Recortes de Prensa Viernes 15 Agosto 2025


De la 'perestroika' a la tensión por Ucrania: las complejas cumbres entre EE.UU. y Rusia en los últimos 40 años
La reunión entre Trump y Putin de este viernes en una base militar de Alaska se suma a la compleja relación entre los líderes de las dos potencias desde el tortuoso final de la Unión Soviética
Álex Bustos. Moscú. ABC. 15 Agosto 2025

En las últimas tres décadas solo cinco hombres han liderado Rusia. Una de sus tareas más complicadas, con toda clase de altibajos, ha sido lidiar con sus homólogos estadounidenses, los siete líderes de una potencia que rivalizaba con el país euroasiático. Mientras algunos como Mijaíl Gorbachov y Boris Yeltsin han gozado de buena sintonía con los mandatarios estadounidenses, Vladímir Putin ha tenido una experiencia más compleja.


Estados Unidos y Rusia pasaron la mayor parte del siglo XX como rivales políticos. Se repartieron la mayor parte del mundo. Ronald Reagan llegó a tildar durante su mandato a la Unión Soviética del «imperio del mal». Esa actitud, sin embargo, cambió cuando llegó un soplo de aire fresco al Kremlin, el renovador Gorbachov con la 'perestroika', el plan de regeneración de la URSS que buscaba modernizar y democratizar el país.


Era noviembre de 1985 y hacía ocho años que no había una cumbre entre los líderes de las dos superpotencias cuando se reunieron en Ginebra. Fue una sorpresa que se celebrara, especialmente en Washington. La reunión fue más relevante por el simbolismo que por lo acordado, debido a la actitud conciliadora de ambas partes. Mientras Gorbachov apuntó entonces en la rueda de prensa conjunta que «se habían puesto los primeros ladrillos, que se había hecho un nuevo comienzo, una nueva fase había empezado», Reagan lo apuntaló asegurando que lo que habían hablado beneficiaría «no solo a toda la gente del mundo, incluso a los que todavía no han nacido».


Será el primer encuentro cara a cara entre ambos líderes en más de cinco años y la primera vez en la historia que un jefe de Estado ruso visita el estado norteamericano de Alaska


Esos primeros ladrillos que pusieron EE.UU. y la URSS cimentaron el nuevo futuro que estaba por venir. A Gorbachov aún le quedaban encuentros importantes con líderes estadounidenses. El primero de ellos fue en octubre de 1986 con el mismo Reagan. En aquella ocasión, lo más relevante fue lo que se puso sobre la mesa: el desarme nuclear. En Reikiavik, la capital de Islandia, ambos mandatarios discutieron la base del acuerdo que firmarían un año más tarde, el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio, que limitaba la presencia de misiles de corto y medio alcance en Europa.


Años más tarde, en diciembre de 1989, el que fuera el único presidente de la Unión Soviética (sus predecesores usaban otro término) se reunió con George Bush padre en el buque Maksim Gorki atracado en las cercanías de Malta. Allí medios como 'The Guardian' apuntaron entonces que con esa reunión se había acabado la Guerra Fría. Pocas semanas después el muro de Berlín cayó. Pronto, en 1991, también llegó el fin de la Unión Soviética. La 'perestroika' de Gorbachov no fue capaz de hacer frente a todos los problemas soviéticos y se disolvió.


La llegada del capitalismo a Rusia

El primer presidente elegido democráticamente de la Federación Rusa fue el entonces popular Yeltsin. Rusia sufrió con la llegada del capitalismo por la dureza de sus privatizaciones mientras intentaba consolidar su democracia. Este expresidente es actualmente despreciado por sus compatriotas por su ineficacia a la hora de gobernar y su alcoholismo evidente. En 1999 tenía menos de un 3% de aprobación.


Uno de los momentos más relevantes de su carrera fue un encuentro con el demócrata Bill Clinton en septiembre de 1998 en la capital rusa. Durante el mismo se movió de forma errática y con la voz pastosa. Su homólogo estadounidense no le criticó abiertamente pero en grabaciones privadas se reía junto con su equipo sobre la ebriedad del mandatario ruso, al que ya vieron durante una visita en Washington en 1995 intentando pedir una pizza en ropa interior cerca de la residencia para huéspedes de la Casa Blanca. Aun así ambos líderes consiguieron en Moscú firmar un importante acuerdo en 1998 según el que aceptaban compartir información sobre el lanzamiento de misiles para evitar una guerra nuclear accidental.


La llegada de Putin

Tras Yeltsin, llegó en 1999 Vladímir Putin al Kremlin. Intentó mantener las buenas relaciones con sus homólogos occidentales, especialmente con George Bush hijo. «Pude mirar al hombre a los ojos y verle el alma», señaló el tejano sobre su primer reunión en 2001 en Liubliana (Eslovenia). La relación era tan cercana entre ambos países que Moscú fue uno de los primeros países que llamó a la Casa Blanca tras el 11S y ofreció apoyo en la guerra contra el terrorismo.


Años más tarde, en 2005, la relación se había enrarecido entre ambos líderes. Bush, durante su encuentro en Bratislava, la capital de Eslovaquia, dio un discurso sobre valores democráticos que no fue del agrado de su interlocutor. Visiblemente irritado deseó que estas diferencias con Washington no deterioraran las relaciones rusoestadounidenses. Moscú veía con malos ojos las llamadas «revoluciones de colores» que expulsaron del poder a diferentes presidentes en países exsoviéticos como Kirguistán, Georgia y Ucrania y que creían provocadas por la CIA.


La nueva ruptura

Llegaron dos nuevos jugadores al tablero en 2008: Dmitri Medvédev en el Kremlin y Barack Obama en la Casa Blanca. Dos líderes dinámicos que parecía que buscaban modernizar sus respectivos países, aunque en el caso de Rusia, el que llevaba la voz cantante seguía siendo Putin. En abril de 2010 se reunieron en Praga ambos mandatarios para firmar un nuevo acuerdo de reducción de armas. Se llamaba New Start, Nuevo Inicio en español, algo simbólico que buscaba reforzar la nueva relación entre ambos estados tras años de rivalidad y que ya sufrió algunos momentos de tensión por las revoluciones de colores y la guerra rusogeorgiana de 2008.


El tratado suponía una disminución del arsenal nuclear de los dos estados. En aquella reunión, Obama y Medvedev mostraron una buena relación y hablaron de la amistad entre sus países.


Esa dinámica se rompió en 2014 tras la revolución del Maidán en Ucrania, la guerra del Donbás y la anexión rusa de Crimea, el punto de inflexión que supuso la expulsión de Rusia del G8 y las primeras sanciones contra Rusia de Occidente. En 2016 el demócrata tuvo la oportunidad de mirar a Putin a los ojos cuando coincidieron en una reunión del G20 en Pekín y a diferencia de Bush, vio una mirada fría. En ese encuentro el estadounidense le comentó a su homólogo ruso que conocía las interferencias rusas en la campaña electoral y le pidió abiertamente que dejara de hacerlo.


Años más tarde, el hombre en la Casa Blanca cambió. Donald Trump quiso acercarse a Rusia e intentó mantener una buena relación personal con Putin. El ejemplo más claro de esta sintonía se vivió en 2018 en Helsiniki. Ambos líderes se encontraron en la capital de Finlandia y conversaron de diferentes temas como los conflictos de Ucrania y Siria y la supuesta injerencia rusa en las elecciones estadounidenses. Tras el encuentro el magnate neoyorquino fue duramente criticado por su poca dureza con su homólogo y por su buena sintonía con este, incluso por otros políticos estadounidenses como John McCain.


Sin acuerdos con Biden

El último mandatario estadounidense que tuvo un cara a cara con Putin fue Joe Biden en 2021. Meses antes de su reunión en Ginebra, Suiza, ya tildó al exagente del KGB de «asesino», algo que ya decía mucho de lo que podía esperarse de este encuentro. Aunque se trataron temas relevantes como la ciberseguridad, las preocupaciones estadounidenses por el trato a la oposición rusa y el control de armas.


Desgraciadamente no se llegó a ningún acuerdo sólido sobre estos temas. El mundo entero miraba a los Alpes suizos porque había indicios de lo que estaba por suceder en febrero de 2022 cuando finalmente Rusia empezó la guerra contra Ucrania.


El próximo en reunirse de nuevo con Putin será Donald Trump este 15 de agosto, una fecha en la que el republicano quiere poner fin a la guerra de Ucrania.


Al otro lado del río, los rusos

¿Y si Ucrania acepta 'congelar' el frente? Lecciones de una ciudad que lleva así tres años
Fermín Torrano. Jersón (Ucrania). el conficencial. 15 Agosto 2025

Sus ojos barren el cielo antes de correr a por el fusil. “Dron, dron, es un dron”, grita a su lado Kostya, comandante de una batería de artilleros ucranianos. Los soldados corren al refugio sin importar lo que dicen los radares ni sistemas antidrones. Ocultos entre la maleza a la orilla del río Dniéper, en Jersón, la experiencia es un grado. Y un oído afinado vale por dos. “Es un zumbido inconfundible…”, suspira Oleksander, agazapado en la madriguera, mientras deja a un lado el Kaláshnikov. Un sonido igualmente temido por soldados y civiles en Jersón. Esta ciudad —la única capital regional que Rusia tomó desde el inicio de la invasión— fue recuperada por Kiev en noviembre de 2022. Desde entonces, vive en una amarga liberación. Los cuatro kilómetros de río y pequeñas islas que separan las orillas controladas por Kiev de la de Moscú impiden al Kremlin lanzar nuevos asaltos, al mismo tiempo que frenaron el avance ucraniano en el otoño de 2022. Hoy, también dificultan alejar al ejército ruso para crear una ‘buffer zone’.


Y ahora que Donald Trump y Vladímir Putin se reúnen en Alaska para discutir el futuro de la guerra en Ucrania, los territorios parcialmente ocupados han regresado al centro de la discusión. Según diversas filtraciones, el presidente ruso estaría dispuesto a “acabar con la guerra” si Ucrania cede áreas todavía sin conquistar. Zelenski ya ha transmitido a sus aliados europeos que está dispuesto a “congelar la línea” actual del frente a cambio de “garantías de seguridad” y una promesa de acceso a la OTAN.


Jersón, liberada y sitiada al mismo tiempo, es la viva imagen de lo que podría suceder en los más de 1.000 kilómetros de frente que fractura el país. Una línea estática vigilada sin descanso desde el aire, fuertemente minada, atrapada entre murallas infranqueables de defensa electrónica y con poco margen para sorpresas militares que permitan avanzar por la vía de las armas. "Si se congelara el frente de Pokrovsk durante un año, allí sucederá lo mismo que aquí", sostiene Vova, subcomandante de un batallón de drones de vigilancia de la brigada 153, desplegada en la región.


¿Y qué está pasando en Jersón? Aquí la artillería golpea sin descanso, las bombas aéreas reducen las calles a escombros, y los drones rusos cazan civiles sin piedad. “Nunca nos dejaron de bombardear. Si hubiéramos tenido una pausa, si tuviéramos un poco de espacio para retroceder y ganar aire… Quizá hubiéramos podido levantar más defensas”, dice Oleksandr Tolokonnikov, responsable adjunto de la Administración Regional de Jersón. Desde hace unos días, hombres descamisados y morenos clavan uno a uno troncos de árboles en pirámides cemento, que sostendrán las redes antidrones para proteger la autopista de acceso a la ciudad. 45 kilómetros a cielo abierto entre los llanos y resecos campos de Jersón que, desde hace meses, son una suerte de prácticas de tiro para los pilotos de Moscú.


Rusia lanza entre 800-1.000 drones a la semana contra la ciudad, según estimaciones oficiales a El Confidencial. Y el acoso de este enjambre no afecta solo a los militares, limitando sus movimientos, sino también a los cerca de 65.000 civiles de una ciudad que, antes de la invasión, rondaba los 300.000. Un éxodo al que se suma una “catástrofe demográfica” según Petro Marenkovsky, jefe del ala de maternidad del Hospital neonatal de Jersón. La artillería agujereó la entrada esta semana, la cuarta vez para este centro médico, justo donde un padre ansioso haría tiempo antes de entrar a visitar a su mujer que ha dado a luz, donde un doctor se fuma un cigarrillo culpable. La guerra en Jersón se traduce no solo en menos bebés (apenas una docena al mes frente a más del centenar previo a la invasión), sino en una ansiedad que ha multiplicado los nacimientos prematuros y las cesáreas. “Nací aquí, me eduqué aquí, encontré a mi marido aquí, creé una familia aquí. Y doy a luz aquí para que la ciudad siga viva”, dice Mila, abrazando a su bebé, que con dos días de vida apenas puede abrir los ojos.


Para que el pequeño David cumpla la promesa de su nacimiento, deberá atravesar las avenidas fantasmales de Jersón. En el centro de la ciudad reina el silencio, solo roto por el motor de coches que confían en su velocidad para no convertirse en la siguiente víctima de una caza a la que muchos han llamado el ‘safari humano de Jersón’. Bajo balcones de ventanas rotas y copas de árboles sin podar, los civiles aguardan agazapados. Solo cuando los autobuses públicos se detienen en las marquesinas vacías, la gente corre y sube sin mirar atrás. Aunque ya hay rutas prohibidas, por el aumento de la peligrosidad. Desde hace diez días, Rusia trata de aislar el barrio de Korabel, una isla conectada con el resto de la ciudad por un puente, destruido este agostó por las bombas aéreas del Kremlin. “Es puro terrorismo”, lo describió Vladislav Voloshyn, portavoz de las Fuerzas de Defensa del Sur.


La evacuación de los cerca de 1.800 civiles que quedan en el distrito continúa dos semanas después del ataque, aunque la mayoría no tiene a estas alturas otra casa ni dinero con los que volver a empezar. Pensiones de mujeres como Raisa Dadsenka y Olga Gadsenko apenas alcanzan los 105 euros al mes. “Yo regresaría sin dudar si volviera la electricidad. De verdad que lo he intentado, pero así no se puede vivir”, dice Raisa, de 77 años, que planea quedarse en el centro de desplazados al menos hasta el invierno.


Jersón demuestra que para vaciar un territorio hay más vías que la ocupación. Los ataques indiscriminados, las inundaciones tras la voladura de la presa de Nova Kajovka en 2023, o la mera destrucción de los servicios mínimos de electricidad, internet, agua y gas, son diferentes caras de la misma moneda. La tortura de un frente estático, donde ni Rusia ni Ucrania han dejado de luchar. Gypsy se coloca las gafas. Es hora de cazar. Bien oculto bajo tierra, su equipo ha logrado burlar la vigilancia de los drones enemigos durante los últimos ocho meses. Su localización debe mantenerse como oro en paño. Jersón no es el Donbás, donde nuevas posiciones crecen bajo los árboles con cada kilómetro conquistado. El sur es llano y, sobre todo, y un frente casi inmóvil desde hace tres años, donde cada movimiento queda registrado. ‘Quemar’ una posición elimina cualquier margen de maniobra.


En cuestión de minutos, Gypsy atraviesa el río Dniéper con su FPV, se aproxima a un escondite enemigo identificado previamente y lo vuela por los aires. La misión forma parte de una nueva doctrina: la ‘drone-line’. Un plan establecer una zona gris de 15 kilómetros de ancho en el frente, donde el ejército ruso no pueda avanzar. Una ‘kill-zone’ en el que todo soldado, vehículo o madriguera son destruidos. Pensada para limitar los avances de Putin en los porosos frentes del Donbás, la estrategia tiene sus limitaciones y una cara B para Kiev. Si la vigilancia es extrema y el avance imposible hacia un lado, también debería serlo hacia el otro. De facto, un frente ‘congelado’. Con la posibilidad de que Zelenski acepte este viernes una tregua por las dificultades en el campo de batalla y la presión de EEUU, fijar las líneas abre la puerta a que Rusia –también Ucrania–, reproduzca estrategias aplicadas en Jersón en toda la línea de contacto. Desde la vigilancia 24/7 hasta el minado masivo de tierra y agua, pasando por la multiplicación las capas de sistemas de guerra electrónica, más difíciles de acercar a la línea ‘cero’ cuando el frente es muy móvil y avanza a ritmo de asaltos de infantería.


Sin embargo, las conversaciones en Alaska entre Donald Trump y Vladímir Putin se ven en Jersón con el habitual escepticismo de quien no confiará jamás en promesa rusa alguna. “Tuvimos ya su alto al fuego en Semana Santa, también en mayo, y siguieron disparando y matando civiles. Esta tregua, o el tipo de pausa que sea, no es algo en lo que podamos confiar”, sostiene Yaroslav Shanko, jefe de la Administración Militar de la ciudad de Jersón. A varios kilómetros de distancia, una escuadra de artilleros se prepara para disparar a un grupo de soldados rusos colocados al otro lado del río. Entre pólvora y metal, las ocurrencias de Donald Trump sobre un posible intercambio de territorios quedan sepultadas con el rugido del cañón. “¿Qué puedo pensar yo, si soy de la región de Jersón, y mi aldea está ocupada?”, se pregunta Oleksander, poco antes de disparar. “Por supuesto que no pienso renunciar a mi casa. Hace tiempo que no creo en sus conversaciones de paz”.


Nueva reunión en Alaska: El diferente simbolismo para uno y para otro
Jorge Gómez. Madrid. el debate. 15 Agosto 2025

Desde que comenzó la guerra de Ucrania es indudable que muchas cuestiones han cambiado, sobre todo en nuestra querida Europa, representada ahora por la Unión Europea (UE), joven históricamente, pero vieja y lenta ante la realidad mundial. Hacemos poco o nada para posicionarnos y acabamos siempre rozando el ridículo en aquellos acontecimientos que definen quién es quién en el mundo.


Una de las cuestiones que, en mi humilde opinión, es de vital importancia, es la relacionada con la Corte Penal Internacional (CPI), porque difícilmente se puede buscar la paz si no es con justicia, y para ello debe existir un organismo cuya responsabilidad debe ser el control de los desmanes que los dirigentes de unos países cometen contra otros.


El Tratado de Roma, firmado el 17 de julio de 1998, acordó la creación de esta corte de carácter permanente y que sería la encargada de perseguir y condenar los más graves crímenes cometidos por individuos en contra del derecho internacional y afirmando en el preámbulo del Estatuto de Roma: «…. que los crímenes más graves de trascendencia para la comunidad internacional en su conjunto no deben quedar sin castigo y que, a tal fin, hay que adoptar medidas en el plano nacional e intensificar la cooperación internacional para asegurar que sean efectivamente sometidos a la acción de la justicia ….».


Pero, dice la Ley de Murphy que «si algo puede salir mal, saldrá mal» y realmente en esas estamos. Ya creíamos tener suficientes locos presidiendo países en el mundo y llegó Donald Trump. Y resulta que no solamente llegó, lo que ya es suficientemente grave, sino que eligió una pareja de baile inesperada, al menos para los ciudadanos del resto del mundo, especialmente para los europeos y nuestros compatriotas ucranianos. Y digo compatriotas porque, a pesar de no pertenecer aún a la UE, están defendiendo en el campo de batalla, entregando su vida en el empeño, nuestro sistema de vida, enfrentándose a una Rusia que es modelo de otro sistema y socio prioritario de China en su guerra contra Occidente.


Desde su llegada, el y su equipo recién nombrado, decidieron que la guerra de Ucrania debía ganarla Rusia, que les beneficiaba más defender al agresor y atacar al agredido, poniéndose rápidamente manos a la obra, no con astucia narrativa, porque su torpeza es manifiesta, pero sí con eficacia, anunciando además a la UE que su posición ha cambiado, trasladándola de la posición de aliado a la de traicionado y posteriormente a la de enemigo manifiesto.


Los ucranianos y europeos están pagando en sus carnes la lealtad a los Estados Unidos. Ellos eran los interesados en iniciar un conflicto para debilitar a uno de sus principales enemigos y desgastar a Putin, su líder. Los mandatarios de Estados Unidos de aquel momento, los demócratas, consideraron que era una buena oportunidad para debilitar al socio más importante de China y lanzaron a los ucranianos a las trincheras, a morir por la defensa de Europa y los intereses de Estados Unidos y a sus aliados europeos a mantener su posición de apoyo a esa guerra. Y, con el cambio de mandatario, con la llegada de «Judas» Trump, se produjo la traición y la conversión del agresor en bueno y el agredido en malo, algo de lo que en España tenemos cierta experiencia. Y en todo este proceso, tal como se anuncia en el título, el simbolismo es una parte muy importante, mucho más para dos líderes narcisistas como son Trump y Putin.


En el caso de Trump, primero detuvo el suministro prometido de armas a Ucrania, después detuvo el suministro de inteligencia, después favoreció que Rusia atacase las ciudades ucranianas al no enviar defensas antiaéreas y, por último, dio comienzo al teatro de las negociaciones para buscar la paz, dando tiempo a Rusia para que continúe llevando a cabo crímenes de guerra constantes mientras el sheriff sigue mintiendo y riéndose de Ucrania y los ucranianos, además de reírse también de Europa y los europeos.


Pero vayamos con algunos «símbolos» de esta macabra obra de teatro. El primero fue la reunión en el despacho oval de la Casa Blanca a la que fue invitado el presidente Zelensky y que Trump y su equipo convirtieron en una humillación internacional para el presidente ucraniano. El problema es que, fruto de su torpeza, considero que consiguieron el efecto contrario al deseado, consiguieron que el vencedor de aquella puesta en escena fuese Zelensky. Debemos tener en cuenta que estamos ante un líder que trata las relaciones internacionales de su país como si fuesen sus relaciones personales: « Si me gusta a mí, es amigo de los EEUU».


Trump también nos ha sorprendido con su intención de tomar bajo su control la isla danesa de Groenlandia. Muchas han sido las declaraciones al respecto, incluyendo la amenaza del uso de la fuerza. Lo simbólico fue la visita que inicialmente realizaría la esposa del vicepresidente Vance con su hija, para asistir a la tradicional carrera de trineos que se celebra en la isla anualmente, y a la que, finalmente, se unió su esposo y solamente se limitó a visitar la base militar estadounidense de Pituffik. Durante la visita, Vance afirmó: «Lo que creemos que va a pasar es que los groenlandeses van a elegir, a través de la autodeterminación, independizarse de Dinamarca y entonces vamos a tener conversaciones con el pueblo de Groenlandia». Algo de una gravedad tremenda como es alentar las revueltas independentistas y que pasó prácticamente desapercibido para una mayoría de los ciudadanos.


Y podríamos hablar del simbolismo de la reunión de Trump y Ursula von der Leyen en el campo de golf propiedad del primero en Escocia, en Turnberry, donde sellaron el acuerdo comercial que nos imponía un 15 % de aranceles a la Unión Europea. Es algo así como «en vuestro territorio, en mi campo de golf y vosotros a agachar la cabeza». La muestra del poder absoluto sobre nosotros que hemos ratificado por escrito.


Podríamos hablar también del simbolismo de muchas otras acciones y llegar a la conclusión de que uno y otro mandatarios, Trump y Putin, actúan de forma parecida, aunque considero que en esta batalla el segundo tiene alguna ventaja sobre el primero. Se enfrenta un hombre formado, ex espía de la contrainteligencia soviética y rusa, con un plan claro y evidente a otro personaje que es imposible que respete puesto que representa todo lo que odia. Sin preparación, egocéntrico, pedante y con muchas otras características que le convierten en un ser muy manejable. Recordemos que la técnica MICE (dinero, ideología, chantaje y ego), utilizada por los servicios de inteligencia en sus reclutamientos, considera esas vulnerabilidades como presentes en el ser humano y elementos facilitadores para conseguir su reclutamiento. El ego es uno de los elementos principalmente utilizados, además del dinero.


Cada reunión entre ambos escenifica un combate desigual, la lucha entre un hombre entrenado y cultivado contra un patán, no lo afirmo yo, sino que lo han afirmado algunos de sus más cercanos colaboradores del pasado, que identifica las relaciones internacionales con sus percepciones personales. Y el resultado, como no puede ser de otro modo, es siempre positivo para Putin y sus intenciones.


El próximo acto de esta macabra obra de teatro, para llevar a Putin a vencer en su contienda con Ucrania y en su contienda con Europa, es la reunión de este día 15 de agosto en otro lugar simbólico, Alaska. Estoy seguro de que ambos líderes interpretan de manera diferente esta reunión, porque ambos están rodando escenas diferentes.


Trump interpretará esta reunión algo así como: «Te invito a un territorio que antes fue tuyo y ahora es nuestro, muestra de nuestro/mi poder en el mundo, y evito que seas detenido por la CPI. Te estoy dando muestras de mi amistad nuevamente para que lleguemos a un acuerdo que nos tiene que conformar a los dos, Ucrania ni Europa pintan nada en esto, ellos están sometidos a mi poder».


Putin interpretará la escena de una forma muy diferente: «Ya en el año 2024 visité Mongolia para que rindieran honores al nuevo Putin I el Grande y aquellos que antaño masacraron a mi pueblo ahora inclinasen la cabeza ante mi presencia. Ahora estoy aquí, pisando este territorio y anunciándote, aunque tu seas incapaz de verlo, que en algún momento recuperaré este territorio para nuestro nuevo imperio».


Como muestra decimos que vale un botón y deberíamos considerar prestar atención a cuestiones que nos plantea uno, la falta de sometimiento a los tribunales internacionales para pasar a establecer un sistema del Far West donde se establecen «recompensas» por individuos, o el otro, caídas por las ventanas o atragantamientos y suicidios de los disidentes. ¿Realmente estamos dispuestos a que estos dos locos nos lleven a la involución?. ¿Realmente estamos dispuestos a tirar por la borda todo aquello por lo que hemos luchado durante siglos?.


El tiempo, como siempre, dará y quitará razones, pero deberíamos estar preparados para un futuro con negras borrascas y donde los enfrentamientos de mayor calado no serán dentro de muchos años, porque es la obra de dos locos a los que no les queda mucho tiempo de vida, Putin 72 y Trump 79 años. Parece que en ese sentido la naturaleza les va a obligar a tomar decisiones en pocos años y esas decisiones las sufriremos todos los demás habitantes del planeta.


La cumbre de Alaska y las bazas de Putin en la reunión con Trump
Aquilino Cayuela. el debate. 15 Agosto 2025


Este 15 de agosto se produce un hecho histórico y esperanzador: una cumbre entre Donald Trump y Vladimir Putin en Alaska. Trump ha prometido «consecuencias muy severas» para Rusia si Putin no acepta poner fin a su guerra con Ucrania. Pero hasta ahora se han dado pocas señales de un compromiso real por parte del Kremlin, que tiene la sartén por el mango en este conflicto.


En una llamada telefónica, el mes pasado, con Trump, Putin reiteró que Rusia «seguiría persiguiendo sus objetivos para abordar las causas profundas» del conflicto en Ucrania. Estas «causas profundas» incluían antiguos agravios, como la existencia de Ucrania como Estado soberano y la expansión de la OTAN hacia el Este.


Se han filtrado detalles de una oferta de paz rusa, supuestamente hecha al enviado presidencial estadounidense, Steve Witkoff, antes de que se organizara esta cumbre de Alaska. En esencia, las propuestas implican que Kiev ceda territorio en el Donbás a cambio de un alto el fuego, algo que los líderes ucranianos descartan.


En términos generales, Putin ve una oportunidad única con Trump para restablecer las relaciones con Washington y separar los lazos rusos con Estados Unidos del destino de Ucrania. Putin, además, vuelve a la escena internacional en primer plano saliendo del ostracismo internacional al que le habían condenado, ficticiamente, los socios europeos. Ahora son ellos quienes quedan en segundo plano, más aún el gobierno de Pedro Sánchez postergado a la nimiedad más insignificante a la que nos arrastra el petulante ministro Albares -EE.UU., China, Rusia- y Europa es cada vez más una tierra de liliputienses cuyo «garbancito negro» es Sánchez Castejón.


Si Putin alcanza su cometido en esta cumbre, la «cuestión de Ucrania» puede quedar relegada a ser solo uno de los muchos temas de conversación entre los poderosos líderes de dos grandes potencias.


El Kremlin espera que las conversaciones de Putin con Trump le den buenos réditos. Durante meses, los funcionarios del Kremlin han estado hablando de posibilidades de cooperación económica, tecnológica y espacial con Estados Unidos, así como de lucrativos acuerdos en infraestructura y energía en el Ártico y otros lugares.


Pero si todo sale mal, los dirigentes rusos creen seguir estando en muy buena posición. Rusia estaba preparada para seguir luchando en esta guerra, antes de que Trump ganara las elecciones, y sigue estándolo hoy.


Las generosas primas de alistamiento ofrecidas por el Gobierno ruso han provocado un auge del reclutamiento, ya que los hombres que creen que el conflicto está en su recta final se apresuran a cobrar, por eso Rusia tiene una gran ventaja, sobre Kiev, en términos de reemplazo y efectivos militares que parecen estar aumentando.


En el peor de los casos, Rusia está preparada para llevar a cabo otra movilización parcial. A lo largo de los últimos meses, Moscú ha colaborado con las principales empresas para elaborar listas de trabajadores con experiencia militar relevante, lo que facilita su reclutamiento. También ha elaborado listas de trabajadores indispensables para mantener la economía a flote y que, por lo tanto, deben quedar exentos.


La economía rusa se enfrentará sin duda a dificultades si la guerra continúa y el país sigue sometido a sanciones. Pero el banco central y el Ministerio de Finanzas de Rusia están dirigidos por tecnócratas competentes, capaces de evitar el desastre. En los dos primeros meses de 2025, el gasto presupuestario de Rusia alcanzó la cifra récord de 96.000 millones de dólares, gracias a los pagos destinados a la producción militar. Esto ha evitado una depresión económica, y los tipos de interés del 21 % del banco central han impedido la hiperinflación.


El banco central ruso prevé que, si no hay presiones políticas para destinar aún más recursos a la guerra, la economía experimentará un aterrizaje suave. El crecimiento se enfriará, pero de forma gradual, y la desaceleración moderará la inflación. Moscú podrá evitar cualquier precipicio fiscal importante y cualquier perturbación.


Nada de esto significa que Rusia tenga garantizado un triunfo sobre Ucrania. Las guerras son impredecibles y estos tres años últimos largos nos han enseñado que la cooperación militar entre Ucrania y los países de la OTAN es fuerte y más consistente de lo imaginable, antes del 24 de febrero de 2022.


Ante las crecientes pérdidas humanas, la disminución de las reservas de equipamiento y el estancamiento económico, Putin podría decidir que es hora de consolidar sus ganancias, antes de que cambie la marea. Entonces podría aceptar un alto el fuego a lo largo de las líneas actuales.


Casi desde el inicio de la guerra, parecía que Rusia estaba destinada a sufrir una derrota, al menos parcial, y que cualquier acuerdo sería decepcionante para los rusos. Pero ya no es así. Para Moscú, es muy posible que le esperen días mejores, o al menos eso piensan los hombres del Kremlin.


Si Europa sigue ayudando a Ucrania y si Kiev puede hacer frente a la escasez de reemplazos militares, la ofensiva rusa podría estancarse. Sin embargo, sin el apoyo de Estados Unidos, a Europa y Ucrania le costará mantener la coordinación, la concentración y la disciplina para ayudar a Kiev. Es decisivo que Trump no limite la cooperación militar con Kiev ni su capacidad para rearmarse. Ojalá, se alcance una paz justa y equilibraba para Ucrania.


La historia de los palestinos que no te cuentan… y explica por qué nadie les quiere
En el calor de un conflicto que ya dura casi un siglo, nadie dice la verdad sobre el pueblo palestino y de por qué ni sus hermanos árabes les acogen.
C. Jordá. libertad digital. 15 Agosto 2025

A pesar de que se habla continuamente del pueblo palestino, lo cierto es que muy poca gente conoce la historia de los que hoy son considerados parte de ese pueblo y que sólo hace unas décadas no sólo no tenían ninguna aspiración política nacional y que, además, ha renunciado –o le han hecho renunciar– a la posibilidad, real hace muchas décadas casi al principio del conflicto y también otra, más real de lo que mucha gente cree, hace sólo unos años.


El caso es que Palestina nunca ha sido un Estado independiente y soberano: de la dominación romana inicial – que fue la que llamó así a lo que había sido antes el país de los judíos – pasó por la bizantina, la árabe, la de los mamelucos egipcios y, la más larga de todas, la turca hasta el final de la I Guerra Mundial. De hecho, durante esos cuatro siglos de obediencia a los sultanes de Estambul, eso que hoy en día son Israel y los territorios palestinos, ni siquiera era una provincia del imperio.


Ni siquiera con la aparición del sionismo y la pretensión de los judíos de crear en la zona su Hogar Nacional, los árabes que vivían en el Mandato Británico de Palestina demostraron ningún interés por constituir su propio estado. Tan es así que cuando la ONU dibujó un plan en el que había espacio para un estado judío y uno árabe en la zona los judíos sí crearon el suyo, Israel, y los árabes se limitaron a intentar acabar con sus vecinos en una guerra en la que el recién nacido país tuvo que defenderse de atacantes de hasta siete países distintos.


Esta guerra provocó la gran oleada de refugiados palestinos –unos 700.000– que se establecieron en los países del entorno y que, en algunos casos, provocaron enormes problemas, como el Septiembre Negro de Jordania y tuvieron un papel principal en el estallido de la Guerra Civil del Líbano, un conflicto de 15 años que dejó completamente arrasado este país, hasta entonces próspero.


Y además, los palestinos dentro los llamados territorios ocupados, con líderes nefastos como Yasir Arafat, se convirtieron en grandes creadores de terroristas que actuaron dentro y fuera de Israel, e inventando nuevas formas de terrorismo como los secuestros de aviones.


A pesar de todo, se llegó a los primeros acuerdos de paz en los años 90 y en el 2000 tuvo la oportunidad de crear el Estado palestino de la única forma en que puede ser creado: con un pacto con Israel. En lugar de eso, Arafat prefirió lanzar la Segunda Intifada.


No es de extrañar, por tanto, que los países árabes de la zona estén hartos de los palestinos, no quieran recibirlos como refugiados –tal y como dijo en su día el rey Abdalá de Jordania poco después del 7 de octubre– y en varios casos hayan llegado o estuviesen a punto de llegar a acuerdos de paz con Israel para abrirse a las relaciones políticas y, sobre todo, a las económicas.


Puente y la política indecente
Fran Carrillo. okdiario. 15 Agosto 2025

Óscar Puente es un sinvergüenza macarra. No descubro nada. Lo sabe quien le puso ahí para ejercer de tal. Y él se muestra encantado de que medio país celebre su condición, mientras saca de sus casillas a la otra mitad. Las dos Españas que la izquierda siempre potencia, sólo que ahora desde la cloaca de podredumbre moral y cochambre personal que representan políticos como el pijo de Valladolid. Atrás quedan sus años en la Universidad, cuando iba por Pucela con el jersey anudado al cuello de camisa de marca y presumía de ser «el facha socialista». Ahora se dedica a proteger a su amo haciendo de sparring nacional, asumiendo con orgullo y honor las galletas que le dan por sus salidas de tono. Lo que antes llamábamos vergüenza él lo define como ironía y sarcasmo.


Arden los bosques de España, se queman montes y praderas, los trenes siguen detenidos en páramos y andenes sin mantenimiento, con los viajeros soportando temperaturas de cuarenta grados y golpes de calor constante. ¿Qué hace el ministro perdido, en su eslabón constante de gracietas y piruetas retóricas? Burlarse de quienes lo han perdido todo, presumir de basura moral con chistes sobre la calentura del terreno mientras disfruta lecturas en playas cara al sol, culpar al adversario y decidir que el problema de gestión que tiene en el ministerio que él dirige de manera fraudulenta es algo menor en comparación a la lucha contra la ultraderecha. Pero que no falten los posts subversivos de quien le gusta hacer la revolución entre yates y coches de alta gama, ni tampoco los comentarios constantes en redes, donde la retahíla de faltas de respeto al adversario y a quien le paga el inmerecido sueldo cada día aumenta en función de la rentabilidad del escándalo creado. Sánchez sabía que Puente le quitaría foco mediático ante tanto escándalo de corrupción y Óscar le responde con sumisa lealtad.


Hemos llegado a este estadio degradado en la política por no saber articular los cortafuegos precisos a tiempo. Cuando aceptamos la deshumanización del oponente político, el populismo mentiroso que toma al ciudadano por idiota y no como sujeto soberano y la degradación institucional como requisito necesario para la conservación del poder, personajes como Puente adquieren una impronta notable y un poso de impunidad y bula mediática inmerecida.


Pero en la España del «tira, que no pasa nada», Puente seguirá tirando, aunque los trenes impuntuales ya no tiren. Continuarán parándose en mitad de la nada en una España quemada de incompetentes como él, que han saqueado las arcas públicas y empobrecido servicios de los que antaño presumíamos con orgullo. Seguirá ahí cuando todo esto pase, sostenido y aplaudido por los pesebreros y ensobrados que todavía defienden su actitud, comportamientos y saber hacer. Y a los que contrata para crear esos posts de inmundicia moral que sus manos de rico con ínfulas no se atreven a escribir.


El filósofo Emilio Lledó ya avisaba de lo intolerable que supone para una sociedad que quiere ser libre admitir a políticos indecentes con poder. Ello confiere al sistema de una gravedad inusual, porque no reparará en el virtuosismo coyuntural del representante, sino en la capacidad de ensuciar la vida pública de quien ostenta dicho poder y no desea perderlo. Puente es todo lo que debemos deplorar de la política, un representante moralmente incapacitado para ejercer nada que no sea la gestión de su propio ombligo, tan encorvado como su cerviz, tan desviada e irreversible como su ética. Quizá por eso ha llegado a ministro. Del PSOE, por supuesto.


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Los abajo firmantes
Alonso Holguin. libertad digital. 15 Agosto 2025

Esos individuos, agrupados en manifiestos de "abajo firmantes", muestran su odio a los israelíes que intentan acabar con varios grupos terroristas.


Vivimos en un país maravilloso. No hay la más mínima duda. Sin embargo, entre los españoles hay una gentuza muy, muy asquerosa; escasa en número, afortunadamente. Pese a los años, aún tenemos memoria, especialmente las víctimas del terrorismo, quienes recordamos cada día los atentados, y a quienes callaron como hijoputas en aquellos años.


La situación en la Franja de Gaza hace levantarse de sus poltronas acomodadas a una parte –la parte más apestosa– de eso que llaman "los intelectuales". ¿Intelectuales? Digamos que son intérpretes o singermorning de la producción literaria o musical ajena; propia, en contadas ocasiones.


Esos individuos e individuas, agrupados en manifiestos tipo "los abajo firmantes", muestran su más profundo odio a los israelíes. Israelíes que intentan acabar con varios grupos terroristas –Hamas, Hezbolá, Yihad Islámica, entre otros–, que atenazan a los palestinos residentes en ese lugar. Los grupos terroristas reciben financiación y apoyo de material bélico –armas y municiones, cohetes– de varios países, Irán y Qatar, entre otros.


Memoria

Los tipos se olvidan del motivo que originó la actual situación: el ataque del 7 de septiembre. Grupos terroristas invadieron la zona más próxima a la frontera. Asesinaron a 1400 personas. Masacraron a mujeres, niños y hombres, sin importar sexo, edad ni profesión. Atacaron en un festival de música electrónica, viviendas, incluso instalaciones militares. Además, se llevaron 239 civiles y soldados –incluidos bebés– secuestrados al interior de la franja de Gaza.


De estos hechos, ¿se acuerdan «los abajo firmantes»? No.

¿Les interesan las múltiples violaciones a mujeres y niñas? No.


¿Instan a los terroristas para la liberación de los secuestrados, cuyas imágenes hemos visto cavando sus propias tumbas en túneles construidos por los terroristas? No.


¿Os extraña la actitud de esta gentuza? No.

¿Sabéis por qué?


No podemos olvidar lo inolvidable

No hace mucho, España sufría ataques terroristas con frecuencia. Los más jóvenes no se acordarán porque no lo vivieron. Ahora bien, sus padres podemos confirmarles que, durante décadas, nos amanecíamos con atentados de bandas terroristas como ETA, GRAPO, Terra Lliure, Exercito Popular do Pobo Galego Ceibe, MPAYAC…


Sus objetivos fuimos sobre todo guardias civiles, policías nacionales y militares al inicio de su bastarda "lucha armada"; secuestros de industriales para financiar su actividad terrorista; asesinatos de jueces y fiscales, en represalia por los juicios y sentencias; funcionarios de prisiones por su colaboración en la presunta "tortura" a sus cobardes miembros encarcelados; no se olvidaron de matar a los familiares residentes en las casas cuarteles, incluidos niños. También cometieron atentados contra establecimientos comerciales, llenos de ciudadanos, como Hipercor en Barcelona.


Después, tiempo después, ETA dio un giro de tuerca a su estrategia. Pusieron el objetivo en las personas más indefensas y desprotegidas: los políticos más cercanos de los pueblos y ciudades. No se olvidaron de otros, llegando a asesinar a un exministro socialista, intentando matar a un candidato a presidente del gobierno… y así unos 50 años de terrorismo en España.


Curiosamente, "los abajo firmantes" permanecieron agachados, escondidos, callados como hijoputas, rodilla inclinada ante los socialistas terroristas. Aprendimos a no echarles de menos, nos habituamos a su silencio lleno de desprecio. Y eso que, con el dinero público, formato ayudas y subvenciones, disfrutan de la vida padre, madre y Espíritu Santo. Olvidan que su sueño, su propiedad privada, la seguridad de sus hijos, recae sobre los objetivos de terroristas.


Nunca entenderé su falta de sensibilidad con nosotros, ni su enfermizo odio a nuestra profesión. Y eso que su profesión sí está considerada "de riesgo" por el gobierno de España, y la nuestra –policías nacionales y guardias civiles–, no.


Manda güevos.


Atajo de cobardes

¿Se puede ser más cobarde y miserable que "los abajo firmantes" apoyando a los terroristas palestinos? Excepto Pedro Sánchez y sus secuaces del consejo de ministros… difícil encontrar otros.


Muy difícil.


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