Recortes de Prensa Miércoles 20 Agosto 2025


Un avance importante para la paz en Ucrania
Vladislav Inozemtsev. la razon. 20 Agosto 2025

Durante el último mes, hemos presenciado una creciente pugna por el poder en el conflicto entre Rusia y Ucrania, con el anuncio de Estados Unidos de su ultimátum a Putin y la intensificación de los ataques de Moscú, tanto en primera línea como contra objetivos civiles. Parecía que el presidente Trump se había metido en una trampa, al enfrentarse a una difícil disyuntiva entre imponer aranceles suicidas a los socios comerciales de Rusia o reconocer su impotencia para tomar medidas cruciales. Sin embargo, apostó por una resolución inmediata del conflicto, comenzando por reunirse con el dictador ruso invitándolo a suelo estadounidense. La medida provocó una indignación pública sin precedentes en todo el mundo, ya que muchos observadores la condenaron como una bienvenida a un «criminal de guerra certificado». Sin embargo, dio sus frutos, ya que, aunque no se anunció un «acuerdo» inmediato, sin duda surgió cierto entendimiento entre ambos durante su cumbre de Anchorage. Creando la sensación generalizada de que se había rendido ante Putin, el presidente Trump facilitó la convocatoria del líder ucraniano a Washington, ya que este temía que Estados Unidos hubiera cambiado de bando en los juegos geopolíticos globales. Los europeos rodearon a Zelenski y lo «escoltaron» a la Casa Blanca, sin intención de luchar por Ucrania a menos que Estados Unidos respaldara este esfuerzo. El lunes, se reveló que los cálculos de Trump han dado como resultado una combinación ganadora que bien podría llevar al fin del conflicto en Ucrania, que dura ya tres años y medio. Su punto fuerte reside, ante todo, en el momento oportuno. El propio Trump necesita encontrar una solución al problema antes de que el Congreso regrese del receso de verano, ya que rechazó un proyecto de ley que pedía aranceles elevados al petróleo ruso, alegando que resolvería el problema por su cuenta. Zelenski comprendió que el avance ruso amenazaba las posiciones defensivas ucranianas y devastaba ciudades ucranianas a un ritmo no visto desde mediados de 2022. Los europeos parecían incapaces de defender a Ucrania por sí solos y estaban profundamente preocupados por la perspectiva de la retirada de Estados Unidos del negocio. Por último, pero no menos importante, Putin empezó a percibir que la economía rusa estaba sobrecargada por el gasto militar, mientras el Gobierno intentaba cumplir con el presupuesto de 2026, que debía presentarse a finales de septiembre.


Los líderes europeos diseñan un plan para una paz duradera en Ucrania

El otro punto fuerte de la acción de Trump fue, de hecho, que comenzó a hacer lo que nadie más deseaba. Jugó con su reputación durante su reunión con Putin. Declaró abiertamente que las concesiones territoriales eran admisibles para prevenir una terrible pérdida de vidas. Anunció que podía gestionar la nueva arquitectura de garantías de seguridad eludiendo instituciones colectivas como la OTAN o la UE. Ofreció nada menos que una nueva diplomacia itinerante, convenciendo a todos para detener la guerra. Y al final surgió un panorama realista: parecía que Reino Unido estaba agotada, los europeos cansados de gastar dinero y los rusos habían perdido la comprensión del propósito de la guerra y de su posible duración. Además, el medio de negociación más eficaz de Trump fue la humildad que introdujo en el debate. Mientras hablaba con Putin, los europeos se creyeron traicionados y se volvieron más sumisos. Zelenski comprendió que cierta pérdida de territorio era un precio razonable para reunirse con Putin y detener las hostilidades. Una reunión provocó la siguiente, así que después de Anchorage llegó Washington, y la próxima semana podría haber una cumbre trilateral que conduzca a un acuerdo de paz preliminar. Parece que el primer paso fue el más problemático, y fue, después de todo, el presidente Trump quien lo dio contra todo pronóstico.


Diría que los acontecimientos posteriores se desarrollarán con bastante rapidez. Ahora que el proceso de paz ha comenzado sobre la base de una «relación especial» entre Trump y Putin, el presidente estadounidense está interesado en finalizarlo de alguna manera antes de la visita de Putin a Pekín, programada para principios de septiembre. China debería ser excluida de cualquier acuerdo por demostrar que no tiene voz en los conflictos «intraoccidentales», por lo que preveo que tanto la reunión Putin-Zelenski como la cumbre trilateral se celebrarán en agosto. La cuestión territorial se resolverá mediante una frontera temporal a lo largo de la línea del frente actual, mientras que el resto de Donbás permanecerá bajo control ucraniano. Sin embargo, Crimea podría ser reconocida como territorio ruso para complacer a Putin. Esto parece posible, ya que las partes podrían acordar que abandonó Ucrania mediante referéndum sin hostilidades abiertas. Por lo tanto, esta corrección de la frontera no debería considerarse como una redefinición de la misma mediante guerra y agresión, algo prohibido por el Derecho Internacional. Rusia aceptará abandonar sus 300.000 millones de dólares en reservas de divisas congeladas como compensación por las pérdidas de Ucrania, sin negociar otras reparaciones. Para finales de año, el conflicto podría quedar atrás.


Pero incluso si todo esto ocurre, no será el final de un viaje; lo más probable es que se convierta en el punto de partida de uno nuevo, ya que no hay garantías de que Putin llegue a considerar el acuerdo de paz como el definitivo (recuerdo que rompió el tratado sobre las fronteras estatales entre Rusia y Ucrania, que había firmado personalmente, no menos de tres veces).


El nuevo reto para Occidente sería dominar y perfeccionar un sistema de garantías de seguridad para los países no pertenecientes a la OTAN y demostrar que funciona. Si se logra esta última tarea, podrían subsanarse las grietas del orden mundial actual. Pero pase lo que pase mañana, el avance de hoy debe considerarse un ejemplo excepcional de acción colectiva audaz y eficaz, que restaura nuestra fe en el mundo occidental y su unidad.


*Vladislav Inozemtsev es cofundador y miembro del Consejo Asesor del Centro de Análisis y Estrategias en Europa de Nicosia (Chipre)


Europa y Ucrania se someten al César
Pedro F. Barbadillo. okdiario. 20 Agosto 2025

Los europeos tenemos que exigir a nuestros políticos y medios de comunicación que no nos mientan, o al menos que no nos traten como a idiotas, siquiera por nuestra dignidad y por su legitimidad.


Desde que se reconoció esta vez que Donald Trump había sido reelegido en 2024, miembros de la Administración de Joe Biden (¿sigue vivo, por cierto?), de la Unión Europea y de la OTAN trataron de escalar su implicación en el conflicto de Ucrania. Sin embargo, Trump, que desde 2016 ha clamado contra las “guerras interminables” en que EEUU se ha metido, está avanzando en su deseo de zanjar el conflicto de Ucrania… con un resultado favorable a su país.


La reunión en la Casa Blanca el lunes 18 de la presidenta de la Comisión Europea, el secretario general de la OTAN, los primeros ministros de Alemania, Italia y Gran Bretaña y el presidente de Francia ha mostrado quién manda en las dos orillas del Atlántico norte. Las fotos de todos ellos esperando a la entrada del Despacho Oval y, luego, escuchando atentos los designios del César son, en este sentido, elocuentes.


Durante la Segunda Guerra Mundial, en la que por motivos propagandísticos se mantuvo la ficción de una diarquía entre Washington y Londres, el esfuerzo industrial y las decisiones políticas y militares correspondían a Estados Unidos y a su presidente, Franklin D. Roosevelt. El imperio británico, que se estaba quedando en los huesos como dijo Winston Churchill, dependía de los alimentos y las armas enviadas por EEUU.


Las naciones europeas desempeñan ahora un papel similar al de Nicaragua, Mongolia o Egipto en la Segunda Guerra Mundial: aprueban los tratados que les presentaban los verdaderamente grandes y compran productos “made in USA”. Y así, tanto Volodímir Zelenski como los europeos, han asentido a la propuesta de Trump de una cumbre definitiva entre él, Vladímir Putin y el presidente ucraniano.


Para explicar los hechos tal como son, recuerdo que Josep Piqué, ministro de Asuntos Exteriores en los gobiernos de Aznar, escribió en su libro El mundo que nos viene (2018) que Rusia jamás se retirará de la base naval de Sebastopol, en la península de Crimea, que ocupó en 2014, porque es el único puerto de aguas templadas de que dispone su armada. Aunque parece que actualmente no puede usarlo debido a los ataques de drones ucranianos (se afirma que los buques supervivientes de su flota del mar Negro se han refugiado en puertos rusos del otro orilla), Moscú no va a devolverlo a Kíev; lo que quiere usarlo sin restricciones.


Otro hecho es el análisis de Henry Kissinger en mayo de 2022 en que, para acabar con la guerra que no podía ganar, recomendaba a Ucrania que renunciara a Crimea y se comprometiera a no unirse a la OTAN. Por último, Zelenski admitió que estaba dispuesto a reconocer pérdidas territoriales a cambio de seguridades para el resto de su país (entrevista en The Telegraph 29-11-2024).


Una vez que el bando europeo-occidental ha aceptado el plan de Trump, toca fijarse en las decisiones de Moscú. Vladímir Putin tiene la posibilidad de concluir su lamentable “operación militar especial” (tres años y medio de guerra, cerca de un millón de bajas, enfeudamiento a China…) con un desfile de la victoria en la Plaza Roja. ¿Lo aceptará? Seguramente sí, al menos para disfrutar de una tregua antes de seguir recomponiendo la esfera de influencia de la desaparecida URSS en el Cáucaso y Asia Central.


Comprobado que Rusia no cumple sus tratados, como no ha cumplido ninguno de los firmados con Ucrania desde su independencia, lo importante son las garantías que ofrecerán Estados Unidos y Europa al desmembrado país. El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, que dejó de hablar de la incorporación de Ucrania a la alianza después de una reunión con Trump en marzo pasado, propone una asociación, quizás a la manera de Colombia, Marruecos, Japón o Israel.


Pero las palabras en los papeles no valen nada si no las respaldan ejércitos y, sobre todo, la voluntad de cumplirlas. Los miembros europeos de la OTAN han anunciado su rearme contra la “amenaza rusa”, incluso la España del pacifista Pedro Sánchez. Pero, ¿están dispuestos los europeos a seguir sacrificándose por Ucrania y por la oligarquía que les está arruinando mediante el Pacto Verde? Los polacos, los bálticos, los rumanos y los escandinavos, vecinos de Rusia, probablemente lo estén por miedo. ¿Y hasta cuándo los franceses, españoles, belgas y portugueses?


El plan ruso desde hace un siglo, ya elaborado por los bolcheviques en el Tratado de Rapallo (1922) con la Alemania de Weimar, de alianza con los europeos para formar un inmenso bloque euroasiático, quedará aplazado durante muchos años. Moscú tiene un vecino que le odia y otros que le temen. Estados Unidos triunfará al romper cualquier acercamiento entre la UE y Rusia y, además, venderá armas y tecnología a los europeos.


Y Trump, que ha leído a Kissinger y lo ha entendido, quizás reciba el Nobel de la Paz, como ya lo recibieron otros cuatro presidentes de Estados Unidos, entre ellos Barack Obama, el único que estuvo metido en guerras durante todo su mandato.


Trump ofrece garantías de seguridad a Ucrania si Zelenski acepta un acuerdo territorial con Rusia
David Alandete. Corresponsal en Washington. ABC. 20 Agosto 2025

Al término de una jornada maratoniana, que transformó la Casa Blanca en el epicentro de la diplomacia mundial, Donald Trump anunció este lunes que ha logrado un acuerdo preliminar para que Vladímir Putin y Volodímir Zelenski se sienten cara a cara en busca de una salida a la guerra. Fue el desenlace de una cumbre insólita, prolongada hasta casi entrada la noche, en la que el presidente estadounidense y los siete líderes europeos permanecieron a solas en el Despacho Oval, sin asesores, en conversaciones que marcaron un antes y un después.


Trump, consciente de la magnitud del momento, presentó el resultado como un giro histórico: «He llamado al presidente Putin y hemos iniciado los arreglos para un encuentro, en un lugar aún por determinar, entre el presidente Putin y el presidente Zelenski», dijo en un mensaje en redes sociales. «Después de esa cita bilateral, celebraremos una reunión trilateral: seremos los dos presidentes, más yo. Ha sido un muy buen primer paso».


Sobre la mesa, mapas con la división de Ucrania. Putin se sale con la suya, está al borde de anexionarse las zonas invadidas. Pero, a cambio, Trump ofrece protección de Estados Unidos a los ucranianos una vez se firme la paz, incluso soldados, ayuda, «mucha ayuda», como dijo en el Despacho Oval. En lo que empezó como un maratón de negociaciones, terminó convirtiéndose en el anuncio de un posible hito: el inicio de un camino directo hacia la paz, con Trump, como le gusta, en el centro de la escena, rodeado de aliados europeos y en contacto permanente con Moscú.


En un momento en que los micrófonos traicioneros que debían estar apagados se encendieron, Trump fue captado diciéndole al francés Emmanuel Macron: «Creo que va a firmar un acuerdo, por mí. Parece increíble, ya ves».


El anuncio llegó tras una de las sesiones diplomáticas más prolongadas de los últimos años en la Casa Blanca. Desde primeras horas de la mañana, Trump recibió a Zelenski acompañado de los principales líderes europeos —Macron, Keir Starmer, Giorgia Meloni, Olaf Scholz, Alexander Stubb, además de Ursula von der Leyen y Mark Rutte— para coordinar posturas y explorar fórmulas que permitan desbloquear la situación.


Lo que estaba previsto como una reunión a varias bandas con asesores y equipos de trabajo terminó convirtiéndose en una conversación a puerta cerrada entre los ocho mandatarios y Trump, que se prolongó en el Despacho Oval. Según fuentes diplomáticas, se trató de un gesto deliberado: apartar a los equipos técnicos para hablar con mayor franqueza, sin la presión de borradores ni líneas rojas. Antes, hubo una bilateral con Zelenski que marcó un cambio sustancial en la dinámica entre ambos presidentes.


Cambio de tono entre Trump y Zelenski

El clima contrastó de forma notable con la visita de febrero, cuando Zelenski fue recibido con frialdad y reproches. En esta ocasión, el presidente ucraniano apareció con chaqueta y camisa negra, sin corbata, un gesto interpretado como un intento de suavizar las críticas que recibió en su encuentro anterior por acudir con indumentaria militar. Trump lo celebró con un cumplido público: «Te ves fantástico». Incluso Brian Glenn, el periodista que lo había ridiculizado en febrero, pidió disculpas y lo elogió: «Se ve fabuloso con ese traje». Zelenski, preparado para la réplica, bromeó: «Lo recuerdo. Tú sigues con el mismo traje. Yo cambié el mío».


Ese cambio de tono marcó la dinámica del día. En público y en privado, Zelenski multiplicó las muestras de agradecimiento. Este diario contó hasta 14 ocasiones en las que pronunció la palabra «gracias» durante sus intervenciones, una deferencia que en febrero había brillado por su ausencia y que entonces le valió críticas directas del vicepresidente J.D. Vance, quien en esta ocasión se mantuvo en silencio, observando en segundo plano.


Detrás de las bromas y los gestos simbólicos se encontraba la cuestión de fondo. Trump presentó a sus socios europeos y a Zelenski una propuesta que supone un giro en la política estadounidense: las garantías de seguridad para Ucrania a cambio de aceptar un acuerdo territorial con Rusia que incluya la cesión de Crimea y Donbás. «Habrá mucha ayuda en materia de seguridad», prometió Trump, sin descartar incluso que tropas estadounidenses pudieran desempeñar un papel en un eventual pacto.


Demandas para el fin de la guerra

Zelenski, por su parte, insistió en sus demandas de máximos: «Primero, un ejército ucraniano fuerte —armas, soldados, entrenamiento, inteligencia—. Segundo, trabajaremos con nuestros socios. Depende de los grandes países, de Estados Unidos y de todos nuestros amigos». Preguntado sobre qué garantías buscaba, respondió con una sola palabra: «Todo».


El planteamiento deja a Ucrania ante una disyuntiva crítica: renunciar a parte de su territorio para obtener seguridad y protección internacional, o mantener su reclamación íntegra y arriesgarse a que la guerra se prolongue indefinidamente.


Llamada con el Kremlin

Uno de los momentos más llamativos de la jornada se produjo cuando Trump abandonó brevemente el Despacho Oval para mantener una conversación telefónica con Putin. «El presidente trabaja incansablemente por la paz y está en en comunicación constante con ambas partes», reconoció después un portavoz de la Casa Blanca. El propio Trump ya había adelantado que pensaba llamar al líder ruso tras sus reuniones, pero hacerlo en paralelo a la cumbre reflejó la intensidad de las gestiones.


«Putin espera mi llamada», declaró antes Trump. «Si no tenemos una reunión trilateral, la guerra continuará. Pero estoy convencido de que podemos avanzar».


Los líderes europeos, conscientes de la sensibilidad del momento, se alinearon con Trump en público y lo colmaron de elogios, reforzando su papel como mediador. El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, fue explícito: «Quiero agradecerle, presidente de Estados Unidos, querido Donald, por haber roto el bloqueo con el presidente Putin iniciando este diálogo».


El presidente finlandés, Alexander Stubb, añadió: «En las últimas dos semanas hemos avanzado más hacia el fin de la guerra que en tres años y medio». La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, habló de «un nuevo comienzo» y el británico Keir Starmer señaló que «nadie había logrado traerlo hasta aquí, y por eso le agradezco».


El canciller alemán Friedrich Merz subrayó que «el camino está abierto, usted lo abrió el viernes y ahora podemos iniciar negociaciones complicadas». Emmanuel Macron, presidente francés, agradeció a Trump su «compromiso» y defendió la importancia de un encuentro trilateral como «la única vía para resolverlo». Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, lo coronó: «Estamos aquí para trabajar con usted en una paz duradera para Ucrania. Detener la matanza. Es realmente histórico».


«Esto es solo el comienzo»

La puesta en escena —ocho líderes reunidos durante horas en la residencia de la Casa Blanca y en el Despacho Oval— buscaba transmitir confianza y la sensación de que el proceso avanza. Pero también refleja lo delicado del momento. Según testigos, en un pasaje de la conversación Zelenski interrumpió a Trump, lo que provocó un instante de tensión en la sala. «Todos contuvieron la respiración, como si fuera a estallar», relató después un diplomático europeo. No ocurrió. El encuentro siguió adelante y cerró con la imagen de unidad buscada.


La realidad, sin embargo, es que las conversaciones apenas comienzan. La posibilidad de que Ucrania ceda territorio sigue siendo la condición central de Putin, y la línea roja más difícil de traspasar para Zelenski. Trump, por su parte, está decidido a presentarse como el artífice de un avance que hasta ahora parecía imposible.


«Esto es solo el comienzo», aseguró al término de la jornada. «No es el final del camino. Pero creo que estamos más cerca que nunca de ver cómo termina esta guerra». Incluso deslizó un plazo: dijo que podría haber novedades en una cumbre «en una o dos semanas».


El día concluyó con una fotografía inédita: Trump rodeado de los principales líderes europeos y Zelenski, todos reunidos a solas en el Despacho Oval. El ambiente distendido, las bromas y los elogios contrastaban con la gravedad de lo discutido: la seguridad de Ucrania, la arquitectura europea y la posibilidad de un acuerdo hasta ahora impensable con Moscú. La sensación en Washington al cierre de la jornada era que se había dado un paso aunque sea precario hacia la paz.


Trump asume que la paz en Ucrania necesita garantías de EEUU
EDITORIAL. libertad digital. 20 Agosto 2025

Seis meses después de la encerrona que sufrió Zelenski en la Casa Blanca en febrero, con JD Vance y el propio Donald Trump ejerciendo de matones, la segunda visita del presidente ucraniano ha sido completamente diferente. En el tono, en las formas y, sobre todo, en el fondo. Acompañado por algunos de los principales líderes europeos, entre los que por supuesto no se encontraba Pedro Sánchez, se discutió sobre el marco en el que se celebrarán las negociaciones de paz, que podría resumirse en que Ucrania deberá ceder parte de su territorio a cambio de garantías de seguridad explícitas y fiables que permitan a su pueblo confiar en que Putin no volverá a atacar su país.


Al margen de las relaciones personales, estas garantías fueron el principal escollo de la reunión de febrero, porque exigen a Estados Unidos arremangarse y poner de su parte. Dado que Putin no quiere ni oír hablar de un posible ingreso de Ucrania en la OTAN, la solución intermedia que ha capitaneado Meloni es la adopción de una protección similar a la del artículo 5 del tratado, que obliga a los miembros de la Alianza a considerar un ataque a cualquier otro miembro como un ataque a su propio país, sin necesidad de que Ucrania ingrese en la OTAN. Al igual que con la extensión final de los territorios que deba ceder el Parlamento ucraniano, el formato que adoptará esta protección será esencial para que exista un acuerdo, dado que el tristemente célebre antecedente del Tratado de Budapest de 1995, por el que Kiev renunció a su arsenal nuclear a cambio de garantías por parte de Rusia, Estados Unidos y Reino Unido de garantizar su unidad territorial.


Los antecedentes no invitan a ser optimistas, pese a lo cual sería un ejemplo de ceguera voluntaria no reconocer que Donald Trump ha ido cambiando su discurso a lo largo de los meses tras varias negativas de Vladimir Putin a sus planes para, al menos, acordar un alto el fuego, que en cambio sí fueron aceptadas por Zelenski. Posiblemente también han jugado un papel su creciente confianza en Marco Rubio, que parece haber sustituido al vicepresidente JD Vance como principal apoyo de Trump en política internacional, y hasta la influencia de su mujer Melania, que ha reconocido el presidente de Estados Unidos y que ha tenido incluso un papel activo durante estos días con su reclamación por escrito a Putin de que deje de bombardear civiles.


No obstante, pese al empeño de Donald Trump de acabar pronto con esta guerra, que considera responsabilidad de su predecesor, y el recuerdo de su ridícula promesa de campaña de acabar con el conflicto en 24 horas, las sonrisas en la reunión en la Casa Blanca no son más que un punto de partida. Reconocer que la solución pasará por que Ucrania ceda territorios a cambio de garantías de seguridad es adoptar un marco en el que se puedan desarrollar las negociaciones, pero no supone ningún acuerdo concreto. Y los continuos cambios de opinión de Trump en favor de los intereses rusos cada vez que ha hablado con Putin no invitan al optimismo. De hecho, este martes ya estaba echándose atrás de la idea de tener a soldados norteamericanos en Ucrania.


La injusticia de que Ucrania renuncie a parte de su territorio y el incentivo que supondría para que Rusia acometa en el futuro otras aventuras contra otros países no deben ocultar la realidad: desgraciadamente, el heroísmo ucraniano sólo ha podido contener el poderío ruso, pero después de más de tres años no ha logrado poner a Moscú a la defensiva salvo en momentos muy concretos de la guerra. Ni siquiera cuando el Gobierno de Biden estaba firmemente comprometido con su causa. El desgaste que ha degradado las capacidades militares rusas y que ha provocado la disminución de su esfera de influencia, como demuestra el reciente acuerdo entre Armenia y Azerbaiyán, también afecta a Ucrania. Nada gustaría más a este periódico que la retirada completa de Rusia de territorio ucraniano, pero por desgracia ese barco parece haber zarpado. Que el resultado no sea una victoria clara para Putin es la única esperanza realista a la que podemos aferrarnos.


Trump no enviará soldados americanos para ayudar a Ucrania
Donald Trump confirma que no enviará soldados estadounidenses para ayudar a defender Ucrania contra Rusia, después de dejar abierta esta posibilidad horas antes
Héctor Atienza. el mundo. 20 Agosto 2025

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ofreció este martes garantías de que no se enviarían soldados estadounidenses para defender a Ucrania contra Rusia, después de parecer dejar abierta esta posibilidad en la víspera.


Trump también dijo en una entrevista matutina en televisión que las aspiraciones de Ucrania de incorporarse a la OTAN y recuperar la península de Crimea de Rusia resultan "imposibles".


Donald Trump, Volodimir Zelenski y los principales dirigentes europeos mantuvieron un encuentro el pasado lunes en la Casa Blanca con el objetivo de poner fin a la guerra de Rusia contra Ucrania. Al responder las preguntas de los periodistas, Trump no descartó enviar soldados estadounidenses para participar en un esfuerzo liderado por Europa para defender Ucrania como parte de las garantías de seguridad buscadas por Zelenski.


Este martes por la tarde, la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, precisó que "no habrá botas estadounidenses en el terreno" como parte de cualquier misión potencial de mantenimiento de la paz.


Putin, como parte de cualquier posible acuerdo para retirar sus fuerzas de Ucrania, busca la retirada de los soldados ucranianos de las regiones de Donetsk y Luhansk, así como el reconocimiento de Crimea como territorio ruso.


Este lunes Trump también destacó que estaba organizando negociaciones directas entre Putin y Zelenski para avanzar posteriormente a una reunión trilateral, aunque fuentes del gobierno de Putin todavía no lo han confirmado.


"Fue una idea que evolucionó en el curso de las conversaciones del presidente con el presidente Putin, el presidente Zelenski y los dirigentes europeos ayer", explicó Leavitt.


9:06

Las garantías de seguridad para Ucrania

Hoy en Elmundo.esAlberto Rojas, enviado especial en la Guerra de Ucrania desde el inicio del conflicto, firma el artículo El laberinto de la negociación con el Kremlin: ni un solo punto en común en siete meses.


"Las garantías de seguridad pasan por ofrecerle a Ucrania la suficiente fuerza militar disuasoria para que Rusia no vuelva a invadirla en el futuro. Pero Moscú quiere todo lo contrario, unas garantías de seguridad inexistentes, precarias o dependientes de sí misma (lo que sería en realidad garantías de ataque futuro). La llamada «coalición de voluntarios», impulsada por el Reino Unido y Francia, es otro de los autoengaños teatrales a los que asistimos desde febrero. Resulta muy ingenuo pensar que EEUU y Europa, que hoy se niegan a derribar misiles y drones rusos sobre Ucrania, mañana irán a la guerra contra Rusia por defender a Kiev.


Steve Witkoff, el negociador de Trump, aseguró (como si fuera una buena noticia) que Putin estaba dispuesto a aprobar una ley para garantizar que no iba a atacar Ucrania de nuevo. Sí, en la misma Rusia en la que había una ley que impedía a Putin presentarse de nuevo en 2024. En definitiva: Moscú no sufriría ninguna presión para aceptar algo que le impida conseguir su objetivo bélico: acabar con la soberanía de Ucrania".


8:16

El precio del petróleo de Texas cae 1,72 % ante posible acuerdo entre Rusia y Ucrania

El precio del petróleo intermedio de Texas (WTI) cerró este martes con una caída del 1,72 %, hasta los 62,33 dólares el barril, debido a la posibilidad de que Rusia y Ucrania se reúnan próximamente para negociar una salida al conflicto mediada por Estados Unidos.


Al cierre de la jornada en la Bolsa Mercantil de Nueva York, los contratos de futuros del WTI para entrega en septiembre cayeron 1,09 dólares con respecto al término de la sesión anterior.


Este empuje a la baja se basa en que el fin de la guerra de Ucrania podría desembocar en el levantamiento de sanciones al petróleo ruso y por ende, a un aumento de la oferta.


La caída en los precios del WTI de hoy desbarató así la subida que experimentó el crudo estadounidense ayer mismo (1 %).


7:51

Militares de EEUU y Europa conversan en Washington sobre paz en Ucrania

El jefe del Estado Mayor de Estados Unidos se reunió este martes en Washington con altos cargos militares europeos para discutir sobre las garantías a un posible acuerdo de paz en Ucrania, después de que Donald Trump descartara el envío de tropas estadounidenses de apoyo.


En tanto los gobernantes occidentales impulsan un acuerdo, el jefe del Estado Mayor de Estados Unidos, general Dan Caine, sostiene conversaciones en Washington con altos cargos militares europeos en torno a "las mejores opciones para un potencial acuerdo de paz en Ucrania", informó un funcionario de defensa a la AFP.


Estas conversaciones preceden a la reunión virtual de jefes militares de la OTAN prevista el miércoles, en la cual debería participar Caine.


La hora de la verdad europea
Trump y Putin redibujan esferas de influencia a costa de una Europa que renuncia a actuar y baila al compás de una paz impuesta entre cesiones territoriales y promesas vacías
Editorial. ABC. 20 Agosto 2025

La cumbre entre Trump, Zelenski y los líderes europeos ha sido un evento insólito en la historia diplomática reciente: más teatral que sustancial (muy comentada la americana nueva del ucraniano), dominada por el protagonismo del presidente estadounidense y marcada por la ambigüedad en los resultados. En un intento de mostrar que han aprendido a torear a Trump, los dirigentes europeos cambiaron sus agendas agosteñas para acudir a Washington a proteger a Zelenski y evitar que se le impusiera un 'diktat' sobre los territorios invadidos. Sin embargo, en la práctica acabaron aceptando el marco impuesto por Trump: subordinar cualquier avance diplomático a su capacidad de interlocución con Putin y atraerlo a un encuentro cara a cara con el ucraniano destinado a cambiar paz por territorios.


Lo ocurrido revela, con crudeza, el lugar que ocupa Europa en la era de la geopolítica desnuda: no en la mesa de negociación, sino en la coreografía de la sumisión. Mientras Trump y Putin redibujan sus áreas de influencia –como si el mundo fuera un mapa del siglo XIX– los líderes europeos intentan encajar sus principios en una realidad que los desborda: la invasión de Ucrania y el intento de legalizar, a golpe de negociación, que las fronteras se pueden modificar por la fuerza, un principio que se pensaba erradicado tras la dolorosa experiencia del siglo XX.


Trump se mueve como un mediador que no es neutral ante Putin: en Alaska, donde le brindó una recepción de Estado, ya adoptó, al menos retóricamente, buena parte de sus postulados. En Washington, sugirió que Zelenski «puede terminar la guerra cuando quiera» si cede territorio. Europa ha preferido dedicarse a discutir las 'garantías de seguridad' que se ofrecen a Kiev para no ver cómo se redibujan las fronteras mientras sus líderes se autoengañan con el subterfugio de que los territorios que se entreguen serán calificados como 'en disputa' para evitar reconocerlos como rusos. Ha hecho fortuna entre los diplomáticos europeos la idea de que el Donbás al que aspira Putin puede convertirse en una 'Ucrania del Este' que en el futuro, cuando Rusia se encuentre en otro estadio histórico, pueda seguir los pasos de la RDA tras subsistir unos años como las dos Coreas.


Pero, si bien Europa no tiene un área de influencia territorial definida, sí tiene una construida sobre valores: el respeto a las fronteras, los derechos humanos, la democracia liberal, el orden mundial basado en reglas. Y lo que esta crisis está revelando es la dificultad extrema de sostener esos principios cuando el mundo se reorganiza según lógicas de poder y no de derecho.


Y en medio de esa dificultad, se ha hecho visible un dilema inquietante: los mismos líderes europeos que exigen garantías de seguridad para Ucrania rehúsan hablar del único instrumento que podría hacerlas creíbles –el despliegue real de tropas–, y prefieren aferrarse a la promesa imprecisa de implicación por parte de Trump. Es una paradoja reveladora: se pretende garantizar la seguridad sin asumir riesgos. Así, la defensa europea se convierte en construcción retórica, sin credibilidad. Putin, además, no necesita tanques para desestabilizar: le basta con desinformación, ciberataques y partidos afines. Las garantías de seguridad suenan vacías si se ignoran estas amenazas cotidianas, invisibles, pero letales. En esta danza entre principios y realidad, Europa corre el riesgo de traicionar su relato por no querer defenderlo. Porque lo que Trump está negociando no es sólo una paz, sino una reescritura de las reglas: que las fronteras ya no son inviolables, que la fuerza crea derechos, y que los valores se intercambian por estabilidad.


Enfrentando a Trump (III): Misión en Alaska
Ignacio Centenera. okdiario. 20 Agosto 2025

El resultado de la reunión en Alaska no necesita mucha hermenéutica: respecto de la guerra, solamente se ha presentado una versión de los hechos y, en consecuencia, solamente se ha planteado una solución. Haciéndolo corto: la delegación del Kremlin ha impuesto su discurso victimista de las regiones rusófilas, de la persecución de la población y la prohibición del idioma ruso, y de la potencial amenaza a su territorio por parte de una Ucrania fascista y belicista integrada en la OTAN o en la Unión Europea; en consecuencia, la propuesta de la que se trató es la del Memorándum ruso, que incluye la entrega íntegra del Donbas y el reconocimiento de Crimea como territorio ruso, la desmilitarización de Ucrania y el bloqueo permanente de su incorporación a las organizaciones de defensa o políticas occidentales. Es decir, aunque Putin se avino a una partida de Texas Hold’em con Trump, se ha jugado con su baraja marcada y se ha aceptado su All-In.


Putin ni se cree la suerte que ha tenido con la llegada de un presidente de los EEUU que prioriza sus propios intereses, y después un poco los de su país, y que, por supuesto, no siente ninguna obligación ni con los socios tradicionales ni con principios democráticos como el respeto a los tratados y al derecho internacional, y por ende a la soberanía de los estados y a su integridad territorial. El premier ruso, que desde la invasión de Ucrania en 2022 era un apestado para la comunidad internacional, ha conseguido la rehabilitación, no solo para él, sino para la versión más autárquica e imperialista de una Rusia cuasisoviética.


Por eso es más que puro simbolismo el que el ministro de Exteriores ruso luciera un jersey con el acrónimo de la URSS… ¡y en territorio americano! La verdad es que el zorro plateado Lavrov y su grupo de halcones hacen aparecer el cierto amateurismo con que se desempeña la delegación americana encabezada por el secretario de Estado Marco Rubio.


En el otro lado, y al contrario de lo que pudiera pensarse, Ucrania no ha comparecido en Anchorage, ni siquiera de manera vicaria. Zelensky, además de ver como se debatía sobre el futuro de su país sin estar él presente (otra aspiración colmada de Putin), ha comprobado que nadie ha llevado a Alaska su agenda: la no renuncia de Ucrania a su soberanía y a su territorio, la propuesta de un alto el fuego, la exigencia de garantías de seguridad y, en definitiva, la búsqueda de una paz justa y duradera.


Y seguramente el presidente ucraniano no va a tener otra salida que aceptar, en todo o en casi todo, la propuesta de Putin; y no por las operaciones bélicas y el avance actual de las tropas rusas, o porque la situación y las exigencias de la población no le dejen otra opción, sino porque Trump le obligará a ello con la amenaza de retirarle las ayudas, en dólares o material, que mantienen su esfuerzo de guerra. ¡Mejor perder mucho ahora sobre la mesa de negociación que perder todo después sobre el terreno!


Pero si lo que ha pasado en Alaska no necesita interpretarse, lo que no se entiende de forma tan clara es el papelón de Trump. Después de la complicidad con Putin, actuando como un Miguel Strogoff de sus exigencias, la reunión de Washington no deja de ser simple posibilismo.


Queremos pensar que él es quien saca la cabeza entre las nubes y puede ver lo que no vemos los demás, y que, en este caso, está evitando un enquistamiento del conflicto que no beneficia a nadie. O pensar que es el descomunal déficit fiscal el que obliga al presidente americano a ir reduciendo su ingente gasto, y estaríamos entonces ante el intento de acabar rápidamente con una guerra que en el medio plazo no va a poder seguir costeando.


Pero, por ahora, en su buscada labor de mediador se está mostrando como un perfecto diletante, un amateur que se cree el gran negociador, que se muestra fuerte con el débil y que cuando se sienta con los rusos únicamente les dice lo que quieren oír. Así, el candidato (de él mismo) para el Premio Nobel de la Paz casi ha acabado con todas las guerras: casi con la de Gaza, casi con la de Ucrania, casi con la de…


Trump regala territorio a Putin
Javier Rupérez. el debate. 20 Agosto 2025

Fue el 30 de septiembre de 1938 cuando los primeros ministros británico, Chamberlain, y francés, Daladier, firmaron en Múnich el acuerdo por el cual cedían a Hitler el territorio checoslovaco de los Sudetes, reclamado de forma amenazante por la Alemania nazi como zona germano parlante y anunciando que, en caso contrario, acudiría a la fuerza para conseguir la incorporación de la misma. Franceses y británico accedieron a la demanda imaginando que con ello evitaban la apertura de un posible conflicto bélico. La política de apaciguamiento, sin embargo, no tuvo mucho recorrido. Hitler había tomado nota de su fragilidad y, junto con la URSS, decidió invadir Polonia el 1 de septiembre de 1939, dando con ello comienzo a la IIGM.


La URSS certificó su pacífica y bien merecida desaparición en 1991, dando con ello reconocimiento a la independencia política y a la integridad territorial de los territorios no rusos que habían formado parte de la misma. Entre ellos se encontraba Ucrania, que, en 1994, en Budapest, firmó con la Federación Rusa, Estados Unidos y el Reino Unido, el Memorándum, al que más tarde se adhirieron los también miembros permanentes del Consejo de Seguridad Francia y China, por el que, y como consecuencia de la adhesión por parte de Ucrania al Tratado de No Proliferación Nuclear, se le ofrecían garantías de seguridad sobre su integridad territorial y su independencia política. En el mismo acuerdo, Ucrania cedía a Rusia las 3.000 cabezas nucleares establecidas en su territorio, que la hubieran podido convertir en el tercer mayor poseedor mundial de fuerzas atómicas. En 1997 Rusia y Ucrania firmaron un Tratado de Amistad, Cooperación y Asociación que establecía las bases para una «asociación estratégica» entre los dos países y reconocía la «inviolabilidad de las fronteras existentes, así como el respeto a la integridad territorial de cada nación».


Fue en 2014 cuando, en violación de todos los instrumentos multilaterales y bilaterales pertinentes, la Federación Rusa se apoderó de Crimea, parte integrante de la soberanía ucraniana. Fueron cien los miembros de la Asamblea General de las Naciones Unidas los que en la Resolución 68/262, titulada 'Integridad territorial de Ucrania' condenaron la correspondiente violación del derecho internacional. Los Estados Unidos bajo la presidencia de Obama y los países integrantes de la UE, tomaron diversas medidas punitivas y sancionadoras que, en conjunto, respondían al 'espíritu de Múnich' para evitar enfrentamientos graves y que, en su conjunto, no supusieron graves perjuicios para la economía rusa ni posibles y temidos anuncios de intervención.


Putin tomó buena nota del ejemplo hitleriano, cuando el 24 de febrero de 2022 decidió utilizar la fuerza militar para invadir Ucrania, con la convicción de que tal como se esperaba de las razones apaciguadoras que en 1938 confluyeron en Múnich, nada ni nadie osaría tomar otras medidas que no fueran el reconocimiento obligado de la situación. En ello, y también como Hitler y Stalin, equivocó el análisis. La reacción euro atlántica impidió que los afanes anexionistas del ruso llegaran a buen fin, no sin importantes costes materiales y humanos de parte y de otra, pero conteniendo en cualquier caso y frustrando seriamente el afán neo soviético del mandatario del Kremlin. Y aunque tres años mas tarde subsistiera el conflicto que el autócrata ruso había provocado, nada permitía suponer que las predicciones del futuro jugaran en favor del agresor.


La llegada de Trump a las Casa Blanca, profundamente disruptiva del conjunto de normas y conductas internacionales que han regido la vida mundial en el curso de los últimos ochenta años, ha contribuido a la alteración de los elementos básicos de conductas y previsiones que en lo fundamental habían venido rigiendo las relaciones entre naciones y gentes. En particular, y por lo que a la situación en Ucrania se refiere, ha introducido elementos claramente negativos para lo que en buena razón hubiera debido traducirse en alguna y consistente forma de derrota para el autócrata moscovita. Por el contrario, le ha concedido una plataforma de diálogo igualitario con la Casa Blanca que el del Kremlin ha conseguido aprovechar para evadirse del aislamiento internacional al que el caso ucraniano le había sometido y, además, le ha concedido la oportunidad de concebir que está en condiciones para conseguir con el uso de la violencia lo que en la invasión de 2022 había perseguido: apoderarse de todo o en parte de la Ucrania soberana e independiente.


Tanto la UE como la OTAN, en las manifestaciones de sus dirigentes y de los más cualificados de sus miembros, han hecho saber su negativa a considerar aceptable un acuerdo de paz sobre Ucrania que pueda incluir una cesión territorial a Rusia. Para mostrar con ello su negativa a aceptar los resultados que en estos momentos se desprenden de la conversación bilateral de Trump y Putin en Alaska. Y para recordar que, en cualquier caso, difícilmente aceptable sería un acuerdo al respecto que no contara con la representación ucraniana. Circunstancias estas de alta delicadeza, en las que se juegan la paz y la guerra, la vida y la muerte, y en las que nunca faltarán unas y otras opiniones. Incluyendo aquellas que, por razones comprensibles e incluso respetables, y sin hacer referencia a ganancias o pérdidas territoriales, optan claramente por conseguir una paz, por imperfecta que resulte. Pero el caso es otro e inevitablemente retrae a Múnich: si Putin sale del conflicto que el mismo generó con el premio de la ganancia territorial, pensará, como en su momento hicieron sus antecesores e inspiradores Hitler y Stalin, que, en el mejor de los casos, y aplicando la formula castiza, «todo el monte es orégano», para procurar la planificación del siguiente. Tiene nombre. Se llama Polonia. No en vano es el país miembro de la OTAN con mayor gasto defensivo en términos del porcentaje del PIB. Mayor incluso que el de los Estados Unidos. ¿Alguien dejará que el ruso siga la catastrófica esquela que para el mundo dejaron sus admirados soviéticos?


El milagro de Donald Trump en las conversaciones por la paz en Ucrania
Juan Rodríguez Garat. el debate. 20 Agosto 2025

Una inteligencia artificial de primera generación, carente de emociones, seguramente no daría valor alguno a lo ocurrido estos últimos días en el frente político de la guerra de Ucrania. ¿Un paso hacia la paz, como claman alborozados algunos medios de todo el mundo? Puede, diría la escéptica IA, pero ¿cuál es exactamente el paso que deberíamos celebrar? Porque la guerra sigue su curso al mismo ritmo cansino de los tres últimos años y ni siquiera las ciudades ucranianas, a pesar de los ruegos a Putin de la primera dama de los EE.UU., se libran de sus bombardeos diarios.


No sé si será porque carezco de sentimientos –eso, al menos, dice mi mujer– o porque gato escaldado del agua fría huye –son muchas ya las veces que Trump ha anunciado una paz inminente– pero yo estoy bastante de acuerdo con esa imaginaria IA. No tiene mérito –dirá el lector–, que para eso he sido yo quien se la ha inventado.


No me faltan razones para justificar mi escepticismo. Para empezar, lo que hemos podido ver en Alaska –una vez desvestido de los ropajes imaginarios que en la conocida fábula escondían la desnudez del emperador– es cómo Trump retiraba la amenaza de sanciones secundarias a los países que comercian con Rusia sin que Putin aceptara la tregua que se le pedía ni hiciera concesión alguna en los objetivos de lo que él todavía llama 'Operación Especial'. ¿Acerca eso el final de la invasión? A mí, la verdad, me parece que no.


Al otro lado de la línea del frente también ha ocurrido algo parecido. Afortunadamente para Ucrania, el magnate parece haberse olvidado de la amenaza de cortar el apoyo militar a Kiev –ahora pagado por la UE, que no se llega a rico sin tener sentido de la economía– y de cerrar el grifo de la información de inteligencia a su antiguo aliado sin que Zelenski haya tenido que aceptar ninguna cesión territorial. ¿Acerca eso la rendición de Ucrania? Creo que tampoco.


Las garantías de seguridad

Pero no seamos pesimistas. Muchos medios celebran que la última ronda de negociaciones, esta vez con Putin en la mesa –quizá la última bala de Donald Trump– nos haya traído una novedad: un posible «principio de acuerdo» sobre las garantías de seguridad que serán necesarias después de la guerra.


A mí, sin embargo, todo esto me parece tan endeble como un castillo en el aire. Me choca que las discusiones no se hayan centrado en cómo ponerle el cascabel al gato de la paz –algo, es cierto, extremadamente difícil– sino en qué hacer después de que lo tenga puesto. ¿Es que son como niños –se preguntará el lector– incapaces siquiera de identificar dónde está el problema que deben resolver en primer lugar? No lo creo, pero la presión de presentar algún resultado positivo a la opinión pública mundial les ha obligado a buscar esos «principios de acuerdos» en el terreno de las hipótesis, donde siempre es más fácil que en la vida real.


Con todo, sepa el lector que, en realidad, la única concesión que parece haber hecho Putin en Alaska no es tan novedosa como parece. Desde la primera ronda de negociaciones en Estambul, el dictador se ha mostrado consciente de que, para que Ucrania se rinda, necesita ofrecerle ciertas garantías de seguridad que le permitan creer que puede salvar sus últimos muebles. ¿De buena fe o como un engaño más para tratar de conseguir más fácilmente sus objetivos? Incapaz de leer en el alma de Putin, sugiero al lector que, como hago yo, juzgue al dictador por su hoja de servicios.


Tropas sobre el terreno

Si quiere mi opinión, creo que los planes de algunos de los líderes reunidos en Washington hace dos días —que contemplan el despliegue se fuerzas de combate europeas en territorio ucraniano con un apoyo todavía indefinido de los EE.UU.— recuerdan más a las cuentas de la lechera que a lo que el dictador ruso puede tener en la cabeza.

Putin ya ha rechazado muchas veces la presencia en Ucrania de tropas de la OTAN y, hasta la fecha, al contrario que a Trump, todavía no le hemos visto dar marcha atrás; ni en esto ni en nada relacionado con «su» guerra. Ha sugerido a cambio tropas de China, que no en vano está entre los cómplices de su delito. Seguro que estaría dispuesto a añadir las de Corea del Norte y, quizá, las de países como Hungría… siempre que el Kremlin, de alguna manera, se reserve el mismo control que tendría sobre unos hipotéticos cascos azules. Y no son imaginaciones mías. El astuto dictador ya ha sugerido en alguna ocasión que el Consejo de Seguridad de la ONU, donde él tiene derecho de veto, debería asumir el gobierno de Ucrania —no está mal lo de negociar con uno mismo— ante el aplazamiento de las elecciones en ese país. Un aplazamiento ilegítimo, justificado por Zelenski con una excusa tan pobre como la de tener el 20 % del territorio ocupado por un invasor extranjero y el resto sometido a bombardeos diarios.


El papel de los EE.UU.

A estas alturas del proceso negociador, y a pesar de los calurosos aplausos a Donald Trump —si hay algo que el magnate ha logrado en solo seis meses es que nadie quiera enfadarle— el papel de Washington como artífice de un posible acuerdo de paz en Ucrania se ha devaluado enormemente. Su presidente, tan preso de su imagen como ajeno a todo principio ético, se ha mostrado incapaz de sostener ninguna de las amenazas hechas a Zelenski y, mucho menos, las que profirió hace solo unas semanas contra la Rusia de Putin.


Es verdad que, mientras libra una guerra comercial con China –que al parecer no va ganando– las sanciones secundarias al gigante asiático, el mayor comprador de energía rusa, serían un disparo en su propio pie. Pero no es la única vez que las amenazas del magnate han demostrado ser un farol. Da la sensación de que, poco a poco, todos los protagonistas de este drama han ido pillándole el truco: en lugar de ceder a sus presiones, se limitan a no contradecirle en público y, cuando hay ocasión, echar la culpa a otro. Nada nuevo bajo las estrellas. Algo parecido es lo que mis nietos hacen conmigo desde que aprenden las reglas de este juego, uno de los más viejos que existen.


Abusando de la renuencia que todos tienen a llevarle la contraria, dentro y fuera de los EE.UU., el magnate finge estos días que ha conseguido apalabrar una reunión entre Putin y Zelenski que —me apostaría un café— no se va a producir. ¿Por qué? De puertas afuera, el dictador ruso acusa al presidente de Ucrania de ilegítimo; pero ante el pueblo ruso lo trata de payaso, drogadicto, nazi y corrupto. No va a rebajarse a reunirse con él. Como primer indicio de lo que no va a ocurrir, copio textualmente lo que escribe hoy el periódico Izvestia, siempre la voz del Kremlin: «Los líderes mundiales» —obviamente, se refiere a Trump y a Putin— «debatieron» —y no necesariamente acordaron— «la posibilidad de elevar el nivel de los representantes de Moscú y Kiev en las conversaciones». El tiempo dirá si tengo razón.


¿Dónde está el milagro?

A mí, como a muchos lectores, me irrita abrir un artículo cualquiera en un medio digital atraído por un título prometedor… y no encontrar en el texto nada que responda a lo anunciado. No quiero que ocurra lo mismo en este caso. ¿De verdad hay un milagro atribuible a Trump? Puede. Pero, para apreciarlo como se debe, el lector debería entender que tan milagroso sería convertir el agua en vino, que es lo que hizo Jesús en las bodas de Caná, como convertir el vino de nuestras esperanzas en insípida agua, como ha hecho el magnate en solo seis meses.


El milagro de Trump, mal apoyado por un equipo de aficionados que, en lugar de consejo, solo puede ofrecerle sumisión, ha estado en convencer a Putin de que puede ganar la guerra —recuerde el lector que las guerras son actos políticos que solo finalizan cuando se imponen condiciones al enemigo—; y a Zelenski, que contaba con el tiempo y las sanciones económicas como su única baza para derrotar a los invasores, de que podría no ganarla.


¿Este torpe milagro podría llevar la paz a Ucrania? Una mala paz, quizá sí. Sin embargo, creo que será el propio Putin quien lo impida. Porque, como ya he dicho algunas veces, lo que el dictador de verdad desea no es una paz que lleve la firma de Trump, sino una victoria que lleve la suya.



Una traición al país o una fuente de riqueza: por qué Putin y Zelenski se niegan a soltar el Donbás
Hugo Marugán. el debate. 20 Agosto 2025

Pese a que los acontecimientos de los últimos días, con las cumbres que Donald Trump ha organizado por separado con Vladimir Putin y Volodimir Zelenski, han acercado la idea de un alto el fuego en Ucrania tras más de tres años de guerra, la realidad es que las diferencias entre lo que quieren ambas naciones siguen siendo insalvables y, salvo que alguno ceda y se traicione a sí mismo, imposibles de solucionar en el corto plazo.


La raíz del problema se encuentra en la región del Donbás, una zona que Putin ha exigido como condición para congelar la línea del frente, pero que Ucrania se niega a ceder –de hecho, ni siquiera puede cederla, pues la Constitución se lo prohíbe a Zelenski–. Así que, mientras los mandatarios intentan resolver esta ecuación imposible, la guerra seguirá.


Concretamente, el Donbás, un territorio de casi 50.000 kilómetros cuadrados, está conformado por las regiones de Lugansk y de Donetsk, que a su vez presentan una situación bien diferente. Mientras la primera está prácticamente en su totalidad en manos rusas, en Donetsk se calcula que Ucrania mantiene en torno a un 30 % del territorio —donde siguen viviendo unos 250.000 civiles ucranianos—, incluido el «cinturón fortaleza» de ciudades industriales, ferrocarriles y carreteras que conforman una barrera para las fuerzas de Putin, además del control de lugares como Kramatorsk o Sloviansk.


Según diversas informaciones, en la cumbre de Alaska del pasado viernes, Putin se habría comprometido ante Trump a, si se les reconoce la soberanía en dicha región, congelar la línea del frente en las regiones ucranianas del sur de Jersón y Zaporiyia, donde las fuerzas rusas también ocupan amplias zonas. Sin embargo, desde Kiev se siguen negando a aceptar este trato y consideran que, cediendo el Donbás, Rusia tendría la plataforma de lanzamiento ideal para avanzar hacia el centro del país y tomar Kiev, el viejo sueño de Putin.


Según un estudio de la CNN, a las fuerzas rusas les costaría todavía «varios años» completar la ocupación total del Donbás —se estima que entre Lugansk y Donetsk poseen el 88 %—.


¿Por qué tanto empeño en esta región?

Conocida como la Cuenca del Donets, el Donbás es mucho más que un amplio territorio. Es una región industrial rica en carbón e industria pesada, lo que la convierte en un premio suculento para quien la posea. Y es que, a pesar de que la guerra actual comenzó en 2022, el conflicto está instalado en esta región desde 2014, cuando el expresidente ucraniano, el prorruso Viktor Yanukovich —nacido en Donetsk—, fue derrocado.


Desde entonces, Moscú se apoderó de la península de Crimea y armó a distintos grupos que proclamararon la creación de las autodenominadas «repúblicas populares» de Donetsk y Lugansk. Desde el inicio de la invasión en febrero de 2022, Putin presentó la protección de los habitantes del Donbás como una justificación central para lanzar lo que llamó su «operación militar especial», aunque en su cabeza no estaba tanto la idea de proteger a esas personas, sino de apoderarse de una region rica en materiales que puedan aumentar el poder de Rusia en el mundo.


¿Qué piensan los civiles de ambos países?

Más allá de lo que los mandatarios determinan en sus reuniones y cumbres, también está la opinión popular. En Ucrania, de acuerdo a una encuesta del Instituto Internacional de Sociología de Kiev, el 75 % de los ucranianos se opone a ceder formalmente cualquier territorio a Rusia. Si Zelenski se abre al pacto –y reforma la Constitución para ello–, sería con casi total probabilidad su final político.


Desde Moscú, las opiniones son más dispares. A diferencia de la península de Crimea, donde miles de rusos veranearon en su infancia y guardaban gratos recuerdos, el Donbás es una región industrial distante sin valor simbólico. Antes de la guerra, en 2023, las encuestas independientes mostraban que apenas un 25 % de los rusos apoyan la idea de incorporar las regiones de Lugansk y Donetsk a su territorio. Sin embargo, tras más de tres años de conflicto, las opiniones han cambiado y se estima que ahora ya son más del 50 % quienes quieren incorporarlo a su territorio.


Llegados a este punto, parece difícil que alguno de los bandos se pliegue ante los deseos del otro. Rusia no puede ni quiere abandonar los kilómetros conquistados como si no hubiese pasado nada, mientras que los de Zelenski se niegan a ceder lo que, al fin y al cabo, es territorio ucraniano. Mientras Ucrania conserve capacidad militar para resistir, el combate seguirá en esta región que se ha convertido en el centro neurálgico de una guerra que, pese a los avances para la paz, sigue viendo distante su final.


Es Múnich 1938 otra vez y están encantados
Ramón Pérez-Maura. el debate. 20 Agosto 2025

Los dirigentes occidentales que acudieron a la Casa Blanca el lunes a arropar al presidente de lo que queda de Ucrania salieron encantados porque la reunión se produjo en un tono amable y parece que Estados Unidos está dispuesto a dar garantías de protección a lo que finalmente quede de Ucrania. Es decir, como en la reunión de Múnich en 1938 entre Hitler y Chamberlain, el agresor puede quedarse con lo que ha conquistado si promete ser niño bueno a partir de ahora.


El problema es que esas promesas son viejas. Cuando se produjo la desintegración de la Unión Soviética, Rusia reconoció la independencia de la totalidad de Ucrania a cambio de que Ucrania entregase a Rusia los 3.000 misiles nucleares que había en su territorio. ¿Para qué sirvió creer la palabra de los rusos? ¿Qué respeto tiene el Kremlin por los tratados internacionales que firma?


Lo que estamos viendo ahora es la consecuencia lógica de la pasividad de Occidente frente a las agresiones rusas del último cuarto de siglo –que es el tiempo que lleva Putin en el poder. Hemos vivido los ataques a estados soberanos como Moldavia, Georgia y Ucrania en dos fases: primero Crimea y después el Donbás. Putin ha podido comprobar que no hay verdadera voluntad de plantarle cara exactamente igual que Hitler vio cómo después de anexionarse Austria en marzo de 1938 el 30 de septiembre de ese mismo año se reunía en Múnich, acompañado por Benito Mussolini, con el primer ministro británico Neville Chamberlain y su homólogo francés Édouard Daladier. Ambos aceptaron que Alemania se anexionase los Sudetes checos con la excusa de que la población germanófona era mayoritaria en la región. Exactamente igual que los rusófonos en el Donbás.


¿Por qué habría que creer la promesa de Trump de proteger los restos de Ucrania si tal compromiso se alcanzase? La relación del presidente norteamericano con la verdad es uno de los aspectos más conflictivos de su personalidad política. Pero, además, en esta confrontación hay un grave problema: una democracia como Estados Unidos, con un presidente que estará fuera de la Casa Blanca en tres años y medio, se enfrenta a una dictadura cuyo presidente seguirá hasta el día que se muera. Putin puede sentarse y esperar a ver pasar el cadáver de su adversario.


Es evidente que quedarse con las regiones que ocupa Rusia en este momento del partido es mucho menos de lo que aspiró Putin a conseguir cuando invadió el país el 24 de febrero de 2022. Y la principal razón por la que no ha ganado la guerra es por la incompetencia de las Fuerzas Armadas rusas, mucho más que por la capacidad de resistencia de los ucranianos. Pero ni eso es una motivación para que Occidente plante cara. Y España, ni digamos, con un Gobierno dividido entre ambos bandos en este conflicto. Porque lo de Putin es algo notable. Este tirano que tiene la capacidad mágica de que sus rivales se defenestren en sentido literal –se caigan por las ventanas– acaba consiguiendo respaldos en la extrema izquierda y la extrema derecha en Occidente. Dicen que es «un hombre de valores». Sus muertos tal vez discrepen.


Si el acuerdo Rusia-Estados Unidos va adelante en los términos que parece esbozarse, el gran derrotado no será Ucrania, que también. El vencido será Occidente que no ha plantado cara al tirano. Y como dijo Churchill a Chamberlain. «Os dieron a escoger entre la guerra y el deshonor. Escogisteis el deshonor y tendréis la guerra.».


La dejación de un Estado
Manuel Marín. Vozpópuli. 20 Agosto 2025

El infierno de incendios, ya con cuatro fallecidos vinculados en las labores de extinción, nos aboca a otra lección, la enésima, no aprendida. Días atrás, Isabel Díaz Ayuso pedía “dejar los politiqueos” y los intercambios de culpas entre administraciones tratando de sacudirse responsabilidades. La respuesta, evidente por otro lado porque pocos podrán esperar otra cosa del Gobierno de Pedro Sánchez, llegó ayer por boca de la vicepresidenta María Jesús Montero: la culpa de los incendios es de las autonomías. Montero, siempre inefable, siempre previsible.


Este Gobierno lo ha conseguido. España es un país mustio inmerso en una resignación colectiva. Padecemos una sumisión abúlica bajo la pretendida normalización de la idea de que ante cualquier problema, ante cualquier catástrofe o ante cualquier conflicto no se puede hacer nada. De que no se puede funcionar mejor. De que lo estropeado no tiene arreglo y, por supuesto, de que el Gobierno no está para minucias como gestionar con eficacia. Basta la coartada de buscar culpables externos y alejar de las competencias de La Moncloa grandes problemas como los incendios de estos días, la carestía de vivienda, las averías diarias de los trenes, la recolocación de menores inmigrantes, o una dana.


Sánchez ha logrado hacernos creer que la auténtica política se basa en interiorizar la indolencia del Estado hacia el servicio público porque lo realmente relevante es el tacticismo coyuntural y mendigar los escaños necesarios para aprobar cualquier decreto menor, como si sacarlo adelante fuese un triunfo particular. “Ni tan mal”, nos recordó hace poco ese mismo Sánchez que también nos ha convencido de que gobernar sin el Parlamento es muy democrático. A Sánchez le basta con aparecer maquillado y con voz grave y engolada, y da igual si su reacción siempre es tardía, si se limita a hacer propaganda o si sus ofrecimientos de ayuda son tan impostados como falsos. La consecuencia es fatídica: a la fuerza, el ciudadano se ha acostumbrado a sentirse desprotegido por su propio Estado. Ralentizacióin, elefantiasis burocrática, solapamiento, duplicidades, protocolos y, sobre todo, administraciones públicas inundadas de asesores con currículos inflados de egolatría y mentiras. Gente, supongo, que siendo las cinco aún tampoco ha comido.


Ocho años después de la llegada de este Gobierno, hemos entrado irremisiblemente en una suerte de “globalización de la renuncia” en la que los Estados se están escaqueando del ejercicio práctico de su soberanía para imponer intereses que deberían ser subalternos. La política ya no es gestión. Es solo ejecución de poder. Por acción o por omisión hay Estados que están debilitando sus estructuras y la base fáctica de su propia existencia. El Estado empieza a no estar para “mejorar la vida” de sus ciudadanos, sino para que esos ciudadanos soporten su peso y su gasto público sin poder siquiera reclamar el desbrozado de un monte, una vía férrea en condiciones o no quedar secuestrados ilegalmente durante una pandemia.


Sánchez recurre una y otra vez a la misma hoja de ruta. Surge una catástrofe, llámese pandemia, dana, incendios o un apagón. A renglón seguido, deja pudrir la situación durante días, cultiva el dramatismo, y termina ofreciendo tarde y mal la ayuda del Estado… pero solo a quien se humille a pedírsela para presentarse como un salvapatrias. Como colofón, siempre encuentra un culpable ajeno al que endosarle todo. Una catenaria instalada antes por otro Gobierno, los fondos buitre que impiden a cualquier joven acceder a una vivienda, el cambio climático, la usura de las eléctricas… Y al final, siempre queda en su mensaje el debilitamiento del Estado autonómico. Eso sí, bajo la floritura buenista de que él ha hecho todo lo posible por la famosa cogobernanza. Nada más falso y fallido. En realidad, su dogma es demostrar que el Estado autonómico está desfasado, que es caótico y que es preciso imponer un modelo de Estado confederal como alternativa y sin tocar una coma de la Constitución.


Esto va de que cualquiera, a fuerza de costumbre, termine asumiendo y justificando que el Estado sí puede ser incompetente en la defensa y protección del ciudadano, y que pese a tanta sucesión de errores y tanta parálisis, después nunca ocurra nada. El sanchismo ha creado una capa gruesa de mansedumbre colectiva y conformismo, y la virtud de lo público solo queda a salvo de modo residual y a manos de unos cuantos rebeldes. A manos de voluntarios con un concepto encomiable del compromiso, o de un puñado de valientes que se echan al fuego porque alguien tiene que ayudar. O de aquellos que se contagian sin mascarillas para atender a moribundos y de esos otros que intentan tranquilizar a viajeros de tren encerrados durante cuatro horas en un vagón sin aire acondicionado, sin información y a 38 grados de vellón en la vía. Pretenden que baste un Estado de ciudadanos comprensivos, voluntariosos y resignados que ante cualquier conflicto se limiten a responder con la cabeza gacha aceptando la pobreza argumental de su Gobierno central y su desidia.


Sánchez no ve ciudadanos. Ve súbditos y contribuyentes a los que convencer de que con él viven mejor y que cuando algo falla siempre es cosa de otros. Y que ahí está él en primer tiempo de saludo para ayudar en lo que sea. Da igual que llamarlo hijo de p… se haya convertido en la canción del verano o en una moda en estadios, plazas de toros, conciertos y chimpunes veraniegos. Da igual el palo que le lanzaron en Paiporta. Y da igual el perímetro de seguridad cada vez más amplio con el que se protege cada vez que sale a la calle por miedo a ver dañado su ego. Algo no va bien en España cuando el deporte nacional es insultar a su presidente con cuatro cubatas en todo lo alto convirtiéndolo en un meme. Habrá quien se eche unas risas acordándose de su madre, pero así no se construye nada, entre otros motivos porque ya no le afecta. Al revés. Pero Sánchez ha logrado lo que pretendía: primero, una España rota en bandos ideológicos irreconciliables; segundo, una pátina de odio personal contra él que le da poder para victimizarse; y, tercero, una masiva pachorra de indiferencia en esa espera eterna que permita convocar elecciones.


Nos hemos adaptado a que el Estado falle y creemos que ya se resolverá todo, que en el fondo el Estado, el sistema, es lo suficientemente fuerte y seguro como para ser tumbado por un presidente coyuntural y ególatra que algún día será desalojado. Pero en ese trance, Sánchez seguirá fingiendo que reclama pactos de Estado que no solo no quiere, sino que ha derruido por puro revanchismo. Y seguirá siendo un mindundi en la política internacional. Y seguirá inventando una dialéctica falsa para hacernos creer que todo irá bien, que confiemos en el gran timonel, que si te vuelve a dejar tirado un tren ya lo arreglará Óscar Puente, y que si otro agente forestal muere por la insolvencia del Estado nadie va a llamar “asesino” al presidente del Gobierno. Los “asesinos” siempre son los demás. Y siempre de la derecha, naturalmente.


Hacienda: cuarto poder y aun peor
Jesús Banegas. Vozpópuli. 20 Agosto 2025

Mientras se va consumando la larga agonía del gobierno Frankenstein y de cara a la nueva era política, no bastará con reconstruir los enormes daños institucionales y reputacionales que no ha cesado de causar, sino también será imperativo afrontar otros graves problemas que viniendo de lejos y de la mano -socialista- conjunta del PSOE y el PP se han ido agudizando hasta extremos cada vez más intolerables.


La reciente aparición en la escena pública de las andanzas del ex-ministro Cristóbal Montoro, precedida del escándalo del Fiscal General del Estado Álvaro García Ortiz y seguida de dimisión del presidente del Tribunal Económico Administrativo, José Antonio Marco, nos han venido a recordar como el Ministerio de Hacienda, de la mano de los políticos socialistas tanto obviamente del PSOE como del PP, se ha convertido, no sólo en un muy real cuarto poder del Estado -actuando al margen de los tres clásicos- sino en un nido de actuaciones de sus mandarines al servicio de sus inconfesables intereses políticos y personales. Algo absolutamente intolerable en un país serio del primer mundo.


En los últimos tiempos se está acentuando una -ya agobiante- presión fiscal, que comenzó en la Transición, siguió con González, dio un gran salto adelante con Montoro y ahora aún mucho más con Montero, no solo para aumentar la recaudación mediante un “jacobino” trato a los contribuyentes, sino para algo aún peor.


En términos recaudatorios:

Los españoles cada vez trabajan más días al año para Hacienda: de 178 días en 2019 hemos pasado a 228 en 2025. Una gran y creciente parte de la recaudación no se asigna educación, salud, pensiones e inversiones públicas, sino a “gasto político” utilizado con carácter instrumental al servicio de los oscuros intereses políticos del gobierno de turno; es decir a sus chiringuitos afines, que con este gobierno han crecido más que nunca. Según Vozpópuli: solo las comunidades autónomas tienen 1.772 entes instrumentales, los ayuntamientos tienen más de 4.000 entes fantasmas para colocar a sus allegados, mientras que el Gobierno dispone de una ‘Administración paralela’ con 500 entes públicos para colocar afines.

La presión fiscal real -ajustada con la renta per cápita- y la que sufren las empresas son de las más altas del mundo, con el consiguiente decaimiento de nuestra renta per cápita.

La estructura impositiva perjudica gravemente al trabajo y el capital -impulsores del crecimiento- frente al consumo y las tasas fiscales.

La prácticas recaudatorias, se caracterizan por:

El abusivo uso de levantar mayores recaudaciones del IRPF e IVA, mediante el envío de requerimientos de pagos a los contribuyentes, sobre todo autónomos y Pyme, indiscriminados e insuficientemente argumentados que suelen ser atendidos por los destinatarios –mayormente personas fiscalmente “indocumentadas”– ante la amenaza de una inspección y por la cuantía asumible del importe reclamado por Hacienda. Se trata de un atropello en toda regla, pleno de inseguridad jurídica. Un verdadero pillaje fiscal.

Si el interesado recurre, el requerimiento recibe una respuesta negativa –con pegas y cortas de textos fiscales genéricos- junto con la amenaza de una sanción. Lo que a todas luces es, despreciativo, y además ilegal.

Si se recurre al Tribunal Económico Administrativo, después de pagar o avalar el importe reclamado por Hacienda, además de tardar cuanto quiera, el falso Tribunal -carece de la más elemental independencia, pues es un apéndice político de la Inspección- responde con otros corta y pega legislativos que en absoluto atienden a las alegaciones presentadas.

Solo cuando se llega a los verdaderos tribunales de justicia es posible obtener una sentencia justa, habiendo gastado por el camino muchísimo tiempo y también dinero,

Más de un 60% del total de las liquidaciones tributarias recurridas son estimadas totalmente. Mientras tanto, Hacienda se queda irresponsablemente con el dinero de los contribuyentes, los funcionarios implicados han cobrado su bonus –¡incluso si la Justicia les quita la razón!– y el pobre contribuyente paga todas las consecuencias de tal inseguridad jurídica.

Se dan, con frecuencia, casos de embargos de cuentas bancarias de los contribuyentes que siendo infundadas se retrotraen, pero sin que el daño financiero y reputacional sea reparado ni el funcionario responsable sancionado.

Esta asimetría de comportamientos a favor del Estado es inmoral y seguramente perseguible por la Justicia.

Es imperativa una estricta simetría de plazos administrativos con Hacienda, ahora inexistente y la inmediata invalidez de sus actuaciones cuando estén basadas en ilegales “corta y pegas” que no respondan literalmente a las alegaciones.

El pago de las bonificaciones a los funcionarios de Hacienda solo debe llevarse a cabo tras una la resolución en firme de las reclamaciones a sus actuaciones.

El Tribunal Económico Administrativo debe separarse -inmediatamente- de Hacienda, para convertirlo en una institución verdaderamente independiente del Gobierno; por ejemplo, dependiendo del Senado.

Los daños y perjuicios causados, cuando la justicia –ordinaria- dé la razón a los contribuyentes deben trasladarse a los funcionarios responsables de actuaciones indebidas.

La corrupción política, que ha invadido miserablemente la obligada privacidad fiscal ciudadana, ha alcanzado un nivel que solo cabe cortar por lo sano.


Los recientes y bien conocidos hechos -presuntamente delictivos– protagonizados -en su momento- por un ministro de hacienda y más recientemente por el fiscal general del estado y el presidente del tribunal económico administrativo, “metiendo sus narices” en datos privados de los contribuyentes, merecen: demás del más absoluto reproche moral, el mayor y más inmediato castigo de la justicia.


El próximo gobierno debe legislar de manera urgente la garantía de privacidad de los datos fiscales de los ciudadanos en todas las instancias administrativas; algo que ya sucede en el sistema sanitario, en el que se garantiza que la historia clínica -aún de libre acceso por parte de los médicos- jamás haya conocido corrupción política alguna.

Un próximo gobierno estará obligado, amén de a una drástica reducción del enorme gasto publico clientelar y la consecuente reducción impositiva, a:


recupera la seriedad administrativa de Hacienda, anular por completo la posibilidad de sus actuaciones al margen de la constitución y el Estado de Derecho y evitar -con muy severas sanciones- que los políticos de turno puedan “meter sus narices” en las relaciones de los ciudadanos con las administraciones tributarias.


Entre los muchos frentes regenerativos de la calidad institucional de España, el de Hacienda debe ser irrenunciable e inmediato.


******************* Sección "bilingüe" ***********************


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