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BIBLIOGRAFÍA      Última atualización: Miércoles 8 Febrero  2006
Adiós, España. Verdad y mentira de los nacionalismos

#Amada España

#Amarás a tu tribu

#Auto de Terminación.

#Bilingüismo y educación en Cataluña.

#Biografía de España

#Constitución española.

#Contra las patrias.

#Cuadernos de Alzate, nº 22: Política Lingüística y Nacionalismo

#Cuentos Nacionalistas

#Cuestión de fondo.

#De la inexistencia de España

#Defensa de la Nación Española

#Del hecho nacional a la conciencia de España o el discurso de la República.

#Derechos internacionales

#Documentos para la Historia del Nacionalismo Vasco

#Educación y bilingüismo.

Educación y nacionalismo. Historia de un modelo

#Educación y pluralidad de lenguas.

#«El árbol y las nueces»

#El bucle melancólico

#EL CARLISMO VASCONAVARRO FRENTE A LA DEMOCRACIA ESPANOLA (1868-1872)

#El chimbo expiatorio

#El Español en Cataluña: Una Lengua en Extinción"

#El fracaso del nacionalismo

#El idioma español en Cataluña (Situación regresiva en uso y enseñanza)

#El largo camino hacia la oficialidad del español.

#El nacionalismo y las lenguas de Cataluña

#El ocaso de los falsarios

#El paraíso políglota 

#El problema lingüistico en Cataluña, Informe de una realidad

#El Ruido de las Nueces . LA RELACIÓN SECRETA ENTRE ETA y PNV

#España en horas bajas. La guerra de los nacionalismos.

#España: por un Estado federal.

#ESPAÑA NO ES UNA CÁSCARA. Paradojas y miserias del nacionalismo victimista

ESTADO DE EXCEPCION: VIVIR CON MIEDO EN EUSKADI

#Estado y nación en Europa

#Estudio Crítico de la Nueva Ley del Catalán

Eta Pro Nobis

Euskadi, del sueño a la vergüenza. Guía útil del drama vasco

#Extranjeros en su país

#Frente a la Gran Mentira,

#Gente de Cervantes. Historia humana del idioma español.

#GUÍA PARA ORIENTARSE EN EL LABERINTO VASCO

#Jaque al Virrey

#La "normalización lingüística", una anormalidad democrática, El caso gallego

#La amenaza separatista

#La dictadura silenciosa.

#LA DIGNIDAD E IGUALDAD DE LAS LENGUAS, CRÍTICA DE LA DISCRIMINACIÓN LINGÜÍSTICA

#La España alternativa.

#LA IZQUIERDA Y LA NACIÓN. UNA TRAICIÓN POLITICAMENTE CORRECTA

#La lengua española hoy

#La rebelión de las masas

#La selva del lenguaje

La tregua de ETA: mentiras, tópicos, esperanzas y propuestas.

#Lengua española y lenguas de España.

Lengua y patria

#Lo que queda de España.

#Los intelectuales vascos

#Milenarismo vasco. Edad de oro, etnia y nativismo

#Multilingüismo y política (el caso catalán)

#Nada por la Patria: La construcción periodística de nacionas virtuales

#NUEVO TESORO LEXICOGRÁFICO DE LA LENGUA ESPAÑOLA

#Paises y razas. Las aspiraciones nacionalistas en diversos pueblos (1913-1914)

Perversiones políticas del lenguaje

#Política lingüística y sentido común.

#Por la Normalización del Español, El estado de la cuestión, una cuestión de Estado

Porque_tengo_hijos_

#¿Qué son las lenguas?

#Sacra Némesis (Nuevas historias de nacionalistas vascos)

#Si España cae..... Asalto nacionalista al Estado

#Sobre el artículo 3 de la Constitución española: la enseñanza "en las demás lenguas de España"

Vocabulario democrático 2002 del lenguaje político vasco

#VOCES ANCESTRALES: RELIGIÓN Y NACIONALISMO EN IRLANDA

 

"Adiós, España". Verdad y mentira de los nacionalismos
Jesús Lainz, Ed. Encuentro, Madrid, 2004
El libro de Jesús Laínz, que se ha convertido en un acontecimiento intelectual de alcance nacional (pese a la práctica ausencia de publicidad, ha vendido tres ediciones en un abrir y cerrar de ojos y ya se prepara la cuarta), aborda con intención crítica y con una inteligencia y rigor admirables el fenómeno de los nacionalismos en
España.

"Si la crítica a los llamados nacionalismos periféricos se hace por defender una identidad, sacando de ello la conclusión de que toda identidad es perniciosa, se estará haciendo un diagnóstico erróneo de la enfermedad, por lo
que su tratamiento, lejos de atajarla, lo único que logrará es debilitar aún más el organismo del enfermo, en este caso España. A los nacionalismos vasco y catalán hay que criticarlos no por ser identitarios, sino por ser falsamente identitarios. Es más, los movimientos nacionalistas son los peores enemigos de la verdadera identidad vasca y catalana.
La pretendida existencia de las naciones catalana y vasca es insostenible, se mire por donde se mire. No son otra cosa que la construcción de sentimientos falsificados mediante mentiras de una necedad que aturde y una campaña sistemática de incitación al odio que, en cualquier otro país menos acomplejado que el nuestro por cuarenta años de franquismo, habría pasado sin duda hace ya décadas por los tribunales."

Amada España
Un libro antinacionalista en clave de humor, por José Luis Manzanares,   Ing Caminos, C y P, prof. de Estructuras en la ETS Arquitectura de Sevilla, prologo de Manuel Clavero Arévalo. 1999 Ed. Guadalquivir

Amarás a tu tribu
Aleix Vidal-Quadras.  Planeta 1998, Barcelona 1998. 232 páginas, 2500Pts.
Este libro reúne sus textos y conferencias sobre los nacionalismos como problema. En largas frases proustianas preñadas de ironía volteriana, el senador del PP y presidente de la Fundación Concordia hilvana denuestos hacia el «nacionalismo identitario» y postula un tránsito de «la identidad tribal a la virtud cívica».  

Retrato del nacionalismo: El pensamiento crítico, liberal, impetuoso y hasta humorístico de Vidal-Quadras
Justino Sinova, El Mundo 25 Julio 1998
Bastará una frase para mostrar el tono de este libro: "Tan enriquecedor y tolerante es utilizar el catalán en el Senado como expresarse en castallano en los ayuntamientos, diputaciones y en el Parlamento catalanes. Esta es una verdad tan rebosante de sensatez que su rechazo constituye una de las más evidentes pruebas de impermeabilidad a la razón del nacionalismo identitario" (pag 122). Es imposible no suscribir este argumento cuando se tiene la libertad y la concordia como valores esenciales de la vida en sociedad.

Pero el nacionalismo hace de la confrontación su razón de supervivencia. Contemplar el fenómeno nacionalista con el esfuerzo del sentido común y el deseo de entendimiento lleva a descubrir su afán "totalizador y opresivo". Y entonces, el análisis deviene en agrio exponente de anomalías y arbitrariedades, que los nacionalistas interpretan como agresiones inmerecidas en su papel perpetuo de víctimas, como tenemos ocasión de comprobar, lamentablemente, tantas veces. Pero el análisis del nacionalismo no es una agresión. Por el contrario, esta queja de los nacionalistas es una artimaña que busca que los críticos se achanten. Hoy en España nadie responde más agresivamente a las críticas que los nacionalistas, algunos de los cuales se permiten amenazar a quienes tienen la osadía de opinar. Y no me refiero a los terroristas, que ésos amenazan siempre y a todos, sino a los líderes de los partidos nacionalistas que están en las instituciones democráticas y que reaccionan brúscamente contra las opiniones discrepantes.

De los riesgos que entraña la crítica a los nacionalimos excluyentes sabe demasiado Aleix Vidal-Quadras, que se vió obligado a dejar la presidencia del Partido Popular en Cataluña cuando el Gobierno de José María Aznar pactó con Jordi Pujol para asegurar la gobernabilidad. Pero si tuvo que abandonar esa responsabilidad, continúa manteniendo los mismos principios políticos, de raíz inequívocamente liberal, y el mismo discurso en su actual dedicación como diputado autonómico y como senador. Redactó la mayoría de los textos contenidos en este libro una vez fuera de la presidencia del PP.

Si los pujolistas pensaron que con aquel incidente eliminaban una voz crítica, se equivocaron cumplidamente. Vidal-Quadras se siente ahora tan libre como entonces para denunciar los abusos del nacinalismo y no ha rebajado un ápice su ímpetu. La razón que lo explica es su convencimiento del peligro que para España entrañan unos nacionalismos de bajo tono aparente pero que encierran la ilusión de una ruptura.

El trabajo De la nación plural al Estado plurinacional: la reinvenciòn de España, explica perfectamente, con la virtud de la claridad, la dimensión de este riesgo nacinalista y es un texto recomendable a todos, nacionalistas incluídos. La solución que propone, "un acuerdo de largo alcance y de naturaleza estructural" entre los dos grandes partidos nacionales (pág. 151), es merecedora de estudio. El prólogo al libro servirá a muchos lectores para descubrir a un político inteligente, a un intelectual honrado y a un hombre con estupendo sentido del humor. El dice de su prólogo que es "arriesgado". En realidad, todo el libro es "arriesgado" en cuanto que lo es el retrato del nacionalismo. Pero es un libro, en la España titubeante de hoy, indispensable.

Auto de Terminación.
Aranzadi, Juan; Juaristi, Jon; Unzueta, Patxi. Ediciones El País/Aguilar, 1994, 273 páginas.

Bilingüismo y educación en Cataluña.
Siguán, Miguel. Teide. Barcelona. 1975

Biografía de España
Fernando García de Cortazar. Galaxia Gutenberg. Madrid. 1998. 437 Págs. 2.800 Pts.
Más aire fresco y renovador
El historiador vuelve a demostrar sus indiscutibles dotes para acercar la Historia de España al mayor número de lectores
Ignacio Merino El Mundo 19 Diciembre 1998 http://www.el-mundo.es/esfera

El nuevo libro de García. de Cortázar lleva camino de convertirse en otro éxito de público como el anterior, Breve historia de España, que consiguió superar todas las expectativas. Y es natural que así sea por la novedad del planteamiento y la inteligencia crítica de sus observaciones, junto a la ágil disposición de los episodios que relata y un estilo narrativo de buen escritor que sabe cómo contar la Historia para que resulte siempre fascinante.

El suyo es, sin duda, un moderno enfoque, aunque discutible desde un punto de vista estrictamente académico. Resulta muy estimulante recrear la Historia de España como un largo y esforzado camino por la conquista de la libertad y la democracia y buenas razones no le faltan al historiador, pero ¿es honesto omitir las guerras, por ejemplo?

Desde luego es un alivio pasar por alto muchos de los conflictos, internos y externos, por los que pasó España, y puede ser hasta saludable despojar de su artificiosa importancia aquellas listas de nombres, fechas y batallas que tanto nos hacían sufrir en la escuela.

Pero a veces se corre el peligro de poner en el papel de víctima a quien fue verdugo y olvidar que la palma del martirio es incompatible con el látigo del explorador. Salvada esta cuestión, que no es sino una traba objetiva que el crítico debe apuntar aunque lo insulten, es necesario reconocer en este libro un efectivo antídoto contra el nacionalismo disgregador y falsario que sufrimos a diario los españoles.

Una corrección desde la verdad serena de la Historia para esos especuladores que «inventan naciones donde antes no existían», como dice el autor, porque las comunidades históricas no son un compendio de hechos, actitudes y esfuerzos, una larga marcha hacia su identidad que se va nutriendo de complejas evoluciones y meandros. Vida humana, imperfecta pero vida y no «esencias eternas».

Biografía de España es también una reivindicación del currículum socioeconómico, político, literario, artístico y científico de la nación española. Una visión de su «experiencia profesional» que ha sido a menudo olvidada, cuando no tergiversada por la impenitente deformación de los corifeos de la Leyenda Negra, muchos de ellos hispanos para más inri.

Al igual que Julián Juderías, en su libro fustigador de la leyenda, Cortázar nos recuerda la intensa actividad en todos esos campos de una nación hecha a golpe de encuentros, fusiones y mestizaje. Entre las novedades, merece la pena destacar el hincapié que hace sobre las raíces del parlamentarismo ibérico, desde las Cortes de León convocadas por Alfonso IX en el siglo XII, hasta las de Castilla de Alfonso XI o la cascada de prerrogativas que el monarca aragonés concede en 1283 y que conformarán el Fuero General de Aragón. Una tendencia política que los Austrias abandonan en parte y que recoge la nueva monarquía constitucional haciendo suyo de nuevo el principio neogótico hispano de la Corona como depositaria y garante de la soberanía del Pueblo.

Tal vez la historiografía europea, por regla general tan amnésica como proclive al canon anglosajón, se vaya enterando así de los orígenes del parlamentarismo democrático, muy anteriores a las Glorious Revolution y a Cromwell.

Cortázar es de esa raza y generación de españoles liberados que están aportando a nuestra cultura un aire fresco y renovador. Como historiador contribuye a limpiar de dorados y herrumbres una casa común abigarrada y llena de estancias. Y lo hace de forma que sus palabras lleguen a todos y no pierdan un ápice del entusiasmo con que han sido creadas. Porque además de proceder a la peliaguda tarea de divulgar la historia de España, tiene madera de escritor y olfato de periodista, y no como tantos cronistas y tuseles que nos atormentan con mamotretos mal escritos e indigestos, cuando no parciales y aviesos. Claro que no todo es perfecto. En su afán globalizador, el autor une cosas en extremo distantes, como esas visiones demasiado rápidas de la Introducción y capítulo primero, que resultan peligrosamente huecas, forzadamente esquemáticas, aunque contengan la semilla de las verdades que han de venir y sean aperitivo del banquete que llega a continuación.

También su afán panegírico y una inevitable tendencia a dar gusto a todos, ponen en precario la ecuanimidad de la obra, que se ve reforzada, por otra parte, con la inclusión de textos originales de muy diversa índole. Por eso Fernando García de Cortázar ha hecho una biografía del autor, «autorizada» desde la lucidez, pero también desde lo subjetivo.

Constitución española.
Tecnos, Madrid. 1984

Contra las patrias.
Savater, Fernando. Tusquets Editores, Barcelona, 1996, 203 páginas. Reedición ampliada de un libro publicado en 1984. Es un alegato contra los patriotismos exagerados y el nacionalismo en general, desde la filosofía particular, próxima al anarquismo, de este autor.

Cuadernos de Alzate, nº 22: Política Lingüística y Nacionalismo
Director J.J. Solozábal
Pablo Iglesias Madrid 1999, 242 páginas, 1.000 Pts

R.B. Babelia El País 28 Agosto 1999

Bajo el epígrafe de ‘Politica lingúístíca y Nacionalismo’ se agrupan artículos de F. Rubio Llorente, Mikel Azurmendi, F. de Carreras, Joseba Arregi, Iñaki Aguirreazkuenaga, A. L. Basaguren y A. Santamaría. Análisis de la coyuntura política vasca a cargo de L. Daniel Ispizua, Daniel Innenarity y F. Llera.

El número, extraordinario en varios sentidos, también incluye artículos de Fernando Savater (sobre Bertrand Russell) y Ricardo Tejada.

Cuentos Nacionalistas
Bruyel, Augusto, Vulcano Ediciones, ISBN 84-7828-027-8, 1997, 156 páginas, 1.600 Pts.

Con prólogo del afamado defensor de la libertad idiomática D. Aleix Vidal Quadras, por lo que ya puedes darte una buena idea del interés que esta obra tiene para todos los que defienden el español en España.
Los nacionalismos han sido y desgraciadamente son uno de los peligros ciertos del mundo actual, y sin embargo, con frecuencia se sustentan en hechos inciertos, argumentos falaces y demasiado cuento. Los Cuentos nacionalistas, tratan de desenmascarar algunas de las contradicciones del nacionalismo, de sus miserias y mentiras, a través del género literario que mejor puede sorprenderle: el relato corto, el cuento.
El actual Estado de las Autonomías (suyas), ha exarcerbado la irracionalidad de muchos de estos males, pero casi siempre desde el raciocinio de los ensayos o de las secciones de opinión de los periódicos. Faltaba la denuncia sutil que proporciona la literatura, sutil pero a menudo más contundente porque se cuela por los entresijos del sentimiento, el elemento preferido precisamente por los interesados predicadores del nacionalismo.
No obstante, los Cuentos nacionalistas ofrecen también una base racional de análisis: el que permiten, por ejemplo, las citas iniciales de cada relato –muy bien traídas y buscadas en los ámbitos más diversos- y los hechos reales que se muestran. Pero Augusto Bruyel, Licenciado y Doctor en Psicología y Licenciado en Filología Hispánica, además de Prof. de Lengua y Literatura Españolas, procura denunciar, no con descaro ni maniqueismo, sino con risueña agudeza, presentando los hechos de manera que sea el propio lector, siempre inteligente, quien descubra la paradoja y/o la mezquindad de algunas de las conductas habituales de los mal llamados nacionalistas (yo los llamaría aldeistas, por su pretendido aislacionismo, aldeano tiene una connotación noble), y en consecuencia, saque él mismo sus conclusiones.

En caso de querer adquirir este libro,  si no consigue localizarlo,  puede ponerse en contacto con nosotros para conseguirlo.

Cuestión de fondo.
Vidal-Quadras, Aleix. Montesinos. Barcelona. 1993.

De la inexistencia de España
Juan Pedro Quiñonero.  Tecnos. Madrid. 1998. 449 Págs. 2.500 Pts.
De invertebrada a inexistente
Alfonso Basallo El Mundo 19 Diciembre 1998  http://www.el-mundo.es/esfera

España como problema. La eterna cuestión, activada por la generación del 98 y enriquecida a lo largo de esta centuria con diversas interpretaciones. La de Juan Pedro Quiñonero sigue la estela dejada por Américo Castro. Sostiene que diluida en el paisaje virtual de la Unión Europea, España carece de entidad. ¿Qué queda entonces? ¿En qué noray anclar la identidad española? En la idiosincrasia cultural, en el crisol de lenguas, religiones, pensamiento de nuestra Historia. El único terreno —sostiene Quiñonero— que «escapa al control administrativo de la política y al infierno proliferante de la nadería audiovisual: las artes de la imaginación y de la palabra». El libro traza una panorámica por algunas de las constantes literarias y artísticas de Celtiberia. Es pues, un Historia diferente de España. Un recorrido sumamente sugestivo, servido por una prosa de calidad.

Defensa de la Nación Española
Frente a la exacerbación de los nacionalismos y ante la duda europea
Otero Novas, José Manuel. Ed Fénix 1998, 647 Pgs, 3900Pts.
Otero Novas: «Están violando la Constitución desde 1981»  (Madrid. Antonio Astorga ABC 1 Diciembre 1998)

Alejado de la política partidista» pero incrustado como ariete en el meollo de la cuestión política, José Manuel Otero Novas, ex minitro de Presidencia y de Educación con Adolfo Suárez, publica y vindica una apasionada «Defensa de la Nación Española» (Fénix).

Otero Novas disecciona las causas y consecuencias de la «des-integración» de España, devorada por colmillos europeos y nacionalistas.

– ¿Hemos ingresado con el pie cambiado en la Unión Europea?
– Hemos entrado en Europa pensándolo poco, si es que lo hemos pensado algo. A nivel colectivo no ha existido debate. No quiero cercenar las ventajas de la UE, pero no olvido sus inconvenientes: está contribuyendo a un proceso de desaparición de la nación española.

– ¿Haciá dónde se vertebra España?
– El techo autonómico federal de La Constitución se ha superado y se camina a una España confederal con un Estado simbólico. Por lo tanto, las pocas competencias del Estado español pasarían a Bruselas. Ese Estado se reduciría a unos mínimos y los intereses españoles serían más baratos para ser comprados.

– ¿Y si fracasa la Unión Europea?
– La Europa confederal no sólo sería un problema para los intereses de los españoles, sino que acabaría en finales preocupantes y desintegradores, como recuerda la historia.

– ¿Qué pintan los nacionalismos?
– Yo he sido el principal responsable de la constitución del Estado Autonómico y del respeto a los derechos históricos. Soy partidario de la solución constitucional salvaguardando la historia y diversidad, pero no desde el prima centralista o uniforme. Y nunca, desde luego, como el disparate actual, que tiende a volver a aquel minuto de la historia que a cada comunidad más le gusta.

– Sostiene usted que a España la niegan. ¿Quén? ¿Quiénes?
– Siempre hay alguien que quiere la independencia. Unos tratan de crecer a costa de otros. Los dirigentes del Estado creen que ceder es síntoma de centrismo. Y todos han cedido violando La Constitución.

– ¿Desde cuándo se ultraja la Carta Magna?
– Desde 1981, cuando en contra de lo que dice se decide la división de España en Comunidades Autónomas y que éstas han de ser uniformes. La Constitución está redactada sobre la base de la diversidad. De ahí arranca una espiral de insatisfacción. También se ha violado lo que dice el artículo tres sobre la lengua...

– ¿El confederalismo arruinaría la democracia?
– Puede que sí, aunque podríamos vivir tranquila y democráticamente en un Estado confederal. Nos convertiríamos, eso sí´, en pequeños mónacos, luxemburgos...

– ¿España está en venta?
– España se ha vendido. Es el país más pobre de los punteros de la Unión Europea. En mi defensa de la nación española planteo una tesis: los españoles no nos hemos planteado hasta dónde nos interesa la UE y desde dónde esta integración sería perjudicial para nosotros.

Del hecho nacional a la conciencia de España o el discurso de la República.
García Trevijano, Antonio. Temas de Hoy. Madrid

Derechos internacionales
Textos internacionales. Tecnos. Madrid. 1991

Documentos para la Historia del Nacionalismo Vasco
De Pablo, De la Granja, Mees. Ed. Ariel, Barcelona 1998, 198 páginas, 2.100 Pts.
(Javier Paredes, El Mundo (de los libros), 17 Octubre 1998.)
Todo empezó con los Fueros....

Una guía para entender el nacionalismo vasco, a partir de sus documentos, desde el carlismo hasta nuestros días.

En 1890, Sabino Arana planteó en una frase la fórmula que iba a dar lugar al desarrollo del nacionalismo vasco: "Euskadi en la patria de los vascos". Pues bien, ésta sigue siendo la misma fórmula que todavía emplean en la actualidad los líderes de distintos partidos políticos nacionalistas de Euskadi. Documentos para la Historia del Nacionalismo Vasco trata de ilustrar los cien años que separan al proyecto inicial de Arana de la actual atomización de formaciones nacionalistas en Esukadi, con una serie de documentos (desde programas y manifiestos políticos hasta mapas y gráficos, pasando por discursos).

El libro parte de los orígenes forales del movimiento, conectados innegablemente con las propuestas antiliberales del carlismo. Y analiza, a continuación, con rigor y capacidad de síntesis, el rastro documental del nacionalismo. Lo hace con un tono objetivista y distanciado, que tanto se agradece en un asunto que, con lamentable frecuencia, no ha sido tratado con la objetividad que debe caracterizar todo estudio histórico.

Por razones obvias no resulta sencillo escribir con serenidad y acierto sobre el nacionalismo vasco, dificultad que se acrecienta aún más cuando se vive y trabaja en esa tierra, como es el caso de los autores de este libro, tres investigadores de la Universidad del País Vasco.

Con rigor y sin caer en atavismos de carácter ideológico, Santiago de Pablo, José Luis de la Granja y Ludger Mees, se han adentrado en un tema en el que, además, son reputados especialistas. Quin quiera ahorrarse horas y horas de consulta para entender lo fundamental del nacionalismo vasco encontrará en este volumen una selección muy completa de los textos clave en apenas doscientas páginas. Con el interés añadido de que buena parte de los textos procede de manifiestos o declaraciones políticas de los fondos documentales de los archivos que no habían sido publicadas.

El libro rehúye las aristas más polémicas del sabinismo: contiene los textos independentistas del fundador del PNV, pero también sus escritos de corte racista, tan poco conocidos, hurtados, por cierto, al gran público en el centenario del partido recientemente celebrado.

Queda, en conjunto, un compendio de gran utilidad.

Educación y bilingüismo.
Title: Educación y bilingüismo.
Collection: Estudios de la OIE.
Subcollection: Educación.
Author: Miguel Siguán y William F. Mackey.
Publisher: Santillana / Ediciones UNESCO.
Sales Rights: España: Santillana, S.A., Madrid.
Language(s): También Publicado en Inglés, Francés.
Date of publication: 1986. 174 p.
ISBN: 92-3-302340-0.
Price: 40FF.
Keywords: Lenguas.

Educación y nacionalismo. Historia de un modelo
de Ernesto Ladrón de Guevara López
Prólogo de Gotzone Mora. Editorial Txertoa. San Sebastián, 2005. Rustica; ISBN: 8471483939, 286 pp,
(18.0x25.0 cm) 15 €  
 www.wadhoo.com/educacionynacionalismo

"Ladrón de Guevara denuncia el modelo educativo nacionalista
C.L.A. www.elsemanaldigital.com 30 de noviembre de 2005.

Las cosas no suceden por casualidad. La escuela constituye el fundamento de la "construcción nacional vasca", y el autor conoce bien hasta qué punto es difícil resistirse a ella. 

 Además de colaborador de Elsemanaldigital.com, donde alerta cotidianamente sobre los desafueros del nacionalismo, Ernesto Ladrón de Guevara es portavoz de Unidad Alavesa en las Juntas Generales de Álava. Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación, lleva treinta años ejerciendo tareas educativas en el sistema público de su comunidad, así que conoce a la perfección los instrumentos diseñados desde el Ejecutivo vasco para fabricar el viejo sueño sabiniano de Euskadi inoculándolo en la infancia. 

En "Educación y nacionalismo. Historia de un modelo", Ladrón de Guevara ha plasmado todo lo que sabe al respecto. Ya ha presentado esta obra en Bilbao y en Vitoria, y el martes lo hizo en el Ateneo de Santander, presentado por Gotzone Mora y otro articulista de nuestro periódico e incansable debelador del nacionalismo, Jesús Laínz. 

El autor no oculta que ha escrito su libro desde la indignación por que un "nacionalismo etnicista y secesionista" haya convertido la escuela, contra toda norma pedagógica, en "un gran aparato de adoctrinamiento muy eficaz para los fines de la construcción nacional". 

Pero esa indignación está sólo en las motivaciones, y queda aparcada desde las primeras páginas para concentrarse en una investigación histórica profunda, documentada y sin pasión, sobre las raíces, los procesos, la metodología y los resultados del sistema educativo vasco. 

La idea esencial que transita por sus doce capítulos es el carácter postizo de la enseñanza en el País Vasco y su divorcio del país real. Lo que realza su carácter de imposición. Fijémonos, por ejemplo, en el dato del euskera. Pese a una intensa campaña de normalización lingüística que dura ya un cuarto de siglo, en 2003 sólo el 0,53% de los escritos dirigidos a la Diputación de Álava por los ciudadanos se redactaron en vascuence. 

A tanto llega la campaña, que en algún ejercicio Ajuria Enea ha llegado a presupuestar para euskaldunización hasta el quíntuple de dinero que para las políticas activas de empleo. El impacto es muy relativo, pero no deja de influir, como la persistente tendencia a la disminución del modelo de escolarización en castellano, abrumadoramente preferido en los años 80 (60,43%), y ya minoritario al finalizar los 90 (21,78%): el PNV ha incrementado la presión hacia la inmersión total en euskera, pese a que la realidad social continúa indicando un uso minoritario de ese idioma. 

No todo es la lengua, por supuesto. La dogmática nacionalista sobre Navarra, la historia antigua o incluso la naturaleza de ETA, por ejemplo, es analizada también en esta obra a través de los libros de texto amparados por la Consejería de Educación. 

Ladrón de Guevara expone cómo se ha llegado a este punto, fundamentalmente por la rápida transferencia de esas competencias al Gobierno vasco, y el desprecio a la ley, por acción u omisión, de éste. 

Las cuatro páginas que conforman las conclusiones finales del estudio denuncian el adoctrinamiento como paso intermedio hacia la hegemonía social, que rompe los fundamentos de la democracia. Y reprochan a los partidos constitucionalistas su pasividad al consentir "que el nacionalismo entretejiera un programa perfectamente planificado en el tiempo para diluir socialmente cualquier obstáculo a sus pretensiones y objetivos disgregadores de la unidad política y territorial de España".

Un libro imprescindible, afirma Gotzone Mora, para comprender lo que ha pasado y está pasando en el País Vasco."

El fin del Estado
Javier Orrico Periodista Digital 23.01.06

Lo que nos costó doscientos años conseguir, un estado democrático, no ha tardado ni dos años en destruirlo el ZPsoe. Como sea. Soñaron los liberales autores de la Constitución de 1812, hijos del espíritu ilustrado, de la utopía emancipadora, con un Estado que le diera a lo que siempre había existido, la nación española, los españoles, una arquitectura legal igualitaria, una cohesión fundada no en la raza, ni en la sangre, ni en la etnia, sino en el derecho, en la ciudadanía que acabara con los privilegios del Antiguo Régimen, con la división estamental y territorial, y con el sometimiento a que condenaba su ignorancia de la lengua universal y común a los hijos pobres, a las capas rurales, de la España no castellana. Creyeron que la ley para todos, la eliminación de las fronteras interiores, el acceso a un mercado único, la unidad fiscal, las comunicaciones, las garantías legales frente a los caciques locales, la educación universal que desterraría el oscurantismo y la superstición religiosa, todo lo que recorría Europa en un grito de libertad, articulado en el Estado nacional, nos traería el fin de nuestra decadencia, nos devolvería al lugar que habíamos dejado de ocupar en el mundo.

Todo ese sueño, encarnado en otra Constitución, la de 1978, generosa hasta el límite, concebida para superar las heridas del odio entre hermanos, es lo que este ZP, este personaje cuya valía se reduce a ser una sigla afortunada, esta cosa siniestra que ya no sé cómo calificar, este caldo concentrado de resentimiento histórico, acaba de despachar entre frases babosas, reuniones de conspirador de barril, y pensamientos profundos del tipo “no hay que discutir por los conceptos”.

Contrariamente a los nacionalistas, claro, creo que de lo que España ha carecido históricamente no ha sido de la nación, sino del Estado, que es lo que ellos se empeñan en decir que somos y que no fuimos nunca. Para desgracia de todos, la única nación sin Estado es precisamente España. Si hubiéramos conseguido ser un Estado de verdad, un Estado moderno, hace mucho tiempo que habríamos salido de esta eterna discusión decimonónica, sí, aún y precisamente porque en el XIX las fuerzas reaccionarias y unos gobernantes taimados y desleales, como Fernando VII (el ZP de su tiempo), o directamente incompetentes hasta la cesión ante el foralismo y los campanarios, habían hecho imposible la construcción de unas estructuras nuevas que nos incorporaran a la modernidad. Y el Estado se edificaba sobre la extensión de la enseñanza, de una cultura compartida que convirtiera a los súbditos en ciudadanos, a los esclavos en hombres libres. Por eso, quizás no haya en estos momentos una obra tan oportuna y necesaria como “Educación y nacionalismo” (Edit. Txertoa, San Sebastián, 2005), de Ernesto Ladrón de Guevara.

El libro de Ladrón de Guevara, resultado de la investigación y la experiencia directa, es la narración espeluznante de ese fracaso español en la construcción de un Estado para todos que ahora culmina ZP con su rendición final, para provecho propio y desgracia de España, ante el nacionalismo étnico-lingüístico. (Lo digo yo y Joaquín Leguina y cualquier demócrata que aún conserve un mínimo de decencia.)

Apoyado en una abundantísima documentación, inapelable, y en su condición de maestro y doctor en Pedagogía, además de una larga e intensa vida política, que le ha llevado desde las filas del PSE-PSOE -donde llegó a ser asesor de la Delegación del Gobierno y delegado de Educación en Álava durante los años ochenta- a su actual condición de diputado foral por Unidad Alavesa, y a tener que vivir con escolta, Ernesto Ladrón de Guevara inicia su obra con un repaso detallado de la resistencia del tradicionalismo y el carlismo vascos a ceder el control educativo, y con él, por supuesto, el ideológico y moral, desde el instante mismo en que el Estado liberal se propuso la tarea ilustrada de impartir una enseñanza para todos los españoles.

Se trataba de impedir, a toda costa, que el malvado liberalismo, la blasfemia y la irreverencia penetraran en las dulces almas euskéricas, siempre protegidas entre las sotanas y las diferencias de sangre. Y ello, bajo la especie de la lengua, usada desde el primer momento como emblema identitario y no como elemento de comunicación; y de una supuesta naturaleza moral distinta por cuya pureza velaba la Iglesia vasca. Sobre la raza, los fueros viejos y el vascuence se construyeron, pues, las barreras que impidieron al Estado democrático llegar a implantarse en los territorios vascos. Y como el poder central fue débil y transigió, el siglo XIX, cuando en toda Europa se levantaron las naciones modernas, fue entre nosotros un siglo perdido.

Lo que vino luego es una historia, desdichadamente familiar, que ha conducido a esta antesala de la separación en que nos encontramos: el surgimiento del nacionalismo, la represión franquista, y la llegada de una democracia que, como el Estado liberal, nunca ha conseguido entrar en Vasconia, hoy llamada Euskadi (el nombre que le puso el racista Arana, inventor de todo este disparate) para consignar, desde el nombre mismo, la enésima derrota del liberalismo.

La escuela nacionalista, edificada a imagen de lo peor de la escuela nacional-católica-franquista, y sólo posible gracias a las concesiones de la joven democracia, ha terminado por ser el instrumento esencial para la “construcción nacional vasca” (y catalana). Es decir, para edificar nuevas naciones soberanas (porque no existe nación sin soberanía) donde nunca las hubo, y, al final, Estados propios y distintos del español que garanticen la permanencia de los privilegios en las manos de siempre. En eso están, en un sistema educativo utilizado en el País Vasco (y Cataluña), durante los últimos veinticinco años, no como un instrumento de cultura, sino justamente de lo contrario, de aculturación, de adhesión irracional a los postulados del nacionalismo.

Para ello, además de la LOGSE y sus pedagogías aldeanas del ‘entonno’ inmediato, el terror y la presión social al estilo nazi: la lengua como excusa para expulsar a los profesores no suficientemente adictos, con el apoyo de los sindicatos abertzales (ELA, LAB y STEES); el feroz adoctrinamiento a través de los libros de texto y la ‘nacionalización’ de la Universidad y, por tanto, de los docentes de todos los niveles; la eliminación paulatina de la enseñanza en castellano, hasta una práctica inmersión total en euskera batúa; y, así, la identificación entre ser vasco leal-hablar euskera-comulgar nacionalista, hasta aplastar, incluyendo el asesinato si falta hacía, a quienes se opusieran a esas ‘libertades’ vascas consistentes en anular al individuo e imponer la aceptación identitaria como única vía para la subsistencia misma.

“Educación y nacionalismo”, boicoteado en las librerías vascas y catalanas, es el relato de una pesadilla, de muchas cobardías, de cesiones y traiciones, de abandonos y errores que han abierto camino al movimiento nacional-socialista que hoy se enseñorea de las Vascongadas (y de Cataluña), donde la confusión entre Lengua-Escuela-Pueblo-Partido-Nación ha hecho imposible la democracia. Es el relato, en fin, de las vías por las que Zapatero y el PS0E se empeñan en hacernos fracasar una vez más, y quizás para siempre.

Educación y Nacionalismo, Historia de un modelo (terrorífico)
Nota del Editor 29 Enero 2006 

A pesar del mal tiempo, ante una nutrida asistencia en el salón de actos del Círculo de Artesanos de La Coruña, el presidente de Agli, presentó al conferenciante y resumió su libro utilizando una cita de Javier Orrico "“Educación y nacionalismo”, libro boicoteado en las librerías vascas y catalanas, es el relato de una pesadilla, de muchas cobardías, de cesiones y traiciones, de abandonos y errores que han abierto camino al movimiento nacional-socialista que hoy se enseñorea de los españoles, donde la confusión entre Lengua-Escuela-Pueblo-Partido-Nación ha hecho imposible la democracia".

   Ernesto Ladrón de Guevara fue desgranando las tropelías que el nacionalismo vasco está ejecutando desde hace ya muchos años para alcanzar la tercera fase, el pleno dominio de la sociedad, el estado totalitario donde las personas son clones perfectamente despojados de toda racionalidad y han sido convertidos en fervorosos creyentes del credo nacionalista, en la dictadura del miedo de los que aún piensan.

 Las mismas tropelías que todos los partidos sin excepción ejecutan en las regiones donde han conseguido iniciar o ya erradicar el idioma español, mediante la imposición lingüística, definiendo la lengua regional como "propia" y sometiendo a los ciudadanos español-hablantes a una ciudadanía de segunda clase, privados de sus derechos constitucionales en su vida cotidiana sin su idioma español, sin educación en su lengua materna.

 Ya en 1910, los nacionalistas habían establecido los planes para conseguir su objetivo de pleno dominio de la sociedad, aplicando un proceso descerebrador en tres etapas, en la primera, la etapa social, se pervierte el lenguaje, se adaptan los significados, y por medio de minorías políticas se toma posesión de la escuela, se doblega al profesorado que a su vez condiciona a los niños, y estos presionan y condicionan a sus padres, permeando poco a poco todos los niveles de la enseñanza, incluyendo la universidad y así constituye un entramado que les permite premiar a sus seguidores más fervientes; en la segunda, la etapa social, controlan totalmente los partidos políticos y con ellos los fondos públicos, los medios de comunicación, el empleo directo con su burocracia y empresas de servicios para los entes regionales, provinciales y locales e indirecto mediante su influencia en las empresas mediante ayudas, subvenciones y adjudicaciones dirigidas. 

Finalmente llegarán a la tercera etapa, al pleno dominio, al estado totalitario, con todos sus ciudadanos clonados con el credo nacionalista, algunos abandonados como NAS, No Asumibles por el Sistema, muchos en la diáspora, como los 4.000 profesores que ya se han visto obligados a abandonar el País vasco (y análogamente Cataluña, Galicia y demás regiones donde han establecido "lengua propia").

Esta evolución se ve claramente en la actualidad mediante las estadísticas de afiliación del profesorado a los sindicatos: desde 1987 a 2003, hay una tendencia imparable de trasvase desde los sindicatos nacionales a los nacionalistas, y más amargamente en la desaparición del modelo educativo en castellano y el aumento imparable del modelo educativo de inmersión total en la "lengua propia", en contra de todos los derechos legales y humanos y de los criterios científicos, con el único objeto de castigar a la mayoría español-hablante (91% en Álava) al fracaso escolar (15% de disglosias, afasias, etc.).

Apoyando sus argumentos con estadísticas, imágenes y citas de libros, Ernesto Ladrón de Guevara, ha realizado el trabajo por responsabilidad social, para que quede constancia que algunos lucharon contra este proceso de la dictadura del miedo.

 Seguidamente, Cristina Losada dirigió el animadísimo coloquio, recordando que el deber de conocer la lengua propia ya pretendieron ponerlo en el estatuto de Galicia y fue tumbado por el Tribunal Constitucional, y con muchas preguntas, relacionadas con este proceso totalitario, para saber como defenderse, tanto a nivel individual (madres que ven como sus hijos son obligados a estudiar en una lengua que no es la suya), como a nivel colectivo (formación de grupos políticos para la defensa de los derechos constitucionales y apoyo mutuo de las asociaciones cívicas), como la defensa contra el goteo constante de la presión nacionalista, que ha provocado que algunos ya piensen que es obligatorio que la mayoría que cumple el deber constitucional de conocer el idioma español deba doblegarse ante los que no lo cumplen y todo el mundo, especialmente los funcionarios, deba pasar el filtro de la lengua propia, creando una barrera a la libre circulación de las ideas y personas. 

Finalizado el acto, y hasta que se acabaron las existencias, el autor firmó dedicatorias, y seguidamente, acompañado de algunos socios y simpatizantes de AGLI, se  reunieron en animada cena en un panorámico restaurante de las cercanías."

Educación y pluralidad de lenguas.
Siguán, Miguel. Instituto de Ciencias de la Educación. Barcelona. 1978

El Ruido de las Nueces . LA RELACIÓN SECRETA ENTRE ETA y PNV
CRÓNICA. CARMEN GURRUCHAGA E ISABEL SAN SEBASTIÁN
TEMAS DE HOY. MADRID, 2000. 320 PAGINAS. 2.700 PESETAS
JAVIER PRADERA El País (Babelia, edición impresa), 14 Octubre 200
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Gurruchaga y San Sebastián analizan las íntimas relaciones del PNV y ETA utilizando documentación judicial.

Los libros-reportaje sobre temas de actualidad política escritos por periodistas se mueven dentro de fronteras imprecisas: aunque no ofrezcan por lo general el rigor académico en el manejo de las fuentes, la verificación de las informaciones y la plausibilidad de las conjeturas que sería imprescindible para formar parte de esa historia del presente bautizada por Timothy Garton Ash como disciplina autónoma, la cercanía a los hechos, la inmediatez temporal y la agilidad expositiva les confieren un aire atrayente. El árbol y las nueces es una buena muestra de esa combinación de rasgos: Carmen Gurruchaga, informadora sobre el terreno durante muchos años de la situación vasca, e Isabel San Sebastián, contundente opinadora sobre la materia, describen las relaciones secretas entre el PNV y ETA mediante la reproducción entrecomillada de documentación incautada judicialmente y las conclusiones de sus propias investigaciones.

EL documento más impresionante -ya conocido en sus partes esenciales por anteriores publicaciones periodísticas- es el acta o memorándum redactado por uno de los asistentes a la reunión celebrada el 26 de marzo de 1991 entre una delegación del PNV formada por Xabier Arzalluz y Gorka Agirre y tres representantes de la coordinadora del nacionalismo radical: José Luis Elkoro (miembro de HB), Rafael Diez Usabiaga (secretario general del sindicato LAB) y Martin Garitano (redactor de Egin); dicho escrito sería requisado un año después en un registro judicial realizado en el domicilio de Diez Usabiaga. Aunque el documento no tenga en sí mismo valor de prueba judicial contra Arzalluz y el interesado se halla en condiciones de ofrecer argumentos en su descargo (desde la malevolencia intencionada o el sesgo inconsciente del redactor hasta la eventual manipulación policial del documento, pasando por su propósito maquiavélico de engañar a los interlocutores), algunas citas literales acreditan la existencia de una división del trabajo concertada entre los sectores radicales y moderados del nacionalismo vasco según la cual ETA movería el árbol mediante la violencia criminal y el PNV recogería las nueces a través de una negociación política condicionada siempre por el chantaje de las armas.

También suscitan inquietud algunas actas -requisadas a un miembro de ETA en 1995- de las reuniones celebradas durante el verano de 1992 entre una delegación del PNV (formada por Joseba Egibar, Gorka Agirre y Juan Maria Ollora) y una representación del nacionalismo radical (constituida por Rufi Etxeberría, Floren Aóiz, Jon Idígoras e Íñigo Iruín). Las citas literales de algunos documentos internos de la Ertzaintza, que muestran cómo algunos mandos superiores de la policía autónoma -entre otros Iñaki Mureta- impartieron a los ertzainas consignas desmovilizadoras para estorbar o impedir la aplicación de la ley a los activistas de la kale borroka, parecen confirmar las palabras de Arzalluz transcritas en 1991 sobre el boicoteo político desde dentro a la acción policial contra los terroristas.

El acuerdo secreto suscrito durante el verano de 1998 por el PNV y EA con ETA, publicado el 30 de abril de 1999 por Gara sin más desmentidos de los partidos que reparos puramente formales, confiere un ominoso sentido tanto a los textos reproducidos de manera literal como a otros documentos “inéditos” o “desconocidos hasta ahora” que las autoras han podido consultar en archivos no precisados. El libro describe algunos serios desacuerdos dentro del Gobierno a la hora de dar respuesta a la tregua temporal declarada el 16 de septiembre de 1998 por la banda terrorista tras su entendimiento clandestino con el nacionalismo moderado y el Pacto de Estella: frente a las posiciones aventureras defendidas por el asesor Arriola, preocupado tan sólo por las consecuencias electorales favorables para el PP, el presidente Aznar terminó apoyando las tesis del ministro Mayor Oreja, quien desde el primer momento calificó la tregua de trampa. Gurruchaga y San Sebastián también exponen el cómico papel de tonto útil desempeñado por el vicepresidente Cascos, seducido por Xabier Arzalluz mediante la gastronomía y la jardinería.

El apresuramiento o la ligereza empañan de vez en cuando la fiabilidad del reportaje. Así, las autoras convierten imaginativamente a Felipe González y Alfonso Guerra en asilados políticos en Argelia durante el franquismo (página 51) o afirman a la vez que el ministro Corcuera no quiso (página 112) y no pudo (página 128) cesar a Rafael Vera. La fantasiosa versión dada por el capítulo final del libro de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el recurso de amparo de la Mesa Nacional de Herri Batasuna es hasta tal punto intoxicadora y carente de fundamento que arroja una molesta luz de sospecha sobre otras conjeturas anteriores.

«El árbol y las nueces»
José Antonio SÁNCHEZ La Razón    9 Octubre 2000

Mañana se presenta de forma oficial el libro de las periodistas Carmen Gurruchaga e Isabel San Sebastián, obra que lleva por título «El árbol y las nueces». Tengo para mí que la principal aportación de las autoras no es el contenido recogido a lo largo de más de trescientas páginas, sino la valentía de revelarlo, editarlo, publicarlo y difundirlo. Naturalmente que la relación «secreta» entre la organización Eta y los democristianos del PNV es más pública que la que existe entre un cardenal y la Iglesia, pero habrá que admitir que en estos momentos, en que sólo se habla de «pacificación» y de «conflicto», es todo un desafío a lo políticamente correcto la utilización de términos como «asesinato» o «terror». Otro mérito de esta obra es que su contenido no pierde la rabiosa actualidad de siempre, a lo que hay que añadir la agudeza, la destreza y la elegancia de las plumas de estas dos veteranas y magníficas periodistas.

    Lo tremendo, lo sobrecogedor, lo preocupante, es que tras leer el libro, el lector se hará siempre la misma pregunta: ¿Cómo es posible que ocurran estas cosas y que no pase nada? La lectura de «El árbol y las nueces» rascará de manera áspera algunas conciencias indecisas. No hay que olvidar que según avanza el tiempo, el «conflicto» entra cada vez más de lleno en el mundo de la política y se aleja del terreno del Código Penal. Prueba de ello ha sido la decisión de la Audiencia Nacional, que estima que los concejales de Marquina no cometieron delito alguno cuando cedieron el salón de plenos del Ayuntamiento para instalar la capilla ardiente del miembro de Eta fallecido en agosto pasado al estallar los explosivos que transportaba.

    Sorprende la escasez de conocimientos jurídicos de los responsables de estas vicisitudes. Están continuamente abriendo diligencias por presuntos delitos que después se archivan porque no existen tales delitos. Ya una vez, conviene recordarlo, el Tribunal Supremo encarceló a la Mesa de HB y, seguidamente, el Tribunal Constitucional los puso en la calle. Sería bueno que los servicios jurídicos públicos estuvieran mejor formados en Derecho para que no perdieran el tiempo en abrir estudios, investigaciones y diligencias sobre cuestiones que no son delitos. Bastarían con que leyeran la Prensa diaria para saber que nombrar a un miembro de Eta hijo predilecto de un municipio y pagar con dinero público los gastos del sepelio, o instalar en los salones de plenos de los ayuntamientos capillas ardientes para los militantes de Eta, no son hechos constitutivos de delito. Bueno, pues nada, siguen abriendo diligencias que después la Audiencia Nacional se encarga de archivar, con lo que unos y otros trabajan en balde.

    Pero volvamos al libro. Todo aquel que quiera saber de verdad qué hay detrás de Eta y cuáles son sus relaciones con el Partido Nacionalista Vasco, así como la estrategia que ambos han diseñado, deberán comer de «El árbol y las nueces» y beber de la tinta de estas dos plumas excepcionales: Carmen Gurruchaga e Isabel San Sebastián.

El Ruido de las Nueces . LA RELACIÓN SECRETA ENTRE ETA y PNV
CRÓNICA. CARMEN GURRUCHAGA E ISABEL SAN SEBASTIÁN
TEMAS DE HOY. MADRID, 2000. 320 PAGINAS. 2.700 PESETAS
JAVIER PRADERA El País (Babelia, edición impresa), 14 Octubre 2000

Gurruchaga y San Sebastián analizan las íntimas relaciones del PNV y ETA utilizando documentación judicial.

Los libros-reportaje sobre temas de actualidad política escritos por periodistas se mueven dentro de fronteras imprecisas: aunque no ofrezcan por lo general el rigor académico en el manejo de las fuentes, la verificación de las informaciones y la plausibilidad de las conjeturas que sería imprescindible para formar parte de esa historia del presente bautizada por Timothy Garton Ash como disciplina autónoma, la cercanía a los hechos, la inmediatez temporal y la agilidad expositiva les confieren un aire atrayente. El árbol y las nueces es una buena muestra de esa combinación de rasgos: Carmen Gurruchaga, informadora sobre el terreno durante muchos años de la situación vasca, e Isabel San Sebastián, contundente opinadora sobre la materia, describen las relaciones secretas entre el PNV y ETA mediante la reproducción entrecomillada de documentación incautada judicialmente y las conclusiones de sus propias investigaciones.

EL documento más impresionante —ya conocido en sus partes esenciales por anteriores publicaciones periodísticas— es el acta o memorándum redactado por uno de los asistentes a la reunión celebrada el 26 de marzo de 1991 entre una delegación del PNV formada por Xabier Arzalluz y Gorka Agirre y tres representantes de la coordinadora del nacionalismo radical: José Luis Elkoro (miembro de HB), Rafael Diez Usabiaga (secretario general del sindicato LAB) y Martin Garitano (redactor de Egin); dicho escrito sería requisado un año después en un registro judicial realizado en el domicilio de Diez Usabiaga. Aunque el documento no tenga en sí mismo valor de prueba judicial contra Arzalluz y el interesado se halla en condiciones de ofrecer argumentos en su descargo (desde la malevolencia intencionada o el sesgo inconsciente del redactor hasta la eventual manipulación policial del documento, pasando por su propósito maquiavélico de engañar a los interlocutores), algunas citas literales acreditan la existencia de una división del trabajo concertada entre los sectores radicales y moderados del nacionalismo vasco según la cual ETA movería el árbol mediante la violencia criminal y el PNV recogería las nueces a través de una negociación política condicionada siempre por el chantaje de las armas.

También suscitan inquietud algunas actas —requisadas a un miembro de ETA en 1995— de las reuniones celebradas durante el verano de 1992 entre una delegación del PNV (formada por Joseba Egibar, Gorka Agirre y Juan Maria Ollora) y una representación del nacionalismo radical (constituida por Rufi Etxeberría, Floren Aóiz, Jon Idígoras e Íñigo Iruín). Las citas literales de algunos documentos internos de la Ertzaintza, que muestran cómo algunos mandos superiores de la policía autónoma —entre otros Iñaki Mureta— impartieron a los ertzainas consignas desmovilizadoras para estorbar o impedir la aplicación de la ley a los activistas de la kale borroka, parecen confirmar las palabras de Arzalluz transcritas en 1991 sobre el boicoteo político desde dentro a la acción policial contra los terroristas.

El acuerdo secreto suscrito durante el verano de 1998 por el PNV y EA con ETA, publicado el 30 de abril de 1999 por Gara sin más desmentidos de los partidos que reparos puramente formales, confiere un ominoso sentido tanto a los textos reproducidos de manera literal como a otros documentos “inéditos” o “desconocidos hasta ahora” que las autoras han podido consultar en archivos no precisados. El libro describe algunos serios desacuerdos dentro del Gobierno a la hora de dar respuesta a la tregua temporal declarada el 16 de septiembre de 1998 por la banda terrorista tras su entendimiento clandestino con el nacionalismo moderado y el Pacto de Estella: frente a las posiciones aventureras defendidas por el asesor Arriola, preocupado tan sólo por las consecuencias electorales favorables para el PP, el presidente Aznar terminó apoyando las tesis del ministro Mayor Oreja, quien desde el primer momento calificó la tregua de trampa. Gurruchaga y San Sebastián también exponen el cómico papel de tonto útil desempeñado por el vicepresidente Cascos, seducido por Xabier Arzalluz mediante la gastronomía y la jardinería.

El apresuramiento o la ligereza empañan de vez en cuando la fiabilidad del reportaje. Así, las autoras convierten imaginativamente a Felipe González y Alfonso Guerra en asilados políticos en Argelia durante el franquismo (página 51) o afirman a la vez que el ministro Corcuera no quiso (página 112) y no pudo (página 128) cesar a Rafael Vera. La fantasiosa versión dada por el capítulo final del libro de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el recurso de amparo de la Mesa Nacional de Herri Batasuna es hasta tal punto intoxicadora y carente de fundamento que arroja una molesta luz de sospecha sobre otras conjeturas anteriores.


El bucle melancólico
Juaristi, Jon, 1998.
La vieja que pasa llorando
MARIO VARGAS LLOSA, El País 2 Agosto 1998

Entre los numerosos elogios y diatribas que ha merecido El bucle melancólico, de Jon Juaristi, nadie parece haber advertido que se trata de un libro de crítica literaria. Es un indicio de lo poco serio que es considerado en nuestros días este género, al que un sentimiento generalizado considera distanciado para siempre de los grandes problemas, los que sólo son encarados ahora por las llamadas ciencias sociales (la historia, la antropología, la sociología, etcétera).

Es un sentimiento justificado, por desgracia. Con honrosas pero escasas excepciones, la crítica literaria ha dejado de ser el hervidero de ideas y el vector central de la vida cultural que fue hasta los años cincuenta y sesenta, cuando empezó a ensimismarse y frivolizarse. Desde entonces se ha ido bifurcando en dos ramas que, aunque formalmente distintas, exhiben una idéntica vacuidad: una, académica, pseudocientífica, pretenciosa y a menudo ilegible, de charlatanes tipo Derrida, Julia Kristeva o el difunto Paul de Man, y la otra, periodística, ligera y efímera, que, cuando no es una mera extensión publicitaria de las casas editoriales, suele servir a los críticos para quedar bien con los amigos o tomarse mezquinos desquites con sus enemigos. No es raro por eso que, con la excepción acaso de Alemania, no haya, hoy, en los países occidentales, sociedad alguna donde la crítica literaria influya de manera decisiva en el quehacer cultural y sea una referencia obligada en el debate intelectual.

Por eso, cuando aparece un libro como El bucle melancólico-Historias de nacionalistas vascos, que se sitúa en la mejor tradición de la crítica literaria, aquella que trata de desentrañar en la obra de poetas y prosistas lo que, a partir del placer estético que depara, agrega o resta a la vida, a la comprensión de la existencia, del fenómeno histórico y de la problemática social, nadie lo reconoce como lo que es, y se lo toma por "un ensayo psico-social" (así lo califica uno de sus detractores).

A mí, desde las primeras páginas, el libro de Jon Juaristi me ha recordado a Patriotic Gore, el ensayo que uno de los más admirables críticos modernos, Edmond Wilson, dedicó a la literatura surgida en torno a la guerra civil norteamericana, un libro que leí, entusiasmado, en la hospitalaria British Library del Museo Británico. Entusiasmado pese a que, aunque todas las páginas de ese voluminoso libro me estimulaban intelectualmente, estaba seguro de que, salvo los de Ambrose Pierce y unos poquísimos autores más, no hubiera resistido la lectura de la inmensa mayoría de textos analizados por Wilson. Algo semejante me ha ocurrido con El bucle melancólico. Con la excepción de los de Unamuno, tengo la impresión de que la mayor parte de los poemas, canciones, ficciones, artículos, historias, memorias, que Jon Juaristi escudriña tienen escaso valor literario y no trascienden un horizonte localista. Sin embargo, la agudeza del crítico nos revela, como en Patriotic Gore, en la misma indigencia artística o la pobreza conceptual de aquellos textos, unos contenidos sentimentales, religiosos e ideológicos que resultan iluminadores sobre la razón de ser del nacionalismo en general y del terrorismo etarra en particular. Un crítico que sabe leer es capaz de sacar inmenso provecho de la mala literatura.

Con ayuda de Freud, Jon Juaristi llama melancolía a la añoranza de algo que no existió, a un estado de ánimo de feroz nostalgia de algo ido, espléndido, que conjuga la felicidad con la justicia, la belleza con la verdad, la salud con la armonía: el paraíso perdido. Que éste nunca fuera una realidad concreta no es obstáculo para que los seres humanos, dotados de ese instrumento terrible, formidable, que es la imaginación, a fuerza de desear o necesitar que hubiese existido, terminen por fabricarlo. Para eso existe la ficción, una de cuyas manifestaciones más creativas ha sido hasta ahora la literatura: para poblar los vacíos de la vida con los fantasmas que la cobardía, la generosidad, el miedo o la imbecilidad de los hombres requieren para completar sus vidas. Esos fantasmas a los que la ficción inserta en la realidad pueden ser benignos, inocuos o malignos. Los nacionalismos pertenecen a esta última estirpe y a veces los más altos creadores contribuyen con su talento a este peligrosísimo embauque. Es el caso del gran poeta William Butler Yeats, que en su drama patriótico irlandés Cathleen ni Houliban (1902) inventó aquella imagen -de larga reverberación en las mitologías nacionalistas- de "la vieja que pasó llorando", personificación de la Patria, claro está, humillada y olvidada, esperando que sus hijos la rediman. Jon Juaristi consagra a esta imaginería patriotera uno de los más absorbentes capítulos de su libro.

Con perspicacia y seguridad, Juaristi documenta el proceso de edificación de los mitos, rituales, liturgias, fantasías históricas, leyendas, delirios lingüísticos que sostienen al nacionalismo vasco, y su enquistamiento en una campana neumática solipsista, que le permite preservar aquella ficción intangible, inmunizada contra toda argumentación crítica o cotejo con la realidad. Las verdades que proclama una ideología nacionalista no son racionales: son dogmas, actos de fe. Por eso, como hacen las iglesias, los nacionalistas no dialogan: descalifican, excomulgan y condenan. Es natural que, a diferencia de lo que ocurre con la democracia, el socialismo, el comunismo, el liberalismo o el anarquismo, el nacionalismo no haya producido un solo pensador, o tratado o filosofía, de dimensión universal. Porque el nacionalismo tiene que ver mucho más con el instinto y la pasión que con la inteligencia y su fuerza no está en las ideas sino en las creencias y los mitos. Por eso, como prueba el libro de Jon Juaristi, el nacionalismo se halla más cerca de la literatura y de la religión que de la filosofía o la ciencia política, y para entenderlo pueden ser más útiles los poemas, ficciones y hasta las gramáticas, que los estudios históricos y sociológicos. Él lo dice así: "Creo que hay que empezar a tomarse en serio tanto las historias de los nacionalistas, por muy estúpidas que se nos antojen, como sus exigencias de inteligibilidad autoexplicativa, porque tales son las formas en que el nacionalismo se perpetúa y crece".

Que la ideología nacionalista está, en lo esencial, desasida de la realidad objetiva, no significa, claro está, que no sirvan para atizar la hoguera que ella enciende, los agravios, injusticias y frustraciones de que es víctima una sociedad. Sin embargo, leyendo El bucle melancólico se llega a la angustiosa conclusión de que, aún si el país vasco no hubiera sido objeto, en el pasado, sobre todo durante el régimen de Franco, de vejaciones y prohibiciones intolerables contra el eusquera y las tradiciones locales, la semilla nacionalista hubiera germinado también, porque la tierra en que ella cae y los abonos que la hacen crecer no son de este mundo concreto. Sólo existen, como los de las novelas y las leyendas, en la más recóndita subjetividad, y aparecen al conjuro de esa insatisfacción y rechazo de lo existente que Juaristi llama melancolía. Por su entraña constitutivamente irracional deriva con facilidad hacia la violencia más extrema y, como ha ocurrido con ETA en España, llega a cometer los crímenes más abominables en nombre de su ideal. Ahora bien, que haya partidos nacionalistas moderados, pacíficos, y militantes nacionalistas de impecable vocación democrática, que se empeñan en actuar dentro de la ley y el sentido común, no modifica en nada el hecho incontrovertible de que, si es coherente consigo mismo, todo nacionalismo, llevando hasta las últimas consecuencias los principios y fundamentos que constituyen su razón de ser, desemboca tarde o temprano en prácticas intolerantes y discriminatorias, y en un abierto o solapado racismo. No tiene escapatoria: como esa 'nación' homogénea, cultural y étnica, y a veces religiosa, nunca ha existido -y si alguna vez existió ha desaparecido por completo en el curso de la historia-, está obligado a crearla, a imponerla en la realidad, y la única manera de conseguirlo es la fuerza.

Se equivocan quienes suponen que este libro sólo tiene interés para quienes están interesados en el problema vasco. La verdad es que muchos de los mecanismos psicológicos y culturales que él describe como fuentes del nacionalismo resultan esclarecedores para un fenómeno que, por debajo de las diferencias de tiempo y espacio, es -y me temo mucho lo será cada vez más en el siglo que viene- universal. A mí me ha impresionado descubrir en el libro de Juaristi muchas coincidencias con las conclusiones a que llegué, analizando el fenómeno del indigenismo andino a partir de la obra de José María Arguedas, en La utopía arcaica: la misma invención de un pasado impoluto, con la greda del arte y la literatura, que acaba por tomar cuerpo y operar sobre la realidad, imponiendo sus mitos y fantasías sobre las verdades históricas. Pocos libros como éste explican, con ejemplos vivos, cómo y por qué nacen, y a qué abismos conducen, los nacionalismos.

Para escribirlo se necesitaba no sólo talento y rigor. También, mucha fuerza moral y coraje. De sus páginas deduzco que Jon Juaristi vivió en carne propia, desde la cuna y en el medio familiar, primero, y luego como militante, la tragicomedia etarra. Y que, como muchos otros compañeros de generación, fue capaz de tomar luego distancia y emanciparse de aquella enajenación, que, ahora, pone al descubierto en este libro admirable.

© Mario Vargas Llosa, 1998. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pais, SA, 1998.

JAUNGOICOA ETA FORUAC
EL CARLISMO VASCONAVARRO FRENTE A LA DEMOCRACIA ESPANOLA (1868-1872)
Edición e Introducción de Vicente Garmendia
Universidad del País Vasco. Bilbao, 1999
280 Páginas. 2.900 Pesetas

José Luis De La Granja Sainz. Babelia, El País 28 Agosto 1999

El carlismo y el nacionalismo son dos ideologías y movimientos políticos cruciales en la España contemporáea, que han atraído poderosamente la atención de los historiadores en los tres últimos decenios, dando lugar a polémicas y controversias. Si esto parece lógico en el caso de los nacionalismos por su complejidad y su creciente influencia política, resulta sorprendente que el carlismo (ya extinguido, salvo pequeños rescoldos en Navarra) siga suscitando interpretaciones antagónicas entre los historiadores actuales.

De ahí la necesidad de recurrir a sus propios documentos, que a veces clarifican más su naturaleza que las obras de algunos estudiosos. Y lo mismo es aplicable también a los diversos movimientos nacionalistas.

En los últimos años, la Universidad del País Vasco está publicando una serie de "textos clásicos del pensamiento politico y social en el País Vasco". Si los cuatro primeros volúmenes se han referido a la edad moderna y a los albores de la contemporánea y se han centrado en el fuerismo, el quinto y el sexto, que acaban de aparecer, conciernen al carlismo y al nacionalismo, vinculados entre sí desde fmales del siglo XIX hasta la II República.

Jaungocoa eta foruac (Dios y fueros) es una recopilación de nueve folletos de politicos carlistas vasconavarros, publicados entre la revolución de 1868, que destronó a Isabel II, y el inicio de la última guerra carlista en 1872. Sobresalen los escritos por el novelista Francisco Navarro Villoslada (La España y Carlos VII), el canónigo Vicente Manterola (Don Carlos o el petróleo) y el jurista Arístides de Artiñano (Jaungoicoa eta foruac. La causa vascongada ante la revolución española). Precisamente, la condena furibunda de la revolución y la democracia en la España del sexenio (1868-1874) es el común denominador de estos folletos, junto con la defensa a ultranza de la religión, del orden social y de los fueros. Todo ello figura encarnado por el partido carlista y su pretendiente Carlos VII, cuya monarquía católica y tradicional se presenta como "la solución española" (Antonio Juan de Vildósola).

La "intransigencia doctrinal" de estos dirigentes carlistas contribuyó a la "legitimación de la violencia", que culminó en seguida con la guerra civil de 1872-1876, tal y como señala el historiador Vicente Garmendia, conocido autor de La ideología carlista (1868-1876). En los orígenes del nacionalismo vasco(1984). Este catedrático de la Universidad de Burdeos concluye su interesante introducción con una reflexión muy oportuna: "Al leer estos folletos carlistas escritos hace bastante más de un siglo, se echa de ver (...) la extraña pervivencia y vitalidad de ciertas ideas. En los umbrales del tercer milenio muchas de aquellas ideas defendidas a machamartillo hace tanto tiempo particularmente por algunos de los espíritus más retrógrados de la sociedad vasca de entonces, y repetidas incansablemente año tras año, siguen efectivamente muy lozanas, a pesar del tiempo, en ciertos sectores de la opinión vasca".

El chimbo expiatorio
Jon Juaristi Espasa Calpe. Madrid. 1999 296págs2.900 Pts
Primero, Unamuno; luego, Arana

El ensayista explica las claves del Bilbao del siglo pasado y la mitología del autor de «El sentimiento trágico de la vida»
German Yanke El País 6 Marzo 1999

Leo que el eje de El chimbo expiatorio es mostrar a Unamuno como uno de los responsables de la aparición del nacionalismo vasco. «Casi tan responsable como Sabino Arana», dijo Jon Juaristi en la presentación del libro. Claro que también he podido leer que gira sobre cuestiones ya planteadas en El bucle melancólico, publicado en 1997 con indudable y merecido éxito.

Pero, puestos a leerlo todo, unos cuantos centenares de ciudadanos leímos El chimbo expiatorio hace algo más de cuatro años, publicado en Bilbao por Ediciones El Tilo. Con lo que, al menos a primera vista, sería El bucle melancólico, en todo caso, el que abordara cuestiones más o menos tratadas en el anterior. De lo que no puedo dudar, claro, es de que Juaristi endosara la responsabilidad de la aparición del nacionalismo vasco a Unamuno.

De todos modos, en las conclusiones de El chimbo expiatorio se puede leer algo que no es lo mismo: «Cuando Unamuno inventó el dialecto y el costumbrismo dialectal, estaba, involuntariamente, creando las condiciones culturales para la aparición de una conciencia nacionalista burguesa». Y, para encuadrar mejor las cosas, indica lo que significa «inventó»: «esto es, encontró». Lo anoto, no vaya a ser que, entre las frases más llamativas del acto literario y los comentaristas que se conforman con las solapas, crea alguien que Unamuno se inventó una jerga en la que, después y aunque fuera a su pesar, Sabino Arana escribió los textos fundacionales del nacionalismo.

Lo que El chimbo expiatorio explica muy bien es el ambiente y las claves del Bilbao finisecular, una sociedad «plural sin pluralismo», confusa ante determinados elementos (económicos, sociales, urbanísticos, políticos...) que quebraban un pretendido orden. En ese caldo de cultivo surgen mitologías varias y dispares, todas ellas relatando una pérdida, entre las que están la nacionalista de Sabino Arana y la invención de un Bilbao «chiquito y liberal», que tampoco había existido tal y como se recreaba, en la que podemos encajar a Unamuno.

¿Encajar? La palabra se queda corta. Juaristi analiza detallada y documentalmente cómo Unamuno participa activamente en la aventura y se convierte en uno de sus principales promotores, y cómo su nostalgia se resiste a aceptar que «otros», que acaban de llegar, extendieran el acta de defunción de lo que había mitificado. Esos «otros» no eran sólo los maquetos, lo fueron también Arana y sus seguidores, con su extravagante —nunca mejor dicho— visión del pasado al que había que volver. Que no era, claro, el del Bilbao «chiquito y liberal».

No extraña que Unamuno inventara, es decir, se encontrara, con un dialecto bilbaíno, mezcla de español en desuso, mal uso del vascuence y curiosidades heredadas en una sociedad pequeña, que se convierte en tal, en dialecto, cuando los bilbaínos deciden que es parte de su pretendida diferencia.

Puede discutirse si ese dialecto es más o menos anecdótico, pero no otro detalle bien explicado por Juaristi. La mitología unamuniana es anterior a la de Arana y, lo quisieran o no ambos, puede convertirse, desquitándola de elementos esenciales, en una especie de planillo en el que el nacionalismo escribe su particular invento. Esto sí me parece el eje fundamental del libro, y constituye una interesante tesis que necesita más precisiones y distinciones, al libro me remito, que las que da de sí un titular de periódico o las posibilidades de un autor ingenioso presentando su propio libro.

El Unamuno de El chimbo expiatorio es distinto al de El bucle melancólico y, sobre todo, al de El linaje de Aitor, por citar tres libros en los que Juaristi se empeña en desenmascarar mitologías. No es, sin embargo, un escándalo: Unamuno fue cambiante, entregado a llevar a sus ideas a las últimas consecuencias y, de pronto, aterrado ante el abismo al que le conducían, se reelaboraba a sí mismo reelaborándolas. Y Juaristi, que es bastante unamuniano, se encuentra, según el momento y las condiciones, con uno u otro. Lo apasionante es que, sea cual sea el Juaristi que analiza a Unamuno, sus libros guardan, junto a largas reflexiones y cierto aire provocativo, hermosa literatura.

El Español en Cataluña: Una Lengua en Extinción"
(nuevos datos sobre la marginación de la comunidad de habla española en Cataluña) Informe nº 3, 1997
Acción Cultural Miguel de Cervantes, suplemento del boletín "Cervantina", 75 páginas

El fracaso del nacionalismo
Luis María ANSON de la Real Academia Española La Razón 20 Julio 2000

Alejandro Muñoz-Alonso es un científico de la política. Escribe desde el análisis riguroso. Expone sin apasionamiento. Hace ciencia. Es un hombre moderado, sosegado, que no se altera. Está en la vanguardia de las ideas. No le conmueven las provocaciones. No gesticula. No hace aspavientos. Su palabra constituye, desde hace cuarenta años, un punto de referencia en la vida española.

    Prologado por Fernando García de Cortázar acaba de publicar un libro, El fracaso del nacionalismo, en el que recoge su pensamiento sobre la cuestión en los últimos veinte años. Textos publicados en diversos diarios y revistas demuestran la coherencia de su criterio y el bisturí con que ha operado uno de los tumores alarmantes de nuestra época, y ahí está la Yugoslavia despedazada para demostrarlo.

    Muñoz-Alonso no cree en la tribu. Fue un avance en la época cavernaria. Pero regresar a la organización tribal de la sociedad sería un error grotesco. Salvadas todas las distancias, tampoco cree el profesor en el nacionalismo, fórmula decimonónica que se ha quedado en la penumbra cuando estamos construyendo entidades supranacionales que hagan más razonable la convivencia y más alta la calidad de vida.

    La lectura de El fracaso del nacionalismo deja, por ejemplo, a Arzallus en el ridículo, en los balbuceos de épocas pasadas. La mejor fórmula para combatir el nacionalismo, que alimenta separatismos hirsutos y terrorismos sangrientos, es la exposición científica de las ideas. Como ha hecho Muñoz-Alonso en este libro excelente.

El idioma español en Cataluña (Situación regresiva en uso y enseñanza)
Barcelona, 1.988, Barcelona, 1.988, Barcelona, 1.988, Acción Cultural Miguel de Cervantes

El largo camino hacia la oficialidad del español.
González Ollé, Fernando. Boletín Informativo Fundación Juan March, nº I (237) y nº II (238). Madrid 1994. Artículos recogidos en el libro

El ocaso de los falsarios
Jaime Ignacio del Burgo, 2000

El ocaso de los falsarios: argumentos para desenmascarar al nacionalismo vasco.
José Basaburua jbasaburua@hotmail.com 
Revista Arbil: http://www.ctv.es/USERS/mmori/(42)burg.htm

El último libro del político navarro Jaime Ignacio del Burgo denuncia los tópicos nacionalistas, descubriendo la falsedad histórica sobre la que se basa el discurso separatista vasco.

Un nuevo libro de Jaime Ignacio del Burgo.

Jaime Ignacio del Burgo es un político navarro al que la actual Navarra debe mucho. Sin su aportación a la actividad política durante la transición, junto a la de otros políticos como Jesús Aizpún, es posible que Navarra no disfrutara de su actual situación.

Político en activo, autor de numerosos libros, experto en Derecho Foral navarro y articulista prolífico, nos ha sorprendido con este nuevo libro, en el mercado gracias a su hijo Jaime Arturo, impulsor de la nueva editorial Laocoonte.

Espoleado por el ¡Basta ya! de la sociedad vasca, manifestado en el verano del 2000, quiere denunciar en este libro las falsedades de la propaganda nacionalista vasca, difundidas desde hace más de 100 años, especialmente a partir de Sabino Arana, al que descubrirá en algunos de sus textos más emblemáticos como una persona dogmática, intolerante y racista.

La estructura del libro.

El libro llega a las 196 páginas, de densa lectura y magnífica presentación.

A la breve introducción le siguen seis capítulos.

Arzallus o la reencarnación de Sabino Arana es el primero de ellos. El paralelismo es sugerente: etnocentrismo lindante con el racismo, radicalismo, verborrea exagerada, orígenes familiares, etc. Sin embargo, desconcierta que Sabino Arana fundara al final de sus días una Liga de Vascos Españolistas cuya intención era defender la autonomía vasca dentro de la unidad española. Su sinceridad es dudosa, pero es un hecho que los nacionalistas olvidan. Otra paradoja es que sus obras completas no se encuentran en las librerías; tal vez para evitar que su contenido evidencie la ideología real del fundador, sobre la que se sustenta el Partido Nacionalista Vasco. A lo largo de unas ocho páginas, el autor reproduce párrafos demoledores de Sabino Arana: en ellos reinventa la historia transformando pequeñas escaramuzas en gloriosas batallas medievales, se posiciona en contra de la Diputación Navarra al apoyar ésta con dinero la lucha española en Cuba, se distancia del carlismo por considerarlo movimiento español, ignora la estrecha relación de Vizcaya con Castilla (sólo estuvo vinculada a Navarra durante 58 años en total), manifiesta un feroz desprecio por los alaveses, etc. A continuación estudia muy detenidamente el papel de Arzallus en la génesis de la Constitución española y las tendencias internas del PNV de entonces, sus problemas con Carlos Garaicoechea, su control del partido desde la presidencia del EBB, sus famosos excesos verbales y las polémicas que protagoniza.

El segundo capítulo reflexiona en torno al conflicto. Jaime Ignacio del Burgo reúne en estas páginas una serie de pensamientos en torno a la guerra civil, el papel del nacionalismo moderado y sus relaciones con ETA, la violencia de esa organización y las reacciones que ha provocado en el PNV. En las inevitables referencias históricas, recuerda que el PNV de Navarra, al inicio de la guerra civil, se adhirió al alzamiento por su ideología católica y fuerista. Otro episodio histórico que recuerda es la aceptación del Convenio de Vergara por parte de los batallones carlistas guipuzcoanos y vizcaínos, frente a la oposición de los navarros que lo sufrieron con fusilamientos. Nos recuerda también que buena parte de la oficialidad del ejército de la regente María Cristina era vasca y que muchos navarros ilustres eran liberales. En definitiva: la primera guerra carlista también enfrentó a navarros y vascos entre sí, como consecuencia de su condición de españoles. A raíz de ese enfrentamiento fue suprimido el régimen foral vasco, en parte por la intransigencia de los propios vascos. Por el contrario, el régimen foral navarro sobrevivió: mediante realistas negociaciones y fórmulas jurídicas cuyo fruto fue la ley paccionada de 16 de agosto de 1841. Pese a todo, en 1877, a las Vascongadas se les otorgaron los Conciertos Económicos de la mano de Cánovas. Destaca, por otra parte, el nacimiento de la sociedad "euskara" cuya intención era crear puentes con los vecinos vascos. Habla, también, de la conversión del navarro Arturo Campión al nacionalismo vasco. Es interesante recordar, por otra parte, que en 1871 la Diputación navarra consiguió que el proyecto de Constitución federal de la I República reconociera a Navarra como un estado específico distinto del formado por las Vascongadas. Estudia, también las diversas vicisitudes estatutarias de la II República, en particular el proyecto de Estatuto elaborado en Estella por la Sociedad de Estudios Vascos que Navarra no aceptó. La guerra civil, el franquismo, la Constitución y la constante ratificación en este complejo periplo histórico de una evidente voluntad de la mayoría de los navarros por su autonomía, pese a las maniobras y continuas presiones de nacionalistas vascos de todas las tendencias, son otros aspectos contemplados en este capítulo. También dedica un espacio a la Navarra de Ultrapuertos (la Baja Navarra), que durante 300 años formó parte de Navarra. Todo ese territorio, al que los nacionalistas llaman Iparralde, es claramente partidario de la permanencia en Francia. Es en este capítulo, largo y denso, donde nos recuerda el documento elaborado en 1986 por la Comisión Internacional sobre la violencia en el País Vasco, contratada por el propio Gobierno Vasco y cuyas recomendaciones señalaban el respeto al Estatuto, el rechazo de la violencia etarra con rotundidad, las ventajas del bilingüismo, etc.

El vascuence ¿idioma tradicional o caballo de Troya?, es el capítulo que dedica el autor a reflexionar en torno a la situación pasada y presente del euskera. Tiene especial interés al recordar la realidad histórica del pueblo vasco. Cuando llegan los romanos, los vascones ocupaban un territorio parecido al de la actual Navarra. Las provincias vascongadas, por entonces, estaban pobladas por várdulos, caristios y autrigones, pueblos de estirpe celta, que fueron "vasconizados" por los navarros en torno al siglo V y VI de nuestra era. Lo demás son hipótesis y mitos.. El territorio vascón estaba adscrito al "convento jurídico" de Zaragoza, mientras que los otros citados dependían del de Clunia (Burgos): eran pueblos distintos, por lo tanto. Todos los testimonios indican que los vascones se acomodaron a la realidad del imperio, lo que explica la presencia de vascones en diversas legiones por toda la geografía romana, los numerosos hallazgos arqueológicos romanos en Navarra y la ausencia de guerras entre unos y otros. Otra novedad fundamental que acaece al término del imperio romano es la irrupción del cristianismo en Navarra. Con la invasión visigoda, los vascones se desplazan hacia el norte, "colonizando" a esas tribus celtas. Tudela fue musulmana durante 400 años, más tiempo que Toledo. Para defender al cristianismo se alza el reino de Pamplona, que dos siglos después pasa a llamarse de Navarra. Se trataba de una realidad plural integrada por pobladores navarros (vascoparlantes o no) y no navarros (no vascoparlantes). Así, el euskera no fue en ningún momento de esta época el idioma común de los navarros. Nos recuerda el autor, más adelante, que las famosas Glosas Emilianenses, primera manifestación del castellano, se redactaron cuando ese territorio riojano formaba parte de Navarra, de ahí que Menéndez Pidal concluyera que el monje autor de las mismas era navarro. Ese romance navarro es el idioma en el que se escribe el Fuero General (siglo XIII), adoptando el romance como lengua oficial 50 años antes que Castilla. De hecho, el romance navarro, el castellano y el aragonés, según las últimas investigaciones lingüísticas, eran la misma cosa. Años antes, la gesta de Roncesvalles había sido protagonizada por navarros, estando ausentes en ella los vascongados. Y pronto tanto Alava, como Vizcaya y Guipúzcoa pasaron a la obediencia castellana por propia voluntad y sin apenas resistencia. También estudia el papel político atribuido al euskera por uno de los ideólogos que más ha influido en ETA: Federico Krutzwig.

Reflexiona, por otra parte, en torno a los esfuerzos realizados en la "normalización" y "recuperación" del euskera y sus ambigüedades. Rechaza que el euskera haya sido perseguido por romanos, castellanos, incluso, en el franquismo: es en los años 60 del pasado siglo XX cuando se crean numerosas ikastolas para estudiar en euskera. No hay que confundir, por tanto, represión del euskera con represión del nacionalismo vasco. En definitiva, el euskera es fundamental parta la construcción de la conciencia nacional de Euskal Herria. Ejemplifica lo absurdo de los planteamientos nacionalistas al respecto: así, cuando se llega a euskerizar históricos términos castellanos o franceses porque "suenan a euskera". Por último, estudia la Ley Foral de 1986 sobre el vascuence.

El capítulo titulado la ofensiva nacionalista es un completo repaso a las maniobras de todo tipo realizadas, por los nacionalistas vascos, frente a la inequívoca voluntad de la inmensa mayoría de navarros por el autogobierno, refrendado en múltiples elecciones y en los diversos resultados electorales. Tales esfuerzos contrastan con la casi nula presencia de EA y PNV en Navarra, siendo más numerosa la de HB. Denuncia en estas páginas la nueva ofensiva nacionalista desatada a partir del Pacto de Lizarra. Defiende el Pacto de Reintegración y Amejoramiento del Régimen Foral de Navarra de 1982. Denuncia la falta de respeto a Navarra desde el Gobierno Vasco. Frente a ello, el informe de la Real Academia de la Historia de junio de 2000 es una buena base para el reforzamiento de la conciencia histórica de Navarra mediante una correcta enseñanza de la historia real.

La rebelión de los demócratas, quinto capítulo del libro, repasa la historia reciente del país Vasco y sus protagonistas, todo ello condicionado por la extrema violencia de ETA y la ambigüedad de los "moderados": la destrucción de UCD, la consolidación del PP, la evolución de HB, PNV y EA hasta llegar a Estella y la Asamblea de Municipios Vascos, los conceptos de territorialidad y soberanía, y el llamado ámbito vasco de decisión. La ruptura de la llamada "tregua" y la feroz ofensiva del verano del 2000 ha devuelto la unidad de los demócratas, reflexiona, frente el progresivo aislamiento del PNV. Por último, el autor realiza algunas consideraciones en torno al papel de la Ertzaintza en la lucha antiterrorista, la kale borroka, las reformas penales en marcha, el pago del impuesto revolucionario, etc.

Y, por último, el ocaso de los falsarios. Parte de la manifestación de 100.000 vascos realizada en San Sebastián el 23 de septiembre de 2000 bajo el lema de la plataforma ¡Basta ya! Nos recuerda que en Navarra sí se votó afirmativamente a la Constitución, dato que ocultan los nacionalistas. Reflexiona en torno al Estatuto, el respeto a las mayorías, las vías legales para la autodeterminación, el rechazo de la violencia, el papel de UPN, del Foro de Ermua, de Gesto por la Paz y el posible papel de un lendakari popular. 

La reincorporación de Navarra a España.
El apéndice final del libro, a modo de adenda histórica, cierra el texto: en donde se habla de la muerte o de la resurrección de Navarra, según se mire.

Con una extensión de nada menos que 40 páginas, lo dedica a las complejas circunstancias históricas que rodearon la incorporación de Navarra a España –o reincorporación según se considere- de la mano de Fernando el Católico. Nos proporciona mucho información referente a los problemas sucesorios, los pactos dinásticos, las fuerzas presentes en el panorama de la Navarra del momento, las luchas intestinas entre agramonteses y beaumonteses, etc. Resulta complicado, pero evidencia que también en torno a estos hechos los falsarios de la historia han tejido su particular modo de interpretar la realidad.

En el desarrollo de las citadas tesis, es evidente la influencia del pensador tradicionalista navarro Víctor Pradera (rescatado del olvido por el profesor José Luis Orella Martínez, con su reciente obra Víctor Pradera; un católico en la vida pública de principios de siglo. BAC, Madrid 2000) y, en concreto, de su obra Fernando el Católico y los falsarios de la historia.

Nacionalistas vascos, ciertos tradicionalistas jaimistas navarros y algunos historiadores, se han identificado con una interpretación simpatizante de la causa agramontesa, como si esa facción encarnara en su día la identidad navarra. Ello todavía se refleja hoy en un sentimiento anticastellano, incluso antiespañol, de cierta indiferencia en muchos casos, de algunos navarristas. Sin duda, esa mentalidad es caldo de cultivo del nacionalismo vasco. Fernando el Católico es reivindicado por Víctor Pradera y, en esta línea, Jaime Ignacio del Burgo expone esa adenda histórica de indudable interés. Desde esta perspectiva, la incorporación de Navarra a España fue legítima, tanto legal, como moralmente.

Comentarios finales.
Especialmente en las primeras páginas, el libro engancha, proporcionando un torrente de datos desmitificadores del nacionalismo vasco y de su fundador Sabino Arana. Poco a poco, el libro pierde ese inicial carácter histórico, para entrar de lleno en la polémica política actual, lo que le llega afectar al estilo, recurriendo a largos párrafos en los que encadena numerosas ideas.

Pero, pese a ello, sobre todo para los no navarros, proporciona un arsenal de datos y argumentos que desmitifican los lugares comunes presentados desde la ofensiva nacionalista a todos los niveles: históricos, culturales, políticos.

También para los navarros, en muchos casos ignorantes de su propia historia, será oportunidad para tomar conciencia de su tradición cultural.

Sin embargo, echamos de menos un espacio dedicado al papel –esencial- del cristianismo en la configuración de Navarra.

Sin el cristianismo, la Navarra pasada y presente no puede entenderse. La tradición cultural e histórica de Navarra parte de la realidad del cristianismo, que generó un pueblo, una realidad viva y una creatividad a todos los niveles, que todavía hoy produce frutos indudables.

Por otra parte, el autor, reconociéndole una indudable valentía al afirmar, por ejemplo, que el franquismo no persiguió al euskera y a la cultura vasca (afirmación políticamente incorrecta), no desarrolla el mismo sentido crítico ante otros aspectos de la realidad política y cultural actual. El actual estado del bienestar, del que Navarra hace gala, tan contradictorio con la tradición cristiana, no puede ser el modelo de sociedad para un heredero consciente de esa tradición cultural e histórica sobre la que se asienta.

Conflicto y problema
Por Ramón PI ABC  12 Diciembre 2000

Jaime Ignacio del Burgo, en su reciente libro «El ocaso de los falsarios», lo ha expresado con mucha precisión: el conflicto es ETA, pero el problema es el nacionalismo vasco separatista, racista y xenófobo. ETA, con sus asesinatos, plantea una situación conflictiva para la convivencia en paz y en libertad, de solución fundamentalmente policial y represiva, que debería haber movilizado hace ya mucho tiempo a todos los que se reclaman enemigos de la banda. El problema surge cuando el PNV y su derivación EA abdican esta responsabilidad, y con sus hechos de inhibición irresponsable desmienten sus palabras de condena de ETA, en vista de que hay plena coincidencia en el objetivo separatista con los asesinos.

Ahora todo esto se ve con más claridad porque Xabier Arzalluz, presidente del PNV, empieza a acomodar sus palabras a su conducta. Es claro que le gustaría la secesión de su imaginaria Euskadi sin tiros, pero no lo es menos que tiene que saber que eso es una pura quimera, porque la mayoría de los vascos no quiere la secesión, porque la mayoría aplastante de los navarros abomina de los planteamientos nacionalistas vascos, porque ni siquiera con sus ambigüedades el PNV llega a un tercio de los votos allí donde se presenta, porque en el territorio francés que reivindica el nacionalismo vasco esa pretensión es un absurdo político ridículo, porque los mecanismos que plantean para la secesión son enteramente antidemocráticos, y porque, al final, el PNV se apoya desde hace años en la sangre derramada por ETA, tanto si le gusta oír eso como si no.

Cuando la comunidad internacional se echó encima de la Unión Soviética por la cruenta invasión de Afganistán, la réplica del Kremlin fue que no se habría derramado una gota de sangre si los afganos les hubieran dejado entrar sin resistirse. Hay modos y modos de lograr un objetivo sin sangre. Lo que ocurre es que no todos son democráticos. Y ése es el problema del PNV: que se ha instalado extramuros de la democracia.

 

El paraíso políglota 
Juan Ramón Lodares, Taurus, 1999

Las lenguas
FRANCISCO UMBRAL El Mundo 8 Enero 2000

Juan Ramón Lodares publica en Taurus su ensayo El paraíso políglota, donde trata con visión saludable la aventura y el negocio de las lenguas peninsulares. Lodares ve el nacionalismo lingüístico ligado a un paisaje, a una tierruca o terriña, a una sentimentalidad familiar que, al volverse belicosa, llega al fascismo.

Al fascismo o, lo que es casi igual o peor, al cinismo de convertir la lengua de uso en lengua de cambio, que es lo que están haciendo los catalanes y los vascos. La mercancía cultural que empezaron exhibiendo como señal de identidad, ha pasado por tantas operaciones financieras, por tanta compraventa, se han cambiado palabras por otras cosas tan diversas -poder, votos, amistad, dinero, transferencias-, que ni los propios hablantes y hablistas de esta o la otra lengua peninsular se identifican ya con una guerra de ideas/palabras que en realidad controlan los políticos según su conveniencia personal, y a veces identificándose ellos mismos con toda una lengua y una literatura.

Pero el mal se extiende y a León lo quieren llamar Lleón, con lo que imagino a mis ancestros «lleoneses» mudando de espanto en su olvido/recuerdo, perdiendo hasta la memoria cementerial de quiénes fueron en vida. Estos conservadores de momias idiomáticas son más bien profanadores de tumbas.

Hemos pasado ya de la guerra de los idiomas a la guerra de los dialectos, y pronto estaremos en la movida de los casticismos. Lodares dice que algunas lenguas son albergue para analfabetos -también el castellano, en ciertos casos-, ya que muchos vascos y catalanes no conocen el idioma por el que luchan, y que han convertido apresuradamente en confalonero de reivindicaciones forales o crudamente peseteras. Sabino Arana tenía pensada su revolución nacionalista -una especie de carlismo sin aristocracia- para la Vasconia tradicional, agraria, rústica. Ya he escrito alguna vez que la aparición del industrialismo y el Gran Bilbao le dejaron en un pasmo, pues con eso no había contado. Y «eso» era Europa.

En cuanto al caso de Cataluña, el más tratado en el libro por su entidad, el autor nos recuerda que, en la postguerra, no pocos catalanes de prestigio intelectual o político participaron gustosos en la represión del catalán en Barcelona, explicitando por otra parte el favoritismo de la alta burguesía hacia el castellano, que era para ellos «la lengua de los negocios», y además la lengua ganadora. Era y es. En los años cuarenta se llegó al fanatismo inverso de castellanizar el latín, en un viaje de vuelta, hasta que el Papa correspondiente mandó decir la misa en castellano a los curas y a los niños misarios o monaguillos, como lo fui yo. Hasta el latín fue sospechoso entonces, pues la represión franquista no era sólo fanática, sino que detrás de cada lengua veía el Poder una conjura antiespañola.

Hoy, las lenguas periféricas no son ya signo ni secta ni estandarte: el lenguaje se ha quedado en mercancía, chalaneo, compraventa y riqueza averiada que los políticos pedáneos utilizan contra el centralismo de Castilla, que por otra parte tampoco existe. Y ahí están los quioscos de las Ramblas o Neguri, primavera impresa, eterna floración en castellano. ----------------------

Los “procesos de normalización lingüística” afectan a más de 16 millones de españoles. El paraíso políglota, que se publicará mañana, es un polémico alegato contra ellos. Juan Ramón Lodares, doctor en Filología Hispánica y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, afirma que la construcción de una España plurilingüe responde al ideario del tradicionalismo y que estos “procesos” son “aduanas lingüísticas” para trazar fronteras humanas entre los españoles. EL PAÍS adelanta un extracto del libro. 
"
EN ESPAÑA LA CONSERVACION DE LENGUAS PARTICULARES ESTA LIGADA A LA CONSERVAClÓN DE ANALFABETOS GENERALES"
"
DESDE 1978 ALGUNOS SE DISPUSIERON A LEVANTAR FRONTERAS LINGÜÍSTICAS ENTRE LOS ESPAÑOLES"
EL PENSAMIENTO DEL NUEVO TRADICIONALISMO SE HA ALOJADO EN LA IDENTIDAD Y LA RAZON FILOLOGICAS" 
EL ‘INVENTO’ DEL ESPAÑOL
Una polémica historia de las lenguas en la España moderna
JUAN RAMÓN LODARES El País (edición impresa) 15 Enero 2000 

 Una idea política muy difundida actualmente es la de que España ha sido un país con un centralismo tan fuerte que ha ahogado durante siglos las legítimas aspiraciones a gobernarse de sus partes integrantes. Que esas partes han sufrido una asimilación castellanizadora y que han alcanzado, por fin, tras un largo camino reivindicativo lleno de sinsabores, sus anhelos reprimidos. Una de las pruebas, entre otras muchas, de dicho argumento radica precisamente en la difusión de la lengua española por doquier, puesta al servicio de una uniformación que, quienes no eran castellanos de raíz, por fuerza habían de sentir como una amenaza a sus modos de vida.

Esta idea flota en el ambiente. Es vox pópuli. Sin embargo, en mi opinión, ideas así son difíciles de compartir. Muy al contrario, sí se puede compartir la idea de que la centralización española genuina y efectiva fue invento de algunos hombres de negocios de mediados del siglo XIX que duró lo que duraron ellos: unos pocos años. Que fue, además, débil: dejó muestras interesantes en instituciones económicas, proyectó un sistema de educación para provecho de algunos, trazó varias líneas de ferrocarril; lo poco que se hizo movilizó y aglutinó a un país inmóvil desde hacía siglos, llevó a la gente de aquí para allá, la igualó un poco, dejó que se conociese mejor y se tratase más. Pero esa corriente tuvo poca fuerza. No arraigó porque en parte estuvo sujeta a las necesidades, muy variables según épocas y circunstancias, de la periferia española. La historia del centralismo podría contarse perfectamente al revés de como la lleva el tópico: en vez de ser una monomanía del centro geográfico peninsular por medir a todos según su rasero, era más bien una necesidad de sus vecinos. Cuando lo era; o sea, a ratos. (...)

Cuando en 1978 se discutía la normativa lingüística constitucional hubo ideas para todos los gustos. Las peticiones más extremas de división de territorios por lenguas solían venir de los nacionalistas. Pero no eran patrimonio exclusivo suyo, ni muchísimo menos. La nueva tradición era más amplia y andaba también en los bancos de la izquierda. La tradición en España no tiene un color político concreto. A Lluis Maria Xirinacs i Domenec, del Grupo Mixto, se debe esta idea: “Las lenguas oficiales de la confederación serán aquellas que sean oficiales en cada uno de los Estados. Ningún ciudadano está obligado a conocer otra lengua que aquella que determine su Constitución nacional”. Da toda la impresión de que don Lluis Maria estaba imaginándose la Balcania Ibérica. En realidad, de lo que se trataba era de promover la construcción de una España plurilingüe genuina, sin lengua común posible, y que habitaba en la cabeza de más de un sociolingüista de aquellos años, como sigue habitando todavía. Era — y es — el ideario absoluto del tradicionalismo, el refinamiento máximo.

En muy parecida línea estaban los diputados de Minoría Catalana: “En los territorios autónomos de España de lengua distinta al castellano cada estatuto de autonomía determinará el carácter oficial exclusivo o transitoriamente cooficial con el castellano de la respectiva lengua”. Se añadía a renglón seguido otro artículo por si no prosperaba el anterior: “Todos los residentes en dichos territorios tienen el deber de conocer y el derecho de usar aquellas lenguas”. Estos párrafos están jurídicamente muy bien pensados, quiero decir que se redactan con la debida oscuridad, porque en España no hay puramente “territorios autónomos de lengua distinta al castellano”: hay más bien territorios donde, además del español, se pueden oír otras lenguas, o viceversa. La idea del derecho a usarlas está muy bien; el deber de conocerlas se entiende peor, porque si uno no tiene necesidad de ello y no le interesa conocerlas, ¿por qué se le va a obligar? ¿Para qué? Una lengua no se aprende por obligación ni por mandato legal, se aprende por necesidad o interés.

Había quien iba más lejos en sus enmiendas. Los socialistas aragoneses pedían el reconocimiento oficial de modalidades lingüísticas locales, habladas en su absoluta pureza por algunos ancianos de la tribu, gente venerable, sin duda alguna, tal vez con más de cien primaveras a sus espaldas vividas todas ellas en sus comarcas pirenaicas. Se trataba de hablas dialectales sin ortografía común, sin gramática, sin vocabulario culto, sin literatura digna de tal nombre, pero que, para los socialistas de entonces, podían y debían ser lenguas de gobierno. Ignoro qué ni a quiénes iban a gobernar con ellas. Tal vez esto era lo de menos.

Vistas las ideas que se barajaban por aquellos años, todo indica que el compromiso al que se llegó en la redacción definitiva del texto constitucional evitaba la parcelación lingüística que el tradicionalismo acérrimo quería conseguir desde un principio. Se respetó el español, nominalmente castellano, con el imperativo de que todo ciudadano debía saberlo. Lo que no obstaba para que en los respectivos estatutos pudieran avanzarse leyes destinadas a recortar las atribuciones de la lengua común hasta donde los poderes autónomos entendieran que era conveniente. La Constitución del 78 era en esto ambigua — porque el problema de las lenguas de España no era tan importante —, pero lo que en ella se decía al respecto dejaba amplio margen para el sentido común. Ante un texto constitucional que apelaba a asuntos mucho más trascendentales, no se iban a examinar estos artículos concretos con lupa.

Por curioso que parezca, toda la discusión de lenguas entre sus señorías, con sus refinamientos bizantinos, sus alambicamientos jurídicos, sus dimes y diretes, se llevaba a cabo en uno de los países con más analfabetos de Europa y con mayor numero de gente ayuna de cualquier tipo de instrucción en pleno 1978. Esto, en la lengua común, pues si se entrara en el analfabetismo de las particulares los números darían vértigo. Éramos como el maestro Ciruela, no sabíamos leer y pusimos escuela. Se estaba reconstituyendo un país políglota para uso y disfrute de analfabetos. Nada tiene de particular, por otra parte: como habrá ocasión de ver, en la historia de España la conservación de lenguas particulares está ligada a la conservación de analfabetos generales en todo el dominio nacional. Son dos caras de la misma moneda y no se entiende un fenómeno sin otro.

Incluso si se considerara muy fríamente, parte de lo que se hizo desde el 78 en adelante fue una especie de glorificación del analfabetismo patrio. Se declararon bienes de interés cultural, respetables y dignos de protección, se consideraron aptos para la administración y el gobierno idiomas en los que muy pocos ciudadanos (a veces, menos que pocos) podían entenderse, leer ni escribir. Esto, independientemente de que a muchos no les interesara gran cosa el nuevo bien porque ya se apañaban con el español de toda la vida, lengua de menor  raigambre cultural, sin duda, pero mucho más práctica.

Lo que algunos se disponían a recuperar — interpretando a su modo las inevitables ramificaciones legales y las imprecisiones a las que irremediablemente daba lugar el mandato constitucional — fue una gloriosa particularidad española que algunos creíamos afortunadamente olvidada: la posibilidad de trazar fronteras humanas entre los españoles, de cerrar espacios a la libre y fácil circulación de ciudadanos levantando por aquí y por allá aduanas lingüísticas. La posibilidad de diferenciamos según procedencia regional, de obligarnos a lealtades idiomáticas, de inaugurar un régimen de servilismo, esta vez a unas particularidades culturales cuando se habían acabado otras servidumbres. Un enriquecimiento sin precedentes, desde luego, que le debemos al nuevo tradicionalismo. Con todo, nos hemos empobrecido. Hace muchos años, campesinos gallegos, catalanes, vascos, navarros, levantinos, baleares, leoneses, asturianos, aragoneses, incluso algunas gentes del campo zamorano, extremeño, andaluz o murciano hablaban español mal, muy mal, si es que algunos de ellos lo necesitaban alguna vez en sus vidas. Hasta recuperar esta riqueza genuina nos queda mucha tarea por delante.

Las leyes destinadas a recortar las alas de la lengua común — que en ocasiones se aplican como meros instrumentos de control social — no han levantado mayor escándalo público, acaso ciertas polémicas y la indignación de algunos particulares y asociaciones, tachados rápidamente de fachas y retrógrados, por lo mismo humillados, amenazados, perseguidos, apaleados y hasta tiroteados. Pero la opinión pública ha asistido a su promulgación con complacencia, incluso con la satisfacción del deber cumplido, con el convencimiento de que así se estaban reparando injusticias seculares cometidas en nombre del español y a su costa.

De modo que hasta el Tribunal Constitucional, que ya es decir, entendía hace pocos años, al considerar la constitucionalidad de la Ley de Normalización Lingüística de Cataluña, que de la lectura de lo que la Constitución dice sobre las lenguas de España no se genera un pretendido derecho a recibir las enseñanzas “únicamente en castellano” allí donde éste contacte con lo particular. Entendía asimismo —para el caso concreto de Cataluña - que “aunque no exista el derecho a la libre opción de lengua vehicular de la enseñanza”, eso no deja gravemente desamparado al ciudadano. Salvo dos magistrados que votaron en contra de tales interpretaciones, ésa era y es la doctrina constitucional.

Hasta aquí ha llegado el nuevo tradicionalismo lingüístico, es decir, hasta hacer que un Tribunal Constitucional de hoy reconozca, casi unánimemente, que la comunidad de lengua pueda tener sus limitaciones en algunos territorios, que en éstos se le imbuya al ciudadano el idioma declarado territorialmente propio, aunque no sea propio, a veces, para un número muy notable de la población (cuando no para su abierta mayoría, como es el caso del País Vasco), y que en alguna parte de España no existe un derecho fundamental, pero que tal carencia no es tan grave. Se daba a entender que tampoco convenía mostrarse muy quisquillosos al respecto, pues los nacionalistas catalanes habían amenazado con un conflicto civil si el fallo constitucional no se plegaba a sus necesidades. A casi todos, este asunto nos ha parecido fenomenal. Nos hemos ido mostrando a lo largo del proceso, en palabras de Francisco Ayala, “aquiescentes, sumisos, obsecuentes o acoquinados”. Quién sabe si porque para muchos no ha habido otro remedio.

Lo más curioso del caso es que las pretensiones lingüísticas de este nuevo tradicionalismo que disfrutamos están basadas, si no en una abierta mentira, sí en unas verdades administradas con cuentagotas. La mayoría de los españoles considera que, efectivamente, ha habido un trato injusto y vejatorio para las lenguas minoritarias, un trato que se debe a la intromisión castellanista más grosera. Aunque la realidad sea otra, aunque la comunidad lingüística se haya conseguido, esencialmente, por necesidad e interés, aunque en la disminución del catalán tras la posguerra hayan intervenido señalados catalanohablantes que participaban, asimismo, en el silenciamiento de otras gentes e ideas que se expresaban en español. Aunque muchos vascos no hayan hablado nunca ninguna de las variedades del euskera porque en sus pueblos se dejaron de hablar en el siglo XIII (si no antes), o porque en ellos se gestó el castellano viejo. Aunque el gallego en Galicia fuera algo propio de la gente de las aldeas, digno de olvidar para el género urbano.., pues bien, a pesar de todo eso, el mito de la desmesura castellana subsiste, se le buscan nebulosos antecedentes en Felipe V o en Carlos III y consecuentes en Franco (como si lo más grave que hubieran hecho el dictador y su capilla hubiera sido perseguir lenguas en vez de perseguir hablantes). Además, la historia de esta desmesura se vende con algún éxito fuera de nuestras fronteras.

Pero no sé si el producto de la venta nos favorece y nos deja en el lugar de los países civilizados donde queremos estar. En un valioso libro dedicado a la lengua inglesa, que ha sido celebrado entre el público anglohablante, se puede leer esto que les traduzco a propósito de lo sensible que se vuelve alguna gente cuando se le toca la fibra de las lenguas:

“Hasta febrero de 1989, la organización independentista vasca ETA (‘Patria Vasca y Libertad’) ha cometido 672 asesinatos en pro de la soberanía cultural y lingüística del pueblo vasco. Aunque nos repela la violencia, es comprensible el resentimiento que puede aflorar en las minorías lingüísticas. En tiempos de Franco uno podía ser detenido y encarcelado por hablar vasco”.

Hasta aquí, la versión para el extranjero. No sé quién propaga estas versiones. Debe tratarse de algún idólatra de las lenguas. Considerado el asunto sin idolatrías, ¿qué importancia puede tener una lengua en años cuando no importaba una vida? Eran años lingüísticamente paradójicos, desde luego: había gente que sólo sabia hablar español y era detenida y encarcelada por gente que sabia hablar vasco o catalán. Incluso había vascohablantes y catalanohablantes que, a su vez, detenían y encarcelaban a otros vascohablantes y catalanohablantes. Era un régimen rarísimo, verdaderamente. No se puede explicar de dónde salió, ni cómo se sostuvo.

A mi juicio, el éxito de estas medias verdades se produce en España porque en el recurso a las diferencias lingüísticas culturales encuentra hoy el nuevo tradicionalismo argumentos legitimadores mucho más aceptables para gente liberal de los que podría hallar en otros campos en los que igualmente se ha fijado ayer, pero sin curso posible en la actualidad sean las diferencias biológicas o raciales (a las que siguen apelando algunos integrantes del Partido Nacionalista Vasco), sean las diferencias religiosas, sean las diferencias por costumbres, vestimenta, usos o gustos, donde es muy difícil dividir, y pretender la dominación de la ciudadanía, sin que cause risa. 

El resquicio lingüístico, sin embargo, persiste. De su materia se labran auténticas ruedas de molino con las que comulga, prácticamente, la parroquia entera: casi todos se admiran cuando dice que un vasco genuino debe tener tal tipo de cráneo y tal tipo de sangre. Pero escuchan con naturalidad la idea de que un vasco genuino tiene que saber euskera o, por lo menos, ponerse a estudiarlo con la mejor de las voluntades. Pues bien, las dos ideas totalitarias, la racial y la lingüística, parten de las mismas fuentes y, aún más, fluyen según épocas y modas en descabelladas teorías, según las cuales esos vascos de pura raza, sangre y lengua provienen de un nieto de Noé (el del diluvio), o del ancestro Aitor (que es un invento hasta en el nombre que lleva), o han venido de la Atlántida (que hoy está debajo del agua, pero ayer fue la patria vasca primitiva). Sólo faltan ya los extraterrestres. Ni Noé, ni Aitor, ni la Atlántida se llevan ahora (¿imaginan a un político nacionalista diciendo algo así?); lo de la raza, casi tampoco. En cambio, lo de la lengua se oye casi todos los días. Se exige... y se acepta, ¿por qué? No encuentro otra explicación general para el caso que la que daba el vascólogo Luis Michelena en el sentido de que los prejuicios y opiniones erróneas de personas cultas son más numerosos y groseros en materia lingüística que en cualquier otra disciplina. Esto es inapelable. 

El pensamiento supersticioso que anima al nuevo tradicionalismo ha ido a alojarse ahora en las lenguas, en las culturas,  en la identidad y la razón filológicas, cuando ya casi no cabe en ningún sitio (seguramente, a la espera de ver dónde pueda alojarse mañana). Amparado en la aceptación que encuentra en estas parcelas, y en la ignorancia general que existe sobre ellas, actúa políticamente de acuerdo con estos principios de error y prejuicio con beneplácito casi general. 

Quienes, sin embargo, no se han acogido a tal corriente tradicionalista, ni al tópico de las esencias e identidades, han tendido a pensar que las lenguas ni eran patrimonio natural o esencial, ni definían a ningún pueblo o cultura —conceptos éstos ya de por sí imposibles de definir - ni eran, ni son, una riqueza en sí mismas. Las lenguas estaban más bien sujetas a los avatares de la sociedad y a los intereses de la gente. De modo que si el interés de muchos que no lo dominaban pasaba por el español, había que facilitarles el tránsito hacia esa lengua y su dominio genuino, aunque en el viaje seguramente se perdieran otras formas de expresarse. La ciudadanía no estaba obligada a dar cada paso calculando si se traicionaba, o no, a la tradición y al abolengo. Nada estaba trazado por los siglos de los siglos según una herencia lingüística, cultural, foral, natural y divina que pesaba como una losa caída del cielo y con la que uno estaba identificado de la cuna a la sepultura. La realidad era que, en las lenguas, los vínculos económicos, el interés y la necesidad de entenderse, los asuntos materiales, en suma, pesaban más que aquellos lazos gaseosos trazados en el vacío por el espíritu, la naturaleza y la ley divina. 

Pero estas corrientes apenas han tenido peso. Han sido más bien raras, como si fueran poco españolas. Antiespañolas incluso. Traían en sí el germen de una maldición que secaría los tuétanos del santuario tradicionalista y agostaría su inmaculado paraíso políglota, una penitencia mucho peor que la de Babel: una penitencia que consistía en entenderse. El tipismo, el casticismo nacional al estilo castellano viejo, podía molestar a gente como Larra, quien se despachó a gusto con él en sus artículos de costumbres. Como el tipismo catalán podía molestar en su propia tierra a Piferrer o a Manuel de Cabanyes, quienes se carcajeaban de la literatura folclórica escrita en catalán. Como el tipismo gallego le podía parecer simple paletería insufrible a Juan Sieiro hace ciento veinte años. Pero, por lo general, nadie en la España decimonónica ha considerado el tipismo como elemento erradicable en pro del interés común y nada ha ocurrido digno de subrayar en la conjunción económica o política del país que lo liquidara más allá de los rasgos de rusticidad muy visibles. (...)

Así que la España lingüística que se nos presenta ahora como el colmo de la modernidad, con sus cinco lenguas oficiales y sus otras muchas variedades dignas de especial protección por los gobiernos autónomos que así las declaran es, en esencia, una España antiquísima. (...)  La de los tradicionalistas revestidos ahora de nacionalismo. La de siempre. Una España cuyas lenguas minoritarias se conservan no por una voluntad colectiva, secular, democrática, de oponerse a la usurpadora presión castellana en sus tierras, sino más bien porque ningún castellano, o muy pocos, pasaron por ellas y porque no hubo ninguna organización de peso que rompiera la tradicional foralidad de los reinos y facilitara que los españoles sintieran mucha necesidad de entenderse. (...)

 Se entiende bien que muchas personas miren con simpatía la centralización europea que se avecina y estén dispuestas a entenderse en lenguas de esas con las que te puedes mover entre millones y millones de gentes uniformadas culturalmente, pero que se entusiasmen con esto los trazadores de fronteras humanas que abundan en el mundo político e intelectual español sí que es un tema digno de estudio. No le corresponde a este libro.

UN LIBRO MUY SALUDABLE
Mario Acosta, Boletín de la Tolerancia, Número 4.  Marzo del 2000.    http://www.tolerancia.org

La lectura de “EL PARAÍSO POLIGLOTA”(*) produce gratas sensaciones porque hay que celebrar la aparición de opiniones sensatas y documentadas sobre la absurda realidad en la España de las normalizaciones lingüísticas y sus justificaciones teórico-históricas, tema que es objeto de preocupación para muchos ciudadanos y también de perjuicios y discriminaciones imposibles de conciliar con una democracia moderna. Se puede resumir el análisis del Doctor Lodares  diciendo que esta situación no constituye novedad alguna, sino la  manifiesta  vigencia del atraso histórico de la sociedad española y su carácter más emblemático: el tradicionalismo, vocablo con el que designa la ideología y la praxis conservadora, que se nutre del tejido social y a su vez lo colma de prejuicios y sofismas;  más aún, lo despoja astutamente de sus deseos e intereses. La realidad social, la amplia bibliografía y la ya dilatada experiencia sobre las prácticas “normalizadoras”,  han permitido la aparición de este libro, pero la responsabilidad de haberlo hecho tan bien,  es mérito exclusivo de su autor.

 El texto del profesor,  cuajado de inteligente humor, desapasionado casi siempre, sazonado de ironía y  contenido de enfado, nos transporta en su discurso y nos va soltando en sus capítulos para que caigamos con sorpresa en novedosas incursiones, con asombro por los datos inverosímiles y por fin,  en la cuenta de que, en esencia, estamos repitiendo épocas pasadas,  pues en el fondo de tanta normativa lo que se intenta es mantener el analfabetismo secular hispánico bajo el aspecto de una moderna edición políglota. Desmonta el mito de la determinación tomada por el  Estado para liquidar las lenguas minoritarias y trata de demostrar lo contrario: que la carencia histórica de instrucción pública explica precisamente la pervivencia de esas lenguas, pues si hubiese existido una decidida política educativa en el idioma común, las lenguas locales habrían devenido severamente inútiles. Para ello presenta una prueba: el  mapa lingüístico hispano permanece invariable desde siglos.

Básicamente desde la filología aunque también aborda otras facetas, el profesor Lodares rastrea el pasado para encontrar la lógica del desarrollo en una  España que se ha mostrado  incapaz de soltar el lastre de su atraso, y concluye que  en la etapa actual, la reacción ha encontrado armas en unas lenguas que le sirven de control social. Dichas lenguas y sus pintorescas renovaciones, existen gracias a que los estamentos conservadores, iglesia incluida,  las mantuvo a modo de diques para contener la penetración del progreso, cuyo ariete lingüístico era el español.

 Una aguda observación hace Lodares cuando alude al misterio aparente de la aceptación social de las imposiciones lingüísticas y la atribuye en parte al sustrato tradicionalista, lo que permite las políticas temerarias en este terreno, pero debemos esperar que los experimentos den sus estériles frutos y prendan en la conciencia popular para propiciar un cambio en la situación. En cualquier caso hay que seguir explicando a los interesados que el viaje que estamos pagando puede conducirnos a procelosos lugares o cuando menos a un retrógrado punto de partida y desde luego continuar  luchando por el derecho que asiste a los ciudadanos para elegir el medio de transporte y el destino de la ruta. Conseguirlo es nuestro futuro y este libro nos lo alumbra.  (*) (Juan Ramón Lodares. Editorial Taurus.1999)

El paraíso políglota. Historias de lenguas en la España moderna contadas sin prejuicios.
Autor: Juan Ramón Lodares
Fecha de publicación: 12/05/00
Editorial: Taurus
Género: Ensayo
Autor Crítica: Jon Juaristi El País (Babelia, Agosto 2000)
Precio: 2800
Número de páginas: 290

Crítica: El tópico del español como lengua imperialista es, además de falso, de recientísima factura. No es el último ensayo de Juan Ramón Lodares la única tentativa de desmontar los infundios nacionalistas sobre la única lengua común de españoles e hispanoamericanos (recuérdese El rumor de los desarraigados, de Ángel López García, o Lengua española y lenguas de España y Política lingüística y sentido común, de Gregorio Salvador), pero será difícil encontrar otro tan cumplidamente pertrechado de alegatos contra las sandeces que han ido adquiriendo rango de dogma durante los últimos treinta o cuarenta años por mor de la corrección política. Como Lodares demuestra, lejos de haber sido España escenario histórico de una implacable persecución de las lenguas minoritarias, éstas se han beneficiado de la indiferencia de la monarquía -tanto de Austrias como de Borbones- en materia lingüística, de la debilidad del nacionalismo español y de la tardía y deficitaria construcción de un Estado moderno, así como de la benevolencia de las clases rectoras tradicionalistas o moderadas y de la Iglesia católica, que han visto en la pujanza de las lenguas regionales la garantía de perduración de la España diferente, antimoderna y dominada por oligarquías y prejuicios inveterados. Lodares no tiene empacho en hablar de la resistencia de una mentalidad foral como explicación de la actitud que ha inspirado los maximalismos particularistas durante la transición española a la democracia. Y es que si, efectivamente, la foralidad sirvió en el siglo XIX a las élites tradicionales como trinchera contra la democratización política, la defensa supuestamente progresista de los derechos de las lenguas durante el periodo constituyente y la fase de desarrollo de los Estatutos de Autonomía frenó la democratización lingüística: en lugar del reconocimiento de los derechos lingüísticos de los individuos, se impuso el improbable derecho de las lenguas sobre los territorios. La distinción falaz entre "lengua del Estado" (el castellano, forma eufemística y torticera de referirse al español) y "lenguas propias" pasó a los estatutos de las comunidades autónomas y de ahí a las leyes de normalización lingüística sin levantar protesta alguna en la clase política.

Que la Consejería Vasca de Educación elimine solapadamente la enseñanza del español en los colegios públicos o que el rector de una universidad catalana, amparándose en la Ley de Normalización vigente, expediente a una profesora por entregar a los alumnos que así lo solicitan el texto de un examen en dicha lengua común vulnera derechos constitucionales que los nacionalistas de todo pelaje desprecian. Más grave resulta el silencio o la complicidad de los políticos sedicentemente progresistas ante estos desmanes. Uno de los aspectos más incómodos del ensayo de Lodares para la actual izquierda española consiste precisamente en devolver a ésta una memoria histórica de la que ha necesitado prescindir para lograr conchabarse con la dudosa progresía nacionalista: si los socialistas vascos del pasado fin de siglo se oponían a la enseñanza del eusquera o si la izquierda combatió en la constituyente de 1931 los proyectos de oficialización de las lenguas menores fue porque percibían con claridad tras semejantes propuestas los intereses de los sectores más reaccionarios de la sociedad española de la época. La miopía de la izquierda del presente habría escandalizado a Prieto, Azaña o Unamuno no tanto por su estupidez como por su oportunismo. Un oportunismo que, como recordaba hace poco Félix de Azúa, ya ha comenzado a tener consecuencias electorales. No las esperadas, sino las esperables en estos casos.

Mark Kurlansky es un periodista americano al que hizo famoso una historia del tráfico del bacalao. Su último libro -The Basque History of the World (Londres, 1999)- comienza con el siguiente párrafo: "La primera vez que oí el idioma secreto, la antigua y prohibida lengua de los vascos, fue en el hotel Eskualduna de San Juan de Luz. Era en los primeros años setenta y Franco gobernaba todavía España como un dictador de los treinta. Yo estaba interesado en los vascos porque era periodista y ellos eran la única historia, los únicos españoles que resistían a Franco. Pero, aunque todavía hablaban su lengua, no lo hacían ante mí en la Vasconia española porque unas pocas frases en vasco habrían acarreado su detención. En la parte francesa de Vasconia, en San Juan de Luz, la gente hablaba vasco sólo en privado, o lo musitaba como si, a sólo unas pocas millas de la frontera, temiesen ser oídos al otro lado de ésta".

Así se escribe la historia. A comienzos de los setenta yo recibía clases en eusquera en la universidad y escribía artículos en esa lengua para semanarios perfectamente legales. Cuando, finalmente, la policía franquista me detuvo, lo hizo por motivos muy distintos. Es más: intenté en vano encubrir ciertas reuniones clandestinas con la coartada de unas clases de lengua vasca, actividad que la policía del régimen consideraba por entonces inofensiva. Lo grave no es que los anglosajones consuman las tonterías de Kurlansky, sino que las últimas generaciones de escolares vascos hayan sido adoctrinadas con estas que Lodares llama "medias verdades", peores que las mentiras a secas, y que buena parte de sus coetáneos de otras regiones de España padezca la misma desinformación. Lo que nos está costando en partidas presupuestarias la destrucción sistemática y deliberada de la comunidad lingüística española en aras de la conservación del paraíso políglota no nos será reembolsado por los lectores de Kurlansky (el turismo lingüístico mueve menos capital que la industria del piano de manubrio). Si no al inglés -pues es lógico que los anglohablantes traten de defenderse de la competencia del español-, el ensayo de Lodares debería ser inmediatamente traducido al catalán, al vasco, al gallego y al bable. A ver si así se enteran.

El problema lingüistico en Cataluña, Informe de una realidad
Acción Cultural Miguel de Cervantes. Suplemento del boletín "Cervantina", 22 páginas, 1.995.

España en horas bajas. La guerra de los nacionalismos.
Pedro Muñoz,  Ed. Auryn, Madrid, 2000, 453 páginas

Pedro Muñoz: "Los nacionalismos han declarado la guerra al Estado"
El periodista de Estrella Digital publica su último libro, "una obra a medio camino entre la investigación periodística y el estudio histórico"
Madrid  Estrella Digital 16 Octubre 2000

El escritor y adjunto al director de Estrella Digital, Pedro Muñoz asegura en su obra 'España en horas bajas', que los nacionalismos "han declarado la guerra al Estado" a través de una doble estrategia que incluye una "espiral de reivindicaciones inagotable" y, en algunos casos, "actuaciones terroristas".

Muñoz, afirma que la "guerra" de los nacionalismos comenzó, paradójicamente, tras la aprobación de la Constitución de 1978 y la apertura de "horizontes nuevos" y de capacidades de autogobierno superiores a las de cualquier región de Europa. Tras una primera fase más moderada, la ofensiva, según asegura el autor, se recrudeció a mediados de los ochenta a través de una doble estrategia: por un lado "una espiral de reivindicaciones frente al Estado permanente, inagotable y cansina por parte del nacionalismo moderado y, paralelamente, una guerra real de atentados y agresiones por parte del nacionalismo radical".

En uno de los capítulos de su libro, que el autor define como una combinación de "crónica periodística aunada con investigación histórica", Muñoz describe el "cordón umbilical" que une a nacionalistas moderados y violentos, que coinciden en sus fines -independencia y soberanismo- y una misma raíz, que en el caso vasco es la ideología de Sabino Arana.

"El Estado volverá a adquirir
una cierta trascendencia y una cierta entidad,
si los gobiernos recuperan un mínimo de sensibilidad nacional"

Para el autor, el hecho de que el nacionalismo catalán no haya estado acompañado de fenómenos terroristas "tiene que ver con la historia y el carácter de la gente, y en eso tiene razón en parte Xabier Arzalluz". "Lo del 'seny' catalán -asegura Muñoz- es verdad y siempre han tenido un carácter muy pactista". Otras de las razones por las que el terrorismo no cuajó en Cataluña es el compromiso decidido de todos, "incluidos los líderes independentistas", contra la violencia.

A través de esta obra Muñoz pretende "descubrir la verdad del nacionalismo", desvelando "sus mentiras", para "ayudarle a prosperar en el Estado de las Autonomías" porque con la Constitución actual todo es posible, incluso las aspiraciones independentistas, pero no "mediante mentiras, trampas y atentados".

Pedro Muñoz teme que haya una radicalización
cada vez mayor y que la espiral
reivindicativa no tengan fin

En su opinión, el "acoso" al que los nacionalistas someten al resto de España está creando un gran "cansancio" que no cree que esté cristalizando en un renacimiento del "nacionalismo españolista", que sería "tan perjudicial como cualquier otro".

Tras analizar durante años el fenómeno de los nacionalismos españoles, en especial el catalán y el vasco, Muñoz "quisiera" ver el futuro "desde la recuperación por parte de los nacionalismos de la normativa constitucional, porque esta permite todo", pero teme que haya una radicalización cada vez mayor y que la espiral reivindicativa no tengan fin. Como ejemplo del paso a posiciones más radicales señaló que Jordi Pujol, "que ha dado la imagen de hombre sosegado y serio", ha pasado en unos años "de reivindicar el 'hecho diferencial' a la nacionalidad'; ahora pugna por la 'nación' y recientemente ya se ha pronunciado por 'Estado catalán'".

En su opinión, el Estado "volverá a adquirir una cierta trascendencia y una cierta entidad" si los gobiernos dirigidos porel PP y el PSOE adquieren o recuperan un mínimo de sensibilidad nacional, "el mismo que tienen Chirac, Clinton o Jospin".

   España y los nacionalismos
Por Alberto Míguez Libertad Digital  9 Octubre 2000

Con el subtítulo de La guerra de los nacionalismos, el escritor y periodista Pedro Muñoz analiza y reflexiona con rigor y profundo conocimiento sobre la batalla que ciertos nacionalismos periféricos (especialmente el vasco y el catalán) desarrollan desde hace muchos años contra el Estado español y, por supuesto, contra la independencia y soberanía de este Estado.

Escribe Muñoz en las primeras páginas de su libro que “Hoy en España, en las últimas décadas ningún político del momento, ni de la derecha ni de la izquierda ha manifestado de forma expresa, como lo hiciera Azaña en su día, su afecto por España” y, añade, “sorprendentemente esta forma de hablar de España y de sentirla a la que Azaña recurre tampoco ha estado presente en la sociedad civil española durante este tiempo de transformaciones democráticas de los últimos años".

La simple enumeración de los títulos que el autor pone a los capítulos de su obra sirven perfectamente para saber de qué se trata y por dónde va su reflexión y conclusión. He aquí algunos: “Acosos nacionalistas sobre el gobierno nacional”, “Ahora nadie habla de España y...pocos quieren hacerla”, “El hecho diferencial aumenta la tensión”, “La violencia no para”, “Bombas para matar y declaraciones para intimidar”, “La impronta nacionalista del terror”, “Destruir la historia para erigir la utopía”, “Acabar con la nación y con el Estado”, “Hasta que Madrid ceda”, “Nacionalismo catalán, pactismo sin terror”, “Pujol protagoniza la tercera subversión”, “Contra la lengua de cuatrocientos millones”, “Catalanes y vascos, víctimas del odio hispano”, “Se empieza a reaccionar con enorme cansancio”, “Contra nacionalismo, supranacionalismo”, “A España le falta solidez y atractivo”, “Lealtad para hacer España”...

Ni qué decir tiene que algunas de las reflexiones y análisis de este libro tienen cierta carga polémica y merecerían sin duda que esta polémica aflorara a la superficie de nuestra vida política. Pero es de temer que, una vez más, políticos y académicos, periodistas y comentaristas, gente del común y elites, escondan la cabeza bajo la arena y dejen pasar esta oportunidad. El libro de Pedro Muñoz, recién presentado por Jon Juaristi y José Luis Balbín, merece ser leído y, sobre todo, discutido.

España: por un Estado federal.
Burgos, Javier de. Editorial Argos Vergara, Barcelona, 1983, 211 páginas. El nombre "Javier de Burgos" designa a un colectivo de especialistas cualificados de la Administración del Estado: juristas, economistas, inspectores financieros... Desde un punto de vista estrictamente administrativo, denuncia las disfunciones y desequilibrios que puede generar el Estado de las Autonomías. Escrito poco después de la Transición, cuando la fiebre del "hecho diferencial" todavía estaba comenzando, al leerlo ahora se comprueba que sus temores estaban totalmente justificados, y en algunos casos, la realidad actual ha superado ampliamente las previsiones más pesimistas sobre el asunto autonómico.

ESPAÑA NO ES UNA CÁSCARA. Paradojas y miserias del nacionalismo victimista

Prólogo de Eugenio Trías
Javier Ruiz Portella
128 págs. 1.600 Pta.
ISBN 84-89779-20-1
Ediciones Áltera

Del prólogo de Eugenio Trías

Este no es un simple alegato en contra de los nacionalismos; ni siquiera lo es en relación al que más directamente le concierne (o nos concierne): el nacionalismo en su forma de manifrstarse en Cataluña en estos últimos años. Es, más bien, un correctivo y una advertencia a los modos habituales de combatirlo. Y un esfuerzo serio por asumir algunos aspectos que el nacionalismo (o nuestro nacionalismo más cercano) integra en su peculiar ideología, aunque torciendo hacia sus propios meridianos intelectuales lo que, en principio, podría concebírse de otro modo. 

Con buen tino Ruiz Portella polemiza con el marco ideológico desde el cual, a veces de modo impremeditado, otras de manera plenamente consciente, se intenta combatir el nacionalismo en su expresión más próxima (catalana). Polemiza decididamente con dos orientaciones que desvirtúan, a su modo de ver, el peso de los argumentos con que ese nacionalismo suele combatirse. Y en ello, creo, anda muy acertado el autor de este texto en su diagnóstico. Cuestiona, en efecto, el utilitarismo con que se asumen, de manera acrítica, temas tan sensibles para todos como la lengua. Y asimismo el marco individualista mediante el cual se intenta construir, de manera harto reductiva, cierta idea, por lo demás irrenunciable, de ciudadanía. 

Rebate, en primer lugar, la idea de que la lengua sea un simple medio o instrumento de comunicación. La lengua no es tal cosa. Es algo inherente a nuestra realidad, a nuestro «ser en el mundo»; es una cualidad propia (como dirían los estoicos) que constituye nuestro ser persona. La lengua es {...} desde luego comunicación; pero sólo si se comprende que en esa comunicación tiene lugar la expresión más genuina de lo que somos. 

La lengua no sirve sólo, instrumentalmente, para comunicarnos en la «era de la comunicación». Es, sobre todo, un modo propio de expresión (erótica, poética, novelística, filosófica). Y esto atañe a todas aquellas lenguas que nos conciernen en nuestra sociedad (catalana) marcada por el bilingüísmo {...} 

El error del nacionalismo no consiste en insistir en lo local en la era de la globalización. Más bien debe verse en ello su inexpugnable virtud. El error consiste en concebir lo local de modo simple; o en no advertir la mediación e incidencia de esa globalidad, a través de instancias intermedias, en esa misma localidad, de manera que ésta comparezca en su verdad: como un lugar marcado por la complejidad (en términos lingüísticos y en términos de pertenencia o de conciencia de identidad). 

Llevo insistiendo en que esa articulación es más bien un sentir común; y no un lugar de necesario conflicto {...} Se puede ser catalán y español sin demasiado problema (las estadísticas muestran que eso es más bien la regla que la excepción). Y se debería vivir en plenitud «en catalán» asumiendo, sin excesivo costo, esa doble lengua que, según los casos, implica un predominio del catalán o del castellano. Lo local lo es como lugar de complejidad; no de una esencia simple que se define por exclusión de una sombra a la que se da el valor de un chivo expiatorio. 

El segundo punto cuestionado es el individualismo. No somos individuos; simples átomos flotantes agregados que formamos por pura asociación contractual una sociedad. Somos más bien realidades complejas personalizadas, o personas, que componen una comunidad que lo es no sólo de los vivientes; formamos comunidad con la tierra y con la atmósfera, o con el aire que respiramos (como muy bien señala Ruiz Portella); formamos asimismo comunidad entre los vivos y los muertos. Obviar esto es equivocado. Magnificarlo es terrible. Lo primero sucede en las ideologías abstractas liberales e individualistas. Lo segundo es propio de los nacionalismos melancólicos. 

Estamos ante una reflexión necesaria que quiere profundizar en un debate que con excesiva frecuencia, se limita a repetir grandes tópicos estériles por ambos frentes. El texto de Ruiz Portella se esfuerza, y consigue, transcender esos tópicos (y el tedium vitae que acaban produciendo). 

Extractos del libro 

¿Qué mueve al hombre nacionalista, 

a ese hombre que, por un lado, comulga con los valores universales —razón, consumismo, utilitarismo, productividad...— y que, por otro, se aferra con todas las fuerzas de su ser a algo aparentemente irracional, a un trozo de tierra, a un pasado, a una lengua? 

Para no morir del todo en vano... 

El naufragio del pasado entre las aguas del presente; la ruptura —dicho más concretamente— con lo que siempre había significado la tradición, deja al hombre moderno irremediablemente solo, desarraigado, perdido como rayo fugaz que surge y se desvanece en el tiempo. Y ésta es precisamente la soledad que no conoce —que intenta no conocer— el hombre nacionalista. Es éste el desarraigo frente al cual se alza con todo su ser. Tal es su parado... y su grandeza: la de un hombre que, profundamente imbuido de todos los valores de la modernidad, se lanza sin embargo a la búsqueda insaciable de su pasado: un pasado que es llevado a la palestra, actualizado en presente, reactivado en la afirmación de la identidad nacional. 

Da igual que esta rememoración del pasado sea imaginaria o real; o que constituya, más probablemente, una mezcla de fantasía y realidad. No estamos contemplando ahora el contenido —resentido o altanero— de lo que el hombre nacionalista afirma respecto a la historia. Estamos contemplando lo que late por debajo de semejante afirmación; es decir, este gesto mediante el cual se intenta dar sentido a una comunidad de hombres anclados en el tiempo y el espacio; este gesto con el que, buscando a tientas entre las sombras de la historia, unos mortales —que como modernos que son se saben tales; es decir, perecederos y fugaces— intentan de algún modo borrar la fugacidad, hallar algo como una perennidad, entroncarse con quienes ya se fueron para siempre, engarzarse en lo que éstos hicieron y fueron. 

Semejante entroncamiento tiene un nombre: nación. ¿Qué otra cosa significa afirmarse, saberse miembro de una nación, sino sentirse unido a la comunidad de los vivos y de los muertos que constituye la nación? 

La nación...., pero una sola y no más

Lejos sin embargo de encontrar una especie de símbolo o de «aliento» en el pasado, el hombre nacionalista descubre en él la más sólida de las esencias patrias. He aquí —se dice— algo consistente que oponer por fin a la falta de esencias que aqueja a la modernidad: esa época en la que desaparecen los valores sagrados, las instituciones arraigadas, las verdades inquebrantables. Ahí descubre el hombre nacionalista algo que supera por fin la fragilidad tornadiza de los tiempos, algo inalterable con lo que afirmarse y sustentarse. 

El problema no estriba tan sólo en esta afirmación de la nación y de la historia como una sustancia inalterable. El problema radica sobre todo en que semejante afirmación se realiza a través de una negación: para el hombre nacionalista, afirmarse a sí mismo implica ipso facto negar al otro. Ahí está el auténtico problema: no tanto en lo que el hombre nacionalista afirma, cuanto en lo que, para afirmarse, niega. El problema no está en la proclamación nacionalista de la identidad, sino en su repudio altanero de la alteridad. 

El problema, concretamente hablando, no está en afirmarse como catalán, o como vasco, o como gallego. El problema está en no poder —en no querer— afirmarse a la vez como español. 

El vacío del hombre moderno

Nuestro bienestar es inmenso, el mayor de todos los tiempos. De estar, estamos de lo mejor. Pero ¿de ser?... ¿Qué pasa con el ser? ¿En qué consiste, en que queda, en qué se diluye el ser de las cosas, del mundo, de nosotros? ¿Qué somos? ¿Sólo somos, sólo vivimos para producir, consumir y morir?... ¿Qué significa ser: ser nosotros mismos: como individuos y como colectividad? 

Una especie de vacío se abre hoy ante semejante pregunta: un vacío tanto más angustioso cuanto que nadie formula siquiera la pregunta. El vacío está ahí: y ante él se alza, confuso y desesperado, el grito del hombre nacionalista de hoy. Intenta llenar el abismo, ser algo, salvar su lengua, recrearla, amarla, reivindicar los símbolos, mantener tensos los lazos que tejen el ser más íntimo de una colectividad. Digámoslo sin retórica alguna, con total sinceridad: ¿cómo no inclinarse con intensa emoción ante semejante gesto, cómo no saludarlo hasta con esperanza? ¿Cómo no reconocer, por ejemplo, la grandeza de esta sociedad catalana que ha rescatado de las cenizas una de sus dos lenguas; esta sociedad que ha afirmado toda su especificidad frente a la grisura de ese mundo globalizado en el que todo se uniformiza? 

¿Cómo no estremecerse de gozo ante el espectáculo, grandioso e insólito, de una sociedad que, movida por semejante aliento colectivo, vibra y palpita en torno a algo como la lengua? 

Y, sin embargo, no. El gozo se acaba pronto: tan pronto como constatamos que, para rescatar y mimar a una de sus dos lenguas, esta misma sociedad catalana se siente obligada —al igual que todas las demás sociedades de parecido signo— a desdeñar su otra lengua, su otra identidad. 

El bilingüísmo auténtico 

Nadie, es cierto, parece tener conciencia de ello, pero lo que en el fondo se debate hoy en Cataluña es nada menos que esta cuestión: la posibilidad —la voluntad también— de llevar a cabo (o no) algo que significaría una extraordinaria creación, una auténtica innovación social-histórica: la consecución de una auténtica sociedad bilingüe. 

Todo está ahí para conseguirlo, todo apunta a que sí, a que semejante milagro no constituye ninguna utopía: es posible, es realizable..., si se quiere (en los dos sentidos de la palabra querer: si se desea hacerlo y si se ama aquello que se podría conseguir). ¿Cómo, en efecto, no sería posible que el aire mismo de Cataluña estuviera tejido por sus dos lenguas, atravesado por ellas en condiciones de igualdad? ¿Cómo no sería posible cuando semejante aire es el que todos y cada uno de nosotros respiramos cada día? 

Pero no lo quiere; he ahí toda la dificultad. Lo que quiere la inmensa mayoría de la gente genuinamente catalana es una especie de «bilingüísmo cojo», una situación en la que el catalán fuera la lengua dominante, la única que latiera y viviera auténticamente, por más que se siguiera usando el castellano en aquellos ámbitos en que resulta inevitable usarlo.

El victimismo: o la exaltación de lo pequeño y familiar 

¿Por qué reniega de España el hombre nacionalista catalán (o el vasco)? ¿Qué sentido tiene hacerlo si lo que se quiere es afirmar las raíces vascas o catalanas? ¿No salta a la vista que tales raíces son simultáneamente españolas? ¿Por qué, en una palabra, todo este delirio en pos de la unicidad cuando se tiene entre las manos la más profunda dualidad?... 

Sin duda porque algo se opone visceralmente, en el ser profundo de los hombres, a que éstos asuman la dualidad. Sin duda porque el imperio de lo Uno siempre ha regido la vida del hombre..., y aún más la del hombre-masa de hoy. Sin duda porque el hombre teme los vértigos y recela de las alturas, rehuye lo sinuoso, evita lo complejo, busca cobijo en lo plano, se conforta con lo unívoco y se complace con lo sencillo. 

Para decirlo con la máxima concrecion: porque es infinitamente más cómodo y sencillo hablar una lengua que expresarse en dos, reconocerse en una única identidad que asumir simultáneamente dos. 

Y puestos a elegir una sola, se elige la más cercana, la más íntima, la más familiar. Todo el espíritu del nacionalismo victimista de hoy está envuelto en la exaltación de lo íntimo y familiar, de lo pequeño y recoleto. 

Frente al mundo globalizado 

Lo que pierde al hombre nacionalista no es alzarse frente al uniforme gris del hombre globalizado. Lo que le pierde es su maniqueísmo, su incapacidad de asumir a la vez dos cosas distintas. O lo uno o lo otro, exclama desde lo hondo de su alma el hombre nacionalista. O bien soy catalán (o vasco, o gallego), o bien soy español. Y como nuestro hombre es afortunadamente catalán (o vasco, o gallego), la conclusión cae entonces por su propio peso: el hombre nacionalista se cierra ensimismado en su especificidad; todo su pasado y su presente español queda deshecho, reducido a ese vínculo puramente externo que es la pertenencia jurídico-política a un Estado. La vieja piel de toro queda reducida, para él, a su mero pellejo. España se convierte en puro envoltorio, mera cascara. 

¿Es la sociedad una mera suma de individuos? 

Lo único que podría legitimar en la práctica social las ansias separatistas del nacionalismo vasco o catalán, es que tales ansias se correspondieran con la voluntad mayoritaria de la población. Pero entonces resulta que no son las «raíces», la «tierra», la «historia nacional», la «esencia patria» lo que legitima la reivindicación nacionalista: es sólo el libre albedrío de los individuos. Es sólo porque éstos así lo quieren (suponiendo que realmente lo quieran), es sólo porque «les da la gana», por más que, para realizar tales ganas, tengan que acabar con toda una tradición hecha de dualidad, por más que se vean obligados a arrancar sus raíces, olvidar su historia, dejar de hablar —de sentir y latir— en su otra lengua propia.  

Si desde el punto de vista de la decisión política, lo único pues que cuenta es la voluntad libre y cambiante de los individuos, ¿resulta entonces que la sociedad como tal carece de identidad propia? ¿Significa ello que la identidad nacional no existe? ¿Habría que concluir que esta cosa a la que denominamos nación es una entelequia, un embeleco, una palabra huera? 

Y, sin embargo, no: la nación existe. No somos meros individuos intercambiables unos con otros; o si somos individuos, si existimos, sólo es en la medida en que una lengua (dos, en ciertos casos), una colectividad, un aliento, un pasado común nos envuelven y, sin ahogarnos, nos dan sentido. Afirmémoslo pues con fuerza. Y afirmémoslo sobre todo aquellos a quienes el enfrentamiento con los desvaríos nacionalistas nos puede a veces hacer correr un riesgo: el de considerar que la idea misma de nación, de colectividad, carece de sentido; el de pensar que toda sociedad se reduce a una suma de individuos. 

Hablan los árboles 

Si sometiera sus verdaderas ansias, sus objetivos últimos, al veredicto de la mayoría, el nacionalismo llevaría hoy por hoy las de perder. Y como es perfectamente consciente de ello, resulta que no son sólo elevadas consideraciones teoricas: son también burdas razones prácticas las que le impiden al nacionalismo situar su fundamento en el único lugar en que lo podría tener: en el libre albedrío, en la voluntad inmotivada de quienes comparten sus creencias. Es también por eso por lo que el nacionalismo busca su fundamento en una identidad nacional que, fantaseándola, empequeñece, falsea y desvirtúa. Es también por eso por lo que establece su asidero en la historia, en la tierra, en el suelo. Es también por eso por lo que la «territorialidad» —la «lengua territorial»— es uno de sus conceptos clave. Es también por eso por lo que antepone los derechos de la tierra a los de los individuos. 

No caigamos en su trampa. Defendamos los derechos de los individuos. Pero no reduzcamos el mundo a un mero aglomerado de individuos. Defendamos también la tierra. 

Amparándose en esta visión individualista del mundo, Alejo Vidal-Quadras [...] declaraba hace algún tiempo: «Las lenguas no son valores esenciales, sino códigos de comunicación; lo importante no es el código, sino lo que comunica [...] Las lenguas no son territoriales. Las piedras, los árboles no hablan, las que hablan son las personas». 

Afirmar lo contrario, pretender que la lengua si es un valor esencial, no un mero código de comunicación; considerar, frente a la visión utilitaria del mundo, que si hay una cosa denominada «tierra», «pasado», «comunidad», «aliento común» que modelado por los individuos que lo integran, los trasciende y modela a su vez; afirmar semejante cosa, tal es la única grandeza del nacionalismo contemporáneo. 

Que no nos duelan prendas en afirmarlo también desde las antípodas del nacionalismo. Las piedras, los árboles, los ríos y mares de nuestra tierra —reconozcámoslo— son otra cosa que este depósito de materia bruta del que el hombre utilitario, como decía Heidegger, sólo usa y abusa a su antojo. El mundo, tanto el natural como el que creamos, existe, tiene sentido en sí mismo; sus cosas nos interpelan, acometen, hablan... No dejemos esta habla en manos del hombre nacionalista: la va a diezmar aún más que el hombre de la técnica. 

Claro que hablan las piedras, los árboles, las ciudades, el aire mismo que nos envuelve en Cataluña: lo que sucede es que hablan a la vez en catalán y en español.  

ESTADO DE EXCEPCION: VIVIR CON MIEDO EN EUSKADI
Iñaki Ezkerra
Editorial Planeta

Estado y nación en Europa
Excelente obra de Hagen Schulze,  en la que es posible encontrar el detalle de cualquier construcción estatal-nacional y que debiera ser buena lectura de terapia para todos los nacionalistas del mundo (MANUEL RAMÍREZ, El País 6 Octubre 1998).

Estudio Crítico de la Nueva Ley del Catalán
(Una ley conflictiva y polémica)
Ley 1/998 de 5 de enero , de Política Lingüística de Cataluña
Nuevo ataque a la comunidad castellanohablante de Cataluña
Suplemento del Boletín "Cervantina" 1999
Acción Cultural Miguel de Cervantes

Eta Pro Nobis
Iñaki Ezkerra
Editorial Planeta

Euskadi, del sueño a la vergüenza. Guía útil del drama vasco
Iniciativa ciudadana ¡Basta Ya!
Ediciones B, 2004

"Euskadi, del sueño a la esperanza pretende ofrecer respuestas suficientes para contestar a las preguntas más habituales sobre el drama vasco. No es un libro neutral ni políticamente correcto. No considera que todas las ideas merezcan el mismo respeto, ni que la mentira histórica y política sean aficiones inocentes, o que la equidistancia o neutralidad entre víctimas y verdugos sea una opción personal perfectamente legítima. Su intención es ayudar a comprender cómo, cuándo y porqué el sueño de una Euskadi compartida por todos los vascos, con independencia de su origen, lengua, ideas o identidad, se ha convertido en motivo de dolor, muerte y persecución para miles de personas dentro y fuera de Euskadi. el principal responsable de esayergüenza es sin duda el terrorismo, pero también la tolerancia de la violencia y su empleo perverso por falsos inocentes, incluyendo partidos, instituciones y grupos que se dicen democráticos, como medio útil para acumular poder a costa del sufrimiento ajeno.

Sin embargo, no es un libro desesperanzado. También cuenta la historia de cómo se comenzó a derrotar al terrorismo sin reproducir sus atrocidades, y la historia del papel que las víctimas de la violencia y los movimientos cívicos desempeñan en el esfuerzo por recuperar activamente la dignidad y libertad arrebatadas. Un esfuerzo que dista de haber concluido, pero que hoy se encuentra más cerca de su meta."

 

Extranjeros en su país
Larra Servet, Azahara. Ediciones Libertarias. Madrid 1992.

El nacionalismo y las lenguas de Cataluña
Foro Babel, 1999 Acción Cultural Miguel de Cervantes.

Frente a la Gran Mentira,
García Trevijano, Antonio. Espasa Hoy. ISBN 84-239-7741-2, 1.996, 349 páginas, 2.200Pts.

Gente de Cervantes. Historia humana del idioma español. 
Juan Ramón Lodares. Taurus. 2001. ISBN 84-306-0423-5. 238 págs.

HISTORIA DEL CASTELLANO: El español se propagó por el mundo por ser una lengua de frontera, según un experto
Libertad Digital
  22 Febrero 2001

La expansión del español por varios rincones del mundo se debió a su condición de lengua de frontera durante la Edad Media, la conquista de América y finalmente en la etapa de la gran emigración a América Latina, según el escritor Juan Ramón Lodares. Este experto, quien acaba de publicar su libro "Gente de Cervantes: Historia humana del idioma español", explica que el castellano es una lengua de andariegos, de inmigrantes y que la comunidad hispanohablante nació tras la necesidad económica.

"El español ha tenido y tiene una gran capacidad de engullir y asimilar términos", sostiene Lodares. “En la actualidad no tiene, como otras lenguas, que defenderse para mantenerse como una de las primeras del mundo, sino que está en un momento de proyección y promoción, de modo que los que tienen que preocuparse por el "splanglish americano" son los ingleses”, agrega.

En el libro el autor describe la influencia del castellano en el resto del mundo desde los primeros tratados, fundamentalmente el dictado por Alfonso VIII en Toledo para regular en el siglo XIII el comercio peninsular. Asimismo incluye la reacción de los países iberoamericanos ante la derrota de España en 1898 y la expansión actual.

Lodares también expone cuáles fueron los cancilleres de los reinos medievales que comenzaron a usar el castellano en lugar del latín, aunque también menciona a aquellos españoles que abandonaron este idioma por la de los indígenas americanos. También habla de los italianos que en la Argentina del siglo XIX se entendieron en castellano, evitando así que fuera el italiano nombrado lengua co-oficial del país. 

Contra el Complejo de Culpa
J. R. Lodares explica las claves humanas de la expansión dcl español.
ENSAYO. GENTE DE CERVANTES. HISTORIA HUMANA DEL IDIOMA ESPAÑOL. 
JUAN RAMÓN LODARES. TAURUS. MADRID, 2001. 238 PÁGINAS. 2.660 PESETAS
ÁLEX GRIJELMO El País 13 Abril 2001

Juan Ramón Lodares ha escrito un libro muy útil para todos aquellos que sintieron —sentimos— alguna vez un cierto complejo de culpa por la difusión que ha alcanzado el idioma español y la reducción que, en consecuencia, haya podido causar a otras lenguas. Ya constituyen un número notable los historiadores que se han dedicado en los últimos años a escribir obras didácticas que expliquen en sus justos términos la historia de España. Lodares, historiador de la lengua, se suma felizmente a ese grupo que tal vez consiga desmentir por fin las interpretaciones interesadas que se nos han presentado como verdades incontrovertibles, principalmente desde posturas nacionalistas vascas o catalanas. 

Gente de Cervantes nos habla de una lengua construida por los pueblos, y no dictada por los reyes. Con la amenidad y la ironía de Lodares vamos viendo que el español se construyó a menudo por los intereses de los comerciantes, la habilidad de los misioneros y la fuerza inexorable de la chiripa. Una peste duradera (como la que azotó periódicamente el litoral mediterráneo entre 1477 y1652 y redujo la circulación de personas y mercancias), el éxito de una feria de ganado o la tenacidad de un almirante genovés han hecho más por la distribución de las lenguas que cualquier decreto que animara a enseñar la gramática de Nebrija, entre otras razones porque ni había escuelas ni maestros: todavia en 1812, 94 de cada 100 españoles eran analfabetos. 

En nuestra nueva democracia, algunos han querido proyectar la sombra del franquismo a toda la historia de España, como si Franco hubiera sustituido al mismisimo Alfonso X El Sabio. Pero aquellos hombres de la espada estaban más ocupados en la pureza de estirpe (frente a moros y judíos), en la expansión del catolicismo y los honores guerreros que en establecer una lengua. Y si el español se asienta en América no se debe a una accion impenitente del Estado, como nos relata Lodares En unos tiempos en que no existía una televisión que impusiera modelos, cuando la LOGSE no se había inventado y las infraestructuras de comunicaciones masivas se limitaban al coche de San Femando (un poquito a pie, otro poquito andando), hicieron más por la difusión del castellano los emparejamientos mestizos o la ingente emigración espontánea del siglo XIX (unos veinte millones de españoles) que los decretos reales llegados en barco tras larga travesía. Y después, el propio deseo de aquellas naciones: cuando los paises de América empiezan a independizarse, viven allí unos 12 millones de personas, de los que sólo un tercio habla español. Ahora superan el 90%. 

Los datos que aporta Lodares nos hacen pensar que quizá dentro de dos siglos algún político nacionalista explique como hecho histórico que al Barcelona FC y al Athletic Club se les obligó siempre a jugar la Liga española. En efecto, la pretensión de que tanto Cataluña como el País Vasco tengan selecciones propias que compitan en el Mundial o la Eurocopa ha chocado con la negativa del poder central. Pero a nadie se le ha ocurrido pensar en un Barça que jugara un domingo tras otro contra el Espanyol ni en un Athletic que sólo se enfrentase al Alavés y a la Real Sociedad de San Sebastián, tal vez también a Osasuna. Así han sido siempre las cosas: el sentimiento de comunión catalana o vasca tal como haya podido existir a través de los siglos convivió con una integración en el resto de España, también lingüística. Ahora hay quien da a entender que el castellano entró en Cataluña de la mano de Franco, por la fuerza de las armas. Sin embargo, “en el proceso de concentración y difusión de grupos lingüísticos hay más oro que hierro”, como escribe Lodares.  El mérito del autor de este libro reside en relacionar hechos que hasta ahora vivían aislados en la memoria colectiva, y en resultar tremendamente didáctico. Cuando se habla de la expansión del castellano, casi nadie tiene presente que la castellanización gallega (siglo XVIII), especialmente la del área litoral, no es obra propiamente de castellanos, sino de catalanes, leoneses y vascos, que acuden allí con sus compañías comerciales; o que la mayoria de los panfletos que justificaban ante el mundo la revuelta de Cataluña contra Felipe IV se redactaron en castellano; o que la mayor parte del español impreso que recorrió América, si procedía de España, había salido de alguna prensa catalana. Los impresores alemanes establecidos en Barcelona a partir de 1490 “publicaban en castellano con más frecuencia que en catalán, sencillamente porque vendían más” (la misma imprenta del monasterio de Montserrat se sumó a esa moda). Por su parte, el euskera no resistió heroicamente, sino que las tierras donde sobrevivió no despertaron gran interés comercial de otros pueblos, ni conducían a puertos de mar tan interesantes como los del Mediterráneo.  Lodares escribe (y esta frase resume bien su estilo): “Si las lenguas tuvieran escudos como los tienen las naciones o los equipos de fútbol, en el de la española no figurarian ni un águila imperial ni un león rampante ni nada aparentemente noble: figuraria una simple oveja”. El idioma español creció y se asentó porque así lo decidieron sus hablantes. Y no por sentimentalismo, sino por lanas, por maravedíes, ducados o doblones, por rutas abiertas para el ganado, por el comercio del algodón. Por la mezcla de sangres, por los emigrantes pobres, por los navegantes acuciados. Una delicia de libro, éste de Lodares, para acabar con un complejo proyectado sobre nuestra lengua. Atrocidades hubo, pero ni fueron del idioma ni sucedieron por su causa.

El Mus, el Tute y el Guía Indio
M. Onaindía y su ensayo cultural, político y moral sobre el País Vasco.  
ENSAYO.
GUÍA PARA ORIENTARSE EN EL LABERINTO VASCO  
MARIO ONAINDIA. TEMAS DE HOY. MADRID, 2000, 254 PAGINAS. 2.400 PESETAS  
JAVIER PRADERA El País (edición impresa) 26 Febrero 2000  

Si la condición exigible para hablar con autoridad de los conflictos en el País Vasco es conocerlos desde dentro por haber sido uno de sus principales actores, Mario Onaindía cumple a la perfección ese requisito. Nacido en 1948, euskaldun desde su infancia lekeitiana y estudiante en un seminario, ingresó en ETA apenas pasada la adolescencia. Detenido y torturado en 1968 a raíz del asesinato del comisario Manzanas, en diciembre de 1970 fue condenado a muerte por un tribunal militar en el célebre juicio de Burgos, aunque la conmutación de la pena capital por 30 años de reclusión mayor le permitió salvar la vida; el extrañamiento primero - en vísperas de las primeras elecciones democráticas -  y la amnistía después - en octubre de 1977 - le devolverían a la libertad y a la actividad política. Fundador de Euskadiko Ezkerra, cuya relación con ETA político-militar era semejante a la de Herri Batasuna con ETA militar, logró la disolución de la organización armada y negoció - junto a Juan María Bandrés - con el ministro Rosón la reinserción de sus miembros. Secretario general de Euskadiko Ezkerra hasta su sustitución por Kepa Aulestia en 1985, apoyó su fusión con los socialistas vascos a comienzos de los noventa. Parlamentario autonómico y senador hasta su retirada de la vida pública activa hace un año, siempre se ha resistido a ser un profesional de la política a tiempo completo: ha publicado seis novelas en euskera, ha escrito guiones de cine y ha colaborado en periódicos y revistas. 

 A la busca de la salida al laberinto vasco (un homenaje a Julio Caro Baroja), Onaindía se viste con humor la indumentaria de los guías indios de las películas del Oeste, equidistantes de los guerreras azules y de los pielrojas en pie de guerra. Las bromas hermenéuticas le llevan más tarde a la comparación entre el mus y el tute (dos juegos de cartas que el PNV impone a sus contrincantes según cual sea el premio en disputa) para ilustrar la ambivalente estrategia nacionalista en sus relaciones con el poder central. En el mus, las cartas no importan demasiado: los jugadores se cruzan mensajes cargados de significado y ganan o pierden una partida en función de su capacidad para intimidar o para arrugarse con un órdago; en el tute, por el contrario, sólo cuenta el valor de los naipes, que determinan casi al ciento por ciento las posibilidades de triunfo o derrota. La política nacionalista se mueve en los parámetros del mus: términos como soberanía, ámbito de decisión o territorialidad forman parte de una jerga destinada exclusivamente a crear sentimientos tribales de pertenencia. La política europea se mueve, en cambio, en los parámetros del tute: las reglas son claras, sólo cuentan los votos y el margen de maniobra es escaso. Todos los vascos (incluidos los nacionalistas) juegan al tute en su vida cotidiana y profesional; sólo los nacionalistas juegan al mus cuando hacen política o hablan de ella: 

Pero este libro no es un estudio de antropología o una introducción a la baraja, sino un ensayo cultural, político y moral sobre el País Vasco. La ideología nacionalista ha falseado con descaro la historia, desde el reinado de Sancho el Mayor y el Señorío de Vizcaya hasta las guerras carlistas y la derogación del régimen foral en la Restauración, a fin de suplantar el todo por una de sus partes y de monopolizar la representación entera de una sociedad  plural en beneficio de un partido; el sectario proceso que llevó al PNV a imponer su propia heráldica (la bandera, el himno, las fechas conmemorativas y hasta el santoral) al conjunto de la comunidad, muestra cómo el nacionalismo se apoderó de la nación mediante un audaz ejercicio de sinécdoque político-ideológica. 

Los capítulos del libro dedicados a la Vizcaya industrial y minera se ocupan del bizcaitarrismo en las décadas finales del siglo XIX pero también de la gran burguesía de la Neguri negra de la margen derecha y de las luchas obreras de la margen izquierda. Si Sabino Arana y el PNV ocupan un amplio lugar en el relato de aquellos años, no menos representativos de la época son Víctor Chávarri y los empresarios de la Piña o los primeros dirigentes del socialismo vasco Facundo Perezagua, Felipe Carretero, Indalecio Prieto y el eibarrés Toribio Echeverría. 

Al estudiar el periodo posterior a la guerra civil, Onaindía establece un paralelismo plutarquiano - ayudado por la teoría del doble de René Girard - entre Arzalluz y Garaikoetxea, cuyos enfrentamientos durante los años ochenta dentro del nacionalismo moderado marcaron su evolución. También analiza con detalle las tres etapas en que divide la historia de ETA (bajo el franquismo, durante los primeros años de la transición y a partir de 1992) y describe las esperanzas y las frustraciones asociadas al año y medio de tregua de la banda terrorista. La Casa de Juntas de Guerníka sirve de escenario a las reflexiones finales sobre la salida del laberinto hechas por este admirable político y escritor que arriesgó su vida y su libertad durante los tiempos difíciles del franquismo para defender principios y valores que hoy sólo pueden y deben ser sostenidos mediante las vías pacíficas del diálogo y la democracia.  

Jaque al Virrey
Josep M. Novoa Novoa, Barcelona, 1.999, Acción Cultural Miguel de Cervantes
"Un libro imprescindible. El más duro alegato contra la cara oscura del pujolismo. . . . . Extenso y profundo recorrido por la Cataluña creada o inventada por el actual presidente de la Generalidad de Cataluña, dejando al descubierto las mentiras que se esconden bajo el manto del idílico país oficial. Los secretos de los negocios familiares y de partidos, las claves de las buenas compañías judiciales, las motivaciones de las calamitosas empresas mediáticas y, en fín, los esfuerzos por el estricto control de TV3 desfilan sin veladuras por las amenas páginas del libro." "El partido que gobierna Cataluña ha impulsado una cultura democrática con fobia hacia la discrepancia: las cosas no son como son, sino como algunos dicen que son, y todos de acuerdo. No se sabe en qué se está de acuerdo, lo que importa es estar seguro en que se está de acuerdo" (J.M. Novoa).

La "normalización lingüística", una anormalidad democrática, El caso gallego
Jardón, Manuel. Siglo Veintiuno de España Editores, ISBN 84-323-0812-9, 1.993, 339 páginas, 2.800Pts
Dedicado "A todos aquellos que piensan que los idiomas se hicieron para las personas y no las personas para los idomas"

D: Manuel Jardón nació en 1944 en una pequeña aldea del ayuntamiento de Villar de Santos (Orense). Cursó sus estudios en Orense, Salamanca, Comillas y Madrid, obteniendo el título de Licenciado en Filosofía.
Ejerció como profesor de Bachillerato, asignatura de Geografía e Historia en Tremp, Pobla de Segur, Elche, Orense y La Coruña. Falleció en un trágico accidente junto a su esposa, catalana, en 1995. En su ámbito familiar se hablaba habitualmente en castellano, gallego y catalán. Artículos suyos aparecieron en diversos y diarios y revistas.

Este libro se puede considerar como la base intelectual de la Asociación Gallega para la Libertad de Idioma. En él que se analizan la realidad y la ficción sobre el tema de la normalización lingüística en Galicia. Es un libro absolutamente necesario, en el que se desmenuzan objetivamente las causas y circunstancias del "nacional-lingüismo" confesional imperante en nuestra comunidad autónoma. Sobre todo, es un libro valiente, en el que se afirma la libertad de la persona como valor esencial frente a los totalitarismos, de los que el lingüístico no es el menor.

"En este libro se analiza la transición lingüística producida en Galicia con la puesta en marcha del Estatuto de Autonomía. Consta de tres partes; en la primera se describe la situación lingüística tradicional y la actual; en la segunda se explican las causas que promovieron el cambio de una a otra situación, principalmente la ideología nacionalista y la clase política, y se enuncian las razones de los "normalizadores"; y en la tercera se exponen la respuesta del autor en negativo (refutación de la posición "normalizadora") y en positivo (propuesta de una alternativa propia).

Si bien se examina directamente el caso gallego, la argumentación tanto en contra como a favor de la llamada "normalización lingüística" es aplicable en la mayor parte de los casos a las demás Comunidades Autónomas con lengua "propia".

La publicación de este libro es una exigencia democrática: apenas hay libros que recojan las resistencias, notablemente pronunciadas, a la implantación obligatoria de las lenguas autonómicas, lo que se explica por el tabú que hasta ahora ha rodeado el tema de las sacralizadas lenguas autonómicas.

El autor distingue entre la bondad de las ideas y la de las personas. Por ello, aunque trata con dureza las ideas contrarias, se muestra respetuoso con las personas que las sustentan. Es el tono en el que hay que situar el debate lingüístico en nuestra jove democracia: mientras una de las partes en conflicto disfruta de cuantiosos medios institucionales, la otra parte apenas puede dejar oír su voz desde las catacumbas en las que se la mantiene encerrada"

Otros comentarios al libro:
Fernando Savater
El País el 29 de Enero de 1994

Reportaje
La Voz de Galicia el 19 de Marzo de 1994

El ciudadano trilingüe
JON JUARISTI El País, 30 Mayo 1998

La consejera de Cultura y portavoz del Gobierno Vasco, María del Carmen Garmendia, aspira -según declaró hace unos días- a conseguir una comunidad de ciudadanos trilingües, cada uno de los cuales dominaría, además del eusquera y del español, una tercera lengua. Garmendia es una ciudadana trilingüe, que ha ejercido como profesora de enseñanza media en una ikastola y posee una titulación superior en sociolingüística por la Universidad de Estrasburgo. En rigor, la sociolingüística no es una ciencia, sino la aplicación más o menos disparatada de ciertas nociones sociológicas y lingüísticas a la ingeniería social. En sociedades como la vasca, brotan tantos sociolingüistas como margaritas en mayo, cada uno de ellos con su ideal de ciudadanía lingüística y sus fórmulas infalibles para alcanzarlo: es decir, con un proyecto descaradamente político, que implica en todos los casos ciertas presiones incómodas sobre determinados sectores de la población. En principio, todo ideal sociolingüístico es arbitrario. ¿Por qué tres lenguas en lugar de una, dos o cuatro o más, y por qué precisamente ésas?: la única justificación posible estriba en el capricho de la consejera, que desearía moldear los comportamientos lingüísticos de los ciudadanos vascos a su imagen y semejanza. No hay duda de que Garmendia está encantada de haberse conocido y, sin duda, no le faltan motivos, pero de ahí a que resulte razonable troquelar lingüísticamente a toda la población vasca según su propio modelo dista un trecho.

Se preguntaba recientemente Victoria Camps cómo podía armonizar CiU sus principios liberales con su decidido intervencionismo en materia de normalización lingüística. El problema es viejo y no tiene más que una respuesta posible: la que le dio Manuel Jardón en el título de un clarificador estudio sobre el caso gallego: La 'normalización lingüística', una anormalidad democrática (Siglo XXI de España, 1993). En efecto, tales «normalizaciones» tienen un paradójico matiz de excepcionalidad política, porque implican discriminación entre los ciudadanos y, en consecuencia, suspensión del principio de isonomía, de igualdad de aquéllos ante la ley. Generalmente, los partidarios de la «normalización lingüística», que suelen ser los que viven de ella, aducen a esto que renunciar a imponerla equivale a aceptar sumisamente la imposición de otra «normalización»: la del Estado. Con independencia de que el propio enunciado de esta disyuntiva delate ya el sesgo nacionalista de los proyectos «normalizadores», cabe subrayar el hecho de que ningún promotor de los mismos ha mostrado jamás la mínima repugnancia ante la eventualidad de imponer sus soluciones, recurriendo a diversas formas de intimidación de la ciudadanía. En realidad, y esto vale tanto para el Estado como para los nacionalismos antiestatales, la única política lingüística democrática es la que deja en paz al ciudadano para que éste se exprese en la lengua que le apetezca. En otras palabras, la abstención de toda política en este ámbito. Existen otras políticas, pero no son democráticas.

Con todo, cabe asimismo señalar que, para los nacionalismos, el ideal de ciudadanía lingüística no tiene por qué coincidir -y, en la práctica, nunca coincide- con el ideal de ciudadanía, a secas. Y, menos que en ningún otro nacionalismo, en el nacionalismo vasco. Por eso sería absurdo tomarse en serio las ensoñaciones de María del Carmen Garmendia (no pretendo frivolizar: es evidente que sus fantasías de sociolingüista titulada tendrán -ya están teniendo- serias consecuencias económicas y sociales). Ahora bien, cumplir con el requisito de trilingüismo que la referida consejera exige de su ciudadano vasco ideal no es condición suficiente, y sospecho que ni siquiera necesaria, para gozar del estatuto de ciudadanía plena en la Comunidad Autónoma Vasca; es decir, para que no le discutan a uno su derecho a vivir en el País Vasco y a ejercer en él su profesión o dedicarse al dolce far niente. Uno (y es mi caso) puede ser sobradamente trilingüe sin que ello suponga un reconocimiento de tales derechos. Mi lengua materna y paterna es el español hablado en Bilbao, pero aprendí el eusquera siendo muy joven, por mi cuenta y sin que mi aprendizaje le costara un duro al erario público. Lo hablo razonablemente bien e incluso he llegado a escribir algún libro en vascuence, lo que no me exime de la imputación de antivasco por parte de los nacionalistas en general y de enemigo del eusquera, por parte de los «normalizadores», en particular. Un ejemplo reciente de esto último es El libro negro del euskera, centón de supuestos ataques contra la lengua vasca que acaba de publicar el franciscano Joan Mari Torrealdai, presidente del Consejo de Administración de Egunkari, diario que se publica íntegramente en eusquera gracias a la generosísima subvención que le asigna el Gobierno de que forma parte la susodicha Garmendia. Prescindo, de momento, de las ocho páginas de sandeces que el autor de la recopilación incluye como prólogo. Cuando me toca el turno de aparecer como responsable de alguna bellaquería preferida contra la lengua sagrada de la tribu abertzale, se citan mis siguientes líneas: «Jamás tuve por cierto aquello del Espíritu, del Genio de los pueblos. Si escribo en español, no es por Volksgeist alguno que, en el albor de España, fluyera entre las barbas del Cid Campeador. Detesto sobre todo a la canalla rancia que hace, de esta cuestión, cuestión de patriotismo...». Y aquí termina el párrafo. Contra lo que podría parecer, no está extraído de ninguna entrevista ni artículo. Se trata de seis versos, insidiosamente prosificados por Torrealdai, de un poema perteneciente a mi libro Arte de marear (Hiperión, 1988), en el que trataba de explicar a una querida amiga -la escritora Fany Rubio- mis razones para usar del español como lengua literaria. No hay en dicho poema la menor mención al eusquera, pero en esta política de la mala fe auspiciada por la consejería de la sociolingüista Garmendia todo vale. El libro del franciscano, por supuesto, se ha editado con la subvención de su departamento, toda vez que contribuye a la estrategia «normalizadora», creando el fantasma de una persecución secular del eusquera que debe ser resarcida por la vía de la discriminación positiva. No conviene engañarse al respecto: los papeles están ya repartidos, y a algunos se nos ha adjudicado el de perseguidores, por el solo hecho de escribir poesía en la lengua de nuestros padres. Lo del ciudadano trilingüe es una broma.

La verdad del asunto no está en los solos musicales que practica, los días laborables, la portavoz Garmendia, sino en las homilías dominicales de Arzalluz. Véase, por ejemplo, la coz que me dedica éste (Deia, 24 de mayo) a propósito de mi entrevista al historiador irlandés Conor Cruise O’Brien, defensor del no al tratado de Stormont, publicada por EL PAÍS el 20 de mayo: «Quédese, pues, Juaristi con sus bucles y sus foros. Dedíquese, con Mayor Oreja, a 'meter en la cárcel a los terroristas', pero a los de 'ambas comunidades', es decir, también a los del GAL. Si tan agobiado está en 'la isla', como O’Brien, no se quejará Juaristi de que, como a su modelo irlandés, le falten fuera de la isla apoyos de premios, de páginas, de casas editoriales y de pluses económicos bajo el generoso manto de PRISA, en ese Madrid tan acogedor y tan aplaudidor del vasco domesticado, y en el que un ministro de Interior desciende a entregar premios de Literatura». No acierto a adivinar a qué se refiere el jefe del partido de Garmendia, pero sospecho que ni Cruise O’Brien ni yo le caemos bien.

Creo, no obstante, que resultaría útil y ameno, en el sentido horaciano, publicar alguna vez la relación de premios de Literatura que ha concedido y entregado, en sucesivos descensos, la consejera de Cultura y sociolingüista estrasburguesa del PNV, doña María del Carmen Garmendia. Alguna vez lo haré (y no es una amenaza). Jon Juaristi es escritor.

Índice

Hasta agotar existencias, este libro se regala a socios y simpatizantes de AGLI.

La amenaza separatista
Platón, Miguel. Temas de hoy. Madrid. 1994

La dictadura silenciosa.
Jiménez Losantos, Federico. Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 1993.

La España alternativa.
Tamames, Ramón. Espasa Calpe. Madrid. 1993  

La Igualdad de las Lenguas
Juan Carlos Moreno recuerda que no hay idiomas inferiores y da algunas recetas para su coexistencia pacífica.  
ENSAYO.
LA DIGNIDAD E IGUALDAD DE LAS LENGUAS, CRÍTICA DE LA DISCRIMINACIÓN LINGÜÍSTICA  
JUAN CARLOS MORENO CABRERA  
ALIANZA. MADRID, 2000. 316 PAGINAS. 2.500 PESETAS

JOSÉ Antonio MILLÁN El País (Babelia) 26 Agosto 2000

He aquí un libro necesario. La lengua es hoy día el nudo donde confluyen toda una serie de intereses y pasiones. Es un arma arrojadiza y a la vez el terreno donde se dirimen disputas que no tienen que ver con ella. Ello se agrava por el misterioso estatuto contradictorio que presenta la lengua: ¿un objeto de análisis científico? Por supuesto: véanse la lingüística y los lingüistas. Al tiempo, ¿algo natural, evidente y que ‘está ahí”’? Claro que si: ¿no la usamos todos, desde los niños, hasta los incultos? Y, sin embargo, ¿se trata de algo sencillo? Una simple ojeada a los tres tomos de la Gramática de Bosquel/Demonte nos recuerda que no; pensemos también las dificultades para adquirir cualquier idioma extranjero. ¿Es propiedad de alguien? No, la lengua está hecha “entre todos”, como recordaba el poeta Salinas; y, sin embargo, los gobiernos legislan sobre ella...

Este magnífico libro de Juan Carlos Moreno Cabrera se propone presentar los errores que la gente tiene sobre el lenguaje humano; no sólo las personas comunes, sino también los especialistas: “Muchos de esos juicios de valor que creemos exclusivos de la gente no entendida están representados de forma a veces más sutil en algunas de las aportaciones de los estudiosos del lenguaje... Esos juicios de valor disfrazados de análisis neutrales y objetivos son infinitamente más peligrosos que los juicios ingenuos y simples de los no especialistas”. ¿Cuáles son esos juicios de valor? Que hay lenguas primitivas y otras avanzadas, que unas lenguas son más aptas que otras para la cultura...  

Para desmenuzar el entramado conceptual que rodea a muchas de estas afirmaciones, Juan Carlos Moreno Cabrera se ve obligado a comenzar por el concepto de especie humana, para pasar a la riqueza e irregularidad de las lenguas, el concepto de dialecto, el papel de la literatura y de la lengua escrita, y la cuestión de las lenguas en peligro. Un jugoso apéndice se dedica a desmontar Cien mitos, prejuicios y tópicos sobre las lenguas, recogiendo en una útil forma resumida temas que habían tenido antes un desarrollo más extenso. Entre ellos encontraremos mitos políticos: “A una lengua le corresponde siempre una nación, y viceversa”, falsas cuestiones de purismo: “Las palabras que no están en el diccionario son incorrectas o no existen”, y prejuicios sobre lenguas en contacto: ‘Cuando alguien nos habla en su lengua nativa aun conociendo la nuestra. está cometiendo una descortesía”.

¿Cuál es el nudo de la exposición de Cabrera? Que toda lengua merece respeto, como creación valiosa de su comunidad; que cada lengua está perfectamente adaptada para las necesidades de sus hablantes (y que, por tanto, no las hay mejores y peores, no hay lenguas de cultura y otras sin cultura), y que los hablantes de una lengua, incluso minoritaria, tienen derecho a seguirla usando, si ése es su deseo. Es especialmente oportuno recordar eso, porque se presenta de vez en cuando (y recientemente lo ha hecho Juan Ramón Lodares, en El paraíso políglota), una visión estrechamente utilitarista del tema de las lenguas en contacto, según la cual lo mejor que podrían hacer los hablantes de las lenguas minoritarias es abandonarlas. El corolario, naturalmente, sería que los hispanohablantes nos arrojáramos, entonces, en brazos del inglés. Por fortuna, como recuerda Cabrera, los argumentos cuantitativos no tienen un especial valor frente a los derechos de los hablantes.

Es necesario un debate sobre las lenguas en la España de hoy, tanto más necesario cuanto que el cruce de aspectos políticos y lingüísticos es especialmente complejo, y especialistas en uno y otro campo hacen afirmaciones más teñidas de ideología que de realidad. Libros como éste —claros, precisos, documentados— pueden contribuir a aclarar las cosas. Uno de los Mitos sobre las lenguas que recopila Cabrera es: “El lingüista y el filólogo, por el solo hecho de serlo, están libres de prejuicios lingüísticos. Es cierto: no están libres de prejuicios, ni aunque digan que lo están.

LA IZQUIERDA Y LA NACIÓN.  UNA TRAICIÓN POLITICAMENTE CORRECTA
CÉSAR ALONSO DE LOS Ríos, 
PLANETA. BARCELONA, 1999
210 PAGINAS. 2.500 PESETAS
 

Un Discurso Doble sobre la Nación
César Alonso de los Ríos culpa a la izquierda del auge nacionalista en Cataluña y el País Vasco.
JAVIER PRADERA El País (Babelia) 11 Diciembre 1999

Resulta casi obligado compartir el rechazo de César Alonso de los Ríos hacia las concepciones esencialistas de la nación como “un ser colectivo frente a los individuos y sus derechos”; también es fácil darle la razón cuando denuncia las huellas de esas letales abstracciones en el nacionalismo vasco y las variantes más románticas del nacionalismo catalán. Pero los demonios de la polémica empujan en ocasiones los razonamientos de La izquierda y la nación a las hipérboles retóricas y las inferencias galopantes propias de la peor literatura regeneracionista. Aunque la inmersión obligatoria en catalán pueda ser pedagógicamente criticable, calificarla de “genocidio cultural” es una exageración energuménica. Tampoco resulta congruente que Felipe González sea severamente condenado por sus acuerdos de gobernabilidad con Pujol en 1993, mientras Aznar quede exonerado por un pacto simétrico en 1996.

Obligado por el pie forzado de su subtitulo (Una traición políticamente correcta), el libro carga las tintas sobre las responsabilidades socialistas y comunistas en la sobre legitimación de los nacionalismos y de las reivindicaciones regionales durante el tardo franquismo y el arranque de la transición. A su juicio, la consecuencia de esa actitud entreguista es que “la idea de una España laica, progresista y democrática fue derrotada dos veces: la primera en la guerra civil, la segunda en la paz y a manos de la propia izquierda”. Esa izquierda traidora “llegó a ser más eficaz contra la idea de España que contra Franco”, colaboró “en el ocultamiento de las tradiciones progresistas españolas” y no dudó “en tomar al pie de la letra las leyendas negras”. Las sarcásticas alusiones a los intelectuales orgánicos de la izquierda como los grandes culpables de esa puñalada por la espalda parecen movidas por el arrepentimiento paulino o agustiniano del antiguo miembro de una secta de nefandos pecadores. Encarcelado durante el franquismo por su militancia en el FLP, César Alonso de los Ríos se afilió posteriormente al PCE y al PSOE, trabajó de asesor y speech writer para el ministro Solana y fue editor de la Expo de Sevilla; su historial como periodista también está vinculado a la izquierda como redactor-jefe de Triunfo, director de La Calle y director adjunto de El Sol bajo patrocinio guerrista.

Las virulentas criticas de César Alonso de los Ríos a las irracionales pasiones nacionalistas catalanas y vascas no le liberan, por lo demás, de parecidas emociones nacionalistas españolas. Bien está – escribe - desde un punto de vista doctrinal y académico que la izquierda recupere “la tradición ilustrada y laica de la nación de los ciudadanos, de los derechos de las personas frente a las concepciones románticas de la tierra y de la sangre”. Ahora bien, seria un monumental error convertir a la nación - a España - en “una pura e irreprochable abstracción limpia de toda connotación sentimental”: “Para ganar la batalla a las concepciones nacionalistas [vascas y catalanas] hay que contar con los mismos componentes terrenales e históricos que alimentan aquéllas”, aunque - la aclaración era previsible - poniéndolas esta vez al servicio de todas las personas.

En suma, la nación entendida democráticamente “es el resultado moral del patrimonio cultural, los mitos, las costumbres, las derrotas colectivas, la historia de sufrimientos”. La izquierda ha sido injusta con Menéndez y Pelayo, ese “maravilloso integrista” que escribió la Historia de los heterodoxos españoles un libro “ejemplarmente maquiavélico” - sólo para rescatar del olvido la tradición española satanizada por la Iglesia. Y si el descubrimiento de América fue “la hazaña quizá más importante de la historia de la humanidad”, la guerra civil española debe ser interpretada como “una confrontación entre dos nacionalismos”. Entristecido por la frivolidad de la gauche divine catalana reunida en la casa cántabra del conde de Sert para homenajear a Pasqual Maragall, César Alonso de los Ríos contempla desde la ladera el caserío de Comillas (“recogido entre las colinas, como un cestillo, un belén iluminado”), rememora la figura del emigrante Antonio López (enriquecido en la Cuba de la esclavitud) y percibe cómo “el aliento de la nación ascendía hasta ese jardín”. Así suele suceder en las situaciones difíciles: “Aquellas naciones como la española basada en siglos aparecen en momentos críticos cuando es necesario”.  

César Alonso de los Ríos muestra los fallos de la izquierda al identificarse con los nacionalismos
"La idea de nación ha tenido una imagen muy mala porque parecía que era el concepto que defendían las clases reaccionarias"
Madrid Efe La Estrella 27 Diciembre 1999

Periodista y escritor, Cesar Alonso de los Ríos acaba de publicar el libro "La Izquierda y la Nación. Una traición políticamente correcta" (Planeta), en el que analiza el proceso que llevó a los partidos de izquierda a abandonar la idea de solidaridad nacional e  identificarse con un nacionalismo étnico excluyente.

"La idea de nación ha tenido una imagen muy mala porque parecía que era el concepto que defendían las clases reaccionarias, pero yo reivindico la tradición democrática que viene de la Revolución Francesa, la que han tenido los progresistas españoles a lo largo del siglo XIX y ha sido defendida por los socialistas hasta el franquismo", explicó Alonso de los Ríos.

En este contexto, recordó que ya Unamuno a principios de siglo decía a los lideres sindicales que eso del internacionalismo estaba muy bien y era muy utópico, pero que si olvidaban la idea cohesiva de la nación, la solidaridad era imposible.

"Es el mismo concepto que ahora reivindica Robert Reich, ministro de Trabajo de Clinton, frente al proceso de internacionalización del dinero que puede dar al traste con los más débiles", recordó el escritor, quien precisó que la diferencia con el nacionalismo es que éste preconiza algo no democrático que está por encima de los individuos.

Según Alonso de los Ríos,"son dos ideas de nación opuestas y yo digo que la izquierda tiene que estar con la idea democrática, con la idea de solidaridad, que ha traicionado para seguir las tesis de Stalin de que había que destruir al Estado como algo reaccionario y aliarse con los nacionalismos".

Y eso a pesar de que los nacionalismos étnicos y burgueses tenían un fuerte componente religioso, especialmente en el País Vasco, donde derivaban directamente del carlismo, aunque también era confesional en Cataluña el pensamiento de Torras i Bages y de Prat de la Riba.

Lo federal y lo confederal
"Frente a lo que cree la gente, el pensamiento burgués catalán es muy atrasado y tradicional. No olvidemos que el gran intelectual catalán del siglo XIX ha sido Balmes", recordó el periodista.

Otro aspecto destacado por Alonso de los Ríos es la frustración que vivió la izquierda española durante la transición, cuando tuvo que olvidarse de sus ideales republicanos y aceptar el proceso iniciado por los propios franquistas.

"Al comenzar la transición política ya esta hecha la transición económica y de las costumbres. Estábamos en otro país mucho más moderno, con mentalidades distintas, la gente había venido de la emigración y se había producido un desarrollo industrial grande. La transición política llegó como una fruta madura", puntualizó el autor de otro libro que no dejó de causar polémica: "Si España cae. El asalto nacionalista al Estado". Allí adelantaba algo que ha ocurrido después: que el nacionalismo periférico llevaba en si el germen del independentismo y que, llegado el caso, los nacionalistas abandonarían a Felipe González.

Algo que está claro en la defensa que Pascual Maragall hace de su federalismo asimétrico, "una barbaridad -a juicio de Alonso de los Rios- porque el federalismo, por definición, implica un Estado entre iguales".

El autor habla de dos casos sintomáticos:
el de José Bergamín y el de Fernando Arrabal

Del mismo modo, rechaza la idea de una posible confederación porque "ésta se hace a partir de varias regiones o estados autónomos y nosotros tenemos quinientos años de Estado. Para hacer una confederación, España tendría que disolverse y luego volverse a unir".

En su libro, Cesar Alonso de los Ríos habla de dos casos sintomáticos: el de José Bergamín, que presenta como la metáfora de una izquierda que de defender la idea nacional asume el nacionalismo abertzale, y el de Fernando Arrabal, que identificó la libertad con el padre republicano perdido y la represión de la dictadura con su madre.

"Y esto que en Arrabal tiene una explicación en el momento en que escribe su Carta al General Franco, fue asumido por los progresistas tan tranquilamente", dijo el escritor, ferviente partidario de "revisar los prejuicios".

Asociación Cultural Miguel de Cervantes
Presentación del libro y firma de ejemplares, 19 Febrero 2000

Un libro imprescindible: Transmite el dramatismo de la cuestión nacional tal y como se planteo hoy.

Para el autor estamos en lo que podríamos llamar el fin de la "aventura" que comenzó con la política de la "liberación de los pueblos hispánicos" y que hoy parece abocado a la independencia de algunos.

Los nacionalistas dan por supuesto el modelo autonómico y defienden el salto a una Confederación de Estados. Los partidos estatales, ¿ pueden aceptar este nuevo y definitivo desafío ?. El autor explica el proceso por el que fue expulsada del imaginario colectivo de la izquierda  la idea de nación en el Estado más antiguo de Europa.

La lengua española hoy
Fundación Juan March, Madrid. 1995

La rebelión de las masas
Ortega y Gasset

Actualidad permanente de un libro de Ortega
JOSÉ LASAGA, El País, 26 Agosto 1998
Expresiones como "sociedad de masas", "medios de comunicación de masas" o "deporte de masas" han hecho fortuna. A nadie extrañan ya ni resuenan en los oídos como términos descalificadores porque se ha terminado imponiendo su aspecto descriptivo sobre el valorativo. Cuando con el siglo que ahora termina las masas emergieron a la superficie y con su mera presencia se convirtieron en el personaje central del acontecer histórico, los filósofos y los políticos, los científicos sociales y los poetas se interrogaron acerca de su forma de ser, de sus pretensiones, de su destino. Probablemente no sólo eran una fuerza -cosa que captaron inmediatamente algunos líderes-, sino una nueva forma de humanidad.

Uno de los primeros en reflexionar sobre estas cuestiones fue Ortega y Gasset con un libro que alcanzó muy pronto un notable éxito. Ahora aparece otra edición de La rebelión de las masas, en castellano y con la novedad de contener un importante aparato crítico, al cuidado de Thomas Mermall (Castalia, Madrid, 1998). Es una buena ocasión para volver a fatigar las sendas intelectuales que propone este libro, tan traducido, tan leído, tan acertado y tan mal interpretado en ocasiones.

Pesan sobre estas páginas un buen número de equívocos. Pienso en la insistente lectura política que se ha venido haciendo a pesar de que su autor advierte ya en el primer capítulo, y en el "prólogo para franceses" que luego añadirá, que no es de eso de lo que se trata primordialmente, aunque sea un tema secundario insoslayable, dadas las consecuencias que habría de tener para Europa la intervención del "hombre-masa" en política, profetizadas ya aquí. Y es que, a diferencia de otros diagnósticos más ingenuos, Ortega no creyó que las masas desearan establecer sistemas políticos democráticos, sino que intentaron destruirlos. En cualquier caso, la lectura de este libro tan controvertido resultará inútil o contraproducente si no se tiene a la vista que una cosa son las masas reales, las comunidades de personas que habitan las naciones, y otra el tipo de hombre medio, que predomine en ellas y que, en ocasiones, es o puede llegar a ser un "hombre-masa".

Otra confusión que pesa sobre el pasado de este libro es el de situarlo en la tradición de la crítica cultural de la sociedad democrática de masas, que tiene sus precedentes en algunas páginas de Nietzsche, Burckhardt, Spengler. Lo común a este punto de vista es considerar que la sociedad de masas destruye los valores de la "buena" cultura frente a otros valores civilizatorios, democratismo, utilitarismo, etcétera. Sin embargo, para Ortega, la aparición de las masas es síntoma de una "magnífica ascensión de nivel vital", el instante no es de decadencia, sino de plenitud; aunque matiza: "... vivimos en un tiempo que se siente fabulosamente capaz para realizar, pero no sabe qué realizar". Estamos ante una situación histórica nueva, que se configura sobre fenómenos y acontecimientos sociales, políticos y culturales nuevos. Ahora, repite Ortega en varias ocasiones, "todo es posible", lo mejor y lo peor. Quizá convenga recordar, aunque sea de pasada, que Hannah Arendt observa en algún lugar de su decisivo tratado Los orígenes del totalitarismo, tan cercano a La rebelión... en muchos aspectos, que el experimento totalitario consistió en demostrar justamente que "todo era posible".

El acontecimiento de "la rebelión de las masas" es el fruto de la maduración y éxito de las creaciones que caracterizan a la modernidad europea, a saber, la ciencia experimental y la organización política del Estado liberal-parlamentario. Masas, dice Ortega, ha habido siempre. El problema es su indocilidad frente a las minorías. ¿Qué significa esto? Que Europa -su compleja civilización basada en la ciencia físico-matemática y en la política liberal- ha sido edificada por las minorías, es decir, por un "tipo" de hombre que se disciplina a sí mismo, vive esforzadamente y asume libremente "dificultades y deberes". Ortega predice la sustitución de este estilo vital por otro, el del hombre-masa. Lejos de contener este diagnóstico un ataque a la sociedad democrática, como algunos han querido interpretar, proyecta una enérgica defensa de los principios constitutivos de la tradición liberal y democrática: "La democracia liberal fundada en la creación técnica es el tipo superior de vida pública hasta ahora conocido". Y también: "Es suicida todo retorno a formas de vida inferiores a las del siglo XIX". Esta defensa de las formas políticas alumbrada por la convergencia entre el principio liberal y el democrático constituye el suelo teórico desde donde se interpreta que los movimientos fascista y bolchevique son manifestaciones patentes del carácter "hombre-masa" y se predice su fracaso histórico, precisamente, por ser antiliberales.

No se trata sólo de crisis de valores o de instituciones, sino de crisis de hombres, del éthos o carácter moral que va a influir sobre el destino europeo, de las primicias que ese "temple caprichoso" va a derramar sobre la vida civil, pero también sobre el arte, las diversiones, el trabajo o los placeres. Ortega describe una configuración (gestalt) única, por medio de "personajes", cuya integración en un sujeto daría como resultado el boceto ideal del hombre-masa. Son, por tanto, aspectos de éste, el niño mimado, el joven que sólo tiene derechos, el señorito satisfecho, el especialista científico, el "primitivo" moderno y, finalmente, el fascista y el bolchevique. Comparten todos ellos la impresión de que la vida es fácil -todo puede conseguirse, pues la realidad no ofrece resistencia-; ser herméticos a las opiniones ajenas y confiar ciegamente en la acción directa. Bastaría con prolongar el análisis de uno cualquiera de estos rasgos para hallar, sin demasiada dificultad, las condiciones psicológicas que van a hacer posible los totalitarismos nazi y comunista.

Según Mermall, las hipótesis de La rebelión... siguen siendo debatidas en Estados Unidos. Saul Bellow prologó una nueva edición en 1985 y los puntos de vista de Ortega están presentes en libros de notable repercusión como The Spoiled Child of the Western World, de Henry Fairlie, que contiene "una extensa crítica de la cultura de su país", o en el más reciente de Christopher Lasch, The Revolt of the Elites and the Betrayal of Democracy, que, como indica el título, polemiza respecto de si la responsabilidad reside más bien en la defección de las minorías que en la "rebelión" de las masas.

Esta recuperada actualidad -no exclusiva de EE UU- invita a pensar si no será el hombre-masa una posibilidad permanente de la civilización occidental. Los fenómenos descritos en La rebelión... no habrían desaparecido del horizonte histórico, sino desplazado su ámbito. Quizá haya ahora más docilidad en la esfera de la política, pero aumenta la indocilidad en la vida social. Reparemos en la crisis que atraviesan las instituciones educativas en el mundo occidental. Independientemente de las circunstancias coyunturales que contribuyan a ahondarla, tiene el inquietante formato de una "rebelión" del alumno-masa (su derecho a ser "motivado", a elegir, en fin, a ser aprobado) y la conjugada deserción de la minoría educadora (deserción en la que colaboran eficazmente el experto pedagogo y el político que reforma). Incomunicación -es decir, hermetismo, el componente constitutivo del alma del sujeto-masa- entre padres e hijos, entre profesores y alumnos: programación televisiva de una ínfima calidad -derecho a la vulgaridad- o una vida cultural y universitaria vaciada de jerarquía intelectual.

Ninguna de estas observaciones aspiran a la categoría de diagnóstico, pero es posible que, ante manifestaciones tan inquietantes de nuestra modernidad tardía, el marco conceptual que propone La rebelión de las masas, un manojo de distinciones (por ejemplo, entre "democracia" e "hiperdemocracia") y algunas inquietantes preguntas -"¿qué insuficiencias radicales padece la cultura europea moderna?"- justifiquen sobradamente que nuevas generaciones de lectores concedan atención y un poco de esfuerzo a este viejo, nuevo libro.
José Lasaga es doctor en Filosofía.

La selva del lenguaje
José Antonio Marina, (Anagrama)
Lengua y nacionalismo
FRANCISCO UMBRAL El Mundo 10 Diciembre 1998

«Así sucede con el uso nacionalista del lenguaje. El idioma deja de ser medio de comunicación y se convierte en símbolo de identidad nacional, de afirmación cultural, de integración hacia dentro y segregación hacia fuera. Adquiere una comunicabilidad empequeñecida y cautelosa. Se convierte en lenguaje críptico, restringido, reservado para los cofrades. La utilización nacionalista de la lengua no es un problema lingüístico sino pragmático».

El pensador y ensayista José Antonio Marina, en su último libro, tan plural y sugestivo, La selva del lenguaje (Anagrama), escribe el párrafo anterior. Ha acertado muy sencillamente, o sea muy lúcidamente, con uno de los más fuertes problemas actuales de España. Efectivamente, el catalán oficial es ya menos un medio de comunicación que un símbolo de identidad nacional (yo diría un símbolo de la identidad personal de los que mandan). El lenguaje así utilizado quiere integrar hacia dentro a los catalanes, para hacer populoso un poder, y segregar hacia fuera a los no catalanes, por fomentar el odio al «extranjero». El resultado negativo de estas gestiones es que el catalán no se engrandece, sino que se empequeñece, como dice Marina, y se llena de cautelas, lo que es decir tanto como puentes cortados. «Lenguaje críptico», voluntad de aislamiento cultural, consunción, restricción, reserva para los «cofrades». He ahí la palabra: cofradía. La catalanidad como cofradía. Qué pena.

Al señor Pujol, así, no le interesa tanto el problema lingüístico como la estrategia pragmática de una lengua convertida en gheto como secuestro cultural de un pueblo y como corporalización constante de la diferencia.

Del euskera no podemos decir lo mismo, ya que este idioma no necesita revestirse de hostilidad, sino que presenta una primera hostilidad semántica, por su peculiaridad profunda. Si a esta involuntaria hostilidad primera se sobrepone hoy la hostilidad del lenguaje (en el ámbito de la violencia), el caso vasco se complica más. El señor Arzalluz no tiene que hacer las finas maniobras filológicas de Pujol para hostilizar su lengua, sino sólo poner en pie, cada vez que habla euskera, esa hostilidad latente de lo ignoto. Aunque no sea cierto (virgilianismo de la Vasconia profunda), el euskera de las pintadas parece o es ya en sí mismo un lenguaje de guerra. Y la implícita beligerancia del euskera ayuda mucho, previamente, a la autoconvicción de los jóvenes en cuanto la causa a seguir en aquel país.

La lengua galaica, mucho más afín al latín y al castellano, no es hoy -todavía- una lengua beligerante, aunque se haya tenido la ocurrencia de representar el teatro de Valle-Inclán en gallego, ignorando que el perfume galaico va implícito en el castellano tan musical de Valle, que lo quiso así y jugó su juego con ambas lenguas. Traducirle al gallego en crudo no es un acto de fidelidad, sino una prevaricación que nace más de la ignorancia que de la intención. Con este paisaje de hablas peninsulares, sólo el contraste europeo dejará a salvo el castellano.

El párrafo con que arranca esta columna no es de un político, de un españista ni de un académico. Es de uno de los más jóvenes e innovadores filósofos de hoy, Marina, que escribe desde una amplitud universal y una cosmovisión humanizada, como Noam Chomsky, por ejemplo. ¿Será Chomsky, asimismo, un imperialista, un heraldo negro de las grandes lenguas?

"La Sociedad Navarra: Entre la escisión y la esperanza"
de AMANDO DE MIGUEL e IÑAKI DE MIGUEL
Año edición: 2002 / ISBN: 84-95643-07-3

Amando de Miguel es catedrático de Sociología de la Universidad Complutense. Realizó estudios de postgrado en la Universidad de Columbia y ha sido profesor visitante de las de Yale y Florida. Ha publicado más de 90 libros y miles de artículos. Los títulos de los últimos libros son: "Retrato de Aznar con paisaje al fondo", "Historias de amor (Las novelas sentimentales del primer tercio del siglo XX)" y "Cuando éramos niños". Ha sido galardonado con los premios Espasa, Jovellanos y Consejo Social de la Universidad Complutense y los de periodismo Continente y Fundación Independiente. Es colaborador habitual de la emisora Cadena COPE, de la revista Época, del rotativo La Razón y de Libertad Digital.

Iñaki de Miguel es licenciado en Ciencias Físicas y profesor de Informática, Electrónica e Inteligencia Artificial en la Universidad Nebrissensis. Desde 1992 hasta 1997 coordinó la serie Informes Sociológicos "La Sociedad Española", patrocinados por la Universidad Complutense de Madrid. Ha dirigido y coordinado los equipos de investigación de Tábula-V en la realización de más de 50 investigaciones sociológicas. Es coautor con Amando de Miguel del libro "Los españoles y los impuestos".

"Fue un acierto que una de las primeras actuaciones de la naciente Sociedad de Estudios Navarros, consistiera en encomendar al sociólogo Amando de Miguel , de la rara especie de los sabios, y a su equipo un estudio sobre la sociedad navarra de nuestros días. Su publicación, sin lugar a dudas, será piedra de toque para cuantos desde una u otra perspectiva se interesan por los problemas de una Comunidad fascinante por muchos conceptos, incluido el riesgo de escisión política de sus gentes.
¿Cómo es posible que una Comunidad como la navarra, con tan admirable régimen institucional y envidiable grado de desarrollo económico y social, pueda ser calificada por Amando de Miguel como una "sociedad escindida"? El balance optimista queda oscurecido ante la constatación de una realidad política generadora de incertidumbre. Porque esta comunidad histórica, de tan vigorosa personalidad, tiene en su seno una discusión existencial. Desde hace varias décadas, los navarros damos vueltas y más vueltas al problema del ser. Qué somos, de dónde venimos, adónde vamos. Y esto no pasa, al menos eso es lo que dice Amando de Miguel, en ningún otro lugar de España".

Jaime Ignacio del Burgo, presidente de la Sociedad de Estudios Navarros.

PROEMIO
Entre la escisión y la esperanza

Fue un acierto que una de las primeras actuaciones de la naciente Sociedad de Estudios Navarros consistiera en encomendar al sociólogo Amando de Miguel, de la rara especie de los sabios, y a su equipo un estudio sobre la sociedad navarra de nuestros días. Su publicación, sin lugar a dudas, será piedra de toque para cuantos desde una u otra perspectiva se interesan por los problemas de una Comunidad fascinante por muchos conceptos, incluido el riesgo de escisión política de sus gentes.

Al tiempo de remitirme la tercera y última entrega del trabajo me dijo: "Deberías hacer tú el proemio del libro". Esa mención al proemio me retrotrajo a los tiempos ya lejanos, en plena década de los sesenta, de elaboración de mi tesis doctoral sobre el origen y fundamento del régimen foral. Al estudiar, no sin cierta tristeza, la transformación en provincia de nuestro antiguo Reino, cayó en mis manos el "proemio" de la Constitución de Cádiz, obra del "divino" -así le llamaban aunque fuera liberal- Agustín Argüelles, uno de los principales artífices de nuestro primer texto constitucional. Dicen las crónicas que Argüelles "entusiasmó a cuantos le escucharon", en el curso de la sesión de las Cortes celebrada el 18 de agosto de 1811. Mi sorpresa fue que el proemio hacía expresa referencia a Navarra como paradigma de libertad en medio del absolutismo monárquico: "Mientras el resto de la nación no ofrecía más que un teatro uniforme en que se cumplía sin contradicción la voluntad del Gobierno, hallaba éste (en Navarra) antemural inexpugnable en que iban a estrellarse sus órdenes y providencias, siempre que eran contra la ley o procomunal del Reino". Lástima que estas palabras de quien se convertiría más tarde en tutor de la reina Isabel II no fueran seguidas de un mayor respeto a la permanencia de Navarra como "reino de por sí", condición en la que permanecía desde 1515. Lo cierto es que en nombre de la libertad y de la igualdad políticas recién alcanzadas, la Constitución de 1812 y su hijuela de 1837 harían tabla rasa de nuestra constitución histórica. De forma que aquel "antemural inexpugnable" que era la Navarra del Antiguo Régimen, capaz de resistir al rey absoluto, no pudo soportar el soplo liberal.

Reconozco que el "proemio" de Argüelles me hizo mella, pues no entendía bien el por qué de la vinculación de la causa de la libertad a un modelo de Estado centralizado y uniformista, que a los liberales de la época les parecía indisoluble. Algunos años después tendría la inmensa fortuna de contribuir desde mi escaño en el Senado a la elaboración de la Constitución de 1978. En ella no sólo se extendió la partida de defunción del centralismo. Se llegó más lejos, pues se declaró la plena compatibilidad del nuevo régimen constitucional democrático con la autonomía política ínsita en los Fueros o derechos históricos de los territorios forales, entre ellos Navarra.

Con este antecedente en mi memoria pensé que tal vez fuera una excesiva pretensión por mi parte convertir la simple presentación de un libro, en mi condición de presidente de la Sociedad de Estudios Navarros, en algo a mi entender dotado de mayor profundidad como entendía era un "proemio". Decidí no obstante consultar al diccionario y me encontré con que proemio (que etimológicamente, según creo, viene a ser algo así como lo que prepara el camino) no es otra cosa que el prólogo o discurso antepuesto al cuerpo de un libro. Me tranquilizó pensar que Amando no quería de mí otra cosa que el prólogo, aunque al utilizar la antigua palabreja tal vez quería algo más que una mera presentación; insinuaba una declaración doctrinal. Y como mis contemporáneos no me consideran "divino" como a Argüelles presiento que tampoco conseguiré entusiasmar a cuantos lean estas páginas.

Entremos pues en harina. El mismo día en que, tras recibir el texto definitivo de Amando de Miguel, daba comienzo a mi tarea, en Bruselas se conocía la grata noticia, al menos para los navarros, de que Navarra superaba la renta media europea (105%). Informé al autor y todavía hubo tiempo de hacer mención de ella en el capítulo relativo a la situación económica de nuestra Comunidad. Esta noticia se suma a otras muy positivas sobre el nivel de progreso y bienestar alcanzado por Navarra. Estamos, pues, a la cabeza de España en casi todo.

En cuanto al autogobierno es difícil encontrar una región europea con mayor potencial autonómico que Navarra y, mucho menos, con un "status" constitucional enraizado en derechos históricos siempre vivos y en ejercicio, fundamentado en pactos de integración en el Estado español. El Fuero navarro es un régimen de autogobierno y en ello se asemeja, salvo algunas singularidades competenciales, a otros regímenes políticamente descentralizados. Pero, además, el Fuero garantiza a Navarra un ámbito de poder propio, imposible de modificar sin su consentimiento, cuyo único límite está en la unidad constitucional. Es Fuero, y en consecuencia corresponde a Navarra, cuanto no sea inherente a ese concepto ciertamente indeterminado que acuñaron los liberales progresistas de 1839. Y en virtud de esta singularidad, derivada -insisto- de los pactos de integración primero en la Corona española (1515) y después en el Estado español (Ley paccionada de 1841), Navarra tiene atribuciones también singulares y excepcionales, como son, por ejemplo, las facultades tributarias. El Estado no puede extender a Navarra su propio sistema fiscal. El Convenio Económico -a diferencia del Concierto vasco, que comenzó siendo un régimen de descentralización de la recaudación tributaria otorgado por el Estado y para la aplicación de su propio sistema tributario- es la consecuencia del pacto entre dos potestades originarias que conviven en el mismo territorio (antes el mercado común español, ahora la Unión Europea) y que necesariamente han de armonizar sus normas. Además, y puesto que Navarra nunca pretendió ser "provincia exenta" (otra notable diferencia con las Vascongadas), el Convenio es el instrumento para concordar la cuantía de la aportación de la Comunidad Foral a las cargas generales del Estado (instituciones comunes, defensa, servicio exterior, justicia, seguridad, infraestructuras -hidráulicas, ferroviarias, aéreas y portuarias-, fondos de solidaridad y poco más).

¿Cómo es posible, por tanto, que una Comunidad como la navarra, con tan admirable régimen institucional y envidiable grado de desarrollo económico y social, pueda ser calificada por Amando de Miguel, como una "sociedad escindida"? El balance optimista queda oscurecido ante la constatación de una realidad política generadora de incertidumbre. Porque esta comunidad histórica, de tan vigorosa personalidad, tiene en su seno una discusión existencial. Desde hace varias décadas, los navarros damos vueltas y más vueltas al problema del ser. Qué somos, de dónde venimos, adónde vamos. Y esto no pasa, al menos eso es lo que dice Amando de Miguel, en ningún otro lugar de España.

El riesgo de escisión viene provocado por la difusión de las ideas del nacionalismo vasco. Unas ideas que suponen una ruptura con el pensamiento de la inmensa mayoría de los navarros de ayer y de hoy.

El problema se llama Euskadi. Y desde que una expresión de naturaleza puramente cultural, que en castellano significa "tierra de habla vasca", se ha utilizado como sinónimo de Euskadi o País Vasco, el problema se llama Euskal Herria.

Para los nacionalistas vascos, es indiscutible que Navarra forma parte de Euskal Herria. Somos un "herrialde" o "territorio histórico" más. Para dorarnos la píldora dicen que somos la raíz o el tronco de Euskal Herria. Hay un pueblo vasco y de él formamos parte. Hay una etnia vasca y a ella pertenecemos los navarros. Hay una lengua nacional, el euskera, que deberíamos conocer todos los navarros, pues era nuestro idioma propio y su recesión es consecuencia del aplastamiento genocida sufrido a manos de los castellanos desde hace quinientos años. Es la vasca nuestra nacionalidad, por muy acusada que fuera nuestra personalidad foral. Debemos compartir el destino común de la nación vasca. Tarde o temprano, España, Francia, Europa, tendrán que reconocer que entre el Adour y el Ebro hay un pueblo que tiene derecho a la existencia como entidad política independiente. Y mientras eso no llegue, padeceremos el conflicto provocado por quienes luchan por nuestra liberación nacional. Los etarras no son terroristas, son la vanguardia del movimiento nacional vasco. Sólo la cerrazón del Estado provoca la continuidad del sufrimiento. La paz sólo llegará si se reconoce el derecho a la autodeterminación de todos los vascos. Mientras tanto, unos utilizan la legítima violencia frente a la tiranía de los Estados español y francés. Otros, los llamados nacionalistas "moderados" o "demócratas", hacen lo posible para extender la "conciencia nacional". Lo hacen utilizando los inmensos resortes -competencias y dinero- que el Estatuto proporciona al régimen nacionalista.

Al otro lado nos situamos los que opinamos -y una notable mayoría de los navarros piensa así- que Navarra constituye una comunidad distinta de los demás pueblos de España, incluidas las antiguas Provincias Vascongadas. Los que entendemos que entre Valcarlos y Cortes hay un pueblo, el navarro, dotado de personalidad propia y que tiene derecho al autogobierno, en virtud de sus derechos históricos. Los que afirmamos no estar aplastados ni por Francia ni por España. Los que entendemos que el Amejoramiento del Fuero, aunque pueda ser objeto de nuevos "amejoramientos", mientras aquí no se toque la estructura del Estado, es una estación término y no el camino hacia aventuras secesionistas. Los que pensamos que el vascuence es tan idioma propio como el español, al que nuestros antepasados dieron carácter de lengua oficial tiempo antes de que en Castilla sustituyeran el latín por el romance. Los que nos sentimos orgullosos de nuestra condición hispana porque al menos desde hace quinientos años compartimos el proyecto común de España. Los que trabajamos para fortalecer nuestras instituciones e impulsar nuestro autogobierno, clave de nuestro actual nivel de prosperidad. Los que queremos ser solidarios con el resto de los pueblos de España. Los que pretendemos ser ciudadanos de Europa con el respaldo de un gran país capaz de ser oído y respetado. En suma, los que no queremos formar parte de esa Euskal Herria, que se pretende construir de la nada a base de inventar mitos y derrotas de un pueblo que nunca existió o tratando de imponerla a sangre y fuego, con el tiro en la nuca.

Ocurre que esta forma de pensar difiere, sustancialmente, de la oferta política del nacionalismo vasco. Además tiene otra característica diferenciadora. Aquí no hay reciprocidad porque no hay nadie entre los "españolistas" o "navarristas" que trate de imponer sus ideas mediante la utilización de la violencia y el terror. Antes bien, los cargos públicos de los partidos que no asumen el ideario nacionalista se ven obligados a llevar escolta. La minoría nacionalista puede desarrollar libremente su acción política y ni siquiera quienes proporcionan apoyo político a los terroristas tienen ninguna traba para desarrollar sus actividades. Ninguno de sus cargos públicos llevan escolta, pues ni su vida ni sus bienes están amenazados. Como puede verse, es un peculiar "conflicto" solo por un lado.

¿Qué hacer ante esta situación? El problema está en que en este asunto no caben medias tintas. No se puede ser español y no serlo todo al mismo tiempo. No se puede ser ciudadano de Euskal Herria y no serlo todo al mismo tiempo. No se puede ser Euskadi y no serlo todo al mismo tiempo. La virtud no está en el punto medio porque en este caso no hay punto medio.

Los resultados electorales desde 1977 demuestran un ligero, aunque progresivo, declive del peso global del nacionalismo en Navarra. Es sorprendente que el acoso nacionalista haya producido tan escasos réditos a su causa. Pero si se formulara al electorado una pregunta simple -sí o no a Euskal Herria- de la encuesta de Amando de Miguel se desprende que un 22 por ciento de los navarros -superior a los votantes nacionalistas- podría votar a favor y un 78 por ciento en contra. Mayoría aplastante, ciertamente, a favor del no.

Estos previsibles resultados no invitan al desistimiento de ninguna de las partes. Más aún, hay que reconocer que los nacionalistas se muestran mucho más activos que los no nacionalistas, sobre todo los radicales que viven en un estado de "revolución permanente". Esto también rompe muchos esquemas, pues habíamos creido que una sociedad próspera no es terreno abonado para la utopía revolucionaria. La explicación quizás sea que en las sociedades opulentas proliferan grupos o sectas que viven extramuros del sistema o contra él. Y el nacionalismo radical funciona como una secta. El militante "abertzale", una vez captado, ha de vivir sólo por y para la causa. El llamado "entorno de ETA" constituye una especie de gueto, donde todo, incluso el ocio, está subordinado a la lucha revolucionaria.

El sistema educativo contribuye a la escisión política de la sociedad navarra. Es duro decirlo, pero es así. Una escisión amparada por los poderes públicos que dedican ingentes cantidades de dinero a la división de la sociedad en dos. No saquen todavía la conclusión de que aquí se manifiesta la veta "antivasca" que mis adversarios nacionalistas suelen atribuirme. Lo que digo no es que la escisión se produzca por el aprendizaje del vascuence. En absoluto. Lo que pasa es que el aprendizaje del vascuence se utiliza como pretexto para difundir la idea de Euskalherría. Cuando se anunció que desde el curso que viene los libros de texto en vascuence serían los homologados por el Gobierno de Navarra, de contenido similar a los que se utilizan en las líneas en español, desde el sector de las ikastolas se acusó a UPN de dirigismo cultural, de imponer la censura, de conculcar la libertad de cátedra. Pero si de lo que se trata es de promover el vascuence, ¿qué más da un libro que otro? Pues no da igual. Porque el vascuence -el euskera batua- está secuestrado por el nacionalismo vasco. No en vano se trata del idioma nacional. ¿De quién? De la futura Euskal Herria. Por eso, los niños de las ikastolas deberán tener bien claro que si estudian en vascuence es porque son ciudadanos de Euskal Herria, sojuzgada hoy por hoy por el Estado español y el Estado francés, fractura que en el caso de Hego Euskal Herria (Euskal Herria sur) se traduce en la existencia de dos comunidades, la Comunidad Autónoma Vasca y la Comunidad Foral de Navarra.

En el estudio de Amando de Miguel se detecta que entre los jóvenes hay más adhesiones a la idea euskalherríaca que la que se observa entre los talludos y mayores. Eso significa que las dos concepciones sobre la identidad de Navarra la mantendrán durante mucho tiempo como una sociedad políticamente escindida.

Se podrá decir que hay un conflicto en la sociedad navarra. Negarlo sería ocultar la realidad. Pero nuestro conflicto nada tiene que ver con el supuesto "conflicto" que, según la terminología nacionalista, enfrenta secularmente al pueblo vasco con el Estado español. Se trata de un conflicto que afecta única y exclusivamente a los navarros. Y a nadie más. Es una controversia entre navarros. Quede claro que nosotros no estamos en guerra con el Estado español ni nos sentimos aplastados por él. Tampoco reivindicamos de Francia el reintegro de la Baja Navarra, entre otras razones porque los navarros de ultrapuertos no sufren por no ser navarros de España. Vivimos en un sistema democrático. Todas las opciones políticas son legítimas, mientras se expresen con respeto y sin violencia.

Ahí está la clave. Los navarros deberemos hacer un gran esfuerzo para evitar que ese conflicto de ideas, generador de la escisión política de Navarra, conduzca al enfrentamiento civil como si hubiera dos comunidades fracturadas por el odio, el rencor y la violencia. Eso sí sería la destrucción de Navarra.

Luego la solución al conflicto será más democracia y más cultura de paz. Algunos movimientos sedicentemente pacifistas hablan constantemente del proceso de paz. Abogan por el diálogo y la negociación. Pero parten de ideas preconcebidas: Euskal Herria es una nación, no una entelequia, está en conflicto con España y Francia y sólo la autodeterminación pondrá fin a la violencia. Apelan tanto a la paz que a los demócratas se nos coloca en una situación difícil. Es nuestra intransigencia la que provoca la prolongación del sufrimiento colectivo. Sentémonos a negociar, aceptemos las premisas exigidas por los terroristas, es decir, la autodeterminación, y aquí paz y después gloria.

La escisión política de la sociedad navarra no es consecuencia de ese supuesto conflicto, aunque el nacionalismo vasco intente sacar ventaja de la existencia de la violencia etarra, poniendo sobre la mesa la cuestión navarra como pieza clave para la paz en la medida en que sin Navarra, dicen, no hay construcción nacional. Es verdad que el nacionalista vasco en Navarra sostendrá lo mismo que sus conmilitones vascongados. Pero previamente ha tenido que asumir la idea de que Navarra es Euskal Herria. En suma, ha tenido que optar por una de las dos respuestas posibles a la pregunta sobre la identidad de Navarra.

Pues bien, la única esperanza de una sociedad políticamente escindida es que todos sean capaces de aceptar las reglas del juego democrático. Lo único que no puede permitirse es el recurso a la violencia para defender convicciones políticas, por muy legítimas que sean. No pretendo mitificar el valor permanente de la Constitución de 1978. Pero debo reivindicar su extraordinario papel pacificador en el caso de Navarra.

Recordemos cómo los constituyentes, en virtud de un pacto político alcanzado por unanimidad de todos los diputados y senadores elegidos por Navarra en las elecciones del 15 de junio de 1977 y refrendado a su vez por las direcciones nacionales de UCD, el PSOE y el PNV, introdujeron un procedimiento plenamente democrático para resolver la controversia Navarra-Euskadi o Euskalherría. La fórmula, abierta en el tiempo, consistió en dejar a la voluntad del pueblo navarro mediante referéndum la decisión última en el caso de que el Parlamento de Navarra aprobara, por mayoría absoluta de sus miembros, el acuerdo de iniciar los trámites para la integración o incorporación de Navarra a la Comunidad Vasca.

Navarra aceptó esta fórmula. Por mayoría absoluta del censo electoral refrendó la Constitución y, además, en el Amejoramiento del Fuero pactado con el Estado se ratificó la virtualidad de la fórmula. Quiere esto decir que los "navarristas", tan a menudo tildados de fascistas y reaccionarios, promovimos una fórmula que posibilita la integración de Navarra en Euskadi o Euskal Herria siempre que tal sea la voluntad del pueblo navarro. ¿No es esta una fórmula de paz y de concordia?

Quien quiera cambiar el "status" de Navarra puede hacerlo. No hay ninguna restricción para quien discrepe de la actual situación. La Constitución garantiza una verdadera igualdad de oportunidades. Se trata de una fórmula abierta. No hay pues ninguna razón para la violencia. Quien quiera aprovecharse de ella para modificar una situación respaldada, hoy por hoy, por una buena parte de los navarros quebranta las reglas del juego y se sitúa en posiciones antidemocráticas. Hay precedentes del acoso nacionalista a pueblos libres. Hitler sometió sin escrúpulos a los austriacos y los incorporó al III Reich. Algunos austriacos, demasiados, aplaudieron.

Personalmente pienso que a Navarra no le conviene ninguna aventura secesionista, ni seguir la senda de un panvasquismo totalitario, contrario a su trayectoria histórica, a su pluralidad, a su cultura y a sus intereses. Los navarros no deberíamos hacer nada contra nuestra capacidad de autogobierno ni torcer nuestra vocación española. Esa es la mejor garantía de un futuro en paz y en libertad.

Navarra es una sociedad económicamente próspera, socialmente integrada y políticamente escindida. Esta conclusión de Amando de Miguel ha motivado este proemio. Entre la escisión y la esperanza. Personalmente, apuesto por la esperanza. Aunque habrá que trabajar mucho y bien.

Un primer paso, modesto, puede ser este libro promovido por la Sociedad de Estudios Navarros. Para prever, lo primero tratar de conocer cómo somos los navarros y qué pensamos. Y después, cada cual que saque sus propias conclusiones.

Jaime Ignacio del Burgo
Presidente de la Sociedad de Estudios Navarros

La tregua de ETA: mentiras, tópicos, esperanzas y propuestas.
Dirigido por el profesor José Luis Orella Martínez.
Prólogo de Fernando García de Cortázar

Para informarse, juzgar y participar. Un libro para reflexionar: Negociación, proceso de paz, tregua, pacificación, verificación, diálogo… ¿Y la verdad, la justicia, el Estado de derecho, la memoria y los derechos de las víctimas, el futuro de la nación…?

Grafite Ediciones. Baracaldo. 2006. 340 páginas.
Disponible en las principales librerías españolas o por medio del teléfono 902-195928 .
Los derechos de autor fruto de la venta de este libro serán cedidos a la Asociación de Víctimas del Terrorismo.

Lengua española y lenguas de España.
Salvador, Gregorio. Editorial Ariel Lingüística, Barcelona, 1987. 157 páginas. Recopilación de una serie de conferencias del académico, en las que explica con rigor científico, pero al mismo tiempo con humor, la realidad y la ficción del español y de las otras lenguas de España. Critica las "lenguas artificiales", medio inventadas por los nacionalismos, y la manipulación histórica de la que suelen echar mano los "normalizadores" de las lenguas autonómicas.

Lengua y patria
Juan Ramón Lodares
Taurus. Madrid, 2002. 214 páginas, 16’25 euros
El Cultural de El Mundo. Miércoles 20-02-2002

Doctor en Filología Hispánica y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, Juan Ramón Lodares (Madrid, 1959) se ha especializado en la historia del español. Así, escribió en colaboración con Gregorio Salvador una Historia de las letras (1996) que recorría, capítulo a capítulo, las veintisiete letras del alfabeto. También es autor de El paraíso políglota (2000) y Gente de Cervantes (2001), que le han merecido el aplauso de la crítica y la condena del nacionalismo.
¿Razones? Niega la mayor: el mito de las lenguas perseguidas y que se pueda establecer “una relación directa entre lengua y cultura”.

En sus dos obras anteriores, El paraíso políglota (2000) y Gente de Cervantes (2001), Juan Ramón Lodares había planteado problemas esenciales de nuestra historia y de nuestra actualidad lingüística, con la particularidad de adoptar una perspectiva esencialmente sociológica que con frecuencia se echa de menos en trabajos de esta naturaleza.

Este nuevo libro es un nuevo asedio de índole análoga, aplicado en esta ocasión al estudio del plurilingüismo español y su desigual consideración a lo largo de la historia. No puede decirse que se trate de un asunto baladí, ni perteneciente sin más al pasado. Ha alcanzado una notable actualidad y, además, no es sólo una cuestión lingüística,
sino de entrañas políticas, como prueba una y otra vez nuestra vida cotidiana.

Hoy, el pensamiento más tolerante y liberal acepta no sólo que España es un país plurilingüe, sino que es necesario preservar y cultivar las variedades idiomáticas que se dan en el territorio, frente a las cuales cualquier imposición de la lengua común parece siempre un alarde de autoritarismo. Esta actitud, llevada al extremo, desemboca en los
diferentes nacionalismos lingüísticos que se han exacerbado en las últimas décadas. Lodares recuerda oportunamente que la idea que vincula lengua y nación es de origen religioso, y, de hecho, la práctica religiosa de la predicación -en el caso de América, por ejemplo- y la lucha contra la Reforma se hicieron utilizando las diversas lenguas de cada lugar y amparando, por tanto, la separación de las comunidades. En España, y hasta la guerra civil, la lucha por el regionalismo lingüístico va unida casi siempre al más rancio conservadurismo político. En la República, el estatuto de Estella y la consideración del eusquera como lengua oficial fue obra del nacionalismo católico, del carlismo y del clero (pág. 132). Es la oligarquía dominante la que ha pensado siempre que el mantenimiento de los rústicos en una lengua local y estrecha garantiza su sometimiento a las minorías poderosas que, incluso conociendo dicha lengua, hablan también “el más prestigioso español que se les regatea a los rústicos” (pág. 34). Nada tiene de extraño que, en 1931, el diputado socialista Enrique de Francisco afirmara que la enseñanza del eusquera, como ya había insinuado Unamuno, sólo favorecía los intereses de la ultraderecha vasca. La defensa de una lengua común, aun dentro del respeto a las particulares, no es una creación del régimen franquista, como a menudo se dice con desenvoltura. Por el contrario, procede de corrientes de pensamiento muy diferentes -liberales y socialistas, sobre todo-, y en ellas se inscriben nombres como Stuart Mill, Meillet o Engels, a los que habría que añadir en España figuras como Menéndez Pidal, Sánchez Albornoz o Unamuno (pág. 38).

Con la contundencia propia de quien maneja fuentes y datos seguros, muy alejado de esa historia fantasmagórica que hoy se enseña en algunos sitios como si fuera de curso legal, Lodares desmonta algunos errores inveterados cuya difusión sólo pueden explicar la ignorancia o el interés. Por ejemplo, todo lo relativo a la implantación de la lengua en América, que fue parcial y muy tardía -precisamente por la costumbre de predicar en las lenguas indígenas- y que sólo comenzó a extenderse en el siglo XVIII, gracias a la liberalización comercial de los gobiernos ilustrados, de modo que en América “la comunidad lingüística fue hija de la comunidad económica y no de los maestros de escuela” (pág. 89). Los intereses comerciales explican, en efecto, la extensión de una lengua común y las dificultades para mantener e imponer la lengua particular de un territorio. Los ministros de Carlos III, empeñados en la tarea de modernizar España, tomaron diversas medidas para “moderar el paisanismo”, que ilustrados como Campomanes y Olavide consideraban “una verdadera calamidad pública” (pág. 91). Se entiende el encono contra los ilustrados que manifiesta el pensamiento más conservador (y bastaría recordar la acritud de Menéndez Pelayo), porque es en este sector donde se preconiza tradicionalmente la segregación lingüística. Como afirma el autor de estas páginas: “Ni el catalán ni el eusquera tendrían hoy la representación pública que tienen sin el respaldo que le [sic] brindaron sus movimientos nacionalcatólicos y la propia Iglesia como inspiradora suya” (pág. 62).

Lengua y Patria es un libro de lectura recomendable para cualquiera que pretenda entender la sociedad española. Aunque contenga afirmaciones discutibles y haya omitido la consideración de factores no ajenos a la exaltación de las lenguas territoriales -como el desarrollo de los estudios folclóricos en el último tercio del XIX-, sus páginas está llenas de datos y sugerencias útiles.   Ricardo Senabre. www.elcultural.es

Lo que queda de España.
Jiménez Losantos, Federico. Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 1995, 527 páginas. Reedición de un "libro maldito" publicado en 1979, en el que se denunciaban los peligros del totalitarismo nacionalista emergente en España. El autor propone la necesidad urgente de la creación de un proyecto liberal, integrador y coherente con la realidad histórica de la ación española, abierto al debate, y que defienda las libertades individuales frente a cualquier totalitarismo.

Los intelectuales vascos
Edurne Uriarte
Junio 2000

Milenarismo vasco. Edad de oro, etnia y nativismo
Juan Aranzadi
Taurus

La primera edición de Milenarismo vasco se convirtió en 1982 en objeto de apasionadas filias y fobias, debido a su inusual enfoque crítico del nacionalismo vasco. La renovación del interés por el tema vasco, suscitada por la fracasada tregua de ETA y el Pacto de Lizarra, ha llevado al autor, el filósofo y antropólogo Juan Aranzadi (Santurce, 1949), a elaborar una nueva edición revisada, que sale mañana a la venta e incluye respuestas a críticas recibidas y un capítulo nuevo, del que EL PAÍS ofrece hoy un amplio extracto.
LA RELIGION Y LA ETNIA VASCA
A lo largo de la historia, el catolicismo ha constituido un elemento definitorio del nacionalismo en Euskadi
EN EL SIGLO XIX EL CLERO VASCO SE FUNDE CON LAS MASAS POPULARES INSURRECTAS  CONTRA EL LIBERALISMO
LA PRESENCIA DE LA RELIGIÓN ÉTNICA OTORGA SU ORIGINALIDAD AL CARLISMO VASCO DE LA SEGUNDA GUERRA  
ESTA RELIGIÓN TRADICIONAL ENCONTRARA EN SABINO ARANA UN PROFETA RENOVADOR QUE LA ADAPTARA A LOS TIEMPOS APOCALÍPTICOS

JUAN ARANZADI EL PAÍS (edición impresa) 11 Junio 2000

E1 catolicismo ha venido siendo hasta hace muy poco,  y sigue siéndolo para algunos, fundamental ingrediente definitorio de la españolidad; aún más lo fue, desde sus inicios, de la etnicidad vasca, que se forja, por tanto, como una especie de españolidad al cuadrado. Catolicismo y pureza de sangre (como indicio inequívoco de la condición de cristiano viejo) son el cuerpo ideológico del iceberg cuya punta emergida es la nobleza universal.

Pero si, de un lado, la etnia vasca nace por ello como irrenunciablemente católica, de otro, el catolicismo vasco moderno nace con una indisociable coloración abertzale: fidelidad a la fe cristiana, orgullo racial y prurito nobiliario no van a ser en el País Vasco realidades independientemente vividas y concebidas, sino ingredientes de una construcción mitológica unitaria, de una especie de religión étnica que sacraliza además la estructura agraria tradicional en la medida en que el criterio de etnicidad y nobleza, es decir, la proveniencia de solar conocido, exige la permanencia y continuidad familiar del Etxe (unidad de casa, familia y terreno), su transmisión troncal indivisa. Sólo dentro de este complejo mítico-social unitario adquiere toda su significación el catolicismo vasco.

Obviamente, la conditio sine qua non de que el catolicismo pueda desempeñar ese papel étnico y alcanzar esa significación es un notable aumento del peso institucional de la Iglesia y un creciente éxito de su pastoral a partir del siglo XVI. 

El arraigo de la Contrarreforma tridentina, así como la rápida y sólida implantación en tierra vasca de la Compañía de Jesús. tuvieron efectos de tal importancia que han permitido a Michelena escribir con justeza que “llegaron a conformar de modo permanente casi todos los aspectos de la vida del país”. Entre los jesuitas, el episcopado y las nuevas autoridades forales consiguieron controlar al díscolo clero vasco, suprimiendo muchos de sus privilegios y atribuciones jurisdiccionales y atajando en lo posible los efectos de la perduración del sistema beneficial patrimonial; las conferencias litúrgico-morales, primero, y los seminarios de Pamplona y Calahorra, después, mejoraron apreciablemente su formación doctrinal y se procedió a una expeditiva depuración de sus costumbres morales y de sus hipotéticas proclividades brujeriles; las misiones populares de franciscanos y jesuitas impusieron un clima moral de rigorismo puritano, difundieron devociones populares (al Sagrado Corazón, a la Virgen en sus diversas advocaciones, etcétera), convirtieron el rosario en un rito doméstico, organizaron cofradías y enraizaron en el pueblo una religiosidad sacramental centrada en la observancia regular de los preceptos. En definitiva, a lo largo del siglo XVII se consolida en el País Vasco, según Tellechea Idígoras, “un régimen cerrado de cristiandad”. 

Ya vimos la relación de este proceso cristianizador con el uso y mitificación del euskera: su concepción mítico-teológica. su manipulación ideológica y su utilización como frontera lingüística contra las ideas heréticas y “liberales” convertirán al euskera (a su mitificación más que a su uso) en ingrediente fundamental del catolicismo vasco, en uno de los componentes, junto a la nobleza universal, la pureza de sangre y la fidelidad católica, de la religión étnica que sanciona la autoconciencia diferencial del pueblo vasco. 

Vimos también la situación y la evolución de los ministros de esa religión, el clero vasco, que acaba convirtiéndose en auténtica vanguardia intelectual de las masas carlistas. Es un jesuita. el padre Larramendi, el que procede en el siglo XVIII a la reformulación populista de la mitología foral, reformulación claramente condenatoria del consentimiento de las autoridades y notables a la incipiente modernización del país, así como de la corrupción del sistema político provincial y de la reducción a pura ficción de la democracia de las juntas. El hecho de que sea un sector del clero el que da forma acabada y coherente a la reacción ideológica frente a la crisis de la sociedad tradicional parece indicar que, aunque el siglo XVIII no fue para la Iglesia vasca un mal siglo desde el punto de vista económico, una buena parte de sus ministros se fue sumando decididamente al creciente descontento popular; a ello hubo de contribuir sin duda el acercamiento de gran parte del clero secular a las condiciones materiales de las masas populares, así como el hecho de que, excepto quizá en Navarra, no puede decirse que las propiedades de la Iglesia vasca la configuren, a imagen de la Iglesia española en general, como una acaudalada potencia económica feudal enfrentada a un pueblo reducido a servidumbre.

 Con todo, es obvio que no fueron factores predominantemente económicos los que hicieron que en el siglo XIX gran parte del clero vasco se fundiera con las masas populares insurrectas, sino su común cruzada contra el liberalismo. Esta confluencia decimonónica clero-pueblo, mejor dicho, este reforzamiento de su ya viejo maridaje se vio facilitado sin duda por la coincidencia en el bando carlista de las masas populares con los notables rurales, lo cual convirtió la antigua doble fidelidad de distintos sectores del clero - a la oligarquía foral o a la plebe enfrentada a ella  en fidelidad única a la sociedad tradicional vasca. 

Tal unión se inicia en la guerra de la Independencia contra Napoleón y se consolida en las guerras carlistas. El instrumento que más contribuyó a forjarla fue sin duda la desamortización: tanto las expropiaciones, exacciones e impuestos llevados a cabo de facto por los liberales franceses mientras ocuparon territorio vasco como las sucesivas desamortizaciones de jure, eclesiástica y civil, realizadas por los liberales españoles tuvieron como víctimas principales al clero regular, por una parte, y a las masas populares, por otra, que vieron cómo perdían los bienes comunales y se desarticulaban sus modos de vida agrarios tradicionales sin ganar nada a cambio. Nada más lógico, pues, que su unión contra el enemigo común. 

Pero sería inepto ver en ello una mera motivación económica. una simple defensa de intereses comúnmente lesionados. No sólo porque tales motivos estuvieran mezclados con otros de carácter político. ideológico y religioso. o porque como tales se disfrazaran ante la conciencia misma de los propios agentes sociales, sino porque en rigor todos ellos son absolutamente indisociables, conjugables en uno solo: defensa de la comunidad vasca tradicional, cruzada contra el liberalismo en nombre de una religión étnica en la que economía, fueros, nobleza universal, raza, familia, casa, tierra, catolicismo español. catolicismo abertzale y dinastía legítima aparecen confundidos en un todo único. 

Nada más ilustrativo a este respecto que la perceptible continuidad de las motivaciones populares para la lucha desde la guerra de la Independencia hasta las guerras carlistas, continuidad que subyace a la extrema diversidad de coyunturas políticas que suscitan tales conflictos. José Extramiana ha puesto de relieve la extremada importancia que en el desencadenamiento y desenlace pactado en las guerras carlistas tienen las rupturas y reconciliaciones de las clases privilegiadas vascas, así como los efectos de su política paternalista en el periodo de entreguerras, que permite la creación de un elevado consenso social entre todas las capas de la sociedad tradicional vasca; tampoco pierde de vista lo que las guerras carlistas tienen de guerra civil entre vascos dependientes de una economía del antiguo régimen y vascos entregados a actividades nuevas de corte capitalista, ni la importancia determinante de las vicisitudes de la política española como factor desencadenante y de la coyuntura internacional como coadyuvante. Pero, junto a todo esto, ha insistido en la persistencia y fortalecimiento de un carlismo popular como marca específica y diferencial del fenómeno carlista en el País Vasco. 

Dado que este carlismo popular desciende en línea recta de la reacción religiosa provocada por la invasión napoleónica, no vendrá mal seguir brevemente su gestación y desarrollo. Para Femando García de Cortázar, “las clases populares y el clero más próximo a ellas, sintiendo perder bajo el dominio francés cuanto de valiosos tenían sus modos de vida y sus fueros, se aprestaron a la resistencia muchos clérigos regulares (el clero secular fue mucho más tibio) se convirtieron en líderes del movimiento insurreccional, y la Iglesia vasca, como la Iglesia española en general, amparándose en la identificación entre lo católico y lo español, o lo vasco, pregonada de antiguo desde los púlpitos, impulsó una auténtica “cruzada de defensa de la civilización cristiana”. Esta civilización cristiana se identificaba en España con el antiguo régimen y el absolutismo monárquico, y en el País Vasco, con la sociedad tradicional y el orden foral que en aquéllos se integraban: poco puede extrañar esta conciliación entre catolicismo, patriotismo español y abertzalismo, si se tiene en cuenta la configuración de la etnicidad vasca en el crisol del españolismo católico-imperial; en el seno de éste se vivirá asimismo el carlismo popular vasco, y sólo cuando la España del antiguo régimen se muestre definitivamente inviable se volverá la fidelidad vasca a su idealizada comunidad tradicional, en contra de todo patriotismo españolista. Pero lo que aquí nos importa es que el clero insurrecto y las masas populares vascas que se levantaron contra Napoleón lo hicieron para defender la globalidad de sus modos de vida, y lo hicieron en nombre de la religión étnica que hemos venido analizando, en nombre de la interpretación populista de la mitología foral igualitarista. 

Esta reacción popular vasca durante la guerra de la Independencia española tuvo además importantes consecuencias sobre la gestación de la primera guerra carlista; pues mientras que la lucha contra Napoleón la dirigió una aristocracia rural mediana, ferozmente absolutista y antiliberal, que combatió junto al clero y al pueblo, el sector terrateniente aburguesado durante el siglo XVIII, que compartía el poder con esa nobleza rural, se hizo pronto liberal, tuvo un comportamiento afrancesado, o cuando menos ambiguo, y sufrió como consecuencia la represión antiliberal que siguió a la restauración absolutista; de resultas de ello, las instituciones forales quedaron en manos de la nobleza rural mediana, que pudo así aprovechar la autonomía política vasca para preparar la insurrección carlista. 

En el periodo de entreguerras, los púlpitos son las tribunas desde las que se populariza una religión étnica que funde el catolicismo integrista con la mitología foral; dicha mitología fundamenta en esa misma época la defensa que un Pedro de Egaña, por ejemplo, realiza en las Cortes españolas de la autonomía vasca, defensa que recurre una vez más a la vieja argumentación nacida en el siglo XVI, a la nobleza universal, a la secular independencia, etcétera, y que profundiza la tradicional doctrina pactista hasta la proclamación de la nacionalidad vasca y el derecho a la separación, esbozando un camino ideológico que Sabino Arana no dudará en recorrer hasta el final. 

Es el peso de esta antigua mitología, la presencia de esta religión étnica, lo que otorga su originalidad y especificidad ideológica al carlismo vasco de la segunda guerra dentro del carlismo español doctrinalmente remozado por los llamados neocatólicos. El análisis que hace Extramiana de las particularidades del pensamiento tradicional en el País Vasco, tal y como se revela en las páginas del Semanario Católico Vasco-Navarro, sugiere varias consideraciones de interés. La base doctrinal general es común al tradicionalismo español y europeo. Común es asimismo el ruralismo, la exaltación moral de la vida campesina y de la familia tradicional, pero este componente ideológico, que en las páginas del Semanario aparece como una aceptación entusiasta de la obra de Trueba, adquiere en el País Vasco una especial significación: no sólo porque la mitificación de las relaciones sociales del mundo rural tradicional, pintado con los colores de una nueva Arcadia feliz, enlace directamente con la precedente mitología igualitarista que ha labrado la autoconciencia étnica vasca, sino también porque la particular estructuración de la sociedad tradicional vasca le presta especiales resonancias. 

Más allá del indudable peso que en esta resistencia tiene el régimen de propiedad y sus transformaciones durante los siglos XVIII y XIX, lo que quiero resaltar aquí es que la expansión del capitalismo que el liberalismo promueve en modo alguno se limita a la sustitución (por lo que al campo se refiere) de una relación económica más o menos feudal por una relación económica capitalista: consiste más bien en la creación de una economía agraria a partir de una sociedad campesina en la que los vínculos económicos están englobados en una compleja telaraña social, familiar y religiosa. La conversión de la tierra en mercancía supone que se reduzca a su sola función económica la multiplicidad concatenada de funciones vitales y simbólicas que la tierra desempeña en una sociedad campesina. Por eso no tiene nada de extraño que el rechazo de las transformaciones económicas introducidas por los liberales en el campo vasco vaya indisolublemente ligado a la defensa de tales funciones y se realice  en  el marco de la mitología y la religión étnica que las categoriza y sacraliza. 

Volviendo al Semanario de Vitoria, destaca también como matriz diferencial de su propaganda ideológica en relación al carlismo español la incitación a la formación de una unión vasca por parte de Vizcaya, Guipúzcoa, Álava y Navarra, que si bien es concebida siempre en el marco de España y fiel a don Carlos, no deja por ello de recurrir retóricamente al chantaje independentista, proclamando por boca de Ortiz de Zárate que si España traiciona su destino, el País Vasco podría verse legalmente libre para separarse.

Al servicio de una exaltación regionalista y racista, que confunde con frecuencia el antiliberalismo con la xenofobia y considera “extranjeros” a los liberales, el Semanario recurre a toda la batería de mitos que han apuntalado a lo largo de tres siglos la autoconciencia étnica vasca, su especificidad diferencial. Que esta propaganda, estos mitos prenacionalistas y esta religión étnica tenían sólidas raíces en los combatientes carlistas lo ponen de manifiesto casos como el del jesuita-guerrillero Goiriena, que consideraba al ejército liberal como un ejército “extranjero”, intruso, de ocupación, o como el cura Santa Cruz, uno de cuyos voluntarios escribe que nunca les enseñó a gritar ¡viva Carlos VII!, sino ¡viva la religión y vivan los fueros! 

En definitiva, parece claro que a lo largo del siglo XIX, y sobre todo como efecto de la segunda guerra carlista, se fortalece, populariza y arraiga lo que hemos venido llamando religión étnica vasca, esa especie de “nacional-catolicismo” abertzale que incluye entre sus dogmas de fe los mitos largamente acariciados que se centran en el euskera, la nobleza universal, la pureza racial, la independencia secular, etcétera. 

Esta religión tradicional encontrará en Sabino Arana un profeta renovador que la adaptará a los apocalípticos tiempos presididos por la abolición foral, por una brutal y rápida industrialización y por una masiva inmigración. 

Pues si bien es cierto que, en el plano estrictamente político, el nacionalismo vasco procede, en tanta o mayor medida que del carlismo, del fuerismo liberal, de su sector intransigente (los euskalerriacos, por lo que se refiere al núcleo ideológico, al sustrato nativista que alimenta desde sus orígenes hasta hoy al movimiento nacionalista, su origen es inequívoco: la religión étnica cuya formación y desarrollo hemos venido estudiando. Podríamos multiplicar las citas tomadas de la obra de Sabino en las que queda clara no sólo la honda fundamentación católica de todo su edificio doctrinal, sino también y sobre todo lo indisociables que para él resultan la afirmación de su fe y la afirmación de su raza. Tampoco creo que sea preciso extenderse en mostrar la rápida conversión al nacionalismo del clero carlista  y su trascendental papel sólo en la organización  y extensión del movimiento nacionalista, sino también en su formulación doctrinal. 

Ahora bien: si ya en la segunda mitad del siglo XIX el influjo ideológico de la religión étnica vasca es notablemente superior al peso real de la sociedad tradicional a que corresponde, cuando Sabino lanza su mensaje regenerador, la comunidad vasca del antiguo régimen es ya poco más que un recuerdo idealizado, por lo menos en Vizcaya. Un acelerado desarrollo capitalista ha disgregado profundamente sus viejas estructuras, destrozando las antiguas costumbres y modos de vida y generando en grandes masas de gente una honda crisis de identidad, una aguda anomia social. 

Mientras que el carlismo era aún prioritariamente una lucha de resistencia, la reacción nativista sabiniana trata de recuperar una presunta Edad de Oro perdida; mientras que el carlismo intentaba conservar una autonomía foral que funcionaba socialmente como frontera étnica en relación a otros pueblos, la reacción nativista sabiniana aspira a restaurar esta autonomía y se ve obligada a sustituir el perdido criterio de diferenciación étnica por nuevas señales de identidad.

Milenarismo Vasco, Hoy
Recuperación editorial del texto de Juan Aranzadi sobre las falsificaciones de las raíces del nacionalismo.
HISTORIA: MILENARISMO VASCO
JUAN ARANZADI
TAURUS. MADRID, 2000. 583 PÁGINAS. 2.450 PESETAS
JOSÉ MARÍA RIDAO, El País (Babelia, edición impresa) 7 Octubre 2000

Las dos décadas transcurridas desde su primera publicación no han hecho más que confirmar lo que ya entonces intuyeron autores como Carlos Martínez Gorriarán o Javier Corcuera: Milenarismo vasco, de Juan Aranzadi, constituye una de las más inteligentes, documentadas y formidables acometidas contra los mitos y falsificaciones del pasado que sirvieron de alimento a las obras de Sabino Arana y, desde él, a los nacionalismos más o menos radicales que existen en el Pais Vasco. Comprometido desde las páginas iniciales con el propósito de desbaratar los lugares comunes en los que se pretende asentar la “originalidad” y la “diferencia” de los vascos, Aranzadi comienza por destacar el carácter milenarista que ha impregnado la reconstrucción de la historia del pais. Según demuestra con indiscutible solvencia, la idea de que existió una remota Edad de Oro vasca, seguida de una violenta destrucción y pendiente, por tanto, de una regeneración o restauración, determina una y otra vez el relato de los episodios más sobresalientes del pasado. Pero determina además, y ahí radica lo más grave, la manera de interpretar y dar forma al presente, que se convierte en el dramático escenario donde los vascos de verdad, los que no aceptan traicionar las esencias ni desoir las voces ancestrales, están obligados a esforzarse para restablecer aquel paraíso originario.

Mitos fundacionales como el de Mari, episodios como el de los herejes de Durango, rasgos diferenciales como el del matriarcado o el de la hidalguía universal, van siendo analizados por Aranzadi a la luz de la estructura narrativa del milenarismo —paraíso, pérdida, recuperación—, y las conclusiones que ello le permite extraer resultan demoledoras para los tópicos más consolidados sobre el País Vasco. Aranzadi recuerda, así, que el frecuente recurso de la historiografia y la etnografía vascas a la prehistoria, a la búsqueda de reminiscencias primitivas en mitos e instituciones que sobreviven en la actualidad, no es más que eso, un recurso, que se apoya, además, en un desconocimiento casi absoluto de lo que pudo acaecer en edades tan remotas. Por otra parte, Aranzadi demuestra que, prehistóricos o no, los fundamentos de esos mismos mitos e instituciones no pertenecen en exclusiva al País Vasco, no son estrechamente autóctonos, sino que forman parte de un sustrato mucho más amplio desde el punto de vista geográfico y cultural. La sorprendente y, a la vez, esclarecedora conclusión del análisis que desarrolla Aranzadi es que las raíces de la visión de los vascos como pueblo ancestral e incontaminado, como auténtico enigma histórico, se sitúan en el siglo XVI, coincidiendo con el endurecimiento de la política inquisitorial de los Austrias. Es en ese momento cuando, en respuesta a la afirmación de los valores cristianos viejos, y como medida de autoprotección frente a la represión que se desencadenó a partir de ellos, empieza a fraguar el mito de un linaje vasco separado de los linajes peninsulares y, a diferencia de ellos, sin contacto ni parentesco alguno con judíos o musulmanes. Como señala Aranzadi, esta vía de defensa frente al esencialismo cristiano que se impuso en la España inquisitorial constituirá el primer paso en la configuración de los vascos como una suerte de españoles “al cuadrado”, como los más puros entre los puros. Lejos de desacelerarse en algún punto de la historia, este vertiginoso proceso de ensimismamiento, este viaje alucinado hacia la esencia, ha sido objeto de permanentes elaboraciones y reelaboraciones, entre las que el nacionalismo sabiniano y sus secuelas no serían otra cosa que los eslabones más recientes.

Las dos décadas transcurridas desde su primera publicación han confirmado que Milenarismo vasco es, en efecto, una de las obras más importantes —equivalente por talante y método de análisis a Judíos, moros y cristianos, de Américo Castro— para comprender el sustrato ideológico en el que se apoya el nacionalismo y, en último extremo, el terror que practica una minoría de mitómanos exasperados. Pero Milenarismo vasco es hoy, además y sobre todo, un poderoso argumento intelectual y político acerca de la urgente necesidad de contemplar el conjunto del pasado español desde otros presupuestos, ajenos tanto a las ensoñaciones sabinianas como a la pomposa vacuidad de ciertas declaraciones de unidad en torno a una sola lengua y a una única visión.

Multilingüismo y política (el caso catalán)
Vidal-Quadras, Aleix. Fundació Concordia, Travesía de Gracia, 62, 4, 2º, 08021 Barcelona

Nada por la Patria: La construcción periodística de nacionas virtuales
Iván Tubau

Invitación a la lectura de un libro de Iván Tubau, por E. Rorro en  :
Asociación por la Tolerancia
C/ Alí Bey 27-1-1
08013 Barcelona
Telf y Fax 93 265 32 00
www.tolerancia.org
Tolerancia, Número 9: Julio-Agosto-Septiembre 1999, año III: http://www.geocities.com/CapitolHill/Lobby/7254/revista.htm

El tesoro de nuestra lengua
Prácticamente todas las obras importantes para el estudio del español, 66 diccionarios en total, quedan agrupadas en dos discos digitales.
NUEVO TESORO LEXICOGRÁFICO DE LA LENGUA ESPAÑOLA
Real Academia Española/Espasa Calpe
Madrid. Edición electrónica en 2 DVD. 29.750 pesetas
JOSÉ ANTONIO MILLAN El País (Babelia) 2 Junio 2001 

Cinco siglos de diccionarios del español reunidos en una útil edi­ción electrónica. Sebastián de Covarrubias, autor de uno de nuestros primeros diccionarios (1611), definía así tesoro: “Es un escondidijo y lugar oculto do se encerró alguna cantidad de di­nero... de tanto tiempo atrás, que dello no avía memoria ni rastro alguno”. En el primer diccionario de la Academia, el de Autoridades (1739) se registra el sentido de “depósito, suma o compendio de noticias, o cosas dignas, y estimables”. Esta defi­nición se mantiene en todos los diccionarios académicos, hasta que en el de 1884 se precisa: “Nombre dado a ciertos diccio­narios o catálogos de palabras, con definiciones o noticias úti­les y curiosas”. 

¿En qué biblioteca he encon­trado —y recorrido— semejan­te conjunto de obras lexicográfi­cas? En mi propio ordenador, gracias a la confluencia de dos factores: el DVD (que multipli­ca por 10 la capacidad del CD­Rom), y la indización de la obra, que permite preguntar por cualquier palabra (o “le­ma”) y llegar a la columna que la contiene, en todos y cada uno de los diccionarios que la alber­gan. Este tesoro agrupa 66 dic­cionarios, lo que supone prácticamente la totalidad de las obras de importancia para nuestra lengua, de la primera a la última, tanto las editadas por la Academia como las demás.

Las obras aparecen en ima­gen, o facsímil electrónico, es decir, podremos hojear las pági­nas, pero no rastrear automáti­camente la presencia de deter­minada palabra dentro de las definiciones. Es un conjunto in­gente (más de 150.000 imáge­nes) en el que hay que lamentar labaja calidad de ciertas imáge­nes en obras modernas y pro­pias, como la última edición del diccionario académico.

Este conjunto de dicciona­rios del español no atenderá sólo a las necesidades de los aquejados de lexicomanía (“furor desatentado por la investi­gación del origen y de las deriva­ciones de las palabras”, según Ramón Joaquín Domínguez en su Diccionario nacional, 1853). El español es la única len­gua de importancia que carece de un Diccionario histórico que suministre datos tanto a lingüis­tas como a estudiosos de la sociedad, de la historia o de la evolución de las ideas. En el ca­mino hacia esta obra se encuen­tra sin duda este Nuevo tesoro, cuya necesidad fue sentida ya hace tiempo: en 1957, Samuel Gili Gaya comenzó la edición ¡impresa! de un proyecto que tituló Tesoro lexicográfico 1492-1726, y que quedó sin ter­minar. La fecha de la inclusión de una palabra en un dicciona­no, su definición, o los cambios que experimenta, son todos da­tos preciosos para conocer el surgimiento o la recepción de una palabra, y de ahí el interés del anterior director de la Real Academia, Fernando Lázaro Carreter, por disponer cuanto antes de este útil instrumento.

El programa informático que anima este tesoro adolece de cierta opacidad y lentitud en servir las imágenes. Que yo ha­ya visto, no se pueden exportar digitalmente las útiles listas de lemas con los diccionarios en que aparecen: sólo imprimir­las. Alguna frase de diálogo con el usuario es poco afortunada: “El resultado de la consulta pro­duce demasiadas ocurrencias”.

Los estudios sobre el espa­ñol están de enhorabuena con la edición de esta obra, buena demostración de a qué puede llevarla confluencia de viejas ta­reas (conocer no sólo nuestra lengua, sino el modo en que las generaciones anteriores la han ido estudiando) y de técnicas nuevas.

 

Paises y razas. Las aspiraciones nacionalistas en diversos pueblos (1913-1914)
Edición E Introducción de Esteban Anixustegi
Universidad Del País Vasco. Bilbao 1999
202 Páginas. 2.400 Pesetas

José Luis De La Granja Sainz. Babelia, El País 28 Agosto 1999

Es la reedición del libro de Luis de Eleizalde (1878-1923) sobre Irlanda y los movimientos nacionalistas de los eslavos en la Europa centrooriental en vísperas de la Primera Guerra Mundial, escrito con la finalidad de extraer enseñanzas de ellos para el nacionalismo vasco: "Hablamos de extranjeros, pero en nuestra mente está Euskadi", reconoce su autor.

Eleizalde fue uno de los principales discípulos de Sabino Arana, que, como éste, procedía de las filas carlistas. A los 20 años se incorporó al PNV de Arana y se convirtió en un nacionalista "ingenuo y sentimental", de "tonos románticos", que soñaba con imitar a los viejos guerrilleros carlistas. Pero al cabo de unos años se percató de lo complicado que era "el problema de levantar una nacionalidad decaída" como la vasca y de que toda solución simplista a un problema complicado era falsa ("Nuestros veinte años", Hermes, 1917, número 6). Por eso, Eleizalde abandonó su radicalismo juvenil y llegó a ser un destacado ideólogo del nacionalismo vasco moderado y pragmático, autonomista y no independentista, que otorgaba prioridad a la acción cultural y educativa de cara a restaurar la nacionalidad euskera, siguiendo el ejemplo de otros pueblos europeos, que conocía bien, según refleja en Países y razas.

Esta obra, rescatada ahora del olvido, se halla precedida de un detallado estudio de Esteban Antxustegi, profesor de Filosofia Política de la Universidad del País Vasco, quien se basa en su reciente libro sobre Luis de Eleizalde. Un vasco polifacético (1998).

En la introducción resalta su labor en pro del euskera y su proyecto político posibilista, que le enfrentó a la independentista Juventud Vasca de Bilbao, escindida en 1921 con la refundación del PNV (Aberri), precedente ideológico del actual abertzalismo radical. Así pues, las dos caras tradicionales del nacionalismo vasco, la moderada y la radical, existían ya a principios de siglo y pugnaban entre sí por la hegemonía en el seno de este movimiento. Al igual que los citados folletos carlistas, la lectura de los escritos de Eleizalde coadyuva a entender ciertas continuidades históricas vigentes aún en la política vasca de nuestros días.

Perversiones políticas del lenguaje
Autor: Víctor Manuel Arbeloa. Pamplona
Editorial: Biblioteca Nueva
Prologo: profesor Núnez Ladeveze

El libro trata de denunciar el lenguaje de terroristas y nacionalistas fanáticos,
una de las causas principales de la actual oleada independentista, además de la
persistencia del terrorismo.

Política lingüística y sentido común.
Salvador, Gregorio. Istmo. Madrid. 1992

Por la Normalización del Español, El estado de la cuestión, una cuestión de Estado
FADICE Federación de Asociaciones por el Derecho al Idioma Común Español, Libros PM ensayo, ISBN 84-88944-14-4, 1997, 239 páginas, 2.000Pts.

Con un prólogo de Amando de Miguel, se reúnen en este libro-documento los trabajos realizados por las asociaciones integradas en FADICE y otras asociaciones colaboradoras.

1. Introducción. Una cuestión de Estado, Manuel de Guzmán
2. Visión jurídica del problema, Antonio González Bolaño

TESTIMONIOS
3. GALICIA, Asociación Gallega para la Libertad de Idioma,  Eduardo López-Jamar
4. PAIS VASCO, Asociación Veleia, Alava, se omite el nombre por amenazas terroristas
5. Valencia, Asociación Valenciana de Castellano-hablantes, Inmacuada Baños
6. ISLAS BALEARES, MALLORCA, Plataforma Cívica en defensa de la lengua balear y del castellano, Fernando de Oleza y Rossiñol de Zagranada; Secretario de la Academia Balear, Miguel Grau y Roselló.
7. IBIZA, Asociación en defensa del ibicenco y castellano, ADICA,  Juan Francisco Bermejo
8. CATALUÑA, Acción Cultural Miguel de Cervantes,  Antonio Tercero Moreno
9. Asociación por la Lengua Española en la Administración de Justicia,  Purificación Pujol Capilla
10. Coordinadora de Afectados en Defensa de la Lengua Castellana CADECA,  Angela Diest Escot
11. Asociación de Profesores por el Bilingüismo, APB,  Carmen Leal
12. Asociación de Padres por la Enseñanza en Libertad, APEL (Valle de Arán),  Javier Rivas
13. Asociación por la Tolerancia,  Antonio Robles

JURISPRUDENCIA
14. Treinta y cinco fallos judiciales, Helena Gómez
15. La Sentencia. Comunicado oficial del Tribunal Constitucional y los votos particulares
16. Análisis de la sentencia
17. La normalización del catalán como problema constitucional, Tomás Ramón Fernández

DOS CARTAS
18. Dos cartas al Presidente del Gobierno

EPÍLOGO
19. Por una Ley de Normalización del Español, El Presidente de FADICE

APÉNDICE
Tablas comparativas de Estatutos y Leyes de Normalización

Porque tengo hijos
2006, Rosa Díez

¿Qué son las lenguas?
Autor: Enrique Bernárdez
Fecha de publicación: 4/02/00
Editorial: Alianza
Género: Lingüística
Precio: 2500
Número de páginas: 383

Crítica: Aunque el autor prefiere no titular su libro una Introducción a la lingüística, sin duda para evitar ese título harto tradicional y académico, aquí se trata de presentar y explicar las cuestiones básicas del lenguaje y las lenguas, desde una perspectiva general. Comienza por definir qué son, cómo evolucionan y cómo se extienden, se disgregan o se extinguen, cuántas hay y cómo funcionan, su relación con la representación de la realidad, etcétera.

El texto desarrolla los temas fundamentales de la lingüística general y contesta de modo preciso y didáctico a las cuestiones básicas del estudio del lenguaje..., con renovados ejemplos propios y un tono didáctico de singular amenidad. Es admirable la soltura con la que Bernárdez, catedrático de la Universidad Complutense, acierta a dibujar este panorama tan bien informado y actualizado, con un estilo casi coloquial, sin ninguna pedantería ni tecnicismos superfluos. Éste es, por tanto, un libro de ideas muy claras y muy recomendable para una aproximación bien fundada y una reflexión crítica sobre los aspectos esenciales del lenguaje y las lenguas.

Autor Crítica: C. G. G. El País (Babelia)

Sacra Némesis (Nuevas historias de nacionalistas vascos)
Jon Juaristi, 1999, Espasa

MADRID. Trinidad de León-Sotelo ABC 12 Septiembre 1999: Jon Juaristi se acerca al 2000 haciendo doblete. La próxima semana se pone a la venta su nuevo libro, «Sacra Némesis» (Nuevas historias de nacionalistas vascos), continuación de «El bucle meláncolico», un ensayo sobre el nacionalismo desde l968 hasta el Pacto de Estella, mientras que para diciembre o enero editará en Taurus, «El bosque originario», sobre los mitos que dieron origen a Europa.

De momento, los lectores van a conocer «Sacra Némesis» (Espasa), un libro que abarca desde l968, año en el que terminaba «El bucle melancólico», hasta el Pacto de Estella. Dice el autor que ha trabajado sobre ese periodo no para hacer una historia rigurosa, sino un ensayo sobre esa etapa. «No se trata de una reconstrucción minuciosa, sino de una interpretación ensayística», confirma.Juaristi (Bilbao, l95l) hace un recorrido por el nacionalcatolicismo, el nacionalismo revolucionario y el nacionalismo étnico que es , a su entender, el que ahora domina el campo nacionalista vasco.

-¿Pensó escribir este libro cuando terminó el que ahora constituye la primera parte de un todo?

-No, la obra nació durante una visita en el pasado mes de abril a Conor Cruise O'Brien, en Dublín. Ha sido ministro de la República irlandesa y senador y la persona que más se ha opuesto al Acuerdo de Stormont con razones bastante sólidas. Es un gran analista del problema irlandés y para mí todo un maestro. En fin, quise volver sobre el asunto para analizar con rigor desde la base el tema de Estella, que para mí no es un acuerdo......

LA MIRADA PROVOCADORA DE JON JUARISTI
En Sacra Némesis, el autor de El bucle melancólico continúa explorando el proceso de formación de la identidad vasca
ENSAYO. SACRA NÉMESIS. JON JUARISTI
ESPASA CALPE. MADRID, 1999
316 PAGINAS. 2.400 PESETAS
JAVIER PRADERA El País (Babelia) 18 Septiembre 1999

Jon Juaristi reconstruye el pasado y analiza el presente vasco. Con amarga ironía, Juaristi imagina una Euskal Herria convertida en parque temático

El domingo 18 de enero de 1582, el joven bilbaíno Juan de Jáuregui disparó en Amberes por la espalda contra Guillermo el Taciturno, caudillo de la rebelión de los Países Bajos; reducido de inmediato por el Séquito del príncipe de Orange (que sobrevivió al atentado), el magnicida seria rematado en el suelo por los alabarderos de la guardia. Antes de cumplir su misión, Jáuregui se había confesado con un fraile flamenco apellidado Timmerman, que tranquilizó su conciencia con la coartada de que podía matar al odiado conde de Nassau siempre que lo hiciera "por la gloria de Dios y el celo de la Religión católica". El hilo de la investigación condujo hasta el centro mismo de la conjura: un mercader vitoriano instalado en Amberes, Gaspar de Añastro, había organizado el crimen para obtener las recompensas prometidas por Felipe II.

Ese precedente histórico puede tal vez ayudar a los lectores de Sacra Némesis a familiarizarse con algunos componentes de la marea de fanatismo ideológico, religiosidad secularizada y locura homicida que ha bañado en sangre al País Vasco durante los últimos treinta años. Si Jáuregui es el arquetipo del intolerante proclive a matar en nombre de creencias abstractas y Timmerman el modelo de clérigo dispuesto a vender justificaciones morales a los asesinos, Añastro personifica a los negociantes y beneficiarios últimos de la violencia. Con maliciosa socarronería, Juaristi comenta: "A poco que unos muevan el árbol, siempre caerán algunas nueces para los que ponen el saco. División del trabajo se llama esta figura". Y para que el dejà vu freudiano sea completo, entre los papeles encontrados en el cadáver del joven bilbaíno se descubrieron votos a la Virgen de Aránzazu y a la Virgen de Begoña si salvaba la vida después de perpetrar el atentado.

El subtítulo del libro - Nuevas historias de nacionalistas vascos - es algo más que el guiño indicador de su íntima relación con El bucle melancólico (Espasa, 1997), galardonado con el Premio Nacional de Ensayo y con espectaculares ventas. No se trata, sin embargo, de la legitima tentación de explotar con una segunda parte el éxito de la primera entrega de esas historias de nacionalistas; el nuevo libro de Juaristi - escrito con el mismo talento literario, ironía intelectual y eficacia narrativa que su predecesor - se inscribe en un ambicioso proyecto de investigación para estudiar el proceso de formación de la identidad vasca en la perspectiva oblícua de una historia de las ideas dominada por los enfoques filológicos. Aunque la recomendación les resulte inútil a los sectarios que se niegan a lee a Juaristi para conservar la fe nacionalista o mantener la equidistancia, quien desee comprobar la sólida fundamentación erudita de estos dos brillantes ensayos podrá consultar con provecho El linaje de Aitor. La invención de la tradición vasca (Taurus, 1998), Vestigios de Babel. Para una arqueología de los nacionalismos españoles (Siglo XXI, 1992) y El chimbo expiatorio. La invención de la tradición bilbaína (Espasa, 1999).

Por las páginas de Sacra Némesis desfilan personajes ya conocidos o entrevistos en El bucle melancólico, pero también actores nuevos; en el reparto desempeña un importante papel Telesforo Monzón, el acaudalado Jauntxo de Vergara que aprendió euskera pasados los 20 años, fue miembro del Gobierno vasco en el exilio hasta 1952 y se convirtió a finales de los setenta en el símbolo del Frente Nacional apadrinado por Herri Batasuna. Si la dramática figura de Javier Echevarrieta, muerto en junio de 1968 después de haber asesinado a un guardia civil, encarna todas las contradicciones ideológicas, políticas y morales de la ETA primigenia y de la generación de los Escolapios, José Miguel Beñarán, Argala, responsable del comando que hizo saltar por los aires al almirante Carrero en diciembre de 1973 y víctima de una muerte similar cinco años más tarde, personifica, en cambio, a la ETA del posfranquismo que rechazó el Estatuto de Guernika de 1979 y trató de desestabilizar con sus brutales atentados el régimen constitucional.

Juaristi descompone la historia del nacionalismo vasco en de tres etapas sucesivas: el nacionalismo integrista de Sabino Arana, retoño de la intolerancia carlista; el nacionalismo democrático del PNV, alineado con la República durante la guerra civil y coautor del estado de las autonomías tras la muerte de Franco; y el nacionalismo revolucionario de la primera ETA, desarrollado al socaire de la descolonización del Tercer Mundo, la independencia de Argelia, la guerra de Vietnam, el culto a Che Guevara y el renacimiento del marxismo en la Europa de los sesenta.

En vísperas del nuevo milenio, el nacionalismo étnico ha fagocitado a sus tres antepasados para defender la sangrienta ficción de una guerra interminable entre los vascos y el mundo romanizado; el descrédito de las ideologias de izquierda y la eclosión de los nacionalismos identitarios en Europa central tras la caída de los regímenes comunistas fortalece ahora una tendencia ya latente en las tres variantes previas del nacionalismo vasco. Si el nacionalismo integrista de raíces carlistas legitimaba la utilización de la violencia contra el Estado laico y liberal, el nacionalismo étnico justifica hoy el empleo del terrorismo contra el Estado de derecho; a la vez, las concepciones vanguardistas y antiparlamentarias de los nacionalistas revolucionarios desembocan en el absoluto desprecio de los nacionalistas étnicos - discípulos también del fascista vasco-francés Jon Mirande - hacia las instituciones democráticas.

La reconstrucción del pasado y el análisis del presente están en Sacra Némesis al servicio de la prognosis del futuro. Con amarga ironía y provocador derrotismo, Juaristi imagina una Euskal Herria soberana convertida en "un gran parque temático para estudiar, en vivo y en directo, las raíces de la civilización neolítica europea" y gobernada por un sistema político vagamente parecido "a una combinación del franquismo tardío con el Principado de Andorra". Pero esa pesimista y desmovilizadora conclusión no se deriva de los análisis históricos de la obra, ni se halla tampoco forzosamente inscrita en la sociedad vasca contemporánea. Frente a ese país "culturalmente homogéneo, monolingüe y sin conflictos internos" con que sueñan los nacionalistas étnicos, Juaristi apuesta por otro "donde se respete el derecho de cada ciudadano a expresarse en una u otra lengua y se garantice su igualdad ante la ley y las instituciones, donde los conflictos no se solventen con el tiro en la nuca ni con el cóctel molotov sino haciendo política". No faltan dirigentes, militantes y votantes del nacionalismo democrático que suscribirían esas palabras y que hacen suyo ese horizonte de pluralismo y concordia; resulta improbable que la tendencia de nacionalismo étnico hoy dominante dentro del PNV que acaudillan Arzalluz y Egibar (indistinguible en terminos programáticos de las reivindicaciones de Euskal Herritarrok y de sus justificaciones a posteriori del terrorismo) termine imponiéndose a esas voces ranozables y civilizadas Seguramente el orwelliano panorama esbozado para el siglo XXI por Juaristi al final de su espléndido libro, no sea sino una pesadilla evocada precisamente para evitar su materializacion.

Si España cae..... Asalto nacionalista al Estado
Alonso de los Ríos, Cesar. Espasa Calpe, Madrid, 1.994

Sobre el artículo 3 de la Constitución española: la enseñanza "en las demás lenguas de España"
Guaita Martorell, Aurelio. Universidad Autónoma de Madrid. 1987.

Vocabulario democrático 2002 del lenguaje político vasco
Edita: Ciudadanía y Libertad. Entradas: cerca de doscientas. Tirada inicial: 3.000 ejemplares.
En Internet: www.argumentoslibertad.org

VOCES ANCESTRALES: RELIGIÓN Y NACIONALISMO EN IRLANDA
Conor Cruise O’brien; PROLOGO DE JON JUARISTI
TRADUCCIÓN DE MARIA CORNIERO FERNANDEZ. ESPASA CALPE
MADRID, 1999. 290 PÁGINAS. 2.900 PESEFAS

Axiomas de la Tribu Irlandesa: Conor Cruise O’brien analiza el nacionalismo revolucionario irlandés.
VALENTI PUIG El País 26 Junio 1999

Si raramente se logra imbricar la vida privada de las naciones con su crónica pública es fácil que se deba a una propensión muy contraria: acrecentar al máximo la distancia entre la epopeya y lo casi inconfesable, borrar las huellas del tránsito constante entre la grandeza y la ignominia. El nacionalismo sacralizado es uno de tantos motivos que llevan a exacerbar esa dicotomía, con lo que al final las voces suenan huecas en el renglón de los héroes y el silencio de verdad está en los camposantos sin nombres. Puede ser el caso de un puñado de episodios del nacionalismo de la vieja Irlanda, como viene diciendo Conor Cruise O’Brien con una libertad de espíritu que algunos confunden con llevar la contraria. En Voces ancestrales, O’Brien ahonda en su voluntad de trazar una historia laica en el angosto pasaje que dejan nacionalismo y religión cuando pervierten energías humanas al sumar sus fuerzas y al generar la máxima complicidad entre sus versiones más atávicas. Voces ancestrales no abarca hasta el vigente proceso de pacificación de Irlanda del Norte, pero el rastreo de sus orígenes y el análisis del monumental fracaso del nacionalismo cultural irlandés lo compensa con creces.

Siglos y siglos coartan la singularidad del individuo en países como Irlanda, hasta el punto que se consigue olvidar lo que fue causa y lo que fue efecto de fenómenos como la anglofobia, del mismo modo que resulta difícil deslindar los efectos positivos y los negativos en la relación cíclica entre irredentismo nacionalista y fe católica. En este aspecto, O’Brien persiste en su "J’accuse" contra la iglesia católica irlandesa como factor unívoco en la ocupación del espacio público. Otra de sus tesis más persistentes sostiene la legitimidad del unionismo protestante en el Ulster. El atractivo intelectual de O’Brien pronto se hará obvio para quien —como dice Jon Juaristi en su prólogo a Voces ancestrales— busque la crítica sin paliativos del imperialismo y la critica correlativa de los nacionalismos revolucionarios como formas simétricas de abuso de poder.

En el caso irlandés, cualquier momento histórico puede servir como percha de una épica irresuelta y a veces falseada: úsese, por ejemplo, el siglo XVII, cuando la proscripción de los católicos forja una nación católica irlandesa. Desde entonces, la jerarquía eclesiástica y los líderes nacionalistas no siempre andarán a la par, aunque incluso en el instante de máxima influencia de la Revolución francesa pueda ocurrir —como sugiere O'Brien— que el nuevo nacionalismo revolucionario emocionalmente no deja de ser una continuación del antiguo nacionalismo religioso de la Contrarreforma. Entre el nacionalismo católico-milenarista y el nacionalismo sin religión, la Iglesia y la República ideal resultan irreconciliables: la Iglesia condena rebeliones y se resguarda en el pactismo, mientras que los nacionalistas radicales pretenden poner una cuña entre el pueblo y el clero dominante. A la larga, lo decisivo será construir un gran enemigo común como es "lo inglés", a partir del supuesto de que —como dice O’Brien— basta con hacer caso omiso de las atrocidades cometidas por el propio bando y ocuparse con gran minuciosidad de las cometidas por el enemigo. Por desgracia, ésa es una proclividad meridianamente universal.

De O’Connell al parnellismo, el nacionalismo constitucional adquiere el entendimiento de la jerarquía católica.

Como subraya O’Brien, el cargo protocolario de presidente ha sido ocupado por musulmanes en la India y por católicos en Irlanda. Siendo Parnell protestante, su divorcio agrava la crisis hasta que con el poeta Yeats —también protestante— aparece el nacionalismo cultural al tiempo que la idea de una "Irlanda irlandesa" es sustentada por el catolicismo, en busca de la asimilación estricta de los protestantes. La necesidad de "desanglificar Irlanda" topa con la imposibilidad de revitalizar la lengua irlandesa. Primera lengua oficial del país según la Constitución, la lengua irlandesa carece de uso tangible. Es el nacionalismo cultural —dice O’Brien— más extraño que nunca haya existido. Reaparece el nacionalismo territorial, radicalizado. Catolicismo y nacionalismo convergen de nuevo cuando se produzca la partición de los condados del norte, donde los protestantes han pretendido resistirse a la asimilación.

En plena Primera Guerra Mundial, las ejecuciones sumarias tras la revuelta de Pascua de 1916 reavivan la violencia de la mística nacionalista. Esa revuelta no tenia ningún futuro ni el respaldo de la Iglesia católica, pero su represión incentiva el simbolismo de la nación crucificada y el culto a los nuevos héroes. Todo se acelera: llegan el Tratado Angloirlandés y la guerra civil. La Iglesia excomulga a los líderes que se oponen al tratado. Entre los distintos rostros del IRA, catolicismo y nacionalismo contribuyen a la fundación de la rama provisional, uno de los episodios más turbios de la historia irlandesa reciente. Voces ancestrales llega hasta 1995:

O’Brien sostenía que la guerra civil en el norte podía ser inminente. Era el eco de las voces atávicas, tal vez menguadas en su poder de persuasión por los cambios sociales en el sur y en el norte, la pertenencia a la Unión Europea, la hipótesis de nuevos consensos, la pérdida de influencia de la jerarquía católica y los nuevos horizontes del Ulster. Como sabe Conor Cruise O’Brien, aun así no siempre se puede razonar frente a los axiomas atesorados por la tribu.

 

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