del hombre con la verdad”.
El cuarto tipo de relación, consistente en “vivir contra la verdad”,
era a su juicio el “dominante en nuestra época”. Si se repara en las
características de la época en cuestión, marcada por el ascenso y
triunfo de los totalitarismos y coronada por la Guerra Civil
española y la Segunda Guerra Mundial, se entenderá que ese tipo de
relación fuera entonces el dominante. Así lo describía Marías: “Se
afirma y quiere la falsedad a sabiendas, por serlo; se la acepta
tácticamente, aunque proceda del adversario, y se admite el diálogo
con ella: nunca con la verdad. Esta es sentida por innumerables
masas como la gran enemiga, y contra ella es fácil lograr el
acuerdo”.
A comienzos del presente siglo, poco después de la destrucción de
las Torres Gemelas, Marías volvía sobre el asunto –o sea, sobre la
tipología de relaciones y, en concreto, sobre el cuarto tipo– en una
conferencia. En ella advertía del peligro que entrañaba la aparición
de las nuevas tecnologías, en tanto en cuanto abrían la puerta a una
comunicación masiva y no mediada donde la mentira podía sentar
fácilmente sus reales. Veinte años más tarde, es evidente que el
crecimiento exponencial de las redes sociales y su impacto en la
política y en la vida pública en general han venido a confirmar sus
peores augurios. Hoy en día, cuando algún político se planta frente
a un micrófono para hacer declaraciones, ya casi damos por sentado
que, mientras no se demuestre lo contrario, cuanto dirá será mentira
–o, concedámoslo, una verdad a medias–.
A ese descrédito de la verdad han contribuido, sin duda, personajes
como Donald Trump. Pero no sólo él, claro. Aquí en España, desde la
llegada de Pedro Sánchez a la Presidencia del Gobierno, nuestra
clase política ha experimentado también un considerable subidón en
el manejo compulsivo de la mentira. Y, en especial, aunque no
únicamente, la ocupada en tareas de gobernanza o de apoyo a esa
gobernanza. Acaso una de las grandes aportaciones del actual
presidente del Gobierno a la historia política española
contemporánea haya sido la desfachatez con que falta a la verdad, ya
sea de buenas a primeras, ya negando sin rubor alguno lo dicho la
víspera. Y como ser hombre significa imitar al hombre –así lo
consignó Witold Gombrowicz en sus Diarios y así lo reproduce Ferran
Toutain como lema de su muy recomendable Imitación del hombre
(Malpaso)–, lo mismo sus ministros que el resto de los derviches que
llenan los despachos del Gobierno y del partido se han afanado en
mentir durante todo este tiempo con prolijidad y alevosía. Piensen
tan sólo en el ministro y no obstante candidato Illa. O en el alto
funcionario Simón. O en la impagable aportación de los Lastra y
Simancas en labores de zapa. Sin olvidar a la vicepresidenta Calvo,
claro. Y todo eso ciñéndonos a la pata socialista del Gobierno de
coalición.
Con todo, vengo observando en los últimos tiempos un fenómeno nuevo,
que no sé si Julián Marías, de haberlo conocido, consideraría
incluso digno de encomio. Consiste –por jugar con la propia
descripción que hacía nuestro filósofo de la querencia por la
falsedad– en “afirmar la verdad a sabiendas”. No necesariamente una
verdad objetivable, pero sí, en todo caso, una que revela un
sentimiento sincero, algo así como una creencia. Reparé en ello por
vez primera hace unos días cuando Salvador Illa hizo su debut como
candidato declarando que “todos somos responsables de lo que ha
pasado en Cataluña estos años”. Luego, este mismo domingo, lo vi
ratificado en una afirmación de su correligionario y supuesto mentor
Miquel Iceta: “No voy a cambiar mi idea de que Cataluña es una
nación para ser ministro”. En ambos casos, la verdad asoma en forma
de creencia. El candidato y no obstante ministro está a todas luces
convencido de la barbaridad que sale de sus labios. Y el fontanero
mayor del socialismo catalán, por su parte, no tiene tampoco duda
alguna de que hoy en día se puede ser ministro de una nación como la
española aunque a uno la que le haga tilín sea otra.
El interés de la izquierda
Pero lo que ya me parece significativo, y, por qué no decirlo, de
una relevancia tan notoria como insospechada, es la respuesta que la
vicepresidenta Calvo nos sirvió el pasado lunes en una entrevista.
“¿El Gobierno de coalición acabará la legislatura?”, le preguntaban.
Y ella contestó: “Sí. Tenemos que culminar un trabajo que es bueno
para la izquierda de este país”. No creo que ningún ciudadano vaya a
poner en cuestión no ya su sinceridad, como en el caso de Illa e
Iceta, sino la verdad objetiva que encierran sus palabras. ¿Quién va
a dudar, en efecto, de que el Gobierno presidido por Pedro Sánchez
no gobierna para el conjunto de los ciudadanos, buscando, ni que sea
de tarde en tarde, el interés general, sino sólo para una parte de
ellos, la que se sitúa ideológicamente a la izquierda?
Con lo que no queda más remedio que admitir que la desfachatez de
este Gobierno reside tanto en su inveterada costumbre de mentir como
en su súbito aprecio por la verdad. Y, por más que esto vaya a
complicarnos la vida a quienes nos dedicamos a la exégesis de sus
dimes y diretes –en la medida en que ya no sabremos si mienten o
dicen la verdad–, justo es reconocer que, moralmente al menos, se
trata de un paso adelante.
******************* Sección "bilingüe" ***********************
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