Recortes de Prensa  Domingo 30 Octubre 2022

Rusia suspende el acuerdo de exportación de cereales desde los puertos ucranianos

El Confidencial. 30 Octubre 2022


El Ministerio de Defensa ruso ha anunciado la suspensión del acuerdo para la exportación de cereales ucranianos a través de los puertos del mar Negro en represalia por el "ataque terrorista" de este sábado contra barcos de la Flota del Mar Negro con base en el puerto de Sebastopol, unas explosiones que no han dejado víctimas mortales.


Desde Kiev no reconocen la autoría de este ataque. Una fuente del Ministerio del Interior ucraniano ha afirmado que las explosiones registradas en la bahía de Sebastopol se deben a una negligencia rusa.


Por otro lado, el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, ha recalcado, en el marco de la falta de servicios sanitarios, que unos cuatro millones de ucranianos se enfrentan a restricciones energéticas en zonas como la capital, Kiev, así como en Yitomir, Poltava, Rivne, Járkov, Cherkasi, Sumy o Chernígov.


Las claves del momento:

Rusia acusa a Kiev de intentar lanzar un ataque con drones en Sebastopol

Kuleba pide a ministro de Exteriores iraní el cese del envío de armas a Rusia

EEUU anuncia un nuevo paquete de ayuda militar a Ucrania por 275 millones de dólares

Arde un hotel en este de Alemania que iba a albergar a refugiados ucranianos

Moscú ha aumentado sus unidades cerca de Jersón con reservistas


Hace 8 minutos 08:18

La ONU trata con Moscú la suspensión del acuerdo de exportación de grano

La ONU dice que está en tratos con las autoridades rusas después de que Moscú anunciara la suspensión del acuerdo de exportación de grano ucraniano a través del mar Negro, y pidió contención para preservar la iniciativa.


"Hemos visto las informaciones sobre la Federación Rusa respecto a la suspensión de su participación" en el acuerdo y "estamos en contacto con las autoridades rusas sobre este asunto", dijo en una breve nota de reacción el portavoz de la organización, Stéphane Dujarric.


"Es vital que todas las partes se abstengan de cualquier acción que pueda poner en peligro" el acuerdo, agregó Dujarric, que señaló que es un "esfuerzo humanitario que claramente está teniendo un impacto positivo en el acceso a la comida de millones de personas en el mundo".


Una soga al cuello del BCE

Fernando Primo de Rivera. el confidencial. 30 Octubre 2022

El panorama europeo está mucho más agitado de lo que ya cabe pensar con la guerra, la crisis energética, y la inflación que se come el poder adquisitivo. Entre bastidores está en la picota un modelo de gobernanza devenido técnicamente insostenible por los entresijos de la arquitectura euro, y un tira y afloja entre países.

Coincidieron esta semana un par de eventos más ligados de lo que el típico boato institucional europeo sugiere. Reunión del BCE con subidas de tipos del 0.75%, y esperanza de que las caídas recientes en el precio de la energía redunden en menor inflación y menores subidas a futuro, aun con la subyacente a casi el 5%. Por supuesto, llegan tarde con objeto de no matar la recuperación, asistir presupuestos públicos y deflactar la deuda, como en EEUU.


Sobre el mecanismo anti-fragmentación (TPI) y operaciones de balance: un paseo de puntillas. Del otro lado, del lado de la política: reunión bilateral a puerta cerrada entre Macron y Scholz, para dirimir "desencuentros" de los últimos meses. Alemania corre "el riesgo de aislarse", llegó a remarcar recientemente el francés. La observación no es liviana en estos tiempos de agitación, con una crisis energética cuyo epicentro es precisamente el error estratégico con base en el país teutón. Y no solo hace referencia al plan fiscal unilateral para lidiar con los efectos de la crisis.


El umbral entre la intervención del BCE y la financiación de gobiernos, que fue opaco sin inflación, ahora es más bien flagrante Leer entre líneas ambos eventos sugiere que las tensiones subyacentes son fuertes y afectan al corazón del proyecto de integración y modelo de gobernanza: que si inter-gubernamental, o que si un poco más federal. Un cruce de caminos que en esta época de bloques trasciende ya con mucho el guion de cigarras y hormigas propio de la última década. Al fin y al cabo, la lucha velada entre modelos de gobernabilidad está condicionada por la abducción de bancos centrales por parte de gobiernos, un modelito propio de toda una época, cierto, pero que en Europa puede ser letal.

Todavía reverbera el impacto mediático y político de la caída del gobierno en GB con aquel presupuesto de delirio de la Sra. Truss que le costó el puesto. Los "mercados" —no esos señores de puro, sino todo el ahorro institucional diseminado por el mundo— castigaron la afrenta a un mínimo de integridad fiscal con desplomes de la deuda, la libra y la bolsa.


Recursos agotados

Lo que quiso hacer GB, financiar déficits fiscales sin penalización alguna, es algo que a fecha de hoy solo puede hacer EEUU. De hecho, es lo que ha venido haciendo sin recato la última década financiando y monetizando déficits con impresión de dinero por parte de la FED (2008-2020) cuando alargaron la intervención inicial necesaria, 10 años.


Tanto se ha consumido el modelo que se han agotado los recursos de política económica, monetaria, balances de bancos centrales hinchados con compra de deuda pública, y fiscal, deudas soberanas en máximos históricos, y ahora pintan muy duras. Marca distintiva de toda una época que comentábamos aquí ("Paroxismo monetario"). Como se sabe, ese modelito se replicó aquí, tarde y a regañadientes, desde el 2015, pero con mucha menos reflexión de la debida.


El umbral entre la intervención del BCE y la financiación de gobiernos, que fue opaco sin inflación, ahora es más bien flagrante. Cabría preguntarse si, tras los ajustes de aquellos primeros años de la crisis euro (2010-2014), quizás no fue tan buena idea —una idea óptima— anquilosar la competencia interna y embadurnarla de "riesgo moral", sin proyectar de salida una solución común, un eurobono. Este gozaría ahora de virtudes proteicas y permitiría precisamente competir con EEUU y su dólar, que ha marcado un paradigma de política económica no precisamente virtuoso, el privilegio del monopolio de facto.


Competir en esa liga exige precisamente un euro soberano, es decir, un activo libre de riesgo y un Tesoro Europeo. Un mero acuerdo monetario con fines comerciales es quedarse en segunda. Lo que a GB le pasó por el lado fiscal, Europa puede sufrirlo por el lado monetario de activarse el mecanismo Si hubo cambios constitucionales en toda Europa para albergar aquel Pacto de Estabilidad y Crecimiento (marzo 2010), la disciplina irrescindible, y se cumplieron ajustes dolorosamente, de puertas adentro, bien pudiera haber aparecido un formato complementario de convergencia y disciplina, con esa línea de defensa que también lo es de competencia.


La pregunta hoy es oportuna en cuanto que la sostenibilidad de la arquitectura euro se apalanca en su totalidad en el empleo del BCE. Fue lo que cuajó desde el 2015-16, con Merkel en 4ª legislatura sobrada de lisonja, o por estos lares, un Sánchez, prodigio de reformas y concertación política a favor de la integridad del Estado y su eficiencia económica, desde que entró. Todo el mundo al calorcito del BCE se desentendió de la insostenibilidad de una solución necesariamente interina. La falta de previsión política para los escenarios, que ahora corren libres, es manifiesta.


Esos pecadillos europeos del último lustro pasan factura ahora con la inflación galopante, unos bancos centrales necesariamente de salida, y la arquitectura euro en riesgo perenne de fragmentación —a cargo del BCE, claro—. Así, el famoso instrumento anti fragmentación para proteger la "transmisión de la política monetaria" (TPI) es otro apaño temporal para ganar tiempo, pero muy peligroso.


Lo que a GB le pasó por el lado fiscal, Europa puede sufrirlo por el lado monetario de activarse el mecanismo. Se corre el riesgo de desvirtuar definitivamente la credibilidad de la única institución propiamente federal con la que contamos Los tiempos de nula o escasa inflación característicos de toda una época pasaron a mejor vida. Desenhebrar el solapamiento de políticas económicas y fiscales, lo que viene reclamando aquel Tribunal Constitucional Alemán, silenciado oportunamente por razones políticas, es una condición obligada para recuperar la integridad monetaria y fiscal.


Con idas y venidas, el Banco de Inglaterra "estabilizando" mercados va a ser característico de la nueva. Activar el TPI, que el BCE tenga que ponerse delante del mercado para evitar la escalada de costes financieros periféricos, más de lo que ya está haciendo con la reinversión de las amortizaciones de los programas anteriores (PEPP y APP), tiene otro rango cualitativo. Se corre el riesgo de desvirtuar definitivamente la credibilidad de la única institución propiamente federal con la que contamos. ¿Dónde estaría el límite? ¿Hacer del BCE un "banco malo" con todos los activos de la periferia en balance? ¿A dónde se iría el euro? En esta diatriba entre hipotecar la integridad del BCE o avanzar en alternativas estratégicas distintas, la disciplina inherente al eurobono, bien pudiera el garante con más credibilidad en el mercado, el Bundesbank, marcar líneas rojas al estamento político. Tendría al TCA de su lado. Es su esencia lo que está juego. Cortar la correa que el BCE tiene colgando del cuello de la mano inter gubernamental y descargar la institución de una "soberanía fiscal" que ni le compete ni le conviene.


Ya dijo su presidente, Nagel, que discriminar entre movimientos fundamentales de mercado y dislocados era imposible. Quizás estas tensiones sean reconducibles a algún instrumento común 'ad hoc' para el tema energético y de defensa Por el lado político, a pesar de la crisis energética de epicentro alemán, la inflación rampante y presiones estructurales de subida en tipos de interés, las noticias no son especialmente alentadoras. Tras las proclamas de Draghi, Macron y Von der Leyen, al Parlamento Europeo, con motivo del día de Europa, 9 de mayo, a favor de "reformas valientes en los Tratados" y la creación de una "capacidad fiscal permanente", Alemania se ha enrocado. "El riesgo de ir por su cuenta", que dijo Macron, y de ahí la reunión bilateral de esta semana. Los instintos nacionalistas han vuelto a aflorar, como pasó inicialmente con el covid, al desmarcarse Alemania con un plan de ayudas fiscales que rompen con cualquier comparación europea, llegando a un montante del 7% del PIB (Bruegel). O cargar su presupuesto militar de reciente creación con material americano, evitando el europeo. O seguir expandiendo al este la UE sin profundizar. La negativa francesa al Midcat que conecte España con Alemania por gaseoducto, se explica en este contexto. Tú te enrocas, yo también.


Quizás estas tensiones sean reconducibles a algún instrumento común ad hoc para el tema energético y de defensa, que si lleva en el aire desde marzo. Pero lo que no se acaba de asumir por las "hormigas" es el efecto catártico automático que la voluntad expresa y pública de explorar esa capacidad fiscal permanente, tendría para cortar de raíz la deriva subyacente en mercados a la "fragmentación" y, de paso, la hipoteca que la procrastinación de determinados gobiernos tiene sobre el BCE. Demasiado coste "político". La clave para los mercados es el mensaje constituyente que esa "capacidad fiscal permanente" pone encima de la mesa Los frugales argumentan que el fondo Next Generation sigue sin ejecutar "cientos de miles millones". Cierto, pero la clave para los mercados es el mensaje constituyente que esa "capacidad fiscal permanente" pone encima de la mesa. No tendría que estar ni articulada ni dotada, eso sería labor de nuevos Tratados y mucha labor política. Simplemente, necesita expresión pública como intención por las partes y en especial Alemania. Como dijo también Macron recientemente: "No hay necesidad de joint-liability todavía". En esta coyuntura de globalización por bloques hay ya muchísimo más "riesgo moral" en abortar la única opción estratégica a la abducción indefinida del banco central, el eurobono, que la predicada en el agotamiento del modelo de gobernanza intergubernamental y disciplina fiscal exclusivamente por país (PEC), y un BCE atado del cuello. O sea, en esta nueva época va ya mucho más en poder competir con el dólar en primera que, en competir internamente —que también—. Una cosa no quita la otra.


Las bombas de relojería que laten tras los fondos de pensiones

JUAN T. DELGADO. vozpopuli. 30 Octubre 2022


Las costuras del mercado de deuda han reventado en Reino Unido, a la vuelta de la esquina de la Eurozona. La crisis política que acabó con el mandato fugaz de Liz Truss ha tapado una realidad que inquieta a brókers y analistas. Lo ocurrido en octubre es conocido: el Banco de Inglaterra ha estado interviniendo para evitar que el desplome de los bonos británicos se llevara por delante a algunos fondos de pensiones.


Apagado el incendio, la institución que gobierna Andrew Bailey ha dado un paso al lado. Y quien prendió la llama, en apariencia, en el mercado de deuda (la entonces primera ministra) ya no vive en el número 10 de Downing Street. La vuelta -relativa- a la calma en Reino Unido, sin embargo, no ha bastado para apaciguar los ánimos entre quienes mueven el dinero en los parqués. Al contrario, el episodio británico ha servido para evidenciar un hecho: hay más de una bomba de relojería latente bajo el mercado de deuda europeo y, por extensión, en los fondos de pensiones.


Lo difícil ahora es determinar el tamaño de la amenaza e identificar qué países se verían afectados por la onda expansiva, si se repite una nueva explosión como la de Reino Unido. El detonante de esta última fueron los Presupuestos descabellados que presentó Liz Truss. La ex premier británica anunció una bajada contundente de impuestos y un aumento no menos consistente del gasto público, sin aclarar cómo pretendía financiar los 200.000 millones de deuda generada a futuro. La falta de credibilidad de la política conservadora dinamitó la confianza de los inversores, que comenzaron a huir de la deuda soberana británica. El fuego ya estaba prendido.


La venta masiva de bonos, contra todo pronóstico, impactó de lleno en el sistema de pensiones, dejando al aire todas sus debilidades. Y algunas tropelías que los gestores de fondos han cometido en los últimos años, al calor de los bajos tipos de interés y de la intervención constante de los bancos centrales para mantener a raya las primas de riesgo.


Buena parte de las pensiones de los jubilados británicos depende de planes privados. Las gestionan fondos de inversión que manejan, según algunos cálculos, activos superiores a los dos billones de euros. Durante la era del dinero barato, los gestores colocaron el dinero, mayoritariamente, en deuda soberana de Reino Unido. Con los tipos tan bajos y las dificultades consiguientes para obtener rentabilidad, hicieron uso de un complejo producto denominado LDI (Liability Driven Investing). Se trata de una especie de seguro para protegerse del descenso de los bonos y buscar rentabilidad, paralelamente, en inversiones con más riesgo.


Los fondos de pensiones británicos contrataron LDI de forma generalizada, aportando como garantía los propios bonos soberanos. El problema surgió cuando ocurrió lo inesperado: la desconfianza en los planes de Truss hundió la libra y la deuda. La caída en picado del valor de los bonos activó lo que en los brókers denominan ‘margin call’. Los dueños de los LDI exigían un precio más alto por esos seguros y los fondos de pensiones comenzaron a vender deuda para obtener liquidez. Una huida hacia delante que contribuyó a depreciar, más aún, los bonos.


El final de la crisis también es conocido: el Banco de Inglaterra desembarcó en el mercado y compró deuda soberana para evitar la bancarrota de algunos fondos, de los que dependen directamente las pensiones de millones de jubilados. El tsunami se cobró poco después la cabeza de Truss.


Lo que se preguntan ahora los analistas es si lo ocurrido en Reino Unido puede tener réplicas en otros rincones de Europa. Algunos coinciden en que el primer país en el punto de mira es Holanda. Los fondos de pensiones que operan en el país también han usado esquemas de LDI similares a los de sus rivales británicos. Daniel Lacalle, economista jefe de Tressis, va más allá y pone el foco en el gran problema de fondo, extensivo a toda la Eurozona: la inundación de bonos a tipo ínfimo o negativo que han vivido los mercados en los últimos años. "Para ganar rentabilidad, se ha aumentado masivamente el apalancamiento de la deuda sobre renta variable o sobre bonos de mayor riesgo. Los problemas pueden llegar por el agujero patrimonial que se ha creado", afirma.


Japón es otro gran ejemplo de los desequilibrios que ha provocado la intervención masiva de los bancos centrales. El Gobierno de Fumio Kishida lleva varias semanas acaparando deuda, en un intento desesperado de mantener artificialmente bajos los tipos de interés (-0,1%), con un gasto público desmedido y unos impuestos al alza.


Lacalle, en un reciente análisis, citaba un informe de HSBC que describe bien el escenario. “Un nuevo sistema financiero se enfrenta a su primer gran desafío. En el camino, prepárese para muchas más 'margin calls'”. La mera mención de este término retrotrae a la crisis fatídica de Lehman Brothers. El economista precisa, en este sentido, que los mercados se enfrentan hoy a muchos pequeños focos de riesgo, pero no a un gran incendio, como el que hundió al banco de inversión neoyorquino.


Fondos de pensiones 'infectados'

Esos agujeros patrimoniales están ocultos en los balances de los fondos, incluidos los de pensiones. Hablamos de los fondos que operan en cualquier país de la Eurozona, incluido España. El enigma es detectar cuáles de ellos están 'infectados', cuáles tienen riesgo potencial de sufrir como han sufrido los británicos, en el caso de que los mercados de deuda vuelvan a temblar.


Esos mercados están tan inundados de bonos con escasa rentabilidad como los balances de los bancos centrales, con el BCE a la cabeza. En los últimos años, la institución que preside Christine Lagarde ha acaparado cantidades ingentes de deuda para ayudar a las economías más expuestas (como la española). El programa de compra más veterano es el Public Sector Purchase Programme (PSPP), constituido en 2015 para afianzar la recuperación tras la crisis financiera de 2008 y que permitía adquirir tanto deuda pública como privada. El más reciente es el Programa de Compras de Emergencia frente a la Pandemia (PEPP, según sus siglas en inglés), estrenado en marzo de 2020, al inicio de la pandemia.


Ambos están ya inactivos. Sin embargo, el BCE se ha reservado la posibilidad de seguir reinvirtiendo el importe de los bonos que han ido venciendo. Ello implica que el banco central sigue influyendo en el mercado. Según los últimos datos oficiales, entre agosto y septiembre, el BCE usó el PEPP para comprar deuda alemana por valor de casi 3.000 millones y francesa por otros 1.970 millones. Redujo en 200 millones su cartera de bonos españoles, tras engordarla en casi 6.000 millones entre junio y julio. Sólo con este programa, el banco central ha comprado un total de 1,6 billones de deuda soberana europea, de los que 196.176 corresponden a España. Esa cantidad asciende a 2,7 billones en el caso del PSPP, con 318.672 millones destinados a títulos españoles.


El gran reto del BCE es ahora devolver la normalidad a un mercado que lleva demasiado tiempo regido por reglas 'anormales'. Es ese cambio de paradigma el que ha sembrado el terreno para el exceso de riesgo o las distorsiones, como las que han aflorado en Reino Unido. O las que laten en otros focos de la Eurozona como bombas de relojería.


Que sea verdad

JAVIER SOMALO. libertad digital. 30 Octubre 2022

Inexplicablemente, todavía hay quien se resiste a admitir que el golpe de Estado del 1 de octubre de 2017 no fue sólo cosa de los separatistas catalanes, igual que el del 23 de febrero de 1981 no fue exclusivo de los espadones. Los hay incluso que no quieren ver, y esto es lo verdaderamente peligroso, que el golpe de octubre sigue en curso, a punto de legalizarse para convertirse en Régimen.


En realidad pretenden un "de la ley a la ley", chapucero, traidor y sedicioso, para cambiar a un régimen peor, al suyo, una involución en nuestra cara. Y no es una amenaza vaga porque, lamentablemente, el monstruo puede llevarlo a cabo juntando votos.


Lo que sabíamos a principios de semana era que, según el principal partido de la oposición, la sedición y la elección partidista de jueces son problemas distintos que podían resolverse en tiempos diferentes. Cada cosa tiene su momento, dijeron. O sea que si el tipo que te vende un coche además ha secuestrado a tu madre hay que ir por partes, sin mezclar: primero se discute el precio del coche y luego ya vamos a lo serio. Incluso al revés: resolvemos el secuestro, si se pudiera, y después entramos en la compraventa, pero siempre separando conceptos para no perder la objetividad política, arte inédito que algunos se empeñan en practicar. ¿No anula por completo una cosa a todas las demás? Parece evidente.


Así las cosas, la izquierda tomó asiento para disfrutar del circo romano en el que tienden a inmolarse los líderes del PP. Y de pronto, una frase, o algo asimilable, de la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, hizo roncar las oxidadas y afónicas alarmas de Génova 13. Aquí lo extraño es que la crónica era otra: que el PP negociaba jueces a sabiendas del enjuague de la sedición, lo de la madre y el coche. ¿Qué ha sucedido y cómo puede afectar al curso de los acontecimientos?


Pues todo parece apuntar a que alguien preguntó algo así como "¿y qué dice la gente de todo esto?" y la respuesta fue terrorífica, apocalíptica. Por encuestas, por trackings, por proyecciones o por peteneras, el caso es que empezaban a flotar por los pasillos los muy ingrávidos fantasmas de Casado y Teodoro, así como por Halloween. Y ni truco ni trato, que estamos a las puertas electorales. Ojo con los adornos a las crónicas, pero parece que Isabel Díaz Ayuso y Juanma Moreno, los que, junto al propio Feijóo eran referentes frente al casadismo siempre decadente y perdedor, habrían hecho un resumen de daños tan realista como certero y oportuno. Sea como fuera, y siempre de momento, aleluya. No hay tiempo para mucho más.


Nada es negociable con Sánchez

El Gobierno Sánchez pretende que el regateo sea un argumento público válido: si apruebas mis presupuestos —que es como una moción de confianza— te concedo reformar la ley para que el delito que ha cometido tu partido —el Supremo no quiso ver rebelión, que lo fue— sea todavía menos delito y lo puedas cometer de nuevo sin problema. En definitiva, el Gobierno pacta allanar el camino del crimen para que su socio, y él mismo, lo transiten con el mínimo riesgo. ¿Sedición? Desde luego, sin cárcel. De la rebelión se pasa, por fin, a la "ensoñación" misma. Y de nuevo una morcilla de un togado, esta vez la de Luciano Varela, sirve de argumento para acallar al PP pese al flagrante delito.


Ante esto es imposible negociar. De hecho, esto es lo que de veras merece una moción de censura, una denuncia o lo que sea. Pero, a falta de aritmética, lo único válido es alejarse públicamente del Mal y proteger la situación hasta las próximas elecciones. Hay tres ideas fáciles de explicar:


Primero, el PP no tiene la culpa de bloqueo alguno por mucho que la última renovación del CGPJ fuera la que, en el perverso esquema socialista, le "correspondía" por haber estado en el Gobierno. Más tiempo llevamos todos los españoles sin división de Poderes —sin democracia plena, por tanto— por culpa del PSOE aunque en Ferraz hayan tirado a Alfonso Guerra por el balcón del Palace para celebrar la cuarentena de su estreno. Así que ni "este PSOE", el que se carga a Guerra, ni el de Guerra, que se cargó a Montesquieu sirven para negociar. ¿Otro vendrá? Pues ya se verá.


Segundo, el bloqueo actual, de hecho, lejos de ser malo es necesario para que cambie el sistema como debe. Es como un reposo por prescripción facultativa institucional: no incumple la ley, sino que la preserva, el que trata de ajustarse de veras a la Constitución.


Y, por último, no hay formas intermedias de despolitizar la Justicia. Los periodos de carencia para los jueces que se asoman a la política sirven de poco cuando desde la propia judicatura hacen política. Pactar como norma la cuelga de togas es sólo eso, un ropaje.


Y Anthony en Senegal…

Cuando se montó el lío, "Antonio" Sánchez había derrapado unos 6.000 kilómetros con el presidente senegalés de Kenia, o algo así, porque su calculado menosprecio al PP en el debate de la Ley de Presupuestos era lo más importante de la irrespetuosa agenda africana marital. Eso y un poco de turismo típico del endiosamiento monclovita, que empuja a los presidentes a interesarse por la política internacional, es decir, a viajar fuera de España, pasar revista a tropas extranjeras y tocarse mucho el corazón, eso sí, olvidando algún pañuelo que se pueda ir a recoger después... con alguna inversión. En fin, la jubilación…


Sánchez se hizo un Trillo —¡Viva Honduras! — con menos gracia porque sólo estaba concentrado en no estar en el Congreso y en que el acento inglés quedara chulo, como todo en él. Pero en ausencia de patrón, la Chiqui Montero se salió a borbotones y, después dé más vueltas que su jefe entre Kenia y Senegal, alcanzó a decir algo así al diputado de ERC:


"(…) yo le quiero volver a reiterar las palabras del presidente Sánchez hace escasamente unos días de que, efectivamente, tenemos que trabajar en la modificación de determinadas figuras penales que a criterio de este Gobierno se contemplan de una forma que el Código Penal… que no son comparables con otras figuras penales similares que pueden existir en el ordenamiento jurídico europeo".


Reiteradamente se excusó la ministra en que la morcilla expuesta "no es objeto de este debate", pero claro, era la moneda de cambio y los de ERC querían oírla tintinear en público.


'Montero, chiqui, a ver si lo arreglas', diría Bolaños o el propio Anthony desde… ¿Tanzania? Y la ministra tiró de espontaneidad parlamentaria, por encuadrar lo suyo en un género, para pegar los añicos del jarrón:


"En el fragor de este debate de Presupuestos uno no siempre termina de completar la frase y lo que he querido decir es que hay un compromiso firme, pero cuando tengamos la mayoría para completarlo, cosa que hoy no ocurre".


Lejos de rectificar, lo convirtió en "compromiso" y encima confesó debilidad y desconocimiento. En resumen, lo harán si no encuentran oposición firme. Y sí, con "fragor".


El objetivo es evidente: que el golpe de Estado que mantiene a Sánchez en el poder no sea delito y, de paso, se allane el camino para próximas aventuras que serán necesarias. Y si fuera menester, porque el PP despertara del todo, se estudiará el "delito de oposición" como punto primero de un nuevo código sobre la deslealtad institucional. Si se cambia de régimen no hay límites para la imaginación y si no véase la Memoria Democrática que ya tipifica los delitos de pensamiento, palabra, obra u omisión, pecados mortales sólo de la derecha.


La reacción del PP expresada el jueves por la tarde es el primer gesto —si de veras lo creyera el PP— de la actitud política que podría llevar a Feijóo a la Moncloa. Se suspende la negociación…


"…a la espera de que el PSOE decida si en el ámbito institucional quiere avanzar con un partido constitucionalista como el Partido Popular o quiere seguir de la mano de partidos que buscan debilitar el Estado de derecho y romper la unidad constitucional".


No es necesario dar oportunidades ni esperar porque está en la naturaleza de Pedro Sánchez mentir para salvar su proyecto personal, siempre excluyente como en 1931. El engaño lo detecta bien el PP, lo que no quita que pueda caer de nuevo en él:


"Es una incongruencia insalvable pactar el reforzamiento del Estado de derecho al mismo tiempo que se pacta con otros partidos desprotegerlo. Reformar la ley para mejorar la independencia judicial no es compatible con reformar la ley para decirle a los jueces que han de ser condescendientes con aquellos que se levanten contra la unidad de España".


Hay que agradecer a María Jesús Montero que despertara al PP con el estruendo. Pero el PP no debió echarse a dormir con su peor enemigo, que el refranero es sabio. Ahora el peligro es que se crea las presuntas rectificaciones, que perdone, que quede "a la espera", que vuelva al redil en aras de una lealtad institucional que jamás será correspondida y que, por otra parte, no merece un gobierno que se apoya en un golpe, en una banda terrorista y en el comunismo, las peores coordenadas posibles.


En la izquierda mediática —Escolar, Barceló y otros filósofos— pintan a un Feijóo que no sabe hablar, que se equivoca con las citas o que hasta ignora dónde nació Rosalía de Castro —el que no lo sabe es el que se lo criticó— siendo gallego. Es el primer síntoma del acierto. Pero también de que inventarán todo lo que esté en su mano para desprestigiar al que se acerque demasiado a la posibilidad de gobernar sin ser de izquierdas.


Ya hemos sufrido los errores. Comenzó Alberto Ruiz Gallardón presumiendo de ser ariete de la despolitización que terminaría con "el obsceno espectáculo" y acabó siendo él quien estaba tras el telón, vestido de juez. Casado y Teodoro lo hicieron a la inversa: primero sucumbieron al lado oscuro, luego fingieron arrepentimiento y acabaron negociando en el patio trasero, como menudeando con los mayores.


Se han rodado todas las escenas. Que sea esta, sin variantes, la definitiva, la que lleve a reformar la Ley Orgánica del Poder Judicial para que, de una santa vez, esto sea una democracia. No es mal arranque de campaña.


La hora de la verdad en Brasil

EDITORIAL. Gaceta. 30 Octubre 2022

Más de 150 millones de brasileños están llamados este domingo a las urnas para elegir en segunda vuelta al presidente para los próximos cuatro años, que será Jair Bolsonaro o Lula da Silva. El pueblo brasileño tiene así la oportunidad de elegir entre un modelo de libertad, de seguridad y de crecimiento económico, que protege la vida, la familia y los valores conservadores, o el regreso al pasado corrupto y al criminal Socialismo de Siglo XXI, que es el comunismo de siempre.


Tras los trágicos éxitos del Foro de Sao Paulo y del Grupo de Puebla en países como Colombia y Chile, Perú y Honduras, Jair Bolsonaro es el último gran dique de contención en la Iberosfera de ese socialismo que todo lo corrompe y uno de los puntales de la reacción a ambos lados del Atlántico en defensa de la libertad, la justicia y la verdad frente a ese proyecto totalitario izquierdista que desmantela instituciones y destruye democracias.


El pueblo brasileño tiene motivos para, como en 2018, confiar en Bolsonaro: su Gobierno, atacado y perseguido de manera sistemática por los grandes medios, ha combatido la corrupción, ha restaurado la seguridad y ha impulsado reformas económicas de calado que han llevado al país a contar, por ejemplo, con el mayor número de trabajadores de su historia y con una baja inflación en un contexto de pandemia y de guerra. Brasil ha dejado de ser en estos cuatro años la eterna promesa del continente y avanza con paso firme por el camino de la prosperidad y la probidad.


La alternativa a él es Lula, un corrupto con pruebas sólidas y sentencias firmes al que un juez de su confianza anuló las condenas por un tecnicismo. El amigo de Nicolás Maduro y de Daniel Ortega. Se dice que nadie escarmienta en socialismo ajeno, pero los brasileños lo sufrieron en carne propia no hace tanto. Ojalá hoy, en la hora de la verdad, tengan memoria y le digan alto y claro que nunca más.


Barbarie miliciana: desvelan la verdad de la matanza masiva de diputados en la Guerra Civil

El académico Octavio Ruiz-Manjón contabiliza, contextualiza y desgrana los 179 asesinatos de parlamentarios desde julio de 1936

Manuel P. Villatoro. ABC. 30 Octubre 2022


Se palpaban el frío y la desesperanza. El 1 de febrero de 1939, bajo una sinfonía de bombas, 62 diputados reunidos en las cuadras del Castillo de San Fernando de Figueres celebraron la última sesión de las Cortes republicanas. Eran pocos; muy pocos. Apenas un 13% de los 473 que formaron el Congreso tras las elecciones de 1936. El resto, tanto de izquierdas como de derechas –que también los hubo, aunque el revisionismo se empeñe en obviarlos–, se habían visto obligados a exiliarse o, como explica el catedrático de Historia Contemporánea y académico de la RAH Octavio Ruiz-Manjón, habían sido asesinados, víctimas de la represión.


Ruiz-Manjón conversa con ABC en un día señalado: aquel en el que presenta 'Los diputados de la Segunda República' en el Congreso. Habla calmado, no se atisba un ápice de nerviosismo; más bien transmite la serenidad del soldado que paladea las mieles del deber cumplido. No es que sea novato en esto. Las primeras luces de su investigación se divisaron hace ya dos años. Y ahora, al fin, puede presumir de haber contabilizado, analizado y contextualizado las muertes de sus señorías. La mayoría, violentas y estremecedoras. «Desde que comenzó la Guerra Civil fueron asesinados 179 diputados. Durante el conflicto murieron 71 de izquierdas y 75 de derechas; el resto, 33, después», confirma desde el otro lado del teléfono.


Barbarie previa

Comedido y ecuánime son los adjetivos que mejor definen a Ruiz-Manjón. Cada palabra es el resultado de meses en los archivos, huérfanos de expertos en un mundo que tiende al refrito histórico. Su conclusión no pretende beneficiar a 'hunos' o a 'hotros', es la que es: «Mi reflexión final es que se desató una violencia desmesurada contra los parlamentarios de ambos bandos». Aunque, antes de zambullirse de lleno en la tesis central, prefiere empezar por el principio, como buen cronista. «También he analizado lo que les pasó, a partir del 18 de julio de 1936, a los 1.007 diputados que habían sido elegidos en las elecciones del 31, del 33 y del 36», añade.


En esa lista inicial incluye a José Calvo Sotelo, el miembro de Renovación Española cuyo homicidio el 13 de julio de 1936 motivó el estallido de la Guerra Civil. «¿No debería ser el número 180?», preguntamos. «No. Es una cuestión meramente cronológica. Por muy importante que fuera para el devenir del conflicto, fue asesinado cinco días antes de que este empezara», insiste. Aunque no niega que fue «la primera gran víctima de los diputados de la época»; unos políticos que habían despertado a la par odios y pasiones por protagonizar una vida parlamentaria bastante violenta en lo dialéctico. «Hubo insultos, puñetazos y la exhibición de alguna pistola en el Congreso», apostilla.


Tras el 18 de julio, aquella tensión cosmética mutó en barbarie palpable. «La primera fase de la guerra, entre julio y noviembre, fue un período de extrema violencia contra los diputados», explica el experto. El mismo Manuel Azaña dejó constancia de las tropelías perpetradas en la Cárcel Modelo de Madrid contra los rivales políticos: «Los milicianos se apoderaron del registro, […] buscándolos uno por uno por el laberinto de celdas. Después los bajaban a un sótano y los fusilaban». Ruiz-Manjón, nada amigo de conceptos taxativos como 'derribar mitos', corrobora en este caso que no se debe hablar de violencia incontrolada: «Por mucho que repitan algunos historiadores, los exaltados de ambos bandos contaban con la complicidad o el apoyo de las autoridades».


Y violencia extrema

En este sentido, el académico también niega que los objetivos principales fueran los políticos más extremistas. Lo que primaban eran los cargos y los nombres propios. «Aquel verano no se mataba a un radical, se mataba a un líder de ámbito local o al jefe de un partido con relevancia», añade. El ejemplo más claro fue el homicidio de Melquíades Álvarez. Republicano convencido, persona ecuánime y amigo cercano de intelectuales como José Ortega y Gasset y el mismo Azaña, fue fusilado por un grupo de milicianos en el sótano de la Cárcel Modelo en agosto. «Con él se asesinó a la tradición republicana moderada española», completa Ruiz-Manjón.

Tras el ascenso al poder de Largo Caballero por un lado, y de Francisco Franco por otro, la violencia inicial perdió fuelle. Aunque eso no significa que se detuviera en seco. La represión continuó e incluyó, como bien explica el autor, a diputados de marcadas creencias religiosas: «A algunos se les persiguió, simplemente, porque eran católicos practicantes». Por si fuera poco, el final del conflicto alumbró dos nuevos tipos de víctimas: aquellos parlamentarios perseguidos, cazados y enjuiciados tras la victoria de los golpistas y otros tantos que jamás pudieron regresar a España. «Niceto Alcalá-Zamora y Azaña son dos ejemplos de ello», sentencia.


La última pregunta es obligada: «¿Qué opina de la ley de Memoria Democrática?». Una vez más, Ruiz-Manjón no se altera. La respuesta es escueta: «Se empeña en subrayar un tipo de comportamiento y a las víctimas de un solo bando». El académico sabe bien de lo que habla, pues ha participado en varias comisiones relacionadas con el tema. «Tuve la oportunidad de opinar sobre la propuesta del anterior Gobierno municipal de levantar una lápida en Madrid en honor a las víctimas. Me opuse porque también se incluyó a victimarios», completa. No se deben mezclar churras con merinas ni asesinos con asesinados. La máxima, termina, debe ser una reconciliación por la que ya empezaron a trabajar personajes como Salvador de Madariaga.


******************* Sección "bilingüe" ***********************


Feijóo, el último "ultra" y el Poder Judicial

EDITORIAL. libertad digital. 30 Octubre 2022

Antes de sentarse a negociar nada con el Gobierno, el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, tendría que haber exigido a Pedro Sánchez que se deje de pisotear a las víctimas del terrorismo con la suelta de los asesinos etarras, que la Generalidad detenga la persecución de los castellanohablantes en Cataluña y que cese el golpe de Estado que lidera el Gobierno y trata de legalizar en sus tratos con ERC para demoler la Nación. Entre otras condiciones.


Era evidente hasta para Cuca Gamarra que mientras el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, apañaba con Esteban González Pons el asalto al Poder Judicial, el Gobierno y ERC avanza en la agenda de la llamada "desjudicialización", de la que la reforma del delito de sedición no es más que una ínfima parte. De ahí que la portavoz popular pidiera no mezclar ambos asuntos poco antes de que Feijóo aprovechara la incontinencia parlamentaria de la ministra María Jesús Montero para escapar de la trampa.


Las advertencias de algunos medios, pocos, en contra de la viscosa negociación entre Bolaños y González Pons, así como la intervención de dirigentes del PP como Isabel Díaz Ayuso han pesado más por una vez que los deseos de Feijóo de complacer a la izquierda y parecer "más centrado", más del gusto de Sánchez y sus palmeros. El precio a pagar no sólo era un error estratégico terminal. Era una traición sin paliativos, la participación en la toma del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y del Tribunal Constitucional en la que están embarcados Sánchez y sus socios, empeñados todos en la desmembración de España.


Que Feijóo haya atendido los requerimientos de quienes le advertían de las graves consecuencias de esa negociación no debería causar la menor extrañeza. Los medios de izquierda atribuyen la "espantada" de Feijóo a una sórdida campaña de "la derecha mediática", de la "ultraderecha" y hasta de Isabel Díaz Ayuso y demás "poderes ocultos". El señalamiento de las terminales mediáticas del Gobierno es feroz. Están demasiado acostumbrados a que los sucesivos líderes del PP acaten con mansedumbre sus dictados, sus relatos y sus argumentarios.


No es extraño, pues, que esos medios que ponderaban el supuesto sentido de Estado de Feijóo por colaborar en los planes de Sánchez para la ocupación del Poder Judicial le tachen ahora de "pelele" de la "ultraderecha" y "títere" de una presunta trama mediática, judicial y económica en contra de la democracia. Lo que ha sucedido y es real es que el PP se ha levantado de una mesa en la que no se tendría que haber sentado jamás, una mesa en la que se barajaban los nombres propios del asalto golpista al Poder Judicial para blanquear, de entrada, los delitos pasados, presentes y futuros del separatismo en contra de la libertad, la igualdad y la convivencia de los españoles.


No con este PSOE

Jesús Cacho. vozpopuli. 30 Octubre 2022

Confieso ser uno más de los miles de españoles que esta semana asistían perplejos a los preparativos del anuncio de acuerdo entre PSOE y PP, o mejor, entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, sobre la reforma del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Perplejo porque a lo largo de la semana había ido tomando cuerpo la especie de que el PP iba a terminar tragando con el nombramiento de ese sectario con balcones que responde al nombre de Cándido Conde-Pumpido, el de las togas y el polvo del camino, como nuevo presidente del Tribunal Constitucional (TC), la clave del arco que cierra el proyecto sanchista de demolición del edificio constitucional con la ayuda de la patulea que le mantiene en el poder, la destrucción del régimen del 78, proyecto que reclama el control del tribunal de garantías como condición sine qua non para llevar a efecto la labor de derribo y que, además, le proteja personalmente de cualquier asechanza que pudiera surgirle el día que, otro presidente del Gobierno y una Justicia independiente, alguien decida sentarlo en el banquillo por delito de alta traición (art. 102 de la CE).


El control del Constitucional es la obsesión de Sánchez desde que accedió al poder, un Sánchez a quien importa una higa el CGPJ y sus vocales. Incluso está dispuesto a asumir cualquier tipo de compromiso, en línea con lo que viene proponiendo el PP, para que sean los jueces quienes se hagan cargo de al menos el 50% de su composición. Ya negará ese acuerdo o se apeará de él el día que le convenga. El desahogado que antes de junio de 2018 decía en La Sexta estar dispuesto "a recortar el poder de decisión del PSOE en todos esos órganos; estoy dispuesto a que el PSOE no sea quien proponga a los miembros del CGPJ, porque yo soy de los que creen que estas comodidades del bipartidismo a quien han hecho peor ha sido al PSOE", ya no puede engañar a nadie, salvo a quien se deje engañar. A él le importa controlar un TC dispuesto a tragarse el sapo de validar las leyes sometidas a recurso de inconstitucionalidad, las que están a punto de caramelo (la Ley Trans, por ejemplo) y las que están por venir y que tienen que ver con el estatus de Cataluña dentro (o fuera) de España, mediante un nuevo referéndum a pactar en la Mesa de Diálogo del socialismo con el separatismo. En eso Sánchez y Junqueras se parecen como dos gotas de agua. También a los chicos de ERC les obsesiona el control de la Justicia o más bien su desnaturalización, en concreto la revisión a la baja del delito de sedición en el Código Penal, y no ya para permitir el regreso triunfal del patético Puigdemont y demás huidos, sino, mucho más importante, para "ampliar el espacio de impunidad para cuando llegue el momento de hacer realidad el ho tornarem a fer", en palabras del columnista Ignacio Varela.


Por eso resultaba estos días escandaloso ver al PP caminar cogido del ronzal por Sánchez hacia el acuerdo sobre el CGPJ cuando ya el lunes 24, el boletín oficial del sanchismo había anunciado ("El Gobierno se abre a reducir a la mitad la pena por sedición", Lo País) su intención de dar satisfacción a ERC, mientras el pánfilo de González Pons y Félix Bolaños, el siniestro mayordomo de Moncloa, negociaban los términos del pacto. Y por si en Génova no se hubieran enterado, 48 horas después, miércoles 26, la pintoresca María Jesús Montero, ministra de Hacienda, volvía a sacar a colación la reforma del Código Penal durante el debate de enmiendas en el Congreso a la totalidad de los PGE de 2023. "Traeremos a esta Cámara (…) la voluntad del Gobierno de homologar a los estándares europeos la calificación de determinados delitos en nuestro país". De modo que el PP estaba más que advertido, no obstante lo cual Feijóo y su magra guardia de corps siguieron adelante con los faroles. Resultado: Bolaños se ha burlado de Pons y Sánchez ha hecho lo propio con Feijóo.


De la inclinación al engaño por parte de Sánchez estaba muy al tanto el malogrado Pablo Casado, que lo sufrió en sus carnes y que había llegado a la conclusión de que no era posible pacto alguno con quien está dispuesto a vender España a trozos para seguir un día más en el poder. Pero Feijóo no quiere parecerse a Casado (leit motiv de su política), no quiere encerrarse en el "no" perpetuo, consciente de la necesidad que un partido alternativa de Gobierno tiene de abrirse a pactos con otras fuerzas. Esta es la única explicación amable que cabe para el gallego al fiasco de esta semana: su buena voluntad para desbloquear la renovación del CGPJ a tenor de la promesa que días atrás hizo al comisario europeo de Justicia. Y de hecho es el propio Feijóo quien, en la conversación telefónica que en la tarde del jueves mantiene con un Sánchez "chulo y faltón" (Génova dixit) mientras volaba de regreso a España, le pide que le aclare si realmente piensa llevar a cabo la reforma de la sedición, y el vampiro le dice que sí, que naturalmente, faltaría más, que está en su programa de Gobierno y que no sabe de qué se extraña… convencido como estaba de tener al gallego entre la espada y la pared, como ayer sugería aquí Alberto Pérez Giménez: si firmas, mal; y si no firmas, peor, porque ya me encargaré yo de demoler tu figura a cuenta del "temblor de piernas". Y es entonces cuando el líder del PP huye despavorido de la boca del lobo en que se había metido y anuncia la ruptura del pacto, no sin que antes Ayuso y otros le hubieran advertido del riesgo que estaba corriendo.


Porque hubiera resultado pura dinamita, en realidad hubiéramos asistido al final de la España constitucional tal como la hemos conocido, con sus grandezas y miserias, desde el 78, si el PP hubiera consentido poner la Justicia, teóricamente para reforzar su independencia, en manos de este bandolero, mientras por la puerta de atrás él mismo la desmantela para permitir a sus socios volver a delinquir con impunidad, todo ello para que nuestro pequeño sátrapa, que esa es la madre del cordero, pueda seguir gozando del apoyo de los 15 escaños de ERC en el Congreso. Ese es el crimen que hemos estado a punto de presenciar, y el drama de un país con su arquitectura constitucional supeditada a los intereses de una persona. "El Gobierno quiere una Justicia a la medida de los independentistas", dijo Feijóo el viernes en Vitoria. Pues claro, Alberto, y no es que lo quiera, es que se lo imponen sus socios, es el peaje que tiene que pagar para seguir vivo, pero eso lo sabe cualquier español mínimamente alfabetizado desde junio de 2018 sin necesidad de ser líder de la oposición, como sabe también que no es posible negociar nada con Sánchez y su banda a menos, claro está, que puedas cobrarte por adelantado a la manera de peneuvistas, separatistas y filoetarras, como ayer afirmaba el también columnista Ignacio Camacho.


Feijóo se ha asomado esta semana al precipicio. Ha estado a punto de firmar su propia sentencia de muerte o, por decirlo de otra forma, de perder las próximas generales muchos meses antes de ser convocadas, porque semejante claudicación hubiera resultado insoportable para la dignidad de los votantes del centro derecha español. De la encerrona ha salido trasquilado pero vivo, que no es poco. Negociar sí, pero con otro PSOE. Con Sánchez y su banda, ni a aceptar una herencia. Los detalles de este drama con ribetes de farsa son de sobra conocidos. Ahora importa saber si en Génova han aprendido la lección y sacado alguna enseñanza provechosa con vistas al futuro. Porque esto no va a ser un paseo triunfal, Alberto, como pudo parecer tras la degollina de Casado. Lo he dicho ya otras veces pero conviene recordarlo: estamos ante un enemigo formidable, un superdotado para el mal, un tipo sin ningún tipo de escrúpulos morales, con una cantidad formidable de dinero para gastar a su antojo en la subvención de cada vez más grupos sociales encantados con la perspectiva de vivir a costa de un llamado Estado del Bienestar que no es otra cosa que el bienestar del Estado. Un sujeto dispuesto a todo con tal de repetir victoria en las generales de 2023. De aquí a noviembre de 2023 veremos cosas que nos helarán la sangre. De momento, aquel Feijóo que llegó en abril como presidente del Gobierno in pectore, no es más que el jefe de la oposición en octubre.


En cualquier empresa que hubiera soportado un trauma semejante al del PP se impondrían cambios drásticos en su estructura gerencial. Convendría, por ello, saber si Cuca Gamarra, que el martes separaba campanuda la rebaja del delito de sedición de la negociación del CGPJ porque ambos asuntos "iban aparte", está en el puesto que corresponde a su valía, y convendría valorar si no es un drama para la historia universal de la literatura que González Pons desperdicie su enorme talento para la novela erótica por un arte tan menor como la política. Parece necesario reforzar la estructura de Génova con la incorporación de verdadero talento, tan escaso hoy, porque esta no es guerra para diletantes. Pero, por encima de todo, es urgente abordar de una vez por todas cuestiones que deberían estar en el ADN de un partido de centro liberal moderno y que el marianismo enterró hace tiempo convencido como estaba de poder vivir tranquilo en la deserción de la guerra cultural, la renuncia a la opción reformista y el apaciguamiento del socialismo peronista.


Urge abrir ventanas, salir a la calle y hablar alto y claro. Abandonar cuanto antes la hura. Urge acabar con la abulia ideológica que tiene sedado al PP desde hace ya muchos años drenando cualquier ambición de cambio real. Casi todo lo que ha anunciado Feijóo en estos últimos meses, desde la deflactación del IRPF hasta el agravamiento de las penas de sedición y la tipificación del referéndum ilegal, lo registró Casado como proposiciones de ley hace muchos meses, alguna hace incluso años. Las iniciativas de Feijóo al respecto están por ver. Parece razonable otorgar al gallego un margen de confianza en el bien entendido de que llegar a la Moncloa no será nunca un paseo triunfal a pesar del profundo deterioro institucional y de la herida económica que su presidencia va a dejar en el bolsillo de los españoles. El PP debe volver a ser un partido al servicio de España y no una forma de vida para su cúpula, lo cual reclama abandonar el silencio habitual y proponer una dosis extra de actividad, de explicación alternativa, de propuestas, de presencia constante en los medios. Una admirable Inés Arrimadas a las puertas de su muerte política ha hablado más, y más brillantemente, en los últimos días de los problemas de España que todo el PP en los últimos meses. Vale insistir: lo que está en juego no es el futuro de Feijóo, sino el de la España constitucional.


27 de octubre de 2022: Feijóo pasa a la oposición... o no

FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS. libertad digital. 30 Octubre 2022

El jueves 27 de diciembre de 2022 será un día decisivo en la carrera política de Alberto Núñez Feijóo. Unas horas antes de despeñarse, saltó del coche de mulas de Sánchez, que en Pretoria relinchaba de satisfacción. Dicen los cronistas genoveses que fue que el engaño sobre la rebaja del delito de sedición para los golpistas catalanes, que Bolaños negaba y Montero exhibió en las Cortes, el punto en que, como la novela de Torrente Ballester, Donde da la vuelta el aire, todo cambió. A otro perro con ese hueso. Cuca Gamarra había dicho dos días antes que las negociaciones sobre el CGPJ y el delito de sedición eran dos cosas distintas y que se negociaban separadamente. No cabía que una interfiriera en la otra, aunque parezca imposible, porque Bolaños así lo había decidido y Pons aceptado. ¿Qué pasó? Quizás que lo que Ayuso y Juanma Moreno no lograban lo hizo el instinto de conservación: que Feijóo se salvara en el último instante.


De los complejos evidentes a las encuestas ocultas

El liderazgo de Feijóo había entrado en barrena demoscópica hace ya semanas. Y dado que la economía en manos de Sánchez sólo puede ser un arma de oposición, el único factor que había ya limado el repunte del voto del PP era la interminable negociación de la rendición del PP ante Sánchez, era evidente que ahí estaba el problema: la gente volvía a ver en el PP de Feijóo el de Rajoy, es decir, el de la traición a los electores. Y aunque Vox ensaye insistentemente el tiro en el pie, y aunque conserve y hasta mejore sus expectativas –tiene mérito, con Buixadé, Ortega y Gallardo–, la caída en intención de voto del PP disipaba toda ilusión de alternativa a Sánchez. Y, por tanto, la posibilidad de que Feijóo llegue a la Presidencia. Ni con Vox.


El misterio, aunque la tradición lo muestra como fatalidad geológica, es por qué el PP insiste en traicionar sus promesas y a sus electores hasta perderlos. Los complejos ante la Izquierda, sin duda, pero ¿hasta el punto de suicidarse como alternativa? Ahí me fío de la experiencia y el olfato de Luis Herrero: Feijóo y sus 'bendodos', con González Pons a la cabeza, digo, tendido en su otomana negociadora, con Bolaños, vertical, a su izquierda.


Partamos, pues, del hecho de que la sedición no pudo ser la razón de fondo de la ruptura de las negociaciones sobre el Tribunal Constitucional, que es lo que está al fondo de la negociación del CGPJ. De hecho, fuentes genovesas decían este sábado que el PSOE no quería garantizar por escrito que no hubiera algún miembro del TC de la Esquerra o de "perfil independentista". Ya esto último muestra el disparate de sentarse a negociar con el PSOE. De "perfil independentista" será todo el TC si tiene una mayoría de izquierda. Lo único que, en realidad, negociaba el PP era una derrota que no fuera por goleada. Pero derrota, al fin. Porque lo que no quería asumir Feijóo y eso sí que es un problema exclusivamente suyo, es que lo único que realmente quiere Sánchez es cambiar el régimen constitucional por la puerta de atrás, al ritmo que exija su alianza de sangre con etarras, golpistas y comunistas.


La negación de la evidencia molesta

Esta obstinación en no reconocer la evidencia, por lo difícil que resultaba afrontarla, nos devuelve a los largos años en que Rajoy y Soraya se negaban a reconocer el golpe de Estado en Cataluña, desde antes del referéndum de Mas, hasta las leyes de desconexión de septiembre de 2017, pasando por el referéndum de octubre para legitimar la República Catalana y desembocando en su proclamación unos días después. No es que el plan separatista se escondiera o fuera difícil de entender: era el hijo legítimo del Plan 2000 de Pujol, paso por paso y punto por punto. Lo que sucedió es que al frente del Gobierno de España y del gran partido de la Derecha había una selección de cobardes que no dudaban, por comodidad, ante la alta traición.


Tampoco es que la deserción del PP ante el nítido desafío separatista catalán empezara con Rajoy. Cuando Aznar echó a Vidal Quadras a cambio del pacto del Majestic sabía perfectamente lo que hacía; por decirlo en los términos de Rajoy, "quitarse un lío". Como es lógico, cuesta abajo y sin obstáculos, el lío se hacía cada vez mayor. Pero en vez de recuperar a Alejo para el PP de Cataluña, Aznar se dedicó en su segunda legislatura, la de la mayoría absoluta, en vadear la violencia en la calle de la izquierda, atizada por un Zapatero que veía inminente su despido ante el PP, desde el Prestige a la II Guerra de Irak, y en preparar su salida a hombros de la Moncloa.


Es verdad que los que elogiamos su renuncia a mantenerse en el Poder tras dos mandatos, no vimos lo que podía pasar con su sucesión, que se alargó dos años y paralizó tanto la acción de Gobierno como la vida interna del PP. Sin embargo, cuando algunos criticamos severamente el espectáculo de la boda de su hija en El Escorial en septiembre de 2002 –precisamente un domingo en Libertad Digital, el Faraón nos distinguió con su rencor dinástico y su animadversión mediática–. Hasta que llegó la hora de la verdad, con la Izquierda en la calle, y entonces la facundia hortera y la irresponsabilidad exhibicionista se trocó en búsqueda desesperada de algún apoyo, si no para los Aznar, para la Derecha política, que era el PP. Y ahí estuvimos los de siempre: los traicionados en vida de Antonio Herrero y después, en el asalto a Antena 3 de radio y televisión, y cuando el PP ha tenido ocasión. Esa derecha mediática cuya reacción, con la de la derecha política y judicial, temía Feijóo en vísperas de su rendición ante Sánchez.


Mis dos columnas sobre el mismo asunto

Así que el 27 de octubre, a las siete de la tarde, cuando tanto desde Moncloa (Senegal) como desde el PP (Génova) se daba por inminente el acuerdo sobre el CGPJ, que legitimaba el asalto al Tribunal Constitucional, escribí y envié mi columna habitual al diario El Mundo, que rezaba así:


La derecha burocrática

El Partido Popular se ha rendido a Sánchez. Ese es el resumen de una serie de claudicaciones, fruto de sus complejos y su falta de respeto a los electores, que nos abocan a la destrucción del régimen constitucional. Hasta Rajoy, podía decirse que el PP se repartía con el PSOE los jueces. Gallardón lo describió como "el obsceno espectáculo de unos políticos que nombran a unos jueces que pueden juzgar a esos políticos". Se trataba de un doble aforamiento, el que les correspondía por su condición parlamentaria en el Supremo y no en los juzgados ordinarios, y el que les favorecía por elegir el árbitro y, además el VAR. Pero se trataba de inclinar la mesa, e incluso de volcarla, no de romperla. Ahora, sí. Y a eso se presta Feijóo.


El entonces ministro de Justicia Campo dijo en las Cortes que "estábamos de hecho en un proceso constituyente". Le faltó aclarar que no de derecho, porque se hacía a espaldas del único sujeto político legitimado para hacerlo, el pueblo español, dueño de la soberanía nacional. Y que esa propiedad se la roban unos partidos cuya única razón de ser es destruir la nación española. Todos saben que se trata de que los pumpidos, con Cándido el Malo al frente, legalicen la liquidación del régimen del 78, blinden las leyes ideológicas de la izquierda (Memoria, Trans, Sí es sí, prohibición del español en la enseñanza) que están o estarán en manos del Tribunal Constitucional y que hagan lo mismo que los golpistas bolivarianos de Iberoamérica: cambiar el régimen por la puerta de atrás. De paso, aseguran a largo plazo la alianza de Sánchez y los enemigos de España, terroristas, golpistas y comunistas, con cuyo plan para la demolición del régimen del 78 se identifica plenamente el PSOE.


El PP ha bloqueado el asalto al Constitucional por Sánchez y sus pumpidos, por el sencillo expediente de no renovar el CGPJ. ¿Escándalo, ese "bloqueo"? El escándalo es cargarse el régimen a espaldas de los españoles. Pero lo que les preocupa, según contaba ayer El Mundo, es la reacción de "la derecha política, judicial y mediática". La habrá. Y no será sólo reacción sino indignación, ni se limitará a constatar la cobardía de la nueva dirección, idéntica a las viejas, sino a la propia naturaleza del partido. Si el PP no es derecha política, judicial ni mediática, ¿qué derecha es? ¿Burocrática? ¿Filatélica, que sólo aspira a poner el sello y cobrar el timbre de lo que escriben otros? Los jueces que resisten el asalto al régimen, los medios que lo denunciamos y el partido político de reserva, que es Vox, no se fiarán de este PP. ¿Y ha pensado en la derecha social y electoral? En mayo y en las Generales se lo recordarán.


El cambio de las ocho de la tarde

Pero sucedió que a las 20h llegaba un comunicado, muy atropellado, del PP en el que suspendía las negociaciones sobre el CGPJ. Y recibí un mensaje de David Lema, desde la sección de Opinión de El Mundo, por si quería cambiar algo de la columna, desautorizada, al menos formalmente, por el comunicado. Le pedí veinte minutos y cambié la orientación del comentario conservando el núcleo argumental, que es lo que estaba en juego. Para los que empiezan periodismo y los que creen que no es posible cambiar sobre la marcha y en un cuarto de hora, una columna pensada y meditada, como la que había mandado poco antes, he aquí cómo quedó:


El PP ante el abismo

Ayer, a última hora de la tarde, el Partido Popular frenó las prisas de Sánchez por uncirlo al plan de liquidación del régimen constitucional, que, como decían ambas partes, estaba "muy avanzado". Era el final de una serie de claudicaciones, fruto de sus complejos y su falta de respeto a los electores, que destruía al propio PP. Porque, hasta Rajoy, podía decirse que el PP se repartía con el PSOE los jueces. Según Gallardón, era "el obsceno espectáculo de unos políticos que nombran a unos jueces que pueden juzgar a esos políticos". Era un doble aforamiento, el que les correspondía por su condición parlamentaria en el Supremo, no en los juzgados ordinarios, y el que les favorecía por elegir el árbitro y, además el VAR; pero, al final, se trataba de inclinar la mesa, e incluso de volcarla, no de romperla. Ahora, sí.


El entonces ministro de Justicia Campo dijo en las Cortes que "estábamos de hecho en un proceso constituyente". Le faltó aclarar que no de derecho, porque se hacía a espaldas del único sujeto político legitimado para hacerlo, el pueblo español, dueño de la soberanía nacional. Y que esa propiedad se la roban unos partidos cuya única razón de ser es destruir la nación española. Todos saben que el plan se basa en que los pumpidos, con Cándido el Malo al frente, legalicen la liquidación del régimen del 78, blinden las leyes ideológicas de la izquierda (Memoria, Trans, Sí es sí, prohibición del español en la enseñanza) que acabarán en manos del Tribunal Constitucional y actúen como los golpistas bolivarianos de Iberoamérica: cambiando el régimen por la puerta de atrás. De paso, asegurarían a largo plazo la alianza de Sánchez y los enemigos de España, terroristas, golpistas y comunistas, con cuyo plan para la demolición del régimen del 78 se identifica plenamente el PSOE.


El PP había bloqueado hasta ahora, y a mi juicio debe seguir haciéndolo, el asalto al Constitucional de Sánchez mediante la fórmula de no renovar el CGPJ. ¿Es un escándalo ese "bloqueo"? No. El escándalo es cargarse el régimen a espaldas de los españoles. Pero El Mundo ha contado que lo que preocupaba al PP era la reacción de "la derecha política, judicial y mediática". Denla por segura. Y no se limitaría a demoler la credibilidad de la nueva dirección, sino la propia naturaleza del partido. Si el PP no es derecha política, judicial ni mediática, ¿qué derecha es? ¿Burocrática? ¿Filatélica, que sólo aspira a poner el sello y cobrar el timbre de lo que escriben otros? Los jueces que resisten el asalto al régimen, los medios que lo denunciamos y el partido político de reserva, Vox, daban por perdido al PP, que, ante el abismo, ayer dio un paso atrás.


¿Y qué hará ahora Feijóo?

Me quedé con las ganas, por las prisas y la falta de espacio, para decir, que más que un paso atrás, Feijóo daba, como los cangrejos, un paso al lado, y que había que ver si cambiaba de dirección el cefalópodo o sólo se había parado. Tras leer el ya histórico comunicado de las 20h, además de la corrección de un lapsus calami que mostraba lo apresurado del texto y la urgencia de enviarlo, llegué a la conclusión de que Feijóo había cedido por temor a echar a perder su liderazgo a los pocos meses de heredarlo, pero no por convencimiento de que la única estrategia de victoria en la derecha es romper del todo con Sánchez, y no pactar nunca nada, pero nada, con él.


Eso quiere decir que no me fío del PP. Bueno, del PP no se puede fiar nadie, ni los que lo votan a pesar de su falta de fiabilidad, pero en este caso hay algo que me gustaría conocer: ¿encargó Feijóo una encuesta sobre el efecto que entre los votantes iba a tener su pacto, en rigor, rendición, ante Sánchez? Conociendo las costumbres del PP, juraría que sí. Y que ese dato acabó siendo el factor decisivo de la marcha atrás, o al lado, o a la corrección sobre la marcha, de lo que era una entrega evidente a Sánchez.


La tesis de Luis Herrero es que, en el análisis de Feijóo, tras unos meses, al votante de derechas se le habría olvidado este asunto. Pero como eso no estaba claro, la encuesta podía haber sido: "¿Cree usted que el pacto judicial con el PSOE le llevará a no votar al PP en las próximas elecciones? ¿Cree que el liderazgo de Feijóo en el PP está en peligro si se confirma su pacto judicial con Sánchez?". Podría añadir alguna más, pero con esas dos preguntas, basta. No dudo de la respuesta. Si acaso, me gustaría saber el número de los que contestaron "será imperdonable" o "adiós, Feijóo".


Alguno pensará que fiarlo todo a las encuestas no acredita mucha reciedumbre moral. Pero es que en el PP, por razones históricas, y con alguna excepción –en rigor, una excepción– las convicciones morales ceden siempre ante el complejo por lo que digan los medios de izquierda. Es más fiable la opinión de los votantes que las decisiones de los profesionales de la política, que en el PP son pavorosamente cobardes. De hecho, preferiría que Feijóo se gobernase por las encuestas, en las que ya había empezado a caer, antes que por esa convicción del PP, convertida en costumbre, que es rendirse ante la Izquierda en cuanto sus medios de comunicación aprietan.


¿En manos de quién está mejor el PP: Ayuso o Sánchez?

El fracaso de Sánchez en su asalto a la Justicia por la espantá de un Feijóo al que consideraban ya rendido –excelente el análisis de Rubén Fernández en libertad digital– ha dado paso ya a la trampa para maricomplejines: "Feijóo está en manos de Ayuso". ¿Y qué creen los idiotas de Izquierda y los idiotizados de Derecha que al votante del PP le asusta más: que Feijóo esté en manos de Ayuso o en las de Sánchez? Porque en manos y a pies de Sánchez quedaba, de firmar su rendición. Pero mantener siquiera de forma verbal la pose negociadora, como hace al final el comunicado ya histórico, muestra la gravedad de la infección ideológica del PP. ¿Aún les da miedo que la Izquierda les llame poco dialogantes? ¿Cabe mayor necedad? Pues todo este infecto cambalache judicial es un modelo de su costumbre de traicionar a sus votantes para que les perdone la Izquierda.


En resumen: ¿me fío de este cambio? No. ¿Creo que Feijóo se mantendrá firme? Lo dudo. ¿Creo que le conviene pasar de verdad a la oposición, y que se juega su liderazgo? Sí, sin ninguna duda. ¿Creo que cerrará este episodio de torpezas y claudicaciones? Me gustaría creerlo. Preferiría verlo.


Cuando yo era pequeñito no había presidentes así

EDUARDO INDA. Okdiario. 30 Octubre 2022


De Franco apenas albergo recuerdos porque se fue para el otro barrio cuando yo tenía siete años y no demasiado uso de razón. Mi cerebro sí tiene nítidamente interiorizado aquel 20 de noviembre de 1975 por prosaicas razones: porque en la radio sólo se escuchaba insufrible música militar y, sobre todo y por encima de todo, porque nos dieron nueve días de vacaciones, tantos como jornadas de luto hubo. Una auténtica maravilla. Como quiera que ni sabía quién era ni me interesaba aquel abuelito, opté por pasármelo en grande mientras media España y parte de la otra lloraban al difunto. No fue el caso de mis progenitores: mi padre, porque el régimen siempre le pareció intelectualmente despreciable, y mi madre porque era del PNV, con lo cual sobran mayores explicaciones. Aquella semana y dos días la empleé en cuatro actividades: fútbol, pillerías, solaz y poco estudio. España se paró. Yo también pero a mi infantil manera.


Mi imaginario, pues, se limita al periodo democrático. Muy vivas tengo dentro de mí escenas de esa Transición en la que la felicidad por construir algo nuevo se centraba en la Unión de Centro Democrático a la que votaba mi padre y en el Adolfo Suárez del “puedo prometer y prometo”. En aquella etapa y en las subsiguientes las cosas no eran como ahora…


—Cuando yo era pequeñito los presidentes no osaban mentir porque sabían que si algo estaba castigado entonces era el embuste, la patraña, lo que ahora denominamos “bulo”. Un Pinocho de la vida o un enfermo de la trola modelo Pedro Sánchez tendría vedado el acceso al servicio público por esa elemental objeción. En la Transición, el político que mentía acababa en la calle en menos de lo que cantaba un gallo porque el honor a la palabra dada y el ajuste verbal a los hechos constituían algo sagrado.


—Cuando yo era pequeñito hubiera sido física y metafísicamente imposible que un tipo que hubiera robado una tesis fuera siquiera el botones de un Ministerio de Marina que, no es broma, existía. Pedro Sánchez contaría con entre cero y ninguna posibilidades de hacer carrera en la cosa democrática no sólo por haber defendido la tesis que le hizo otro sino porque su currículum ya era de por sí una birria. En la UCD los abogados del Estado, técnicos comerciales, ingenieros navales, arquitectos, médicos de postín o catedráticos de toda ralea se contaban por centenares.


—Cuando yo era pequeñito los políticos hacían un uso moderado, austero, cuasivergonzoso diría yo, del patrimonio público. Empleaban los jet de la Fuerza Aérea, Mystère entonces, Falcon ahora, para asuntos serios no para irse a ver un concierto de The Killers, como nuestro protagonista, ni para deleitarse con las sensaciones de la época, Julio Iglesias, Camilo Sesto, Triana o Tequila. Para menesteres personales iban en transporte público, con cuatro o cinco escoltas por aquello del terrorismo etarra, pero en transporte público. Tres cuartos de lo mismo sucedía con Doñana y demás fincas del Patrimonio del Estado: las usaban con cuentagotas no por el que dirán sino por respeto a los más elementales principios éticos que llevaban incrustados en el ADN.


—Cuando yo era pequeñito los o las consortes del presidente y los ministros o ministras jamás osaban emplear al marido o a la mujer para hacer un negociete privado o para vivir a cuenta del erario. Es más, apenas hacían viajes oficiales. Nada que ver con este Pedro Sánchez que se ha llevado a su pareja, Begoña Gómez, de viaje oficial esta semana a África, donde casualmente la susodicha tiene buena parte de sus business.


—Cuando yo era pequeñito las compañeras de los presidentes bien se dedicaban a lo que machistoidamente se denominaba “sus labores”, caso de Amparo Illana —Adolfo— y Pilar Ibáñez-Martín —Calvo-Sotelo—, o continuaban con absoluta normalidad con su profesión. Este último fue el caso de Carmen Romero, la mujer de Felipe González, que tras la llegada a Moncloa prosiguió sus tareas como docente en un instituto madrileño por muchos problemas de seguridad que ocasionase en una etapa en la que ETA asesinaba entre 80 y 100 personas al año. Creo recordar que Ana Botella continuó ejerciendo como técnico de Administración Civil (TAC) cuando su marido había coronado las más altas cumbres de la política. A ninguna de ellas la enchufaron en empresa alguna, cosa que sí hizo Sánchez con Begoña Gómez en el IE, ni desde luego la hicieron catedrática por la patilla y encima sin ostentar licenciatura alguna.


—Cuando yo era pequeñito un presidente tenía claro que ETA era la mala y la Policía, la Guardia Civil y el Ejército los buenos. Salvo demencia insalvable, ningún inquilino de Moncloa se hubiera atrevido a acoger como socios de gobernabilidad a los dirigentes de Herri Batasuna y no digamos ya a los jefes de la banda terrorista, como sí ha hecho Sánchez con la repugnante Bildu de los pistoleros Arnaldo Otegi y David Pla. Es más, a un presidente así le hubieran metido una moción de censura sus propios correligionarios que lo hubieran dejado turulato. Tanto Suárez, como Calvo-Sotelo, como Felipe González y evidentemente Aznar combatieron con todas sus fuerzas a los terroristas, satélites políticos incluidos. En el caso del tercero, cierto es, vulnerando la ley con los GAL.


—Cuando yo era pequeñito a los presidentes ni se les pasaba por la cabeza urdir legislaciones censoras, entre otras razones, porque se los hubieran comido con patatas y porque el recuerdo de la dictadura estaba demasiado próximo como para efectuar experimentos con champán. Borradores de proyectos de ley como el que esbozó este Gobierno para, con la excusa de perseguir las fake news, anular las opiniones disidentes, no hubieran pasado de ser el sueño calenturiento de una noche de verano. Un Suárez o un Felipe se dedicaban directamente a intentar seducir a los periodistas críticos. El gran político socialista sólo cruzó la raya cuando El Mundo destapó el caso GAL.


—Cuando yo era pequeñito se perpetró un golpe de Estado el 23 de febrero de 1981 y sus tres responsables, no así el Elefante Blanco, que también ahí se fue de rositas, acabaron en la trena. Hasta ahí la única parcial coincidencia con esta lamentable era Sánchez. La gran diferencia estriba en la aplicación de las medidas de gracia. El gran símbolo de esa asonada, Antonio Tejero, reclamó el indulto en no menos de cinco ocasiones, tantas como “noes” recibió por respuesta. Tres cuartos de lo mismo le pasó a Jaime Milans del Bosch que, al igual que el primero, cumplió toda la pena y si salió antes de la cárcel fue por la estricta e igualitaria aplicación de los beneficios penitenciarios. Sí se otorgó el perdón a Alfonso Armada, no sé si por su cercanía a Don Juan Carlos, había sido el número 2 de la Casa del Rey, o porque eran ciertos los motivos de salud esgrimidos. Nada que ver con los concedidos a todos y cada uno de los barandas del levantamiento de 2017 en Cataluña por su tronco Pedro Sánchez. Como nada tuvieron que ver las sanciones del 23-F, de tres décadas para dos de los cabecillas y dos y media para el tercero, con las de los gerifaltes de un 1-O en el que quien más pena recibió fue Junqueras, 13 años. Claro que en el primer caso los castigos impuestos fueron por rebelión y en el segundo por sedición.


—Cuando yo era pequeñito en Cataluña se podía estudiar en español y, desde luego, los gobiernos centrales no eran cómplices de la Generalitat en el incumplimiento de los fallos judiciales en lo que representa una nada controlada explosión de ese principio de separación de poderes consustancial a cualquier democracia. Entonces los padres podían elegir la lengua vehicular de sus hijos allí, en Navarra, en el País Vasco, en la Comunidad Valenciana y en Baleares. Ahora, no, gracias básicamente a la complicidad de Pedro Sánchez con golpistas, terroristas e independentistas varios. El todavía presidente del Gobierno permite que el tal Pere Aragonés se cisque en una sentencia firme. Mejor dicho, colabora en ese mix de desacato y prevaricación.


—Cuando yo era pequeñito 12 de los 20 vocales del Consejo General del Poder Judicial los elegían jueces, más que nada, porque era y es lo que prescribe esa Carta Magna que el PSOE transformó en papel mojado con el golpe de Estado judicial de 1985. Parafraseando a Gallardón, hay que colegir que hasta entonces no se producía “el obsceno espectáculo que supone que los políticos elijan a los magistrados que luego los tienen que juzgar”. De entonces a esta parte, las zarpas de los partidos pervierten la independencia judicial.


—Cuando yo era pequeñito y no tan pequeñito La Moncloa no hacía manitas con delincuentes ni con partidos golpistas o terroristas. Tampoco cambiaba el Código Penal para que el acto más grave que se puede ejecutar contra un Estado, un golpe, se rebajase penalmente. Los presidentes no sólo respetaban a los otros poderes sino que si podían endurecían las penas para todo aquel que se desenmascare como enemigo del poder democráticamente establecido. Igualitos que Pedro Sánchez.


—Cuando yo era pequeñito y no tan pequeñito los presidentes no encendían esa mecha tan peligrosa del enfrentamiento civil “ricos-pobres” sino que empeñaban todas sus fuerzas en fortalecer esa clase media que en la España moderna hizo de amortiguador social.


—Cuando yo era pequeñito y no tan pequeñito en Moncloa se tenía meridianamente claro que Marruecos era un estado aliado por aquello de la realpolitik y que el Frente Polisario era una banda terrorista que, entre otras sangrientas actividades, asesinaba pescadores y ametrallaba pesqueros canarios como si no hubiera un mañana. Nada que ver con un Sánchez que primero se acostó con los segundos y acabó genuflexo ante los primeros, seguramente porque en el móvil que le pincharon había petróleo y del bueno.


—Cuando yo era pequeñito y no tan pequeñito la presión fiscal era razonable, nada que ver con la de ahora: en cinco años se han subido 47 figuras fiscales que se dice pronto. Claro que en aquellos tiempos no se perseguía a las grandes empresas nacionales, básicamente, porque se entendía que hacerlo era pegarte un tiro en las partes pudendas por aquello de que en sus manos estaba buena parte del PIB.


En fin, que cuando yo era pequeñito y no tan pequeñito los políticos tenían decencia o eran más decentes, mentían menos de lo justito, respetaban la Constitución, no intentaban asaltar los otros poderes del Estado, no se liaban con terroristas o tejeritos, no incurrían en conflictos de intereses, no indultaban a delincuentes políticos, impedían la dictadura lingüística, no nos robaban vía exacciones el dinero que habíamos ganado honradamente y eran Dios intelectualmente hablando al lado de los membrillos que, salvo honrosas excepciones, nos gobiernan en estos momentos. Conclusión: en política cualquier tiempo pasado fue mejor. Y cualquier presidente, incluido ese Zapatero que creíamos inempeorable, Cristiano Ronaldo o Leo Messi al lado de este psicopático tuercebotas.


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